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Esta es la historia de un hombre cuya pasión por volar comenzó en su niñez, jugando con un avión de juguete. A lo largo de su vida, enfrentó múltiples desafíos, desde una infancia complicada hasta las dificultades económicas y personales que casi lo hicieron renunciar a su sueño. Sin embargo, su determinación lo llevó a convertir su sueño en realidad, primero como enfermero aeroevacuador y luego como piloto. Este libro es un testimonio inspirador de perseverancia y amor por la aviación, y rinde homenaje a los héroes del aire que han sacrificado todo en su pasión por volar.
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Seitenzahl: 85
Veröffentlichungsjahr: 2024
JAVIER ALFREDO URSO
Urso, Javier Alfredo El camino desde mi niñez hasta el cielo / Javier Alfredo Urso. - 1a ed - Ciudad Autónoma de Buenos Aires : Autores de Argentina, 2024.
Libro digital, EPUB
Archivo Digital: descarga y online
ISBN 978-987-87-5462-8
1. Narrativa. I. Título. CDD A863
EDITORIAL AUTORES DE [email protected]
Capítulo I
Capítulo II
Capítulo III
Capítulo IV
Capítulo V
Capítulo VI
Capítulo VII
El presente libro está dedicado a todas las personas que han colaborado con mi sueño, ya sea ayudando, escuchando, nutriéndolo, a todos los que ya no están, ya que mi sueño duró muchos años, va dedicado también a todos los soñadores como yo, y por supuesto a todos los lectores.
Mi niñez, qué complicado, pero igual llegué al cielo, y voy a contarles cómo.
Tenía unos seis o siete años, recuerdo estar jugando en la casa de mis abuelos maternos, Horacio que era jubilado de la Policía Federal, y Lidia ama de casa, años después me enteré de que era enfermera, los amaba muchísimo, disfrutaba mucho compartir tiempo con ellos, a pesar de no saber e ignorar que el tiempo es una de las cosas más valiosas que tiene esta vida.
Mis abuelos vivían en una hermosa casa, en General Rodríguez, Buenos Aires, llena de plantas, flores, una parra de uvas, mucho parque para poder disfrutar jugando eran dos terrenos grandes, yo les ayudaba con el parque, cortaba el pasto, hacía las ollas de las plantas, cortaba el cerco de ligustrina, lo hacía junto a mi abuelo Horacio, recuerdo una de las tardes que pasaba con ellos, mi abuela Lidia, me enseñó a tomar la presión arterial, como sabiendo que mi destino iba a ser graduarme de enfermero profesional, era mi refugio, los viejos, mi tía Adriana y mi tío Claudio que vivían con ellos me trataban con mucho cariño, mi tía Adriana hasta me llevó un verano de vacaciones a Mar del Plata, viajamos con unas amigas de ella y mi prima Romina que era tres años más chica que yo, fuimos a un hotel que era de un italiano, muy gruñón, se quejaba por todo, si salimos temprano o si llegábamos tarde, pasamos unos días muy lindos de playa, y a la tardecita íbamos a caminar por la peatonal, una de esas tardes, fuimos a un parque de diversiones, y me subí a una nave espacial, para mí era como un avión, me sentía volar, tengo la foto además del recuerdo en mi corazón, con cara de bobis con una chupaleta, ja, ja, ja.
Recuerdo que cuando iba a visitar a mis abuelos yo jugaba con un viejo avión de plástico bastante grande, hoy creo que se trataba de un DC3, al cual le faltaban muchas piezas, las hélices, el tren de aterrizaje, pero sin saberlo sembraba mi sueño de volar, cuya cosecha llegaría 40 años después, en mi joven e inocente imaginación me transportaba, imaginaba que era el comandante, me permitía a pesar de tener unos siete años soñar sin límites, qué hermoso eso… Se los recomiendo, a cualquier edad, recuerden que se dice que todos llevamos un niño adentro, úsenlo.
Hasta ese momento era solo eso, no sabía nada de aviones ni de pilotos.
Les cuento una anécdota de mi abuela Lidia, ella me quería mucho, era su primer nieto, por lo tanto, el preferido, como todos los chicos, siempre tenía problemas para comer, que no quiero, que esto no me gusta, un día me invitó a almorzar, me pareció raro que la mesa estaba puesta solo para mí, ella era muy educada, me invitó a sentarme, y trajo una fuente con puré, me sirvió, luego, trajo otra fuente con carne, la cual también me sirvió dos trozos muy finos en el plato junto al puré, todo esto me seguía pareciendo raro, ya que se sentó en frente de mí a mirar cómo yo almorzaba, terminé mis dos trozos de carne y el puré, enseguida me preguntó:
—¿Gustas más Javi?
—Sí, Abu.
—¿Te gustó?
—Sí, Abu.
—¿Sabes qué era?
—¿No, Abu, qué era?
Me lo dijo con una cara que no me olvido más, “es lengua, ja, ja, ja”. Ella en una de las visitas a mi casa, mi madre me quiso dar lengua para comer, y con un berrinche le dije que no me gustaba, así eran los abuelos antes, hoy me encanta la lengua y no olvidé nunca ese almuerzo con mi abuela Lidia.
La ciudad de General Rodríguez, Buenos Aires en esos días era un pueblo muy chico, era todo campo, era otra época, vivíamos sobre la famosa Gaona Vieja, calle de tierra muy ancha por donde años atrás muchos años atrás, llevaban el ganado por ahí hasta el mercado central para venderlos.
Tuvimos una infancia bastante complicada con mi hermana Silvana, si bien no pasamos hambre, pasamos muchas necesidades más que nada afectivas, mi refugio era sin dudas la casa de mis abuelos, la escuela, y mis amigos inolvidables del barrio, Darío, Martín, Riri, Claudia, Fernando, con ellos pasé mi infancia, todos salvajes profesionales, con ellos andábamos en bicicleta, jugábamos a la bolita, a la pelota, andábamos libres por el barrio.
Recuerdo que estaba jugando y que mi madre me mandó a comprar el pan, era un día lluvioso horrible, mucho barro, en esos días te decían andá y tenías que ir, el almacén del Viejo Ladman quedaba a unas dos cuadras de campo largas, al llegar al almacén, estaban charlando el Viejo Ladman y don Raúl, el borrachín profesional del barrio, todo un personaje, tenía su casa, pero cada tanto amanecía en la zanja, ellos dialogaban sobre la Guerra de Malvinas, que se llevaba a cabo en ese momento, corría el año 1982, recuerdo escucharlos conversar unos minutos antes de que me preguntara el Viejo Ladman.
—¿Qué quieres? Nene.
—¡Un kilo de pan don Ladman!
Le respondí y recuerdo haber visto una foto de aviones Mirage en la tapa de una revista, nunca había escuchado ese nombre, ni visto ese avión, mientras escuchaba su conversación mencionaban los derribos y las muertes de los pilotos de la Fuerza Aérea Argentina, lo que me causó mucha pena, al punto que regresando a mi casa comencé a llorar, por supuesto que llegué todo mojado, nadie se dio cuenta y nadie estaba pendiente de si te pasaba algo o no y como dije antes era otra época.
Al rato, continué jugando con mis autitos de colección, y todo pasó, me olvidé nuevamente de los aviones y de esos pobres pilotos fallecidos.
En esos tiempos nuestra familia se juntaba todos los fines de semana, era una hermosa costumbre que se fue perdiendo con el tiempo, venían muchos parientes de Buenos Aires, recuerdo a la tía Herminia, con su inolvidable vestido floreado y su delantal, era tía de mi padre en realidad, ella nos traía unas golosinas caseras, unos ñoquis o llamados Turdilli italianos, eran tal cual como ñoquis bañados en caramelo y con grageas, deliciosos, esperábamos no se imaginan cómo a la tía, después que nos daba una bolsita a cada uno ya nos olvidábamos de ella, cruel verdad... a pesar de que siempre le preguntábamos cómo los hacía, nunca nos enseñó su receta.
Éramos muchos primos, jugábamos a todo, pero la estrella del domingo era sin dudas un viejo karting a pedal, nos sacábamos los ojos por manejarlo, se armaban cada combate cuerpo a cuerpo terribles, no se imaginan.
Nos juntábamos en la casa quinta de al lado de mi casa, ocho hectáreas, llenas de frutales, y muchísimos árboles, eucalipto, pinos, paraíso, sauces, álamos, olivos, muchos, había otros frutales, quinotos, membrillos, nueces, aceitunas, castañas, naranjas, mandarinas, ciruelos, higos, higos de tuna, lo que se les ocurra ahí estaba, todo eso era un paraíso, en la semana con mis amigos del barrio íbamos a jugar todo el tiempo, jugábamos a “Combate”, que era una serie de guerra de esa época, además un vecino llevaba un pony para que coma pasto y por supuesto no lo dejábamos tranquilo pobre animalito, ja, ja, ja… con mi primo Gustavo lo gastábamos, además mi tío Francisco tenía colmenas, o sea que nos vivían picando las abejas, y acá estamos sobrevivimos, hoy en día ese lugar se transformó en un camping municipal, una lástima, ya que para mí perdió toda su magia, de todas formas, tengo muy lindos recuerdos de esos tiempos.
En uno de esos fines de semana en familia, estaba mi tío Francisco, él era el esposo de Elisa la hermana de mi padre, no tenían hijos, ellos vivían en la ciudad de Los Toldos, nos quería mucho a mi hermana Silvana y a mí, tocaba la guitarra, hasta me llegó a regalar una y enseñarme a tocarla, yo era exageradamente tímido, y él no tuvo la mejor idea de preguntarme en frente de todos.
—¿Javi, qué quieres ser cuando seas grande?
—¡Quiero ser piloto de avión tío, y me quiero sentar en un Mirage!
Créanme no sé cómo, pero le respondí con el alma, sin pensar, con el corazón, nunca se me había cruzado por la cabeza. Aunque con mucha seguridad, hoy pienso que esa pregunta selló mi sueño, mi lejano destino.
Algunos me miraron, algunos comentaron alguna que otra cosa, pero a nadie le interesó mi respuesta, y ahí quedó la cosa.
Como era otra época, como ya mencioné, con mi primo Gustavo, andábamos todo el día por todos lados juntos, juntábamos cobre, aluminio, lo vendíamos y con ese dinero nos íbamos solos a Luján, Buenos Aires, quedaba a unos veinte kilómetros de mi ciudad, al parque de diversiones, nos subíamos a las aerosillas, estaba en el aire, qué lindo y cómo lo disfrutaba, sentía que volaba, también sentía que se me caían las ojotas, y miraba con mucha atención el frágil enganche de la aerosilla, pero el miedo era desplazado por el placer de estar en el aire, de sentir que volaba, el recorrido era de lado a lado del río, luego andábamos en karting, nos subíamos a la montaña rusa, todo solos, ninguno de los dos superábamos los diez años de edad, nos íbamos en tren colados, o sea no pagábamos boleto y nos escapábamos del guarda del tren, éramos unos salvajes, todo eso lo hacíamos solos como les comenté, nadie nos cuidaba, estábamos todo el día sin comer ni tomar agua, ni nadie nunca nos preguntó chicos dónde están sus papás.