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El César es un largo poema de corte político del autor Salvador Rueda. En él, el poeta desgrana de forma lírica una contundente crítica contra el poder, su corrupción y sus tejemanejes en la España de su época.
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Seitenzahl: 52
Veröffentlichungsjahr: 2022
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Salvador Rueda
POEMA
Saga
El César
Copyright © 1898, 2021 SAGA Egmont
All rights reserved
ISBN: 9788726660364
1st ebook edition
Format: EPUB 3.0
No part of this publication may be reproduced, stored in a retrievial system, or transmitted, in any form or by any means without the prior written permission of the publisher, nor, be otherwise circulated in any form of binding or cover other than in which it is published and without a similar condition being imposed on the subsequent purchaser.
This work is republished as a historical document. It contains contemporary use of language.
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A mi patria.
Cantemos al canalla,
cantemos al gran «golfo», al gran bandido,
para quien nunca en la Nación ha habido
sagrado muro ni segura valla.
Cantemos al político eminente;
él es ministro, es dios; ante su frente,
de la que lanza el rayo furibundo
en forma de nocivo pensamiento,
cual si á su empuje lo inclinara el viento,
como un cañaveral se dobla el mundo.
Cantemos su arrogancia,
su cinismo increíble y soberano,
y en nube de suavísima fragancia
su faz envuelva mi incensario de oro
que enciendo sólo ante el altar del justo,
hoy que prorrumpo con la patria á coro:
—¡Salve, César Augusto!
No es un hombre, es un símbolo temido
á quien hay que llamar César tirano,
César infame, César corrompido,
y que en cualquier político partido
se encuentra, sólo con tender la mano.
Síntesis de una idea,
es lo procaz, lo bajo, lo embustero,
lo ruin en la pelea,
locontrario de todo caballero
capa del que á la patria pisotea,
camarada de todo bandolero,
compadre del chanchullo,
compinche del torero,
consocio del borracho,
bandera del orgullo,
escándalo del torpe populacho,
resumen de la turba desalmada
de políticos viles y execrables
que á la Nación, doliente y maniatada,
chupan como vampiros insaciables.
Llámese César, sí; lleva en su mano
el cetro omnipotente
como un inicuo emperador romano;
su ser, es el potente
á quien nada detiene ni avasalla;
si un sensato y severo Presidente
pararlo intenta, de furor estalla;
si le maldice el pueblo, no le escucha
y triunfante prosigue su carrera;
si le provocan á violenta lucha,
tiene las embestidas de la fiera;
no reconoce institución ni reyes
ni más alto poder que su cinismo;
si es preciso romper, rompe las leyes
ó las funde en el molde de sí mismo;
por donde va, cual genio desbordado
que nada noble en arrollar vacila,
su pie todo lo deja profanado
como los cascos del corcel de Atila.
¿Qué importa que la patria rompa en lloro
al ver correr por su sagrada tierra
la sangre de sus hijos con el oro
que juntos traga la insaciable guerra?
¿Qué importa que le arranquen á jirones
su regia vestidura,
desengarzando pueblos y regiones
de la extensión que abarca su hermosura?
¿Qué importa que contemple los millares
de proscritos que salen de sus brazos,
deshechos por la pena sus hogares,
rotos sus corazones en pedazos?
¿Qué importa que la patria, sin amigos,
sin firme apoyo en las distintas razas,
mire inundar sus calles y sus plazas
por bandadas de hambrientos y mendigos?
César jamás su corazón conmueve;
un ministro cual él no escucha el llanto
de una nación que su amargura bebe;
¿Sentir? No es para tanto;
¡que la estatua de un dios nunca dejara
bañarse por un rayo de ternura,
indigno de lo blanco del Carrara
donde está cincelada la escultura!
Para César la patria es sólo un trono
que se ennoblece con sentir su huella
y que lo libra del terrible encono
de la batalla que á sus pies se estrella.
¿Que abajo hay vendavales? Pues que rujan.
¿Que suenan mil lamentos? Pues que suenen.
¿Que crujen las espadas? Pues que crujan.
¿Que truenan las pasiones? Pues que truenen.
El no inclina su frente triunfadora
para mirar la homérica batalla;
no es digna, no, la humanidad que llora
de la augusta atención del gran canalla.
¡Pero ¡ay! si el pedestal la muchedumbre
logra abarcar con sus robustos brazos!
¡Ay, si la estatua rueda de la cumbre
para sembrar las calles en pedazos!
Digna del dictador, allí reunida
ved de Madrid la gente distinguida
que ante un regio palacio se detiene.
¿Hay fiesta en él? La pléyade escogida
de hijos ilustres que la patria tiene,
ocupa la soberbia escalinata
que se cierra por amplios cortinajes,
y en ella se combina ó se desata
el círculo de egregios personajes.
No hay fiesta, no; la muerte silenciosa
allí cerró los ojos de un anciano,
y de tanto hombre insigne, ni uno solo
jamás se honró con estrechar su mano.
Y ¿cómo, entonces, la Nación entera,
representada en forma tan brillante,
va á acompañar á la mansión postrera
á aquel de quien no ha visto ni el semblante?
¿Fué acaso digno de tan gran cortejo?
¿fué un héroe humilde que vivió sin fama?
¿ó ardió, tal vez, el ignorado viejo
del noble artista en la divina llama?
Ni héroe ni artista fué; mas reverente
tras él marcha con baja hipocresía
un séquito tan grande y tan luciente
que un rey para su muerte envidiaría;
y hasta César el cínico, el tirano,
que no respeta nada de la tierra,
inclinando la frente ante el anciano
va detrás de la caja que lo encierra.
No aprisiona esa caja el bendecido
cuerpo de un ser á quien miró de hinojos
el mundo conmovido;
guarda sólo los míseros despojos
del padre desgraciado
de un hombre digno que triunfante lleva,
en forma de Diario portentoso,
el gran poder de dirigir la vida,
de hacer un nombre humilde victorioso,
de hundir á un personaje en lo profundo,
de sentar en el trono á un soberano
y de oprimir con su segura mano
la gran palanca que conmueve al mundo.
¿Quién podrá, por audaz y decidido,
mostrarse á su poder indiferente;
quién que lleve la luz del elegido,
abogado, político eminente,
sabio, artista, varón ennoblecido,
y cuantos sueñen con haber podido
alcanzar un laurel para su frente?
Ante ese gran poder, no hay sólo un hombre,
dentro del modo de vivir humano,
que conserve lo limpio de su nombre
con el intacto honor del espartano.
En la trenza social, ese prestigio