El fusilamiento de los estudiantes - Luis Felipe Le Roy y Gálvez - E-Book

El fusilamiento de los estudiantes E-Book

Luis Felipe Le Roy y Gálvez

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Beschreibung

El libro es un sentido homenaje a la memoria de los ocho estudiantes de Medicina asesinados en La Habana colonial el 27 de noviembre de 1871, y de todos sus compañeros que padecieron los horrores del presidio, persecuciones y exilio, incluso sin haber tenido ninguna participación directa en los hechos que condujeron al trágico desenlace. La obra contiene como apéndices fotos y documentos que testifican los sucesos.

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Seitenzahl: 1104

Veröffentlichungsjahr: 2025

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Tomado de la edición originalA cien años del 71. El fusilamiento de los estudiantes,Editorial de Ciencias Sociales, Instituto Cubano del Libro, La Habana, 1971.

Edición: Natalia Labzovskaya, Ricardo Luis Hernández Otero y María de los Ángeles Navarro González

Diseño de cubierta e interior: Yisell Llanes Cuellar

Correción: Ricardo Luis Hernández Otero

Composición digitalizada: Irina Borrero Kindelán

Conversión a ebook: Madeline Martí del Sol

© Herederos de Luis Felipe Le Roy y Gálvez, 2024

© Sobre la presente edición:

Editorial de Ciencias Sociales, 2024

ISBN:9789590624063

Estimado lector, le estaremos muy agradecidos si nos hace llegar su opinión, por escrito, acerca de este libro y de nuestras ediciones.

INSTITUTO CUBANO DEL LIBRO

Grupo Editorial Nuevo Milenio

Calle 14 n.o4104, entre 41 y 43, Playa, La Habana, Cuba

editorialmil@cubarte.cult.cu

www.nuevomilenio.cult.cu

 

Tabla de contenido
Nota editorial
Prólogo a esta edición: La inquisidora mirada del historiador
Una consideración final
Al lector
Prólogo
Introducción
Primera parte
I. Violencia en La Habana en 1869
Segundo mando en la Isla del general Domingo Dulce (4 enero-3 junio, 1869)
La matanza del teatro de Villanueva
Los sucesos del café El Louvre y el asalto al palacio Aldama
Saqueo de la casa de Delmonte por los voluntarios de La Habana
II. Gonzalo Castañón
Asesinatos perpetrados por los voluntarios de La Habana, la noche del entierro de Castañón
Vista del juicio, en Cayo Hueso, por los sucesos de Russell House y la muerte de Castañón
El año terrible de la revolución cubana
División de los españoles de Cuba en tres clases sociales
III. Dionisio López Roberts
Divulgación del texto del tratado comercial Foster-Albacete
Participación de López Roberts, siendo senador vitalicio nombrado por la Corona
IV. Los sucesos del cementerio
Incertidumbre sobre lo ocurrido en el cementerio de Espada
Hipótesis provisional
Nuevo punto de vista
El enigma de las rayas en el vidrio del nicho de Castañón
Reconstrucción sintética de los hechos
Cómo llegó a conocimiento del gobernador político lo sucedido en el cementerio en la tarde del día 23
Destitución del presbítero Mariano Rodríguez de su cargo de capellán del cementerio de Espada
Razón de la destitución del capellán
V. Los dos consejos de guerra
Primer Consejo de Guerra. Contradicciones respecto a cuál fue el fallo
Contenido del sumario según el relato de Fermín Valdés domínguez
Texto de la defensa de los estudiantes en el primer Consejo de Guerra por el capitán Federico Capdevila y Miñano
La ejecución
VI. El indulto y los hechos posteriores
Segunda parte
VII. La exhumación de los restos de los estudiantes y erección del mausoleo
El libro de Fermín Valdés Domínguez
VIII. Conmemoraciones del 27 de Noviembre y otros actos posteriores, antes y después de la República
Las conmemoraciones
IX. Consideraciones finales
La última palabra
El 27 de Noviembre
Apéndices
Apéndice I
Consideraciones sobre la autopsia de Gonzalo Castañón
Apéndice II
1. Alumnos del primer año de Medicina del curso académico 1871-1872 en la Universidad de La Habana
2. Partidas de bautismo de los ocho estudiantes fusilados
Resumen
3. Datos biográficos mínimos de los cuarenta y cinco estudiantes de Medicina incoados en la causa del 27 de noviembre de 1871
Apéndice III
El 27 de Noviembre de 1871 en las Memorias de Nicolás Estévanez
Apéndice IV
El 27 de Noviembre de 1871 en la prensa extranjera
Apéndice V
El 27 de Noviembre en la versión de Reyes Zamora
Apéndice VIII
Dos comunicaciones del cónsul general Alexander Graham-Dunlop
Apéndice IX
Despachos del cónsul general de Francia en La Habana al ministro de Relaciones Exteriores de su país
Traducción de los textos
Apéndice VI
Los dos médicos del penal
Apéndice VII
Gestiones infructuosas para obtener de España los autos del proceso de los estudiantes de Medicina condenados el 27 de noviembre de 1871
Apéndice X
Otros documentos
Bibliografía
Índice de contenido
Material gráfico
Anexos especiales para esta edición
El fusilamiento de los estudiantes de medicina en 1871
¡Orar por los muertos!1
Desde New York
Historia y tradición oral en los sucesos del 27 de noviembre de 1871
Datos de autor

A la memoria de:

Alonso Álvarez de la Campa y Gamba,

Anacleto Bermúdez y González de la Piñera,

Eladio González y Toledo,

Ángel Laborde y Perera,

José de Marcos y Medina,

Juan Pascual Rodríguez y Pérez,

Carlos Augusto de la Torre y Madrigal,

Carlos Verdugo y Martínez,

sacrificados a la ferocidad de los voluntarios de La Habana el 27 de noviembre de 1871.

Su inmolación prestó a la patria un concurso sin precedentes.

A la memoria del noble reivindicador de sus compañeros,Fermín Valdés Domínguez.

Nota editorial

 

Más de medio siglo después de la primera publicación por la Editorial de Ciencias Sociales de la magna obra historiográfica de Luis Felipe Le Roy y Gálvez A cien años del 71. El fusilamiento de los estudiantes, y transcurrida una centuria y media de los lamentables sucesos estudiados por él con acuciosidad y rigor extremos, el Grupo Editorial Nuevo Milenio, a través de su sello editorial Ciencias Sociales, asume su segunda edición. Esta versión cuidadosamente trabajada subsana errores y erratas de la precedente, la actualiza desde el punto de vista ortográfico, mejora su redacción, reordena elementos para facilitar una más nítida comprensión por sus nuevos lectores, añade notas aclaratorias, corrige documentos en lenguas extranjeras y en sus traducciones al español, unifica criterios en la presentación de notas y referencias, entre otras cuestiones. Asimismo, la enriquece con algunos anexos y la complementa con un analítico prólogo, donde se resaltan sus valores como obra historiográfica, realizado por un exponente de las nuevas hornadas de profesores e investigadores empeñados en el mejor conocimiento de nuestra historia patria.

No escapa a la percepción de la Editorial que el tema no está agotado aún y que, en un futuro que no se desea muy lejano, podrá accederse a materiales hasta ahora no asequibles a las pesquisas en torno al suceso y sus contextos epocales, para arrojar nueva luz sobre este trágico acontecimiento de la historia de nuestro país bajo el dominio colonial de la metrópoli española —cuando ya los cubanos se batían en los campos por la liberación de la patria— que ha trascendido hasta nuestros días. Se lamenta no haber podido localizar el ejemplar de la edición príncipe perteneciente al investigador Ramón de Armas, quien, según testimonio oral de Pedro Pablo Rodríguez, había anotado en él cuanto consideraba necesario atender en una futura ocasión. No obstante, esperamos que el esfuerzo realizado por quienes se han encargado de la segunda edición ahora presentada cumpla con las expectativas de la Editorial y de su público.

 

 

Prólogo a esta edición: La inquisidora mirada del historiador

Un rápido vistazo, desde el punto de vista historiográfico, a la producción histórica en relación con el fusilamiento de los ocho estudiantes de Medicina, mostrará al estudioso interesado que, si bien el trágico hecho ha sido recogido en innumerables libros de síntesis referidos al ciclo independentista cubano decimonónico, o específicamente en aquellos que trabajan la guerra de los Diez Años, no existen demasiadas investigaciones monográficas y de largo aliento al respecto. La obra de Fermín Valdés DomínguezEl 27 de Noviembre de 1871(1887) fue pionera entre las dedicadas a historiar lo ocurrido con las ocho víctimas del colonialismo español; sin embargo, esA cien años del 71. El fusilamiento de los estudiantes, del historiador Luis Felipe Le Roy y Gálvez,1la que constituye la más amplia y documentada obra escrita sobre el suceso, aún no superada desde el punto de vista investigativo, por lo que deviene el gran clásico historiográfico dedicado al fusilamiento de los estudiantes de Medicina.

1 Luis Felipe Le Roy y Gálvez: A cien años del 71. El fusilamiento de los estudiantes, Editorial de Ciencias Sociales, La Habana, 1971.

Es la de Le Roy obra de reflexión, obra total que busca exponer, en sus más de cuatrocientas páginas, toda la historia relacionada con los estudiantes. Su texto está dividido, muy inteligentemente, en dos partes, la primera relacionada con el hecho histórico en sí y lasegunda, con la exhumación de los cadáveres de los estudiantes, laingente labor realizada por Valdés Domínguez en la búsqueda de estos, así como la vinculada a la construcción del mausoleo en la Necrópolis de Colón. Nada quiso dejar fuera el autor, pues, además, enel texto pueden observarse fotografías e imágenes originales de los principales protagonistas del drama, documentos con la caligrafía e incluso la firma de los estudiantes, así como un macabro dibujo, aunque de sumo interés, de la forma en que fueron arrojados los cadáveres en la fosa común.

La obra también se acompaña de apéndices que contienen documentos como las partidas de bautismo de los ocho estudiantes de Medicina, la repercusión en la prensa extranjera del suceso, etc. Posee además un vasto apartado de documentos —con notas críticas o explicativas pertinentes— que incluye las declaraciones del general Crespo en Madrid respecto a lo ocurrido; la famosa e infausta carta de Ramón López de Ayala a su hermano Adelardo, al día siguiente de las ejecuciones; y otros.

Uno de los aspectos mejor logrados del libro es la acertadísima caracterización de la época en que se desarrollaron los hechos. Contextualización histórica necesaria, si se busca una mejor comprensión de lo ocurrido y se desea colocar el crimen cometido en su precisa realidad histórica. Por otra parte, sirven también estos acápites para contextualizar el propio libro de Valdés Domínguez.

Su primer capítulo, “Violencia en La Habana en 1869”, coloca al lector frente a la serie de hechos que se venían produciendo en la ciudad por parte de los voluntarios, azuzados por la presencia de un clima anticubano creado por la prensa, el Casino Español y prominentes figuras del partido integrista en la Isla. De esta forma, el autor presenta acontecimientos como la matanza en el teatro Villanueva, los sucesos del café El Louvrey el asalto al palacio de Aldama… muestras del españolismo a ultranza defendido por los cuerpos de voluntarios partidarios de la dominación absoluta española en la Isla insurrecta. Otro ejemplo magistralmente analizado por Le Roy es el breve gobierno del capitán general Domingo Dulce y su posterior deposición por la actuación de los voluntarios.

Un apartado referido a la figura de Gonzalo Castañón inicia el capítulo segundo de la obra. Se hace necesario para el historiador explicar contra quién se cometió la “terrible afrenta”, quién era esta figura cuya tumba era tan preciada para los integristas en La Habana, al punto de utilizar su supuesta profanación como motivo para fusilar a los ocho jóvenes estudiantes. Cierra este acápite con dos apartados que ofrecen más luz respecto a las condiciones que influyeron y condujeron a los hechos del 27 de Noviembre.

El primero está relacionado con el año 1871 y su trascendencia para el proceso revolucionario, así como su impacto en las filas de los integristas habaneros. Al respecto señala Le Roy que, si bien este fue el año de la “creciente de Valmaseda”, a menudo llamado el “año terrible” de la revolución cubana, fue también el año de la victoriosa invasión a Guantánamo protagonizada por Máximo Gómez y del rescate del brigadier Julio Sanguily llevado a cabo por Ignacio Agramonte, golpes terribles para la moral del ejército español que, por supuesto, se conocieron en la capital y sirvieron para encolerizar más al grupo integrista peninsular.

El segundo acápite —por desgracia no explotado más por el historiador cubano, pues le habría proporcionado claves valiosísimas en su intención de contextualizar el momento, no solo desde el punto de vista hechológico, sino también político y social, el de mayor valor— se refiere a la división, no ya en clases sociales, como Le Roy señala, sino en sectores, del conglomerado peninsular en la Isla. Pero deja hablar, el también autor deSobre la muerte del capitánFrancisco Gómez Toro, al artículo aparecido en el periódico El Republicano de Cayo Hueso, el 18 de noviembre de 1871, sin adentrarse él mismo en el asunto. Al respecto dice el articulista sobre la presencia de tres sectores dentro del grupo español radicado en Cuba:

Uno, a cuyo frente se encuentra el Gobierno: con sus cínicos satélites y despreciables “servilones” […]. En el segundo gremio están comprendidos multitud de individuos que con grandes capitales y algunas afecciones en el país, observan la depravada conducta de los que llevan las riendas del gobierno […]. Los que militan en las filas de este bando son los que verdaderamente han levantado esa cruzada que consistió en derrocar el principio de autoridad y este ha sido el mayor triunfo moral que se ha conseguido […]. La tercera falange, compuesta de loshorteras y granujas de la plaza Vieja, plaza del Vapor, calle de laMuralla, Mercaderes y demás focos mercantiles, como también de la clase de cocheros, carretoneros y mozos de bodega, no solo es la más enemiga de todo lo que ha nacido en Cuba y la más encarnizada contra sus hijos […]. A ella se deben las escenas de Villanueva, del Louvre, y de la casa de Aldama: a ella los atropellos y las infamias cometidas en los ancianos, las mujeres y los niños; para ellos, en fin, será el padrón de ignominia que registrará la historia entre sus páginas.2

2 Ibídem, pp. 80-81.

Debemos señalar algo referente a este aspecto: era el segundo grupo de españoles mencionados quienes vestían y armaban a los terceros, empleados pobres, muchas veces carentes de instrucción, venidos de las aldeas más remotas de la Cantabria, y que constituían mentes propicias al discurso patriotero, ultranacionalista de estos grupos adinerados que además los empleaban y utilizaban como grupos paramilitares para imponer sus condiciones al Gobierno.

Sobre lo relacionado con los sucesos del cementerio, con el objetivo de esclarecer realmente qué sucedió ese 23 de noviembre de 1871, Le Roy actúa con escrupulosa profesionalidad histórica. A partir del contraste de fuentes fidedignas, cinco a su juicio, se enfrasca en una reconstrucción de los hechos, la que puede asumirse como la más completa realizada hasta la fecha. Sin embargo, lo realmente significativo de este acápite es la hipótesis que ofrece el autor respecto a las acciones que se imputaban a los estudiantes y su presencia en el cementerio:

En esta interpretación hipotética de los hechos, los estudiantes del 1871 aparecen ahora ante nuestros ojos no como un grupo de jóvenes despreocupados y simplemente revoltosos, que les da por jugar puerilmente con un carro de muertos a la entrada del cementerio. Se nos presentan, por el contrario, como una muchachada que no teniendo ni la edad ni los medios de marcharse a la manigua, sentía, no obstante arder en sus mentes juveniles la protesta todavía informal, confusamente sentida, pero existente y manifiesta, contra el yugo colonial que oprimía y menoscababa, humillándolo las más de las veces, al nativo del país.3

3 Ibídem, p. 107.

De esta forma, el autor nos revela una de las principales tesis que sostiene en la obra, a saber, que los estudiantes involucrados en el proceso del 27 de noviembre de 1871, si bien eran inocentes del crimen que se les achacaba, no eran ajenos al clima de rebeldía política contra la metrópoli que existía entre el estudiantado universitario. De esta forma, presenta a los jóvenes, de manera más que justificada y comprobada, como los precursores de los movimientos estudiantiles contra las formas tiránicas a todo lo largo del devenir cubano como nación.

Sobre la reconstrucción de los dos Consejos de Guerra y los hechos del fusilamiento continúa el texto de Le Roy y Gálvez. Un elemento digo de mencionar es la opinión del historiador en lo concerniente al posible intento de rescate de los muchachos realizado por un grupo abakuá o ñáñigos, tema que hasta hoy sigue siendo motivo de polémica:

Esta matanza de cinco negros ha sido objeto de mucha especulación, inventándose la versión novelesca de que ese día hubo un levantamiento de ñáñigos juramentados, según unos, o de esclavos leales, según otros, que pretendían rescatar por la fuerza a los ocho estudiantes que iban a morir. La falsedad de esta especie se patentiza en el hecho de que no solo no existe tradición seria alguna en ese sentido, sino también, que el número de defunciones asentadas en los libros de entierros del cementerio de esta capital mantiene su nivel normal durante todos esos días.4

4Ibídem, p. 140.

Así pues, no participa el también profesor de Química de la Universidad de La Habana de la creencia en dicha intentona.

La segunda parte del texto se ocupa casi exclusivamente de los trabajos realizados por Fermín Valdés Domínguez para exhumar los restos de los estudiantes y para la erección de un mausoleo que sirviera de postrera morada a los jóvenes dentro del recinto de la necrópolis de Colón. El Monumento quedó terminado en marzo de 1890 y fue bendecido el 27 de noviembre del mismo año. No pudo asistir Fermín Valdés Domínguez al acto por lo resentida que se hallaba su salud, aunque debe señalarse que el Monumento no tuvo una inauguración “oficial”, pues el gobierno español de la Isla veía con recelo la pasional reacción popular que el hecho comenzaba a cobrar. Sobre la significación del Monumento, dejó constancia Le Roy en estas líneas que se transcriben a continuación:

El Monumento de los Estudiantes en el cementerio de Colón perpetuaba en mármol el recuerdo del crimen cometido el 27 de noviembre de 1871. Era muda, pero perenne acusación contra aquella parte del elemento español residente en La Habana, que de un modo u otro cohonestó el fusilamiento de aquellos ocho inocentes. Para muchos sería el padrón de vergüenza que traía a la memoria los días sombríos en que la capital se hallaba literalmente a merced de los voluntarios.5

5 Ibídem, pp. 167-168.

Una consideración final

La historia es materia viva que se reescribe una y otra vez. Resulta un error demasiado común pensar que sobre los caminos de Clío ya todo está sentenciado. Sobre los hechos del 27 de Noviembreaún queda mucho por decir. Nuevasinvestigaciones, a partir de la búsqueda de novedosos documentos en archivos lejanos en España o los Estados Unidos, se imponen. Nuevas miradas historiográficas a la luz del cristal de otros marcos teóricos e interpretativos podrían arrojar más luz sobre las disímiles interrogantes que el hecho todavía puede despertar.

Aún queda por aclarar de forma segura lo relacionado con las cinco personas negras asesinadas por la turba violenta. ¿Eran o no parte de un plan mayor para rescatar a los estudiantes? Aún debe la historiografía una investigación seria y profunda relacionada con el cuerpo de voluntarios de Cuba, específicamente en el período relacionado con la guerra de los Diez Años.6 Por otra parte, aun la hipótesis planteada por Le Roy en su texto, respecto al carácter de protesta patriótica que otorga a lo realizado por los estudiantes en el cementerio, resulta tema de debate y polémica, por lo que nuevos acercamientos investigativos, confirmando la tesis o negándola, deben producirse.

6 Al respecto, se ha publicado el texto de la historiadora Marilú Uralde Cancio: Voluntarios de Cuba española (1850-1868), Editorial de Ciencias Sociales, La Habana, 2011; pero solo llega, como lo indica su título, hasta el año 1868.

Sirvan finalmente estas páginas como provocación sana a interesados, historiadores y estudiosos en general para acercarse a un suceso en la historia de Cuba que todavía clama por revisitaciones en aras de ampliar el universo de ideas en torno a jóvenes estudiantes asesinados por el colonialismo español el 27 de noviembre de 1871.

Luis Fidel Acosta Machado7

7Máster en Historia. Profesor de la Facultad de Filosofía, Historia y Sociología de la Universidad de La Habana. Fragmento de su trabajo “La historiografía en torno al 27 de noviembre”, aparecido enCon un himno en la garganta. El 27 de noviembre de 1871: investigación histórica, tradición universitaria eInocencia, de Alejandro Gil(Coords.: José Antonio Baujin y Mercy Ruiz), pp. 17-26, Editorial UH-Ediciones ICAIC, La Habana, 2019; lo reproducido, en las pp. 21-26 (N. de los E.).

Al lector

La tragedia del 27 de noviembre de 1871 se ha expuesto en general como un hecho aislado, limitado a una inocente travesura estudiantil bárbaramente castigada por el régimen colonial, sin tener relación alguna con la lucha que libraban los cubanos por su independencia.

Narrados los hechos de esta manera, los estudiantes de ese primer año de Medicina del 1871 no combatían a España. Cursaban tranquilamente las asignaturas de su carrera, mientras otros, más adultos que ellos, combatían con las armas en la manigua o servían a la patria en actividades conspirativas. Muchos eran hijos de españoles, no existía en ellos el fermento revolucionario, no eran insurrectos en potencia. El hecho que motivó la tragedia solo tenía matiz político en cuanto que se les imputaba falsamente haber profanado la tumba del ídolo de los voluntarios, de aquellos que se llamaban a sí mismos los buenos y leales españoles, y por esto, y solo por esto, se les juzgaba y se les condenaba.

A esta manera de considerar y narrar aquellos sucesos, contribuyó fundamentalmente el emotivo libro de Fermín Valdés Domínguez, uno de aquellos estudiantes de Medicina de 1871 condenado a seis años de presidio, quien lo publicó por primera vez en Madrid en 1873, y alcanzó dos ediciones en dicha capital. Años después, ampliado, lo reeditó en Cuba y lo tituló El 27 de Noviembre de 1871,que tuvo dos ediciones en La Habana, en 1887; una tercera en Santiago de Cuba, en 1890, y la última, que apareció en nuestra capital en 1909. Después de esta sexta edición de 1909 se publicaron dos más, ambas en La Habana. La séptima, que vio la luz en 1942, es una reimpresión de las ediciones matritenses de 1873. Finalmente la octava edición ha sido publicada recientemente, en 1969, por la Comisión de Extensión Universitaria de la Universidad de La Habana, con preámbulo de Fernando Portuondo del Prado y notas de Luis Felipe Le Roy y Gálvez. Esta obra, que es clásica en la descripción de aquellos hechos, se ha estimado siempre de contenido indiscutible por el crédito que su autor merecía.

Pero el decurso del tiempo ha permitido a la crítica histórica un análisis objetivo, así como una revisión del conjunto de hechos implicados en la tragedia del 27 de noviembre de 1871 y, consecuentemente, llegar a un criterio no del todo coincidente con el libro de Valdés Domínguez. El testimonio que se aporta en la obra altamente meritoria de este autor nos parece exento de toda crítica, cuando narra hechos sufridos por él en su persona, o aquellos otros en que tuvo ocasión de ser testigo presencial. Tales son, por ejemplo, sus recuerdos de las horas terribles pasadas en la galera donde oía los gritos de la turba de voluntarios pidiendo sus cabezas; la descripción de los horrores que sufrió en las canteras de San Lázaro durante su permanencia en el presidio; los palos que recibió en el banco; la escena de crueldad donde narra cómo le arrancaron cuatro uñas del pie derecho y dos del izquierdo; el aspecto puramente subjetivo de sus sufrimientos morales, etc. Pero cuando habla de asuntos objetivos, sucesos en los que no ha estado presente y no puede narrarlos como testigo ocular, su testimonio queda abierto a la misma crítica que pueda hacérsele a la declaración de cualquier persona que hable por la información que ha recibido, pero que no es de primera mano. Tal es el caso de la descripción de los hechos ocurridos en el cementerio de Espada el 23 de noviembre de 1871, sobre los que no hay constancia alguna ni él se atreve tampoco a afirmarlo, de persona que los haya presenciado.

La lectura cuidadosa de las seis ediciones del libro de Valdés Domínguez demuestra que es obra fundamentalmente de combate,destinada su primera edición a denunciar en España la atrocidad del crimen cometido, y las otras, las publicadas en Cuba, a reivindicar con testimonios y pruebas irrefutables la memoria de sus condiscípulos fusilados y el buen nombre de los supervivientes, demostrando la falsedad de la acusación de profanadores de tumbas. Pero eso es el libro de Valdés Domínguez y nada más. Es la voz, ciertamente respetabilísima, de uno de los participantes en la tragedia de 1871, pero no es el enjuiciamiento sereno, ni puede serlo, de un historiador. La misma forma en que está escrito el libro lo revela en todas sus ediciones; es la modalidad que tan bien describe Martí cuando refiriéndose a ello, expresa: “Él narró con desorden patético aquellas escenas...”.1 O cuando, más vívidamente reseña la obra en su prosa limpísima y grandilocuente diciendo:

1 José Martí: “Fermín Valdés Domínguez”, La Lucha, 9 de abril de 1887:Obras completas[1963-1965], t. 4, p. 356, Editorial Nacional de Cuba, La Habana (En lo adelante, las referencias a esta edición se citarán comoOCENC, añadiendo tomo y página [N. de los E.]).

El libro está escrito a sollozos, mas sin ira. No está repuesta aún del horror ¿ni cómo pudiera reponerse? la mano que lo describe. A cada paso, como quien lleva en los ojos lo que no ha de olvidar jamás, interrumpe la trágica narración para invocar con patéticos arranques, en el desorden del dolor verdadero, la perezosa justicia del mundo. Se lee el libro cerrando el puño, dudando de lo impreso, poniendo en pie el alma.2

2 José Martí: “El 27 de noviembre de 1871. Fermín Valdés Domínguez”, El Economista Americano, Nueva York, agosto de 1887;OCENC,t. 5, p. 118.

Para quienes no hayan leído esta impresionante obra, presentamos como “Introducción” una reseña de su contenido y un resumen de lo actuado después de la muerte de su autor, el 13 de junio de 1910.

 

Prólogo3

3 En la edición original, base de la presente, no se consigna quién es el autor de este prólogo (N. de los E.).

Al cumplirse el centenario del fusilamiento de ocho estudiantes de Medicina en La Habana en 1871, con la publicación de esta obra el Instituto Cubano del Libro rinde homenaje de recordación a aquellos precursores de la rebeldía universitaria contra el régimen colonial.

Uno de los aspectos mejor logrados de este libro es la acertada presentación de la época en que se desarrolló el crimen, el ambiente político imperante, el terror sembrado por los voluntarios españoles y la punible laxitud y complicidad de las autoridades coloniales. Tampoco falta el merecido reconocimiento a los profesores de la Universidad de La Habana, doctores Juan Manuel Sánchez de Bustamante y Domingo Fernández Cubas, que defendieron a los acusados de los cargos que se les imputaron, ni a lasfiguras de los oficiales españoles, el capitán Federico Capdevila—quien defendió a los estudiantes en el primer Consejo deGuerra— y el capitán Nicolás Estévanez, que protestó violentamente en la Acera del Louvre contra el monstruoso hecho. Asimismo se observa la más alta expresión de respeto a Fermín Valdés Domínguez, el “hermano del alma” de José Martí, que con valor luchó con tesón en plena colonia hasta lograr reivindicar la memoria de sus compañeros.

El libro clásico de Valdés Domínguez El 27 de Noviembre de 1871 queda situado en esta obra del doctor Luis Felipe Le Roy en su verdadero marco histórico. El autor señala el logro total del fin perseguido con aquella publicación, a pesar de las inexactitudes e imprecisiones de que adolece. De igual modo pone de manifiesto la carga afectiva que inspiró la reivindicación y la nobleza de sentimientos que lo sostuvo en todo momento.

En las páginas que siguen, el autor mantiene la tesis de que los estudiantes involucrados en el proceso del 27 de noviembre de 1871, si bien inocentes de la profanación de la tumba de Gonzalo Castañón, no fueron ajenos al clima de rebeldía política contra la metrópoli que desde años atrás existía en el estudiantado universitario. De acuerdo con la moderna historiografía, revaloriza aquel drama, ubicándolo dentro del conjunto de hechos que dieron lugar a la guerra Grande, en cuyo complejo queda efectivamente enmarcado. Enumera las distintas manifestaciones subversivas de los estudiantes de la Universidad, desde la primera de que se tiene noticia documental en 1851, cuando la invasión de Narciso López, hasta el acuchillamiento dentro de un aula universitaria del retrato al óleo de la reina Isabel II en 1865, durante el primer mando en la Isla del general Domingo Dulce.

El sentimiento antiespañol, con todas sus consecuencias, fue reconocido oficialmente por el gobernador y capitán general conde de Valmaseda en el preámbulo a su decreto de 10 de octubre de 1871 sobre reforma al plan de estudios vigente en la Universidad de La Habana, en el que califica a esta última de “foco de laborantismo y de insurrección”. Los ocho estudiantes fusilados en 1871 y sus compañeros condenados a presidio o cárcel no solo fueron víctimas del odio de los voluntarios contra el criollo, sino que se nos presentan también por el autor como los precursores de los movimientos estudiantiles contra las formas tiránicas de quienes detentan el poder y desgobiernan al país.

El sacrificio de aquellas vidas juveniles, inmoladas para satisfacer la sed de sangre cubana de los voluntarios españoles, no resultó inútil. En muchos despertó la conciencia bélica y, más tarde, lograda la independencia, fue tradición de honor para el estudiantado cubano. Su recuerdo siempre sirvió de ejemplo a la masa universitaria, no solo cuando se exigió sacrificio, sino también cuando se luchó por la dignidad ciudadana.

Esta noble tradición de rebeldía estudiantil fue la que impidió en 1921 que la Universidad de La Habana se cubriese de ridículo y se desacreditase, cuando un grupo de profesionales promovió y solicitó concederle a Crowder, enviado especial de los Estados Unidos ante el gobierno del presidente Zayas, un grado universitario de doctor Honoris Causa.

Esta tradición fue la que a finales de 1922 y principios de 1923 hizo brotar el gran conflicto universitario para lograr mejoras en la enseñanza, depuración del profesorado, y que hizo surgir a la vida la Federación de Estudiantes de la Universidad.

Los estudiantes de la Universidad de La Habana fueron los que iniciaron la lucha tenaz contra el gobierno tiránico del presidente Machado. La explosión inicial estudiantil contra este último tuvo efecto cuando pretendió perpetuarse mediante la farsa gubernamental de la prórroga de poderes. Ya en 1930 se produjeron las primeras víctimas entre los estudiantes y fueron muchas las vidas sacrificadas hasta la caída del régimen el 12 de agosto de 1933.

Más cruenta aún fue la lucha de los estudiantes contra el gobierno dictatorial y sin escrúpulos del general Batista después del golpe de Estado de 1952. Hay una extensa galería de mártires universitarios, entre los que basta recordar los del asalto al Palacio Presidencial el 13 de marzo de 1957, los jóvenes asesinados el siguiente mes en Humboldt n.o 7 y los desdichados que murieron en cárceles y mazmorras. Ellos testimonian la continuidad de ese espíritu de rebeldía que hace más de un siglo llevó a nuestros patriotas a la guerra y que, aún inmaduro, pero no por ello menos existente, afloraba ya en aquellos estudiantes de Medicina ejecutados el 27 de noviembre de 1871.

 

Introducción

En la tarde del lunes 27 de noviembre de 1871 la población de La Habana presenció horrorizada el fusilamiento de ocho estudiantes del primer año de Medicina, cuyas edades estaban comprendidas entre dieciséis y veintiún años. Dos días antes, la clase entera, cuarenta y cinco alumnos en total, había sido reducida a prisión por el gobernador político, quien los acusó de haber profanado tumbas en el cementerio general de la ciudad y, muy particularmente, la de un periodista español nombrado Gonzalo Castañón, ídolo del sector de la población que defendía con fanatismo la integridad nacional.

Los estudiantes presos habían sido juzgados por un Consejo de Guerra compuesto de capitanes del ejército presididos por un coronel, estando la defensa a cargo del pundonoroso capitán español Federico Capdevila. Una turba armada, que con el nombre de voluntarios sojuzgaba a la autoridad, inconforme con el fallo del tribunal, exigió tumultuariamente del capitán general interino que se nombrase un nuevo consejo de Guerra. La máxima autoridad cedió y se constituyó un nuevo consejo, integrado esta vez con seis vocales veteranos del ejército y nueve vocales escogidos entre los capitanes de voluntarios. De este modo se garantizaban sentencias de muerte exigidas por la turba fanatizada sedienta de sangre.

El segundo tribunal juzgó a los acusados en Consejo de Guerra verbal y fijó de manera arbitraria en ocho el número de los que debían ser fusilados. De los demás, dos fueron libremente absueltos, cuatro fueron condenados a seis meses de reclusión carcelaria y de los treinta y uno restantes, aquellos que en su matrícula universitaria aparecían con veinte años o más, fueron condenados a seis años de presidio, y a cuatro años los que en su talón de matrícula no llegaban a esa edad.

Para escoger a los ocho que debían morir se echó mano de los que estimaron más culpables. Los cinco primeros fueron fáciles de señalar. Cuatro habían jugado en la plazoleta próxima a la necrópolis con el carro que se utilizaba para transportar los cadáveres destinados a la clase de Disección. Otro había cogido una flor del jardín que estaba frente a las oficinas del cementerio. Pero faltaban tres, porque la turba enardecida exigía con sus gritos y amenazas el número de ocho que había fijado el Consejo, después de quitar a los cuarenta y tres estudiantes que quedaban del total de cuarenta y cinco, una vez separados los dos que fueron dejados en libertad. Yesos tres fueron escogidos simplemente al azar, sacándolos a la suerte de entre los treinta y uno condenados a presidio. Uno de los quesalió en ese espantoso sorteo fue un estudiante de diecisiete años, natural de la ciudad de Matanzas, que no se hallaba en la capital el día de las supuestas profanaciones en el cementerio. No obstante, esa absoluta excusa no evitó que fuese pasado por las armas.

El fusilamiento de los ocho condenados a muerte se llevó a cabo a media tarde en terrenos de La Punta, y los cadáveres, fuertemente custodiados por un piquete de voluntarios, fueron conducidos a un cementerio rústico donde se les enterró a todos juntos en una fosa común, no permitiéndose colocar una cruz ni señal alguna que indicase la sepultura.

De los sancionados a presidio, once fueron condenados a seis años, y veinte, a cuatro. Se los llevaban todos los días a picar piedra como los demás presos comunes en las llamadas canteras de San Lázaro. Los cuatro menos infelices, condenados a seis meses de reclusión, quedaron como simples presos en la cárcel de La Habana.

El repudio general que provocó en el extranjero y en la propia metrópoli el bárbaro fusilamiento de los estudiantes, halló al fin eco en la corte respecto al resto de sus compañeros condenados a presidio y, por Real Decreto de Amadeo I, se les indultó el 9 de mayo de 1872. Cuando el comandante de la cárcel recibió la orden de poner en libertad a los estudiantes presos, tuvo que hacerlo mediante la estratagema de sacarlos de madrugada, entremezclados y confundidos entre los demás presos como si fueran de fajina, y refugiarlos en la fragata españolaZaragoza,surta en el puerto de La Habana, para protegerlos de la ferocidad homicida de una horda de voluntarios fanatizados. Resultó con esto que el indulto se trocó en deportación gubernativa a que se vieron obligadas las autoridades de La Habana, único medio de salvaguardar a los estudiantes de la furia de aquella turba. En cuanto a los cuatro condenados a seis meses de prisión, aunque indultados como los demás el 9 de mayo, permanecieron en la cárcel hasta el 27 de ese mes, en que se cumplían los seis meses a que habían sido sancionados.

Diecinueve días estuvieron en la fragata Zaragoza los estudiantes que se trasladaron a España en el vapor correo que salió de La Habana el 30 de mayo. Catorce estudiantes se fueron antes, el 22, a bordo de un vapor francés, y dos de ellos el día 20 en el vapor alemán Saxonia. A su llegada a la Península, Fermín Valdés Domínguez, hermano del alma de José Martí y uno de los condenados a seis años de presidio, publicó en Madrid, en 1873, un libro de unas ciento cincuenta páginas al que puso por título: Los voluntarios deLa Habana en el acontecimiento de los estudiantes de medicina,el cual alcanzó dos ediciones y más de una reimpresión.

A finales de 1886 desembarcó en La Habana el joven Fernando Castañón, hijo del periodista Gonzalo Castañón, cuyo nicho en el cementerio de Espada había sido el eje de la horrible tragedia de noviembre de 1871. Dicho joven venía a esta capital para exhumar los restos de su padre con el fin de trasladarlos a España; y también, según afirma Valdés Domínguez, para reclamar la cantidad que en depósito estaba en el Banco Español, como resultado de una suscripción que a la muerte de Castañón se hizo en beneficio de sus hijos.4

4EnEl 27 de Noviembre de 1871,cap. XI, p. 142, en la ed. de 1909. En las dos ediciones de La Habana, de 1887, y en la de 1890 publicada en Santiago de Cuba, no menciona este segundo objetivo.

Momentos antes de la exhumación, Valdés Domínguez se personó en el cementerio y le pidió al hijo de Castañón que le diera un testimonio escrito, declarando que, según se advertía a simple vista, no se observaban señales de violencia ni en el cristal ni en la lápida que cubría el nicho que guardaba los restos de su padre, pues la profanación de que se les acusó y por la cual fusilaron a ocho estudiantes en 1871, la hacían consistir en la rotura del cristal y la lápida, a más de otras cosas. El joven Fernando Castañón le dio el testimonio pedido, en la forma de unas breves líneas al pie de una carta que le dirigió Valdés Domínguez, y este las publicó en el periódicoLa Luchadel 26 de enero de 1887. En el mismo periódico también vio la luz una carta de Triay, uno de los tres firmantes del manifiesto de la prensa cuando los sucesos del 27 de noviembre de 1871, en la que explicaba las circunstancias por las que apareció su nombre suscribiendo aquel papel, y declaraba que el nicho estaba intacto y siempre lo había estado, aun en los momentos en que se formuló la terrible y calumniosa acusación. Estas cartas dieron pie a un contrapunteo entre individuos aludidos por Triay y Valdés Domínguez, quienes ventilaron sus diferencias desde las columnas del citado periódico en réplicas y contrarréplicas que hoy solo poseen interés histórico sobre detalles de responsabilidad moral exclusivamente.

Ante la tumba de Castañón, cuando el hijo procedía a exhumar los restos de su padre, Valdés Domínguez concibió la idea, según él mismo lo manifiesta,5de exhumar también los de sus ocho infortunados compañeros, enterrados en una fosa común extramurosde los límites del cementerio. La exhumación se llevó a cabo el 9 de marzo de 1887 y los restos óseos, recogidos en una caja deplomo, se depositaron provisionalmente en el panteón de la familia de Álvarez de la Campa, el más joven de los ocho estudiantes fusilados. Por suscripción popular se recaudaron fondos para erigir en el cementerio un Mausoleo que guardase los restos y perpetuase la memoria de aquellas víctimas. Fermín Valdés Domínguez volvió a editar su libro que había publicado en Madrid en 1873, ampliado y titulado esta vezEl 27 de Noviembre de 1871.De dicho libro de catorce capítulos y doscientas páginas se hizo una tirada de cuatro mil ejemplares que vio la luz a principios de abril de 1887 yse agotó totalmente en menos de un mes. Le siguió entonces una segunda edición con veinte capítulos y doscientas setenta páginas publicada también en 1887.

5EnEl 27 de Noviembre de 1871,cap. VII, 2.opárr., en todas las ediciones.

Como se puede apreciar, la exhumación de los restos de los estudiantes, la publicación de las dos ediciones del libro de Valdés Domínguez y la suscripción popular para erigir el Mausoleo en el cementerio, todo se llevó a cabo en 1887, en plena dominación española, pero justamente a mitad del intervalo que separó la terminación de la guerra de los Diez Años (1878) y el comienzo de la guerra de independencia (1895), y durante el gobierno consecuente del general Calleja, en el que fungía como segundo cabo el general Sabás Marín, contemporizador con los habaneros y que incluso estaba casado con una cubana.

El producto líquido de la venta de la primera edición del libro de Fermín Valdés Domínguez se destinó a engrosar la suma que por suscripción popular se recaudó para la construcción del Monumento que habría de erigirse en el cementerio de Colón. Con lo que se obtuvo con la suscripción popular, lo aportado por la venta de la primera edición del libro de Valdés Domínguez y la diferencia hasta treinta mil pesos—costo del Mausoleo—,la base quedó terminada dos años después y se inauguró solemnemente el 27 de noviembre de 1889, trasladándose a ella los restos de los estudiantes fusilados. Años más tarde, el 27 de noviembre de 1904, fueron depositados en el Mausoleo los restos del capitán español, defensor de los estudiantes en el primer Consejo de Guerra, don Federico Capdevila y Miñano, fallecido en Santiago de Cuba seis años antes. Asimismo, años después, el 27 de noviembre de 1908 se trasladó al Mausoleo el cadáver momificado del doctor Domingo Fernández Cubas, profesor de Disección de los estudiantes fusilados y quien, por haberlos defendido y proclamar su inocencia, fue detenido a raíz de aquellos sucesos; el profesor había fallecido en esta capital hacía dos años. Finalmente, cuando en 1910 murió Fermín Valdés Domínguez, después de un breve enterramiento provisional, se trasladó su cadáver a dicho Mausoleo, el7de julio de ese año. Después de esto el Monumento fue clausurado, para que allí no se inhumase a nadie más.

Muchos años después, el 28 de julio de 1958, el Mausoleo fue donado a la Universidad de La Habana por sus legítimos poseedores. Y al año siguiente, el 27 de noviembre de 1959, se develó y entregó a la Universidad un sencillo Monumento levantado en el cementerio de Colón en el lugar en que primitivamente fueron arrojados los ocho cadáveres en una fosa común y donde permanecieron ignorados, sin una cruz ni una señal que los recordara, durante casi dieciséis años.

En 1887, al mismo tiempo que se recaudaban fondos para la erección del Mausoleo que guardaría los restos de los ocho estudiantes fusilados, Valdés Domínguez otorgó poder al diputado Miguel Figueroa a fin de obtener del Tribunal Supremo de España la revisión de la inicua sentencia, para la reivindicación legal procedente y la reparación moral a que eran acreedores. Nada consiguió el diputado Figueroa del referido Tribunal.

A mediados de 1901, durante la primera intervención estadounidense, se demolió el edificio conocido como Barracones de Ingenieros, en cuyos cuatro lienzos de pared, de dos en dos, fueron fusilados los ocho estudiantes. Fermín Valdés Domínguez logró del gobernador militar Wood que se conservara uno de aquellos lienzos de pared en los que se cometió el horrendo crimen. Desde esa fecha se mantiene en terrenos de La Punta, en esta capital, y es sitio de peregrinaje estudiantil y ciudadano todos los 27 de noviembre. En 1899, a instancia del rector de la Universidad de La Habana, se dictó un decreto de la Secretaría de Justicia e Instrucción Pública por el que se declaraba inhábil para los establecimientos de enseñanza de la república el día de esa luctuosa efeméride, aniversario de la ejecución de los estudiantes de medicina de 1871.6, 7

6Archivo Central de la Universidad de La Habana (en lo adelante ACUH). Expediente administrativo n.o231.

7Gaceta de la Habana,p. 1064, col. 1, domingo 26 de noviembre de 1899. Años después, por ley del Congreso, se declaraba el 27 de noviembre día de recogimiento público nacional (Gaceta Oficial,31 de diciembre de 1923).

El 27 de noviembre de 1937 se develó en la Acera del Louvre, en La Habana, una tarja a la memoria del capitán español don Nicolás Estévanez, quien se hallaba en dicho lugar cuando el fusilamiento de los ocho estudiantes y que, al oír las descargas y saber lo que sucedía, protagonizó una escena de violenta protesta contra ese bárbaro asesinato. Al acto se adhirieron el Gobierno y el pueblo republicanos de España, en un cablegrama dirigido desde Barcelona, donde se hallaba en esos momentos el Gobierno. A ese gesto se redujo la impropiamente llamada rehabilitación por parte de España por la condena de aquel Consejo de Guerra ilegal de 1871. Nunca, en ningún momento, el Tribunal Supremo de la Península ha hecho la revisión de aquella causa y la consiguiente rehabilitación. Esto, sin embargo, constituye un detalle minúsculo y sin importancia, toda vez que la historia, desde hace muchas décadas, ha dado su veredicto y de paso ha hecho buenas las palabras proféticas de Estévanez publicadas en sus Memorias: “Pasarán los años y los siglos, y cuando nadie se acuerde, ni aun la Historia, de la existencia de los voluntarios, subsistirá el borrón, la mancha indeleble que echaron torpemente sobre España los cobardes asesinos. Y caerá también sobre el honrado ejército español, por no haber querido o no haber podido refrenar los desmanes de las fieras”.

 

Primera parte

I. Violencia en La Habana en 1869

La fama que en general tuvieron los estudiantes de la Universidad de La Habana desde mediados del siglo pasado de ser díscolos y subversivos, se sustentó en diversas ocasiones en hechos concretos y bien determinados. Estos hechos, aunque inconexos y aislados, originaron a través de los años una tradición de rebeldía política, que más de una vez dio lugar a que las autoridades mirasen la Universidad con suspicacia y recelo respecto a su fidelidad a España.

En 1851, poco antes de la frustrada invasión de Narciso López a la Isla, dos jóvenes estudiantes de filosofía fijaron en la puerta de la biblioteca de la Universidad un papel donde aparecía dibujada con lápices de colores la bandera del invasor y la leyenda subversiva:

“¡Viva Narciso López! ¡Muera España!8, 9

8ACUH. Expediente administrativo s/c titulado:Expediente formado para averiguar el autor o autores de un papel subversivo que apareció fijado en la puerta de la Biblioteca de la Universidad, 1851.

9Archivo Nacional de la República de Cuba (en lo adelante ANC).Asuntos políticos,leg. 217, n.o2. Contiene el papel subversivo original ocupado.

En 1853 se encontró una proclama sediciosa, echada por un estudiante del tercer año de Medicina, en el cuerpo de guardia del hospital de San Juan de Dios, donde recibían enseñanza alumnos universitarios.10

10ACUH. Expediente administrativo s/c titulado:Papel subversivo echado en un cuerpo de guardia. D. Eduardo Cotilla,1853.

En 1865, durante el primer mando en la Isla del general Dulce, apareció acuchillado el retrato de Isabel II en el interior dela llamada Aula Chica de la Universidad, sin que nunca se pudiese identificar al autor o a los autores del hecho.11

11Ibídem,titulado:Rotura del Retrato de S. M. 1865.Además en elLibro de Actas de la Junta de Decanos, de 1855 a 1880,f. 85 y 85v.

Finalmente, cuando el 10 de octubre de 1868 estalló la insurrección en Yara que dio inicio a la guerra de los Diez Años, multitud de estudiantes abandonaron las aulas universitarias y se lanzaron a la manigua, hecho que se consignó y comentó acremente en la reforma que decretó el gobernador y capitán general Valmaseda al plan de estudios que entonces regía en la Universidad y que implantó en igual fecha del año 1871.12

12Gaceta de la Habana,p. 1, col. 1, 11 de octubre de 1871.

El clima político reinante en la capital de la Isla se debía fundamentalmente a la opinión sustanciada por la prensa completamente anticubana. Hasta finales de 1868, los dos pilares del integrismo español eran elDiario de la MarinayLa Prensa.A mediados de diciembre de ese año, veía la luz un nuevo periódico de esa misma índole, tan radical como anticubano, que se arrogó el título deLa Voz de Cuba,cada uno de cuyos artículos era una proclama incendiaria, un botafuego empleado en excitar hasta el desenfreno las pasiones de un populacho armado que la autoridad no se atrevía a contener.13Su propietario y director, un hombre joven, asturiano, nombrado Gonzalo Castañón, pronto habría de constituirse en el portavoz de todo el odio reconcentrado delos buenos y leales españoles,como se llamaba a sí mismo el elemento peninsular que quería a Cuba española, para explotarla en provecho propio, disfrazando sus intereses bastardos con el falso ropaje de un puro y acendrado patriotismo. El propio Gonzalo Castañón consigna, para después responder a ellos, los dos cargos que sus coetáneos, según él, le imputaban a su periódicoLa Voz de Cuba:

13Conceptos y expresiones del patriota Miguel Bravo Sentíes en su libroDeportación a Fernando Poo. Relación que hace uno de los deportados,p. 23, Nueva York, 1869.

Unos hay que nos acusan de predicar el odio y el exterminio de todos los cubanos, y nos llaman inquisidores y negreros.

Otros dicen que las ideas que defendemos perjudican los derechos y los intereses de España en esta Antilla, asegurando que somos disolventes, republicanos y hasta demagogos.14

14La Voz de Cuba,p. 1, col. 4, 23 de diciembre de 1869, en el artículo quinto y último de la serie titulada “Una mirada hacia el pasado”. (Biblioteca de la Sociedad Económica de Amigos del País, en lo adelante BSE).

En el próximo capítulo expondremos en detalle el papel que desempeñó este periodista fomentador de odios y demagogo, en el momento histórico que le tocó vivir en la Isla, su violento final y la nefasta secuela y hecho de sangre, que todavía a los dos años de su muerte habría de dar lugar en La Habana, llevando el luto a la familia cubana y la vergüenza a la nación que tanto dijo amar y defender cuando todavía estaba vivo.

Apenas iniciada la insurrección de Yara, como dio en llamársele comúnmente a la sangrienta contienda que duró diez años, se fundó en esta capital elCasino Español,que en vez de centro de reunión y recreo era un verdadero club político, donde tenía su sede la dirección del partido integrista, constituido por españoles acaudalados, esclavistas fuertes y hombres de negocio peninsulares. Y al propio tiempo se organizó el llamadoCuerpo de Voluntarios,originalmente creado como defensa contra la temida invasión de Narciso López ala Isla, y disuelto al reanudarse la tranquilidad en el país. Al estallar la insurrección de Yara, el gobernador y capitán general Lersundi,entonces en su segundo mando, lo reorganizó de manera eficaz y sus miembros llegaron a ser, con el tiempo, los amos de Cuba.

Había en la Isla por entonces —narra el profesor Fernando Portuondo y del Prado— más de cien mil peninsulares, en su mayoría solteros. Eran buscadores de fortuna, cuyo afán al cruzar el océano se cifraba en volver al hogar, casi siempre campesino, con los bolsillos llenos. Laboriosos y carentes de educación, resultaban por su edad, condiciones e ignorancia, fáciles de convencer de que las cosas debían seguir en la colonia como estaban, para que ellos pudieran realizar su ideal de enriquecerse rápidamente. Como en La Habana, centro de las actividades mercantiles de la Isla, era donde se instalaban de preferencia los peninsulares, en pocos meses el Cuerpo de Voluntarios contó con treinta mil hombres.

Los voluntarios formaban compañías bajo el mando de peninsulares ricos, los que a veces les proporcionaban el equipo. Por su parte, el gobierno los armaba con fusiles de los sistemas más modernos. Les servían de cuarteles diversos establecimientos comerciales, donde era muy común a todas horas ver secciones de voluntarios haciendo ejercicios.

El mismo procedimiento, en escala reducida, se empleó en todas las poblaciones de Cuba para formar aquella guardia de la integridad nacional.15

15Fernando Portuondo:Historia de Cuba,pp. 431-432, La Habana, 1965.

Y como colofón puede afirmarse que estos fanáticos defensores de esa titulada integridad nacional fueron, en sus actuaciones, bárbaros y turbulentos en contraste con el elemento militar propiamente dicho.

Segundo mando en la Isla del general Domingo Dulce (4 enero-3 junio, 1869)

Alos dos días de haber tomado posesión de su cargo, el Día de Reyes, 6 de enero, se registraba en las calles de la capital un hecho de sangre, al ser muerto de forma violenta a manos de un oficial del ejército el joven Tirso Vázquez, figura popular en las fiestas del Ángel y del Monserrate, donde desplegaba su arrojo en las cuestiones que se suscitaban entre cadetes y estudiantes. El hecho se originó en una disputa entablada entre ambos por no ceder la acera el joven Vázquez al militar español.16Este último, que ostentabael grado de alférez, hirió gravemente a su víctima en el vientre, a consecuencia de lo cual falleció poco después en la calle Concordia n.o77.17, 18

16P. Raíces Islas: “Recuerdos. Actitud de los habaneros en 1869”,La Habana Literaria, III(2): 37, nota 1, 30 de enero de 1893.

17Parroquia de Nuestra Señora de Monserrate (La Habana).Defunciones de blancos, L. 15, f. 295, n.o1367.

18Cementerio de Colón.Libros del cementerio de Espada. Entierros de blancos,L. 22, f. 561, n.o9249.

[...] a su entierro —narra una crónica del siglo pasado—19 se habían dado cita todos los jóvenes de la capital, pero con sorpresa de todos, a la media noche se recibió una orden de la autoridad superior ordenando que inmediatamente se llevara el cadáver al cementerio; tal medida no sirvió más que para enardecer los ánimos, pues lo que solo hubiera sido una manifestación pacífica llegó a ser un acto ruidoso, que trazó la línea de conducta que debían seguir.

19Ver nota 9, pp. 37-38.

Al siguiente día, y para el cementerio de Espada, estaban citados todos los que debían acudir al entierro, pues para ello se distribuyeron numerosas comisiones.

A las siete de la mañana todo el que se enfrentaba con la Batería de la Reina20 descubría las precauciones tomadas por las Autoridades; la guardia redoblada y formada a la entrada del fortín, los cañones preparados y los artilleros en sus puestos junto a los cañones.

20Estaba ubicada en el litoral habanero en el lugar que hoy ocupa el parque Maceo.

En el cementerio21 había más de cinco mil personas, las cuales apreciando aquellas medidas como provocadoras, quisieron realizar un acto de protesta, y al efecto trataron de pasear el cadáver por las calles de la Habana, lo cual no verificaron por oponerse a ello don Fernando Vázquez, padre de la víctima.

21Conocido como cementerio de Espada. Su frente daba a la calzada de San Lázaro, entre lo que hoy son las calles de Espada y Aramburo. Su fondo lindaba con la actual calle Vapor.

Verificado el sepelio del joven Tirso, descendieron todos reunidos por la calzada de San Lázaro, dando vivas a la independencia de Cuba, y propinando burla a la guarnición del fuerte antes mencionado por el papel poco airoso que estaba haciendo frente a una multitud indefensa.

En esa actitud llegaron a la calle del Campanario esquina a Concordia, y allí hicieron un alto y comenzaron a formar planes para hacer algo más práctico, pero se encontraron con que faltaba lo principal, no tenían armas; y comprendieron que esas proezas podrían realizarse en una población de poca importancia, pero no en la Habana.

Aun nos parece escuchar a D. Francisco de León,22 subido sobre los hombros de un amigo, persuadiendo a aquella multitud para que se retirara a sus casas, y acordara el modo de prestar sus servicios a la patria de un modo tangible, pues de continuar en aquella situación estaban tan expuestos a ser arrollados con solo una veintena de soldados de caballería.

22Francisco León de la Nuez, ajusticiado el 9 de abril de 1869 por otros sucesos.

Así lo comprendieron, y el inmenso grupo se disolvió; mas desde aquel momento no se pensó en otra cosa que en la guerra.

Dos días más tarde (9 de enero) el general Dulce decretó la libertad de imprenta.23Esta tuvo una efímera duración de diecinueve días.24

23Gaceta de la Habana,p. 1, col. 1, 10 de enero de 1869.

24Ibídem, p. 1, col. 1, 29, 30 y 31 de enero de 1869.

En ese breve intervalo se publicaron multitud de periódicos, los más de ellos con títulos zumbones y que apenas alcanzaron el segundo número. Fueron apareciendo sucesivamente:25El Gorrión, La Bijirita, El Alacrán Libre, El Sol del Trópico, La Verdad,El Fosforito, LaTremenda, El Artesano Liberal, El Insurrecto, El Pueblo Libre, El Sopimpero, La Idea Liberal, La Democracia, La Guillotina, La Libertad, La Gota de Agua, El Álbum, El Lobanillo, La Sopimpa, La Torre de Babel, El Nacional Liberal, La Convención Republicana, El Amigo del Pueblo, El Español Conservador, La Exposición, La Cotorra, El Riojano,Dos contestaciones a El Riojano, La Chamarreta, Los Negros Catedráticos, El Gorro, La Tranca, ElFarol, El Gitano, El Negro Bueno, La Propaganda, El Duende, El Látigo, El Pájaro Sirindango, Esto se va, El Mosquito, El Machete, El Garabato, La Concordia,y muchos otros, entre los que se pueden mencionar, además,La Pica Pica, El Moscón, Cucharón del Diablo, La TijerayEl Loro.26

25El Espectador Liberal, 7(14): 4, cols. 1 y 2, 27 de enero de 1869. (En la Hemeroteca de la Universidad de La Habana, en lo adelante HUH).

26 Resulta extraño que el autor no cite en esta relación los dos títulos de mayor trascendencia histórica, por la presencia en ellos de José Martí: La Patria Libre y El Diablo Cojuelo (N. de los E.).

Con igual fecha (9 de enero) concedía Dulce otro decreto por el que derogaba aquel del 4 de enero del año anterior, que establecía en la Isla comisiones militares permanentes con el privativo conocimiento de los delitos de homicidio, robo e incendio.27 Finalmente, el 12 del propio mes dictaba su célebre decreto que comenzaba con las bellas palabras “Olvido de lo pasado y esperanza en el porvenir” y concedía amnistía a todos los que por causas políticas se hallasen sufriendo condena o estuviesen procesados y en prisión, e incluía en igual beneficio a todos los que depusieren las armas en el término de cuarenta días.28

27Gaceta de la Habana, p. 1, col. 1, 9 de enero de 1869.

28Ibídem, p. 1, col. 1, 12 de enero de 1869. Repetido los días 13 y 14.

Narra el historiador integrista Justo Zaragoza que a las libertades concedidas por el general Dulce el 9 de enero respondieron los estudiantes de la Universidad promoviendo dos días después un alboroto escandaloso, con motivo de haberse nombrado a un español para cubrir la vacante de un bedel que había fallecido, y oponiéndose a que tomara posesión, sin más razón que no ser hijo de Cuba. Sigue narrando Zaragoza:29

29Justo Zaragoza:Las insurrecciones en Cuba,t. 2, p. 269, Madrid, 1873.

[...] al decreto expedido el 12 de enero, en el que, recordando su lema olvido de lo pasado y esperanza en el porvenir, concedía Dulce amnistía general por causas políticas, y el dilatadísimo término de cuarenta días para presentarse los que estuvieran con las armas en la mano, contestaron en la Habana el mismo día de su publicación, recibiendo a tiros en las calles del Carmen y de las Figuras próximas al puente de Chávez,30



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