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Recoger la vida y obra de José Antonio Portuondo Valdor ha sido un empeño del libro que se presenta consideración, sobre todo con énfasis en los aportes, estudios y líneas que trazó el profesor Portuondo en la enseñanza, la investigación y la difusión de los estudios estéticos en el país. El texto está escrito en un lenguaje claro, directo y propone análisis muy interesantes.
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Seitenzahl: 234
Veröffentlichungsjahr: 2025
El legado estético cultural de José Antonio Portuondo
David Batista Vargas
La Habana, 2024
David Batista Vargas (Santiago de Cuba, 1960). Licenciado en Marxismo y Filosofía. Doctor en Ciencias Filosóficas. Ha estudiado el pensamiento estético de José Antonio Portuondo y publicado diversos artículos sobre este destacado intelectual cubano. En la actualidad investiga sobre el discurso estético en los medios audiovisuales del Caribe. Compiló y publicó el libro Poéticas epistémicas y estéticas del Caribe en tiempos de tempestades, en 2019 por la editorial EnVivo, que recoge 10 artículos de 11 investigadores. Es el Subdirector de la Televisión Nacional.
Recoger la vida y obra de José Antonio Portuondo Valdor ha sido un empeño del libro que se presenta consideración, sobre todo con énfasis en los aportes, estudios y líneas que trazó el profesor Portuondo en la enseñanza, la investigación y la difusión de los estudios estéticos en el país. El texto está escrito en un lenguaje claro, directo y propone análisis muy interesantes.
Quedan rigurosamente prohibidas, sin la autorización escrita de los titulares del Copyright, bajo la sanción establecida en las leyes, la reproducción parcial o total de esta obra por cualquier medio o procedimiento, comprendidos la reprografía y el tratamiento informático, y la distribución de ejemplares de ella mediante alquiler o préstamo público. Si precisa obtener licencia de reproducción para algún fragmento en formato digital diríjase a CEDRO (Centro Español de Derechos Reprográficos, www.cedro.org) o entre la web www.conlicencia.com EDHASA C/ Diputació, 262, 2º 1ª, 08007 Barcelona. Tel. 93 494 97 20 España. Este y otros libros puede encontrarlos en ruthtienda.com
Título: El legado estético cultural de José Antonio Portuondo
© David Batista Vargas, 2024
© Sobre la presente edición:
Ediciones enVivo, 2024
ISBN: 9789597276807
Tomado del libro impreso en 2020 – Edición: Norma Gálvez Periut / Corrección: Ilaín de la Fuente Guinart / Diseño de cubierta: Damaris Rodríguez Cárdenas / Diseño de interior y maquetación: Damaris Rodríguez Cárdenas
E-Book – Edición: Norma Gálvez Periut / Corrección: Ilaín de la Fuente Guinart / Diagramación pdf interactivo y conversión a ePub y Mobi: Damaris Rodríguez Cárdenas / Diseño interior: DamarisRC
Ediciones enVivo
Instituto Cubano de Radio y Televisión
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Cuando David Batista me propuso hacer el prólogo de su libro, fue como dar un salto en la historia, me vi 55 años atrás entrando a la Escuela de Letras, de la Universidad de La Habana, para recibir clases con el Doctor José Antonio Portuondo. Era la década del 60, su segunda mitad y todos estábamos llenos de inquietudes, de preguntas, de incertidumbres y sobre todo de ansias de conocer, florecían infinitas discusiones, cuestionamientos que nos hacíamos.
La pléyade de profesores de la Escuela de Artes y Letras nos involucraba en las polémicas y los avatares de entonces. Entre ellos estaba Portuondo, con su sapiencia, benevolencia y presto siempre a ayudar, a orientar, a desarrollar en nosotros la capacidad de pensar y tomar decisiones. Creo que ninguno de los de entonces recibió un no puedo o eso es algo banal, cuando nos acercábamos a interrogar sobre algo, a buscar respuestas, que por lo regular eran indicaciones de libros, materiales, que debíamos leer para después poder conversar, ese era su término favorito, sobre el tema.
Recuerdo como si fuera en estos momentos la primera clase de Estética, que comenzaba “un mismo ritmo mueve los hombres y las estrellas” y el despliegue de la herencia teórica de los griegos y cómo el pasado se devuelve en el presente con nuevos presupuestos pero similares dudas en los hombres. Traía el programa de la asignatura, que repartía, señalaba los temas de cada período a evaluar, lo que iría a lo que entonces era la prueba final o las generalidades y por supuesto, el trabajo escrito que debíamos entregar, nunca supe si los leía o no, pero lo que sí agradezco es que me hiciera escribirlo, investigar, me prestara y orientara bibliografía, ese creo que era el saldo que recogíamos. Sus clases eran amenas, una conversación que nos llevaba, y nos paseaba por la cultura universal, latinoamericana y cubana, todo lo unía al presente, pero lo esencial era que no imponía criterios, solo argumentaba y no había diferencias para oír los razonamientos, y con una ironía muy suave, elegante, que no hería ante los demás, pero que hacía reflexionar, nos traía de vuelta al tema, a la búsqueda de las esencias. Sus clases no eran esquemas a seguir por el programa, sabíamos qué debíamos estudiar, pero en el aula nos interesaban otros temas, personajes, anécdotas o experiencias de los congresos y viajes a los que asistía y le pedíamos el hablar de ello en lugar de lo que podíamos encontrar en los libros, que no era tan así, pues las clases/conversaciones de Portuondo no eran recitaciones de contenidos, e impresionaba de sobremanera que llegaba al aula y como si viniera a visitarnos, a saber de nosotros, nos preguntaba “y dónde terminé la vez anterior, de qué hablábamos”, y era así, hablábamos, ese era el momento crucial para incidir en nuevos temas, en sus experiencias y con la sonrisa bonachona que lo caracterizaba decía, “pero tienen que estudiar los temas tales…”
Maestro, consejero, amigo, sabía llamarnos a capítulo, exigirnos e involucrarnos en su asignatura, la que todos estudiábamos y siempre recordamos con placer, no importaba la nota a recibir, a él tampoco; le entusiasmaba el ser humano que estaba frente a él al que le dedicaba tiempo, atraía y siempre dejaba con más dudas que respuestas.
Ya con el tiempo no era el Dr. Portuondo, sino Pepé que ayudaba, daba consejos, alertaba sobre lo que hacíamos para que reflexionáramos, y siempre tomaba partido, el suyo no lo imponía, lo razonaba, porque lo más importante era que supiéramos defender y razonar en lo que creíamos, saber criticar con los argumentos necesarios y disfrutar conversando la delicia de un buen maestro.
Norma Gálvez Periut
Alamar, febrero de 2020
El presente libro, toma como punto de partida la primera tesis defendida en opción al grado científico de Doctor en Ciencias Filosóficas, surge del estudio del pensamiento estético de José Antonio Portuondo, y se concibió como justo homenaje en el año del centenario de su nacimiento (noviembre, 1911). La paternidad de la idea se la debo al Dr. C. Rigoberto Pupo Pupo, Profesor Titular de la Facultad de Historia y Filosofía de la Universidad de La Habana, compañero y amigo de José Antonio Portuondo.
Confieso que la visión como hombre de letras, como revolucionario cabal y la humanidad desbordante de José Antonio Portuondo, impactaron en mí una vez recibidas las primeras lecciones y valoraciones de su obra de parte del Dr. Rigoberto Pupo y fue, sin duda, la apoteosis, al hurgar con el máximo de intencionalidad posible en los muchos libros que posee y en las decenas de artículos publicados en diferentes escenarios. Como resultado del estudio riguroso del pensamiento estético, salió esta monografía que cumpliría su objetivo, si solo incentivara, fundamentalmente en estudiantes y en apasionados lectores, el deseo de buscar en la historia las raíces identitarias de la nación cubana para entre todos seguir construyendo el presente y el futuro de nuestra isla.
Esta indagación académica no se propuso agotar el pensamiento de una figura que vivió por más de ocho décadas, aportando, creando y sembrando ideas; es por tanto un intento pionero por estudiar el quehacer en el campo filosófico de un hombre esencial de la cultura cubana. Otro de los objetivos sería motivar nuevas y disímiles investigaciones sobre las múltiples zonas de la creación literaria y revolucionaria, del crítico y maestro José Antonio Portuondo, entre los jóvenes que estudian las especialidades de las humanidades y las ciencias sociales cuyo fundamento es la filosofía, la comunicación, la cultura y otras. Es un modo de sentar los fundamentos para que perdure la obra de aquel hombre que dijo mucho pero hizo más, en el empeño por crear una sociedad mejor, una sociedad como la que soñaron los primeros y nunca olvidados exégetas del pensamiento cubano: José Agustín Caballero, José de la Luz y Caballero, Antonio Bachiller y Morales, Félix Varela, José Antonio Saco y una lista interminable de próceres que cierra con el más universal de todos los cubanos: José Martí.
Advierto, que soy consciente de la complejidad que entraña estudiar e investigar las diferentes etapas que fueron conformando nuestra nacionalidad, vinculadas con la historia de finales del siglo xix, pero el objetivo es referenciar los aspectos considerados más cercanos a la presente indagación de base filosófica, aunque no se desconoce la existencia de esa riqueza, que en todos los órdenes caracterizó la historia nacional, a sus ilustres pensadores y los acontecimientos decisorios tanto en lo social como en lo político-ideológico, que marcaron profundamente nuestra identidad y la nación.
Una advertencia similar aconsejo tener en cuenta con la etapa que marcó el inicio de la república y hasta 1959; donde la confluencia de intereses norteamericanos junto a los corruptos gobernantes cubanos de este período, hundieron al país en la más absoluta miseria, tanto en el plano económico como en el político. De manera, que no será un estudio en intensidad de la historia y la cultura de la época, sino solo los elementos imprescindibles para sostener y defender antecedentes y referencias que influyeron en el panorama cubano de entonces y como es lógico en la formación de un cubano como José Antonio Portuondo.
En el plano literario podrán encontrarse referencias vinculadas a una literatura verdaderamente comprometida con los problemas sociales de la patria, con la referencia a autores de la talla de: Enrique José Varona, Manuel Sanguily, José Martí, Antonio Guiteras, Juan Marinello, Nicolás Guillén, y otros. Lamentablemente no siempre la obra de reconocidos poetas y escritores de la república, está vinculada con la voluntad y necesidad de los cambios políticos y sociales que se fomentaban entre los obreros, campesinos, estudiantes, intelectuales y pueblo en general, aun cuando el gozo espiritual que proporcionan algunas de estas obras, es altamente reconocido.
Con el triunfo de la Revolución, el 1ro. de enero de 1959, todo cambió radicalmente, se fue imponiendo una nueva y más consiente unidad social en torno al nuevo poder hegemónico; la cultura burguesa fue cediendo paso a una cultura diferente, en todas las esferas de la vida, no obstante, en ese proceso de ensayo-error, no faltaron los desaciertos, corregidos muchos de ellos a la par que se defendía la existencia misma de la Revolución ante un enemigo interno y externo que igualmente radicalizaba sus acciones contra la joven nación independiente. Tal fue el caso de la reunión de los intelectuales del verano de 1961 o el tratamiento a conocido como la “Polémica de los 60” y el “Quinquenio Gris”; acontecimientos que marcaron y dejaron huellas en el pensamiento intelectual de todo el período revolucionario. Debido a la complejidad de esta etapa y el riesgo que se corre al valorarla, he considerado pedir disculpas por anticipado si son observadas superficialidades o incongruencias en las opiniones que aparecen, se trata solo de pinceladas, no es un análisis riguroso requerido y que todavía está por hacer, escuchando y tejiendo cuidadosamente la historia de muchas personas, pero ese no es el objetivo de esta indagación.
Finalmente, el propósito mayor ha sido el que emana de un compromiso con el presente y con el futuro, pero siempre considerando el pasado, porque de él nos llega toda la riqueza vivida por generaciones de cubanos, quienes, muchas veces desde el anonimato más absoluto, fueron hilando con su aporte personal la nacionalidad cubana, la cultura y aquellos rasgos identitarios caracterizadores y diferenciadores de otros pueblos; es hurgar en la historia legada, las razones y principios que nos hacen fuertes e invencibles.
José Antonio Portuondo Valdor nació en Santiago de Cuba, el 10 de noviembre de 1911, etapa histórica aún influenciada por los ardores de acontecimientos, que definieron el final del siglo xix cubano y marcaron en todos los órdenes la nación, donde se manifiestan especialmente frescas las huellas de la derrota de la metrópolis española ante el Ejército Mambí, pero también la injerencia en los asuntos de los cubanos del incipiente imperialismo yankee, sus reiteradas intervenciones, la Enmienda Platt, el nacimiento de la república mediatizada y la sucesión de gobiernos corruptos y entreguistas.
En lo económico, los años finales del siglo xix y el primer cuarto de siglo de existencia de la república, permitieron un auge de la industria azucarera con la explotación de millones de hectáreas de tierra para estos fines, y la construcción de industrias procesadoras de la caña de azúcar, que en su mayoría eran propiedad de compañías norteamericanas. Cuba se convirtió sin duda, en un país mono-productor y mono-exportador de azúcar y sus derivados.
Se explotaron otras zonas de negocios siempre bajo los espurios intereses norteamericanos: El tabaco, la minería, la ganadería, la tala de bosques y las comunicaciones esencialmente por el desarrollo el ferrocarril. Pero la atención principal estuvo dirigida a la caña de azúcar y toda la complejidad que por decenios envolvió a este noble alimento.
Este panorama económico trajo un cierto “desarrollo” para la sufrida Isla, lo cual es innegable, pero se trata de valorar sus costos en el orden humano, político y social y cómo influyó en toda la percepción cultural nacional, a lo que habría que adicionar el cambio de mentalidad que generó la nueva potencia político-militar, sobre el pensamiento de la burguesía cubana, sus gobernantes, algunos participantes en las guerras emancipadoras de finales del siglo xix y en las generaciones de hombres y mujeres de pueblo que, a contracorriente y desde las más diversas formas, impusieron una nueva manera de pensar y actuar.
En la década del 20 en Cuba se produjo un despertar, una nueva motivación, un reordenamiento de ideas de los jóvenes intelectuales, que accedían a la vida política y social del momento, que supieron ver y estructurar una forma diferente de decir y de hacer, decisiva, para los derroteros futuros de la sociedad cubana. Esto se traduce en una visión y un pensamiento que refuerzan el hecho real de revalorar esta etapa histórica de la nación cubana, por la impronta de la sucesión de eventos políticos, ideológicos y sociales, de gran riqueza y trascendencia tanto en el ámbito nacional como en el internacional.
Todo ello conduce a valorar el proyecto político de la nueva generación, que carga en sus hombros la responsabilidad histórica de fijar los referentes sociopolíticos en la Cuba de inicios de siglo xx, que se articula a la que le antecedió, pero igualmente comprometida con la patria y, ambas tejen la imagen creadora en la cultura de una elevada fortaleza que ha trascendido hasta el presente.
Todo lo anterior, se convirtió en causa suficiente para el despertar de una conciencia nacional crítica por esencia, dando paso a figuras como Juan Marinello, Rubén Martínez Villena, Julio Antonio Mella y otros, que proyectaron una nueva perspectiva emancipadora, desde las letras y la política; establecieron modelos referenciales para el futuro, que penetraron en todas las esferas de la sociedad.
En este contexto complejo, surge la figura de José Antonio Portuondo, el ambiente familiar y educacional influyó decisivamente en la formación de este destacado intelectual y le brindaron los instrumentos primarios para su formación como hombre de bien, amante de las virtudes, que implica el comprender las esencias de determinaciones culturales tales como: la filosofía, la ética, la sociología, la antropología y hasta los problemas de raíz ecosófica. Ello le proporciona la posibilidad de vislumbrar, en toda dimensión, la verdadera naturaleza de las aprehensiones religiosas y elevar a un plano superior sus inquietudes sobre la irracionalidad de ciertos comportamientos doctrinales dentro de la Iglesia, que influyeron en el definitivo abandono de la fe algún tiempo posterior.1
Es presumible, que el abuelo paterno despertara en Portuondo la necesidad de investigar otras doctrinas filosóficas diferentes a las conocidas por él; también le mostró piezas del repertorio clásico musical y le facilitó estudiar en la moderada colección literaria familiar, dentro de la cual se encontraban obras de José Martí y otros autores nacionales y extranjeros. Así el ambiente familiar puede deducirse que desarrolló la sensibilidad por la cultura a partir de las prolongadas lecturas desde muy temprana edad.2
Portuondo, es depositario de un complejo desarrollo de transformación ideológica, que le permite asumir el marxismo tempranamente. Este proceso es el resultado de continuas meditaciones de un sujeto donde el ambiente familiar, la educación escolar y en general la sociedad en que crecía, le resultó el mejor argumento para apartarse de una lógica cultural, ontológica e ideológica, con audacia y convicciones propias.
En 1929, se observan en Portuondo fisuras en su fe religiosa y una paulatina, pero segura, articulación de nuevas inquietudes ideológicas, argumento que se demuestra cuando solicita, y es autorizado algún tiempo después, el estudio de lo que la jerarquía católica consideraba libros malditos3. En 1938 recibe una larga carta de su profesor de Física del Colegio Dolores en Santiago de Cuba, donde este le critica fuertemente la decisión de abandonar la religión y le dice “[…] no, José Antonio; no es ese tu puesto entre gente y causa de tan espantosa degradación, sino entre los apóstoles de Jesucristo […]”.4 Tales eran las denominaciones peyorativas que recibían los “comunistas” de los jerarcas religiosos, cuyas prácticas filosófico-religiosas estaban al servicio de las clases dominantes.
Así, al llegar Portuondo a La Habana, con el propósito de estudiar Derecho, ya tenía suficiente información y cultura general, para comprender los problemas sociales y políticos que constituían el discurso de las reformas universitarias, iniciadas por Julio Antonio Mella y otros intelectuales del momento que, sumados a la obra del grupo minorista, le imprimían una particular característica al movimiento revolucionario de los años veinte, pujaban por desterrar la ausencia de compromiso social y abrían paso a una intelectualidad orgánica de nuevo tipo, con algunos elementos idealistas, pero que igualmente revolucionaban el quehacer sociopolítico de la época.
La dura vida que representaba la Cuba de finales de los años veinte gobernada por el dictador Gerardo Machado, hizo que en 1930 la Universidad de La Habana fuera clausurada por orden ejecutiva, lo cual permitió a Portuondo, que en esos momentos estudiaba la carrera de Derecho en esta Universidad, regresar a su ciudad natal e integrarse al Ala Izquierda estudiantil5, dirigida por el Partido Comunista en Santiago de Cuba.
De esta etapa, lamentablemente no se disponen de suficientes argumentos que reflejen toda la riqueza de la labor revolucionaria realizada por Portuondo; pero cabría destacar que estos años fueron de intensa actividad intelectual. Publicó poemas de corte social en varias revistas de la época; algunos periódicos en Santiago de Cuba editaron artículos escritos por él, todo ello posibilitó que maduraran sus ideas y contribuyera a que fuera radicalizando el pensamiento hacia una tendencia política de izquierda.
En el ensayo titulado “El compañero José Antonio Portuondo”, Roberto Fernández Retamar, a propósito de reconocer cómo se fue tejiendo la personalidad de Portuondo refiere que, “[…] su larga actividad revolucionaria, que arranca con su participación en el seno del Ala Izquierda Estudiantil de Santiago de Cuba, durante la tiranía machadista; lo lleva desde 1936 a una firme militancia marxista […]”.6
Al develar el quehacer literario y filosófico, cabe pensar, que tiene mucho de la historia de Cuba, que supo recepcionar tempranamente. No hubo un intelectual comprometido con su tiempo, con la historia y con su pueblo, que no estableciera diálogo con este hombre; y aunque algunos declinaron seguir al lado de las causas de los más desposeídos, renunciando a los paradigmas ideológicos abrazados por Portuondo, supieron reconocer en él, a un intelectual fecundo, entregado a la causa de su pueblo y con una obra que ascendió al conocimiento, en la misma medida que su conciencia de clase se fortaleció.
Esta figura cuenta con el privilegio de haber vivido bajo el influjo de un movimiento filosófico que rompió con el positivismo e introdujo las bases doctrinales del marxismo, que articuló con el pensamiento emancipador cubano del siglo xix.7 Desde los primeros años de la década del treinta ya está en acción su obra que impresionó por la amplitud y las temáticas estudiadas. En esta etapa de su vida, ya era considerado un joven intelectual polifacético8, lo que da cuenta de la amplia cultura, que le valió para ejercer la crítica y la ensayística de todo cuanto consideró importante dentro de las letras, la filosofía y la política.
En los años treinta, solo contaba con algo más de 20 años, se aprecia el respeto y la consideración que le ofrecen intelectuales comprometidos con los problemas más generales de la sociedad y específicamente de la cultura, tales como: Alejandro García Caturla, Manuel Navarro Luna, Emilio Roig de Leuchsenring, Osvaldo Dorticós, Mirta Aguirre, Julio Le Riverend, Camila Henríquez Ureña, Marcelo Pogolotti y Félix Pita Rodríguez, por solo citar algunos ejemplos.9
Fueron muchas las publicaciones cubanas y extranjeras en las que Portuondo dio a conocer ensayos y críticas sobre los más diversos temas: Una de ellas fue la Revista Bimestre Cubana10, donde publicó José Antonio Ramos y la primera generación republicana de escritores cubanos o sus colaboraciones en Revista Iberoamericana11, con la publicación de Elogio del dilettante, trabajo dedicado a Baldomero Sanín Cano, escritor colombiano de gran importancia.
La producción poética no resultó ser el lado más afortunado12, no por falta de un indiscutible talento, sino porque en él, la crítica literaria y la ensayística, alcanzaron las cumbres de realización intelectual; y si a ello se le suma el compromiso ideológico con el marxismo, es sin duda un gran privilegio que una nación cuente con hombres como él.
En 1938 escribió un libro fundamental, Proceso de la cultura cubana, donde se muestran a través del prisma del marxismo el desarrollo histórico y teórico de la cultura nacional. El libro, escrito cuando con apenas 27 años, es sin duda una fiel muestra de lo que sucedía en la cultura cubana en esos momentos. Esta visión se amplía y gana madurez con otros trabajos que profundizan en la cultura cubana, entre ellos están: Bosquejo histórico de las letras cubanas, (1960), Crítica de la época y otros ensayos (1965), Orden del día (1975), y Ensayos de estética y de teoría literaria (1986); por solo citar algunos ejemplos, que se caracterizan por el enfoque marxista.
La labor de Portuondo iba adentrándose progresivamente en los más diversos espacios de promoción de la cultura del momento, incursionando en programas radiales de gran audiencia tales como: la Hora cubana de cultura popular, que promovía lo mejor de la producción cultural de entonces, que fundó y dirigió.
Preparó y condujo un curso de cinco meses de “Introducción de la Historia de Cuba”, y como todo gran hombre, no pudo verse al margen de la necesidad de mostrar lo mejor de la patria, a través de su historia. En este proyecto participaron intelectuales destacados de la época y la experiencia resultó tan singular, que la alcaldía de La Habana decidió publicarlo en 1939, en folletos llamados Cuadernos de Historia Habanera.
José Antonio Portuondo, fue editor de la revista Mediodía13, donde formaron parte del consejo editorial, intelectuales como: Nicolás Guillén, Aurora Villar Buceta, Carlos Rafael Rodríguez, Ángel Augier y Edith García Buchaca. Además fundó la revista Baraguá.14
Portuondo, con especial convicción, comprende hasta dónde pueden influir sus ideas en nuestro panorama sociopolítico, que se expresan como síntesis de un quehacer auténtico, dentro del mundo de las aprehensiones culturales, pero igualmente resume un pensamiento de altura filosófica y sobre todo de ascensión marxista y martiana, que concilia, ejercita y eleva a una expresión acabada en el orden teórico, cuando defiende el doctorado en Filosofía y Letras en 1941.
Ya en esta etapa ha logrado una formación sólida, una mayoría de edad con respecto a su conciencia marxista-leninista, y descolla el pensamiento propio de un intelectual de raigales convicciones y auténtica devoción por la doctrina del proletariado, con la cual será en extremo consecuente y se convertirá en él, en una práctica de combate.
Estudió lo mejor del pensamiento universal, bebió de los autores iniciadores de la teoría marxista y reflexionó sobre ellos. Profundizó en los autores premarxistas (antiguos y modernos), y comprendió las limitaciones esbozadas por Marx, Engels y Lenin, en muchos de sus trabajos, sobre todo si lo analizamos un siglo después. Criticó como pocos, las limitaciones del marxismo posterior a Lenin, en especial la vertiente dogmática reduccionista que subvaloraba el papel de la subjetividad humana en la historia y la cultura.
La producción intelectual de la década del cuarenta sirvió para estructurar, con sorprendente espíritu filosófico, un pensamiento en Portuondo de original enfoque marxista. En esta época, la literatura marxista era aún insuficiente, esencialmente en el ámbito nacional, a la vez que afloraban errores de dogmatismo y sectarismo propios del movimiento comunista internacional de la época, pero en Cuba y en América Latina, se gestaba una tradición marxista, se iniciaba el conocimiento de la teoría marxista que contaba con simpatizantes y hasta seguidores como Carlos Baliño, Julio A. Mella, José Carlos Mariátegui, Juan Marinello, entre otras figuras que supieron interpretar la teoría de Marx creadoramente, de acuerdo a las condiciones económicas y los perfiles culturales, étnicos y raciales de América Latina.
El profesor e investigador Dr. Rigoberto Pupo Pupo, en su libro Autoctonía y creación americana, afirma lo siguiente: “[…] La tarea de la construcción del socialismo peruano se afirma como utopía realista y posible en Mariátegui. No cree que su realización provenga de la aplicación mecánica de presupuestos establecidos en otras realidades […]”.15
En este mismo sentido expresa el propio Mariátegui: “[…] No queremos, ciertamente que el socialismo sea en América calco y copia. Debe ser creación heroica. Tenemos que dar la vida, con nuestra propia realidad, en nuestro propio lenguaje, al socialismo indo-americano. He aquí una misión digna de una generación nueva […]”.16
Es esa la tradición marxista que fructifica en Portuondo, no solo por pensar cómo emancipar nuestros pueblos desde las coordenadas históricas y culturales propias, sino por el enfoque abierto para asimilar lo mejor del pensamiento universal. Ana Cairo, a raíz de conmemorar en el año 2011 el centenario del nacimiento de tan emblemático intelectual, reconoce que este autor “[…] es uno de los hombres que contribuyó al desarrollo del marxismo en sus vertientes culturales; y esto no lo digo porque haya sido su alumna, sino porque está reconocido por la historiografía marxista cubana. Fue uno de los primeros marxistas que trabajó las teorías modernas sobre, por ejemplo, los orígenes de la poesía […]”.17
Una buena parte de las preocupaciones sociales, políticas y en general intelectuales, Portuondo las encausó a través de publicaciones que ocupaban el quehacer editorial del momento, como Dialéctica, Revista Mediodía y Baraguá, las que, por el perfil ideológico, es decir, vinculados al Partido Comunista y al marxismo en general, acogieron los ensayos de mayor compromiso escritos por Portuondo.
Al otorgársele una beca por el Colegio de México, en 1944, viaja a ese país, para realizar estudios e investigaciones sobre teoría literaria, bajo la tutoría de Alfonso Reyes. En este centro publica en la Colección Jornadas (número 21) y la obra El contenido social de la literatura cubana. Ese mismo año apareció La expresión poética. Un año después, el Colegio de México le publica Concepto de la poesía. Colaboró en las publicaciones: Cuadernos Americanos, La voz de México, Letras de México y Afroamérica.18
La década del cincuenta constituyó una etapa de gran maduración para Portuondo, fueron, sin duda, años indispensables dentro de su labor intelectual. En el no. 246 de la Revista Universidad de La Habana, en ocasión del homenaje póstumo rendido por un nutrido grupo de intelectuales, a la vida y obra de Portuondo, se publica un interesante epistolario entre Roberto Fernández Retamar y el homenajeado.