Dar la Tasha - Silvia Davis - E-Book

Dar la Tasha E-Book

Silvia Davis

0,0
9,99 €

-100%
Sammeln Sie Punkte in unserem Gutscheinprogramm und kaufen Sie E-Books und Hörbücher mit bis zu 100% Rabatt.
Mehr erfahren.
Beschreibung

Dar la Tasha es una colección de relatos breves en los que la autora desnuda su mundo interior con una honestidad brutal. Entre recuerdos de infancia, reflexiones sobre la adultez y pequeñas escenas cotidianas cargadas de significado, Silvia Davis nos invita a acompañarla en un viaje emocional. A medio camino entre la autoficción y el cuento, los textos oscilan entre la melancolía, el humor ácido y la ternura. Un libro para quienes disfrutan de las historias que surgen de lo más profundo del ser, contadas con una prosa sincera, ágil y llena de matices.

Das E-Book können Sie in Legimi-Apps oder einer beliebigen App lesen, die das folgende Format unterstützen:

EPUB
MOBI

Seitenzahl: 123

Veröffentlichungsjahr: 2025

Bewertungen
0,0
0
0
0
0
0
Mehr Informationen
Mehr Informationen
Legimi prüft nicht, ob Rezensionen von Nutzern stammen, die den betreffenden Titel tatsächlich gekauft oder gelesen/gehört haben. Wir entfernen aber gefälschte Rezensionen.



SILVIA DAVIS

Dar la Tasha

Davis, SilviaDar la Tasha / Silvia Davis. - 1a ed. - Ciudad Autónoma de Buenos Aires : Autores de Argentina, 2025.

Libro digital, EPUB

Archivo Digital: descarga y online

ISBN 978-987-87-6073-5

1. Relatos. I. Título.CDD A860

EDITORIAL AUTORES DE [email protected]

Índice

Presentación

Querido Coronel Pringles(se lee cantando)

En otra piel

De almohadas y otros desvelos

El fracaso

El semáforo más largo

Grupo de recuperación de Twitter

La casa mágica

Obituario

La entrevista

La traducción

Pedazos del ayer

Por H y por B

Las camas en las que dormí

Describir el barrio

La olla

Que no lo diga

Al filo

Cruzar el Atlántico

Crying for help

LL y Y

La foto

Hola

La casa verde

La consentida

Pendientes

El detalle

Sueños que lava el agua

De vuelta

Viajar

Selección decortos, microcuentos y tuits

Alicia, el puchero,y otras delicias de una familia particular

Las 3

Daniela

La cena

Andrés

La denuncia

El puchero

A Daniela por mantenerme con vida, ser mi eje y mi motor.A Pato y Vero por creer en mí más que yo mismaA mis viejos por hacerme lectora y escritoraA los distintos Compañeros de Infortunio que jugaron los mundiales de escritura conmigo.A ese otro hijo que no pudo ser.A mis tías y hermanas, las de sangre y las elegidas.A Pipi.

Presentación

No sé cómo se empieza a darle forma a un libro.

En otro caso diría, se empieza por el principio, se arranca por la definición. Pero esto no es tarea administrativa ni un trabajo práctico.

Seguramente el prólogo empezaría así:

Por algún motivo estoy siempre explicando cosas. Escribo algo, muestro un texto, y necesito decir: esto lo escribí cuando tenía 15 años, esto fue para el mundial de escritura, esto es ficción, esto es verdad. Por eso, para beneficio de todos, lo mejor será que busque algún orden, y deje que cada uno tome el texto como mejor le parezca. Después de todo, soy de las que detesta que le digan: “porque acá el autor quiso decir...” Y no importa. Porque está lo que sintió en el momento, lo que quisiera decir cuando lo relea por séptima vez, lo que me pasa a mí la primera vez que lo leo, la segunda y la décima. Todas distintas.

Así que creo que lo más adecuado es que quede en cada uno pensar qué es cierto, qué es ficción, dónde está la mezcla o no pensar absolutamente nada y quizás (ojalá), sentir algo mientras lee.

Lo que sí voy a contarles es un poco quién soy y qué es esto.

Me llamo Silvia Cristina Davis. El apellido de mi mamá es Balbiani y aunque no lo diga en el documento, mi voz lo refleja y mi cara lo grita. Fui odiando mis nombres alternativamente y por motivos muy diversos. Mi familia me puso Pitu, los amigos de las redes me nombran por mi seudónimo público (Tasha), y un montón de gente me llama por el apellido. Con ese nunca me peleé. Es musical, corto y me define un montón.

El nombre de este libro está relacionado con mis identidades y batallas.

Tasha era mi nombre en Twitter (ahora X), entonces hay amigos que me dicen así y cuando digo los amigos de las redes no me refiero a un grupo de personas anónimas que siguen mi cuenta, sino a gente con la que trascendimos la pantalla, nos conocimos y nos elegimos para abrazarnos.

Por otro lado, el tema de “estar a la altura” o “dar la talla” tiene varios inconvenientes para mí. Primero porque mido 1.45 y segundo porque llegué a la vida adulta (y al matrimonio, la maternidad, el divorcio, el trabajo, etc.) sintiendo que nunca era suficiente y que jamás estaría a la altura de las circunstancias.

Dar la Tasha viene a resumir todo eso.

No sé desde cuándo escribo. Me recuerdo a los 12 haciéndolo, así que podemos poner arbitrariamente el inicio ahí, total, de licencias literarias estará lleno este paquete de caracteres.

Siempre escribí para liberar. He sufrido un montón, sobre todo de chica, y el papel era la manera de sacar lo que no podía decir. Mis anginas, gastritis y psoriasis confirman que, en realidad, aunque hable muchísimo, me cuesta decir lo que siento (lo que está en mi corazón, como el libro de Marcela Serrano). Una cosa es hablar y la otra exteriorizar, poner afuera el pensamiento crudo o el sentimiento descarnado. Entonces escribía (Escribo. Escribiré...).

En algún momento también indeterminado, empecé a ponerle un poco de ficción a la cosa, a inventar una ella, un él, unos personajes que cargaran con lo que yo no podía.

Y un poco más acá en el tiempo, también pude escribir ficción pura, todo imaginación. Inevitablemente, todo tiene al menos un pedazo de algo que viví, presencié o sentí.

El sueño del libro estuvo siempre.

No sé si fue en 2019 o 2020, que alguien me impulsó a escribir. Ya lo dije, yo creo que escribí siempre, pero tuve un momento como de “volver”. No sé cuántas veces se lo agradecí.

Hace un tiempo atrás, en el 2021, me sumé a un equipo que participaría del 4° mundial de escritura, un juego grupal en el que cada día nos daban una consigna para escribir un texto original. No podía existir antes.

Luego vinieron varios más, a fecha actual (3/02/2025), jugamos hasta el 10º, con algunos integrantes estables y otros cambiando. Las consignas a veces eran bastante malas. Con el grupo concluimos que de las peores consignas salieron nuestros mejores textos.

Hubo uno, el del puchero, que generó un montón de halagos desde afuera y algo increíble desde adentro: A mí el texto me parecía bueno sin dudas. Ese fue el primer milagro. El segundo fue que escribí otros textos que se vinculan, y me dieron ganas de continuar con los personajes de esa familia, saber quién era cada uno, situarlos, dar contexto. Me trajo el objetivo de escribir una historia completa, algo que fuera más que una carilla.

Se supone que este libro no es una biografía, pero lo es. Solamente espero que cuando la gente que inspiró los personajes se encuentre, no se tome al pie de la letra las cosas y vea la ficción que tienen puesta encima.

En fin, aquí estoy, 3 años después de arrancar a ponerme en serio con el proyecto, juntando textos y dando todas esas explicaciones que dije que no daría.

Gracias por leer.

Silvia Davis

Querido Coronel Pringles (se lee cantando)

Llego hasta el subte con los ojos medio cerrados, entro y me siento. Ventajas de salir de la cabecera.

Arranca como siempre, pero se detiene apenas sale de la estación.

Seguro será un minuto. Pasa seguido, tiene que dejar entrar al otro y cambiar de vía. Cabeceo y cuando reboto me fijo. Pasaron 10 minutos. Ese dato me despabila un poco pero no mucho. Trato de avisar que llego tarde, pero los mensajes no salen. Sigo cabeceando.

Una hora después seguimos ahí. Todavía nadie entró en pánico, pero ya se escuchan los resoplidos, los que charlan entre ellos, los que putean y los que caminan como locos buscando señal.

Miro mi teléfono. Tampoco tiene conexión a nada. La pantalla quedó fija en Twitter. Una foto de un almacén de pueblo vacío, con baldosas en damero blanco y negro. Gastadas pero sanas. Los muebles de madera pintados con un color entre verde y turquesa que no sé calificar. Hay cosas para arreglar, pero en estado aceptable. El texto dice:

“Se busca almacenero. El Pensamiento es un pueblo de 20 habitantes en Coronel Pringles. No tiene electricidad pero sí paz y un paisaje increíble, también un almacén vacío listo para arrancar. Un lugar así es un lujo para el nuevo turismo. Los gauchos esperan su reapertura”.

Y yo que siempre viví en ciudad y que los lugares calmos y de campo solamente los amo para descansar unos días, de repente siento un hueco en el pecho, una necesidad de irme ahí. Me veo con un delantal de jean bordado haciendo sándwiches de jamón crudo en esa barra. Mi hija y otros niños juegan por ahí con autitos en el piso. No distingo las caras de los clientes, solamente risas...

Tengo el pelo más alborotado que lo habitual y las mejillas rosadas.

Siento paz y alegría.

Abro los ojos y seguimos en el mismo lugar, me apuro a cerrarlos. Necesito saber cómo es vivir ahí y de qué forma conservo el queso si no hay electricidad.

Me transporto de nuevo a mi almacén, se llama La casa de las chicas. Le pusimos así porque era el nombre del restaurante ficticio al que jugábamos en casa. Escribíamos a mano el menú y era un divertimento sencillo y gratuito. Esa que juega en el piso no puede ser Juliana, ella es más grande, pero entonces... Mamaaaaaaaa ayudáme acá. Voy atrás del almacén, a la cocina. Una mujer igual a mí, pero más alta. Esa es mi Juliana. La chiquita que jugaba en el salón entra corriendo y se me cuelga del delantal. Abuela quiero jugo. Se me llenan los ojos de lágrimas y risas. De repente entiendo todo. Miro a mi hija y pregunto ¿puede? Ella y su gesto igual igual al que tantas veces le hice a sus tías. Un poco de reproche y otro de resignación. Bueno pero un vaso solo.

La hago upa y juntas vamos a buscar bebida fresquita.

Qué frío tira la heladera... ahora sí me despierto bien. Sigo en el subte, pero arrancó y prendieron el aire.

De repente todos los teléfonos suenan. Volvió la señal pero yo no volví del todo.

Trato de respirar y entender. Miro el teléfono. El acto debe haber empezado y no sé cómo se arreglaron sin mí. Tampoco sé si me importa mucho.

El audio informa que la próxima estación es la mía, la canción sale sola, natural, a los gritos: voy a tomar la ruta 3, una mañana para no volver... cantando bajito me voy para el campo...

Empiezo a caminar por inercia, los pasos van solos hacia mi trabajo, pero yo canto... y lo único que puedo pensar es cómo hacer para comprarme un almacén en Coronel Pringles.

En otra piel

Me desperté sintiéndome pesada, enorme. Me di vuelta con mucho esfuerzo en la cama, y cuando puse las manos para levantarme, mis dedos eran gruesos. Manos de chancho pensé. Eran las mías. Eran clarísimamente mis manos, con esas arrugas que siempre se parecieron a las de mi padre y esa peca en el dedo mayor izquierdo, igual a la de mi madre.

Bajé las piernas, dos pesadas columnas de grasa. Debe ser que estoy muy dormida, pero... son las mías... torneadas y pecosas como las de mamá, con gemelos pronunciados como las de papá.

Fui al baño a hacer la rutina matinal y cuando llegué a la parte de lavarme la cara y mirarme luego al espejo la vi. Me vi. Los pelos revueltos y levantados con esa rebeldía inútil que tuvieron siempre. Ni lacios ni enrulados, con un remolino sobre la frente que dimos en llamar “la onda pelotuda de las Balbiani”. La cara ojerosa y redonda de mi mamá, y perdidos por allá atrás los ojos color miel de mi abuela.

¿Me están cargando? ¿Es un sueño, una pesadilla, una película muy mal guionada?

Volví a mi habitación, en la cama descansaba un hombre. Un tipo bellísimo. Delgado y fibroso como pocos. Un estilo nada parecido a lo que me gustó siempre. Lo miré incrédula. Era mi marido, pero no era el hombre que alguna vez amé.

En la cuna durmiendo estaba la beba más linda del mundo. Esa la reconocí. Salió de mi cuerpo y todavía me duele la costura en los días de humedad.

Me fui a la cocina, hice el mate y me senté. El primero, el segundo, el tercero. Una lágrima, 2, 3. No es una película, tampoco una pesadilla. Me convertí en mi pesadilla. Me comí a mí misma, fagocité mi alma y tapé todos los huecos con comida. No hay un milímetro de mi cuerpo que no esté cubierto de grasa. Tapada de kilos y de cosas.

Por una vez en la vida hace un par de años que la guita no es un problema, y además de los viajes que hicimos y que no siempre disfruté, ahora tengo cosas. Las carteras que quiero, los zapatos que quiero. La ropa que quiero dentro de las horripilantes prendas que fabrican para gordas. Parece que no merecemos vestirnos lindas. Si estás gorda, además te tenés que poner unos florones espantosos que muestren bien claro y a todo el mundo, que S O S G O R D A. Eso sí, podés despuntar el vicio de lo bello en aros, maquillajes y perfumes. Pañuelos para el cuello pero en realidad no tenés cuello, y tampoco tenés frío nunca así que es una acumulación inútil de hermosas telas que adornan una percha en el ropero.

Me viene a la memoria la pregunta que me hice en terapia: ¿Qué quiero tapar con tanta comida y compras?

En un torbellino mental instantáneo veo las discusiones, las lágrimas, las caras de ternero degollado, las veces que me quedé sola, todos los momentos en que sentí no estar a la altura del resto de sus afectos...

Y la respuesta cae con esa potencia que no tienen ni los huracanes más devastadores. La fuerza de una certeza, la inmensa y demoledora energía de una certeza:

No es el pasado, la niñez llena de huecos, el miedo, los abusos, la pérdida semi reciente de mi mamá, la autoestima rota. Lo que quiero llenar no son carencias de una vida anterior.

Es el presente. Es un ahora disfrazado de mundo ideal, de familia perfecta, pero que adentro tiene más agujeros que el queso ese que devoro con tantas ganas.

No es una mala película, me desperté en la vida de otra persona pero soy yo.

De almohadas y otros desvelos

“Vendo colchón lleno de historias. Las almohadas quedan conmigo porque saben demasiado”.

Los clasificados del diario en papel son una antigüedad y una rareza por sí mismos, y encima, todavía hay gente que les pone poesía.