Novio de emergencia - El marido de su amiga - Trampa de amor - Susan Fox - E-Book

Novio de emergencia - El marido de su amiga - Trampa de amor E-Book

SUSAN FOX

0,0
6,49 €

-100%
Sammeln Sie Punkte in unserem Gutscheinprogramm und kaufen Sie E-Books und Hörbücher mit bis zu 100% Rabatt.
Mehr erfahren.
Beschreibung

Novio de emergencia Phoebe había decidido acudir sola a la boda de su exprometido, pero su mejor amiga le propuso una idea genial: podía contratar a su nuevo compañero de piso, Gib, para que se hiciera pasar por su novio. Parecía el plan perfecto, pero Gib vio enseguida que iba a tener que poner a prueba su autocontrol; mientras, Phoebe se recordaba continuamente que solo estaban fingiendo estar enamorados. !Iba a ser una boda inolvidable! El marido de su amiga Al quedarse viudo y solo para criar a su pequeño, Reece Waverly acudió a Leah Gray. Sabía que su buena amiga sería la esposa y madre perfecta. Sería un matrimonio de conveniencia, pero Reece no sabía que Leah llevaba años enamorada de él. Aunque Leah intentó convencerse de que podía seguir adelante con el plan, pronto tuvo que admitir que lo que quería era ser algo más que una esposa contratada. Trampa de amor De ningún modo iba Samantha Gillespie a permitir que su mejor amigo, Brad Rivers, se casara con una mujer a la que solo le interesaba su dinero. El problema era que la cazafortunas estaba saliéndose con la suya y cada vez sería más difícil contarle a Brad la verdad sin poner en peligro su amistad. ¿Podría aquella mujer con miedo al compromiso admitir que estaba enamorada de su amigo del alma y proponerle que se casara con ella?

Sie lesen das E-Book in den Legimi-Apps auf:

Android
iOS
von Legimi
zertifizierten E-Readern

Seitenzahl: 469

Veröffentlichungsjahr: 2024

Bewertungen
0,0
0
0
0
0
0
Mehr Informationen
Mehr Informationen
Legimi prüft nicht, ob Rezensionen von Nutzern stammen, die den betreffenden Titel tatsächlich gekauft oder gelesen/gehört haben. Wir entfernen aber gefälschte Rezensionen.



 

Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley.

Diríjase a CEDRO si necesita reproducir algún fragmento de esta obra.

www.conlicencia.com - Tels.: 91 702 19 70 / 93 272 04 47

 

 

Editado por Harlequin Ibérica.

Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Avenida de Burgos, 8B - Planta 18

28036 Madrid

 

© 2024 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

N.º 574 - junio 2024

 

© 2003 Jessica Hart

Novio de emergencia

Título original: Fiancé Wanted Fast!

 

© 2003 Susan Fox

El marido de su amiga

Título original: Contract Bride

 

© 2003 Angela Ray

Trampa de amor

Título original: You’re Marrying Her?

Publicadas originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.

Estos títulos fueron publicados originalmente en español en 2004

 

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

® Harlequin, Jazmín y logotipo Harlequin son marcas registradas propiedad de Harlequin Enterprises Limited.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia. Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited. Todos los derechos están reservados.

 

I.S.B.N.: 978-84-1062-814-4

Índice

 

Créditos

Novio de emergencia

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

El marido de su amiga

Prólogo

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Trampa de amor

Prólogo

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Capítulo 11

Capítulo 12

Capítulo 13

Si te ha gustado este libro…

Capítulo 1

 

 

 

 

 

QUE Mallory te ha dejado? –exclamó Josh.

–Menuda ironía, ¿verdad? –sonrió Gib, apoyando la espalda en la pared de hielo mientras se ponía la chaqueta. A aquella altitud, era fácil perder calor–. Normalmente suelo ser yo quien las deja.

Josh hizo una mueca.

–Siempre me gustó Mallory. Y parecíais llevaros muy bien.

–Eso es lo que yo pensaba. Mallory es una chica muy especial. Inteligente, preciosa, independiente… de verdad pensé que con ella iba a salir bien –murmuró Gib, golpeando los clavos de sus botas con el piolé para quitarles el hielo–. Pero entonces apareció la palabra maldita, como siempre.

–¿Qué palabra?

–Compromiso –murmuró Gib, observando la hermosa panorámica.

Se habían detenido para descansar un rato antes de seguir hacia la cumbre. Les quedaban un par de horas, pero el paisaje era extraordinario desde allí. A Gib le encantaba la montaña. El aire era limpio y puro, el único sonido, el del viento.

Se alegraba de que Josh lo hubiera llamado para ir de escalada. Al menos allí todo era más sencillo, sin mujeres exigiéndole nada.

–¿Por qué las mujeres están obsesionadas por el compromiso? Todas empiezan fingiendo que son independientes, pero tienes suerte si consigues llegar a la tercera cita sin que hayan empezado a hacer planes de boda.

–Mallory y tú habéis salido más de tres veces –observó Josh–. Llevabais casi un año saliendo, ¿no?

–Pues eso… ¿por qué ha tenido que estropearlo?

–¿Qué te dijo?

Gib dejó escapar un suspiro.

–Aparentemente, soy incapaz de «comprometerme» o de «mantener una relación seria». Según Mallory, ella solo era para mí una más en un harén de mujeres.

–Ah, ya.

–Su teoría es que nunca estaré contengo con ninguna mujer porque siempre tendré la impresión de que me estoy perdiendo algo mejor –suspiró Gib–. ¿No te pone nervioso que las mujeres te analicen?

Josh no contestó inmediatamente. Tras las gafas de sol que le protegían los ojos, su expresión era indescifrable.

–La verdad es que tiene razón, ¿no? –murmuró por fin.

–A ver, ¿de qué lado estás?

–Eres tú quien ha dicho que Mallory es muy lista.

–Sí, ya, pero… me gustan las mujeres. ¿Qué hay de malo en eso?

–Nada.

–Y yo les gusto también. ¡Me encantan las mujeres! Es ridículo decir que no puedo relacionarme con ellas.

–¿Eso es lo que dice Mallory?

–Según ella, no tengo ni idea de cómo ser amigo de una mujer. ¿Te lo puedes creer?

–Sí.

–¿Cómo que sí? –replicó Gib, irritado. Josh era tan… tan… británico algunas veces.

–¿Has mantenido una relación platónica con alguna mujer?

–Claro.

–¿Cuándo?

–¿Cuándo? Pues… –Gib se lo pensó un momento–. Bueno, ahora mismo no me acuerdo, pero seguro que he tenido alguna amiga. Seguro que tú tampoco puedes dar un nombre ahora mismo.

–Sí puedo. Bella es una de mis mejores amigas, seguramente mi mejor amiga. Estudiamos juntos en la universidad.

–¿Y nunca te has acostado con ella?

–No.

–Seguro que te gustaría hacerlo.

Josh negó con la cabeza.

–No, eso arruinaría nuestra amistad. Con ella puedo hablar de todo. Y no tiene nada que ver con el sexo. Si me acostase con ella… nunca sería lo mismo. Y no creo que tú puedas ser amigo de una mujer.

–¿Quieres apostar algo?

–Sí.

–Muy bien.

Josh ató el cordaje a una roca y se volvió.

–Te apuesto diez mil dólares… que donaré a alguna asociación benéfica, a que no puedes ser amigo de una mujer.

Gib soltó una risotada.

–¿Diez mil dólares? Lo dirás de broma.

–Puedes permitírtelo.

–¿Y tú?

–Yo no voy a perder la apuesta –sonrió Josh con irritante calma.

Pero Gib no era hombre que le diera la espalda a un reto.

–Lo de ser amigos es un poco subjetivo, ¿no? ¿Cómo sabremos si he ganado la apuesta?

–¿Qué tal si pasas unas semanas en Londres? –preguntó Josh.

–Muy bien. Puedo controlar la empresa desde allí. De hecho, no me vendría mal. He estado pensando hacer contactos en Europa y después de este fiasco con Mallory… prefiero estar lo más lejos posible.

–Muy bien. Bella comparte piso con otras tres chicas, pero una de ellas está a punto de casarse, así que les queda un cuarto libre. Podrías quedarte allí.

–¿En un apartamento con tres chicas?

–Yo creo que sería una prueba definitiva –sonrió Josh–. Si en un mes y medio te has hecho amigo de Bella, Kate y Phoebe, me dices el nombre de la asociación y yo les mando el cheque de diez mil dólares.

–Ya –murmuró Gib, receloso–. ¿Cómo son Kate, Bella y Phoebe?

–Son tres chicas normales.

–¿Y eso es todo? ¿Solo tengo que vivir con ellas durante seis semanas?

–Con una condición: tendrás que ir de incógnito. Además, ya has tenido demasiadas novias famosas. Mallory es una conocida psicóloga, antes saliste con una presentadora de televisión, con una modelo… ¿cómo se llamaba? La que tenía dos metros de pierna.

–¿Verona?

–Esa misma –sonrió Josh, recordando las espectaculares piernas de la modelo–. El caso es que en Londres nadie puede saber quién eres, así no podrás comprar el afecto de las chicas. Tendrás que ser tú mismo, Gib. Si no eres capaz de ganarte su amistad en seis semanas, habrás perdido la apuesta… y Mallory tendrá razón.

Gib se quedó mirando hacia la cumbre. Pensaba en su padre, que iba por el cuarto matrimonio… Y no quería ser como él. Había visto llorar a demasiadas mujeres por su culpa.

Por otro lado, se enorgullecía de no hacer promesas que no pensaba cumplir. Siempre había dejado claro desde el principio que él no quería saber nada del matrimonio. Y, francamente, creía ser honesto al vivir el presente, sin promesas de un futuro para el que no estaba preparado.

Pero eso no significaba que no pudiera ser amigo de una mujer. Y tampoco estaba dispuesto a aceptar que él era como su padre. Si no tenía una amiga como Josh era porque las mujeres que él conocía estaban más interesadas en ser esposas que en ser amigas.

Pero le demostraría a Josh y a su padre que él era perfectamente capaz de mantener una relación con una mujer basada únicamente en la amistad. Aceptaría la apuesta.

–¿Diez mil dólares?

–Diez mil dólares –dijo Josh.

–¿Y yo elijo la asociación benéfica a la que iría a parar el dinero?

–Eso, si ganas.

–Muy bien –sonrió Gib, estrechando la mano de su amigo–. Acepto la apuesta.

 

 

Phoebe se dejó caer en el sofá y se quitó los zapatos con un suspiro de alivio.

–¡Cómo me duelen los pies!

–Pero los zapatos son divinos –sonrió Bella, pasándole una taza de té–. Ya sabes, para estar guapa hay que sufrir.

Kate estaba sentada en el sillón, con las piernas colgando sobre el brazo.

–Yo estaría exhausta si tuviera que ir guapísima todo el tiempo. Qué horror, no sabía que iba a ser una boda tan elegante. ¿Os habéis fijado en cómo iban vestidas las mujeres? Han debido tardar horas para ponerse así… Yo me sentía como la pariente pobre.

–Lo sé –murmuró Phoebe–. Y, encima, ninguna de las tres ha ido con novio.

–Venga, por favor, yo lo he pasado muy bien –sonrió Bella–. Si me caso algún día pienso hacerlo como Caro, en una iglesia preciosa y celebrando el banquete en el club más exclusivo de Londres, con cientos de invitados todos vestidos de diseño.

–Pues ya puedes empezar a buscar amigos ricos –rio Phoebe–. Kate, Josh y yo acamparemos a la puerta de la iglesia para veros pasar.

–No te preocupes, ya os colocaría en alguna esquina… donde no os viera nadie.

–Vete diciéndole a tu padre que empiece a ahorrar –dijo Kate–. La boda de Caro debe de haber costado un riñón y parte del otro.

–Supongo que Anthony habrá puesto parte del dinero. Y él puede permitírselo –suspiró Phoebe.

–Pues yo preferiría una boda en el campo –insistió Kate–. Solo la familia y los amigos íntimos. Mis dos sobrinas llevando las arras, con vestiditos de organza rosa y… –entonces se dio cuenta de que Bella y Phoebe estaban mirándola, boquiabiertas–. Vamos, tampoco es que lo haya pensado mucho.

–No, seguro que no –rio Bella–. ¿Y tú, Phoebe? ¿Prefieres una boda en el campo o una boda por todo lo alto?

Phoebe estaba quitándose migas de galleta del vestido.

–Ninguna de las dos. Yo creo que lo mejor es casarse sin que se entere nadie. Así, al menos sabes que el novio no va a dejarte plantada.

–Lo siento, Phoebe –murmuró Bella, contrita–. Se me había olvidado.

–No te disculpes. Ya ha pasado un año.

Dieciséis meses, tres semanas y cuatro días, para ser exactos.

Aunque ella no estaba contando.

–Además, no tuvimos tiempo de planear mucho antes de que Ben cambiase de opinión.

Kate y Bella permanecieron en silencio. Sabían muy bien que Ben y Phoebe habían sido novios desde el instituto y que las posibilidades de que ella no hubiera soñado con la boda durante años eran remotas.

Al menos no habían enviado las invitaciones. Y se ahorró la humillación de devolver regalos y contestar a notas compasivas. Aunque todo el mundo se enteró, por supuesto.

–Bueno, yo creo que planear nuestra boda es una pérdida de tiempo. Chicas, tampoco es que haya hordas de hombres deseando llevarnos al altar.

–No, eso es verdad –suspiró Bella.

–Estoy empezando a pensar que esta casa tiene algo malo –dijo Phoebe, señalando alrededor–. Puede que haya un maleficio… o un repelente para hombres. ¿Creéis que debería venderla?

–¡No! –exclamaron Kate y Bella al unísono.

–A mí me gusta –dijo Kate.

–Y a mí también –afirmó Bella–. Además, no encontraríamos una más bonita… por el alquiler que nos cobras.

–Pero entiendo lo que dices sobre el maleficio –dijo Kate entonces–. A lo mejor eso explica por qué Seb se porta de una forma tan rara últimamente… Pero creo que deberíamos probar con el feng shui antes de hacer nada drástico –añadió entonces–. Tengo una amiga que es experta en fengshui. Aparentemente, puedes cambiar tu suerte con solo mover los muebles de sitio y bajando la tapa del inodoro para que no entren los malos espíritus.

–Como por aquí no hay hombres, eso no será un problema –sonrió Phoebe.

–Kate tiene razón –observó Bella–. No sobre el feng shui, sino sobre lo de no vender la casa. Es preciosa, Phoebe.

–Lo sé, lo sé.

–Y yo no tengo ganas de mudarme. Aunque admito que no será igual sin Caro. Menuda egoísta, dejarnos solas para casarse.

–Sí, es verdad. ¿Qué va a ganar con eso? –preguntó Phoebe, señalando alrededor. La cocina, por supuesto, estaba en el mismo estado de caos que de costumbre–. ¿A quién se le ocurriría dejar esto por una casa en el campo y un marido que la adora?

–No me lo puedo ni imaginar –suspiró Kate–. Yo no lo haría, desde luego. A lo mejor nos echa tanto de menos que vuelve.

–No creo que debamos contar con eso –rio Phoebe–. Sé que va a ser difícil reemplazarla, pero me temo que habrá que encontrar otra compañera porque tengo que pagar la hipoteca. ¿Sabéis de alguien que esté buscando habitación?

Las dos negaron con la cabeza.

–No conozco a nadie con quien me gustaría compartir casa –dijo Bella.

–Pues entonces tendré que poner un anuncio en el periódico.

–A mí no me parece buena idea –objetó Kate–. Hay mucha gente rara por ahí. ¿Te acuerdas de esa película en la que la inquilina se viste como la dueña de la casa y luego intenta matarla? Podríamos encontrarnos con alguien así.

–O peor –dijo Bella–. Podríamos encontrar una aficionada a la música country.

Las tres se quedaron en silencio, pensativas.

–O una persona obsesionada por la limpieza –sugirió Phoebe–. Aunque eso no estaría tan mal. Además, aquí hay mucho que hacer.

–Una vez compartí casa con una chica así –dijo Bella–. Era una neurótica de la limpieza. Había notas por todas partes recordándome que tirase la basura, que pasara el polvo de mi habitación… y en cuanto me tomaba un café me quitaba la taza para lavarla. Creo que prefiero a una psicópata.

–Yo creo que lo mejor sería vender la casa –insistió Phoebe.

–¿Y qué ha pasado con el chico del que habló Josh? –preguntó Kate–. ¿Cómo se llamaba, Gus?

–Gib. Pero él solo quería algo temporal y yo necesito alguien permanente.

–Si se quedara unos meses tendríamos tiempo de encontrar a alguien normal –dijo Bella.

Phoebe se lo pensó un momento.

–La verdad es que tampoco sabemos nada de él.

–Sabemos que es amigo de Josh.

–¿Cuánto tiempo piensa estar en Londres, Bella?

–No estoy segura. Sé que vive en California, pero no sé más. Me dio la impresión de que no tenía mucho dinero, por eso estaba buscando un apartamento barato.

–Si no tiene dinero, ¿por qué hace un viaje a Londres?

–A lo mejor solo quiere cambiar de aires durante un tiempo –sugirió Kate–. Puede que le hayan roto el corazón y necesita espacio para lamerse las heridas.

–Sí, seguro –rio Phoebe, levantando los ojos al cielo–. Un chico que vive en California, con todo ese sol y ese paisaje, decide venir a Londres para animarse un poco. Como aquí hace tan buen tiempo…

–Bueno, da igual por qué venga a Londres, el caso es que él necesita habitación y nosotras necesitamos un compañero de piso. Y no puede ser muy horrible si es amigo de Josh. ¿Por qué no te lo piensas, Phoebe? Además, sería divertido tener un hombre en la casa.

–Y a lo mejor Seb se pone celoso –dijo Kate entonces.

Phoebe dudaba que al novio ex novio, casi siempre ex novio, de Kate le importase un bledo que hubiera otro hombre en la casa, pero su amiga esperaba cada día que la llamase. Era la única persona que creía en lo de que las ranas se convierten en príncipes.

–Nunca se sabe –murmuró–. Muy bien, chicas, vamos a ver qué tal es el tal Gib.

 

 

Gib bajó del taxi frente a la que iba a ser su casa durante seis semanas. Era una más entre una fila de idénticas casitas de estilo victoriano en irregular estado de conservación. Y bajo la lluvia de abril, ni siquiera el farol que había en la puerta conseguía aliviar la oscuridad.

Gib suspiró al pensar en su casa frente al mar, con sus enormes habitaciones llenas de sol y su panorámica del océano Pacífico. Empezaba a lamentar haber aceptado la apuesta de Josh.

Tras él, el taxista se aclaró la garganta sin disimular su irritación y Gib pulsó el timbre con una sonrisa en los labios. Una apuesta era una apuesta.

Estaba llamando por segunda vez cuando una chica alta con los ojos verdes más fieros que había visto nunca abrió la puerta. Tenía el pelo oscuro, las cejas rectas y unos labios generosos que animaban su seria expresión.

Gib parpadeó, sorprendido. Josh le había dicho que eran tres chicas normales. Pero aquella chica no tenía nada de normal. Y tampoco parecía muy amistosa.

–¿Sí?

–Soy John Gibson, Gib para los amigos. Y tú debes de ser… Phoebe, Kate o Bella, ¿no?

–Soy Phoebe. Y no te esperábamos hasta mañana.

–Debería haber llegado mañana, pero cambié de planes.

Tenía los ojos más azules que Phoebe había visto en toda su vida. Con un descarado brillo burlón, además. Absurdamente, aquellos ojos azules la hicieron desear ser la clase de persona que cambia de planes espontáneamente, que cruza el Atlántico a capricho como otro iría a la vuelta de la esquina.

Había tenido un mal día, pensó. Su jefa, Celia, estaba más histérica de lo normal y, cuando por fin pudo escapar de sus absurdas broncas, tuvo que esperar el autobús durante cuarenta minutos y recorrer el trayecto desde la parada a su casa con zapatos de tacón.

Y cuando por fin llegó a casa, descubrió que alguien había apagado el calentador, de modo que no podía darse un baño caliente.

Y, de repente, el tal Gib aparecía sin avisar.

La ley de Murphy. El día que llevas el pelo divino y te has pintado los labios, cuando suena el timbre será alguien que quiere venderte una enciclopedia. Pero cuando estás hecha polvo, puedes estar segura de que el hombre más guapo que has visto en tu vida aparecerá en la puerta.

Phoebe lo miró bien. En realidad no era guapo; sus facciones eran demasiado irregulares como para llamarlo guapo, pero tenía unos ojos tan bonitos que compensaban todo lo demás.

Poseía el aire relajado de las personas que viven al aire libre. Parecía el tipo de hombre que está a gusto frente al timón de un yate o sobre una tabla de surf, no de pie en aquella calle gris de Londres, preguntándose por qué lo estaba mirando con cara de boba.

Phoebe dio un paso atrás.

–Entra –murmuró, un poco cortada.

–El caso es que… tengo un problema –dijo Gib entonces, señalando al taxista–. He perdido la cartera. Creo que me la robaron en Heathrow. Lo he denunciado en la comisaría del aeropuerto y he cancelado todas las tarjetas de crédito, pero el caso es que… no puedo pagar el taxi.

–Ya, claro.

–¿Te importaría prestarme algo de dinero? Por supuesto, te lo devolveré inmediatamente.

Phoebe tuvo que hacer un esfuerzo para no darle con la puerta en las narices. De modo que tenía frente a ella un nuevo Seb, el novio ex novio de Kate, que solo aparecía por allí cuando quería algo y que siempre «olvidaba» la cartera.

Parecían estar cortados por el mismo patrón. El tal Gib también era uno de esos listos que, con una sonrisa, consiguen todo lo que quieren. Phoebe no confiaba en ese tipo de hombre. Conocía a muchos y había visto a demasiadas amigas, como Kate, con el corazón roto.

Gib se dio cuenta de que el asunto no le hacía ninguna gracia.

–Oye, no te preocupes. Le diré al taxista que me lleve a la oficina de Josh…

Fue un acierto usar ese nombre. Josh era el mejor amigo de Bella y a Phoebe le caía muy bien. Si Josh y Gib eran amigos, lo mejor sería no dejarlo en la puerta.

–No hace falta. Espera, voy por mi bolso.

–Gracias. Te devolveré el dinero mañana mismo.

Eso era lo que Seb decía siempre, claro.

–La casa está hecha un asco –explicó Phoebe, después de pagar al taxista–. Íbamos a limpiar esta noche.

Habían planeado hacer una cena de bienvenida, pero claro, a los tipos como Gib nunca se les ocurría pensar que estaban arruinando los planes de los demás.

–No quiero causar ningún problema –dijo él entonces, alarmado por su frialdad–. Por favor, no os molestéis por mí.

–Como has llegado antes de lo previsto, parece que no vamos a tener que hacerlo –replicó Phoebe, llenando la tetera de agua.

Gib no entendía qué había provocado aquella hostilidad. A lo mejor era así con todo el mundo, pensó. Lo cual sería una pena porque era muy guapa… Entonces recordó que eso era precisamente lo que no debía pensar. Tenía que hacerse amigo de aquellas chicas, nada más. En eso consistía la apuesta.

–Bonita cocina –dijo, mirando alrededor.

Era una habitación grande con muebles de cocina a un lado y, al otro, un sofá y un sillón, cada cual más viejo. En medio había una vieja mesa de pino sumergida bajo una montaña de revistas, libros de recetas y objetos de todo tipo. Gib localizó una plancha, un frasco de laca de uñas, un bolso de lentejuelas y… ¡un gato! Sí, era un gato, durmiendo bajo un montón de periódicos.

–Es la habitación más cálida de la casa. Pasamos casi todo el tiempo aquí, como probablemente habrás imaginado.

–¿De quién es el gato?

–De Kate. Tiene muy buen corazón y trae a casa animales abandonados… para los que luego tenemos que buscar dueño. A este gato no lo quiso nadie, desgraciadamente –suspiró Phoebe–. Además, no creo que hubiera querido irse. Kate lo adora, pero a Bella y a mí nos da un poco de miedo. Lo cual me recuerda… cuidado por las mañanas. Le da por morder los tobillos hasta que alguien le pone su comida.

Josh no había mencionado un gato salvaje como parte de la apuesta. Y tampoco le había dicho que Phoebe lo trataría con tanta frialdad. Gib esperaba que no hubiese más sorpresas.

Como si supiera que estaban hablando de él, el gato bostezó, mostrando unos dientes muy afilados, y saltó de la mesa sin mirarlo siquiera.

Phoebe lo observó salir de la cocina con una sonrisa en los labios. Al menos, allí había otra criatura que no parecía impresionada por los ojitos azules del recién llegado.

Bella y Kate caerían rendidas a sus pies, pero ya se enteraría el tal Gib que el gato y ella eran de una pasta más dura.

Capítulo 2

 

 

 

 

 

PHOEBE retiró la tetera del fuego.

–Kate y Bella llegarán más tarde. ¿Quieres un té?

–Muchas gracias. Ahora sé que estoy en Inglaterra –sonrió Gib.

–¿Habías estado aquí alguna vez?

–Sí, hace dieciocho años.

–Eso es mucho tiempo –dijo Phoebe, intentando calcular su edad. Pero no era fácil. Tenía arruguitas alrededor de los ojos… debía tener más de treinta años, incluso más de treinta y cinco, pero poseía una mezcla de dinamismo y perezoso sentido del humor que lo hacía parecer más joven.

Ojalá Kate y Bella hubieran llegado a casa, pensó. Había algo en él que la hacía sentir cortada y… lo peor, aburrida. Y eso le recordaba algo terrible. El día que, llorando, le preguntó a Ben: «¿Por qué?» y él le contestó que Lisa era dulce, femenina y divertida.

Al contrario que ella.

Y, evidentemente, Gib también era divertido.

–¿A qué te dedicas? –preguntó, incómoda. Si pensaba que era aburrida, le daba igual. Solo estaba intentando ser amable.

–Pues… a unas cosas y otras –contestó él, tomando la taza.

–¿Vas a trabajar en Londres?

–Estoy estudiando un par de proyectos.

Todo sonaba muy vago, pero si quería hacerla creer que tenía muchos negocios, era su problema. Phoebe sabía lo sensibles que eran los hombres sobre su éxito o falta de él y, además, no estaba interesada en su vida.

¿Llevaría lentillas de color?, se preguntó. Esos ojos tan azules eran muy raros… Gib la pilló mirándolo y sonrió, encantado de la vida. Genial, se lo tenía creído.

Qué típico. El único hombre atractivo que aparecía en su vida desde la ruptura con Ben y le caía mal desde el principio.

Bella y Kate siempre le estaban diciendo que debía conocer a alguien para olvidarse de su ex novio y ella sabía que debía hacer un esfuerzo. Pero un hombre como Gib, suponiendo que no tuviera novia, era lo último que necesitaba. Ella quería alguien amable, dulce, alguien en quien pudiese confiar, no alguien que la pusiera nerviosa, por muy atractivo que fuera.

–¿De qué conoces a Josh? –preguntó, para romper el hielo–. No os parecéis nada.

–¿Ah, no? Eso depende de lo que pienses de Josh, supongo.

–Josh es un chico estupendo. Es amigo de Bella, pero a Kate y a mí también nos cae fenomenal. Nunca presume de nada, nunca se mete con nadie… es una de las personas más sensatas que conozco. Si te pasa algo, siempre puedes pedirle consejo.

Qué curioso, pensó entonces. Josh era la clase de hombre que necesitaba, pero nunca se le había ocurrido pensar en él como otra cosa que como amigo de Bella.

–Sí, es un tipo estupendo –asintió Gib, preguntándose por qué Phoebe habría decidido que él no era sensato y bueno como Josh. Lo único que había hecho era admirar su cocina y aceptar una taza de té.

–¿Dónde os conocisteis?

–En Ecuador. Josh dirigía una expedición al Chimborazo.

–¿Tú también eres montañero?

Gib sonrió, negando con la cabeza.

–No, es que me gustan los retos.

Atrapada por la intensa mirada azul, Phoebe sintió una ola de calor. Había algo desconcertante en aquel hombre. Su presencia parecía llenar la habitación llevándose todo el aire, de modo que resultaba difícil respirar. Sus ojos brillaban demasiado, sus dientes eran demasiado blancos y, además, era demasiado vibrante, demasiado… masculino.

–Lamento que esto esté lleno de papeles –murmuró, nerviosa–. Iba a trabajar un poco hasta que llegasen Kate y Bella.

–¿A qué te dedicas?

–Soy ayudante de producción en una productora de televisión.

Lo había dicho con orgullo. Aunque ser el último mono de una productora a su edad no era como para estar orgullosa, Phoebe siempre había querido trabajar en televisión. Ser ayudante de producción era el primer peldaño de la escalera, se recordó a sí misma. Había sido una desgracia que su jefa fuera una diva de primer orden, pero merecía la pena soportarla.

–¿Y qué tipo de programas hacéis?

–Documentales sobre todo.

–¿Y en qué estáis trabajando ahora mismo? –preguntó Gib.

«Nunca muestras ningún interés por mi trabajo», le había dicho Mallory. «No sabes de qué hablar con una mujer porque solo piensas en una cosa».

Lo cual era mentira, por supuesto. Él era perfectamente capaz de hablar seriamente con una mujer. En aquel momento estaba hablando con Phoebe sobre su trabajo sin pensar en la curva de sus labios o en el brillo de su pelo…

De repente, Gib se dio cuenta de que había perdido el hilo. Phoebe estaba hablando sobre algo relativo a los bancos.

–¿Estáis haciendo un documental sobre un banco?

–A mí también me pareció un tema aburrido al principio, pero es más interesante de lo que cabría esperar. Este no es un banco como los demás, es un banco ético.

–¿Qué? –exclamó Gib.

–Suena contradictorio, ¿verdad? –Phoebe se sentía relajada hablando de su trabajo–. Pero este banco solo invierte en países en vías de desarrollo. He hecho investigaciones en Internet y suena realmente bien. Será un programa muy interesante.

–¿Tú crees? –preguntó él, sin mirarla.

–El único problema es que mi jefa insiste en que centremos el documental en el hombre que empezó todo.

–¿Ah, sí? ¿Y quién es?

–Se llama J.G. Grieve. Todo el mundo lo llama JGG y es famoso por no dar entrevistas. He intentado hablar con él por teléfono, pero siempre recibo el mismo mensaje: el banco apoya la publicidad del proyecto, pero JGG no habla con los medios de comunicación.

–¿Y qué más sabes sobre ese tipo?

Preocupada con sus propios problemas Phoebe no se fijó en la extraña expresión de Gib.

–No mucho. Solo que es norteamericano y que es muy rico.

–No parece muy interesante, ¿verdad?

–Eso es lo que yo creo. Pero Celia, mi jefa, insiste en que consiga una entrevista con él. Este documental podría ser un gran salto para mí, así que tengo que conseguirla a toda costa. El problema es que no sé cómo hacerlo.

Gib sonrió.

–Bueno, yo vivo en Estados Unidos. Si quieres, podría preguntar por ahí para ver si alguno de mis amigos sabe algo sobre ese JGG.

Phoebe lo miró, incrédula. Estaba segura de que alguien como Gib no tendría contactos de ese tipo.

–Gracias, pero espero hablar con alguien del banco.

–Ah, como quieras.

Los dos se quedaron en silencio. Phoebe tomó su taza e intentó no sentirse incómoda, pero la presencia de aquel hombre parecía haber encogido la cocina.

–Josh me ha dicho que tú eres la dueña de la casa. Gracias por alquilarme una habitación.

Cuando sonreía, sus ojos parecían más azules. Y Phoebe estaba cada vez más convencida de que no podían ser de verdad.

–De nada.

–¿Hay alguna regla que yo deba conocer?

–Pues no… pero, por favor, no le hables a Kate de ningún animal abandonado si no quieres encontrarlo durmiendo bajo tu cama.

–¿Solo eso? –sonrió Gib.

–Y tampoco es buena idea dirigirme la palabra por las mañanas, pero eso es un consejo más que una regla. Kate y Bella ya lo saben.

–Espero acordarme –dijo él, con otra de esas sonrisas irresistibles.

Phoebe se levantó abruptamente.

–¿Quieres que te enseñe tu habitación?

–Sí, claro.

–Me temo que no es muy grande –dijo ella, mientras subían la escalera.

«No es muy grande» era como decir que el Sahara no era muy húmedo o que el Polo Norte no era muy cálido.

La habitación era un armario, más bien. Solo contenía una cama de noventa, un armario empotrado y un par de estanterías para libros. Con los dos allí no había espacio para nada más.

–¿Cuánto tiempo vivió aquí vuestra última compañera de piso?

–Un año. Fue la última en mudarse, por eso tenía la habitación más pequeña.

Gib se alegró por las demás chicas. No podía imaginar que alguien durmiese en una habitación más pequeña que aquella.

–A Caro le daba igual –siguió Phoebe, un poco a la defensiva al ver su expresión–. Se pasaba la mayor parte del tiempo en casa de su novio. Acaban de casarse, por eso tengo esta habitación libre. Y, claro, el alquiler es más barato… pero no tienes por qué quedarte si no te gusta.

–No, no, me parece bien –dijo Gib–. La verdad es que no he traído muchas cosas.

Sí, parecía la clase de hombre que viaja ligero de equipaje, pensó ella. Envidiaba a esa gente que era capaz de ir por la vida sin compromisos ni ataduras, dejando la responsabilidad a otros. Pero, por otro lado, le sacaba de quicio.

–Sí, bueno, además no vas a quedarte para siempre, ¿no? –replicó, sin poder disimular su irritación.

La habitación era tan pequeña que, a menos que se sentara en la cama, lo cual sería absurdo además de ridículo, no podía moverse sin rozarlo. Y ese pensamiento hizo que se pusiera tensa y temblase al mismo tiempo. Una reacción muy rara en ella.

Había pasado demasiado tiempo desde la última vez que estuvo cerca de un hombre tan atractivo, se dijo. Pero había algo en Gib que la descolocaba… Tocarlo, aunque fuera sin querer, era impensable, de modo que tuvo que esperar a que él se moviera. Y le pareció una eternidad hasta que volvieron a la cocina.

–¿Puedo ver el resto de la casa?

–Sí, claro.

–¿Desde cuándo vives aquí?

–Desde hace un par de años. La compré con mi ex prometido. Vivimos aquí durante un año y, después, cuando Ben decidió irse a vivir a Bristol con otra chica yo me quedé con la casa –contestó Phoebe, sin dar más explicaciones. Gib no tenía por qué saber la pena y el dolor que había soportado durante aquellos meses–. Pero no podía pagar yo sola la hipoteca y tuve que alquilar habitaciones. Fue una suerte que Kate estuviese buscando alojamiento. Éramos compañeras de universidad.

–¿Y Bella?

–Bella era amiga de Kate, igual que Caro. Y, la verdad, espero que encontremos una chica tan estupenda como ella.

–¿Vas a poner un anuncio?

–Seguramente. Pero es difícil poner un anuncio cuando estás buscando una amiga más que una inquilina.

Gib la miró entonces, interesado.

–¿Y cómo vas a saber si podría ser una amiga?

–No se sabe. Eso es algo que ocurre o no –contestó ella, colocando unos papeles–. Supongo que una amiga es alguien con quien te gusta hablar, que se ríe de las mismas cosas que tú. Alguien a quien no le importe quedarse a charlar después de la cena sin preocuparse por lavar los platos y que no se enfade si no le das los buenos días.

La explicación era un poco vaga, pero Gib creía poder hacer todas esas cosas.

–Podrías poner eso en el anuncio.

–No valdría de nada. O te llevas bien con la gente o no. Lo de la amistad es una cosa muy peculiar. No se pueden juntar los ingredientes mágicos y producir un amigo así como así.

Gib ahogó un suspiro. Evidentemente, Phoebe no lo incluía a él en la categoría de persona con la que podría mantener una amistad.

Al menos, todavía no.

Phoebe Lane podría ser un reto mayor del que había esperado, pero los retos existían para enfrentarse con ellos. Y él no pensaba abandonar. ¡Tenía que ganar una apuesta!

 

 

–¿Cómo van las cosas, Gib?

–Estupendamente.

Josh y Phoebe estaban sentados en el sofá, mientras Bella y Kate hacían la cena. Bella le había dicho que iban a preparar algo especial para celebrar su llegada, aunque fuera con un día de retraso.

Y no ahorraron esfuerzo alguno. Limpiaron la mesa a fondo y, después de mirar en los armarios, encontraron cuatro platos en diverso estado de descalabro, pero todos de la misma vajilla.

–Uno de nosotros tendrá que comer en el plato de los conejitos –avisó Bella–. Y habrá que traer una de las sillas del patio.

Mientras Kate y ella preparaban la cena, Gib abrió una botella de vino.

Phoebe lo observaba, pensativa. La luz de la cocina brillaba sobre su pelo castaño, haciendo que pareciese más claro.

–Kate y Bella están locas con él –le dijo a Josh.

–¿Y tú no?

–No, bueno yo…

–¿Qué te ha hecho?

Ese era el asunto. Gib no le había hecho nada. Ni siquiera podía protestar por el incidente del taxi porque le devolvió el dinero unas horas más tarde.

¿Cómo podía explicarle a Josh que su amigo la ponía nerviosa? Iba por la casa como si llevara allí toda la vida, se había hecho amigo de Kate y Bella de inmediato…

–Nada, no me ha hecho nada.

–Tendrás que acostumbrarte a él –sonrió Josh.

Phoebe pensó que jamás podría acostumbrarse a aquel hombre. Cada vez que se cruzaban tenía que contener el aliento, como si temiera que fuese a ocurrir algo. Y encima él parecía siempre tan tranquilo…

Ojalá fuese como Kate y Bella. Ojalá pudiera tratarlo como trataba a Josh. Pero no podía. No había nada malo en sentirse atraída por alguien, pero ella no estaba preparada para otra relación por mucho que dijeran sus amigas. Ben había significado demasiado en su vida. Además, Gib no era su tipo.

Entonces, ¿por qué no podía acostumbrarse a él, por qué la ponía tan nerviosa?

–Lo intentaré.

Al otro lado de la cocina, Gib quitó el corcho de la botella y observó a Josh hablando con Phoebe. Kate, Bella y ella lo habían recibido con un abrazo… pero tenía la impresión de que no habría abrazos para él. De Phoebe no. Podía imaginar cómo sería tener aquel cuerpo tan esbelto entre sus brazos, sentir su pelo en la cara…

Abrazar a Phoebe sería su objetivo, pensó. Un abrazo amistoso, por supuesto.

Estaba seguro de que iba a resultarle fácil hacerse amigo de Kate y Bella porque eran dos chicas encantadoras. Solo llevaba allí un día y ya conocía la obsesión de Kate por un tipo que se llamaba Seb, al que Phoebe y Bella llamaban «el cerdo de Seb». Y de Bella sabía muchas cosas a través de Josh.

Pero Phoebe era otra cosa. Ella era más reservada. Tendría que esforzarse para conseguir su amistad y un posible abrazo. Y si lo conseguía merecería la pena.

Las tartaletas de cangrejo que Bella había preparado como entremeses fueron un éxito. Kate asó un pollo y convenció a Phoebe para que hiciese una tarta de fresa que resultó ser deliciosa. Al final de la cena, Gib se sentía como si llevara en aquella casa toda la vida.

–Voy a hacer café –dijo Phoebe, levantándose.

–¿Qué tal con Celia? –preguntó Bella.

–Como siempre, una pesadilla.

–Phoebe tiene una jefa horrible –explicó Bella–. A Kate y a mí nos encanta que nos cuente sus cosas porque es terapéutico. Después de oír lo que tiene que sufrir la pobre todos los días, nuestros jefes no nos parecen tan malos.

–¿Qué ha hecho Celia ahora? –preguntó Kate.

–Está completamente obsesionada por el hombre que dirige el banco sobre el que estamos haciendo el documental. ¡Hoy ha amenazado con echarme de la productora si no consigo una entrevista con él!

–¿Puede hacer eso?

–Puede hacer lo que le dé la gana –suspiró Phoebe–. No sé por qué no se concentra en los proyectos que apoya el banco… pero no, Celia insiste en el ángulo personal, quiere una entrevista con JGG. Yo creo que lo que quiere es hundirlo. Su teoría es que nadie con tanto dinero puede ser altruista. De modo que no solo tengo que conseguir una entrevista con él, sino que he de buscar algo sucio en su pasado para que Celia lo interrogue y quede como una gran reportera de investigación.

–A lo mejor no hay nada sucio en el pasado de ese hombre –observó Gib.

–Por ahora, lo único que sé de él es que le gusta el montañismo. Y no creo que con eso vayamos a ganar un Pulitzer… ¿dónde está el café?

–En la nevera –contestó Bella–. El montañismo es un mundo muy pequeño, ¿no, Josh? Además, la gente rica siempre necesita a alguien que le saque las castañas del fuego cuando están en una situación peligrosa –añadió autoritariamente, como si llevara toda la vida tratando con los ricos y famosos.

–Puede que tengas razón –suspiró Phoebe–. Tú siempre estás subiendo y bajando montañas, Josh. ¿No te habrás cruzado con ese tal J.G. Grieve?

–No, creo que no. ¿Y tú, Gib? Tú también eres montañero. ¿Te lo has cruzado alguna vez?

–No suelo relacionarme con banqueros –contestó él–. Normalmente son muy aburridos.

–Es posible que ese tipo no sea tan aburrido. Al fin y al cabo, no da entrevistas… y cualquiera en su lugar estaría deseando publicitar el proyecto –dijo Phoebe entonces–. Y el hecho de que no dé la cara me hace sospechar que esconde algo. A lo mejor Celia tiene razón.

–Puede haber un montón de razones por las que no quiere hablar con periodistas –objetó Gib.

–Sí, a lo mejor tuvo un horrible accidente que lo dejó marcado de por vida –intervino Kate–. A lo mejor su mujer y su hijo murieron en ese mismo accidente. Y el perro.

–¿El perro también? Pobre hombre –rio Gib.

–Sí, era un pequeño terrier… se llamaba Ruffy. Y por eso nunca ha podido perdonarse a sí mismo. Desde entonces vive encerrado en una mansión de ciento sesenta habitaciones, incapaz de mirar a nadie a la cara.

Gib soltó una carcajada.

–Kate tiene mucha fantasía –dijo Phoebe, dejando las tazas sobre la mesa–. Ya te acostumbrarás.

–Pues a mí me ha convencido. Yo creo que deberías dejar a ese pobre hombre en paz.

–Ojalá pudiera –suspiró ella–. Pero estoy segura de que, en realidad, es un tipo aburrido que no da entrevistas para hacerse el interesante. ¿Quién quiere café?

 

 

–¿Algún mensaje? –preguntó Kate, dejando el bolso sobre la mesa.

Bella y Phoebe estaba tomando una copa de vino en la cocina mientras despellejaban a sus respectivos jefes.

–No –contestó Phoebe–. Y antes de que preguntes, el teléfono funciona perfectamente. No ha habido ninguna carta, ninguna nota bajo el felpudo, no e-mails, ni telegramas ni flores. Tienes que enfrentarte con ello, Kate: Seb no va a llamarte.

–Pero, ¿por qué se porta así? –suspiró su amiga.

–Porque es un cerdo –contestó Bella–. Phoebe tiene razón. Seb no quiere a nadie más que a sí mismo. Seguramente habrá encontrado a otra ingenua a la que explotar.

Kate se dejó caer en el sofá, suspirando.

–¿No creéis que podría haberlo pillado un autobús… o que ha perdido la memoria?

–No.

–¿O que se ha ido al funeral de su abuela?

–Para nada.

–¿O a una isla desierta?

–No.

–A lo mejor trabaja en un proyecto secreto del gobierno…

–No –dijo Phoebe, intentando contener la risa.

–Tenéis razón. No va a llamar –murmuró Kate, mirando el inalámbrico que estaba medio escondido bajo un montón de periódicos. Phoebe y Bella se lanzaron sobre el aparato, pero ella fue más rápida.

–¡No puedes llamarlo!

–Solo voy a comprobar si hay algún mensaje… –dijo Kate, pulsando el botón del contestador–. No, no era Seb. Pero hay un mensaje de tu madre, Phoebe.

Ella dejó escapar un suspiro.

–Quiere hablar sobre la boda de Ben.

–No pensarás ir, ¿verdad? –preguntó Bella.

–Tengo que ir. La familia de Ben y la mía son amigas de toda la vida.

–Pero no esperarán que asistas a la boda de tu ex prometido…

–Nadie sabe que no rompimos por decisión mutua –confesó Phoebe–. Nuestros padres se alegraron tanto cuando Ben y yo nos prometimos que no podía decírselo. Se habrían llevado un disgusto tremendo si supieran que fue él quien me plantó.

–Pero supongo que imaginarían algo cuando les dijo que iba a casarse con Lisa, ¿no?

–Les hicimos creer que nuestra ruptura fue una decisión tomada entre los dos. Y si no voy a la boda, sospecharán que hay gato encerrado.

–Yo creo que no deberías ir –insistió Bella.

–Tengo que hacerlo, aunque no me hace ninguna gracia ir sola. Ya sabéis cómo es la gente cuando una chica de treinta años va sola a una boda. Y en este caso será peor porque todo el mundo sabe que Ben y yo estábamos prometidos.

–En serio, no vayas –insistió su amiga.

–Voy a parecer Glenn Close en Atracción Fatal –suspiró Phoebe–. La gente me mirará con pena o me dirán cuánto lo sienten…

–Qué horror –suspiró Kate–. Y luego empezarán a preguntarte cuándo te casas… como si una pudiera decidir esas cosas.

–Lo que necesitas es un hombre –dijo Bella entonces.

–¿No me digas?

–No, en serio. Deberías ir a la boda con un novio fabuloso.

–Sí, claro, como que es tan fácil encontrar un novio fabuloso –replicó Kate–. ¿No te has enterado? En Londres no hay hombres solteros y heterosexuales de treinta años que tengan una inteligencia módica y se ganen la vida honradamente. Y si buscas uno que no tenga pánico al compromiso… olvídate.

–Es posible. Pero Phoebe podría inventarse uno –sonrió Bella.

Capítulo 3

 

 

 

 

 

POR UN momento se quedaron las tres en silencio.

–¡Es una idea genial! –exclamó Kate.

–No creo que un novio imaginario me sirva para nada –objetó Phoebe, mucho menos entusiasta.

–El asunto es que no tiene por qué ser imaginario. Podrías contratar a alguien que se hiciera pasar por un novio fabuloso.

–¿Quieres decir que contrate a un gigoló?

–No, mujer –suspiró Bella–. Seguro que no eres la primera mujer que necesita salir de una situación parecida. Tiene que haber alguna agencia respetable en la que puedas contratar a un chico guapo y educado. Tendrás que pagar, claro, pero…

–Y como le pagas, él tendrá que hacer todo lo que tú quieras –intervino Kate, con su habitual entusiasmo.

–Por favor…

–Tendría que ser muy guapo. Y podrías decir que es, además, millonario, que te quiere con locura y que te pide que te cases con él todos los días, pero como no estás segura de que él sea el hombre de tu vida, lo mantienes a la espera.

–¿Y por qué iba a hacer eso?

–Para que todo el mundo te envidie –contestó Kate–. Además, si vuelves a encontrarte con alguien en el futuro y te pregunta qué ha sido de ese hombre tan rico y tan guapo, podrás decir que te aburriste de él porque no podías satisfacer su insaciable apetito sexual.

Phoebe y Bella soltaron una carcajada.

–Eso no se lo creería nadie.

–Bueno, pues entonces lo dejaste porque él no podía satisfacer tu insaciable apetito sexual.

–Sí, claro, ya me imagino a mí misma diciéndole eso a mi madre –rio Phoebe.

–Kate está complicando las cosas –intervino Bella, como siempre tan razonable–. Solo necesitas un hombre atractivo al que le siente bien un chaqué y que trate cariñosamente. De ese modo, en lugar de sentir compasión por ti, todo el mundo se pondrá celoso.

Phoebe empezó a imaginar cómo sería ir a la boda de Ben con un novio guapo y rico del brazo. Debía admitir que era buena idea, que tenía sus ventajas. Su madre y Penélope, la madre de Ben, podrían disfrutar de la ceremonia… y también sería más fácil para Ben y Lisa.

–No sé si tendré valor para hacerlo.

–Claro que sí –insistió Bella–. Lo primero que hay que hacer es decirle a tu madre que estás saliendo con un chico. Y luego habrá que buscarlo.

–No sé…

Era la historia de siempre. Kate y Bella la convencían para hacer algo y luego levantaban las manos, haciéndose las inocentes, si el asunto no salía bien.

El color del cuarto de baño, un rosa chicle que, según ellas, quedaría fantástico, era un ejemplo perfecto.

Y, como siempre, mientras Phoebe se preguntaba qué otra salida habría, sus amigas ya estaban hablando de buscar una agencia.

–Supongo que podríamos mirar en las páginas amarillas. ¿Dónde están? –murmuró Bella, moviendo los papeles que había sobre la mesa–. Creo que las vi el otro día. Por favor, tenemos que limpiar esto de una vez… Ah, aquí están. ¿Dónde busco? ¿En agencias de contactos?

–Espera un momento. Tengo una idea mejor –dijo Kate.

–¿Otra de tus elaboradas fantasías?

–No, no, esto es tan simple que no sé cómo no se me ha ocurrido antes. ¿Por qué vamos a llamar a una agencia si tenemos al candidato perfecto en casa?

–¿Quién?

–¡Gib! –exclamó Kate, encantada consigo misma.

–¿Gib? –repitió Phoebe, perpleja.

–Mujer, no pongas esa cara…

–¡No pienso pedírselo a Gib!

–¿Por qué no? Es guapo y…

–¡De eso nada! No pienso hacerlo.

–Venga, por favor. Es guapísimo –dijo Kate.

–Es un engreído. Y, además, creo que lleva lentillas de color. ¡Nadie tiene los ojos tan azules!

–No seas boba, claro que los tiene azules. Y muy bonitos, además.

–A mí no me parece tan guapo –insistió Phoebe.

Kate sacudió la cabeza.

–No entiendo por qué no te gusta. A mí me parece encantador. Es divertido, se puede hablar con él y no le preocupa que tengamos la casa como una leonera.

–¿No os parece muy raro? Es demasiado perfecto, en mi opinión. Además, si es tan estupendo, ¿por qué no tiene novia?

–A lo mejor es gay –sugirió Bella.

–De eso nada –dijo Phoebe. Gib tonteaba con las camareras, con la chica del supermercado… y hasta con la vecina, que debía tener noventa años.

Tonteaba con todo el mundo. Excepto con ella.

–Yo tampoco creo que sea gay –murmuró Kate, pensativa–. A lo mejor una chica le rompió el corazón.

–No creo que Gib tenga el corazón roto. Si está todo el día sonriendo… hasta cuando no sonríe.

–¿Cómo?

–Bueno, ya sabéis… hasta cuando está serio, tengo la impresión de que se está riendo.

–Phoebe, eso se llama sentido del humor –suspiró Bella–. ¿Y a cuántos hombres les haría falta? Si todos fueran como Gib, la vida sería mucho más fácil.

Phoebe empezaba a sentirse frustrada. Sus amigas no parecían entender que aquel hombre la ponía nerviosa.

–Es que es tan… vago cuando habla de su vida. En realidad, no sabemos nada de él. ¿A qué se dedica? ¿De dónde saca el dinero? Habla de proyectos, pero que yo sepa se pasa todo el día aquí de brazos cruzados.

–Tiene un ordenador portátil –observó Kate–. Seguramente trabaja desde su habitación. Hay mucha gente que no tiene que ir a la oficina.

–Yo no creo que trabaje. De hecho, nunca he conocido a nadie tan perezoso.

–Es un hombre relajado. Eso está muy bien.

–Nadie tiene derecho a ser tan relajado –replicó Phoebe.

Bella golpeó el vaso con una cucharilla para llamar su atención.

–Kate tiene razón. Gib sería un candidato ideal. Es guapo, seguro de sí mismo y, lo mejor, vive aquí. Si tu madre llama por teléfono y él contesta, será de lo más convincente.

–Sí, pero…

–Y seguro que a Gib no le importará –intervino Kate antes de que a Phoebe se le ocurrieran más objeciones–. Además, podrías pagarle por las molestias. Tengo la impresión de que le vendría bien algo de dinero y su orgullo no se sentiría herido.

–Ah, genial, ahora preocúpate por el orgullo de Gib. ¿Y el mío qué?

–Tienes que ver esto como un acuerdo comercial –dijo Bella–. Solo sería eso en realidad. Pensabas llamar a una agencia…

–¡Yo no pensaba hacer nada de eso! ¡Habéis sido vosotras!

–Bueno, da igual. El caso es que podrías haber contratado a un psicópata. Al menos sabemos que Gib no lo es.

Phoebe abrió la boca para decir algo, pero la cerró al oír la puerta.

Bella sonrió, triunfante.

–Aquí está Gib. Al menos, podrías preguntárselo.

Unos segundos después, él entraba en la cocina. Como siempre, llevaba consigo tal energía que parecía como si alguien hubiera abierto una ventana. Y, como siempre, Phoebe tuvo que contener el aliento.

–Hola, chicas –dijo, mostrando una bolsa–. He comprado unos refrescos.

–¿Lo ves? Es perfecto –susurró Kate.

Phoebe aparentó no haberla oído. No pensaba dejar que la convenciesen. Además, no había nada de malo en ir sola a la boda de Ben.

–Gib, estábamos hablando de ti –dijo Bella entonces.

–¿Ah, sí?

–Phoebe quiere preguntarte una cosa.

Phoebe fulminó a su amiga con la mirada.

–Oye, por favor…

–Cariño, no te apetece nada ir sola a esa boda y hemos encontrado la fórmula para que vuelvas con tu orgullo intacto –siguió Bella, impertérrita–. ¿Qué hay de malo en pedírselo a Gib?

–¿Pedirme qué? –preguntó él.

–Vámonos, Kate –dijo Bella entonces–. Os dejaremos solos para que Phoebe pueda decirte que todo esto es culpa nuestra.

–No quiero pedirte nada –replicó ella, a la defensiva.

Pero Kate y Bella, las traidoras, ya habían salido de la cocina y Gib la estaba mirando con sus ojazos azules.

–Sí.

–¿Sí qué?

–Que haré lo que quieras –sonrió él.

–¡Pero si aún no sabes lo que voy a pedirte!

–Mientras no sea algo ilegal…

–¡Claro que no es ilegal!

–¿Inmoral?

–¡No!

Gib se encogió de hombros.

–Entonces, ¿por qué iba a negarme?

Phoebe no sabía por dónde salir. Aunque, en aquel momento, lo único que deseaba era estrangular a sus amigas.

–Es que… podría ser un corte.

–¿Para ti o para mí?

–Para los dos.

–¡Esto empieza a sonar divertido! Venga, dímelo –sonrió Gib–. No creo que sea tan malo.

–Es que… es una bobada –murmuró ella, sintiéndose acorralada.

–Las mejores ideas suelen empezar como una bobada. Si fueran sensatas, ya se le habrían ocurrido a otra persona.

–Esta es particularmente boba.

–Bueno, ya lo veremos. Dime.

Phoebe apartó la mirada, deseando que se la tragase la tierra.

–Necesito un novio.

–En ese caso, me alegro de haber dicho que sí –sonrió Gib.

–Un novio de mentira, claro.

–Ya me imagino.

–El caso es… –Phoebe le contó el asunto de la boda, su ruptura con Ben y la amistad entre las dos familias–. Esto ha sido idea de Kate y Bella… y depende de ti, claro. Si dices que no, no pasa nada.

–Ya he dicho que sí. Pero sigo sin saber qué tengo que hacer.

–Sí, bueno… te pagaría algo, claro.

–¿Me estás ofreciendo un trabajo? –preguntó Gib, levantando una ceja.

–Es que… Kate, Bella y yo tenemos la impresión de que ahora mismo no te van bien las cosas –murmuró Phoebe, tragando saliva–. Podría pagarte algo por las molestias y solo tendrías que… bueno, ya sabes.

–¿Fingir que estoy enamorado de ti?

–Sí.

Hala, lo había dicho. Quizá Kate y Bella tenían razón. Solo le ofrecía la posibilidad de ganar algo de dinero. Si no estaba interesado, sencillamente podía decir que no.

–Nunca me habían ofrecido un trabajo así.

–Solo sería un día. Y, además, lo único que tienes que hacer es acompañarme a la ceremonia.

–No hace falta que me pagues, Phoebe. Somos amigos, ¿no? A Josh no le habrías ofrecido dinero.

Era cierto. A Josh no le habría ofrecido dinero. Pero tampoco podía pedirle que se hiciera pasar por su novio porque sus padres lo conocían.

Y Gib no era como Josh. Él no era seguro. No la hacía sentir cómoda, todo lo contrario. Phoebe no podía relajarse en su presencia.

–Yo me sentiría mejor si te pagase algo. Al fin y al cabo, tendrás que perder todo el día en una boda en la que no conoces a nadie.

–Te conozco a ti.

–Tendrás que conocerme mucho mejor antes de enfrentarte con mi madre.

–¿Por qué?

–Porque te someterá a un interrogatorio policial.

–Ah, estupendo –sonrió Gib.

Después se quedaron en silencio. Siempre le pasaba eso con Gib: sonreía y, de repente, era como si no quedase aire en la habitación.

–Bueno, como te he dicho, prefiero que esto sea un acuerdo comercial. Yo pagaré por tu tiempo, por el alquiler del chaqué… y cualquier otra cosa que necesites –dijo Phoebe, colorada hasta la raíz del pelo.

Gib vaciló. No quería aceptar dinero, pero seguramente ella se sentiría más cómoda si le pagaba. Y si seguían discutiendo sobre el asunto solo conseguiría prolongar su incomodidad.

Además, era una oportunidad de probarle a Josh y a Mallory que él podía ser amigo de una mujer. Phoebe lo necesitaba y no la defraudaría.

Si tenía que besarla no sería culpa suya, razonó Gib virtuosamente. Solo era una consecuencia afortunada y Josh no podría decir que había perdido la apuesta.

–Bueno, si eso es lo que quieres… Tú eres la jefa. ¿Cuánto habías pensado pagarme?

–No lo sé… supongo que podría llamar a una agencia para preguntar cuánto suelen pagar por ese tipo de actividad –contestó ella, vagamente desilusionada. Era lo más lógico, pero que hubiera aceptado dinero… El pobre debía necesitarlo con urgencia–. Podría pagarte lo mismo que pagan en una agencia.

–Trato hecho –sonrió Gib, ofreciendo su mano. Phoebe la estrechó, sin mirarlo–. Dime qué es lo que debo hacer.

–Voy a contarle a mi madre que estoy saliendo contigo –dijo Phoebe, sin saber muy bien lo que estaba haciendo–. Ella llamará a la madre de Ben inmediatamente y mañana tendremos aquí una invitación para ti.

–Estupendo.

–Pero si mi madre llama por teléfono, tendrás que estar preparado para un interrogatorio. ¿Te importa?

–Claro que no. Para eso me pagas –sonrió Gib.

Debía estar encantada de que él se lo tomase así y, sin embargo, le resultaba un poco desconcertante.

–Sí, bueno… aunque lo peor será durante el banquete. Entonces de verdad tendrás que hacer el papel.

–¿El papel de tu novio?

–Eso es. Además, bueno… ya que me he inventado un novio, había pensado que tuviera un trabajo importante –dijo Phoebe entonces, de nuevo poniéndose colorada.

–¿No crees que yo pueda hacerme pasar por un hombre de éxito?

Ella lo miró con ojo crítico. Estaba sentado en el brazo del sofá, con vaqueros, camiseta blanca y zapatillas de deporte. Resultaba muy atractivo, muy vital… pero nada parecido a un hombre de negocios.