El diario del Che en Bolivia. Noviembre 7, 1966 a octubre 7, 1967 - Ernesto Guevara de la Serna - E-Book

El diario del Che en Bolivia. Noviembre 7, 1966 a octubre 7, 1967 E-Book

Ernesto Guevara de la Serna

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La presente edición coincide con la publicación que en 1968 realizó por primera vez el Instituto del Libro de Cuba. Por su relevancia histórica se han añadido las páginas que no aparecieron en la primera edición, las cuales fueron retiradas por los Servicios de Inteligencia del gobierno boliviano como medida de seguridad. Los días incluidos son los siguientes: enero (4, 5, 8 y 9); febrero (8 y 9); marzo (14); abril (4 y 5); junio (9 y 10); y julio (4 y 5). Además, el texto de la primera edición fue cotejado y revisado con los facsimilares por la compañera Aleida March, pudiendo aclararse algunos términos y palabras que aparecieron como ilegibles.

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Seitenzahl: 363

Veröffentlichungsjahr: 2024

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Quedan rigurosamente prohibidas, sin la autorización escrita de los titulares del Copyright, bajo la sanción establecida en las leyes, la reproducción parcial o total de esta obra por cualquier medio o procedimiento, comprendidos la reprografía y el tratamiento informático, y la distribución de ejemplares de ella mediante alquiler o préstamo público. Si precisa obtener licencia de reproducción para algún fragmento en formato digital diríjase a CEDRO (Centro Español de Derechos Reprográficos, www.cedro.org) o entre la web www.conlicencia.com EDHASA C/ Diputació, 262, 2º 1ª, 08007 Barcelona. Tel. 93 494 97 20 España.
Primera edición, 1968

Segunda edición, 1997

Tercera edición, 2001

Cuarta edición, 2004

Quinta edición, 2007

Primera reimpresión, 2009

Sexta edición, 2017

 

 

Edición: Zayda González Amador y Pilar Jiménez Castro Revisión editorial: Gladys Hernández Herrera Diseño de cubierta: Santiago Ramírez Pérez Composición digitalizada: Oneida L. Hernández Guerra

Conversión a ebook: Grupo Creativo Ruth Casa Editorial

 

 

© Sobre la presente edición: Editorial de Ciencias Sociales, 2024

 

 

ISBN 9789590625480

 

 

Estimado lector, le estaremos muy agradecidos si nos hace llegar su opinión, por escrito, acerca de este libro y de nuestras ediciones.

 

 

INSTITUTO CUBANO DEL LIBRO Editorial de Ciencias Sociales Calle 14, no. 4104, Playa, Ciudad de La Habana, [email protected]

 

Índice de contenido
Nota Editorial
Prefacio
Una introducción necesaria
El Diario del Che en Bolivia
1966 noviembre
1966 diciembre
1967 enero
1967 febrero
1967 marzo
1967 abril
1967 mayo
1967 junio
1967 julio
1967 agosto
1967 septiembre
1967 octubre
Partes militares
Instrucciones para los cuadros destinados al trabajo urbano
Comunicado No. 1 Al pueblo boliviano
Comunicado No. 2 Al pueblo boliviano
Comunicado No. 3 Al pueblo boliviano
Comunicado No. 4 Al pueblo boliviano
Comunicado No. 5 A los mineros de bolivia
Glosario
Testimonio gráfico

Nota Editorial

La presente edición del Diario de Bolivia de Ernesto Che Guevara coincide con la publicación que en 1968 realizó por primera vez el Instituto del Libro de Cuba.

Por su relevancia histórica se han añadido las páginas que no aparecieron en la primera edición, las cuales fueron retiradas por los Servicios de Inteligencia del gobierno boliviano como medida de seguridad. Los días incluidos son los siguientes: enero (4, 5, 8 y 9); febrero (8 y 9); marzo (14); abril (4 y 5); junio (9 y 10); y julio ( 4 y 5).

Además, el texto de la primera edición fue cotejado y revisado con los facsimilares por la compañera Aleida March, pudiendo aclararse algunos términos y palabras que aparecieron como ilegibles.

Cuenta con un Glosario de nombres, pseudónimos y apelativos aportado por la edición publicada por Ocean Sur y el Centro de Estudios Che Guevara y que están referenciados en el texto. Agradecemos la colaboración de estas entidades por contribuir a esta edición en homenaje al 50 aniversario de la caída en combate del Guerrillero Heroico y sus compañeros.

MAPA DE BOLIVIAMOSTRANDO LA ZONA DE OPERACIONES GUERRILLERAS

 

ZONA DE OPERACIONES GUERRILLERAS

 

 

Prefacio

Confiscada por los militares bolivianos, en la última hoja de una agenda verde, con fecha 7 de octubre de 1967, apenas se puede leer por la difícil caligrafía de su autor: «Se cumplieron los 11 meses de nuestra inauguración guerrillera sin complicaciones, bucólicamente […]». Estas palabras no parecen de ningún modo el epílogo de la epopeya heroica que se describe en este Diario, no se percibe ni el más mínimo dejo de desánimo, de pesimismo, de derrota; por el contrario, parece un principio, el prólogo.

Santa Cruz, Bolivia, 1967

I

Casi un año de intensa contienda ha pasado; recientemente, por una delación, ha caído en una emboscada en Vado del Yeso el grupo de Joaquín; el cerco sobre la tropa del Che se cierra cada vez más y deciden abandonar la zona en busca de otra apropiada, donde logren desarrollar con eficacia las operaciones que permitan consolidar la lucha guerrillera. Comienza la tarde del 8 de octubre, avanzan los soldados y el combate se hace inminente.

Es trasladado hacia el precario recinto escolar de La Higuera un prisionero herido, ensimismado y casi sin aliento, apenas puede caminar erguido, enfrenta el peso que conspira contra la rectitud de sus hombros, el peso que acumula de los últimos meses, minado de calamidades, de enfermedades, de la muerte de amigos y compañeros, de la infidencia de otros supuestos, de la nada envidiada responsabilidad que tiene sobre vidas ajenas y cercanas, de las añoranzas por sus seres queridos. La carga sobre sus huesos se iguala a la suma de las fuerzas telúricas y, sin embargo, ahí están sin menguar, rectos, hirsutos, armados de convicciones, preparados para un próximo combate.

Más tarde, atado y recostado a la pared de adobe, en espera del veredicto que conoce de antemano, observa en silencio el deambular de los jefes esbirros a cargo de su custodia. Algunos más prepotentes que otros, como todo sicario en canto precoz de victoria, intentan esporádicamente vejar a quien consideran la víctima, pero el respeto que inspira y la fuerza que emite su pétrea mirada, esa que acostumbra a calar profundamente en todos, frena el ímpetu a la cobardía, que inmediatamente se convierte en confusión.

Ante ellos se encuentra una tremenda disyuntiva, por una parte tienen en sus manos a uno de los revolucionarios más prominentes que hayan conocido, quien puede convertirse en una prueba viviente de una supuesta agresión extranjera o de un macabro plan del comunismo para apoderarse del mundo;por la otra, un acusador pertinaz, hombre virtuoso y de argumento sólido, capaz de transformar cualquier tribunal en tribuna. Incluso, sin importar el resultado de un pretendido juicio legal, este se convertiría en un peligroso juego político con un final incierto.

El Ejército de Liberación Nacional de Bolivia se ha dado a conocer, ha realizado múltiples acciones casi siempre con éxito, sin que lo haya podido impedir nadie; ni la opinión pública nacional ni el mundo han estado ajenos a los aconteci­mientos. Se respira un aire de simpatía por doquier, aun cuando ciertamente, no se haya reportado la incorporación masiva de las fuerzas que debieran integrarse.

Los hechos acaecidos en el trascurso de estos meses, han dado un enorme reconocimiento a la guerrilla, se ha preparado el terreno para que en relativo corto plazo se comiencen a recibir los frutos esperados. Por tanto, este es un momento muy delicado para el statu quo, los interesados en mantenerlo deben intuirlo y preconizan despiadadamente un fin.

Resulta paradójico hacer de una escuela una cárcel, pero es sencillamente inútil, si no torpe y criminal, el pretender matar las ideas con un fusilamiento, allí donde se supone que fecun­den. Se respira un aire de venganza, es el tipo de actitud que encarnan aquellos que invariablemente defienden sus «causas» con métodos nada edificantes y sutiles.

En los breves momentos de quietud, forcejeando un poco contra sus amarras para aliviar el entumecimiento de los miembros, se despide de sus recuerdos, acompañado de su esposa, rodeado de sus hijos, sus familiares, de los amigos y compañeros más próximos, de su Argentina, de su Cuba, del mundo y de Fidel. Se preocupa por la suerte de los que lograron salir vivos del enfrentamiento, piensa…

Seguramente alguien se felicitó o fue felicitado por darle tal «gloria» al Ejército boliviano. La captura del Comandante Guevara es oxígeno puro para la poca vitalidad y el ausente prestigio del régimen, al menos eso se figuran; sin embargo, al final, se obtendrá lo contrario y a la vez convertirán en pasión el respeto y admiración que se le tiene ya al Che, y en conciencia y voluntad de lucha, su historia y obra. Cómo pretender apresar un espíritu de futuro en el pasado, cómo pueden creer que poseen la fuerza para confinar el ejemplo. Con la pierna sangrante, inutilizado su fusil y sin más parque, pudieron alcanzar al hombre aquel día, pero solamente porque era mucho hombre y revolucionario íntegro, hasta el tuétano, de esa especie que solo es movida por sentimientos de amor.

Quién duda de su inteligencia y de sus conocimientos estratégicos y tácticos, de su experiencia de guerrillero, de su capacidad para romper el cerco; prefirió, porque lo exigen las circunstancias y así debió ser, estar junto a los que no podían valerse por sí mismos y ello fue lo que dificultó su retirada. Hacía tiempo que debió haber salido de Santa Cruz, sin embargo decidió esperar, continuar la búsqueda y no abandonar la tropa de Joaquín. Fueron días preciosos que corrieron, que nunca consideró perdidos. Pudo y debió dejar que el Pelao y el Francés, ese que después lo satanizara, salieran por sus medios a la ciudad, donde emprenderían determinadas tareas, no obstante, los acompañó en persona hasta un lugar que considera racionalmente seguro.

Este es un hombre tan intenso y pleno que no cabe en la estrechez de criterios de quienes lo juzgan. Sí, para qué negarlo, hay quienes le temen y lo critican, digamos, por ejemplo, los inclaudicables revolucionarios de sobremesas, los burócratas, los cobardes, como es natural, el deshonesto, el oportunista, los tiranos de las oligarquías y los oligarcas de la democracia. Por diversas razones se esconden de él o intentan esconderlo con el manto ilusorio de que las utopías a su estilo no son realizables. Los más, los mayoritarios que comparten parcial o totalmente su visión de futuro, lo aprecian. Su talla apenas es percibida en estos instantes, su tope lo erige la historia. Sus capturados gozan de buena salud, sus captores están a punto de vengar la osadía de enfrentar, con poco menos de cincuenta hombres en armas, a todo un ejército, a tropas entrenadas y financiadas por el imperio y sus pretorianosrangers.

II

Cerca de allí, en la mañana del 9 de octubre, un reducido grupo de hombres reunidos en una zona cercada por abruptos relieves, algunos con heridas sin sanar, todos famélicos, sedientos y cansados hasta lo indescriptible, con la incerti­dumbre incrustada en sus rostros, en un radio portátil buscan desesperadamente noticias sobre el paradero de sus otros compañeros y su estimado jefe. Sin saber qué suerte habían corrido, aguijoneados por la poderosa intuición del desastre, mueven con nerviosismo el dial en busca de las emisoras que saben más veraces, aunque, lógicamente, con enormes reservas. Conocen por la propia experiencia y los libros que, sutilmente utilizadas, podrían convertir la necesidad perenne de información en una trampa mortal o, en el mejor de los casos, llevarlos en una dirección equivocada; por esta vez, están dispuestos a conformarse con el más elemental indicio que les permita, sin medir las consecuencias, actuar. Actuar acorde con sus sentimientos de solidaridad hacia los hermanos de armas e ideas. Es más fuerte la voluntad de ayudarlos y, a la vez, de salvar al movimiento amenazado en su primigenia etapa de formación, que las razonables vacilaciones que pudieran surgir sobre el resultado de acciones de rescate.

Han cumplido cabalmente las orientaciones previamente coordinadas, si no era aquí, era allá y si no acullá, así se había planificado la posible evacuación de las fuerzas y dónde deberían reunirse en caso de un descalabro o retirada organizada. Por tanto no hay de qué avergonzarse, aun así están postrados por el hecho de que en un momento tan crucial les resulta imposible tenderles la mano a sus camaradas. Para algunos, aquellos once meses de lucha en los parajes bolivianos; para otros, toda una vida compartiendo vicisitudes, las pocas provisiones y las muchas esperanzas y sueños, protegiéndose unos a otros, exponiéndose por los demás, perdiendo en combate entrañables amigos y familiares, los deja conmovidos por un injusto y a la vez explicable sentimiento de culpa. Piden en silencio acompañar la suerte de los demás, fuera cual fuere, y aunque obligaban al optimismo a imperar en sus mentes, el corazón se agitaba de forma extraña y anuncia la inminencia de lo que consideran inverosímil.

Así llega la dramática noticia, el Che ha muerto en combate, según las mismas fuentes que describían con lujo de detalles sus pertenencias y otras sutilezas que solo conocen los allegados. Entonces, sin que se albergara alguna duda, comprenden que lo sopesado como una lejana posibilidad, es ahora dura y fría realidad, que envuelve maniatando todos los pensamientos y músculos.

Qué hacer, cuáles son los próximos pasos a dar después de algo así, por qué estaban allí, cuál es el deber. La respuesta exige estar a la altura de los acontecimientos, la emoción los embargaba y el tiempo apremia, el Ejército no había aban­donado la búsqueda, en cuestión de minutos o segundos podrían caer sobre ellos. Tienen que actuar con inmediatez. Cuántos recuerdos inundan sus mentes, cuántas voces frescas aún, cuánta complicidad. Tal vez retumba una frase de esas que con tanta eficacia reducen las grandes verdades a pocas letras, «en una revolución se triunfa o se muere si es verdadera», quizás otra, vaivén entre despedida incierta y la fe imperturbable en la meta, «Hasta la victoria siempre». De todas formas no es lo más importante, ahora solo concierne el hecho: si continúa la lucha, independientemente de la gran pérdida, el Che y sus camaradas habrán vencido; si se abandona, sin tener en cuenta el hoy o el mañana, su himno, como él lo llamara, hecho a la medida de los pobres y para oídos receptivos, quedará tan inerte como su cuerpo.

Ellos van a tomar una decisión que marcará el curso de esta historia, sabemos que la última palabra la dirán los pueblos, pero es un signo propicio e inequívoco cuando el cuerpo de las huestes revolucionarias se adhiere al pensamiento y a la acción de sus líderes. Ello perpetúa el esfuerzo y los que caigan o abdiquen serán reemplazados y se hallarán las energías suficientes para alcanzar el éxito. Surge así el famoso pacto del exiguo Ejército de Liberación Nacional: combatir hasta las últimas consecuencias, continuar la lucha hasta hacer realidad los objetivos fundacionales de la guerrilla, enraizados fuertemente al pensamiento histórico latinoamericanista (al cual Guevara aporta un original e invaluable caudal), dando paso a nuevas epopeyas en las luchas de los pueblos por su redención.

III

9 de octubre: En aquella pobre escuelita de La Higuera, unreducido espacio apresa el cuerpo de uno de los seres más consecuentes que se haya conocido, a un hombre inmenso, que aguarda pacientemente la muerte que quisieron para él sus verdugos, sin sospechar qué le espera; la inmortalidad dada por la colosal empatía entre sus ideas, las más puras, y sus actos, los más altruistas. Las órdenes vienen de Washington: que sea asesinado; los súbditos obedecen y con una bala tras otra roban el vigor al cuerpo gallardo del guerrillero, un terrible y triste error. Se convierte, y no porque ellos quieran, en el símbolo aguerrido de resistencia, de lucha por lo justo, de pasión, de hombre necesario, multiplicado infinitamente en los ideales y los brazos de quienes luchan, que es, en última instancia, a lo que más temen los testaferros y su omnipotente dueño.

Nunca entenderán por qué el pensamiento del Che se arraigará en el mundo como trigo maduro en tierra fértil, ni por qué en el mismo instante que decidan ultimarlo lo eternizarán. La enjundia paradigmática de un creador audaz, del trabajador y estudioso incansable que fuera él, del formidable condotiero que a fuerza de humanismo y sentido común asestó mandobles mortales a la burocracia y a la aristocracia, estará presente por siempre como esperanza.

¿Qué sentido tiene el crimen, acaso suponen que doble­garán, siquiera un ápice, la certeza encarnada en su pensar y conducta, de que el individuo puede ser solidario, puede cambiar para bien y puede ennoblecer la sociedad en la cual vive? ¿Qué procuran, que cambie toda una filosofía de vida, la herencia y savia en que bebió? Es posible que no conoz­can lo inapelable que es en sus convicciones. Pueden estar seguros de que no se permitirá odiar ni al verdugo ignorante que lo asesina, no consiguen envilecerlo. No dejará de creer, ni masacrado sádicamente, que los revolucionarios deben, solo cuando fuere rigurosamente necesario, invocar la fuerza, ese primitivo pero legitimo impulso, que nunca ha de ser, porque ello es incompatible con la condición humana, acompañado de la crueldad. ¿Qué objeto tendría este homicidio, arrebatar sus ganas de vivir, esas que se sienten más cuando se esquivan con éxitos las ataduras de las circunstancias y se les toman de las riendas, las que adquieren supremo brío cuando la voluntad lucha contra unos pulmones cansados, por una bocanada de aire? Qué absurdo.

Cae ultimado, sin juicio de tribunales y de pensamiento, el Che y con él toma cuerpo un sueño dormido en tanto tiempo, germina y se eleva el anhelo de que el hombre nuevo no es ni ilusión ni quimera. Es renuevo constante, sacrificio por los demás y por sí mismo, para crecer y dejar atrás la mediocridad, para ser, aunque sea por una única vez, diferente, mejor.

Camilo Guevara March

Centro de Estudios Che Guevara

Una introducción necesaria

Era costumbre del Che en su vida guerrillera anotar cuida­dosamente en un Diario personal sus observaciones de cada día. En las largas marchas por terrenos abruptos y difíciles, en medio de los bosques húmedos, cuando las filas de los hombres, siempre encorvados por el peso de las mochilas, las municiones y las armas, se detenían un instante a descansar, o la columna recibía la orden de alto para acampar al final de fatigosa jornada, se veía al Che —como cariñosamente lo bautizaron desde el principio los cubanos— extraer una pequeña libreta y con su letra menuda y casi ilegible de médico, escribir sus notas.

Lo que pudo conservar de esos apuntes le sirvió luego para escribir sus magníficas narraciones históricas de la guerra revolucionaria en Cuba, llenas de contenido revolucionario, pedagógico y humano.

Esta vez, gracias a aquel invariable hábito suyo de ir anotando los principales hechos de cada día, podemos disponer de una información pormenorizada, rigurosamente exacta e inapreciable de aquellos heroicos meses finales de su vida en Bolivia.

Esas anotaciones, no escritas propiamente para la publicación, le servían como instrumento de trabajo para la evaluación constante de los hechos, las situaciones y los hombres, a la vez que daban cauce a las expresiones de su espíritu profundamente observador, analítico, y muchas veces matizado de fino humorismo. Están sobriamente redactadas y poseen ininterrumpida coherencia desde el principio hasta el fin.

Téngase en cuenta que fueron escritas en los ratos escasísimos de descanso, en medio de épico y sobrehumano esfuerzo físico y de sus agotadoras obligaciones como jefe de un destacamento guerrillero en la difícil etapa de los comienzos de una lucha de esta naturaleza, que se desenvolvía en condiciones materiales increíblemente duras, lo que revela una vez más su estilo de trabajo y su voluntad de hierro.

En este Diario, al analizar en detalle los incidentes de cada día, se hacen constar faltas, críticas y recriminaciones que son propias e inevitables en el desarrollo de una guerrilla revolucionaria. En el seno de un destacamento guerrillero esas críticas se tienen que producir incesantemente, sobre todo en la etapa en que está constituido solo por un pequeño núcleo, enfrentado a condiciones materiales sumamente adversas y a un enemigo infinitamente superior en número, cuando el menor descuido o la más insignificante falta pueden resultar fatales y el jefe debe ser exhaustivamente exigente, a la vez que utilizar cada hecho o episodio, por insignificante que parezca, para educar a los combatientes y futuros cuadros de los nuevos destacamentos guerrilleros.

El proceso de formación de la guerrilla es un incesante llamado a la conciencia y al honor de cada hombre. El Che sabía tocar las fibras más sensibles de los revolucionarios. Cuando Marcos, reiteradamente amonestado por el Che, fue advertido de que podía ser expulsado deshonrosamente de la guerrilla, respondió: «¡Antes fusilado!». Más adelante dio su vida heroicamente. Similar fue el comportamiento de todos los hombres en los que puso su confianza y a los cuales se vio en la necesidad de amonestar por alguna u otra causa en el transcurso de la lucha. Jefe fraternal y humano sabía también ser exigente y en ocasiones severo; pero lo era en primer lugar y en mayor grado que con los demás, consigo mismo. Che basaba la disciplina en la conciencia moral del guerrillero y en la fuerza tremenda de su propio ejemplo.

El Diario contiene también numerosas referencias a Debray y evidencian la enorme preocupación que suscitó en el Che el arresto y encarcelamiento del escritor revolucionario a quien había encomendado una misión en Europa, aunque en el fondo habría deseado que aquel permaneciera en la guerrilla. Por eso manifiesta cierta inconformidad, y en ocasiones algunas dudas, sobre su comportamiento.

Che no tuvo posibilidad de conocer la odisea vivida por Debray en las garras de los cuerpos represivos y la actitud firme y valerosa mantenida por este ante sus captores y torturadores.

Destacó, sin embargo, la enorme importancia política del proceso, y, el 3 de octubre, seis días antes de su muerte, en medio de amargos y tensos sucesos, consigna: «Se escuchó una entrevista de Debray muy valiente frente a un estudiante provocador», siendo esta su última referencia al escritor.

Como en este Diario la Revolución Cubana y sus relaciones con el movimiento guerrillero aparecen reiteradamente señaladas, algunos pudieran interpretar que su publicación por nuestra parte constituye un acto de provocación que dará argumentos a los enemigos de la Revolución y a los imperialistas yanquis y sus aliados, los oligarcas de América Latina, para redoblar sus planes de bloqueo, aislamiento y agresión a Cuba.

A los que así juzgan los hechos, es bueno recordarles que el imperialismo yanqui no ha necesitado nunca de pretextos para perpetrar sus fechorías en cualquier lugar del mundo y que sus esfuerzos para aplastar la Revolución Cubana se iniciaron desde la primera ley revolucionaria promulgada en nuestro país, por el obvio y conocido hecho de que ese imperialismo es el gendarme de la reacción mundial, promotor sistemático de la contrarrevolución y protector de las estructuras sociales más retrógradas e inhumanas que subsisten en el mundo.

La solidaridad con el movimiento revolucionario puede ser tomada como pretexto, pero nunca será la causa de las agresiones yanquis. Negar la solidaridad para negar el pretexto es ridícula política de avestruz, que nada tiene que ver con el carácter internacionalista de las revoluciones sociales contemporáneas. Dejar de solidarizarse con el movimiento revolucionario no es negarle un pretexto sino solidarizarse de hecho con el imperialismo yanqui y su política de dominio y esclavización del mundo.

Cuba es un pequeño país de economía subdesarrollada, como todos los que fueron durante siglos dominados y explotados por el colonialismo y el imperialismo, situada solo a noventa millas de las costas de Estados Unidos, con una base naval yanqui en su propio territorio, que se enfrenta a numerosos obstáculos por llevar a cabo su desarrollo económico-social. Grandes peligros se han cernido sobre nuestra Patria desde el triunfo de la Revolución, pero no por ello conseguirá el imperialismo doblegarla, sin que deban importarnos las dificultades que una línea revolucionaria consecuente pueda conllevar.

Desde el punto de vista revolucionario la publicación del Diario del Che en Bolivia no admite alternativa. El Diario del Che quedó en poder de Barrientos, que de inmediato entregó copia a la CIA, al Pentágono y al Gobierno de Estados Unidos. Periodistas allegados a la CIA tuvieron acceso al documento en la propia Bolivia y sacaron copias fotostáticas del mismo, aunque con el compromiso de abstenerse, por el momento, de publicarlo.

El Gobierno de Barrientos y los más altos jefes militares tienen sobradas razones para no publicar el Diario, donde se puede constatar la inmensa incapacidad de su Ejército y las incontables derrotas que sufrieron en manos de un puñado de guerrilleros decididos que en unas pocas semanas le arrebató en combate cerca de doscientas armas.

Che describe además a Barrientos y a su régimen en los términos de que es acreedor con palabras que no podrán borrarse de la historia.

Por otro lado, el imperialismo tenía también sus razones: Che y su ejemplo extraordinario cobran fuerza cada vez mayor en el mundo. Sus ideas, su retrato, su nombre, son banderas de lucha contra las injusticias entre los oprimidos y los explotados y suscitan interés apasionado entre los estudiantes y los intelectuales de todo el mundo.

En los propios Estados Unidos el movimiento negro y los estudiantes progresistas, que son cada vez más numerosos, han convertido en algo suyo la figura del Che. En las manifestaciones más combativas por los derechos civiles y contra la agresión a Vietnam, sus retratos son esgrimidos como emblemas de lucha. Pocas veces en la historia, o tal vez nunca, una figura, un nombre, un ejemplo, se han universalizado con tal celeridad y apasionante fuerza. Es que el Che encarna en su forma más pura y desinteresada el espíritu internacionalista que caracteriza al mundo de hoy y cada vez más al de mañana.

De un continente oprimido ayer por las potencias coloniales, explotado hoy y mantenido en el retraso y en el subdesarrollo más inicuo por el imperialismo yanqui, surge esa singular figura que se convierte en aliento universal de lucha revolucionaria hasta en las propias metrópolis imperialistas y colonialistas.

Los imperialistas yanquis temen la fuerza de ese ejemplo y todo lo que pueda contribuir a divulgarlo. Es el valor intrínseco del Diario, expresión viva de una personalidad extraordinaria, lección guerrillera escrita al calor y la tensión de cada día, pólvora inflamable, demostración real de que el hombre latinoamericano no es impotente frente a los esclavizadores de pueblos y sus ejércitos mercenarios, lo que les ha impedido hasta hoy darlo a la publicidad.

Pudieran estar también interesados en que este Diario no se conociera nunca. Los seudorrevolucionarios, oportunistas y charlatanes de toda laya que, autoconceptuándose marxistas, comunistas y otros títulos por el estilo, no han vacilado en calificar al Che de equivocado, aventurero, y cuando más begnignamente, idealista, cuya muerte es el canto de cisne de la lucha armada revolucionaria en América Latina. «¡Si el Che —exclaman—, máximo exponente de esas ideas y experimentado guerrillero, fue muerto en las guerrillas y su movimiento no liberó a Bolivia, eso demuestra cuán equivocado estaba…!». ¡Cuántos de estos miserables se habrán alegrado de la muerte del Che, sin sonrojarse siquiera de pensar que sus posiciones y razonamientos coinciden por entero con los de los oligarcas más reaccionarios y el imperialismo!

De este modo se justifican a sí mismos, o justifican a dirigentes traidores que en determinado momento no vacilaron en jugar a la lucha armada con el verdadero propósito —según se pudo ver luego— de destruir a los destacamentos guerrilleros, frenar la acción revolucionaria e imponer sus vergonzosas y ridículas componendas políticas, porque eran absolutamente incapaces de ninguna otra línea; o a los que no quieren combatir, ni combatirán jamás, por el pueblo y su liberación y han caricaturizado las ideas revolucionarias haciendo de ellas opio dogmático sin contenido ni mensaje a las masas, y convertido las organizaciones de lucha del pueblo en instrumentos de conciliación con los explotadores internos y externos, y propugnadoras de políticas que no tienen nada que ver con los intereses reales de los pueblos explotados en este continente.

Che contemplaba su muerte como algo natural y probable en el proceso y se esforzó en recalcar, muy especialmente en sus últimos documentos, que esa eventualidad no impediría la marcha inevitable de la revolución en América Latina. En su mensaje a la Tricontinental reiteró ese pensamiento: «Toda nuestra acción es un grito de guerra contra el imperialismo […] En cualquier lugar que nos sorprenda la muerte, bienvenida sea, siempre que ese, nuestro grito de guerra, haya llegado hasta un oído receptivo y otra mano se tienda para empuñar nuestras armas».

Se consideró a sí mismo soldado de esa revolución, sin preocuparle en absoluto sobrevivir a ella. Los que ven en el desenlace de su lucha en Bolivia el fracaso de sus ideas, con el mismo simplismo pudieran negar la validez de las ideas y las luchas de todos los grandes precursores y pensadores revolucionarios, incluidos los fundadores del marxismo, que no pudieron culminar la obra y contemplar en vida los frutos de sus nobles esfuerzos.

En Cuba, ni la muerte en combate de Martí y de Maceo, a las que siguió más tarde la intervención yanqui cuando finalizaba la Guerra de Independencia, frustrando en lo inmediato el objetivo de sus luchas, ni la de brillantes propugnadores de la revolución socialista como Julio Antonio Mella, asesinado por agentes al servicio del imperialismo, pudieron impedir a la larga el triunfo de un proceso que comenzó hace cien años, y nadie en absoluto podría poner en duda la profunda justeza de la causa y la línea de lucha de aquellos próceres, ni la vigencia de sus ideas esenciales que inspiraron siempre a los revolucionarios cubanos.

En el Diario del Che se pueden apreciar cuán reales eran sus posibilidades de éxito y cuán extraordinario el poder catalizador de la guerrilla, como él consigna en sus apuntes. En cierta ocasión, ante los evidentes síntomas de debilidad y rápido deterioro del régimen boliviano, expresó: «El gobierno se desintegra rápidamente, lástima no tener cien hombres más en este momento».

Che conocía por su experiencia en Cuba cuántas veces nuestro pequeño destacamento guerrillero estuvo a punto de ser exterminado. Pudo ocurrir así en dependencia casi absoluta de los azares e imponderables de la guerra, mas, tal eventualidad, ¿habría dado a nadie el derecho a considerar errónea nuestra línea y tomarla además como ejemplo para desalentar a la revolución e inculcar en los pueblos la impotencia? ¡Muchas veces en la historia los procesos revolucionarios estuvieron precedidos de episodios adversos! Nosotros en Cuba, ¿no tuvimos acaso la experiencia del Moncada apenas seis años antes del triunfo definitivo de la lucha armada del pueblo?

Para muchos, entre el 26 de julio de 1953, ataque al Cuartel Moncada en Santiago de Cuba, y el 2 de diciembre de 1956, desembarco del Granma, la lucha revolucionaria en Cuba frente a un Ejército moderno y bien armado carecía de toda perspectiva y la acción de un puñado de luchadores era vista como quimera de idealistas e ilusos «que estaban profundamente equivocados». La derrota aplastante y la dispersión total del inexperto destacamento guerrillero el 5 de diciembre de 1956 pareció confirmar por entero los pesimistas augurios… Pero, solo 25 meses después, los restos de aquella guerrilla habían desarrollado ya la fuerza y experiencia necesarias para aniquilar aquel Ejército.

Para no luchar habrá siempre sobrados pretextos en todas las épocas y en todas las circunstancias, pero será el único camino de no obtener jamás la libertad. El Che no sobrevivió a sus ideas, pero supo fecundarlas con su sangre. Con toda seguridad sus críticos seudorrevolucionarios, con su cobardía política y su eterna falta de acción, sobrevivirán a la evidencia de su propia estupidez.

Es notable, como se verá en el Diario, que uno de esos espe­címenes revolucionarios que ya van siendo típicos en América Latina, Mario Monje, esgrimiendo el título de secretario del Partido Comunista de Bolivia, pretendió discutirle al Che la jefatura política y militar del movimiento. Y puesto que alegó, además, el propósito de renunciar previamente para ello a su cargo partidista, a su juicio, por lo visto, le bastaba el título de haberlo sido para reclamar tal prerrogativa.

Mario Monje, por supuesto, no tenía ninguna experiencia guerrillera ni había librado jamás un combate, sin que por otro lado su autoconceptuación de comunista lo obligase siquiera a prescindir del grosero y mundano chovinismo que ya habían logrado superar los próceres que lucharon por la primera independencia.

Con semejante concepto de lo que debe ser la lucha antiimperialista en este continente, tales «jefes comunistas» no han rebasado siquiera el nivel internacionalista de las tribus aborígenes que sojuzgaron los colonizadores europeos en la época de la conquista.

Así, el jefe del Partido Comunista de un país que se llama Bolivia, y su capital histórica, Sucre, en honor de sus primeros libertadores que eran venezolanos uno y otro, que tuvo la posibilidad de contar para la definitiva liberación de su pueblo con la cooperación del talento político, organizador y militar de un verdadero titán revolucionario, cuya causa por demás no se limitaba a las fronteras estrechas, artificiales e incluso injustas de ese país, no hizo otra cosa que entrar en vergonzosos, ridículos e inmerecidos reclamos de mando.

Bolivia, por no tener salida al mar necesita más que ningún otro país, para su propia liberación, sin tener que exponerse a un atroz bloqueo, del triunfo revolucionario de los vecinos. Che era, además, por su prestigio enorme, su capacidad y su experiencia, el hombre que habría podido acelerar ese proceso. Che había establecido relaciones con dirigentes y militantes del Partido Comunista boliviano, desde antes de producirse en el mismo la escisión, recabando de ellos la ayuda para el movimiento revolucionario en América del Sur. Algunos de esos militantes, autorizados por el Partido, trabajaron con él durante años en diversas tareas. Al producirse la escisión en dicho Partido, se creó una situación especial puesto que varios militantes de los que habían estado trabajando con él quedaron ubicados en uno u otro grupo. Pero Che no concebía la lucha en Bolivia como un hecho aislado sino como parte de un movimiento revolucionario de liberación que no tardaría en extenderse a otros países de América del Sur. Era su propósito organizar un movimiento sin espíritu sectario, para que a él se incorporasen todos los que quisieran luchar por la liberación de Bolivia y demás pueblos sojuzgados por el imperialismo en América Latina. Pero en la fase inicial de preparación de la base guerrillera venía dependiendo fundamentalmente de la ayuda de un grupo de valiosos y discretos colaboradores que al producirse la escisión habían permanecido en el Partido de Monje. Fue por deferencia con ellos que invitó, en primer término, a este, a visitar su campamento, aunque ciertamente no experimentaba hacia él ninguna simpatía. Después invitó a Moisés Guevara, líder minero y político que se había separado de aquel Partido para cooperar en la formación de otra organización, y que luego también se había marginado de ella inconforme con Oscar Zamora, otro Monje que hacía algún tiempo se había comprometido con el Che a trabajar en la organización de la lucha armada guerrillera en Bolivia, rehuyendo después los compromisos y cruzándose cobardemente de brazos a la hora de la acción, para convertirse con posterioridad a su muerte en uno de sus más venenosos críticos, en nombre del «marxismo-leninismo». Moisés Guevara se unió sin vacilación al Che, como le había ofrecido desde mucho antes de que este llegara a Bolivia, le brindó su apoyo y entregó su vida heroicamente a la causa revolucionaria.

Otro tanto hizo el grupo de guerrilleros bolivianos que había permanecido hasta entonces en la organización de Monje. Dirigidos por Inti y Coco Peredo, que después demostraron ser valerosos y destacados combatientes, se apartaron de aquel y respaldaron decididamente al Che. Pero Monje, no satisfecho del resultado, se dedicó a sabotear el movimiento, interceptando en La Paz a militantes comunistas bien entrenados que iban a unirse a las guerrillas. Estos hechos demuestran cómo existen en las filas revolucionarias hombres bien dotados de todas las condiciones necesarias para la lucha, cuyo desarrollo es criminalmente frustrado por dirigentes incapaces, charlatanes y maniobreros.

Che fue hombre al que nunca le interesaron personalmente cargos, mandos ni honores, pero estaba firmemente convencido de que en la lucha revolucionara guerrillera —fundamental forma de acción para la liberación de los pueblos de América Latina, partiendo de la situación económica, política y social de casi todos los países latinoamericanos— el mando militar y político de la guerrilla debía estar unificado y que la lucha solo podía ser dirigida desde la guerrilla y no desde cómodas y burocráticas oficinas urbanas. Y en este punto no estaba dispuesto a transigir, ni a entregarle a un inexperto seso-hueco de estrechas miras chovinistas el mando de un núcleo guerrillero destinado a desenvolver en su ulterior desarrollo una lucha de amplia dimensión en América del Sur. Che consideraba que ese chovinismo, que muchas veces infecta a los propios elementos revolucionarios de los diversos países de América Latina, debía ser combatido como un sentimiento reaccionario ridículo y estéril. «Que se desarrolle un verdadero internacionalismo proletario —dijo en su mensaje a la Tricontinental— […] la bandera bajo la que se luche sea la causa sagrada de la redención de la humanidad, de tal modo que morir bajo las enseñas de Vietnam, de Venezuela, de Guatemala, de Laos, de Guinea, de Colombia, de Bolivia […], para citar solo los escenarios actuales de la lucha armada, sea igualmente gloriosa y deseable para un americano, un asiático, un africano, y aun, un europeo. Cada gota de sangre derramada en un territorio bajo cuya bandera no se ha nacido, es experiencia que recoge quien sobrevive para aplicarla luego a la lucha por la liberación de su lugar de origen. Y cada pueblo que se libere es una fase de la batalla por la liberación del propio pueblo que se ha ganado».

Che pensaba igualmente que en el destacamento guerrillero participasen combatientes de distintos países latinoamericanos y que la guerrilla en Bolivia fuese escuela de revolucionarios que harían su aprendizaje en los combates. A su lado quiso tener para ayudarlo en esa tarea, junto a los bolivianos, un pequeño núcleo de guerrilleros con experiencia, que habían sido casi todos compañeros suyos en la Sierra Maestra, durante la lucha revolucionaria en Cuba, cuya capacidad, valor y espíritu de sacrificio conocía. De esos hombres ninguno vaciló en responder a su solicitud, ninguno lo abandonó y ninguno se rindió.

Che actuó en su campaña de Bolivia con el tesón, la maestría, el estoicismo y la ejemplar actitud que eran proverbiales en él. Puede decirse que impregnado de la importancia de la misión que se había asignado a sí mismo, procedió en todo instante con un espíritu de responsabilidad irreprochable. En aquellas ocasiones en que la guerrilla cometía algún descuido, se apresuraba en advertirlo y enmendarlo, consignándolo en su Diario.

Factores adversos se combinaron increíblemente en su contra. La separación —que debía ser por unos breves días— de una parte de la guerrilla, donde se encontraba un grupo valioso de hombres, algunos de ellos enfermos o convalecientes, al perderse el contacto entre ambos en un terreno sumamente accidentado, se prolongó durante interminables meses, que ocuparon el esfuerzo de Che en su búsqueda. En ese período el asma —una dolencia que solía dominar fácilmente con sencillos medicamentos, pero que faltando estos se convertía para él en un terrible enemigo— lo atacó despiadadamente, deviniendo esto un problema serio por el hecho de que las medicinas que previsoramente había acumulado para la guerrilla fueron descubiertas y ocupadas por el enemigo. Este hecho, unido al aniquilamiento a fines de agosto de la parte de la guerrilla con la que había perdido el contacto, fueron factores que gravitaron considerablemente en el desarrollo de los acontecimientos. Pero Che, con voluntad de acero, se sobrepuso al malestar físico y en ningún instante su acción aminoró, ni decayó su ánimo.

Fueron numerosos sus contactos con los campesinos bolivianos. El carácter de estos, sumamente desconfiados y cautelosos, no podía sorprender al Che, que conocía perfectamente bien su mentalidad por haberlos tratado en otras ocasiones, y sabía que para ganarlos a su causa se requería una labor prolongada, ardua y paciente, pero no albergaba ninguna duda de que a la larga lo obtendría.

Si se sigue con cuidado el hilo de los acontecimientos se verá que aun cuando el número de hombres con que contaba en el mes de septiembre, algunas semanas antes de su muerte, era muy reducido, todavía la guerrilla mantenía su capacidad de desarrollo y algunos cuadros bolivianos, como los hermanos Inti y Coco Peredo, se iban ya destacando con magníficas perspectivas de jefes. Fue la emboscada de Higueras, única acción exitosa del Ejército contra el destacamento que mandaba el Che, matándole la vanguardia e hiriéndole varios hombres más en pleno día, cuando se trasladaban a una zona campesina de mayor desarrollo político —objetivo este que no aparece consignado en el Diario, pero que se sabe por los sobrevivien­tes—, lo que les creó una situación insuperable. Ese avance de día por la misma ruta que venían siguiendo durante varias jornadas en inevitablemente amplio contacto con los moradores de aquella zona que cruzaban por primera vez, y la obvia certeza de que el Ejército debería interceptarlos en algún punto, era sin duda peligroso. Pero el Che, plenamente consciente de esto, decidió correr el riesgo para ayudar al médico que venía en muy mal estado físico.

El día anterior a la emboscada, escribe: «Llegamos a Pujio, pero allí había gente que nos había visto abajo el día anterior, vale decir: estamos siendo previstos por Radio Bemba […]». «El caminar en mulo se hace peligroso, pero trato que el médico vaya lo mejor posible pues viene muy débil».

Al día siguiente escribió: «A las 13 salió la vanguardia para tratar de llegar a Jagüey y allí tomar una decisión sobre las mulas y el médico». Es decir, buscaba una solución para el enfermo, a fin de abandonar aquella ruta y tomar las precauciones necesarias. Pero aquella misma tarde, antes de que la vanguardia llegara a Jagüey se produjo la fatal emboscada que llevó al destacamento a una situación insostenible.

Días después, cercado en la quebrada del Yuro, libró su último combate.

Impresiona profundamente la proeza realizada por este puñado de revolucionarios. La sola lucha contra la naturaleza hostil en que desenvolvían su acción constituye una insuperable página de heroísmo. Nunca en la historia un número tan reducido de hombres emprendió una tarea tan gigantesca. La fe y la convicción absoluta en que la inmensa capacidad revolucionaria de los pueblos de América Latina podía ser despertada, la confianza en sí mismo y la decisión con que se entregaron a ese objetivo, nos da la justa dimensión de estos hombres.

Che dijo un día a los guerrilleros en Bolivia: «Este tipo de lucha nos da la oportunidad de convertirnos en revolucionarios, el escalón más alto de la especie humana, pero también nos permite graduarnos de hombres; los que no puedan alcanzar ninguno de estos dos estadios deben decirlo y dejar la lucha».

Los que con él lucharon hasta el final se hicieron acreedores de estos honrosos calificativos. Ellos simbolizan el tipo de revolucionarios y de hombres a quienes la historia en esta hora convoca para una tarea verdaderamente dura y difícil: la transformación revolucionaria de América Latina.

El enemigo que enfrentaron los próceres de la primera lucha por la independencia, era un poder colonial decadente. Los revolucionarios de hoy tienen por enemigo al baluarte más poderoso del campo imperialista, equipado con la técnica y la industria más moderna. Ese enemigo no solo organizó y equipó de nuevo un Ejército en Bolivia, donde el pueblo había destruido la anterior fuerza militar represiva y le brindó inmediatamente el auxilio de sus armas y asistentes militares para la lucha contra la guerrilla, sino que brinda su aporte militar y técnico en la misma medida a todas las fuerzas represivas de este continente. Y cuando no bastan esas medidas, interviene directamente con sus tropas, como hizo en Santo Domingo.

Para luchar contra ese enemigo se requiere el tipo de revolucionarios y de hombres de que habló el Che. Sin ese tipo de revolucionarios y de hombres, dispuestos a hacer lo que ellos hicieron; sin el ánimo de enfrentarse a enormes obstáculos que ellos tuvieron; sin la decisión de morir que a ellos los acompañó en todo instante; sin la convicción profunda de la justicia de su causa y la fe inconmovible en la fuerza invencible de los pueblos que ellos albergaron, frente a un poder como el imperialismo yanqui, cuyos recursos militares, técnicos y económicos, se hacen sentir en todo el mundo, la liberación de los pueblos de este continente no sería alcanzada.

El propio pueblo norteamericano, que empieza a tomar conciencia de que la monstruosa superestructura política que rige su país no es ya hace mucho rato la idílica república burguesa que sus fundadores establecieron hace casi doscientos años, está sufriendo en un grado cada vez más alto la barbarie moral de un sistema irracional, enajenante, deshumanizado y brutal, que cobra en el pueblo norteamericano cada vez más víctimas de sus guerras agresivas, sus crímenes políticos, sus aberraciones raciales, su mezquina jerarquización del ser humano y el repugnante derroche de recursos económicos, científicos y humanos de su desmesurado aparato militar, reaccionario y represivo, en medio de un mundo en sus tres cuartas partes subdesarrollado y hambriento.

Pero solo la transformación revolucionaria de América Latina permitiría al pueblo de Estados Unidos ajustar sus propias cuentas con ese mismo imperialismo, a la vez que en la misma medida la lucha creciente del pueblo norteamericano contra la política imperialista podría convertirlo en aliado decisivo del movimiento revolucionario en América Latina.

Y si esta parte