Elección acertada - Susan Fox - E-Book
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Elección acertada E-Book

SUSAN FOX

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Beschreibung

Había pasado de no salir con ningún hombre a estar solicitada por los dos más guapos... Corrie Davis jamás había tenido una verdadera cita. Había estado demasiado ocupada dirigiendo su rancho ella sola y estaba convencida de que sabía más de dinero, o de no tenerlo, que de hombres. Pero ahora los dos hermanos Merrick, los más sexys y ricos de la zona, se peleaban por conseguir su atención. Tenía un delicioso dilema. ¿Con cuál de los dos atractivos hermanos debía quedarse? ¿Con su viejo amigo... o con el hombre que siempre había creído fuera de su alcance, Nick Merrick?

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Seitenzahl: 163

Veröffentlichungsjahr: 2012

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Editados por HARLEQUIN IBÉRICA, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

© 2004 Susan Fox. Todos los derechos reservados.

ELECCIÓN ACERTADA, Nº 1931 - octubre 2012

Título original: The Bride Prize

Publicada originalmente por Mills & Boon®, Ltd., Londres.

Publicada en español en 2005

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta edición ha sido publicada con permiso de Harlequin Enterprises II BV.

Todos los personajes de este libro son ficticios. Cualquier parecido con alguna persona, viva o muerta, es pura coincidencia.

® Harlequin, logotipo Harlequin y Jazmin son marcas registradas por Harlequin Books S.A.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia.

Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

I.S.B.N.: 978-84-687-1122-5

Editor responsable: Luis Pugni

Conversión ebook: MT Color & Diseño

www.mtcolor.es

Capítulo 1

Su pequeño rancho parecía un sello de correos pegado en la inmensidad de aquella tierra enorme y brutal. El trabajo era duro y los horarios muy largos. El polvo, el sudor y, a veces, la sangre no hacían del ambiente algo ni estético ni higiénico. Ni tampoco un lugar seguro. Los animales eran grandes y hasta los más tranquilos y los que estaban bien entrenados podían tener un mal día y ser peligrosos. Por muy precavido que se fuera, podían ocurrir accidentes y podían surgir problemas a causa de alguna potente tormenta del oeste o por la caída de una roca.

No era el lugar para una dama, pero Corrie Davis ya había renunciado a serlo. Sólo cuando tenía dieciocho años había hecho un intento de superar su vida de chicarrón y había probado a ponerse medias y maquillaje. Había devorado los libros sobre etiqueta de la biblioteca local, y hasta había pasado un fin de semana comprándose ropa y complementos femeninos y elegantes.

Aún los tenía en el armario con las etiquetas puestas y, en los cajones, tenía olvidada la lencería de encaje.

El hombre que le había inspirado ese ataque de feminidad le había chafado el impulso, sin darse cuenta, con unas palabras solemnes.

Corrie, eres brillante y tienes sentido común. Me imagino que ya te habrás dado cuenta de que no eres la chica adecuada para mi hermano pequeño. Nuestro padre tiene planes para Shane. Quiere que vaya a la universidad y que se haga cargo de su parte del negocio de los Merrick. Durante los próximos meses y años estará probando a ver cuáles son sus límites e intentando encontrar su lugar en la vida.

Luego, Nick Merrick había clavado sus ojos oscuros en los de ella con condescendencia, haciendo que el corazón de Corrie se encogiera de vergüenza, temiéndose lo que iba a decir después.

No podrás encajar en ese esquema, Corrie. No quisiera ver cómo se te rompe el corazón intentándolo.

Por mucho que esas palabras le dolieran, Corrie sabía que Nick tenía razón, que ella no encajaría en los planes y que no era la mujer con quien Shane debería casarse. Pero era porque ella no deseaba encajar en la vida de Shane, ni tenía intención de casarse con él jamás.

Corrie daba gracias de que Nick no hubiera adivinado la verdad. Que él y no Shane era el hombre de quien había estado enamorada y a quien había querido atraer con esos preciosos vestidos y esos modales refinados. Al decirle con tanta sinceridad que no la consideraba apropiada para su hermano, confirmaba que tampoco la consideraba apropiada para él.

Y puesto que Corrie no era el tipo de chica a quien los hombres persiguen, las palabras de Nick parecían confirmar que nunca atraería a un hombre más que como amigo. De hecho, se había ganado la amistad de Shane porque él la consideraba uno más de los chicos.

Se había sorprendido de que Nick creyera que había algo más que amistad entre ella y Shane, pero la idea de que pensara que habían considerado el matrimonio era todo un shock.

Hacía años que Corrie no había recordado aquella incómoda conversación. Una vez superado el dolor había conseguido seguir adelante como si nada hubiera pasado. Y como su padre había fallecido antes de que ella cumpliera los veinte años, había tenido suficientes cosas que hacer para llenar sus días sin pensar en los hermanos Merrick.

Aunque el rancho de los Merrick era contiguo al suyo, no habían tenido ningún trato social y cuando surgía algún asunto de vecindad, rara vez lo había tratado con Nick. Aunque Shane había ido a la universidad, después de un semestre había dejado los estudios para dedicarse a su sueño: el rodeo. Ahí se había quedado la vida que su padre y su hermano le habían diseñado.

Durante seis años, Corrie no había tenido casi noticias de Shane y apenas pensaba en él. Pero el día en que recibió un mensaje de Nick en el contestador automático, se le despertaron los recuerdos.

Nick daba por sentado que ella mantenía contacto con Shane.

–Cuando veas a Shane, ¿podrías decirle que me llame? –había dicho Nick.

El inesperado mensaje la había sorprendido, pero no lo contestó porque le daba a entender que pronto vería a Shane y podría pasarle el recado. Como había transcurrido un día sin tener noticias de él, pensó que probablemente Nick ya habría hablado con él.

Después del cansado trabajo de la mañana, el trayecto desde los establos hasta la casa le pareció interminable. Estaba sucia y acalorada, con las manos manchadas de grasa y el cuerpo cubierto de polvo, prueba contundente de que se había caído del potro que estaba entrenando.

Iba pensando en que se daría una ducha, se cambiaría de ropa y, después de almorzar, se dedicaría a algunos papeleos pendientes. Eso la mantendría ocupada para no pensar en el pasado.

De pronto una voz y una risa masculina hicieron que mirara hacia el porche.

–¿Qué pinta tiene tu chico?

Shane Merrick estaba sentado en la barandilla del porche, más atractivo que nunca. Llevaba un sombrero Stetson negro y una camisa azul que hacía juego con sus ojos, pantalones vaqueros y botas lustradas. Lo que más llamaba la atención era la enorme hebilla dorada de su cinturón que proclamaba su condición de campeón de rodeo.

Cuando Corrie se acercó al porche, él se bajó de la barandilla, listo para darle un gran abrazo, pero ella interpuso su mano y se apartó.

–Te vas a ensuciar –exclamó.

–Un poco de suciedad no me hará daño –dijo agarrándola por la cintura y abrazándola–. Maldita sea, Corrie, cuánto me gusta volver a verte.

Bonitas palabras y el abrazo demasiado personal. Corrie pensó que no debía darles demasiada importancia.

–Tú también tienes buen aspecto, forastero. Y hueles muy bien –dijo ella, apartándose y enderezando su sombrero–. ¿Cómo está el campeón de potros salvajes? ¿Vas a ir a por la tercera hebilla?

Shane sonrió y le apartó con la mano un mechón de cabello negro de la mejilla.

–Me ha costado mucho tiempo llegar tan lejos. Quizás debería dejarlo mientras lleve la delantera.

Corrie se apartó aún más y se encaminó hacia la puerta.

–¿Te apetece algo fresco para beber?

–Buena idea.

Ella entró en la casa y colgó su sombrero en un perchero.

–Sírvete lo que te apetezca. Necesito quitarme por lo menos una capa de polvo –dijo remangándose para lavarse las manos.

–Dime qué veneno prefieres –dijo Shane delante del frigorífico.

–Agua helada –contestó Corrie y siguió frotándose con un cepillo la grasa de las manos.

–Él se acercó a darle el vaso de agua helada y ella le sonrió.

–Gracias. Déjalo en la mesa hasta que esté un poco más limpia.

–A mí me parece que ya tienes bastante buen aspecto.

Corrie le sonrió, pero detectó algo nuevo en aquellos ojos azules, algo que la inquietó. Apartó la vista y prosiguió frotándose con el cepillo. Luego se lavó la cara y cerró el grifo.

Con los ojos cerrados buscó la toalla, pero Shane se la tenía preparada.

–Tu hermano me dejó un mensaje ayer. Quería que lo llamaras –dejó la toalla y agarró el vaso–. Pero supongo que ya habrás ido a casa.

–Ya estuve en casa y escuché el tono.

Corrie bebió toda el agua y alargó la mano para que Shane le pusiera más.

–¿El tono? –preguntó

Shane guardó la jarra en el frigorífico.

–Está dispuesto a dejarme mandar y reinar junto a él aunque no tenga un título de negocios ni de agricultura.

Corrie estudió su rostro y se percató de que ya no sonreía.

–Es una buena oferta, ¿no te parece?

Shane intentó sonreír.

–Me parece que no estoy hecho para aceptar ese reparto de cincuenta y cinco a cuarenta y cinco. No sólo porque él tendría más poder de decisión, sino porque yo no he contribuido el cuarenta y cinco por ciento, así que no creo que me merezca tenerlo. Será menos problemático que compre mi propio rancho y sea mi propio dueño.

Corrie no se sorprendió por su actitud. Shane era muy independiente. La prueba de ello eran sus frecuentes enfrentamientos con su padre y su hermano mayor. Cuando murió el viejo Jake, los choques con Nick fueron en aumento.

Corrie no estaba de acuerdo en que Shane no mereciera su parte de la herencia. Sólo por haber nacido Merrick tenía derecho a ella.

–Vamos a sentarnos –dijo guiándolo hacia la sala.

Shane soltó una risita.

–Me parece oportuno mencionar que tienes una gran mancha de grasa en la nalga izquierda de tus pantalones de montar.

Corrie se volvió a mirar si era cierto y sus miradas se encontraron.

–¿De verdad?

Shane no contestó pero le pasó el periódico que había agarrado en la cocina.

–Puedes sentarte sobre esto.

Corrie se dejó caer sobre el sillón que Shane había cubierto con el periódico y consiguió que el agua de su vaso no se derramara.

Shane se sentó frente a ella.

–Lo normal sería que se te hubiera derramado el agua. Tú siempre has tenido una elegancia natural.

Corrie volvió a intuir algo especial en su mirada y procuró ignorarlo.

–No más elegancia que la de la cerca esa que está medio caída.

Él dejó de sonreír.

–Aún no has aprendido a aceptar los cumplidos. Probablemente aún no te has dado cuenta de que la mayoría de los hombres de este lugar te hacen ojitos y piensan cosas picaronas.

Sorprendida de oírle decir eso se avergonzó. Los hombres apenas si la veían y el que él lo insinuara le hacía daño.

Sonrió como si no importara y echó la mano hacia atrás para agarrar su trenza y desatarla.

–Quizás debería mandarte al establo a por una pala antes de que sigas llenando esto de embustes –dijo mientras se deshacía la trenza. Al ver la expresión de Shane volvió a sentir esa sensación especial, pero hizo por suprimirla–. No quiero molestarte, pero ¿te importaría sentarte en otro sitio para que pueda quitarme las botas? La costura del calcetín me lleva molestando todo el día.

Shane volvió a sorprenderla. En lugar de hacerle caso, sonrió y se agachó para quitarle la bota derecha. Era un gesto completamente nuevo entre ellos y Corrie se quedó mirándolo anonadada.

–Me parece que interrumpí tu estampida hacia la ducha, ¿verdad? –dijo él con media sonrisa, sujetándole el pie sobre su muslo–. Nunca te preocupó ensuciarte, pero en cuanto llegabas a casa te entraba una prisa infantil por asearte.

En un santiamén, ya estaba tirando de la otra bota y tenía los dos pies de Corrie sobre su muslo. A ella ese gesto le pareció demasiado íntimo.

–¿Hay algún motivo para que te muestres tan amigo de mis pies? –preguntó retirándolos.

–Ninguna razón especial. Sólo quería ver cuánto tiempo ibas a dejarme. ¿Alguna vez te han dado un masaje en los pies?

–No. Y tampoco quiero uno –Corrie se sintió incómoda por haberse tomado el gesto demasiado en serio, pero intuía que algo había cambiado. Shane siempre la había tratado como a uno de los chicos, aunque con más delicadeza, pero nunca había dado la menor muestra de reconocer que ella era una mujer.

Bueno, sí. Hubo una vez en que él se inclinó para decirle cualquier tontería y sus labios se rozaron. Pero ambos se apartaron de un salto como si se hubieran quemado. Estuvieron riendo a costa de ello mucho tiempo.

Shane la estaba mirando fijamente y su mirada hizo que Corrie se acalorara.

–Todavía eres inocente, ¿verdad, Corrie? –bajó el tono de voz–. No sabes lo raro y especial que eso es fuera de aquí, en el ancho mundo.

Corrie lo miró molesta, sin saber qué decir y él le sonrió, poniéndose en pie.

–Anda ve a darte tu ducha, cariño. Tengo que irme, pero te llamaré más tarde, ¿de acuerdo?

La había llamado «cariño». Corrie no podía apartar su mirada de la de él.

–De acuerdo –contestó casi sin voz y se quedó mirando cómo se marchaba.

Estaba confundida, y por primera vez en su vida se daba cuenta de su inexperiencia. Podía hablar de negocios o de política con cualquier hombre, pero no sabía nada de la relación entre hombres y mujeres. Sabía la teoría de los noviazgos y la mecánica del sexo, pero no tenía ni idea de cómo esas cosas sucedían en la vida real.

Sobre todo en su propia vida. A los chicos con los que había crecido nunca les importaba trabajar con ella en el rancho o en las redadas del ganado. Les gustaba porque era valiente y trabajaba duro. También les gustaba trabajar en equipo con ella en el colegio. Sacaba buenas notas y no era enamoradiza.

Pero en los bailes del colegio, o en las citas, era una perdedora ante las chicas de ciudad que batían sus pestañas y coqueteaban, llevaban maquillaje, medias, y minifaldas. Chicas que parecía que habían nacido sabiendo utilizar sus poderes femeninos. No como ella que sabía echar el lazo, montar a caballo, cazar, pescar y echar un pulso.

Era a esas chicas a las que había intentado copiar cuando se enamoró de Nick Merrick. Pero no había dado resultado.

Últimamente se sentía cansada de la monotonía de su vida y de su soledad. Había ido varias veces a la ciudad y había visto a antiguas compañeras de colegio con sus maridos y sus hijos. Con veinticuatro años no era una solterona, pero se sentía como si lo fuera.

Shane había vuelto y estaba ¿flirteando con ella? No estaba segura, pero la sensación le gustaba.

¿Estaba Shane flirteando con ella?

La monotonía de su vida parecía haberse roto. No estaba segura de por qué, pero le parecía que, por fin, un romance aparecía en su vida.

Enamorarse de un hombre que quizás se enamorara de ella. Tal vez eso no era imposible. Y si no lo era, tal vez tampoco lo fueran el matrimonio y los hijos.

Mientras se duchaba, comía y trataba de concentrarse en el papeleo, Corrie se debatía entre la fantasía y el sentido común. Al final, como siempre, venció este último.

Capítulo 2

Era difícil para Nick Merrick imaginarse a Corrie Davis como una mujer fatal. Aún no comprendía lo que su hermano pequeño había visto en ella años atrás. Sobre todo si se la comparaba con las chicas bonitas y más sofisticadas que le gustaban a Shane en el instituto.

Y que todavía le gustaban a juzgar por el enjambre de monadas que lo perseguían en los circuitos de rodeo. Tres de esas mujeres lo habían llamado al rancho y le habían dejado mensajes mientras Shane había ido al Rancho Davis.

Nick suponía que era allí adonde había ido. Tenía sentido que hubiera ido a visitar a Corrie puesto que el día antes, nada más llegar, había mencionado a Corrie y no a otras antiguas amigas que se habían casado o ya no vivían por allí.

Corrie Davis había sido quien lo había animado años atrás. Nick no sabía cuál había sido su influencia durante los años de rodeo, pero valía la pena considerarla por su potencial para meter en vereda a su hermano.

Corrie había crecido en un rancho pequeño, se había hecho cargo de él tras la muerte de su padre y había logrado mantenerlo en funcionamiento. Aun así, ella no tenía ni idea de lo complejo que era el Rancho Merrick, y mucho menos, los demás intereses de los Merrick.

Shane era lo bastante rebelde como para seguir con la idea de montarse por su cuenta, y por eso estaba rechazando volver al Rancho Merrick para quedarse. El ejemplo del éxito de Corrie como ranchera alimentaba su deseo de independencia, y le resultaba más atractivo que heredar casi la mitad de un pequeño imperio compartido.

De verdad, Nick pensaba que en el lugar de Shane, también él habría jugueteado con la idea de ser independiente y no el segundón de un hermano mayor.

Pero se sentía obligado por la memoria de su padre y por la historia y tradición de los Merrick a esforzarse para que su hermano regresara al rebaño. Ya era hora de que Shane asumiera su parte de los deberes familiares.

El padre consideraba la afición de Shane por el mundo del rodeo como un fallo de carácter. Nick no estaba de acuerdo, pero no quería que su hermano decepcionara a su padre. Pensaba que, aunque el padre ya no viviera, todavía estaba a tiempo de cumplir sus expectativas e interpretaba la negativa de Shane a asumir su parte como un fracaso propio en inculcarle los valores correctos.

Ésa era la última oportunidad de persuadir a Shane para que se quedara. Y si para ello debía ahuyentar a Corrie de nuevo, lo haría. Había conseguido ahuyentarla antes, y aun así, Shane había seguido en sus trece. Pero, por lo menos, había evitado que se casaran.

Tal vez porque Corrie era lo bastante inteligente como para saber que no le gustaría ir detrás de Shane por todo el país, viviendo en moteles y preocupándose por no estar junto a su padre cuando la salud le flaqueaba.

Pero Shane había terminado con los rodeos y Corrie Davis volvía a representar un problema.

Nick no sabía si Corrie aún sentía algo por Shane, pero lo que no lograba entender era por qué su hermano se sentía tan atraído por una mujer como ella. Quizás debía de hablar con ella y persuadirla de que no reanudara su relación con Shane.

Oyó que su hermano había regresado a casa y aprovechó para salir por la puerta de atrás hacia su camioneta.

Tardó veinte minutos en llegar al Rancho Davis, tiempo suficiente para pensar lo que iba a decir, pero también para darse cuenta de que parecía un dictador. Aunque Corrie no tenía mal genio, sí era una persona con mucho orgullo.

Llevaba cuatro años a cargo de su rancho y no iba a recibir bien a un vecino que apenas había visto durante ese tiempo y que aparecía de pronto para meter la nariz en su vida privada.

Seis años antes, ella había tolerado sus impertinencias, pero nada auguraba que volviera a hacerlo. Y él no era un hombre con tacto, demasiado eficiente como para andarse con sutilezas. Tal vez, al verlo, Corrie recordaría su oposición a que Shane se casara con ella, y eso le facilitaría ir al grano.

Al llegar cerca del Rancho Davis, Nick advirtió a una mujer inclinada sobre un banco de flores. Sin duda era Corrie, pero en lugar de la trenza que solía llevar, sus cabellos caían sobre sus hombros como una capa oscura y brillante. Estaba regando con un cubo y cuando terminó se volvió para mirar hacia la camioneta sin dar signos de que se sorprendiera al ver a Nick.