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Este libro, fruto de una paciente y documentada investigación, nos muestra a Dulce María Serret en toda su grandeza. Esta ilustre figura de nuestra cultura recibió una esmerada educación musical en La Habana y Madrid, y brilló como intérprete en los principales salones de París. A su regreso a Cuba, estremeció la capital con sus presentaciones. Ya en Santiago funda, junto a otros intelectuales del momento, varias instituciones para el desarrollo de la música de concierto; la principal fue el Conservatorio Provincial de Música de Oriente. A partir de entonces, se entregó a la enseñanza y la promoción de esta manifestación artística.
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Veröffentlichungsjahr: 2023
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Edición y emplane: Orestes Solís Yero
Diseño de colección: Marta Mosquera
Diseño de cubierta: Orlando Hechavarría Ayllón
Ilustración de cubierta: Retrato de Dulce María Serret, de Juan Emilio Hernández Giro
Conversión a ebook: Idalmis Valdés Herrera
© Severiano Alfonso Lolo Troisi, 2012
© Sobre la presente edición:
Editorial Oriente, 2023
ISBN 9789591112873
Instituto Cubano del Libro
J. Castillo Duany No. 356
Santiago de Cuba
E-mail: [email protected]
editorialoriente.wordpress.com
www.facebook.com/editorialoriente.scu
A mis padres, Alfonso y Carmen,
quienes me enseñaron a trabajar y a pensar.
Desde hace unos pocos años conocía de la consagrada labor de Severiano Lolo por rescatar, para las nuevas generaciones, la personalidad artística y educativa de Dulce María Serret. Lo movían recuerdos amados y su admiración por aquella maestra excepcional, que le dio la virtud de cultivar la música. Quise siempre exaltar aquel propósito, tan loable a los ojos de cualquiera que conozca el papel esencial que ella desempeñó en los progresos culturales de Santiago de Cuba entre los años veinte y sesenta del sigloxx.
Como mujer, más allá de su tarea educativa y promocional, Dulce María es una personalidad atractiva y digna de ser estudiada: en primer lugar, porque superó las vicisitudes de un nacimiento fuera de las normas que regían la sociedad que le correspondió vivir a comienzos de la República, en la que se desdeñaban a los hijos ilegítimos; en segundo lugar, porque sus primeros pasos infantilesfueron en una zona rural santiagueray, finalmente, por la tenacidad que demostró a lo largo de su vida.
Nunca sabremos quién financió los movimientos de la corta familia integrada por la “tía” Anita, Antonio y ella cuando se decidió la mudanza para la capital oriental. Lo cierto es que, iniciados en la educación artística en Santiago de Cuba, el traslado a La Habana fue aprovechado al máximo por ambos hermanos.
El periplo europeo por Madrid y París le conferiría una amplia visión de la cultura universal, particularmente musical, y le aseguraría un prestigio excepcional en la pianística. Acogida en recitales de diferentes países europeos, y a su regreso también en La Habana, estuvo consciente de la imposibilidad de vivir exclusivamente del teclado y, por sus profesores, supo que la enseñanza era una senda para garantizar la subsistencia. Insertada en Santiago de Cuba, a finales de los años veinte del pasado siglo, en un medio social favorable y ávido de perfeccionamiento ilustrado, logró éxitos en sus empresas, sin lugar a duda, gracias a la agudeza e inteligente perspectiva adquirida en las plazas foráneas. Se distinguió por lo más novedoso de la pedagogía aplicada a la educación musical, adaptada a las características de nuestro país.
Por supuesto, Dulce María no apostó únicamente a la técnica más depurada adquirida en su aprendizaje allende el Atlántico, también lo hizo al sentido de utilidad para su patria chica, a su conciencia de ser criolla y a su voluntad de hacerse imprescindible en el desarrollo de la cultura.
Rumores infundados corrían entre algunas personas respecto a la forma mediante la cual había obtenido la aprobación para su Conservatorio Provincial de Música de Oriente; los que así pensaban eran lo suficientemente necios para menospreciar la vitalidad de aquella mujer, su disposición para desafiar los obstáculos en aras de alcanzar sus objetivos de beneficio para la sociedad santiaguera.
Así trabajó por una sala de conciertos, por una coral, por una sociedad filarmónica y por la incorporación de otras academias orientales al Conservatorio Provincial de Música, etcétera. Educó a cientos de artistas y maestros, proporcionó goces sonoros no solo a Santiago de Cuba sino a toda la provincia de Oriente y al país en general.
Este libro de Lolo bien merece estar entre los más importantes de la colección Mariposa de la Editorial Oriente, porque permite acercarse a la grandeza de una mujer que se impuso por suinteligencia y su arte para perpetuarse en el selecto grupo de predilectos de la comunidad santiaguera, por su entrega absoluta a su progreso cultural. En el transcurso de casi medio siglo, Dulce María Serret sembró una simiente que fructificó en el saber estético cubano.
Olga Portuondo Zúñiga Marzo 2011
Escribir este libro sobre la vida y la labor pedagógica de Dulce María Serret supuso varios años de lectura, investigación y consulta. Resultó necesaria la colaboración de muchas personas.
Mi primer encuentro con ella ocurrió entre los años 1956 y 1957, en esa época yo era alumno de una notable profesora de Santiago de Cuba, la señora Aida Casellas de Pereira. Con Aida cursé años de estudio de Piano y, por su sugerencia, mi madre me inscribió como alumno del Conservatorio Provincial de Música de Oriente. Fue así como pasé a formar parte de los alumnos que tenía Dulce María a su cargo. Mi interés por la música se multiplicó entonces y, poco a poco, me sentí atraído por la personalidad de esa magnífica mujer que dejó sus lauros en Europa para dedicarse a la docencia en esta tierra. Durante años he sentido la necesidad de dar a conocer la vida dedicada a la música y a la docencia de esta profesora, que dio lo mejor de sí a muchas generaciones de músicos y que considero ejemplo para la cultura cubana.
Quiero expresar mi enorme gratitud a la doctora Olga Portuondo Zúñiga, quien me pidió la realización de este libro, al igual que a Rafael Duharte Jiménez por su apoyo incondicional.
Un agradecimiento especial a Teresa Gutiérrez Calzado y María Isabel Prado Asef por sus atinadas observaciones, así como a todas aquellas personas que tuvieron que ver con la publicación del libro.
A Nancy Giraudy Rodríguez, de la Oficina del Conservador de la Ciudad; al arquitecto Manuel Odio Garcés, y a Lissette González Giraudy, por su apoyo y su tiempo.
A mis amigos de siempre.
Gracias.
La ciudad de Santiago de Cuba tiene el privilegio de poseer una vasta historia, rica en figuras e instituciones, que la hacen poseedora de reconocimientos incuestionables, obtenidos a lo largo de sus ya casi cinco siglos de fundada, y que contribuyen a enriquecer el patrimonio cultural, a la vez que enaltecen la identidad nacional.
Muchos investigadores, conscientes de la necesidad de rescatar y revalorizar el estudio de las historias locales, han tratado de recoger en sus crónicas parte de estas para una mejor comprensión de aspectos de la ciudad y de los hombres que en ella vivieron, con el propósito de que las generaciones de hoy y de mañana agradezcan el saberlas; sin embargo, una parte de estos trabajos no se conocen por su poca difusión. Corresponde ahora dejar constancia de una figura paradigmática de nuestra cultura, la pianista y pedagoga Dulce María Serret Danger, que se distingue en las primeras décadas de la República por prestigiar con su labor no solo a esta ciudad, sino a nuestro país.
Santiago de Cuba vio nacer y crecer la obra de esta mujer que durante más de medio siglo alumbró a la ciudad y entregó lo mejor de su quehacer artístico y pedagógico; pero, a pesar de ello, no hay una historia escrita que refleje y valore los aspectos significativos sobre ella y que permita conocer mejor su labor, solo recuerdos y algún que otro comentario de la que otrora dedicó tantos años al trabajo educativo para que las sucesivas generaciones pudieran instruirse en el arte de la música.
La figura de Dulce María Serret hoy solo habita en la memoria de los que la conocieron, tal parece que se hubiesen borrado en el tiempo su imagen y las huellas de su obra. De ahí, la necesidad de comprenderla en su contexto para lograr ubicarla en nuestra actualidad sociocultural, para que las nuevas generaciones puedan valorarla en toda su dimensión y conceptuarla como una personalidad de nuestra cultura.
La vida de Dulce María Serret no pertenece a los que tuvieron la dicha de compartir con ella, sino que le corresponde a la posteridad, y es a ella precisamente a quien hay que legársela. Esta es la razón por la cual ponemos este texto en manos del lector, que no pretende en modo alguno historiar las ideas sobre ella, ni mucho menos intenta hacer un estudio de su vida, pero sí reclamar su reconocimiento y militancia pública, y servir de homenaje a quien fuera una de las pedagogas más notables de la ciudad de Santiago de Cuba.
Al fallecer, el 30 de mayo de 1989, tenía noventa y un años. Su pérdida produjo una honda conmoción en el entorno cultural cubano y llenó de duelo el ambiente musical de Santiago de Cuba. La cultura cubana perdió a una de sus más valiosas exponentes, formadora de grandes talentos de la música y a una loable pianista.
Dulce nunca se casó ni tuvo hijos, dejó como legitimario de sus bienes al señor Miguel Vaillant Madaula, primo segundo de ella, quien se mantuvo a su lado buena parte de sus días. El heredero conservó muchos objetos que pertenecieron a Dulce María; entre ellos, las condecoraciones y reconocimientos que recibió por su labor, además de varios álbumes que contienen fotos, documentos y crónicas de viejos periódicos con pasajes de su vida; toda una memoria cuidadosamente recogida y guardada en un armario, ajena por completo al tiempo.
La valía de todo ese material no está en la antigüedad sino en el contenido; es el archivo privado de Dulce María Serret, en espera de ver de nuevo la luz. Estos documentos y fotos, en su mayoría inéditos, fueron depositados en mis manos, sirvieron de base para este trabajo y ofrecieron elementos novedosos que permitieron recuperar una parte de la historia cultural de Santiago de Cuba; un período de interés hasta hoy perdido.
La labor de rescate fue complicada, en parte porque Dulce María Serret llenó toda una época. Esto obligó a realizar un trabajo de investigación que, además de utilizar la información contenida en periódicos, revistas, programas de conciertos, correspondencia y documentos de su archivo personal, se completó con el testimonio vívido de quienes la conocieron y compartieron con ella.
Dos motivaciones, diferentes entre sí y a la vez complementarias, me llevaron a realizar este trabajo; la primera es vivencial: los recuerdos de la que fue mi profesora de la especialidad de Piano y contribuyó en gran parte a mi educación, y la segunda fue el percatarme de la carencia de suficientes estudios valorativos de la figura de Dulce María Serret y su significación para la cultura cubana. Así emerge, a través de las páginas de este libro, su figura y la obra que realizó a lo largo de la vida, sin otro interés que el amor a la música y a su país.
El autor
Reconstruir la vida de esta insigne mujer en la etapa de sus primeros años resultó una tarea difícil y laboriosa, si se tiene en cuenta la carencia de estudios históricos particulares —monografías— que pudieran dar una semblanza de ella. Por otra parte, ya no viven los protagonistas de entonces, solo existen versiones sobre su nacimiento y primeros años, por lo que fue necesario apoyarse en documentos y confrontarlos con otras fuentes, como juicios orales, por ejemplo; sin embargo, a pesar del tiempo transcurrido su figura y su arte gravitan aún en numerosas mentes que la recuerdan con cariño.
A medida que se avanzaba en la búsqueda de información sobre Dulce María Serret, resultó fascinante descubrir en esta figura esa manera tan personal de ver la vida y enfrentarla, siempre con una sonrisa. Al leer y estudiar sus memorias, se comprende mejor el significado de su conducta y se entiende que fue una mujer dotada de una sutil inteligencia, que le permitió encontrar la fuerza para controlar la mirada hacia el pasado y saber mantener el porte erguido y seguro que solo poseen los grandes.
Dulce María Serret guardó celosamente los recuerdos de sus primeros años, nunca hizo referencia a su nacimiento, y hoy nadie puede dar una información certera de quién fue su padre. Solo ella fue la dueña de ese secreto; reconstruir esos primeros años ydesandar por aproximadamente un siglo de la historia de una mujerreservada y seguir un rastro, ha sido una suerte para el investigador.
María Antonia Giraudy, su vecina, la recuerda muy bien, habla de ella como si su imagen estuviera presente. Sintió un gran cariño por Dulce y prueba de ello es su emoción manifiesta al referir:
[…] fuimos vecinas y amigas por más de treinta y cinco años, y ese tema nunca se trató en nuestras conversaciones. Nunca habló con nosotras de sus padres […] Tendría yo ocho años más o menos cuando Dulce se mudó a la casa de San Jerónimo 454, con ella vino a vivir su hermano Antonio y la esposa de este, a la que todos llamaban cariñosamente Pillina. Te voy a decir, su nombre era Esperanza de la Caridad del Corazón de Jesús, pero imagínate, nadie la llamaba así, todo el mundo le decía Pillina. Antonio y Pillina tenían dos niños, José Antonio y Luisito, que tendrían aproximadamente seis y tres años; Dulce quería mucho a sus dos sobrinos, pero José Antonio era la vida de ella, lo consentía y mimaba en todo, creo que volcó en él todas las ansias de ser madre. Esta era su única familia, nunca habló con nosotras de otros parientes. Desde que Dulce se mudó para la casa de San Jerónimo hizo muy buena amistad con mi mamá, por las mañanas siempre la llamaba para brindarle una taza de café… cómo Dulce tomaba café… no te puedo decir cuántas veces al día lo hacía, en su casa el café no podía faltar; mientras conversaban, tomaba varias tazas. Pero… de sus padres nunca habló con nosotras.1