El primer populista - Gennadi Kneper - E-Book

El primer populista E-Book

Gennadi Kneper

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Beschreibung

Este estimulante y provocador libro presenta al famoso libertario Mijaíl Bakunin bajo un prisma poco habitual. Gracias a su enfoque innovador, que compagina el riguroso análisis de las fuentes históricas con el amplio uso de referencias literarias, sitúa al ilustre rebelde como uno de los fundadores del populismo. Al afirmar la importancia del "pueblo" como actor político soberano, Bakunin desafió a las élites dominantes de la Europa decimonónica y se convirtió en uno de los revolucionarios más peligrosos de su época. En un mundo marcado por la opresión y la desigualdad, sus ideas tuvieron eco en aquellos que buscaban un cambio radical. El libro, que contextualiza el legado de Bakunin en el panorama político del siglo XIX, destaca su papel junto con otros defensores de la gente común como Marx, Mazzini, Proudhon y Pi y Margall. Además, demuestra en qué medida el concepto bakuniniano de "pueblo" como pieza central en la construcción de una sociedad libre y equitativa anticipó los planteamientos populistas de épocas posteriores, así como los debates actuales sobre el populismo y la democracia participativa. Con una perspectiva crítica y equilibrada sobre el legado de Bakunin, se invita a los lectores a cuestionar las narrativas simplistas y a reflexionar sobre las complejidades del populismo y la política radical, ya sea de derecha o de izquierda. A medida que lidiamos con los conflictos del siglo XXI, es crucial apreciar las paradójicas implicaciones del mensaje bakuniniano de empoderamiento individual y responsabilidad colectiva, que no dejan de estar entre los mayores desafíos de la actualidad.

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HISTÒRIA / 210

DIRECCIÓN

Mónica Bolufer Peruga (Universitat de València)

Francisco Gimeno Blay (Universitat de València)

M.ª Cruz Romeo Mateo (Universitat de València)

CONSEJO ASESOR INTERNACIONAL

Pedro Barceló (Universität Postdam)

Peter Burke (University of Cambridge)

Guglielmo Cavallo (Università della Sapienza, Roma)

Roger Chartier (EHESS)

Rosa Congost (Universitat de Girona)

Mercedes García Arenal (CSIC)

Sabina Loriga (EHESS)

Antonella Romano (CNRS)

Adeline Rucquoi (EHESS)

Jean-Claude Schmitt (EHESS)

Françoise Thébaud (Université d’Avignon)

Esta publicación no puede ser reproducida, ni total ni parcialmente,ni registrada en, o transmitida por, un sistema de recuperación de información,en ninguna forma ni por ningún medio, ya sea fotomecánico, fotoquímico,electrónico, por fotocopia o por cualquier otro, sin el permiso previo de la editorial.

© Gennadi Kneper, 2024

© De esta edición: Universitat de València, 2024

Publicacions de la Universitat de València

https://puv.uv.es

[email protected]

Ilustración de la cubierta:

Retrato de Mijaíl Bakunin en la década de 1860

Fotografía de Nadar (Gaspard-Félix Tournachon)

https://commons.wikimedia.org/wiki/File:Bakunin.png

Coordinación editorial: Amparo Jesús-Maria Romero

Diseño de la cubierta: Inmaculada Mesa

Corrección: Letras y Píxeles, S. L.

Maquetación: Celso Hernández de la Figuera

ISBN (papel): 978-84-1118-344-4

ISBN (ePub): 978-84-1118-345-1

ISBN (PDF): 978-84-1118-346-8

Edición digital

«… and that government of the people, by the people,for the people, shall not perish from the earth».

The Gettysburg Address

19 de noviembre de 1863

ABRAHAM LINCOLN

«Si la masa del pueblo no tendrá en sus manos toda la plenitud del poder estatal, si quedará en el Estado alguna autoridad que no haya sido elegida por el pueblo, que no pueda ser relevada, que no dependa completamente del pueblo, entonces resulta imposible la satisfacción real de las necesidades inminentes y reconocidas por todos».

La lucha por el poder y la «lucha» por dádivas

14 de junio de 1906

V. I. LENIN

«Power to the people,Power to the people,Power to the people,Power to the people right on».

Power to the People

12 de marzo de 1971

JOHN LENNON

ÍNDICE

PREFACIO

INTRODUCCIÓN: UN HÉROE DE NUESTRO TIEMPO

Bakunin y el «pueblo» – El paraguas populista – El arte de la amalgama política – Esplendores y miserias del populismo romántico

1. MEMORIAS DE ULTRATUMBA

La paradoja de Waterloo – Monarquía, nacionalismo y populismo – Entre lo personal y lo político – Flâneur, propagandista, preso – Preparando la Confesión – La confesión de un hijo del siglo – El preso del zar – Luz al final del túnel

2. RESURRECCIÓN

La primavera siberiana – El nuevo comienzo en Tomsk – Bakunin, Katkov y la comunidad popular – Descubriendo la Siberia oriental – Bakunin, Muraviov-Amurski y los Estados Unidos de Siberia – Hacia el Pacífico – Bakunin en Japón y los Estados Unidos

3. GRANDES ESPERANZAS

Los primeros pasos – Bakunin y la emigración londinense – Entre Jefferson y Lincoln – Románticos y radicales – Polonia aún no ha muerto… – La aventura báltica – La partida nórdica

4. EL TÁBANO

Bakunin y Garibaldi – Fratelli d’Italia – Internacionalizando la resistencia – Un verano en Campania – Hermandad Internacional – Ideas y acciones

5. BAJO LA MIRADA DE OCCIDENTE

El «pueblo» y la democracia – El Congreso de Ginebra – La Liga y la Internacional – Entre Rusia y Suiza – El ruedo ibérico

6. LOS DEMONIOS

Bakunin y el dilema de la violencia – La aparición de Necháev – Padres e hijos – Los peligros de la destrucción creadora – El Congreso de Basilea – Necháev ha vuelto

7. LA DEBACLE

La guerra franco-prusiana y la revolución social – Bakunin y la Comuna de Lyon – Testamento espiritual – Bakunin y la Comuna de París – Discordia obrerista – Bakunin contra Marx – Marx contra Bakunin – El Congreso de La Haya

EPÍLOGO: EL JARDÍN DE LOS CEREZOS

Extraviado en el jardín – La red es la organización – Estatismo y anarquía – Últimas aventuras revolucionarias – Bakunin y sus herederos – Los problemas de la responsabilidad política – Su última reverencia

BIBLIOGRAFÍA

ÍNDICE ONOMÁSTICO

PREFACIO

Antes de empezar, un aviso: este libro no es una biografía clásica. Trata de la vida y el pensamiento de Mijaíl Bakunin, bien conocido como uno de los «padres fundadores» del anarquismo, pero va más allá de las interpretaciones habituales, situándolo como el «primer populista». Tal enfoque resultará sorprendente para muchos. Hay, sin embargo, buenas razones para esta lectura fuera de lo común.

El concepto del «pueblo» constituyó un elemento continuo del pensamiento de Bakunin durante la mayor parte de su vida. Desde sus comienzos como intelectual romántico hasta sus últimos años como obrerista libertario, pasando por el largo período como progresista radical, la preocupación por las clases populares fue un auténtico hilo conductor de sus planteamientos políticos y sociales. En algunas ocasiones, aparecía revestida de nacionalismo democrático paneslavo; en otras, de socialismo revolucionario internacionalista. Pero, de alguna u otra manera, la sombra del pueblo siempre estuvo allí.

Mi interés por Bakunin como personaje histórico se remonta a los años que pasé en la Universitat Pompeu Fabra. La tesis doctoral que surgió como resultado de mi investigación de ese período se centraba en los fundamentos filosóficos y literarios de su pensamiento, que lo convirtieron en uno de los protagonistas de las luchas revolucionarias del siglo XIX. Pero una vez acabado ese proyecto me quedé con la sensación de que su vida y su obra tenían una proyección que iba mucho más allá de las preocupaciones meramente académicas. El interés persistente de Bakunin por la interacción conflictiva entre el «pueblo» y el «poder» recordaba fuertemente los dilemas a los que se estaban enfrentando numerosas sociedades del mundo actual. Por otro lado, la interpretación clásica de su summa vitae como anarquista parecía excesivamente limitadora, pues relegaba el debate sobre las repercusiones de su actividad política a un ámbito comparativamente marginal, cuando era evidente que la influencia duradera de sus ideas superaba los confines del discurso libertario.

Desde mi punto de vista, Bakunin necesitaba ser reinterpretado. Así nació este libro. Como objetivo principal se propone desentrañar las profundas implicaciones de la visión política bakuniniana para nuestra comprensión de las relaciones entre la gente común y sus gobernantes. Paralelamente, persigue apreciar la complejidad del devenir histórico y de la condición humana en la época contemporánea.

La fascinante trayectoria vital de Bakunin se presta para una multitud de posibles narrativas. Él mismo se consideraba una figura literaria que intentaba escribir su propia vida y, además, influir en el desarrollo de los asuntos públicos por medio de sus cartas, ensayos y proclamas. En una época en la cual la novela histórica y la novela de formación (Bildungsroman en alemán) gozaban de enorme éxito entre el público culto, tal perspectiva resultaba completamente lógica. Siguiendo ese espíritu creativo, he utilizado los títulos de algunas grandes obras literarias de aquel siglo para nombrar los capítulos de este libro, con el ánimo de facilitar a los lectores –y las lectoras– una mejor comprensión de esas conexiones, no necesariamente obvias desde la perspectiva de hoy.

Bajo la consideración de escribir un libro centrado en los aspectos sociopolíticos de la actividad pública de Bakunin, he dejado de lado muchos detalles intrigantes de su vida privada, que seguramente darían para otro volumen de narrativa apasionante y reveladora. Lo mismo sucede con los miembros de su familia extensa, quienes han recibido relativamente poca atención en el marco de esta monografía.

Sin embargo, solo hace falta fijarse en la vida de dos de sus nietos, Luigi Bakunin y Renato Caccioppoli, para darse cuenta de lo interesante que podría resultar este enfoque familiar. El primero participó entusiasmado, en septiembre de 1919, en la empresa de Fiume de Gabriele D’Annunzio, y luego ejerció la medicina en el Congo belga y Argentina, siempre al servicio de la patria fascista, honrando el espíritu aventurero de su famoso abuelo, si bien no sus convicciones políticas. El segundo se convirtió en un excelente matemático y miembro de la Facultad de la Universidad de Nápoles. Cuando en mayo de 1938 la capital de Campania recibió la visita de Hitler y Mussolini, Caccioppoli pagó la orquesta de un bien conocido bar local para que tocara La Marsellesa y luego pronunció un discurso antifascista (saliendo ileso de su temerario scherzo gracias a la protección de su tía Maria Bakunin, la segunda hija del célebre revolucionario, que se había convertido en catedrática de Química Aplicada en la Escuela Técnica Superior de Nápoles). ¿Quién sabe si no fue precisamente este el episodio que inspiró a los guionistas de Casablanca para escribir la famosa escena del duelo de los himnos en el Café de Rick?

Si Bakunin hubiera creído en el cielo y la salvación divina, probablemente estaría riéndose a carcajadas viendo desde arriba las caras de la disgustada autoridad después de la travesura de Renato. Pero siendo agnóstico, dispuesto a reconocer a Dios como homme privé, y no como el soberano supremo del universo, tuvo que contentarse con que su propio espíritu rebelde siguiera vivo entre sus descendientes y sus discípulos, quienes no tardaron en recordar al maestro en sus escritos políticos y algún que otro ensayo memorístico.

Pese a estas tímidas tentativas de interpretar su trayectoria vital, no fue hasta principios del siglo XX cuando el personaje de Bakunin recibió una atención sistemática y detallada. Hoy por hoy, el número de las biografías de este extraordinario hombre publicadas en las principales lenguas europeas fácilmente llega a cincuenta, sin contar el flujo infinito de semblanzas y esbozos biográfico-literarios. En este libro, solo menciono una veintena de biografías dedicadas a Bakunin, centrándome en aquellas que destacan por su solidez intelectual y su rigor académico. Asimismo, hago referencia a los incontables tratados, folletos, cartas y otros documentos relacionados con la vida y la obra del «primer populista», remitiéndome a las fuentes en su idioma original siempre que sea posible.

Para facilitar la lectura, he optado por ajustar la grafía de los nombres rusos en el texto a los usos y normas del castellano. Para los términos especiales (pocos), los títulos de las publicaciones periódicas y los libros mencionados en las notas y la bibliografía he recurrido al sistema de transliteración de la Biblioteca del Congreso de Estados Unidos, seguramente el más utilizado fuera del mundo eslavo y germánico. Los topónimos aparecen bien en su forma habitual española, bien de aquella manera que corresponde al uso oficial en la época de la que trata el libro, que no hubiera sido posible sin el generoso apoyo de las personas a mi alrededor. Aunque solo mencionaré a algunos de los que me ayudaron, todos y cada uno de ellos merecen mi más sincero agradecimiento.

Gracias a Enric Ucelay-Da Cal, mi director de tesis y el mejor consejero en materias académicas que uno se pueda imaginar. Gracias a Josep Maria Fradera Barceló, por su apoyo organizativo y la posibilidad de formar parte de su proyecto de investigación. Gracias a Josep Contreras Ruiz, por sus valiosas sugerencias histórico-literarias y matizadas observaciones estilísticas. Gracias a mis compañeros del Departamento de Humanidades de la Universitat Pompeu Fabra y del Departamento de Historia Moderna y Contemporánea de la Universitat Autònoma de Barcelona. Gracias a los colaboradores científicos y los bibliotecarios del Instituto Internacional de Historia Social en Ámsterdam, la Biblioteca Estatal de Baviera en Múnich, la Biblioteca Pública Estatal de Historia en Moscú y otros centros de investigación, quienes me ayudaron en mi búsqueda, presencial y digital, de fuentes y documentos esenciales para que este proyecto se convirtiera en un libro. Gracias a mi familia y mis amigos, por estar allí cuando los necesitaba. Finalmente, gracias a mis padres. Mamá, papá, este libro no existiría sin vuestra confianza en mí, así que «спасибо за все», o bien «danke für alles».

Creo que eso es todo. Empecemos con la odisea populista de Bakunin. Parafraseando a Rick Blaine en Casablanca, pienso que este podría ser el comienzo de una bella amistad.

INTRODUCCIÓNUn héroe de nuestro tiempo

Cuando valoramos un libro de historia, una de las preguntas más importantes atañe a la relevancia actual del tema tratado. ¿Por qué le deberían interesar a alguien los acontecimientos que ocurrieron hace cien o doscientos años? ¿Cómo puede la experiencia de las personas que vivían en un mundo tan diferente al nuestro aportar algo a la solución de los problemas de hoy? Y quizás lo más crucial, ¿acaso es posible aprender de los errores históricos?

En el caso de Bakunin, hay pocas dudas de que su vida y su obra revisten una gran importancia para la comprensión de numerosos movimientos sociales a escala global. Habitualmente, el impacto de las ideas bakuninianas se debate en el contexto del desarrollo del anarquismo, lo cual es lógico, dadas las constantes referencias ácratas a los conceptos que planteó en la segunda mitad del siglo XIX. Dicho esto, es evidente que la marca «Bakunin el anarquista» apenas hace justicia a la complejidad de su experiencia vital y el carácter polifacético de su pensamiento.

BAKUNIN Y EL «PUEBLO»

En términos de su época, Bakunin era un representante radical de los movimientos progresistas y nacionaldemocráticos. Como tal, participaba activamente en la propaganda política y otras actividades contestatarias dirigidas contra los Estados monárquicos del continente europeo. Desde su punto de vista, esos regímenes imponían excesivas limitaciones a la libertad de las personas y los pueblos, y por lo tanto tenían que ser sustituidos por comunidades formadas voluntariamente por individuos autónomos e iguales entre sí. Juntos, estas personas libres constituían el «pueblo», una colectividad solidaria que tenía la fuerza moral y numérica necesarias para actuar de forma soberana e instituir una sociedad basada en el entendimiento mutuo y la distribución equitativa de beneficios económicos.

La centralidad del concepto de pueblo en el pensamiento bakuniniano no era nada excepcional para los planteamientos progresistas de la época. Incluso si las definiciones exactas se distinguían considerablemente, en el fondo todos los líderes de los círculos nacionaldemocráticos y socialistas pretendían defender los intereses de las clases populares frente a los privilegios de las élites aristocráticas y burguesas. En este sentido, personajes históricos como Giuseppe Mazzini, Karl Marx, Pierre-Joseph Proudhon, Francisco Pi y Margall y, por supuesto, Bakunin pueden considerarse como «padres fundadores» del populismo, al menos en el sentido amplio del término.1

Al apelar al «pueblo» (el proletariado, la nación oprimida, las clases revolucionarias) como fuente última de autoridad, los prohombres del progresismo decimonónico no dejaban lugar a dudas de que un orden social podía ser visto como bueno solo y únicamente si las masas populares obtuvieran la posibilidad de influir directamente en los asuntos del Gobierno. Para muchos de ellos, las instituciones liberales que estaban cobrando importancia en aquellos momentos contribuían a la tergiversación de los intereses populares, y por lo tanto tenían que ser afrontadas con la misma determinación irreconciliable que los Estados monárquicos.

Visto así, los populistas del siglo XXI no se sitúan tan lejos de los progresistas y nacionaldemócratas decimonónicos, aunque desde luego hay muchos aspectos en los que existen notables diferencias. Temas como la oposición a la inmigración, el proteccionismo económico y las políticas identitarias, firmemente asociados con el populismo de derecha actual, tienen muy poco en común con las preocupaciones de Bakunin, Marx o Mazzini. En cambio, caben pocas dudas de que tanto ahora como en el pasado la amplia resonancia política de dichos movimientos está estrechamente relacionada con su empeño de abordar el malestar social de las personas comunes que no se sienten representadas por las clases gobernantes (monárquicas y liberales en un caso, neoliberales y socialdemócratas en el otro).2

Ahora bien, los populistas de derecha no son los únicos que actualmente critican los poderes establecidos en el nombre del pueblo. Al otro lado del espectro político, el populismo de izquierda reivindica los derechos de la mayoría desfavorecida frente a las élites consideradas como corruptas y egoístas.3 En el contexto europeo, partidos políticos como Podemos en España y Syriza en Grecia se han centrado, al menos en sus comienzos, en las deficiencias participativas y las injusticias sociales de la democracia de consenso liberal. Mientras tanto, en Latinoamérica los movimientos populistas de izquierda, como la revolución bolivariana en Venezuela y el kirchnerismo en Argentina, han recurrido al sentimiento nacionalista, con el objetivo de asegurar la unidad interior frente al supuesto peligro del capitalismo global.4

Dentro del desorden global de principios del siglo XXI, resulta difícil reconocer que muchos fenómenos actuales no son tan nuevos como puede parecer a primera vista. La difuminación ideológica posmoderna ha trastocado profundamente el campo discursivo en lo que atañe a la soberanía política y la justicia social, con notables repercusiones en los asuntos públicos. Si se tiene en cuenta la fuerte oposición entre el nacionalismo populista de personajes como Donald Trump y el progresismo moderado de las fuerzas políticas establecidas, como el Partido Demócrata en los Estados Unidos, parece inimaginable que en su momento la nación, el pueblo y el progreso iban cogidos de la mano en dirección del futuro feliz de la humanidad.5 En aquel entonces, casi todos los proponentes de este camino consideraban que la mejor manera de encontrar soluciones políticas duraderas consistía en prestar atención a lo que decía la gente común, aunque fuese inculta y no frecuentara la ópera.6

Para Bakunin y sus contemporáneos, la idea del «pueblo» como actor político soberano resultaba ya completamente lógica, si bien todavía no era un concepto generalmente aceptado. Un siglo y medio más tarde, un sistema político que niegue la relevancia de la aprobación popular como base de su legitimación resulta prácticamente impensable. Pese a las recientes reinterpretaciones, el lenguaje político inventado a finales del siglo XVIII y principios del siglo XIX sigue determinando casi todo lo que pasa hoy en la arena pública. Eso, por su parte, significa que los problemas de la política actual no ocurren por primera vez, sino que se desarrollan, a grandes rasgos, en el área marcada por los progresistas y nacionaldemócratas decimonónicos. En cierta manera, el bien conocido dictum de Marx, según el cual los acontecimientos de la historia mundial suceden «una vez como una tragedia, otra vez como una farsa», no ha perdido su validez, incluso si, hoy por hoy, lo grande y lo mezquino pocas veces pueden separarse tan nítidamente como sugería el fundador del materialismo histórico.7

En muchos sentidos, el éxito del progresismo y el populismo decimonónicos hubiera sido imposible sin las revoluciones atlánticas de finales del siglo XVIII.8 Entonces, el principio de la soberanía popular cobró inmensa importancia para la movilización de las poblaciones locales de Europa y las Américas contra los privilegios monárquicos y estamentales. Apareció primero en la fórmula casi mítica «We the People…» de la Constitución estadounidense, y luego en la afirmación de la nación como soberano en la Constitución francesa de 1791.9 A partir de allí, el concepto tuvo una notable carrera que lo convirtió en uno de los pilares de la vida política contemporánea.

La incipiente masificación de las sociedades occidentales durante el siglo XIX obligó a las clases gobernantes a buscar nuevas soluciones en su relación con el «pueblo».10 En el mundo anglófono, los cambios se realizaron por vía de la ampliación del derecho de voto (relativamente modesta en el caso británico con la Ley de Reforma de 1832, y muy generosa en el marco de las modificaciones en las constituciones estatales que en 1828 llevaron a la elección de Andrew Jackson como presidente de los Estados Unidos). Por el contrario, en el continente europeo las élites se mostraron muy reticentes a conceder más derechos a las clases populares, lo cual aumentó el papel político de las fuerzas radicales. Además, en la Europa central y oriental la interacción de «los de arriba» con «los de abajo» se vio dificultada por la creciente conciencia nacional de las poblaciones locales, que supuso otro factor importante en las relaciones entre el «pueblo» y las clases gobernantes.

El papel de Bakunin en este particular contexto histórico es difícil de sobrevalorar. Sus propuestas programáticas estaban, junto con el nacionalismo democrático de Mazzini y el comunismo internacionalista de Marx y Engels, entre las ideas más populares del momento. Lo eran en todos los sentidos de la palabra. En el contexto de las transformaciones sociales del siglo XIX, Bakunin fue uno de los primeros en darse cuenta de la importancia fundamental de las masas populares como fuerza política, tanto en el plano nacional como en el plano social. En este sentido, era uno de los inventores del «pueblo».

Su visión política merece ser estudiada no solo por su valor histórico, sino también porque permite entender mejor los puntos fuertes y las limitaciones del ejercicio directo del poder popular en las sociedades modernas y contemporáneas. Sin embargo, antes de emprender el fascinante viaje a través de la vida y la obra de Bakunin, tendremos que detenernos un momento para arrojar luz sobre el término populismo.

EL PARAGUAS POPULISTA

En el debate actual, el populismo se ha convertido en un concepto paraguas, capaz de reunir bajo el mismo nombre una multitud de corrientes políticas que tienen muy poco en común. A menudo, se designa como populismo todo fenómeno sociopolítico que reivindica el poder del pueblo sin inscribirse en el marco de la democracia liberal, lo cual supone una notable simplificación.

Según el Diccionario de la Real Academia Española, el populismo es una «tendencia política que pretende atraerse a las clases populares».11 Además, señala el Diccionario, se trata de un concepto usado más bien en un sentido despectivo. En efecto, la palabra populismo frecuentemente aparece con una connotación negativa, cuando se trata de desacreditar a los adversarios de los poderes establecidos. Tal enfoque resulta lógico porque la política es un campo muy disputado, pero no ayuda mucho a comprender una problemática que difícilmente puede clasificarse según el patrón bueno/malo.

En una conferencia celebrada en 1967 en la universidad británica London School of Economics, un amplio grupo de expertos académicos intentó esbozar una posible definición del populismo. Aunque los participantes del debate, entre los que estaban el filósofo Isaiah Berlin, los historiadores Richard Hofstadter, Franco Venturi y Andrzej Walicki, así como el sociólogo Alain Touraine, no llegaron a una conclusión unívoca, la conferencia dio a conocer una multitud de perspectivas sobre el controvertido concepto. En el libro que resumía los resultados del debate, el populismo se definía como ideología, movimiento político, respuesta a las «crisis del desarrollo» y hasta síndrome político. Además, los contribuyentes del instructivo volumen, coeditado por Ernest Gellner y Ghiţă Ionescu, subrayaron las numerosas diferencias que los fenómenos subsumidos en el concepto del populismo habían demostrado históricamente en el Imperio ruso, la Europa oriental, los Estados Unidos y América Latina.12

Por otro lado, las diferentes variantes del populismo también tienen algunos rasgos en común. Simplificándolo un poco, podríamos decir que el mínimo común denominador de los movimientos populistas es su énfasis en la importancia del pueblo como fuente principal de la legitimidad política. Saber qué es el «pueblo» exactamente resulta, desde luego, todo menos fácil. Según la politóloga británica Margaret Canovan, el concepto de pueblo, entendido como conjunto con intereses comunes que puede ser movilizado para alcanzar objetivos políticos, está inequívocamente relacionado con la herencia romana (republicana e imperial). Sin embargo, el «pueblo» tal como lo entendemos hoy fue reinventado en la Europa moderna como resultado de las batallas filosóficas y los conflictos sociales en torno a la soberanía, es decir, el origen del poder político.13

En ese contexto, las ideas de Jean-Jacques Rousseau (1712-1778) acerca de la soberanía popular adquirieron una prominencia particular. En la estela de la Revolución francesa, este principio se convirtió, en la Europa decimonónica, en la propuesta tal vez más influyente de cómo tenía que funcionar el contrato social.14 En un mundo donde las autoridades y las jerarquías tradicionales como la Iglesia, la monarquía y la nobleza, pero también las costumbres del mundo rural, estaban puestas en entredicho, el «pueblo» como fuente de legitimidad –y, por lo tanto, poder– cobró una importancia sin precedentes.

Al otro lado del Atlántico, las dinámicas del poder político del «pueblo» transcurrieron por otros caminos. El éxito de la Revolución norteamericana (1775-1783) supuso el establecimiento de un gobierno republicano que se autoproclamaba popular. Eso sí, las primeras décadas de la existencia de los Estados Unidos estuvieron marcadas por un conflicto entre los partidarios y los adversarios del gobierno de la mayoría.15

Entre los autores de la constitución estadounidense, Thomas Jefferson (1743-1826) era uno de los adeptos principales del poder político de la gente común como fundamento de la República. Una generación más tarde, el presidente Andrew Jackson (1767-1845) asumió, al menos retóricamente, la causa de los productores de las clases medias y bajas frente a los intereses de los ricos y los privilegiados. Desde su perspectiva, se trataba de devolver al «pueblo americano» aquel poder e influencia que los Padres Fundadores de los Estados Unidos habían conseguido en su lucha contra la monarquía británica. Tal insistencia y un estilo político estridente e informal confirieron a Jackson la fama posterior de ser el «primer populista», según reza el título de una biografía dedicada al séptimo presidente de los Estados Unidos.16 Como en cualquier otro caso, la exactitud histórica de este epíteto puede ser debatida. Lo que importa aquí es el hecho de que, en la década de 1830, es decir, en el período en el que Bakunin inició su andadura intelectual, la idea acerca de la importancia de los derechos de la gente común estaba a punto de convertirse en un tema central del debate público en el mundo atlántico.

En vísperas de la guerra civil, la democracia norteamericana produjo con Abraham Lincoln (1809-1865) otro excepcional personaje político que se posicionó como hombre del pueblo. Esta vez, el «pueblo americano» tenía que superar los límites raciales. Más importante aún era, sin embargo, la insistencia de Lincoln en que la unidad nacional y el Gobierno democrático, «del pueblo, por el pueblo y para el pueblo», eran las dos caras de la misma moneda.

Mientras tanto, en el continente europeo el conflicto en torno al poder político y la soberanía popular tomó una dirección muy diferente. Los dramáticos acontecimientos de la Revolución francesa trastornaron el orden social de forma profunda y duradera. La derrota de Napoleón en 1815 parecía abrir camino para el restablecimiento de las jerarquías tradicionales. Sin embargo, un cuarto de siglo de revuelo revolucionario hizo imposible la vuelta completa a las instituciones del Antiguo Régimen y obligó a los monarcas europeos a buscar acuerdos viables con varios grupos sociales.

Las constituciones introducidas entonces en muchas monarquías europeas aseguraron la representación parlamentaria a las clases adineradas y cultas, pero no lograron resolver los conflictos entre los viejos y los nuevos grupos de influencia. Además, los acuerdos constitucionales de la Restauración posnapoleónica (1815-1848) excluían del proceso político al pueblo llano, compuesto sobre todo por los campesinos, pero también por los pequeños artesanos y los trabajadores urbanos. La situación resultaba aún más compleja en vista de que, a menudo, los súbditos de los monarcas restaurados pertenecían a varios grupos lingüísticos y tradiciones culturales. Tal situación, nada insólita para las sociedades estamentales del Antiguo Régimen, resultaba muy problemática después de las guerras napoleónicas, que habían sacudido los fundamentos del tácito contrato social basado en las tradicionales lealtades religiosas, feudales y de parentesco.

La batalla de las Naciones en octubre de 1813 constituía una prueba evidente de que los tiempos habían cambiado. El enfrentamiento armado a las puertas de Leipzig contó con más de medio millón de combatientes de numerosos países europeos y demostró con gran claridad que la movilización del sentimiento nacional de las masas populares se había convertido en un factor imprescindible para el éxito militar. En septiembre de 1792, este sentimiento –entonces llamado «patriótico»– había sellado la victoria del ejército revolucionario francés sobre los prusianos en Valmy. Veintiún años más tarde, la capacidad de aprovechar el sentimiento nacional –esto es, patriotismo de signo contrario– ayudó a los ejércitos rusos, prusianos y austríacos a derrotar a los franceses y sus aliados en Leipzig; un acontecimiento que en 1913 fue conmemorado con un ostentoso monumento a las afueras de la ciudad (el llamado Völkerschlachtdenkmal), inaugurado en un acto oficial que contaba con la presencia del emperador Guillermo II y varios otros príncipes del Segundo Imperio alemán.17

Durante el Congreso de Viena de 1814 y 1815, las potencias victoriosas acordaron un concierto europeo que no tuvo en cuenta las aspiraciones nacionaldemocráticas de las clases medias y populares, quienes habían participado en la lucha contra el Imperio francés, entre otras cosas porque esperaban poder conseguir el derecho de participar de forma más directa en los procesos políticos. Dada la negativa de las clases gobernantes a compartir su poder, muchos antiguos combatientes se volcaron en la organización de actividades antigubernamentales. Los carbonarios en la península itálica, las asociaciones estudiantiles en tierras alemanas, los republicanos radicales en la Francia borbónica: todos ellos se oponían al orden de la Restauración posnapoleónica, cuyo pronunciado carácter elitista, antipopular a la vez que antinacional, parecía ir en contra de la marcha de la historia.18

Para Bakunin, estos conflictos eran mucho más que memorias difusas de un pasado lejano. Nacido en 1814, en la finca rural de sus padres a medio camino entre San Petersburgo y Moscú, el futuro líder de la rebelión antimonárquica encontró en las luchas revolucionarias occidentales una poderosa fuente de inspiración para su propia actividad política. La divisa «Libertad, Igualdad, Fraternidad», que en las primeras décadas del siglo XIX empezó a ser vista como la expresión más genuina de la Revolución francesa, constituía para Bakunin el fundamento de su propio programa revolucionario.

Tal postura no fue de ninguna manera excepcional. La aparición de numerosas corrientes socialistas y nacionalistas a lo largo del siglo XIX demuestra la importancia que entonces adquirieron las cuestiones de la soberanía popular en el ámbito público.19 Dicho esto, no cabe duda de que Bakunin supo dar a estas aspiraciones una forma distintiva. Sus planteamientos subrayaban el papel del pueblo soberano como fuerza principal para construir una sociedad libre e igualitaria. Su programa político incorporaba, por lo tanto, no solo la herencia intelectual de la Revolución francesa, en la interpretación «populista» del historiador Jules Michelet (1798-1874), a quien conocía personalmente, sino también varios elementos de la tradición política rusa, y hasta cierto punto la estadounidense.20 De esta manera, Bakunin creó una combinación única de ideas y estilos políticos, que merece ser considerada con más detenimiento.

EL ARTE DE LA AMALGAMA POLÍTICA

La extraordinaria capacidad de Bakunin para reunir los elementos de diversas tradiciones políticas e intelectuales se explica, al menos en parte, por el entorno sociocultural en el que transcurrieron las primeras décadas de su vida. Nacido en el seno de una familia de terratenientes en la provincia de Tver al norte de Moscú, el futuro líder de la rebelión antimonárquica empezó su andadura como un típico representante de la nobleza rusa.

Posteriormente, Bakunin evocaría el período que pasó en la finca rural de Priamújino como «la época más feliz» de su vida.21 Sus padres supieron crear una atmósfera de profunda afección y respeto mutuo entre los numerosos miembros de la familia. El ambiente idílico de la vida familiar resultaba desde luego bastante engañoso, si recordamos que el bienestar material de los Bakunin se basaba, en buena medida, en el arduo trabajo de los siervos que labraban la tierra. La flagrante contradicción entre la vida privilegiada de los señores solariegos y el laborioso día a día de los campesinos se vio suavizada por la figura del padre de Bakunin, Aleksandr Mijáilovich (1768-1854), que era un hombre muy culto y un amo apacible y hasta liberal.

Cuando a principios del siglo XIX el Gobierno imperial de Alejandro I dio algunos pasos tímidos para conceder más libertad a los siervos, el padre de Bakunin diseñó un Convenio del terrateniente y el campesino, que proponía la concesión de unas parcelas de tierra agrícola a los campesinos, así como la prohibición de vender y casar a los siervos contra su voluntad.22 Finalmente, este proyecto de legislación local no pudo realizarse por motivos económicos. A escala estatal, las medidas que potencialmente podían llevar a la abolición de la servidumbre tampoco salieron adelante, pues se toparon con la resistencia de los terratenientes conservadores. Sin embargo, figuras como el padre de Bakunin siguieron pensando en la necesidad de adaptar el país a las cambiantes circunstancias socioeconómicas.

Desde la época de Pedro el Grande a principios del siglo XVIII, las élites del Imperio ruso se empeñaban en aprovechar las mejores prácticas occidentales para modernizar el país y afianzar su propia posición social. Incluso si este complejo proceso de apropiación cultural arrojó resultados muy ambiguos, la experiencia de compaginar los modelos de desarrollo europeos con las condiciones específicamente rusas enseñó a las clases altas del Imperio que la combinación de los elementos de diferentes entornos sociales y tradiciones políticas podía resultar muy provechosa y enriquecedora.23

Dicho sincretismo estuvo entre las razones principales de los notables éxitos de la Rusia imperial en el ámbito militar y la producción cultural. Ese mismo eclecticismo creativo dominaba, asimismo, los círculos intelectuales de San Petersburgo y Moscú, que Bakunin empezó a frecuentar después de renunciar a su cargo de alférez y retirarse del ejército en 1835. En aquellos momentos, ya había conocido los lados menos agradables de la realidad rusa, primero en la Escuela de Artillería de San Petersburgo, donde ingresó en 1829 con apenas quince años, y luego en una alejada guarnición militar en la provincia bielorrusa.

La entrada en los círculos de los jóvenes intelectuales rusos permitió a Bakunin recuperar, al menos hasta cierto punto, su equilibrio personal y le abrió nuevas perspectivas. En muchos sentidos, el contacto intensivo con este entorno supuso para él una experiencia formadora. Aunque entonces Bakunin estaba lejos de plantear cuestiones políticas relacionadas con la soberanía popular, a la larga el ahínco con el que los representantes más lúcidos de esos círculos intelectuales intentaron aprovechar la filosofía occidental para determinar las líneas del desarrollo político del Imperio ruso influyó notablemente en su enfoque general.

Hacia finales de la década de 1840, Bakunin empezó a elaborar su propio programa político recurriendo a las perspectivas intelectuales que había conocido en Rusia. En su primera interpretación, la causa popular se manifestó como paneslavismo revolucionario, que contraponía las aspiraciones nacionales y sociales de los pueblos eslavos a la imposición monárquica del Reino de Prusia, así como de los Imperios ruso y austríaco.

A mediados de los años 1860, Bakunin emprendió un replanteamiento radical de su noción del «pueblo», que definió como una colectividad internacional cuyos límites se extendían más allá del mundo eslavo para incluir potencialmente a toda la humanidad. En su pensamiento, la dialéctica idealista de Hegel y el subjetivismo prácticamente activo de Fichte convivían cómodamente con las propuestas radicales de los socialistas franceses y las ideas característicamente rusas sobre la importancia de la comunidad campesina y la posibilidad de un rápido cambio social a través de la acción resuelta de un grupo de personas dedicadas.

Desde la perspectiva de Karl Marx, quien pensaba sobre todo en términos de la experiencia histórica alemana, inglesa y francesa, tal aproximación no tenía mucho sentido, lo cual explica en parte su conflicto con Bakunin dentro de la Asociación Internacional de los Trabajadores. Allá donde el líder de los comunistas alemanes acentuaba la importancia de las relaciones económicas, el libertario ruso se centraba en la cuestión de la soberanía popular, desarrollando una visión marcadamente populista de los asuntos públicos. Desde su punto de vista, el «pueblo» podía definirse a la vez como el soberano legítimo, la clase oprimida y la nación unida (y en ocasiones igualmente oprimida). El hecho de que las clases populares habían sido despojadas de sus derechos constituía el problema principal en las relaciones sociales. Tal injusticia podía tener su origen en la existencia de los poderes monárquicos, las oligarquías terratenientes o los Gobiernos liberales. En todo caso, la solución del problema pasaba por la lucha contra el establishment, con el objetivo de devolver al «pueblo» su posición central en el gran esquema de las cosas, y a partir de allí iniciar una nueva etapa en la historia de la humanidad.

Aunque la similitud de esta posición con los planteamientos de los movimientos populistas de hoy resulta bastante grande, no hay que olvidar que las circunstancias políticas y sociales a los que se enfrentaba Bakunin se distinguían notablemente del mundo actual.24 Hoy por hoy, las élites se enfrentan a la tarea de gobernar unas sociedades altamente urbanizadas y alfabetizadas, lo cual explica la necesidad de relacionar su autoridad con algún tipo de mandato popular (aunque solo sea retóricamente), cosa que no era nada evidente a mediados del siglo XIX.

Entonces, muchos integrantes del establishment no solo carecían de conciencia por la miseria socioeconómica de las clases populares, sino que tampoco estaban dispuestos a admitir que su poder dependía del consentimiento de la mayoría. Además, las sociedades decimonónicas disponían de pocas instituciones y procedimientos formales para articular los intereses de los desfavorecidos. En este sentido, no cabe duda de que las luchas sociales del siglo XIX han contribuido significativamente a cambiar las estructuras y el funcionamiento de los sistemas políticos contemporáneos.

ESPLENDORES Y MISERIAS DEL POPULISMO ROMÁNTICO

El papel de Bakunin en este contexto resulta particularmente interesante y revelador. Dadas las peculiaridades de su trayectoria vital, su influencia se hizo notar en varios países al mismo tiempo. En Rusia, los planteamientos bakuninianos sirvieron de fundamento para los jóvenes intelectuales populistas (los llamados narodniki) en su afán por librar a los campesinos de su miseria. En Occidente, el nombre de Bakunin llegó a asociarse sobre todo con el socialismo libertario, que se basaba igualmente en la idea de la soberanía popular ejercida directamente, sin injerencia de las autoridades.

La visión anarcopopulista de Bakunin fue el resultado de una prolongada evolución ideológica, marcada por numerosos acontecimientos dramáticos como las revoluciones europeas de 1848-49, en las que participó de forma muy activa. Como resultado de su participación en el fracasado levantamiento popular de Dresde en mayo de 1849, Bakunin terminó en la cárcel, donde pasó los siguientes ocho años de su vida. Este período lleno de privaciones le sirvió para pasar revista a su recorrido, que hasta la segunda mitad de los años 1840 no se había centrado en cuestiones políticas, y reafirmar su decisión de dedicarse a la causa popular. Después de su espectacular fuga de Siberia, Bakunin volvió a las andadas revolucionarias con aún más convicción e ímpetu que antes. A lo largo de los años 1860, sus planteamientos políticos evolucionaron cada vez más hacia una interpretación inclusiva del «pueblo» como comunidad internacional de los oprimidos.

Como hombre de acción que era, Bakunin nunca llegó a formular sus propuestas ideológicas con la misma nitidez teórica que Marx. Eso sí, disponía de suficiente sagacidad situacional para darse cuenta de que el poder popular tenía que ser movilizado para cambiar el statu quo en pro de la mayoría. De allí su insistencia en la necesidad de una revolución que, con buena razón, consideraba uno de aquellos raros momentos en los que el «pueblo» obtiene la oportunidad de hablar con una voz colectiva y ejercer su soberanía.25

Por otro lado, la actividad subversiva de Bakunin en los últimos quince años de su vida puso de manifiesto los límites de su particular visión política. Al hacer hincapié en la movilización revolucionaria de las clases desfavorecidas, el impávido rebelde no prestaba atención suficiente a los detalles del funcionamiento del poder y la autoridad. Tenía una idea bastante clara de lo que había que hacer para desencadenar una revolución, pero no disponía de ningún plan de acción para el período que seguiría a la toma del poder, ni tampoco de una estrategia para el caso de que la revolución se hiciera esperar más de lo previsto. En este sentido, resulta muy revelador el comentario, un tanto apócrifo, del republicano francés Marc Caussidière (1808-1861), que el progresista ruso Alexander Herzen recoge en sus memorias: «“Quel homme! Quel homme!” –decía Caussidière sobre Bakunin–. El primer día de la revolución es un tesoro; el segundo habría que fusilarle».26

La tendencia simplista del pensamiento bakuniniano también se hacía notar en su apreciación insuficiente de las posibles desavenencias entre los diferentes grupos sociales que subsumía en la categoría del «pueblo». Dichas simplificaciones siguen formando parte de muchos proyectos políticos actuales (tanto populistas como no populistas). En el mundo de hoy, los conflictos entre el Estado y los ciudadanos, las élites y la gente común, las instituciones y la calle transcurren de una manera muy diferente a aquella que conocían los progresistas decimonónicos. Sin embargo, el peligro de subestimar la complejidad estructural del «pueblo», y por lo tanto sacar las conclusiones equivocadas para la acción política, está tan presente como siempre.

Dicho peligro existe no solo en el plano social para la interacción entre «los de arriba» y «los de abajo», sino también en el plano nacional para las relaciones interestatales y la propia existencia de los Estados nación en un mundo interconectado, lo cual constituye una razón más para mirar de cerca la singular experiencia de Bakunin, quien se topaba con problemas similares. Desde su perspectiva antiautoritaria y municipalista, pensaba que era posible organizar la sociedad sobre la base de las comunas libremente federadas a escala regional, nacional e internacional, lo cual haría superfluos los Estados. Irónicamente, a principios del siglo XXI la idea de que el Estado nación es prescindible se podía oír de muchos representantes del establishment neoliberal, completamente contrarios al populismo igualitario de Bakunin.27

El hecho de que en inglés el adjetivo libertarian, hoy por hoy, se usa para designar a los partidarios de la libertad individual no restringida por las autoridades estatales, pero al mismo tiempo basada en la propiedad privada, confirma tan solo en qué medida el debate actual reinterpreta las cuestiones surgidas en el siglo XIX, incluso cuando les da una vuelta completamente inesperada. En este sentido, no es de extrañar que en el otoño de 2020 uno de los capitalistas más controvertidos de las últimas décadas, Charles Koch, haya publicado un libro que se llama Believe in People, en el que reivindica la necesidad de buscar soluciones para los problemas actuales que funcionen de abajo arriba y empoderen a las personas a realizar su potencial de forma autónoma, sin esperar a que el Estado lo arregle todo.28 «La historia no se repite, pero rima»; aunque Mark Twain nunca lo dijo, la frase que se le atribuye frecuentemente no deja de ser cierta en este contexto.

Más allá de estos aspectos específicos, la vida de Bakunin ofrece una excelente oportunidad para preguntarse por una cuestión más general. En su afán por desencadenar una revolución popular, el insigne libertario ruso en ocasiones prestaba poca atención a las posibles consecuencias negativas de sus actos. Dentro de su autoconcepción romántica, a medio camino entre Prometeo y Fausto, los costes del cambio social parecían insignificantes en comparación con los probables beneficios del nuevo mundo de justicia social. Por supuesto, la acción política responsable, en el sentido que le dio Max Weber, no deja de ser uno de los desafíos más grandes para cualquiera que se disponga para el ejercicio del poder.29 En este sentido, los dilemas a los que se enfrentaba Bakunin resultan en sumo grado reveladores.

Su personalidad extravagante y expansiva fascinó a muchos escritores contemporáneos, quienes utilizaron las vivencias de este insólito hombre como inspiración para su propia creación artística. Las novelas Rudin (1856) de Iván Turguénev y Los demonios (1871-72) de Fiódor Dostoievski constituyen, probablemente, los intentos más conocidos de plasmar en forma literaria los conflictos a los que se vio expuesto Bakunin a lo largo de su agitada trayectoria vital.30 La extraordinaria importancia de estos libros se explica por la particular situación política en la Rusia decimonónica, marcada por las numerosas restricciones a la libertad de expresión. En ese contexto, muchas obras literarias asumían la tarea de discutir los problemas actuales de la sociedad, reflejando, como un espejo stendhaliano, el enrevesado camino hacia la modernización sociopolítica, lo cual las convierte en fuentes muy valiosas desde la perspectiva historiográfica.

Uno de los primeros libros que se inscribe en esta categoría es la novela Un héroe de nuestro tiempo de Mijaíl Lérmontov, publicada en 1840, pocos años antes de que Bakunin empezara a convertirse en un activista político. La trama del libro se centra en los dilemas existenciales de los jóvenes rusos cultos, dándoles una voz propia e inconfundible. Además, la novela de Lérmontov, quien compartía con Bakunin no solo el año de nacimiento y el origen aristocrático, sino también un profundo malestar con la situación sociopolítica en Rusia, rescata una de las ideas claves para muchos representantes de esta generación, reflejada en una observación del personaje principal del libro, quien resume su credo de la forma siguiente: «Estoy dispuesto a cualquier sacrificio salvo este; me jugaré veinte veces mi vida, e incluso mi honor… pero no venderé mi libertad».31 Bakunin no hubiera podido decirlo mejor.

Desde el principio de su andadura, consideraba la libertad, a la que entendía como un estado exento de cualquier tipo de imposición social, como fundamento de la convivencia humana. Sin ella, su propio bienestar, pero también el de sus allegados y las demás personas, le parecía absolutamente imposible. Con el tiempo, esta tónica conceptual se vio completada por la dominante y la subdominante de la fraternidad y la igualdad, obteniendo un timbre marcadamente político. La visión revolucionaria e internacionalista del cambio social que Bakunin llegó a defender en las décadas de 1860 y 1870 constituía, por supuesto, tan solo uno de los resultados posibles de su evolución intelectual. De acuerdo con los modelos existenciales de la literatura romántica, muy en boga entre los jóvenes de su generación, concebía su vida como un proceso creativo con un final abierto, siempre susceptible de ser reformulado según las necesidades del momento.32

Esta actitud se hacía notar también en cuestiones ideológicas, en las que Bakunin se mostraba flexible, siempre y cuando el programa de acción de turno permitiera acercarse a la realización de la libertad de todos y cada uno. Aunque las ventajas tácticas de dicho modo de proceder pueden resultar muy provechosas, hay en su vida muchos ejemplos que demuestran que, desde el punto de vista estratégico, la excesiva simplificación analítica y la falta de planificación organizativa dificultan el éxito político duradero.

Ya este detalle por sí solo justificaría el estudio de la trayectoria política de Bakunin, quien como pocos otros personificó los esplendores y las miserias del populismo romántico. La actualidad de su experiencia vital se extiende, sin embargo, todavía más lejos. Hoy por hoy, el Romanticismo parece estar completamente fuera de la vida política, pero la pregunta acerca de la mejor manera de garantizar el ejercicio real de la soberanía popular es tan vigente como en sus mejores épocas.33 Nos guste o no, Bakunin está mucho más cerca de nosotros de lo que puede parecer a primera vista. En cierta manera, sigue siendo un héroe de nuestro tiempo. Ya va siendo hora de conocerlo.

1 Para Margaret Canovan, incluso el Partido Liberal británico y el republicanismo radical francés del siglo XIX pueden llamarse populistas, ya que «regularmente movilizaban la gente excluida detrás de la causa liberal y progresista». Véase Margaret Canovan: The People, Cambridge, Polity Press, 2005, p. 86.

2 Para un análisis del populismo de derecha desde la perspectiva liberal, véase Roger Eatwell y Matthew Goodwin: National Populism. The Revolt against Liberal Democracy, Londres, Penguin, 2018; Yascha Mounk: The People vs. Democracy. Why Our Freedom Is in Danger and How to Save It, Cambridge, Harvard University Press, 2018; Jan-Werner Müller: What Is Populism?, Filadelfia, University of Pennsylvania Press, 2016; Daniele Albertazzi y Duncan McDonnell: Twenty-First Century Populism. The Spectre of Western European Democracy, Basingstoke, Palgrave MacMillan, 2008; así como el ensayo de Anne Applebaum: Twilight of Democracy. The Seductive Lure of Authoritarianism, Nueva York, Doubleday, 2020.

3 Sobre los fundamentos teóricos del populismo de izquierda actual, véase Ernesto Laclau: La razón populista, Buenos Aires, Fondo de Cultura Económica, 2005.

4 Una visión crítica, si bien no siempre exacta y en ocasiones partidista, de los movimientos populistas en castellano ofrecen Ángel Rivero, Javier Zarzalejos y Jorge Palacios (coords.): Geografía del populismo. Un viaje por el universo del populismo desde sus orígenes hasta Trump, Madrid, Tecnos, 2017, y Carlos Malamud: Populismos latinoamericanos. Los tópicos de ayer, de hoy y de siempre, Oviedo, Nobel, 2010. Muy esclarecedores resulta también la recopilación de José Álvarez Junco y Ricardo González Leandri (comps.): El populismo en España y América, Madrid, Catriel, 1994; así como el estudio de Enric Ucelay-Da Cal: «Acerca del concepto “populismo”», Historia Social 2, 1988, pp. 51-74.

5 Sobre el desarrollo reciente del populismo en Estados Unidos, véase Daron Acemoglu: «Trump Won’t Be the Last American Populist», 6 de noviembre de 2020, en línea: <https://www.foreignaffairs.com/articles/united-states/2020-11-06/trump-wont-be-last-americanpopulist> (consulta: 17/3/2023).

6 Sobre la dimensión actual del conflicto entre la gente común y las élites cosmopolitas, véanse Rein Müllerson: «Kak liberalizm vstupil v konflikt s demokratiei», Rossiia v global’noi politike 5, 2020, en línea: <https://globalaffairs.ru/articles/liberalizm-konflikt> (consulta: 17/3/2023); Michael J. Sandel: La Tiranía del Mérito. ¿Qué ha sido del bien común?, traducción de Albino Santos Mosquera, Barcelona, Debate, 2020.

7 Karl Marx y Friedrich Engels: «Der achtzehnte Brumaire des Louis Bonaparte», en ídem: Werke (MEW), VIII, Berlín, Georg Dietz, 1956-90, pp. 111-207, en esp. p. 115.

8 Véanse Wim Klooster: Revolutions in the Atlantic World. A Comparative History, Nueva York / Londres, New York University Press, 2009; Mike Rapport: «The International Repercussions of the French Revolution», en Peter McPhee (ed.): A Companion to the French Revolution, Oxford, Wiley Blackwell, 2015, pp. 381-396; George Rudé: Revolutionary Europe, 1783-1815, Londres / Glasgow, Collins, 1964, pp. 284-301.

9 Preámbulo de la Constitution of the United States, en línea: <https://www.senate.gov/civics/constitution_item/constitution.htm> (consulta: 17/3/2023); Tit. III, Art. 1 de la Constitution de 1791, en línea: <https://www.conseil-constitutionnel.fr/les-constitutionsdans-l-histoire/constitution-de-1791> (consulta: 17/3/2023).

10 Sobre los cambios fundamentales durante el siglo XIX, véanse Jürgen Osterhammel: La transformación del mundo. Una historia global del siglo XIX, traducción de Gonzalo García, Barcelona, Crítica, 2015; Christopher A. Bayly: El nacimiento del mundo moderno, 1780-1914. Conexiones y comparaciones globales, traducción de Richard García Nye, Madrid, Siglo XXI, 2010; Eric J. Hobwbawm: La Era de la Revolución, 1789-1848; La Era del capital, 1848-1875; La Era del imperio, 1875-1914, traducción de Felipe Ximénez de Sandoval et al., Barcelona, Crítica, 2010.

11 «Populismo», en Diccionario de la lengua española, Madrid, Real Academia Española, 23.a ed., 2014, en línea: <https://dle.rae.es/populismo> (consulta: 17/3/2023).

12 Véase Ghita Ionescu y Ernest Gellner (comps.): Populismo. Sus significados y características nacionales, traducción de Leandro Wolfson, Buenos Aires, Amorrortu, 1969.

13 Canovan: The People, pp. 10-39.

14 Véase Jean-Jacques Rousseau: Du Contrat social, ou Principes du droit politique, en ídem: Collection complète des oeuvres, I, Ginebra, Peyrou-Moultou, 1780-89, pp. 187-360, en línea: <https://www.rousseauonline.ch/pdf/rousseauonline-0004.pdf> (consulta: 17/3/2023).

15 Sobre la construcción de la tradición populista en Estados Unidos, véase Michael Kazin: The Populist Persuasion. An American History, Nueva York, Basic Books, 1995, pp. 9-25. Kazin define el populismo, demasiado estrictamente, como estilo de retórica política. Aun así, su análisis del fenómeno en el contexto estadounidense sigue siendo uno de los mejores que hay.

16 David S. Brown: The First Populist. The Defiant Life of Andrew Jackson, Nueva York, Scribner, 2022.

17 Posteriormente, la batalla de las Naciones y el cañoneo de Valmy fueron utilizados para la construcción de respectivos mitos nacionales. Así, el historiador nacionalista alemán Ernst Moritz Arndt (1769-1860) afirmaba que la victoria de Leipzig «salvó nuestra tierra y nuestro pueblo del abominable yugo de la tiranía francesa», creando las condiciones para que los alemanes pudieran «volver a ser un pueblo entero». Véase Ernst Moritz Arndt: Ein Wort über die Feier der Leipziger Schlacht, Fráncfort del Meno, P. W. Eichenberg, 1814, p. 4, en línea: <http://books.google.de/books?id=LzoAAAAAcAAJ&printsec=frontcover&hl=de&source=gbs_ge_summary_r&cad=0#v=onepage&q&f=false> (consulta: 17/3/2023). Sobre la reconstrucción historiográfica y la memoria histórica de las dos batallas, véanse Jürgen Knaack: «Wie die Völkerschlacht bei Leipzig 1813 zu ihrem Namen kam», en Steffen Dietzsch y Ariane Ludwig (eds.): Achim von Arnim und sein Kreis, Berlín, De Gruyter, 2010, pp. 269-278; Roger Dufraisse: «Valmy. Une victoire, une légende, une énigme», Francia 17(2), 1990, pp. 95-118.

18 Sobre los movimientos antimonárquicos durante la Restauración posnapoleónica, véanse Louis Bergeron, François Furet y Reinhart Koselleck: La época de las revoluciones europeas, 1780-1848, Madrid, Siglo XXI, 1989, pp. 205-216 y 251-282; Wolfgang Hardtwig: Vormärz. Der monarchische Staat und das Bürgertum, Múnich, Deutscher Taschenbuch-Verlag, 1985. Para una visión comparativa del papel político de las clases medias en la Europa decimonónica, véase Josep Maria Fradera y Jesús Millán (eds.): Las burguesías europeas de siglo XIX. Sociedad civil, política y cultura, Valencia / Madrid, Universitat de València / Biblioteca Nueva, 2000; Pamela M. Pilbeam: The Middle Classes in Europe, 1789-1914. France, Germany, Italy and Russia, Londres, Macmillan, 1990, pp. 235-293.

19 Véanse Gian Mario Bravo: Historia del socialismo 1789-1848. El pensamiento socialista antes de Marx, traducción de Esther Benítez, Barcelona, Ariel, 1976; y Jacques Droz (ed.): Historia general del socialismo, I, Barcelona, Destino, 1984. Sobre las conexiones entre las revoluciones y el nacionalismo, véanse Eric J. Hobsbawm: Naciones y nacionalismo desde 1780, traducción de Jordi Beltran, Barcelona, Crítica, 2000; Benedict Anderson: Comunidades imaginadas. Reflexiones sobre el origen y la difusión del nacionalismo, traducción de Eduardo L. Suárez, México D. F., Fondo de Cultura Económica, 1993; Ernest Gellner, Naciones y nacionalismo, traducción de Javier Setó, Madrid, Alianza, 1988. Una mirada reveladora sobre la colaboración transfronteriza de los nacionalistas decimonónicos ofrece Enric Ucelay-Da Cal: «Cómo surgieron las internacionales de nacionalistas. La coincidencia de iniciativas sociales muy diversas, 1864-1914», en Enric Ucelay-Da Cal, Xosé M. Núñez Seixas y Arnau Gonzàlez i Vilalta (eds.): Patrias diversas, ¿misma lucha? Alianzas transnacionalistas en el mundo de entreguerras (1912-1939), Barcelona, Bellaterra, 2020, pp. 25-66.

20 Sobre la visión histórica de Michelet, véanse Lucien Febvre: Michelet, créateur de l’histoire de France. Cours au Collège de France, 1943-44, París, Vuibert, 2014; Laurent Avezou: Raconter la France. Histoire d’une histoire, París, Armand Colin, 2008, cap. 7.

21 M. A. Bakunin: Sobranie sochinenii i pisem, II, edición de Iu. M. Steklov, Moscú, Izdatel’stvo Vsesoiuznogo Obshchestva Politkatorzhan i Ssyl’no-poselentsev, 1934-35, p. 104. El recuerdo de una infancia feliz aparece en la carta del 15 de diciembre de 1837, que Bakunin escribió a su padre desde Moscú en el período de una intensa búsqueda personal, que en esos momentos pasaba por el estudio de Hegel.

22 Véase L. G. Agamalian: Prosvetitel’skie idei v tvorchestve A. M. Bakunina v kontekste russkoi kul’tury vtoroi poloviny XVIII-pervoi poloviny XIX veka. Tesis doctoral, San Petersburgo, Academia Estatal de Cultura, 1998; John Randolph: The House in the Garden. The Bakunin Family and the Romance of Russian Idealism, Ithaca, Cornell University Press, 2007, pp. 71-81; V. A. Sysoev: Bakuniny, Tver’, Izdatel’stvo «Sozvezdie», 2002, pp. 65-73.

23 Véase Orlando Figes: El baile de Natacha. Historia cultural de Rusia, traducción de Eduardo Hojman, Barcelona, Edhasa, 2006. Figes establece una dicotomía entre los modales occidentales en el escenario público y los hábitos rusos en la vida privada de la nobleza. Esta perspectiva resulta algo simplista dado el amplio espectro de roles sociales que podían asumir los nobles rusos, tal como demuestra el artículo de Iurii Lotman: «The Poetics of Everyday Behavior in 18th Century Russian Culture», en Iurii Lotman, Lidiia Ginsburg y Boris Uspenskii: The Semiotics of Russian Cultural History, edición de Alexander D. Nakhimovsky y Alice Stone Nakhimovsky, Ithaca, Cornell University Press, 1985, pp. 67-94. Por otro lado, la reinvención de sí mismo forma parte integral de la tradición intelectual rusa, que se renueva «asumiendo, asimilando, transformando las corrientes opositoras y alternativas de la cultura occidental; y volviéndolas, a continuación, hacia Occidente como conjunto», según explica Boris Groys: Erfindung Rußlands, Múnich/Viena, Hanser, 1995, pp. 7-8.

24 Sobre el llamado «nuevo populismo», véanse Yves Mény y Yves Surel: Par le peuple, pour le peuple. Le populisme et les démocraties, París, Fayard, 2000; Paul A. Taggart: Populism, Buckingham, Open University Press, 2000; Ralf Dahrendorf: «Acht Anmerkungen zum Populismus», Transit. Europäische Revue 25, 2003, en línea: <https://www.eurozine.com/acht-anmerkungen-zum-populismus> (consulta: 17/3/2023). Muy instructivos resultan también los libros de Cas Mudde y Cristóbal Rovira Kaltwasser (eds.): Populism in Europe and the Americas. Threat or Corrective for Democracy?, Cambridge, Cambridge University Press, 2012; Thorsten Beigel y Georg Eckert (eds.): Populismus. Varianten von Volksherrschaft in Geschichte und Gegenwart, Münster, Aschendorff, 2017; Barry Eichengreen: The Populist Temptation. Economic Grievance and Political Reaction in the Modern Era, Nueva York, Oxford University Press, 2018; Cas Mudde y Cristóbal Rovira Kaltwassser: Populismo. Una breve introducción, traducción de Maria Enguix Tercero, Madrid, Alianza, 2019.

25 Aunque la movilización popular masiva no necesariamente tiene que manifestarse en forma de una revolución, rara vez el «pueblo» aparece como fuerza colectiva capaz de generar el poder y la autoridad suficientes para amenazar la existencia de un régimen político y prestar legitimidad a otro. Véanse Canovan: The People, pp. 91-121; Hannah Arendt: Sobre la revolución, traducción de Pedro Bravo, Madrid, Alianza, 2004.

26 A. I. Gertsen [Herzen]: Sobranie sochinenii v tridtsati tomakh, XI, Moscú, Nauka, 1954-65, p. 355, en línea: <http://philolog.petrsu.ru/herzen/texts/30tt.html> (consulta: 17/3/2023).

27 Sobre la posible vuelta del Estado nación, véase Anatol Lieven: Climate Change and the Nation State. The Realist Case, Londres, Allen Lane, 2020.

28 Charles Koch y Brian Hooks: Believe in People. Bottom-Up Solutions for a Top-Down World, Nueva York, St. Martin’s Press, 2020. También el libro reciente del fundador del Foro Económico Mundial en Davos, Klaus Schwab, lleva la palabra people en su título, si bien el concepto se utiliza más bien en el sentido de la «gente», y no del «pueblo», y recibe comparativamente poca atención. Véase Klaus Schwab y Peter Vanham: Stakeholder Capitalism. A Global Economy that Works for Progress, People and Planet, Hoboken, Wiley, 2021.

29 Véase Max Weber: La ciencia como profesión / La política como profesión, traducción de Joaquín Abellán, Madrid, Espasa-Calpe, 1992.

30 Véanse I. S. Turgenev: Rudin (ed. or. 1856), en ídem: Polnoe sobranie sochinenii i pisem v tridtsati tomakh, V, Moscú, Nauka, 2.a ed., 1978-1983, pp. 197-322; F. M. Dostoevskii: Besy, San Petersburgo, Tipografiia K. Zamyslovskago, 1873, en línea: <https://www.fedordostoevsky.ru/works/lifetime/demons/1873> (consulta: 17/3/2023); o en versión castellana, Iván S. Turguénev: Rudin, traducción de Jesús García Gabaldón, Barcelona, Alba, 2014; Fedor Dostoyevski: Los demonios, traducción de Juan López Morillas, Madrid, Alianza, 1984.

31 M. Iu. Lermontov: Geroi nashego vremeni, en ídem: Polnoe sobranie sochinenii v 5 tomakh, V, Moscú/Leningrado, Academia, 1935-37, pp. 185-321, en esp. p. 289, en línea: <http://feb-web.ru/feb/lermont/default.asp?/feb/lermont/texts/lerm05/vol05/l55r-185.html> (consulta: 17/3/2023). Véase también la versión castellana en Mijaíl Lérmontov: Un héroe de nuestro tiempo, traducción de Isabel Vicente, México D. F., Siglo XXI, 2007. Uno de los primeros ensayos biográficos sobre Bakunin en ruso empezaba, característicamente, con la discusión del parentesco intelectual entre él y Lérmontov. Véase A. V. Amfiteatrov: Sviatye ottsy revoliutsii. M. A. Bakunin, San Petersburgo, Vsemirnyi Vestnik, 1906.

32 El antiguo director del Deutsches Literaturarchiv en Marbach, Ulrich Raulff, habla en este contexto de la «reescritura perpetua de programas». Véase su ensayo «Das Leben – buchstäblich. Über neuere Biographik und Geschichtswissenschaft», en Christian Klein (ed.): Grundlagen der Biographik. Theorie und Praxis des biographischen Schreibens, Stuttgart/Weimar, Metzler, 2002, pp. 55-68, en esp. p. 66.

33 Para el caso hispánico, y en particular el catalán, véanse Xavier Domènech: Un haz de naciones. El Estado y la plurinacionalidad en España (1833-2017), Barcelona, Península, 2020; Enric Ucelay-Da Cal: Breve historia del separatismo catalán. Del apego a lo catalán al anhelo a la secesión, Barcelona, Penguin Random House, 2018.