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¿Cómo podría convencer a un hombre que decía que jamás amaría a una mujer de que ella era una excepción? Tras obtener la custodia del sobrino huérfano de Claire, Logan Pierce le pidió a Claire que se casara con él para que el pequeño tuviera una verdadera familia. Logan quería además muchos más niños... y deseaba que Claire fuera la madre de todos. Pero se empeñaba en que el amor no tuviera nada que ver en todo aquello. Claire no quería casarse con un hombre tan duro y cínico como Logan... hasta que descubrió que sus besos eran adictivos.
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Seitenzahl: 151
Veröffentlichungsjahr: 2016
Editado por Harlequin Ibérica.
Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.
Núñez de Balboa, 56
28001 Madrid
© 2003 Susan Fox
© 2016 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.
Atrapada por sus besos, n.º 1864 - agosto 2016
Título original: The Marriage Command
Publicada originalmente por Mills & Boon®, Ltd., Londres.
Publicada en español en 2004
Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.
Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.
® Harlequin, Jazmín y logotipo Harlequin son marcas registradas propiedad de Harlequin Enterprises Limited.
® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia. Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.
Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited. Todos los derechos están reservados.
I.S.B.N.: 978-84-687-8708-4
Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.
Portadilla
Créditos
Índice
Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
Capítulo 10
Capítulo 11
Si te ha gustado este libro…
EL PRIMER contacto de Claire Ryan con Logan Pierce había sido hacía seis meses en el funeral de su hermanastra. Como Farrah se había enemistado con la mayoría de la gente y le quedaban muy pocos amigos, la pequeña y triste ceremonia había sido mínimamente atendida. Las escasas cuarenta personas que habían aparecido eran en su mayoría amigas de Claire, y habían ido fundamentalmente por respeto a ella y no por Farrah.
La única persona que Claire no había reconocido había sido aquel alto y tosco desconocido, vestido con un traje negro carbón, con ademanes rudos y de aspecto distante. En el momento en el que Claire había notado su presencia, se había sentido poseída por la salvaje impresión de que aquel hombre era una especie de representación humana de la muerte.
Si entonces ella hubiera sabido quién era él y la razón por la que había aparecido en el funeral de Farrah, habría abandonado la capilla en la que estaba, habría corrido a casa a por el pequeño Cody y habría desaparecido. Pero el hecho de tener una vida corriente y estable le había impedido empaquetar todas sus cosas, salir corriendo sin más y, mucho menos, llevarse consigo a Cody, el hijo de dieciocho meses de Farrah.
Como no había huido, sobre todo por su sentido del honor, Claire estaba a punto de perder a la persona que más quería con todo su corazón.
Había necesitado toda la integridad que poseía para obligarse a sí misma a obedecer la orden del juez y conducir todo el camino que separaba San Antonio del Rancho Pierce aquella tarde.
Aminoró la marcha de su viejo coche mientras se acercaba a la enorme y antigua casa de uno de los ranchos más grandes de aquella parte de Texas.
Aparcó, sacó del coche al niño de dos años medio dormido y se acercó a la puerta principal. Inmediatamente, el ama de llaves, que se presentó como Elsa, abrió la puerta. Les hizo pasar y sentarse en el salón. Se fue un momento a la cocina y regresó con una bandeja con té helado y zumo de naranja, que colocó sobre una mesita de café. Después de servir en silencio las bebidas, volvió a desaparecer en aquella casa inmensa.
Claire sintió que la garganta se le encogía. Ignoró el té y estrechó al pequeño, aún adormilado, contra ella. La dolorosa emoción del momento hizo que se le volvieran a humedecer los ojos.
Quizá después de aquel día o, como mucho, después del día siguiente, no volviera a ver más a aquel precioso niño. Legalmente, ella había dejado de tener cualquier posibilidad de reclamarlo, aunque moralmente tenía mucho más derecho a ser su madre del que había tenido Farrah.
Había sido Claire quien se había ocupado del niño desde el día en que llegó a casa del hospital. Había sido ella quien se había despertado por las noches, quien lo había alimentado, bañado, jugado con él y quien había pagado todo lo que el niño había necesitado. Pero, aunque también había sido Claire quien lo había querido con toda su alma, nada de aquello había contado para el juez.
Farrah no había creado ningún vínculo con el niño y, ciertamente, no había querido la responsabilidad de criarlo. La verdad había sido que había mantenido aquel embarazo, no planeado ni deseado, con la esperanza de conseguir que su rico ex novio se casara con ella. Y, en el caso de que aquello no sucediera, sacarle algún tipo de renta sustanciosa para mantener al niño. Pero Cliff Pierce había muerto antes de que Cody hubiera nacido.
Al día siguiente de que Cody naciera, Farrah se lo había llevado directamente a Claire. Acto seguido, había desaparecido para irse a vivir con uno de los pocos amigos con los que todavía no se había enfadado.
En el momento en que Claire había tomado en sus brazos al pequeño bebé, se había enamorado irremediablemente de él. Había dado por sentado que la irresponsable de su hermanastra pretendía dejárselo para siempre, pero no había sido capaz de conseguir que Farrah le diera la custodia legal del bebé. Claire había averiguado la razón: era una manera de mantener el control legal sobre el pequeño en caso de que se presentase alguna oportunidad interesante. Y se había presentado, personificada en la figura del hermano mayor de Cliff Pierce, su hermano multimillonario, el único heredero de todo lo que poseía la familia Pierce.
Por eso, Logan Pierce había aparecido en el funeral de Farrah, para conocer a Claire, y por eso luego la había llevado ante los tribunales, para reclamar la custodia del único hijo de su hermano fallecido. Por otra parte, Farrah nunca le había dicho a Claire que había hecho una petición judicial para solicitar al tío del pequeño una manutención, por lo que, enterarse de aquello, después de la repentina muerte de Farrah, había sido toda una sorpresa.
Cliff Pierce se había hecho unos análisis de sangre antes de que naciera Cody. Luego, una vez nacido el niño, no hubo ninguna duda sobre la paternidad del pequeño y, hacía una semana, el juez había determinado que Logan Pierce tenía más derecho y estaba más cualificado para criar al pequeño Cody que la propia Claire.
Los derechos de una «tiastra», sin contar con que ella había sido prácticamente una madre para el niño, se habían visto truncados frente a los derechos de sangre. Si ella hubiera tenido el dinero para seguir luchando por el niño, hubiera tenido, al menos, una oportunidad legal. Pero no tenía nada que hacer ante los recursos de los Pierce.
Su última obligación había sido llevar a Cody hasta allí. Pero, ¿aquel hombre que estaba tan decidido a quedarse con su sobrino, le permitiría ayudar al niño en lo que seguramente iba a ser una transición muy traumática?
Ella encontraría la manera de sobreponerse de la pérdida, pero Cody era muy pequeño para comprender nada. Lo único que entendería sería que aquella mujer, que creía su madre, lo había abandonado.
La tentación de arrodillarse ante los pies de Logan Pierce para suplicarle que le dejara seguir en contacto con el niño era dolorosamente fuerte. Pero aquel hombre parecía indiferente ante las consecuencias emocionales que iba a tener el pequeño Cody por aquella separación, por lo que había tomado la determinación de que lo mejor sería intentar convencerlo de que el mayor beneficiario de que ella tuviera una relación constante, permanente con el pequeño, iba a ser el propio Logan Pierce.
De pronto, todas las razones que había pensado exponerle le parecieron una tontería. Estaba segura de que aquel hombre pensaría que ella era una mujer tan problemática como lo había sido Farrah. Pero el pequeño la consideraba su madre, incluso la propia Farrah había animado a Cody a que la llamara mamá. En un principio aquello había preocupado a Claire, pero la verdad era que ella había sido como una madre para él.
El pequeño se frotó los ojos: no había dormido bien en el coche y tenía mucho sueño. No era el mejor momento para que conociera a su tío. Además, el ama de llaves no les había ofrecido un recibimiento muy caluroso.
Cody era un chico muy guapo. Tenía el pelo negro, los ojos azules y normalmente se portaba muy bien.
–¿Quieres un poco de zumo, cariño?
El pequeño se incorporó para alcanzar el vaso. Dio un pequeño sorbo, pero rehusó beber más. Le llamó la atención una pequeña escultura de bronce de un caballo salvaje e, inmediatamente, se levantó para poder inspeccionarla de cerca. De pronto, al tocarla, la pequeña y pesada pieza se cayó hacia un lado. Claire, horrorizada, se levantó de un salto y se acercó a la figura. En el preciso momento en que la puso derecha, se dio cuenta de que la figurita había rallado la fina y brillante superficie de la mesa en la que estaba apoyada. Aquel rallazo blanquecino sobresalía amenazante sobre la oscura madera.
¿Cómo iba Logan Pierce a reaccionar ante aquello? La respuesta le provocó una náusea y su corazón empezó a latir lleno de miedo, pero cuando realmente se disparó su temor fue cuando empezó a escuchar unas pisadas que se acercaban desde la lejanía.
No había manera posible de arreglar el daño causado a lo que seguramente era una mesa carísima. Pagaría gustosa el arreglo, costase lo que costase, pero era muy probable que un niño de dos años tuviera más accidentes como ése en una casa con un mobiliario tan fino.
Mientras las pisadas eran cada vez más sonoras, ella empezó a rezar.
«Por favor, Dios, que se enternezca con el niño. Que sea compresivo e increíblemente paciente…».
Aquél fue el momento en el que Logan Pierce entró en la habitación. Claire alzó la mirada desde la mesa dañada e intentó interpretar aquella expresión sombría mientras apretaba con fuerza la pequeña escultura.
No había nada remotamente tierno o compresivo o paciente en el aspecto de aquel hombre. Su cara era angulosa y ruda; parecía incluso cruel. Ella dudó de que hubiera sonreído alguna vez en su vida.
Fue entonces cuando posó aquella fría mirada sobre ella y Claire notó su afilado impacto. Sabía que ella no le gustaba, había sido obvio desde el día que se vieron en el funeral, pero sus preocupaciones sobre el mal concepto que él tenía sobre ella pasaron a un segundo plano ante el temor de que aquel pequeño accidente hubiera provocado que tuviera también una mala impresión sobre Cody.
–Ha habido un pequeño accidente, señor Pierce. Me temo que su mesa se ha estropeado. Le ruego que me disculpe por no haberlo evitado a tiempo. Si me manda la factura, estaré encantada tanto de repararla como de comprar una mesa nueva; lo que usted prefiera.
Claire aguantó la respiración mientras, aterrorizada, esperaba su reacción.
–Quiero el caballo, mamá –pidió el pequeño.
Claire descendió la mirada hasta él.
–El caballo no es un juguete, cariño –explicó suavemente mientras tomaba la mano del chico–. Tienes que saludar a tu tío –le dijo animándole con una sonrisa.
Cody alzó la mirada para ver a aquel hombre gigante que estaba delante de él antes de esconderse detrás de Claire. Ella lo tomó en brazos y el chico le rodeó el cuello con sus pequeños brazos. No había duda sobre el miedo del niño y el disgusto de Logan era evidente.
–¿Se comporta siempre así?
Aquello había sido una critica intolerable, pero ella fue capaz de conservar la calma.
–Normalmente es muy bueno, señor Pierce. No ha dormido su siesta y está muy cansado. Además, esto es un sitio nuevo. Es tímido con la gente que no conoce. Espero que tenga suficiente paciencia. Es un chico realmente encantador –ella tomó aire profundamente–. Simplemente tiene dos años.
Se creo un profundo silencio. Aunque Logan Pierce era un hombre muy intimidante, Claire no podía dejar de mirarlo.
Aquel hombre no era guapo, al menos no de una manera convencional. Su tez bronceada, su pelo negro y sus ojos oscuros le daban un aspecto de mezcla india que le hacía destacar allá donde fuera. Era alto, cuadrado de hombros, con los brazos fuertes y las piernas musculosas. Posiblemente pasaba muchas horas en el campo realizando un trabajo físico muy duro. La camisa azul, los vaqueros gastados y las botas negras que llevaba puestas eran claramente ropas de trabajo.
Daba una impresión de dura masculinidad. Claire ya sabía que era un tirano que estaba acostumbrado a salirse con la suya, o bien por la fuerza o utilizando su dinero.
–Mamá, me quiero ir a casa –susurró Cody.
Aunque parecía imposible, la rudeza de la cara de Logan Pierce se agravó.
Inmediatamente, Claire notó que él la culpaba por las ganas que el pequeño tenía de irse. Ella apartó la vista de aquellos ojos tan fríos para hablar con el pequeño.
–Hemos venido para visitar a tu tío Logan, cariño, ¿te acuerdas? Hemos traído tus juguetes para que puedas jugar aquí –dijo amablemente con una sonrisa–. Quizá el tío Logan nos pueda ayudar a traer algunas cosas. ¿Te gustaría? Estoy segura de que estaría encantado de ver tu colección de coches.
–No, mamá –exclamó Cody. Su carita reflejaba disgusto–. Quiero irme a casa –añadió justo antes de empezar a llorar.
Ella alzó la mirada hacia Logan.
–¿Hay una hamaca en esta casa?
Si consiguiese que Cody se echara el resto de su siesta, las cosas cambiarían mucho.
Logan no respondió a aquella pregunta; en su lugar se dio la vuelta y se fue por donde había venido. Obviamente, esperaba que lo siguieran, por lo que Claire tomó su bolso, su abrigo y la maleta de Cody con una mano y, con el niño en la otra, empezó a caminar.
Cuando llegó hasta el vestíbulo, Claire siguió en la dirección que había tomado Logan. Pasaron por delante de lo que parecía un comedor hasta llegar a otro vestíbulo y, a la izquierda, cruzaron un largo pasillo que conducía hasta los dormitorios. Claire no se dio cuenta de que la casa estaba distribuida en forma de L, quizá porque estaba demasiado preocupada para prestar atención.
El anfitrión estaba esperándola en el marco de la puerta de un dormitorio con el ceño fruncido. Cualquier caballero se hubiese ofrecido a ayudarla a cargar la maleta. «Y este es el hombre que va a educar a Cody», pensó Claire apenada.
Claire traspasó el dintel de la puerta y la visión de aquel dormitorio hizo que el corazón se le parara. Era un cuarto para un niño, para un niño pequeño, y era evidente que lo había decorado un profesional. Todo, desde el papel de la pared hasta los edredones de las camas, porque había dos, estaba perfectamente combinado. Una variedad de animales encantadores cubrían el papel de la pared. Aquel mismo diseño se podía ver en cojines y en un par de lámparas que estaban sobre una cómoda con cajones. Un balancín de madera, en forma de caballito, adornaba una de las esquinas de la habitación. Un cajón enorme repleto de juguetes se podía ver en otro de los rincones. Y en el centro, una mesita de madera con cuatro sillitas. También había dos estanterías llenas de unos libros tan nuevos que parecía que los hubiesen comprado aquel mismo día.
Una de las camas era mayor que la otra. Obviamente, el hombre que Claire tenía a sus espaldas no había podido decantarse por una. Primero, porque seguramente no sabía cuál era el tamaño de cama apropiado para un niño de la edad de Cody y, segundo, porque Logan Pierce tenía tanto dinero que le daba igual un gasto extra.
Claire no sabía mucho acerca de él. Solamente que estaba soltero. No podía imaginarse que ninguna mujer fuese capaz de enamorarse de un hombre tan frío.
Claire llevó al pequeño directo a la cama grande. Sacó un pañal de la bolsa y, con la agilidad que se consigue con la práctica, desvistió al pequeño y le cambió el pañal. Después, con el niño en brazos, se fue al baño, que estaba dentro del dormitorio, para deshacerse del pañal y lavarse las manos. A continuación, meció al niño entre sus brazos hasta que éste se quedó profundamente dormido y, por fin, lo depositó sobre la cama pequeña. Le dio un beso sobre la frente y sintió un profundo dolor. ¿Cody se repondría del trauma de haber sido abandonado? ¿Sería capaz de entender todo lo que estaba pasando?
Logan Pierce no se movió ni un centímetro en todo aquel tiempo. Se limitó a seguirla con la mirada, en silencio.
Ella era incapaz de separarse del pequeño. Tal vez fuera la última vez que lo viera. Volvió a agacharse para besar al niño en la frente. No le quedó más remedio que recoger sus cosas y salir de la habitación, pero antes de irse tenía que enseñar a Logan algunos de los objetos que había en la maleta de Cody.
Las vitaminas del pequeño y un libro sobre bebés formaban parte del contenido. Además, había una lista detallada de todo lo relacionado con la salud del pequeño, desde vacunas y nombres de pediatras, hasta un calendario de las revisiones con el médico.
Claire se dirigió hacia la puerta. Tomó un par de segundos para volver la cabeza y echar un último vistazo al niño dormido antes de salir de aquella habitación. Logan la siguió hasta llegar al vestíbulo principal. Ella se detuvo y se dio la vuelta hacia Logan.
–¿Comprobará regularmente que se encuentra bien? Probablemente se disguste cuando se dé cuenta de que se ha despertado en un sitio extraño –por un momento quiso decir sin ella–. Solo –añadió finalmente.
Logan ladeó la cabeza ligeramente mientras la miraba fijamente. Claire notó que aquellos oscuros ojos la traspasaban. Aquel hombre estaba inmóvil, parecía una columna de piedra. Ella nunca se había sentido tan impotente ante algo o ante alguien en toda su vida. Le estaban arrebatando lo único importante para ella y era muy difícil controlar la frustración de no poder hacer nada al respecto.
Claire nunca había odiado a nadie, pero estaba muy cerca de odiar a aquel hombre.
–Tiene muchas ganas de abandonarle aquí e irse a su casa, ¿verdad?
Aquellas palabras sigilosas dejaron tan asombrada a Claire, que casi tuvo que pellizcarse para asegurarse de que no estaba soñando.