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En este libro autobiográfico, el autor cuenta en primera persona su historia de vida en su Buenos Aires natal a comienzos de la década del 60 del siglo pasado. Con anecdóticas vivencias, repleto de situaciones emotivas, en su recorrido por los caminos de la vida relata los conflictos que tuvo a través de los años y los aprendizajes que obtuvo como consecuencia en la búsqueda a su yo interior. Describe al amor y al desamor con palabras sencillas escritas desde el corazón, cuyo mensaje es inspirar al lector a descubrir el poder de la superación que todos poseemos y la mágica y trascendental influencia que tiene el amor en nuestras vidas.
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Seitenzahl: 144
Veröffentlichungsjahr: 2023
GABRIEL BARBÁ
Barbá, GabrielDurante muchos años... Para toda la vida / Gabriel Barbá. - 1a ed. - Ciudad Autónoma de Buenos Aires : Autores de Argentina, 2023.
Libro digital, EPUB
Archivo Digital: descarga y online
ISBN 978-987-87-4110-9
1. Autobiografías. I. Título.CDD 808.8035
EDITORIAL AUTORES DE [email protected]
AGRADECIMIENTOS
PRÓLOGO
EPÍLOGO
Gracias a la vida.
Gracias por ser parte de mi vida.
Gracias por tu amor.
Mi especial agradecimiento a mi terapeuta Nair Olivera, que con su colaboración y consejo me ayudo en la elaboración de este contenido.
A todos mis amigos que con su aliento, su cariño y su amistad me honran.
A Hugo Copes, mi hermano de la vida, confesor y amigo entrañable.
A mis amados padres, que con su amor y ejemplo forjaron mi esencia.
A mis hijos, Sol, Pablo y Lionel, a quienes les dedico cada una de las palabras escritas aquí con mi más profundo y sentido amor. Los amo.
Y particularmente a María Elena Ferrari, cuyo amor fue mi motivación y fuente de inspiración para realizar este libro, sin su presencia en mi vida yo no hubiera trascendido y evolucionado.
Durante muchos años, me he preguntado qué es lo que motoriza a una persona a escribir, qué hay detrás de las palabras plasmadas y si las mismas son cuidadosamente elegidas o simplemente aparecen, brotan, salpican la hoja de un escritor.
Hoy, pienso en la importancia de abrir las preguntas y creo firmemente que no existe mejor guía que las vivencias de un autor para emprender la reflexión y comprensión de sus producciones. En dicho sentido, este libro, viene con un mapa.
Cada página es una invitación a dar un paseo por la vida de alguien más. Es el ofrecimiento de una serie de memorias, de un conjunto de experiencias cuyo orden cronológico brindará al lector la posibilidad de adentrarse en el mundo del autor e ir creciendo junto a él.
El texto aporta anécdotas y reflexiones que dan cuenta de diversos procesos humanos. Incita a viajar en el tiempo, a repensar la comunicación y a sentir, sin resentir.
Quien lea este libro, se topará con una transmisión desde el corazón y tendrá la oportunidad de atesorar un mensaje de amor para (toda) la vida.
Nair Olivera.
Durante mucho tiempo me preguntaba como comenzar a contar, a describir lo que quiero transmitir; sé que la interpretación de mis palabras a cada uno le va a resonar de distinta manera, pero mi intención es contagiar un mensaje de esperanza, de aliento, para que quien lea mis palabras, encuentre su propia historia y sienta como suya ésta, mi historia, como la de muchos, simple y compleja, alegre y triste, altisonante como es la vida misma.
Por dónde comenzar mejor si no es por la niñez, esa época en que todo nos asombra, en la que la inocencia está a flor de piel. Recuerdo, por ejemplo, las mañanas desayunando tempranito esas ricas tazas de café con leche y el pan con manteca y azúcar que nos preparaba mi vieja, antes de salir para el colegio, y a mi viejo, listo desde temprano para irse a trabajar antes de nosotros ir a la escuela con los guardapolvos blancos y las mochilas llenas de incógnitas, donde la única certeza eran los recreos para jugar con nuestros amigos; recuerdo a las maestras con gran afecto, las que nos enseñaron a sumar y restar, y a conocer las palabras con las que después nos expresaríamos más adelante en nuestras primeras cartitas de amor juvenil.
Sí, obvio, hablo de otra época, de la época en que la tecnología no nos había invadido, donde la fantasía y la imaginación eran los incentivos de mágicos momentos, donde nos convertíamos en nuestros héroes de la pantalla, y libremente jugábamos a interpretar distintos roles sin importar lo chistosos que nos veíamos; éramos felices solo con la idea de volver del colegio y salir a jugar a la pelota o a andar en bicicleta con los chicos del barrio; competencias de carreras donde el premio era una rodilla magullada; qué lindo era el grito de la vieja llamando a tomar la merienda diciendo: “a tomar la leche”, para luego volver a salir a juntarnos con los amigos del barrio, hasta que oscurecía y volvían a obligarnos a entrar a la casa, porque nuestra inocente libertad no nos permitía más que ser rebeldes sin causa y sin horarios.
Qué simple era, en la semana clases y juegos y los fines de semana las reuniones familiares, los asados del domingo o las pastas amasadas por la vieja, interminables charlas de familia, jugar con los primos, reemplazos de los amigos del barrio. No importaba con quién, solo era el hecho de jugar. Qué gratos los recuerdos que vienen a mi mente, tiempos en que la vida era tan simple, después vendrían los cambios, la adolescencia y con ella los amores y desamores, la ilusión de la conquista, también la rebeldía contra los viejos porque ya nos sentíamos “grandes”.
Volviendo atrás en el tiempo, qué linda infancia la de esa época, donde jugar a las bolitas, a la payana o a las escondidas, la mancha venenosa, eran horas interminables de algarabía infinita. Recuerdo las fogatas en el potrero cerca de casa, y el crepitar de las llamas invocando historias y cuentos inventados; los vuelos en el avión improvisado sobre la mesa del patio de casa, con una tabla como alas imaginarias, los días calurosos de verano jugando con mis hermanas a mojarnos con lo que tuviéramos a mano, un balde, una jarra, las bombitas de agua; la época de carnavales jugando con la gente del vecindario, chicos y grandes todos por igual a ver quién ganaba mojando a todos los que podía, batallas de bombitas de agua coloridas; los festejos de carnavales, bailando en las calles del barrio ¡Gloriosa inocencia! Las murgas con los disfraces y las canciones inventadas, el recorrer casa por casa con nuestra música de platillos hechos con tapas de ollas y baldes a modo de tambores, solicitando moneditas a cambio de nuestras serenatas, y guay de quien osara no darnos nuestra propina, se llevaba las canciones del repertorio que teníamos ensayadas para tal ocasión.
Cuántas anécdotas, cuántos recuerdos, y ¿por qué evocar esa época? Porque recordar algo tan lejano en el tiempo y se me viene a la mente algo que de grande aprendí, y es que nunca olvides de dónde vienes, nunca olvides tu origen, sea cual sea, porque ese es tu origen y es parte de lo que eres.
Cómo no evitar emocionarme contando esas historias tan ricas de sentimientos, porque son la esencia de lo que hoy soy, y por lo que acá me encuentro escribiendo en estas palabras, abriendo mi corazón y mi ser, para que entiendan quién fui, quién soy.
Que si hubo momentos malos o tristes sí, por supuesto los hubo y muchos, pesadillas también; recuerdo que una de mis pesadillas infantiles frecuentes eran soñar con arañas, una noche desperté gritando y llorando del susto y mi vieja con su inmenso cariño, sentada al lado mío intentaba consolarme y cobijándome hacía que me volviera a dormir. También hubo retos, por supuesto, porque uno no siempre fue un santo, y los peores eran los de mi viejo, hombre estricto, pero el ser más noble que conocí, mi amado viejo, aún recuerdo sus retos por alguna falta de ortografía o alguna travesura pergeñada durante el día. Su hidalguía fue mi inspiración, mi ejemplo a emular, y mi admiración, por este magnífico ser que tuve la suerte que fuera mi padre. Tantos años que te fuiste a otra dimensión y aún te extraño. Recuerdo a mi abuela, la mamá de mi viejo, y en el momento de su partida las palabras que él dijera, sentados en el patio; aquel fue el momento en que lo vi quebrarse y en el que, por primera vez, lo vi llorar.
Tenía esa impronta de hombre recio pero por dentro era un sentimental, un luchador, hijo de madre soltera, hermano del medio de tres hermanos, aunque solo llego a tercer grado de primaria tenía una caligrafía admirable, fue un auténtico autodidacta, su ingenio de “arreglatutti” lo llevaba a arreglar todo en la casa y también en la de quién lo necesitara, aunque a veces protestaba, sé que en el fondo le encantaba ser servicial con los demás, un trabajador incansable; a pesar de su humilde origen allá en la ciudad de Concordia, en la provincia de Entre Ríos, nunca dejó que nos faltara nada, no hubo lujos por cierto, pero hoy en la distancia del tiempo, sé que me dejó la mejor riqueza que se puede tener y que ningún dinero, ni poco ni mucho, puede comprar, que es la de ser una persona de bien.
Cuesta a veces entenderlo cuando uno es joven y cree saberlo todo, luego la vida te enseña lo equivocado que estabas; yo como casi todo joven tuve la etapa de revelarme en contra de mis padres, pero eso es lo que hacen todos los adolescentes, así dicen los psicólogos, y es así que uno se rebela solo por el hecho de llevarles la contra simplemente, o por creer que mi juvenil razón era mejor que la de ellos, pero como todo neófito de la vida cometí los errores típicos, y los hice sufrir, obviamente que me arrepentí, más hoy siendo padre, puedo comprender los porqués de ese oficio que no se enseña en ninguna escuela y que solo la vida es la que te otorga el título de padre.
Por supuesto que también lo sufrí en carne propia, porque así es la vida, todo vuelve, pero es algo de lo que contaré más adelante. Aún quiero quedarme en esa época de la infancia, que es tan breve y única que solo cuando la madurez nos alcanza nos damos cuenta lo inmensamente valiosa y corta que es.
Aún estoy en los veranos y los carnavales de aquella época, luego, a la llegada del otoño y la caída de las hojas secas y amarillentas de los árboles, también se deshojaba nuestra parra que daba sombra al patio de nuestra casa para dar paso a los tibios rayos de sol otoñales, transformando nuestro patio de juegos. Las tardes se iban acortando a medida que se acercaba el invierno y por las mañanas llegaban las heladas y las orejas rojas por el frío; en el patio de la escuela los recreos estaban repletos de columnas de vapor saliendo de las gargantas de los chicos jugando entre clase y clase, la escarcha en los techos y los charcos de agua congelada, los pantalones cortos y las carreras largas para entrar en calor, antes que la campana sonara indicando el fin del recreo y la vuelta al aula. Cuando evoco esos momentos no dejo de sentir una adorable añoranza, el olor de las aulas, la tiza y el pizarrón, los pupitres de madera firmados con los nombres de sus múltiples dueños, la curiosidad por aprender y el deseo que la tarea para el hogar no fuera tan extensa que nos quitara tiempo para jugar. Recuerdo una frase de mi viejo archiconocida, “los libros no muerden” y era cierto, cuánta razón tenía, desde su humilde experiencia escolar logró que nosotros, sus hijos, pudiéramos progresar en la vida. Mi vieja, que sí había completado la primaria, era la ayudante de nuestras maestras en casa, porque era la que nos tomaba las lecciones, nos ayudaba con las tareas y a ir descubriendo la geografía del mundo y la historia de nuestro querido país, incontables cálculos matemáticos y la manera correcta de escribir; toda una aventura de conocimientos y aprendizajes.
Así los años fueron transcurriendo, entre juegos y la escuela, entre las escarchas de crudos inviernos y las flores de primaveras llenas de mariposas de variados colores; que lindo eran correr a cazar alguna, las más buscadas eran las blancas, y por las nochecitas salir a cazar luciérnagas y colocarlas en frasquitos para ver su luz en la oscuridad. También llegaron las primaveras de los comienzos de la adolescencia, cuando mirábamos con otros ojos a nuestras compañeritas del aula, ya dejábamos de lado a nuestros amigos cómplices de juegos en los recreos para sentarnos al lado de la favorita de la clase, con sonrisas tímidas y torpes, queriendo atrapar la atención de quien no nos daba ni la hora; claro ya éramos preadolescentes, ya cursábamos el último grado escolar, nuestra época de escuela iba terminando, se aproximaba el gran salto de ir a la secundaria, ¿cuál elegir? Bachiller o técnica, disyuntiva de qué futuro elegir, pero si hasta hacía nada éramos unos pequeños gurrumines corriendo en pantalones cortos por el patio de la escuela, y ahora se nos venía inexorablemente el futuro, cuanta incertidumbre y que abrumadora certeza que esa época iba llegando a su final. Ese último año tenía sabor a diferentes vivencias; saber que nuestros amigos y compañeros de aulas emprenderíamos distintos rumbos, era el quiebre de niñez a adolescencia, dejar los guardapolvos y dejar la inocencia de la amistad cultivada recreo a recreo, donde las niñas preferidas, compañeritas de clase, destinatarias de los primeros suspiros de amor se convertirían en mujercitas, y se alejarían dejando su ilusión de amor en el aire.
Nuestra infancia iba a quedar atrás con la última campanada definitivamente, esa en la que reunidos todos, padres, maestros y alumnos, en ese entrañable patio de los recuerdos imborrables, ante el discurso de cierre del ciclo escolar, la directora marcaba intangiblemente el cambio en nuestras vidas; abrazos y llantos de despedidas, promesas de volverse a ver que en la mayoría no se cumpliría.
Qué decir, si aún pareciera que fuese ayer nomás, tan breve pero tan inmensamente feliz, quién diría que los cambios que vendrían a mi vida en los años siguientes serían completamente inesperados. Pero teníamos el verano por delante aún, para irnos de vacaciones y preparar la transición de una época a la otra. Ese verano tenía otra impronta, se palpaba diferente, un gusto a recuerdos recientes y la expectativa de lo que vendría: la secundaria. Algo desconocido para nuestras mentes aún llenas de recreos y aulas repletas de guardapolvos impregnados de interminables horas de aprendizaje. ¿Qué tan diferente podría ser? Conocer gente nueva proveniente de distintos colegios, alguno que otro conocido, pero la gran mayoría todos chicos con las mismas dudas e incógnitas. Mi elección fue la educación técnica, quizás influido por la intriga de descubrir cómo arreglar o construir cosas, de ver a mi viejo en su pequeño tallercito improvisado arreglando con su ingenio desde un ventilador hasta el mango de un sartén, quizás esa fue la semilla que germinó en mi dándome la certeza que esa era la carrera que quería seguir.
Así que ese verano emprendimos unas vacaciones a la provincia de Entre Ríos y a la provincia de Corrientes, a recorrer cual safari de la época en que las rutas eran solo para intrépidos y valientes, y como si fuera poco para esa aventura partimos en un viejo Ford, cargado hasta el tope con todo lo que se puedan imaginar, típico de una caravana al lejano oeste, para ser más gráfico, llevamos ollas, sartenes, carpa de confección casera a la que mi madre dedicara días y días de costura, faroles a querosene y hasta catres para dormir. Que increíble viaje resultó, lleno de anécdotas y lugares maravillosos que hacen admirar a mi país por su belleza. Una de esas anécdotas fue durante una noche en que acampamos a la orilla de un arroyo de agua cristalina y cuando casi todos nos habíamos ido a dormir salvo mi viejo, sentado cerca de la carpa con su caña de pescar en la mano, vio como una víbora rondaba nuestra carpa y como luego se alejaba entre los matorrales, lo que le hizo a mi viejo permanecer toda la noche en alerta, se quedó cual soldadito montando guardia al pie de la carpa, por si llegara a reaparecer algún otro visitante nocturno.
Cuánto orgullo tenía mi padre, aunque no lo demostrara, su rostro lo dejaba ver tan claro; esto era porque con su esfuerzo y el de mi madre, contra toda nuestra escasa economía, habían logrado llevarnos en un viaje de vacaciones, recuerdos entrañables de la familia que habían constituido. Luego vendrían otros viajes, con otras anécdotas, ya más experimentados, por distintas provincias a lo largo de nuestro país y hasta nos llevarían a traspasar la frontera y cruzarnos al Brasil. Todo con el esfuerzo de ellos, mis padres, y creo sin dudas que eso fue algo marcado a fuego en mi memoria, porque con los años, y emulando el lugar que ellos ocuparon en su momento, quise repetir la aventura y mostrarle el mundo a mis hijos; ahora entiendo el orgullo que ellos sintieron, porque también fue mi orgullo.
Volviendo a la cronología del tiempo, esas vacaciones previas a la secundaria se pasaron muy rápido y los preparativos para ingresar a la escuela técnica ya eran una realidad, y al fin el día llegó, con dudas y certezas, dudas de que pudiera aprobar todas las materias nuevas, tan diferentes a las materias que cursábamos en primaria, y la certeza que ya nada de lo anterior sería igual; ya no habría juegos en los recreos, ahora sería aprovechar el recreo para repasar la materia siguiente, y la gran mayoría de las conversaciones rondarían acerca del estudio y la complejidad de tal materia o la rigidez de algún profesor a la hora de las evaluaciones. La gran mayoría de los nuevos alumnos eran buenos compañeros, y una de las cosas que siempre me caracterizó fue la de llevarme bien con la gran mayoría, aunque siempre hay quien te desafía por el motivo que sea, o por simple rivalidad. En la secundaria eso se nota mucho más, en una oportunidad tuve una diferencia con uno de mis compañeros, imposible recordar cuál fue el motivo, seguramente se trató de una medición de fuerzas, cuestión que se terminó dirimiendo a la salida dándonos de trompadas.