7,99 €
En el inicio del proceso penal, de trámite oral en la Ciudad Autónoma de Buenos Aires, el autor trazó la hoja de ruta del trabajo necesario para desempeñar el cargo de Defensor Público y, en razón de su destacada actuación, se transformó en la fuente de consulta de otros colegas. En esta obra, además de señalar los principios básicos para la práctica profesional en el debate, relata sucesos, en los cuales intervino, utilizando pautas de lenguaje claro y coloquial en la redacción de los casos que resultan cautivantes. Debido a su perseverancia, audacia y capacitación pudo cambiar el rumbo de diversas causas que, en un inicio, se mostraban desfavorables a los intereses que representaba. Este libro está dirigido a todos aquellos que deseen conocer los métodos dogmáticos y las tareas técnicas que se desarrollan al momento de defender a personas sin recursos económicos. El escritor señala que el derecho de defensa en juicio es una garantía sagrada, prevista por nuestra Constitución Nacional, que se ejercita dentro de los límites del estilo forense y de las reglas de la ética; al mismo tiempo, sin sobrepasar las pautas legales vigentes y las directrices del debido proceso. Agustín M. Valotta consigue demostrar que el liderazgo, la motivación y el funcionamiento coordinado de un equipo profesional permiten alcanzar el rendimiento idóneo de una oficina estatal y, de manera simultánea, realizar verdaderos actos de altruismo.
Das E-Book können Sie in Legimi-Apps oder einer beliebigen App lesen, die das folgende Format unterstützen:
Seitenzahl: 114
Veröffentlichungsjahr: 2025
AGUSTÍN M. VALOTTA
Valotta, Agustín M. El ingenio del defensor en el juicio oral : volumen I / Agustín M. Valotta. - 1a ed. - Ciudad Autónoma de Buenos Aires : Autores de Argentina, 2025.
Libro digital, EPUB
Archivo Digital: descarga y online
ISBN 978-987-87-6680-5
1. Lenguaje Jurídico. 2. Narrativa. I. Título. CDD 347.075
EDITORIAL AUTORES DE [email protected]
Agradecimientos
Prólogo
Palabras iniciales
1. Caso del profesor de música
2. Caso de la campera
3. Caso de la verdulería
4. Caso del sutién
5. Caso de la granada
6. Caso del certificado de estudios
7. Caso de los huevos de pascua
Palabras finales
Sobre el autor
ADePRA declara de interés la presentación del libro “El ingenio del defensor en el juicio oral”
La Legislatura de la Ciudad de Buenos Aires declara de interés para la comunicación social y la cultura el libro “El ingenio del defensor en el juicio oral”
“El palladium de la libertad no es una ley suspendible en sus efectos, revocable según las conveniencias públicas del momento, el palladium de la libertad es la Constitución, esa es el arca sagrada de todas las libertades, de todas las garantías individuales cuya conservación inviolable, cuya guarda severamente escrupulosa debe ser el objeto primordial de las leyes, la condición esencial de los fa1los de la justicia federal”.
Corte Suprema de Justicia de la Nación,
Fallos: 32:120.
A Mariana, Camila, Manuel y Martina por permitirme quitarles mucho tiempo y regalarme maravillosos momentos de amor.
A mis padres y abuelos porque fueron los modelos que seguí. A Leo y César por iluminarme.
A la Facultad de Derecho de la Universidad de Buenos Aires por permitirme instruirme de manera pública, gratuita y con profesores de prestigio académico.
A todos mis estudiantes de la Facultad de Derecho que me ayudaron a ser mejor docente.
A los titulares de cátedra y a mi equipo docente por estimularme a adquirir más y mejor conocimiento; especialmente a Jero Bide por compartir la pasión por la investigación y por la publicación de artículos jurídicos.
A los amigos y amigas de la carrera judicial que participaron de etapas inolvidables; especialmente al prestigioso doctor Gustavo Kollmann, magistrado de la Defensa Pública Oficial, por su generosidad para escribir el prólogo.
A todos aquellos que me acompañaron en el ejercicio profesional, soportando las exigencias obsesivas por el estudio y el trabajo riguroso.
A todas las personas valientes que enfrentan las injusticias y la corrupción, actuando habitualmente con dignidad y ética republicana.
En tiempos en que me preparaba para ser Defensor Público a partir de los cambios que proponía el nuevo ordenamiento procesal penal de la Nación que abandonaba el sistema netamente inquisitivo para convertirlo en mixto y traer la oralidad a los procesos penales en la jurisdicción nacional de la Ciudad de Buenos Aires y en materia federal en todo el país, en uno de los cursos a los que asistí, un profesor -el reconocido penalista entrerriano y convencional constituyente Julio Federiknos enseñaba como regla básica que, tanto la declaración del imputado, como todas las articulaciones que a partir de la misma se efectúen en su defensa, debían ser “verosímiles y congruentes con la prueba”.
La experiencia personal y, fundamentalmente la profesional, que adquirí luego en el ejercicio de la defensa pública, me demostró que a esas condiciones, esenciales para encaminar al éxito a una defensa penal, debe añadirse otra: el ingenio del defensor para presentar adecuadamente su teoría del caso.
El reconocido jurista italiano Luigi Ferrajoli, señala que el arte de la litigación oral radica en la habilidad del abogado para persuadir y convencer al tribunal mediante argumentos sólidos y una presentación efectiva de los hechos. Dice que es una danza verbal que requiere destreza y maestría. Y es muy cierto.
Conocí al doctor Valotta a poco de asumir como Defensor Público Oficial, a mediados de 1993. Como bien relata Agustín en las líneas que siguen, y tal cual siempre sucede en nuestro bendito país, al menos desde que tengo uso de razón, se implementó un nuevo ordenamiento procesal a nivel nacional y federal que incluía una etapa del proceso con debates orales y públicos, con escasos recursos materiales y humanos. Y, los menos beneficiados a la hora de recibir dichos recursos, siempre fuimos los integrantes del Ministerio Público de la Defensa que, además, por entonces, carecía de autonomía y dependía del Poder Judicial.
Así las cosas, comenzaron a tramitar las causas con el nuevo procedimiento penal mixto, la etapa de instrucción o investigación era escrita y luego el juicio propiamente, donde se sustanciaba la prueba y decidía la absolución o condena, se resolvía en una o más audiencias orales y públicas. Al tiempo se iban acumulando los juicios orales, y los defensores públicos no alcanzaban para cubrir la demanda necesaria de abogados provistos por el Estado para garantizar el debido proceso a quienes no tenían, no querían o no podían pagar un letrado de su confianza.
En dicho contexto, pese a que mi designación era para cumplir funciones ante la Cámara Nacional en lo Criminal y Correccional Federal de la Capital Federal y los Juzgados de dicho fuero en la Capital Federal, me convocaron también para actuar en las defensas que llegaban a juicio oral, instancia en la que por entonces solo había un Defensor para ejercer dicho ministerio ante seis Tribunales Orales de tres jueces cada uno y seis Fiscales.
Lo tomé como un desafío, en una nueva etapa, y cuando me asignaron el primer caso, para forjar un poco más de confianza y conocer cómo se desenvolvían en la práctica los juicios y las distintas partes que actuaban en los mismos, comencé a presenciar audiencias de debate.
Me habían comentado de las virtudes profesionales de un joven secretario que antes se había desempeñado en la Cámara de Apelaciones del fuero y que estaba en ese momento trabajando en la Defensoría Pública ante los Tribunales Orales Federales. Ante la falta de defensores, lo facultaron a actuar como tal en los juicios en los que había intereses opuestos o bien cuando existía superposición de audiencias con el titular de la sede a la que pertenecía, que al principio era -como dije el único Defensor ante los Tribunales del fuero.
Fue así que asistí, como parte del público, silenciosamente, sin anunciarme, a presenciar una audiencia de debate al Tribunal Oral Federal N°1, en el cual más adelante me tocaría actuar como Defensor, por primera vez, en un juicio oral. La idea era observar bien el desarrollo del mismo, analizar la actitud de los jueces, la forma en que se manejaba el fiscal que luego me tocaría tener de contraparte y, sobre todo, cómo se desenvolvía la defensa. Era un juicio sencillo, que terminó con una absolución. El joven defensor había estado brillante. Presentó el caso de una forma didáctica, atractiva, organizada y elocuente. Al finalizar los alegatos, en el cuarto intermedio previo al veredicto, me acerqué junto al entonces prosecretario de la defensoría a mi cargo a saludarlo. Me presenté y lo felicité por su impecable trabajo. Aquel letrado, era el doctor Agustín Valotta.
A partir de ese momento, aunque me habían dicho que era muy reservado con su trabajo, me encontré con un colega que enseguida se mostró colaborativo, muy preparado académicamente, estudioso, sumamente generoso, dedicado a su función y apasionado por la misma.
Al poco tiempo comenzamos a trabajar en el mismo edificio, por lo que habiéndolo visto actuar con mucho aplomo y solvencia, a sabiendas de la experiencia que casi nadie tenía litigando ante los nuevos Tribunales Orales Criminales Federales, me acerqué a consultarlo.
Agustín se quedaba muchas veces en su oficina del noveno piso hasta altas horas de la noche, analizando fallos, desmenuzando los votos de cada uno de los jueces de los seis Tribunales Orales que había por entonces. Era común ver prendida la luz de la ventana cuadrada de marco azul del noveno piso que daba al río, donde tenía su despacho, cuando concluía mis funciones entrada la noche y ya prácticamente nadie quedaba en el edificio. Era por todos conocido que había confeccionado carpetas, una por cada Tribunal, con todos los fallos que se iban dictando, condenas y absoluciones, clasificados, anotados, resaltados, subrayados. Un material que envidiaría cualquier abogado que tuviera que encarar una defensa en alguno de los tribunales orales del fuero. Sus anotaciones prolijamente escritas de puño y letra eran agudas, fundadas, pero no para que trascendieran, más bien de uso privado de su autor o bien interno, dado que incluían exclamaciones de gran tamaño e incluso en algunas expresaba su desazón de forma explícita cuando se indignaba por advertir en un voto un desatino que consideraba un argumento injusto o arbitrario. Como era muy discreto con su trabajo, no me atrevía a pedirle las carpetas. Pero habíamos logrado afinidad y empatía conversando sobre nuestra labor en las distintas etapas del proceso.
Un día, después de alguna de las consultas que solía hacerle, me las ofreció desinteresadamente. El material para mí valía oro y fue de gran utilidad para todos los juicios que luego me tocaron encarar. Con su autorización y, fundamentalmente, gracias a su generosidad, iba fotocopiando todo y reproduciendo el trabajo que pacientemente hacía Agustín con cada fallo que emitían los nuevos Tribunales Orales Federales con asiento en el edificio de la Avenida Comodoro Py.
Pude tener así un panorama acabado sobre la jurisprudencia que iba produciendo cada Tribunal, lo que sostenían los fiscales de juicio y lo que opinaban cada uno de los jueces que integraban los mismos.
Aun cuando llevaba diez años trabajando en distintos Juzgados de Instrucción penal y algunos meses como Defensor Público, los nervios lógicos por el debut en audiencias orales y públicas, sumados a los de la enorme responsabilidad que implica ejercer la asistencia técnica de una persona sometida a proceso penal, que se incrementan ante la exposición y la inmediatez cuando hay que litigar oralmente en juicios públicos (máxime si llega a esa etapa con una persona privada de la libertad o que tiene el riesgo de perderla si resulta condenada) que alcanza su momento cúspide, elevando la adrenalina -como señala Agustín en sus relatos posteriores cuando culmina el alegato del Fiscal y el Presidente del Tribunal dice “Señor Defensor, tiene la palabra”, la ayuda, el aliento y el apoyo que recibí del doctor Valotta fue fundamental para que pudiera encarar esa primer experiencia con todo lo que era posible bajo control.
Como narra el autor en cada uno de los casos que escogió, el defensor penal no solo debe construir la teoría del caso, debe apuntalarlo y presentarlo de forma tal de despertar la atención de los jueces en los aspectos claves que favorezcan la posición que se sostiene. La preparación de cada detalle es importante. El ofrecimiento de prueba es un tema y lo era por aquel entonces más aún. Carecíamos de medios propios para producirla y chequear que no nos fuera desfavorable a nuestra presentación del caso y debíamos salir de nuestros escritorios para inspeccionar ocularmente el lugar de los hechos, hacer comprobaciones, conseguir testigos, chequear cada detalle. Intentar prever situaciones de modo de no quedar en offside durante el debate, planificar el interrogatorio tanto de la persona defendida, como de los testigos y, al final, con muy poco o casi nada de tiempo, articular el alegato de forma metódica, elocuente y concreta.
Me tocó compartir algunos debates con Agustín, defendiendo a personas que presentaban intereses contrapuestos. Sin embargo, teníamos en común el embate del procedimiento policial y/o judicial que daba origen a las investigaciones. Fue un lujo coincidir con su estrategia, aunque fuera parcialmente; sabía perfectamente que no iba a dejar flanco sin cubrir y que haría su trabajo con gran solvencia técnica.
Sin temor a equivocarme, uno de los mejores alegatos que presencié en mi extensa trayectoria en la Justicia, lo produjo el doctor Valotta. Era una causa compleja en la que había intervenido en la etapa de instrucción y ante la Cámara de Apelaciones, por lo que la conocía muy bien y decidí concurrir a la audiencia de debate en la que se produjeron los alegatos. Varios de los más encumbrados (y onerosos) abogados del foro ejercían defensas en dicha causa que incluso tenía imputados a profesionales del derecho y hasta algún notario público. Al finalizar la última audiencia todos ellos fueron alegando, pero cuando le llegó el turno a Agustín y presentó los fundamentos de su defensa, con una actuación y puesta en escena memorables, tuve que contenerme para no aplaudir. Su defendida terminó absuelta, luego de años de persecución penal y quienes llevaron a cabo el procedimiento que la originó, denunciados e investigados.
En lo personal, cada uno de los casos que relata Agustín, generaron en mí la empatía propia de quienes compartimos no solo la misma función, sino también idénticas emociones, pasión, responsabilidad y principios, con relación a esta noble e importante tarea. Me hicieron transportar a la época fundacional de la litigación penal oral en la ciudad de Buenos Aires, previa a la autonomía del Ministerio Público de la Defensa que se consagró en la Constitución Nacional de 1994 y que se implementó con la Ley Orgánica del Ministerio Público en 1998. Época esta, en la que con muy poco, con casi nada, sin recursos, pero con la debida preparación y con ingenio, podíamos hacer mucho.
El tiempo pasó, pero sigue siendo un tanto así. La debida preparación de los casos, la lealtad con las partes, la organización y la sagacidad del abogado defensor, tal como se desprende de los casos seleccionados, como de los consejos, valores y el auténtico compromiso con la función que transmite el autor a través de los mismos, son necesarios para llevar a buen puerto una defensa, para que la misma sea eficaz, cualquiera fuese el resultado final.
