El Dalái Lama - Alexander Norman - E-Book

El Dalái Lama E-Book

Alexander Norman

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Beschreibung

La primera biografía autorizada del Dalái Lama - una historia alternativamente inspiradora e impactante -de un aclamado erudito tibetano, con un acceso privilegiado al tema de su libro. El mensaje de paz y compasión del Dalái Lama se hace sentir en personas de todo tipo de fe y en las que no tienen ninguna. Sin embargo, debido a toda su fama en todo el mundo, suele mostrarse evasivo. Por fin, Alexander Norman - un aclamado erudito en la historia del Tíbet, formado en Oxford - ofrece la biografía definitiva, única e inolvidable. El Dalái Lama narra una increíble odisea desde un remoto pueblo tibetano hasta su posición mundial como líder espiritual y político de una de las tradiciones culturales más profundas y complejas del mundo. Norman revela que aunque El Dalái Lama nunca se ha sentido cómodo con su situación política, ha sido un jugador astuto - durante un tiempo respaldado por la CIA - que se ha movido en medio de una violencia generalizada, que incluye situarse en el centro de un peligroso cisma del budismo. Sin embargo, aún más sorprendente que la acción política - Norman nos convence -, se encuentra la extraordinaria práctica espiritual del Dalái Lama, basada en la magia, la revelación y la profecía, cuyos detalles quedan iluminados por primera vez en este libro. Una reveladora historia vital de uno de los líderes mundiales más radicales, carismáticos y queridos de nuestra época.

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Alexander Norman

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Los editores no han comprobado la eficacia ni el resultado de las recetas, productos, fórmulas técnicas, ejercicios o similares contenidos en este libro. Instan a los lectores a consultar al médico o especialista de la salud ante cualquier duda que surja. No asumen, por lo tanto, responsabilidad alguna en cuanto a su utilización ni realizan asesoramiento al respecto.

Colección Espiritualidad y Vida interior

EL DALÁI LAMA

Alexander Norman

1.ª edición en versión digital: octubre de 2022

Título original: The Dalai Lama. An Extraordinary Life

Traducción: Juan Carlos Ruíz

Maquetación: Juan Bejarano

Corrección: TsEdi, Teleservicios Editoriales, S. L.

Diseño de cubierta: TsEdi, Teleservicios Editoriales, S. L.

Maquetación ebook: leerendigital.com

© 2020, Alexander Norman (Reservados todos los derechos) © 1990, Tenzin Gyatso, His Holiness, The Fourteenth Dalai Lama del Tíbet para los extractos de la obra Freedom in Exile: The Autobiography of the Dalai Lama de Tenzin Gyatso.

(Reservados todos los derechos)

© 2022, Ediciones Obelisco, S.L.

(Reservados los derechos para la presente edición)

Edita: Ediciones Obelisco S.L.

Collita, 23-25. Pol. Ind. Molí de la Bastida

08191 Rubí - Barcelona - España

Tel. 93 309 85 25 - Fax 93 309 85 23

E-mail: [email protected]

ISBN EPUB: 978-84-9111-942-5

Reservados todos los derechos. Ninguna parte de esta publicación, incluido el diseño de la cubierta, puede ser reproducida, almacenada, trasmitida o utilizada en manera alguna por ningún medio, ya sea electrónico, químico, mecánico, óptico, de grabación o electrográfico, sin el previo consentimiento por escrito del editor.

Diríjase a CEDRO (Centro Español de Derechos Reprográficos, www.cedro.org) si necesita fotocopiar o escanear algún fragmento de esta obra.

Índice

 

Portada

El Dalái Lama

Créditos

Un comentario sobre el idioma y la ortografía

Mapa del Tíbet cultural

Introducción: Hotel Waldorf Astoria, Nueva York, agosto de 1989

PARTE I: UNA PROFECÍA CUMPLIDA

1. Los esfuerzos del Gran Decimotercero

2. Un místico y un profeta: La regencia establecida

3. Nace un niño

4. La perspectiva desde el lugar del tigre rugiente: La religión sin nombre del Tíbet

5. «Solitario y un tanto triste»: Un rehén en todo excepto en el nombre

PARTE II: EL TRONO DEL LEÓN

6. De vuelta a casa: Lhasa, 1940

7. Niñez: Dos látigos con mango de caña

8. Problemas en Shangri-La: Maldad e intriga en el techo del mundo

9. La perfección de la sabiduría: La formación superior de un monje budista tibetano

10. «¡Mierda para su día de campo!»: Invasión china, 1949-1950

11. Dentro de la guarida del dragón: El Dalái Lama en China, julio de 1954 - julio de 1955

12. La tierra de los dioses: la India, noviembre de 1956 - marzo de 1957

13. «¡No vendáis al Dalái Lama por dólares de plata!»: Lhasa, 1957-1959

PARTE III: LIBERTAD EN EL EXILIO

14. Sobre el lomo de un dzo: El vuelo hacia la libertad

15. Abriendo los ojos de una nueva conciencia: Allen Ginsberg y los «beats»

16. «No podemos obligarte»: Revolución Cultural en el Tíbet, dura realidad en la India

17. «Algo más allá del entendimiento del pueblo tibetano»: «El libro amarillo» y la Diosa Gloriosa

18. De «Rangzen» a «Umaylam»: La independencia y la estrategia del camino intermedio

PARTE IV: BODHISATTVA DE COMPASIÓN

19. Cortando la cabeza de la serpiente: Reacción y represión en el Tíbet

20. «Un espíritu nacido de oraciones perversas y que rompe juramentos»: El asesinato de Lobsang Gyatso

21. El Tíbet en llamas: Los Juegos Olímpicos de Pekín y su repercusión

22. El juego mágico de la ilusión

Epílogo y agradecimientos

Los catorce Dalái Lamas

Glosario de nombres y términos clave

Bibliografía

Para mis hijos:

M.R.N.

E.A.N.

T.F.H.N.

Un comentario sobre el idioma y la ortografía

La mayoría estaría de acuerdo con que el alfabeto tibetano, en cada una de sus formas, es altamente atractivo para el texto. Sin embargo, su uso en un libro como éste no dirigido a especialistas es impensable. Además, el método de transcripción estándar (Wylie) en caracteres europeos, aunque representa el tibetano con exactitud, produce unos resultados igualmente confusos para el lector en general. ¿Quién podría adivinar que bstan ‘dzin rgya mthso (el nombre del actual Dalái Lama) se pronuncia «Tenzin Gyatso»?

Teniendo en cuenta esta dificultad, ofrezco la forma fonética (a menudo ideada por mí) para todas las palabras y nombres tibetanos. Cuando aparecen más de una vez –en la mayoría de los casos–, los he incluido en el glosario del final del libro, junto a la transliteración correcta de Wylie.

También merece la pena comentar que el tibetano utiliza diversas tonalidades, por lo que palabras que son fonéticamente similares pueden tener un significado totalmente distinto. Curiosamente, las palabras para «hielo», «mierda» y «gordo» se pronuncian exactamente igual, excepto por el registro de su tonalidad.

INTRODUCCIÓN

Hotel Waldorf Astoria, Nueva York,

agosto de 1989

Al aproximarme a la recepción, anuncio mi propósito.

«Estoy buscando al señor Tenzin Tethong, secretario privado de Su Santidad el Dalái Lama».

Bajo el brazo, llevo el borrador de la autobiografía del Dalái Lama, Freedom in Exile [«Libertad en el exilio»], en la que he estado trabajando los últimos meses.

La recepcionista me mira sin comprender. Tal vez sea mi fuerte acento inglés.

«¿Señor queeé?», pregunta alargando las palabras.

Tres décadas después, una respuesta así es inimaginable. Al ser una de las personas más fácilmente reconocibles del mundo, el Dalái Lama llena los campos de deporte desde Sídney hasta Sao Paulo, desde Oslo hasta Johannesburgo. Con unos veinte millones de seguidores en Twitter, el Dalái Lama tiene más que el papa, y su presencia en Internet sigue creciendo. Ha recibido el Premio Nobel de la Paz, la Medalla de Oro del Congreso y, el galardón más valioso de todos, el Premio Templeton por el progreso espiritual. Tiene en su haber llaves de ciudades y títulos honoríficos demasiado numerosos para enumerarlos. Su imagen adorna relojes de pulsera y salvapantallas, mientras su página en Amazon ofrece detalles de más de doscientos libros a él atribuidos como autor. Las ventas de sus títulos se mueven entre varios millones. Sin duda, el Dalái Lama es uno de los personajes públicos mejor conocidos y más queridos de nuestra época.

No obstante, a pesar de su superestrellato actual, pocos saben mucho sobre el Dalái Lama o sobre la cultura que representa. Y de lo que se conoce, una gran parte se malinterpreta. Por ejemplo, muchas personas suponen que el Dalái Lama es un líder religioso, una especie de papa budista. Pero, a diferencia del papa, que declara su autoridad sobre todos los sacerdotes y prelados de la cristiandad, el Dalái Lama no tiene jurisdicción sobre ningún otro lama o monje. Tampoco es el jefe de su tradición de fe en particular, ni es el líder de ninguno de los subgrupos que hay en esa tradición. De hecho, ni siquiera es abad del monasterio del que es miembro. Por ello, cuando dice –tal como hace a menudo– que es «sólo un sencillo monje budista», el Dalái Lama no está siendo típicamente modesto. Dice sin rodeos la verdad. Los Dalái Lamas –de los que el actual es el Decimocuarto– siempre han sido sólo simples monjes budistas, aunque el Gran Quinto Dalái Lama fue uno de los hombres más poderosos de Asia, y a pesar de que los Dalái Lamas siempre han sido venerados por personas mucho más allá de la Tierra de las Nieves (como llaman los tibetanos a su país).

Sin embargo, desde una perspectiva política, los Dalái Lamas han sido cualquier cosa excepto personas normales. Empezando por el Gran Quinto, han sido –al menos en teoría– líderes temporales de una población cuyo país tiene el tamaño de Europa occidental, que se extiende sobre más de dos mil cuatrocientos kilómetros desde la frontera con Pakistán por el oeste hasta China por el este, y casi mil seiscientos kilómetros desde Mongolia por el norte hasta India, Nepal y Birmania por el sur. Pero no es bien sabido que, en 2011, el actual Dalái Lama renunció a su derecho a liderar su pueblo como jefe de Estado, en favor de un seglar elegido democráticamente. A consecuencia de esto, la oficina del Dalái Lama actualmente es sólo una oficina de enseñanza. No obstante, esto tiene mucho sentido: la palabra lama es la traducción al tibetano de la palabra sánscrita gurú, un guía espiritual.

Junto con estos malentendidos, la imagen del Dalái Lama como un santo que sonríe en todo momento no hace justicia ni al Dalái Lama como persona ni a la tradición que representa. Pasa por alto sus logros extraordinarios en el establecimiento de una comunidad de exiliados que actualmente es de un cuarto de millón de personas. Pasa por alto cómo ha podido unir a un pueblo anteriormente muy dividido por fronteras geográficas, tribales y sectarias. Pasa por alto cómo, al hacerlo, ha abierto la institución del Dalái Lama a todos los tibetanos de una forma que no se vio nunca antes. Pasa por alto sus reformas políticas. Pasa por alto sus notables logros como persona que combina el estudio y la práctica: él es, sin duda, uno de los maestros más dotados y sabios del budismo Vajrayana que ha habido en el siglo pasado. Pasa por alto la asombrosa influencia que el Dalái Lama ha tenido en la configuración del mundo moderno. Y, por encima de todo, pasa por alto una de las culturas más extraordinarias que se han desarrollado sobre la faz de la tierra, y la complicada historia, a menudo turbulenta, que ha generado.

Por ello, al escribir este libro he intentado sobre todo explicar los actos del Dalái Lama en el contexto de la historia y la cultura de la tradición tibetana, y es por esta razón por lo que he expuesto con cierto detenimiento las circunstancias de cómo nació y llegó a su fin la regencia que gobernó el Tíbet hasta que el Dalái Lama fue adulto. Sin algunos datos sobre qué es y de dónde procede el Dalái Lama, probablemente no comprenderemos el nivel de sus logros y malinterpretaremos la enormidad de los retos a los que ha hecho frente.

En particular, espero demostrar cómo las motivaciones del Dalái Lama le han llevado a actuar del modo en que lo ha hecho: estas motivaciones estuvieron determinadas por su conocimiento de la tradición tibetana. Yo tomo como punto de partida que lo que le ha inspirado principalmente es el voto de bodhisattva que adoptó a la edad de quince años. Movido por la compasión, se comprometió a dirigir todos sus pensamientos, palabras y hechos para el beneficio de todos los seres sintientes, en su búsqueda para superar el sufrimiento. La historia de la vida del Dalái Lama puede entenderse como una enseñanza que muestra, desde la perspectiva de la tradición, qué es realmente la compasión y cómo esta interpretación de la compasión se desarrolla en el mundo de cada día.

Sin embargo, aquí debería decir algo sobre las palabras «tradición» y, especialmente, «tradición tibetana», tal como las uso en este libro. Cuando afirmo que el Dalái Lama ejemplifica la tradición tibetana, adopto el término para hacer referencia a lo que se hereda o transfiere de una generación a otra, no sólo las prácticas habituales de muchos tibetanos conforme pasa el tiempo, sino también el cuerpo de ideas y creencias vinculado a estas prácticas. Cuando, por ejemplo, digo que, de acuerdo con la tradición tibetana, hay muchos infiernos, algunos calurosos y otros congelados, estoy diciendo que así sucede de acuerdo con la perspectiva de la mayoría de creyentes ortodoxos dentro de la tradición. No pretendo afirmar que todos los tibetanos de todos los lugares hayan creído siempre esto, sólo que la mayoría lo han hecho y lo siguen haciendo.

Al mismo tiempo que hago este comentario sobre la tradición, debería insistir también en que, en lo relativo a la tradición religiosa tibetana, hay un budismo con acentos locales, por llamarlo de algún modo, pero no hay nada que sea un budismo tibetano específi­camente. Desde la perspectiva tibetana, el budismo conservado dentro de esta tradición es la forma superior y más completa de budismo, aunque algunas de sus enseñanzas y prácticas otros las consideren heterodoxas.

Debido a mi interés por situar al Dalái Lama en el contexto de la cultura y la historia tibetanas, presentando su biografía como una lección viviente de lo que, desde la perspectiva de su tradición, es ser realmente compasivo, he tenido menos interés en narrar lo que dice el Dalái Lama. Tanto sus enseñanzas espirituales como sus ideas políticas están registradas en los cientos de libros y los muchos miles de horas de vídeo y grabaciones de voz que se han efectuado durante sesenta años, desde que se exilió. Éstas son las fuentes a las que deberían recurrir los interesados en la filosofía espiritual y política del Dalái Lama.

En lo referente a cómo es en realidad el Dalái Lama, considero secundaria esta cuestión en comparación con lo que significa el Dalái Lama; no sólo por lo que dice, sino también por lo que hace. Hay que hablar algo sobre los detalles personales, pero en mi opinión eso dice mucho menos sobre el hombre que el hecho de que, por ejemplo, entre sus compromisos religiosos se incluyan algunos que ciertas autoridades, incluso del interior de su propia escuela gelug, consideran peligrosamente erróneos. El modo en que el Dalái Lama interpreta y configura la tradición tibetana y, especialmente, donde se aleja de ella, es, en mi opinión, más revelador y, desde una perspectiva histórica, más significativo que cuál es su programa de televisión favorito o cuáles son sus aficiones. Para que conste, sus preferidos son los programas sobre la naturaleza –es un fan de David Attenborough–, mientras que en lo relativo a sus aficiones, aunque se muestra menos activo que anteriormente, ha sido un entusiasta horólogo aficionado y sigue teniendo un gran interés por el jardín que rodea su residencia.

Después de decir esto, puesto que he tenido el enorme privilegio de trabajar con el Dalái Lama en tres de sus libros más importantes, incluida su (segunda) autobiografía, debería intentar dar al menos una respuesta a la pregunta de cómo es él como persona.[1] La mejor forma en que creo que puedo contestar es relatando el comienzo de una conversación que tuve con él hace varios años. Le dije que mi esposa me había reprendido recientemente diciéndome que era una vergüenza, después de conocer a Su Santidad durante más de un cuarto de siglo, que yo no pudiera mantener con él una conversación formal en su propio idioma. Tuve que admitir que ella tenía razón, me dije, y por eso, le comenté, debería disculparme.

«Bueno, si fuera por eso», contestó en su inglés con marcado acento familiar, «soy yo quien debería disculparse. ¡Llevo aprendiendo tu idioma desde el año 1947!».

Con esas pocas palabras quedan resumidas la gracia, la humildad y la bondad del hombre.

Conocí al Dalái Lama en Dharamsala, su lugar de exilio en la India, en marzo de 1988, cuando fui a entrevistarle en nombre de la revista londinense Spectator. Hubo una cosa en ese primer encuentro que en aquel momento me sorprendió, que me pareció algo extraña y que desde entonces parece ser profética. Cuando entré en su sala de audiencias, sólo tuve tiempo suficiente para ver que la habitación estaba vacía antes de darme cuenta de que el Dalái Lama estaba de pie casi directamente delante de mí. No fue como si él hubiera estado allí todo el tiempo y de repente yo le viera; mi impresión fue más bien que había surgido literalmente de la nada.

Algo parecido ocurrió aproximadamente un año después, pero se supone que esto es una biografía, no una autobiografía. Basta con decir que una gran parte de nuestro trabajo, que tuvo lugar a lo largo de los años, a partir de entonces se realizó mientras el Dalái Lama se encontraba lejos de su lugar de exilio y viajando: en los Estados Unidos, Dinamarca, Italia, Alemania, Francia, Reino Unido y en otros lugares de la India. Esto me ha permitido verle en varias situaciones distintas, de las que he obtenido algunas observaciones que quizás merezca la pena contar.

Por ejemplo, sé que es meticuloso –sus uñas siempre están cuidadosamente recortadas–, aunque no es ostentoso en lo referente a cómo viste. Sus ropas son de buena calidad, pero no de la mejor. Sus zapatos son robustos y están bien cepillados, pero de origen respetable y no lujosos. Rupert Murdoch –un magnate de los medios de comunicación y no un moralista– en cierta ocasión llamó al Dalái Lama un «astuto y viejo monje con mocasines de Gucci». Estaba equivocado. El Dalái Lama normalmente lleva Hush Puppies, nunca Gucci. En su casa usa chanclas.

Es verdad que el Dalái Lama tiene debilidad por los relojes buenos, pero no tiene una colección de ellos. Lleva un Rolex de oro sin adornos. Invariablemente regala cualquiera que ya no utilice. En realidad, yo tengo uno de ellos (que le regaló otra persona). Es un sencillo Jaeger-Le Coultre Memovox de acero inoxidable con una alarma mecánica (que sin duda le gustaba), que llevó un tiempo durante la década de 1960.

Aunque es todo lo contrario de extravagante en términos de posesiones, el Dalái Lama ha admitido tener una naturaleza que le induce a comprar cosas curiosas. Cuando era niño, compraba todos los animales que podía destinados al sacrificio, hasta el extremo de que sus oficiales se quedaban sin sitio a fin de mantenerlos. Como adulto, en más de una ocasión visitó centros comerciales durante su primer viaje a los Estados Unidos, en 1979. Su tutor, Ling Rinpoché, le recomendó que no hiciera compras innecesarias; sin embargo, por lo que yo sé, raramente se le ha visto en locales de venta al público desde entonces. No utiliza ordenadores, así que no compra por Internet. En cambio, su comportamiento extravagante –si de verdad lo es– actualmente se limita a dar dinero, sobre todo a causas humanitarias. Cuando ganó el Premio Templeton, en 2012, inmediatamente donó la mayor parte de los casi dos millones de dólares que había ganado a la Fundación Save the Children.[2] Lo hizo como tributo a la generosidad de la ayuda prestada a los refugiados tibetanos en los primeros tiempos del exilio.

En privado, el Dalái Lama se preocupa por las necesidades de los demás y, por ejemplo, te pregunta si prefieres café, en caso de que sólo se sirva té. Se asegura de que haya frutos secos o galletas disponibles, además del dri churra (un queso duro y seco del Tíbet) al que es aficionado. Baja las persianas para que no te dé el sol en los ojos. Tal vez pregunte si lo que estás bebiendo está demasiado caliente o demasiado frío, y ajusta la calefacción o el aire acondicionado. Si le parece que puede mejorarse la disposición de la sala para ofrecer una audiencia, hará que el personal mueva los muebles hasta quedar satisfecho. Recuerdo una ocasión, durante los primeros días en que nos conocimos, en la que le encontré moviendo sillas en su habitación del hotel, preparando una conferencia de prensa.

El Dalái Lama come bastante, aunque esto se debe en parte a que, como monje ordenado, tal vez coma sólo dos veces al día, y nunca después de mediodía, aunque tal vez decida hacerlo si le invitan a almorzar mientras se encuentra en el extranjero, y puede que tome también una galleta o dos a primera hora de la tarde si ha tenido un día especialmente difícil. En lo relativo a la dieta, no es exigente. En principio tiende al vegetarianismo, pero, debido a enfermedades y al consejo de los médicos, come carne sin escrúpulos, aunque no hay duda de que reza por el bienestar tras la muerte de todas las criaturas que consume.

En lo relativo a cubrir sus propias necesidades, a veces bromea al decir que no sabría preparar una taza de té. Tampoco cocina y, aparte de ayudar a hacer khabse (galletas de año nuevo) en las cocinas del palacio de Potala cuando era muy joven, rara vez se le ha visto dentro de una cocina. Sin embargo, por lo menos cuando era más joven, con gusto hacía fuego. Pero siempre ha limitado lo que hace para sí mismo, al estar desde su primera niñez rodeado de personal y ayudantes. De estos, dirige una pequeña comunidad. En su casa hay unos diez, incluidos cocineros y ordenanzas. Tiene cuatro o cinco asistentes personales, todos ellos monjes, además de una serie de empleados que, por su edad, cumplen sólo las tareas más ligeras y se quedan con él simplemente como amigos. Es a esta pequeña comunidad a la que se dirige para conversar y recrearse al final del día. En términos de personal de oficina, se dividen en la sección tibetana y la sección inglesa, y la mayoría de ellos, aunque no todos, son seglares. Da empleo a cuatro (desde los dos que tenía hasta hace poco) secretarios privados principales, a los que a su vez ayuda un pequeño número de subordinados. Aunque el Dalái Lama designa a estos hombres él mismo (y, en consideración a su estado monacal, todos son hombres), sus nombres los propone para él la Administración Tibetana Central. Juntos forman sus ojos y oídos más allá de los confines del Ganden Phodrang, como se conoce a su oficina central (del mismo modo que la administración de Washington se conoce como «la Casa Blanca»). Por supuesto, también escucha con detenimiento lo que le cuentan los visitantes, y tiene familia y amigos de los que recibe noticias.

Si está menos informado de lo que debería respecto a un tema determinado, se deberá a que la gente que le rodea, por cualquier motivo, no le han informado al nivel que deberían. Tal vez de forma inevitable, debido al pequeño grupo de personas en las que tiene que confiar, esto ocurre algunas veces.

Además de su personal permanente, hay un gran número de escoltas. En casa, al Dalái Lama lo cuida un contingente del ejército de la India, aparte de su seguridad tibetana. En cuanto a sus relaciones con éstos, mantiene una cierta formalidad, excepto con los más veteranos, pero también tiene en cuenta sus necesidades. Siempre tiene palabras amistosas con quienes vigilan de noche, cuando sale para dar su paseo a primeras horas de la madrugada. (Tiene la costumbre de pasear fuera, o por pasillos de hoteles, en cuanto reza sus primeras plegarias). Y cuando viaja, siempre emplea algún tiempo en charlar con quienes le ayudan.

Se presta mucha atención al sentido del humor del Dalái Lama. A menudo he pensado que el humor tibetano es bastante parecido al inglés: rápido, sencillo con frecuencia y con un toque de ironía y absurdidad.[3] El mejor éxito que he tenido con un chiste fue con uno muy inocente sobre un ratón. Sin embargo, nunca le contaría una historia soez. Él probablemente consideraría extraño que hiciera tal cosa cualquier persona que no pertenezca a su familia o colegas más cercanos. Pero no es un aguafiestas. En cierta ocasión me preguntó sobre la boda de un joven oficial tibetano a la que yo había asistido: si alguien se había emborrachado. Al decirle que sí, no expresó desa­probación en absoluto. Cuando supe que, además de programas sobre la naturaleza, a veces veía un episodio de la eterna serie de comedia inglesa Dad’s Army, le envié una recopilación, pero no sé si la vio alguna vez. También incluí una película de Míster Bean, ya que pensé que le gustaría.

Aunque no es ceremonioso –le disgustan bastante los formalismos y cualquier clase de simulación–, el Dalái Lama es consciente de la dignidad de su condición. En una ocasión en que no pude conseguir un kathag, el pañuelo de seda que se acostumbra a llevar en las reuniones, no dudó en regañarme. En otra ocasión cometí una de esas meteduras de pata que me parecían inocuas como extranjero, pero que debió causar una seria transgresión. De nuevo me señaló mi error, pero con amabilidad. Sin embargo, no creo que lo hubiera hecho si no me conociera tan bien. Demuestra sensibilidad hacia los sentimientos de los demás. Dicho esto, a veces hace algún comentario ingenuo que deja de piedra a la gente. Recuerdo haber oído que regañó riéndose a un escritor por tener uñas «que parecían garras».

El Dalái Lama también es afectuoso por naturaleza y a menudo toca a las personas. Finge dar a los amigos en broma un cachete en la parte posterior de la cabeza. Coge tu mano y la retiene, o frota su mejilla con la tuya, o acaricia tu barba. El hecho de tocar es una característica que comparte con su predecesor, el Gran Decimotercer Dalái Lama, quien, después de escapar de una compañía del ejército chino que le perseguía, huyendo por las montañas hacia el vecino Sikkim, fue recibido con éxtasis por la población, cada uno de acuerdo con sus costumbres. Algunos hacían una reverencia, otros le saludaban, otros se colocaban boca abajo, pero había tres pequeñas niñas escocesas montadas en ponis –su padre era un misionero local– que se introdujeron en la procesión que le seguía. Cuando redujo la velocidad para dar las gracias a la multitud, ellas saltaron y corrieron hacia delante para esperar al Dalái Lama junto a la casa de invitados del gobierno, donde iba a alojarse. Cuando llegó a ella, el Gran Decimotercero se detuvo sin hablar para pasar sus dedos por los rizos dorados de Isa Graham, «cogiéndolos entre el dedo índice y el pulgar, tal como se tocan las ropas de seda para comprobar su calidad y textura».[4] Desapareció en el interior del edificio, pero salió un momento después para tocar de nuevo su cabello mientras la multitud susurraba.

Al considerar estas características personales, es vital que no perdamos de vista el hecho de que el Dalái Lama es un monje antes que cualquier otra cosa, y un monje con enormes responsabilidades ceremoniosas. El punto débil de una biografía como ésta es que no puede evitar dar la impresión de que la vida del biografiado consta por completo de sus actos públicos. Sin embargo, en el caso del Dalái Lama, en realidad es su vida interior la que resulta más importante. Por ello es esencial que el lector tenga en cuenta el compromiso total con su vocación monacal. Cada día al amanecer, sin falta, comienza con al menos tres horas de rezo y meditación. Cada noche, sin falta, concluye con una hora, o más, de lo mismo. Y durante el día reza y estudia hasta el grado que se lo permite su agenda, con mucha frecuencia incluyendo mientras come. Cuando se encuentra en un lugar de retiro, que realiza durante largos períodos de tiempo, de hasta tres semanas al menos una vez al año, pero también durante períodos más cortos de unos pocos días, en muchas ocasiones en el transcurso del año, aumenta su compromiso (levantándose a las 3 de la madrugada, en lugar de a las 4:30) y limita su participación en asuntos mundanos a una o dos horas cada día, siempre que le resulta posible.

Ya he mencionado mis problemas con la lengua tibetana. Aunque manejo funcionalmente el idioma, también utilizo un diccionario o la buena ayuda de alguna persona amable, excepto con los textos más breves y básicos. No obstante, de algún modo esto ha sido una bendición. Ha significado que me he aproximado más a un número de amigos tibetanos que podría haber sido mayor si yo fuera más autosuficiente. Esto ha servido como recordatorio constante de que yo escribo en calidad de extranjero, como un observador, echando un vistazo.

Se puede decir que es un defecto menor que yo no sea budista. Me ha permitido hacer preguntas y tener pensamientos que de lo contrario habrían sido más difíciles, si no imposibles. Pero, por esta misma razón, no tengo duda de que algo de lo que digo aquí parecerá impertinente y posiblemente incluso irreverente, aunque no pretendo escribir nada impertinente ni irreverente. También es posible que parte del material resulte doloroso a algunos de mis lectores. En relación con esto, me da ánimos el mismo Dalái Lama, quien, en muchas ocasiones, ha hablado sobre la necesidad de valorar los hechos de forma imparcial y equilibrada. Creo que lo he logrado; sin duda, ése ha sido mi objetivo en todo momento.

LOS ESFUERZOS DEL

GRAN DECIMOTERCERO

Resulta tentador comenzar nuestra historia con el primer sábado de julio de 1935, cuando, según el calendario gregoriano, nació el actual Dalái Lama. Y no obstante, hacerlo conllevaría ignorar el contexto de ese nacimiento. De algún modo, sería más preciso empezar con la noche del 17 de diciembre de 1933 y las circunstancias en torno a ella, cuando el Gran Décimo Tercero Dalái Lama «retiró su espíritu al paraíso Tushita» –donde viven todos los que están a punto de conseguir la Iluminación–, como la santa tradición expresa el asunto. La muerte del anterior Dalái Lama es lo que precipita el nacimiento del siguiente, aunque, como en este caso, suceda que transcurre un plazo de más de nueve meses entre los dos acontecimientos.

No obstante, hay también una razón para comenzar con el nacimiento del Primer Dalái Lama, puesto que, después de todo, se considera que cada encarnación comparte el mismo continuo mental. Pero, además de necesitar una extensa digresión histórica, esto sería problemático. Resulta que el Primer Dalái Lama en realidad fue el Tercero. Lo que sucedió fue que un lama de nombre Sonam Gyatso fue llamado por Altan Khan (un descendiente de Gengis) a Mongolia, donde se conocieron en 1578. Altan, el nuevo hombre fuerte del centro de Asia, buscaba una forma de dar legitimidad a su Gobierno, y Sonam Gyatso, como uno de los lamas de más renombre del momento, parecía ser precisamente la persona que le pudiera proporcionar respetabilidad. Por consiguiente, Altan, en el idioma de aquella época, concedió al tibetano una serie de importantes títulos, y uno de ellos le nombraba Dalái Lama. La palabra dalai es simplemente una tibetanización de la palabra mongola para «océano», que a su vez traduce la segunda mitad del nombre de Sonam Gyatso. No obstante, puesto que Sonam Gyatso era de hecho la tercera encarnación de un linaje vinculado con Drepung, el mayor monasterio del Tíbet, la conclusión es que en realidad debía ser el Tercer Dalái Lama.

Sin embargo, hay una complicación añadida. Además de ser el tercer ejemplar del linaje de Drepung, también se considera que Sonam Gyatso fue el cuadragésimo segundo de un linaje ininterrumpido que se remontaba a la época del Buda histórico, que vivió durante el siglo V a. C. Éste es el linaje que vincula a los Dalái Lamas con Chenresig, el Bodhisattva de la Compasión, que se creía que se manifestaba en la Tierra. Y sin embargo a este linaje en sí mismo le antecede otro que vincula a Chenresig con un joven príncipe que vivió hace 990 eones. ¿Cuánto tiempo es un eón? Se dice que un discípulo le hizo al Buda la misma pregunta. Éste contestó con una analogía: supongamos que hubo una gran montaña de roca, de once kilómetros de ancho y once kilómetros de altura, una masa sólida sin grietas. Al término de cada cien años, un hombre la limpiaba con una fina tela de Benarés. Esa gran montaña se erosionó y le llegó su final antes de un eón. Parece evidente que, en cuanto comenzamos a introducirnos en la historia del Dalái Lama, nos vemos enfrentados con las preguntas más profundas. En efecto, resulta que, en lo que se refiere al actual Dalái Lama, tenemos ante nosotros no simplemente la biografía de un hombre, sino la historia de un ser que, desde la perspectiva de su tradición, se ha perfeccionado y purificado de todo tipo de corrupción mediante la realización de innumerables buenos actos, durante incontables vidas, y que se manifiesta aquí en la Tierra no por su propio bien, sino para el de todos los demás. Además, ésta es una historia en la que el pasado remoto es sólo otro día y los asuntos sobrenaturales son tan reales como los naturales, y tan cerca como la puerta siguiente.

Por tanto, para entender al Dalái Lama debemos intentar tener una concepción del mundo tal como lo ve la tradición tibetana: no como algo que comenzó con un simple momento de Creación ni como algo en que todas las cosas se podrían expresar en última instancia como una serie de fórmulas matemáticas, un mundo de átomos y electrones, protones y neutrones. Ni siquiera deberíamos pensar en él como un mundo explicable en términos de cantidad y probabilidades. El mundo, tal como se entiende a través de la lente de la tradición tibetana, no comenzó con una gran explosión que envió a la Tierra para que girase entre galaxias, sistemas solares y un espacio en continua expansión. El mundo, según la tradición tibetana, no tiene comienzo. Ciertamente, el mundo que vemos en torno a nosotros no existe debido a las partículas atómicas o subatómicas, sino por el karma acumulado de innumerables seres sintientes, a lo largo de eones de tiempo.

Por tanto, permítasenos empezar nuestra historia no con el nacimiento del actual Dalái Lama, o Lhamo Thondup (la h de Lhamo y de Thondup pueden ignorarse sin problemas, mientras que la T de Thondup es dura, casi una D), tal como el Decimocuarto fue conocido al nacer, ni con la muerte de su predecesor. Ignoremos las convenciones y comencemos en su lugar con una sencilla instantánea de la visita del Decimotercer Dalái Lama a un pueblo del extremo este del Tíbet, un bonito día de la primavera de 1907.

Volviendo del pequeño monasterio de Shartsong, el Preciado Protector –es uno de los epítetos con los que los tibetanos conocen normalmente a todos los Dalái Lamas– se retiró a la cima cubierta de hierba de una colina cercana junto con su compañero de aquel día, Taktser Rinpoché. (Takser significa, literalmente, el Lugar donde Rugió el Tigre. Rinpoché, un título honorífico que se aplica a la clase más alta de monjes, pero también a determinados lugares y objetos, significa algo como el Precioso). El Rinpoché, quien había tomado su nombre del pueblo que se encontraba debajo, era el lama más importante de aquella región, situada en el extremo más lejano de la provincia del noreste de su país, conocida por los tibetanos como Amdo.

Hemos crecido acostumbrados a la idea de los estados-nación con fronteras claramente definidas, pero, durante la mayor parte de la historia, la separación entre pueblos –incluso los de etnias distintas– nunca fue tan definida. Desde la perspectiva de China, en aquella época Taktser y sus alrededores se encontraban firmemente dentro de la provincia de Qinghai. Pero, desde la perspectiva tibetana, durante la mayor parte de un milenio (aproximadamente desde el siglo VII hasta el XVII), el pueblo formaba parte del Tíbet, indudablemente. Y, aunque en la época de la visita del Gran Decimotercero, China había reafirmado su control sobre la región, la mayoría de la población local seguía siendo tibetana.

Después de comentar favorablemente la belleza natural del paisaje, el Dalái Lama expresó su deseo de visitar el pueblo de Taktser. Así, después de un almuerzo en el campo, el Gran Decimotercero visitó en persona cada casa. Allí, se cuenta, deleitó a los propietarios entablando conversación con ellos y haciendo innumerables preguntas sobre sus vidas. Tan emocionado estaba un habitante que posteriormente cogió parte de las cenizas del fuego en el que se cocinó el almuerzo del Dalái Lama y las enterró en el patio que había delante de la casa de la familia.

Al término de su visita, el Preciado Protector anunció que se había enamorado de ese pequeño y hermoso valle, y prometió regresar algún día. Lamentablemente, nunca lo hizo. O al menos no lo hizo en calidad de Decimotercer Dalái Lama. Pero fue allí donde, veintiocho años después, nació el actual Dalái Lama, en la familia delante de cuya casa permanecían enterradas aquellas cenizas.

Las circunstancias de esa profética comida, allá por el año 1907, difícilmente fueron propicias. Fue un momento de la historia en que el Imperio chino de la dinastía Qing se aproximaba a su extinción, mientras el Imperio británico, aunque en su momento cumbre en términos de poder y prosperidad, pronto iba a desvanecerse tras la vorágine de la Primera Guerra Mundial, generando un vacío que sería ocupado por los terrores gemelos del nacionalismo fascista y el comunismo. En aquel momento, el líder tibetano se había exiliado de Lhasa, su capital. Tres años antes, las tropas británicas dirigidas por el coronel Francis Younghusband, por la fuerza de las armas, habían llegado al centro del Tíbet, lo que hizo que el Dalái Lama escapara hacia el norte, a Mongolia. Esta invasión, de la que puede decirse que fue una de las hazañas bélicas menos gloriosas de la larga historia del Imperio británico, se había llevado a cabo a consecuencia del rechazo del Gobierno del Dalái Lama al reconocimiento del protectorado británico sobre Sikkim, un pequeño reino budista situado entre el Tíbet y la India. En realidad tenía más que ver con la paranoia británica por el creciente poder de Rusia. Eso y el sueño que tuvo uno de los consejeros más cercanos al Gran Decimotercero sobre una federación pan-budista en el centro de Asia, que unía a Mongolia, el Tíbet y otras tierras budistas bajo el liderazgo espiritual del Dalái Lama y la protección militar del Imperio ruso.

Este consejero era Agvan Dorjieff, cuyo extraño nombre debió parecer excepcionalmente siniestro a los oídos de los británicos de aquel entonces. Cuando, cerca del cambio de siglo, fue evidente para los ministros de la reina Victoria que Dorjieff tenía vínculos personales con el propio zar, surgió la convicción de que se debía hacer algo. Se hicieron preguntas en el Parlamento.[5] La gente escribió a los periódicos exigiendo alguna acción, mientras Lord Curzon, virrey de la India, empezaba a conspirar. Para él era esencial que el Tíbet fuera una zona amortiguadora neutral entre el Imperio ruso y la frontera septentrional del Imperio británico.

La campaña militar subsiguiente fue tan rápida como brutal. La primera acción tuvo lugar el 31 de marzo de 1904, y tuvo como consecuencia el gasto, por parte de los británicos, de 50 vainas de metralla,[6] 1400 rondas de ametralladora y 14 351 rondas de disparos de rifle, con ninguna baja por el lado británico, pero con 628 tibetanos caídos. Entre los muertos se encontraban dos generales y dos oficiales-monje. Incluso Younghusband admitió que había sido una masacre. Sin embargo, sí admiraba la tranquilidad y tenacidad de los tibetanos bajo el fuego. Por su parte, los tibetanos se sorprendieron no sólo de la potencia de fuego de los invasores inji, sino también de su código de conducta en la guerra. Nunca antes habían visto que sus heridos fuesen atendidos en hospitales de campaña enemigos, y a los prisioneros capturados solamente se les desarmara y se les diera cigarrillos y una pequeña cantidad de dinero antes de ser liberados.[7]

Menos de una quincena después, Younghusband acampó fuera de la enorme fortaleza de Gyantse, que se encontraba a tan sólo unos días de Lhasa, caminando. Desde allí lanzó un ultimátum al Dalái Lama, concediendo al líder tibetano tiempo hasta el 12 de junio para enviar negociadores competentes, o proseguiría su marcha. Aunque no estaban interesados en conquistar, lo que querían los británicos, además de derechos comerciales beneficiosos, era obligar a los tibetanos a aceptar la presencia británica en el Tíbet, de forma que pudieran vigilar y, si fuera necesario, comprobar las acciones militares que demostraran ser perjudiciales para la India, la joya de la corona de su imperio.

En cuanto al Dalái Lama, él y su consejo de ministros, el Kashag, decidieron negarse a entablar contacto hasta que el ejército invasor se retirase. La carta de Younghusband, sellada y adornada con cintas al mejor estilo imperial, y llevada a Lhasa por un prisionero recientemente liberado, volvió sin ser abierta varios días después. Los tibetanos calcularon que, independientemente de lo poderosos que fuesen los británicos, nunca podrían tomar la fortaleza de Gyantse. Los furiosos protectores del Buddhadharma (la doctrina o Vía del Buda) se encargarían de ello. Pero Gyantse cayó en poco tiempo y Younghusband prosiguió su marcha. Designando apresuradamente a un oficial monástico veterano como regente, el Dalái Lama huyó al norte, en dirección a Mongolia. Al menos podía estar seguro de que su correligionario de allí, el Lama Jetsundamba, le ofrecería asilo y protección hasta que pudieran librarse de los británicos.

Sin embargo, el recibimiento efectuado al Dalái Lama por el personaje religioso más veterano de Mongolia fue poco generoso. La biografía oficial del Gran Decimotercero habla sobre una disputa cuando se reunieron acerca de la altura relativa de los tronos de los dos hombres, pero también queda documentado que el Dalái Lama quedó horrorizado al descubrir que el mongol, en contra de las reglas de la tradición monástica, se había casado, bebía y era adicto al tabaco. Incluso tuvo la insolencia de fumar en presencia del Dalái Lama.[8] Ésa fue una gran ofensa. Sin embargo, el Dalái Lama fue obligado a permanecer en el cuartel general del jerarca mongol en Urgya (actualmente Ulán Bator) por un tiempo.

Cuando, en septiembre de aquel año, Younghusband se retiró de Lhasa, los tibetanos se mostraron tan sorprendidos como aliviados. Parece ser que esperaban que tomaran por completo el poder, según el modelo de invasiones anteriores del Tíbet por parte de los mongoles y los manchúes, por turnos.[9] Pero el alivio se convirtió en consternación cuando se hizo evidente que los británicos insistieron en que el Dalái Lama debía permanecer en el exilio.

Por tanto, el Gran Decimotercero se quedó en Urgya otro año. Uno de los pocos europeos que se reunieron con él en aquella época fue un explorador ruso, que nos ofrece una descripción del comportamiento del Dalái Lama durante su conversación. Era –declara– «una persona de gran tranquilidad». El Dalái Lama «solía mirarme directamente a los ojos, y en cada ocasión en que se cruzaban nuestras miradas, sonreía ligeramente y con gran dignidad». Sin embargo, «cuando se hablaba de los ingleses y su expedición militar, su expresión cambiaba. Su cara se nublaba de pena, bajaba la vista y su voz se quebraba de emoción».[10]

Mientras tanto, en China, Cixi, la emperatriz viuda, se mostraba igualmente abrumada por la captura británica de Lhasa. «El Tíbet», escribió ella, «ha pertenecido a nuestra dinastía durante doscientos años. Es una región enorme, rica en recursos, que siempre ha sido codiciada por los extranjeros. Recientemente, tropas británicas han entrado en ella y han obligado a los tibetanos a firmar un tratado. Estamos ante circunstancias siniestras… Debemos evitar más daños y salvar la situación actual».[11] Cuando, un año después, liderada por los monjes del monasterio de Batang, tuvo lugar una rebelión contra la presencia china en Kham, la segunda de las dos provincias del este del Tíbet, ella tomó esto como una señal y envió un ejército a las órdenes de uno de sus generales, Zhao Erfeng. Esto demostraría ser el último proyecto importante de la dinastía Qing, exhausta por aquella época.

La rebelión de Khampa tuvo lugar en 1905, dos años antes de la visita del Preciado Protector a Shartsong. En ese momento había una pequeña avanzadilla china en el municipio de Batang, que se encuentra entre fértiles llanuras regadas por la parte superior del río Yangtsé. Se había establecido después de la invasión de la zona central del Tíbet por parte de mongoles descendientes de Genghis Khan, cuando los tibetanos pidieron ayuda al emperador manchú de China. La consecuencia involuntaria, pero inevitable, de esto fue que el Tíbet cayó bajo la influencia del imperio Qing.

Sin embargo, desde la perspectiva de los tibetanos, la relación entre ellos mismos y la dinastía Qing se consideraría en términos de la relación entre el Dalái Lama y el emperador reinante. A los ojos de los tibetanos, el acuerdo no era político. Era más bien una relación espiritual por la que el jerarca tibetano y el emperador chino eran sacerdote y jefe, respectivamente. Esto era evidente en la relación entre Rolpai Dorje, un lama de alto estatus y cercano al Séptimo Dalái Lama, y el emperador por entonces, a quien ofrecía enseñanzas espirituales. (El emperador y el Dalái Lama nunca se conocieron; la relación se realizó, de este modo, mediante representantes).

Entender cómo funciona esta relación sacerdote-jefe desde la perspectiva tibetana es vital para entender cómo concibieron los tibetanos lo que a primera vista parece una simple entrega de la soberanía a los chinos, al principio bajo la dinastía Yuan y después de nuevo bajo la dinastía Qing. Para hacer eso, es importante ser conscientes de que, desde sus primeros días, el budismo ha sido una religión de renuncia. Para empezar, sus enseñanzas las conservaron y las propagaron hombres célibes, y posteriormente mujeres, que vivían en comunidades situadas en bosques, apartadas de la «civilización». El Buda especificó que sus seguidores tenían que ser mendigos, pedir pan en lugar de elaborarlo. Esto significó que dependían de otros para su supervivencia, una dependencia que, cuando se difundió la religión y evolucionó la tradición de la vida comunitaria en monasterios, generó la necesidad de un apoyo a gran escala. Éste lo proporcionaron las familias nobles que habían despertado ante la verdad de las enseñanzas budistas. Pero, aunque la sangha, o comunidad monástica, dependía materialmente de este apoyo, se sabía que quienes lo proporcionaban dependían de igual forma de la sangha para su bienestar espiritual. Y puesto que, según el análisis budista, el bienestar espiritual tiene preferencia sobre el bienestar material, la sangha tuvo, al menos en teoría, prioridad sobre la casa real, aunque, por supuesto, la comunidad religiosa no podía sobrevivir sin su apoyo.

Cuando actualmente el Gobierno chino señala los vínculos históricos entre China y el Tíbet, y afirma que éstos muestran que el Tíbet es –y ha sido durante mucho tiempo– una «parte inalienable» de China, se contemplan sólo los acuerdos políticos por los que, entre otras cosas, el emperador situó allí sus tropas. Ignoran por completo la dimensión espiritual, que para los tibetanos es de una importancia mucho mayor.

Dicho esto, cuando los monjes del monasterio de Batang se alzaron contra las tropas chinas en 1905, se les podía haber acusado de romper unilateralmente el tratado al liderar una masacre atroz. En efecto, son tan monstruosos los informes sobre las atrocidades que cometieron que parece difícil creer que no son exageradas. Sin embargo, las fuentes, aunque fueran diversas, son tan acordes que es evidente que no exageran.

El levantamiento no sólo tuvo como objetivo a los chinos, sino también a una pequeña misión dirigida por dos sacerdotes franceses de la Iglesia católica romana. Los sacerdotes y sus conversos fueron todos asesinados. Posteriormente, la agitación se difundió por el país vecino. Esto incluyó un pequeño puesto de comercio chino-tibetano en el que se había establecido otra comunidad de misioneros, y que en aquel momento dirigían otros dos sacerdotes franceses. Junto al «hospitalario y venerable»[12] jefe de la misión en aquel momento, estaba el famoso botánico y buscador de plantas George Forrest. Al oír que la guarnición china cercana había sido «aniquilada casi por completo», los tres extranjeros, junto con su pequeña comunidad de conversos, huyeron por la noche. Al día siguiente, a uno de los sacerdotes le dispararon, «acribillado con flechas envenenadas… los tibetanos corrieron inmediatamente y acabaron con él con sus enormes espadas de doble empuñadura». El resto del «pequeño grupo, de unas ochenta personas, fue derribado uno por uno, o bien capturado, y sólo lograron escapar catorce». Uno de los que casi logró escapar a sus atacantes, un grupo de unos treinta monjes, fue Père Dubernard, el otro sacerdote, pero…

… al final se escondió en una cueva… Sus captores le rompieron los dos brazos por encima y por debajo del codo, le ataron las manos tras la espalda, y en ese estado le obligaron a volver caminando al lugar mancillado de [la misión]. Allí le ataron a un poste y le sometieron a la humillación más brutal; entre las menores de sus heridas se contaron la extracción de su lengua y sus ojos, y la amputación de sus orejas y su nariz. Permaneció en ese horrible estado durante tres días, en el transcurso de los cuales sus torturadores le rompían cada día una articulación de sus dedos de las manos y los dedos de los pies. Cuando estaba a punto de morir, le trataron de la misma manera que [a sus compañeros sacerdotes], y se distribuyeron partes de los cuerpos entre los diversos lamaseries [monasterios] de la región, mientras que las dos cabezas se clavaron en lanzas sobre el monasterio de la ciudad.[13]

Quienes estaban a cargo de la misión católica creyeron que las atrocidades siguieron instrucciones específicas del propio Dalái Lama, pero esto parece extremadamente improbable, puesto que conocemos la actitud del Gran Decimotercero hacia la pena capital y la práctica de la mutilación. Aceptaba que la pena capital fuera en determinadas circunstancias una necesidad lamentable,[14] pero en unos de sus primeros decretos la había reservado sólo para los delitos de traición. También decretó la abolición de la mutilación, y, aunque permitía los azotes, prefería una justicia restaurativa siempre que fuera posible. En cierta ocasión ordenó que un oficial deshonrado plantara mil sauces, y en otra, que la parte culpable arreglase un tramo de carretera.

Por tanto, lo que nos indica la destrucción de la misión católica y el intento de matar a Forrest es que los monasterios se regían por sí mismos. También nos indica que si nuestra imagen del Tíbet preco­munista consiste en monjes meditando tranquilamente en los místicos refugios de sus retiros de montaña, debemos revisarla. Pero el levantamiento de los monjes también destaca gráficamente el intenso sentimiento que los tibetanos tenían hacia la intervención externa, ya sea que procediera de misioneros que querían predicar el evangelio o de chinos que querían «pacificarlos». Todos y cualquiera de los intrusos eran mal recibidos. Su motivo principal era proteger el Buddhadharma, del que temían –correctamente, como se demostró después– que fuera dañado si se admitía a extranjeros (es decir, no budistas) en su país. En efecto, cuando los primeros misioneros cristianos llegaron a Lhasa, allá por el siglo XVIII, tuvieron una calurosa acogida. Su moralidad personal y su interés entusiasta por el budismo los recomendaban como valiosos buscadores espirituales. Sólo poco a poco el sangha llegó a darse cuenta de que, a pesar de su cordialidad, su elevada cultura y su simpatía manifiesta hacia los pobres, esos extranjeros no estaban sólo interesados en aprender sobre el budismo, sino que en realidad intentaban destruirlo mediante las conversiones.

En Batang, el amban –o gobernador– chino tuvo un destino parecido a los misioneros.[15] Los monjes de un monasterio cercano lograron capturarlo y, después de arrancarle la piel, la rellenaron con hierba y la mostraron por toda la ciudad, para utilizar después esta desagradable imagen en primer lugar en un ritual para alejar al diablo, y posteriormente para practicar su puntería dentro del monasterio, antes de pisotearla finalmente.

Cuando el general de la emperatriz viuda llegó a la región, comenzó enseguida la represión. Al desear que los tibetanos le temieran, ordenó inmediatamente meter a tres prisioneros en una caldera de «agua fría, atados de manos y pies, pero con las cabezas fuera del agua».[16] Después «se encendió fuego bajo la caldera y el agua llegó a hervir lentamente». Algunos prisioneros «tenían aceite sobre su piel y los quemaron vivos». A otros les cortaron las manos, que se enviaron a modo de advertencia a aquellos de los que procedían. A otros les cogieron y, atándoles los brazos y las piernas a yaks…, se rompieron en pedazos».

Al informar a la población de que desde ese momento deberían considerarse súbditos del emperador Qing, el general Zhao ordenó no sólo que llevaran ropas chinas, sino también que los hombres adoptaran la odiada coleta manchú, y que abandonaran el tradicional moño khampa. Éste, a menudo elegantemente entrelazado con hebras de lana teñida de rojo, les hacía «parecer demonios vivos»,[17] según él. La presencia del carnicero Zhao, apodo que le pusieron rápidamente, «sólo consiguió que la confusión fuera peor»,[18] según el informe de Forrest, y pasó casi un año, y muchas más atrocidades, antes de que Zhao lograra establecer la paz. Le costó todo ese tiempo someter a los tres mil monjes del monasterio Chatreng Sampeling, que habían tomado las armas con especial ferocidad. Pero, cuando por fin se rindieron, no tuvo ningún reparo en ejecutarlos a todos.

Inesperadamente, Zhao tuvo aliados entre la población local del Tíbet. Según un testigo, «para ganarse el favor de los chinos»,[19] miembros de la población del Tíbet hicieron que a una gran cantidad de sus propios compatriotas les decapitaran. «Caían cabezas todos los días, y muchos cuerpos permanecían tirados por las calles de Batang, con los que a veces los perros se daban un banquete. Nadie se atrevía a tocarlos ni a enterrarlos, por miedo a que les considerasen amigos de los muertos y que a su vez los condenaran a muerte».

En el momento en que Zhao había completado su «pacificación» de Kham, el Dalái Lama, muy preocupado por las noticias que le llegaban del sur, especialmente la indicación de que el general había reforzados las botas de sus soldados con páginas de escrituras arrancadas de los libros sagrados de los monasterios, había abandonado su alojamiento hostil de Urgya y se había mudado al monasterio de Kumbum, a unos ochocientos kilómetros al norte de Batang y sus alrededores. Kumbum era especialmente importante para el Preciado Protector debido a su relación con Je Tsongkhapa. Éste había sido el fundador de la escuela gelug, de budismo reformado, a la que habían pertenecido todos los Dalái Lamas. Kumbum también era, como sigue siendo, el centro religioso más importante de Amdo, que albergó en su mejor época a varios miles de monjes.

Por una notable coincidencia, John Weston Brooke, un explorador inglés, y el reverendo Ridley, otro misionero, estaban presentes en Kumbum el día de finales de octubre de 1906 en que llegó allí el Dalái Lama. Al describir el acontecimiento, nos informan de que el séquito del Dalái Lama fue precedido por una banda de música china que hacía un ruido «terrible» y «diabólico» al aproximarse a Kumbum, «cinco o seis hombres… tocando música y llevando un paso que no consistía en caminar ni en correr. Se vestían como querían, tocaban como querían y andaban como querían».[20] Detrás de estos músicos venían los mensajeros imperiales, con el mismo desor­den, seguidos por escoltas tibetanos «vestidos con abrigos maravillosos, largos y de color amarillo, y con curiosos sombreros hechos de madera dorada, montados sobre duros y vitales ponys… De repente», informan, «un tibetano con aspecto distinguido salió galopando de la multitud y gritó “koutou” a quienes observaban todo esto». Los ingleses se bajaron de sus ponys, pero «se negaron a hacer más, así que [el oficial tibetano] nos dejó que nos dirigiéramos a los chinos, quienes se mostraban indiferentes, se reían y decían cosas desagradables».

A Ridley y Brooke se les concedió una audiencia con el Preciado Protector, aunque difícilmente se pudo considerar un éxito. Se sintieron incapaces de convencerle de que los británicos eran, como afirmaba Ridley, «personas amables», y menos aún de que si «se dirigiese a la India, se reuniese con ellos y les conociera, no le importaría que fueran a su país».[21] En su lugar, Brooke afirmó que «nunca había visto una cara tan severa y desprovista de emociones como la del Dalái Lama».

La descripción parece injusta. Era demasiado esperar que el Preciado Protector fuese totalmente amable, ya que, como ingleses, los dos visitantes representaban al enemigo que había quitado el trono al jerarca tibetano. Además, sabemos por los comentarios de otros visitantes europeos, que el Gran Decimotercero de ningún modo era inflexible. Años después tuvo una extraña amistad con el oficial político británico para Sikkim, Sir Charles Bell, quien confirma la expresión habitualmente severa del Dalái Lama, pero comenta también la «sonrisa de bienvenida que suavizaba sus rasgos»[22] cuando se reunían para hablar.

El Dalái Lama se quedó en Kumbum más de un año. Como si las terribles noticias de los saqueadores y pisoteadores de escrituras de Zhao en el sur no fueran suficientes, el Gran Decimotercero también tenía que luchar contra la falta de disciplina que encontró en la propia comunidad monástica de Kumbum. «Muchos monjes», nos cuentan, «se dedicaban a beber, fumar y apostar».[23] Por ello, él asumió la tarea de renovar el respeto por el vinaya, el código monástico que regula la vida espiritual y administrativa de la sangha. El Dalái Lama también estimuló la faceta académica de la vida monástica de Kumbum, prestando especial atención al dominio del debate por parte de los monjes. Esto podría haber causado resentimiento, ya que habitualmente los monasterios se resistían con firmeza a cualquier interferencia, sin importar de quién procediera. Pero tan grande era el prestigio del líder tibetano, así como su magnetismo personal, que tuvo éxito sin enemistarse con sus anfitriones. En efecto, tan profunda era la devoción hacia él que, día tras día, durante su estancia en Kumbum, recibió innumerables peregrinos de todas partes, y todos solicitaban una audiencia con él. Con mucha frecuencia daba su bendición a multitudes de miles de individuos, a la vez que a los monjes que le visitaban les ofrecía enseñanzas e iniciaciones espirituales, con lo que ordenó a muchos cientos de personas. Aunque es cierto que algunos de los oficiales de Kumbum se quejaban del coste de mantenerlo, durante todo el tiempo que estuvo con ellos el Gran Decimotercero disfrutó de la mayor estima de la población local.

Ciertamente, el tiempo que el Dalái Lama pasó en la mayor de las fundaciones religiosas de Amdo no fue del todo deprimente. En cualquier caso, es agradable pensar en él disfrutando por lo menos de algún descanso respecto de sus numerosas dificultades cuando prosiguió su peregrinaje al monasterio Shartsong esa bonita primavera y se detuvo para dar su bendición al pequeño pueblo de Taktser.

UN MÍSTICO Y UN PROFETA:

LA REGENCIA ESTABLECIDA

La promesa del Gran Decimotercero de volver algún día a Taktser fue debidamente recordada por sus oficiales, y después, sin duda, totalmente olvidada. Se conservó parte de su relación con el pueblo cuando, en su madurez, al Preciado Protector se le pidió que confirmara la identidad de la nueva encarnación de su amigo Taktser Rinpoché, que había muerto recientemente. Hizo esto, y el chico ingresó en el monasterio de Shargtsong. Pero el tiempo que pasó entre la visita del Gran Decimotercero a Taktser en 1907 y su reencarnación allí en 1935 estuvo tan lleno de incidentes que no es de extrañar que fuera mucho más tarde cuando alguien observó la importancia de su promesa de regresar.

De igual modo, no fue hasta muchos años después cuando alguien se dio cuenta de la importancia de otro acto aparentemente trivial del Gran Decimotercero. En algún momento durante el año 1920, cuando estaba teniendo lugar el trabajo de reparación del ala este del palacio Potala –el magnífico lugar, de mil habitaciones, del Gobierno, y la residencia principal de los Dalái Lamas–, el Gran Decimotercero dio instrucciones para que pintaran un pájaro azul en la pared de una escalera que conducía al lado norte de la Habitación del Oeste, en el piso superior. También ordenó que pintaran un dragón blanco en la pared que daba al este.[24]