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Matrimonio de conveniencia Susan Fox Al cabo de solo cuatro días, Rena se casaría con Ford Hallow. Pensar en la boda la llenaba de emoción e impaciencia. Aunque no era una boda corriente: Ford deseaba hacerse con las tierras de Rena, y ella no estaba dispuesta a permitírselo. Bajo la lluvia Jessica Steele ¡Menos mal que existía el guapísimo Harris Quillian! Mallon estaba sola, desesperada y sin hogar hasta que apareció él, quien no dudó en ofrecerle un trabajo en su propia casa. Todo aquello parecía demasiado bueno para ser verdad, porque ¿qué pretendía Harris al pedirle que se hiciera pasar por su novia? Se necesita niñera Jill Limber El hombre más guapo que jamás había visto entró dando zancadas en el restaurante, y Jolie Carleton casi olvidó lo que se había jurado a sí misma al verse plantada en el altar: alejarse del sexo masculino. Pero ese vaquero tan sexy, Griff Price, le pidió que viviera en su rancho y cuidase de su sobrino de diez meses. Jolie necesitaba un trabajo y Griff la necesitaba a ella, en el más amplio sentido de la palabra.
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Seitenzahl: 476
Veröffentlichungsjahr: 2022
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Editado por Harlequin Ibérica.
Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.
Núñez de Balboa, 56
28001 Madrid
© 2022 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.
N.º 545 - abril 2022
© 2001 Susan Fox
Matrimonio de conveniencia
Título original: Marriage On Demand
© 2002 Jessica Steele
Bajo la lluvia
Título original: His Pretend Mistress
© 2002 Jill Limber
Se necesita niñera
Título original: The 15 Lb. Matchmaker
Publicadas originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.
Estos títulos fueron publicados originalmente en español en 2002
Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.
Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y c ualquier p arecido c on personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.
® Harlequin, Jazmín y logotipo Harlequin son marcas registradas propiedad de Harlequin Enterprises Limited.
® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiale s, utilizadas con licencia. Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.
Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited. Todos los derechos están reservados.
I.S.B.N.: 978-84-1105-744-8
Créditos
Índice
Matrimonio de conveniencia
Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
Capítulo 10
Bajo la lluvia
Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Se necesita niñera
Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
Capítulo 10
Capítulo 11
Capítulo 12
Capítulo 13
Capítulo 14
Si te ha gustado este libro…
INCLUSO para una mujer acostumbrada a controlar sus emociones durante toda su vida, con el único objetivo de ganarse el afecto y la aprobación de su padre, aquel mandato era difícil de cumplir: «Tienes que casarte con Ford Harlow».
Rena Lambert, que estaba en le porche del rancho Lambert, miró atónita a su padre y se quedó sin habla. Se sentía incapaz de responder con su habitual dulzura y suavidad a aquel hombre volátil y eternamente amargado que jamás mostraba el más mínimo atisbo de sentimientos. Quizás porque no los tenía.
–Ya hace mucho que deberías haberte casado –dijo él, y la miró críticamente de arriba abajo.
–No tengo interés alguno en casar...
Las impacientes palabras de su padre la interrumpieron.
–Ya está hablado. Eres una mujer sin sentimientos propios de tu género. A los hombres no les gustan las mujeres que son más machos que ellos.
Aquellas palabras la humillaron. Durante toda su vida, Abner Lambert había matado cualquier signo de feminidad o debilidad en su hija. Era realmente cruel que la reprendiera por haber reprimido sus inclinaciones naturales.
Sintió ganas de llorar, pero el autocontrol que había regido su vida desde su más tierna infancia le impidió derramar ni una sola lágrima.
El nacimiento de Rena había provocado la muerte de la única mujer a la que su padre había amado, con el agravante de que había sido una niña, por lo que Abner se había quedado sin un hijo que heredara su hacienda. Un varón tal vez habría llegado a ganarse el afecto de su padre, o, al menos, su respeto, aunque solo hubiera sido por su capacidad de llevar y transmitir el apellido de la familia, del que tan orgulloso estaba.
Jamás había pensado en volver a casarse para poder tener la deseada descendencia. Su retorcido sentido de la justicia lo instaba a culpar a Rena, en lugar de tratar de poner solución al problema.
Rena, por su parte, desde siempre había intentado con esmero ganarse el afecto de su padre.
Poco a poco se iba dando cuenta de que aquella búsqueda de aprobación venía del sentimiento de culpa que él había imprimido en ella.
Rena miró a su padre que continuaba hablando. Cada palabra era más injusta que la anterior.
–No voy a permitir que ninguna mujer sea propietaria del rancho Lambert. Tu primer hijo heredará todo lo mío. Harlow lo supervisará hasta que el chico sea lo suficientemente mayor como para ocuparse de todo. Si no das a luz ningún niño, el rancho pasará a manos de Frank Casey o a uno de sus hijos. Si eso sucede, será mejor que tengas algo que Harlow necesite para que no te repudie, porque lo que busca, ya lo habrá obtenido. Quiere que vayas a su casa esta noche a las siete. Será una cena informal.
Dolida y avergonzada, Rena no sabía qué le daba fuerzas para mantener la compostura.
–¿Ya lo tenéis todo arreglado? –preguntó ella en un tono suave y cuidadoso–. Pero, ¿por qué quieres que yo sea parte del trato? Véndele la parte Oeste a Harlow y dale el resto a Frank y a sus hijos. Han trabajado muy duro.
Ella había trabajado tanto o más que ellos, había dado su vida, su sudor su sangre a la tierra Lambert. Tenía la esperanza de que algún día heredaría aquel rancho que tanto amaba. Pero, de pronto, sus esperanzas se habían desvanecido.
¿Cómo había podido pensar que aquel rechazo llegaría a desaparecer? A ojos de su padre ella solo servía para trabajar.
Su padre continuó con su dura charla y ella sintió un extraño mareo.
–Supongo que debo hacer esto por ti, ya que tú pareces incapaz de conseguir que ningún hombre se interese por ti.
Una rabia afincada en ella desde hacía mucho tiempo amenazó con estallar. Pero, una vez más, la controló.
Sin decir nada más, atravesó el porche y se metió en la casa. Tenía un desagradable nudo en la garganta y la sensación de que se iba a desmayar.
Como un robot, subió las escaleras. Una vez en el dormitorio, comenzó a meter, mecánicamente, sus cosas en una maleta. Debería haber dejado aquel infierno cuando cumplió los dieciocho. ¿Qué mujer o que hombre habrían podido vivir así durante tanto tiempo?
«A los hombres no les gustan las mujeres que son más machos que ellos».
Su padre estaba equivocado. Ella no era ningún macho, no se asemejaba en nada a un hombre, pues ningún hombre habría tolerado que lo trataran así. Los hombres tenían más orgullo y autoestima.
La estúpida cabezonería que la había instado a no darse por vencida durante todos aquellos años de pronto le pareció ridícula y vergonzante. ¿Cuántas veces alguien permite que le den en la mano con el martillo, sin tratar de retirarla antes?
Aunque se había dado cuenta de la verdad tiempo atrás, no había querido aceptarla. Durante años había preferido levantarse cada día y centrarse en la rutina que la ayudaba a sobrellevar con cierta dignidad la sensación de rechazo. Por la noche, agotada por el malestar, se dejaba llevar y soñaba en vano con que algún día las cosas cambiarían.
Una repentina necesidad de poner fin a todo aquello la empujaba a empaquetar con creciente vehemencia sus cosas.
Seguramente, Ford Harlow pensaba que se iba a casar con una mujer a la que nadie quería pero que, a cambio, había conseguido un buen trato. Solo pensar en aquello hizo que, una vez más, se sintiera humillada.
¿Qué tipo de hombre era Harlow? Jamás habría pensado que podría compartir algo tan enrevesado como los planes de su padre para desheredar a su única hija. ¿Cómo habría reaccionado ante la propuesta de su padre? ¿Se habría reído?
Al final había aceptado, eso estaba claro, porque lo que le interesaba era conseguir un trozo de tierra, no una esposa. Se preguntó si realmente él estaría dispuesto a darle un hijo.
Un rubor puramente femenino se adueñó de ella. Durante años había ocultado celosamente cuánto le gustaba Ford Harlow. Su padre la habría amonestado duramente de haber notado que su hija mostraba interés por hombre alguno, y más particularmente por alguien de la talla de Ford Harlow.
A ella la habría mortificado que este lo hubiera advertido. Las pocas veces que había hablado con él, se había mostrado amable, casi cariñoso, aunque su mirada intensa y sus masculinos modales la intimidaban. Ella siempre había respondido con frialdad, pero su herido ego no había quedado inmune a sus atenciones. Su corazón había respondido a ese trato de un modo natural e inevitable.
No podía soportar la idea de que él pensara que ella tenía nada que ver en aquel necio trato. Sabía que hombres como Ford Harlow no reparaban en la presencia de mujeres asexuadas como ella. Era desconcertante pensar que él hubiera podido tomarse en serio un trato que incluyera casarse con ella, al menos tan en serio como para querer concertar una cita.
Tenía que verlo en aquel instante. Tenía que poner fin a todo aquello. Pero, ¿cómo iba a ser capaz de enfrentarse a él?
Sin darse tiempo a pensar más, soltó las cosas que se disponía a seguir metiendo en la maleta y salió de la habitación, antes de perder por completo los nervios.
El nuevo caballo que Ford Harlow había comprado era rebelón e inquieto, con demasiados malos hábitos tolerados por su anterior dueño.
El grito procedente de los establos llamó la atención de Ford y lo obligó a dejar cuanto estaba haciendo.
Cuando estaba a punto de llegar, el salvaje jaco salió de las cuadras, desafiando los infructuosos esfuerzos de sus dos cuidadores.
Dos hombres más se aventuraron a detener a la bestia, pero el animal los redujo y se dio a la fuga. Era sin duda un caballo inteligente, hábil y rápido, y esas mismas cualidades le habían facilitado la escapada.
Ford corrió tras él con la intención de detenerlo, lanzándole un lazo que no hizo sino quemarle las manos y tirarlo al suelo.
Maldiciendo su suerte, se levantó y comenzó a correr una vez más tras el equino. En ese instante, vio a una mujer delgada que, al parecer, había entrado en sus posesiones atravesando los establos.
Rena Lambert era una visión luminosa, una figura llamativa que se recortaba sobre el fondo negro. Su cuerpo tenía una feminidad atlética que decía cuánto había trabajado en su vida.
No obstante, era toda una mujer, por mucho que se empeñara en disfrazarlo. Seguramente, jamás se habría imaginado los deseos ocultos que tantos hombres tenían acerca de algunos de sus atributos y de aquellas largas y musculosas piernas.
Con un grácil movimiento, interceptó la carrera del semental. Ford no pudo evitar cierta alarma al ver que se interponía en el camino del exacerbado animal.
Pero observó con sorpresa cómo el caballo se detenía bruscamente al verla. Cambió de dirección, con la aparente intención de saltar la valla. Sin embargo, no lo hizo. Se volvió hacia ella, como si quisiera tomar a Rena desprevenida para poder pasar.
Ford corrió hacia ella a fin de intervenir. En aquel instante el caballo retrocedió y casi se echó encima de la mujer, que ni siquiera parpadeó. Levantó sus patas delanteras por encima del hombro de ella, pero Rena mantuvo la calma, estiró la mano y tomó las riendas.
El caballo relinchó en cuanto sus pezuñas tocaron la tierra, pero antes de que se lanzara una vez más a la carrera, ella lo sujetó y lo obligó a dar la vuelta.
Dominado por sorpresa, el animal obedeció el mandato. Ford se detuvo a observar cómo Rena, solo con las riendas y su mano en el lomo, instaba al animal a seguir el camino que ella le marcaba, y a pasear en círculos cerrados. La nube de polvo que se iba creando a su alrededor, impedía a Ford seguir todos sus movimientos.
Segundos más tarde, el caballo se detuvo de golpe y resopló en una clara señal de rendición. Rena le dio unas firmes palmaditas en el cuello y le murmuró al oído unas cuantas palabras.
No había gritado ni una sola vez, ni le había infringido al animal ningún tipo de castigo físico. Lo único que había hecho había sido dirigir la energía del animal hacia el lugar que ella deseaba mostrándole su autoridad.
El placer de observarla incrementó el interés que Ford ya sentía. No esperaba verla tan pronto por allí, pero sabía por qué había ido. El rubor de sus mejillas al acercarse a ella confirmó sus sospechas.
–Muchas gracias –tomó las riendas. Sus increíbles ojos azules enmarcados por aquellas largas pestañas negras descendieron, mientras el color de sus mejillas se intensificaba.
Para otra mujer aquella habría sido una buena ocasión para flirtear. Pero Rena era distinta. Era tremendamente callada y reservada, lo que hacía sospechar el duro trato que recibía de su padre.
Todo el mundo sabía que el viejo era un amargado y que había tratado a su hija como basura durante toda su vida. Ford se preguntaba por qué ella lo permitía. Quizás la había anulado de tal modo que temía enfrentarse al mundo sola.
Ford solo había tolerado la presencia de Abner porque Rena lo intrigaba. No había descubierto nada particular, pero sí se había quedado muy sorprendido ante lo que el viejo quería hacerle a su hija.
La sensación de injusticia de semejante propuesta había sido mayor que el insulto de querer ser comprado como esposo de alguien a cambio de un trozo de tierra.
¿Por qué quería hacer eso? Si ella no lo necesitaba. Rena era muy hermosa. Tenía una espesa melena oscura que le caía sobre los hombros, un rostro de pómulos marcados y hermosamente armónico, una nariz fina y recta y una boca vulnerable que pedía en silencio a los hombres que fueran despacio.
Todo ello combinado con su cuerpo, se convertía en un verdadero placer para los sentidos. El deseo callado que había sentido por ella desde tiempo atrás se hacía desconcertantemente intenso en aquellos momentos, más de lo que jamás habría esperado. La idea de casarse con ella no le resultaba en absoluto desagradable.
Pero su instinto le decía que tuviera precaución. Ella había ido hasta él para poner fin al plan de su padre. Si notaba su interés por ella, se asustaría aún más.
–No esperaba verla hasta esta noche –dijo él, sin poder apartar la vista de ella.
Sus ojos azules se fijaron en los de él durante unas milésimas de segundo, antes de volver al suelo.
–No puedo... no puedo cenar con usted. Yo... –se detuvo en cuanto vio a dos de sus empleados acercarse por el caballo.
Rena estaba tensa y nerviosa ante aquel hombre. Ella era una mujer alta, pero Ford Harlow hacía que se sintiera pequeña y delicada. No era tremendamente guapo, pero sí muy atractivo y su intensa y oscura mirada parecía atravesarla.
Aquella feminidad largamente reprimida gritaba por salir. La presencia de un hombre normalmente no le afectaba, pero la masculinidad de Ford tenía un extraño poder sobre ella.
Despertaba en Rena una peculiar sensación que era mitad excitación y mitad miedo. Le aterraba pensar que su reacción pudiera ser en algún modo apreciable, porque su intensa mirada parecía poder ver más allá. No estaba acostumbrada a tratar con hombres como él. Aquellos con los que trabajada día a día aceptaban su presencia, pero no había nada personal en su relación.
En cada palabra que Ford le decía, en cada mirada que le lanzaba parecía haber algo profundamente personal. A Rena aquello le resultaba amenazador, halagador y tremendamente confuso al mismo tiempo.
Rena se dio cuenta de que habían pasado unos minutos desde que había iniciado su frase inconclusa y que él estaba allí, ante ella, esperando a que la terminara.
–Perdone –dijo ella para disculparse por la espera y continuó–. Mi padre me acaba de contar... –sintió un profundo dolor en el corazón y bajó los ojos, buscando en el vacío un lugar de reposo–.Quería aclarar que no tengo nada que ver con la propuesta de mi padre. Me niego a permitir que...
Le resultaba difícil expresar lo que quería decir sin dejar entrever cuál era la verdadera relación que tenía con su padre.
Ford se aproximó a ella y la tomó del brazo.
–Será mejor que entremos en casa. Podemos tomar algo frío y hablar con más calma.
Rena se quedó paralizada segundos antes de notar sus dedos cálidos posarse sobre su piel. Trató de no sobresaltarse, pero no lo pudo evitar. Mientras se encaminaban hacia la casa, ella sentía las piernas débiles y temblorosas.
¿Acaso él habría notando el torbellino interior que le había provocado su tacto? La sensación de placer-temor era tan intensa que no pudo resistirla mucho tiempo, apartando finalmente el brazo en cuanto atravesaron los establos.
Horrorizada ante la idea de que él pudiera pensar que lo rechazaba, se detuvo de golpe. Él hizo lo mismo.
–Bajo ningún concepto quiero ofenderlo, señor Harlow. Lo que mi padre ha sugerido... bueno... yo no soy partícipe de eso. Buenos días.
Se maldijo internamente por el tosco modo en que había expresado sus ideas. Se sentía mal por haberlo hecho de aquel modo. Solo le quedaba el recurso de marcharse rápidamente.
Pero las piernas temblorosas no le permitían moverse.
La desagradable sensación creció al ver la expresión de Ford.
–La sequía es cada vez más intensa, señorita Lambert. Yo necesito el agua de la zona Oeste.
La sequía de aquellos últimos dos años había disminuido peligrosamente las reservas de agua de Texas. El rancho Lambert también se había visto afectado pero, por suerte, todavía contaba con una considerable riqueza de agua subterránea. Darle a Ford la zona Oeste no mermaría considerablemente sus reservas.
–Hágale entonces una oferta económica. La aceptará gustoso, porque tiene problemas para trabajar tanta tierra.
Aquella información era confidencial y ella sentía ciertos remordimientos por haberla dado. Pero lo cierto era que su padre era un hombre rudo, que cada vez tenía más problemas para conseguir mano de obra.
Ford la miró con una dureza implacable y Rena se dio cuenta de que la amabilidad que había querido adivinar en él no había sido sino un espejismo en un desierto árido.
Sus secretas fantasías sobre aquel hombre habían sido tan necias e infantiles como sus esperanzas de que, algún día, su padre la aceptara.
Ford era un hombre rudo que gobernaba con éxito su pequeño imperio texano. No podía haber en él signos de amabilidad. Solo una personalidad dominante podría haberlo llevado a crear un exitoso negocio. Siempre se había sentido intimidada por él, pero lo había atribuido a su atractivo. De pronto sabía mucho más. Después de lo que había vivido debería haber sido más capaz de ver lo que Ford Harlow era en realidad. Quizás no era retorcido y cruel como Abner, pero sí era un hombre dispuesto a todo por conseguir lo que quería.
Ella continuó.
–O pídale que le alquile el rancho. Se lo dejará en herencia a Frank Casey y estoy segura de que a Frank le vendrá bien vender esa parte para poder pagar los impuestos de herencia. No tiene por qué... –su voz se convirtió en un susurro y se ruborizó una vez más–. No tiene motivos para... La gente no hace ese tipo de cosas hoy en día.
Se hizo un silencio tenso, que rompió él.
–Me temo que este tipo de cosas todavía se hacen, señorita Lambert. Su padre y yo aún no hemos concretado los términos del contrato, pero esperaba que usted y yo pudiéramos sentarnos a hablar.
Rena lo miró fijamente.
–No –dijo sin pensar, de un modo directo e inesperadamente espontáneo.
–Sigue sin llover y no hay perspectivas de que vaya a hacerlo. Estoy cansado de pagar el agua a precios descabellados.
Rena negó con la cabeza.
–No puede casarse con una extraña solo por un trozo de tierra. El matrimonio es algo más que eso.
Él continuó mirándola con la misma dureza.
–Debería ser así, pero casi nunca lo es. Debería estar motivado por algo más que el deseo y la necesidad de traer nuevas generaciones al mundo. Pero la mayoría de las veces no consiste en nada más que en sexo y en tener hijos.
–¿Y el amor? –era una pregunta demasiado íntima, pero había salido sin permiso.
Él se relajó.
–Es usted aún muy joven, algo infantil. Abner parece tener prisa y yo necesito el agua.
Su respuesta no había contestado a la pregunta. ¿O tal vez sí? Le estaba diciendo que ya estaba decidido. Quería la tierra y estaba dispuesto a casarse con ella para conseguirla.
«Sexo» e «hijos» parecían ser las únicas premisas necesarias para que él se quedara con la sección Oeste del rancho Lambert. Aquello le resultaba tremendamente doloroso, pues había tenido tan poco amor en su infancia, que se había pasado toda la vida fantaseando con que algún día lo obtendría.
Aquella nueva decepción le provocó un dolor profundo y familiar.
–Estoy haciendo el equipaje. Me marcho de Lambert –susurró ella sin poder controlar el temblor de su voz–. Ese asunto debe tratarlo con mi padre. Yo no tengo nada que ver.
Se dio media vuelta y se encaminó hacia la camioneta. Pero la voz de Ford la instó a detenerse.
–Todavía estoy negociando con su padre. O le deja a usted en herencia el resto del rancho o no hay trato.
Desconcertada, lo miró.
–¿Qué?
Él sonrió ligeramente, pero la dureza de su mirada acalló cualquier signo de humor.
–Ha oído bien. Si yo voy a obtener algo más que una esposa, usted también deberá conseguir algo más que un marido. Y nadie va a reducir a mi esposa al papel de una mera hembra para la reproducción. No lo toleraré.
Ella tardó unos segundos en asimilar lo que acababa de escuchar. Lo miró fijamente, como si tratara de buscar alguna señal de que había entendido mal. Acababa de decir que el matrimonio no era más que «sexo» y «niños». ¿Cómo se entendía entonces que acto seguido expresara algo tan contrario ?
–Dígale a Abner que pasaré por el rancho más tarde –continuó él como si no hubiera notado su reacción, cosa que ella sabía había hecho–. Si no llegamos a ningún acuerdo y sigue con su idea de marcharse, puede que tenga trabajo para usted. Parece ser tan buena con los caballos como la gente dice.
Aquello era un cumplido. Rena no sabía cómo tomarse nada de lo que Ford le había dicho en los últimos minutos. Sintió una felicidad tan desconocida hasta entonces que no supo cómo reaccionar. Se quedó impasible, con el rostro rígido convertido en una máscara.
Su percepción anterior, que Ford Harlow era como su padre, de pronto le pareció inadecuada. Tenía la extraña sensación de que estaba de su parte y de que cuando viera a su padre actuaría como su abogado, y eso era sorprendente. Nadie la había defendido desde la muerte de su tía, cuando Rena contaba con solo ocho años.
Un ligero atisbo de confianza iluminó su corazón, aunque la oferta de un trabajo le resultaba casi tan aterradora como la de matrimonio. Cualquier cosa que la mantuviera cerca de él la asustaba tanto como la emocionaba.
–Se lo diré –contestó ella suavemente, sin rebelar nada respecto a sus emociones. No estaba aún preparada para responder a nada más de lo que le había propuesto. Lo mejor que podía hacer era asentir educadamente y marcharse de allí.
LA SECCIÓN Oeste del rancho Lambert había sido tiempo atrás un rancho en sí misma. En su momento, la mayor parte de aquella zona pertenecía a los Harlow, pero el propietario original prefirió venderle su propiedad a los Lambert.
Visto en un mapa, la parcela parecía un trozo robado a la zona Este del rancho Harlow.
Rena acabó de guardar sus cosas y las metió en la camioneta. Ford, seguramente, habría cambiado de idea. Era muy probable que hubiera optado por que Frank Casey y sus hijos heredaran Lambert. Además, el rancho Harlow era ya lo suficientemente extenso. Lo único que la parcela Oeste iba a añadir era un poco de agua y una línea divisoria más recta.
Aparte de eso, no encontraba ninguna razón lógica para que Ford Harlow se quisiera comprometerse con una mujer a la que apenas conocía. La desesperación podía llevar a un hombre a hacer cosas así, pero ese no era el caso de Ford. La sequía no lo había perjudicado tanto.
No tenía motivos para casarse con alguien a quien nadie consideraba atractiva o deseable.
Pero, Ford apareció y ella se quedó muy sorprendida. Aún más desconcertante fue que él insistiera en que ella estuviera presente durante la negociación.
La situación resultó complicada en incómoda.
Su padre, sentado detrás de su escritorio, no dejaba de hacer patente su irritación. Ford, por su parte, se había acomodado en la silla, con una bota apoyada en la rodilla de la otra pierna y aspecto relajado. Rena, demasiado nerviosa para sentarse, preferió permanecer de pie en una esquina.
Su padre, en su eterno estado de malhumor, miró al hombre que tenía delante y le habló con su dureza característica.
–Si realmente quiere esa tierra, tendrá que casarse con la chica.
Ford hizo una pequeña pausa, como si quisiera enfatizar lo que iba a decir.
–Si me caso con su hija, será legalmente mi esposa. No estoy dispuesto a consentir que sufra un insulto, cuando está en mi mano evitarlo. Quiero que ella también obtenga un beneficio en este trato.
La solemne declaración de Ford irritó aún más a su padre.
–¡Ella es su única opción para conseguir esa tierra! –dijo.
Ford continuó imperturbable.
–La posesión es suya y puede hacer con ella lo que quiera. Pero tiene que darse cuenta de que Rena no tiene ningún motivo para casarse conmigo.
El viejo golpeó la mesa con el puño.
–Se casará porque ella hace lo que yo mando.
–Ha hecho las maletas y se marcha, Abner. Así que está claro que ha perdido usted todo poder que tuviera sobre ella.
Abner miró a Rena furioso.
–Si no consigue un marido con este trato, no podrá conseguirlo de otro modo.
Rena hizo lo que pudo para aparentar impasibilidad ante otro de los insultos de su padre. Estaba ansiosa por marcharse de allí, no quería escuchar nada más, hasta que Ford habló.
–¿Acaso supone que no puedo seducirla por mí mismo? –dijo, dando a entender que Abner a quien había insultado era a él, presuponiéndole su incapacidad de conquista.
Abner se quedó confuso unos segundos, y acabó ruborizándose al comprender la interpretación que Ford había hecho de su comentario. Rena se sintió ligeramente gratificada. Ford continuó.
–La única persona que tiene voto en todo esto es su hija.
El viejo se levantó.
–¡Ella no tiene nada que decir!
–Yo creo que es un mujer inteligente con una opinión muy clara sobre las cosas. Si pone por escrito que ella heredará Lambert, me casaré con ella.
Abner juró durante varios minutos, sin que eso sorprendiera ni a Rena ni a Ford. Finalmente, se dirigió a ellos.
–¿Y qué obtengo yo con todo esto? –gritó furioso.
La pregunta dejaba muy claras algunas respuestas. Lo que Abner habría obtenido bajo los términos de su propuesta era una oportunidad más de herir profunda y mortalmente a su hija.
A Rena no le extrañaba que así fuera, pero le dolía haber permanecido tanto tiempo junto a alguien que la despreciaba de aquel modo.
–Así controla con quien se casa Rena –respondió Ford.
–Puedo casarla con cualquiera –dijo Abner.
Ford sonrió.
–¿Le valdría a un Lambert un «cualquiera»? ¿O realmente lo que quiere es a alguien de la talla de un Harlow? ¿Qué me dice de ese hijo que quiere que ella tenga? ¿Le da lo mismo quién sea el padre?
Rena no sabía si aquel no era más que un brillante argumento para seducir a Abner o una desagradable muestra de arrogancia.
«Nadie va a reducir a mi esposa al papel de una mera hembra para la reproducción. No lo toleraré». Una vez más sus palabras eran contradictorias con la declaración que le había hecho en su rancho, pero el repentino cambio de temperamento que provocaron en Abner hizo que se diera cuenta de su utilidad. Sin duda, Ford había logrado dar con el argumento preciso para que ella tuviera alguna posibilidad de heredar Lambert.
Rena contuvo la respiración. Era la primera vez que veía a alguien usar los argumentos de su padre en su contra.
Se sintió culpable por la satisfacción que aquella situación le provocaba. No obstante, después de soportar durante años la crueldad de su padre, era inevitable el placer de la venganza.
–De acuerdo.
Rena miró a su padre perpleja.
Abner asintió y repitió las mismas palabras.
–De acuerdo. Ella heredará la tierra.
–Necesito el testamento y quiero todos los detalles por escrito para el final de la semana. Me casaré con su hija en cuanto se firme la cesión de la tierra.
El padre lo miró con el ceño fruncido.
–Eso solo tarda cuatro días.
–Deberíamos tener la licencia de matrimonio para entonces –Ford miró a Rena–. A menos que ella necesite más tiempo para planificar la boda.
Ford tenía una mirada de hombre satisfecho. Había negociado con Abner Lambert y había obtenido lo que quería. No parecía plantearse que ella pudiera negarse.
¿Cómo iba a hacerlo? Llevaba años viviendo con la esperanza de que aquella tierra que le pertenecía por derecho pasara a sus manos. Había soportado toda una vida de dolor para eso. La negación de su derecho no había hecho sino aumentar su deseo de hacerla suya. Ford Harlow había conseguido devolverle lo que le pertenecía. Estaba en deuda con él.
–Con cuatro días tendré bastante –dijo ella en un susurro.
La mirada de Ford resplandeció una vez más antes de volverse hacia Abner.
Rena no podía soportar permanecer ni un minuto más en aquella habitación. Lenta y sigilosamente, salió de allí, sin que ninguno de los dos hombres tratara de impedírselo.
Rena se encontró con Myra cuando iba hacia los establos y, antes de proseguir su camino, se despidió de ella.
Debería haberse sentido feliz ante la idea de heredar el rancho Lambert, pero la perspectiva de su matrimonio con Ford enturbiaba la dicha.
Además, siempre podía suceder que su padre cambiara de opinión. No se fiaba de aquella rápida y repentina capitulación. No le extrañaría si en un par de días decidiera cancelar el trato.
Y, aunque no lo cancelara de inmediato, podría hacerlo en el futuro. Todavía pasarían muchos años antes de que su padre muriera, y lo sabía muy capaz de buscar el medio para alterar legal o ilegalmente cualquier documento.
Pero ella estaría inevitablemente casada con Ford ocurriera lo que ocurriera. No pensaba, por supuesto, que aquel sería un matrimonio eterno. No dejaba de ser un matrimonio de interés.
Si la situación con Abner se complicaba y tenían que llegar a los tribunales, nada le garantizaba que Ford fuera a pelear por ella, cuando ya había obtenido lo que quería.
No obstante entre el presente y futuro había solo una certeza: que se convertiría en una esposa. Pero, ¿qué tipo de matrimonio sería cuando, de un modo tácito, se había negociado la innecesaria presencia de un heredero masculino? Sin esa premisa, ¿estaría Ford interesado en tener descendencia con ella?
Tampoco Rena tenía muy claro si quería o no tener niños, al menos no hasta que aquella unión diera evidencias de solidez, y de amor. Tal vez Ford sintiera lo mismo que ella y por eso había borrado la necesidad de un heredero, pues no estaba dispuesto a tener hijos con una mujer a la que no amaba.
Incluso podría ser que él no estuviera dispuesto a que aquel matrimonio se prolongara mucho tiempo. Abner tenía setenta y cinco años, y su relación habría de durar solo hasta que el viejo pasara a mejor vida.
Al llegar al establo, Frank Casey, sus dos hijos y algunos hombres ya estaban allí esperandola. Frank y sus hijos habían sacado sus dos caballos, la yegua y el remolque que se llevaba prestado.
Se sorprendió al ver que todos los hombres se quitaban el sombrero al verla entrar.
–Sentimos mucho que se vaya, señorita Lambert. No creo que muchos de nosotros nos quedemos aquí después de que usted se marche.
Rena le informó a Frank de que su padre tenía ciertas intenciones de dejarles el rancho a él y a sus hijos. No quería que perdiera esa oportunidad. El hombre mostró su desacuerdo con aquella opción y le expresó con vehemencia su opinión de que el rancho le pertenecía.
–Confío en tu buen juicio y en que harás lo que sea mejor –le dijo ella.
Frank asintió solemnemente y Rena se despidió agitando la mano. Todos los presentes parecían desolados.
Rena se había llevado siempre muy bien con todo el mundo en el rancho Lambert, pero su padre se enfurecía cuando intuía que su gente le tenía más lealtad a ella. Cuanto más rudo y difícil se había hecho Abner, más se dirigían los hombres a ella para que tomara decisiones. Gracias a Rena y a los vaqueros que trabajaban allí, el rancho había podido explotarse razonablemente, a pesar de los irracionales arrebatos de Abner.
Rena no le contó a nadie la posibilidad de que acabara casándose con Ford Harlow, porque, además de que sentía cierta vergüenza, no creía firmemente en que eso llegaría a ocurrir. Había vivido siempre con aquel tipo de incertidumbre, y lo odiaba. No obstante siempre había procurado mantener la esperanza de que algo bueno acabaría por ocurrir. En aquel caso, le resultaba difícil saber qué era lo bueno y lo malo.
Después de la despedida, Rena se metió en su camioneta y se encaminó hacia la puerta principal, preguntándose a dónde ir. Podría llevar a los caballos a un establo y quedarse en un motel hasta que el pacto entre Ford y su padre estuviera sellado. Aunque, lo que realmente hubiese deseado habría sido olvidarse de todo aquello y dirigirse a Austin, donde podría buscar trabajo. Pero la posibilidad de heredar el rancho Lambert hacía que esa opción no fuera factible.
Ford acababa de salir de la casa cuando ella se detuvo en un «stop» justo al lado de su camioneta. Él se encaminó directamente hacia ella.
–Ya he hecho todos los arreglos necesarios para que los caballos se queden en mis establos –le dijo–. Y supongo que mi ama de llaves ya tendrá su habitación preparada.
La perspectiva de quedarse en su casa la puso aún más nerviosa.
–No creo que sea una buena idea –le dijo.
Él sonrió ligeramente.
–A Abner le inquieta que usted se marche de Lambert. Se centrará mejor en cumplir con su trato si ve que nosotros cumplimos el nuestro.
Rena miró al frente y agarró con fuerza el volante.
–Pero en cuanto usted y yo estemos bajo el mismo techo, él podrá dar marcha atrás.
–¿Por qué habría de hacer eso?
Le costaba reconocerlo delante de Ford.
–Solo para provocarme vergüenza y dolor.
–Él sabe de sobra que una vez que usted y yo estemos juntos, no toleraré eso. Usted es la única que duda.
Ella sintió indignación y rabia, pero mantuvo un tono de voz calmado.
–Y usted parece ser el único que no entiende cómo es mi padre.
–Claro que lo entiendo. Es un hombre rudo y de mal carácter. En cuanto se aleje de él, ya no tendrá que preocuparse más de sus vilezas –sus palabras fueron tajantes y no dejaron lugar a dudas sobre la opinión que tenía Ford sobre su padre–. Se está haciendo tarde. La señora Zelly estaba preparando la cena cuando salí de casa y ya se me estaba haciendo la boca agua.
Su mirada intensa se centró en la de ella durante unos segundos. Había en su gesto algo tremendamente sexual que hizo que Rena se ruborizara. Ella bajó los ojos.
–Entonces, sus hombres y su ama de llaves saben todo esto –no era capaz de decir la palabra matrimonio–. Ellos piensan...
–Lo que piensan es que, finalmente, me he decidido casarme. Las enrevesadas manipulaciones de un viejo amargado no van a afectar a su modo de ver este matrimonio.
Era la segunda vez que dejaba ver que las preocupaciones sobre lo que su padre pudiera hacer no tenían cabida. No obstante, ella se sintió en la necesidad de hacerle entender que sus dudas no eran gratuitas.
–La reputación de un hombre no sufre por lo que hace una mujer –lo miró fijamente y notó que sonreía ligeramente.
Ford apoyó el codo en la ventanilla abierta y se aproximó a ella. Su rostro estaba demasiado cerca, su voz resonó grave y sus palabras le provocaron a Rena un inesperado calor.
–La gente civilizada solía casarse para que las malas lenguas no pudieran murmurar. Podemos seguir casándonos si el trato falla y le preocupa lo que la gente diga.
Rena sintió una vez más aquella peculiar mezcla de miedo y excitación, pero fue incapaz de apartar la mirada.
–Tenemos que irnos –dijo él–. Me gustaría que se acomodara en la casa antes de la cena. Hemos de planear algunas cosas antes de conseguir la licencia mañana.
Ella se estremeció al oír hablar de la licencia de matrimonio, pero hizo lo imposible por ocultarlo. Además, todavía no le había dado las gracias a Ford por lo que había conseguido para ella.
–Le estaré eternamente agradecida por haberse enfrentado a mi padre en mi nombre.
Él respondió de inmediato.
–Los dos tenemos mucho que agradecernos por lo que hemos obtenido en este trato y por el matrimonio.
Allí estaba otra vez aquella mirada implacable. El temor que Rena sentía hizo que asintiera antes de disponerse a marcharse. Ford se dio la vuelta y se encaminó a su camioneta.
En el momento en que estuvo de espaldas, ella lo observó secretamente, preguntándose cómo iba a lograr acostumbrarse a él.
Ford era consciente del temor que Rena sentía a casarse con él. Sin duda, la creía capaz de renunciar al rancho Lambert solo por no tener que pasar por aquella boda.
No se sentía ofendido por ello. Solo le pesaba lo poco que él podría hacer para aliviar ese terror en cuatro días.
Quizás ni siquiera valiera la pena intentarlo. Su padre la había puesto en una situación muy complicada. Y la verdad era que él no confiaba en Abner más de lo que ella lo hacía. Pero el contrato que tendría que firmar le dificultaría mucho poder renegar de lo hecho más adelante.
Mientras tanto, el único objetivo de Ford Harlow era evitar que Rena se diera a la fuga.
Rena llevó el remolque con los caballos hasta los establos de Harlow. Estaba temblando. Apagó el motor y salió dispuesta a bajar a los animales.
Ford, que había llegado antes, se aproximó y la ayudó a abrir el camión y a bajar la rampa. Le presentó a tres de sus vaqueros que se ofrecieron a ocuparse de los caballos. Ella se negó. Prefería hacerlo ella misma.
–Entonces lo mejor será que uno de vosotros le devuelva el remolque a Frank Casey, en el rancho Lambert –le dijo Ford a sus hombres, tomando las riendas de los dos caballos y dejándole la yegua a ella–. Los otros dos podéis llevar el equipaje de la señorita Lambert a la casa. La señora Zelly os dirá dónde dejarlo todo.
–Gracias –dijo Rena en un tono suave.
Estaba muy nerviosa, las cosas iban demasiado deprisa para ella. Necesitaba tiempo para reconsiderar todo lo sucedido aquel día, para pensar en lo que quería realmente. Pero su mente estaba confusa.
La yegua se puso en marcha en cuanto ella tiró ligeramente de las riendas, removiéndose inquieta como si intuyera el estado emocional de su dueña. Rena trató de calmarse y le dio al animal una palmaditas tranquilizadoras en el cuello.
Ford ya había metido los caballos en el establo, así que Rena lo siguió.
En cuanto los caballos estuvieron en su sitio, Rena se unió a Ford para que le mostrara la casa.
El rancho Harlow era una enorme casa victoriana, con un gran patio lleno de árboles. Todas las barandillas estaban decoradas con macetas de flores de diversos colores, que le daban al lugar un aire de hospitalidad.
No tenía nada que ver con la austera simplicidad del rancho Lambert, que siempre le había parecido excesivamente parco y gris.
La cocina estaba viva, llena también de color y vitalidad. El cálido aroma del pan cociéndose y de la carne asándose le recordó a Rena que no había comido nada desde el desayuno.
Zelly Norman se volvió hacia ella y la saludó con una espléndida sonrisa. Ford rápidamente le presentó a Rena.
–Es una hermosa elección, jefe –remarcó la mujer y Rena se sintió incómoda con tan inesperado comentario–. Bienvenida al rancho Harlow. Espero, sinceramente, que sea usted muy feliz aquí. Si necesita algo, hágamelo saber.
–Gracias –respondió Rena, incapaz de controlar la extraña sensación que tenía.
Ford y ella continuaron recorriendo la casa. Era mucho más grande que la de los Lambert y la habitaciones eran espaciosas y luminosas. La sombría opresión a la que estaba acostumbrada no se veía presente allí en ningún rincón.
Era, sin duda, la casa de un hombre, con mucha madera y cuero, pero con pequeños toques femeninos, como cojines de ganchillo, alguna que otra silla delicada, acuarelas en las paredes y cortinas estampadas. Todo ello creaba una agradable combinación que hacía que Rena se sintiera confortable en aquel nuevo hogar.
Subieron arriba y Rena siguió a Ford, que atravesó el pasillo y se dirigió directamente a la sexta puerta. Una vez allí, la abrió dejándole paso a ella. Rena, convencida de que aquel sería su dormitorio, entró sin dudar.
Pero al notar la ausencia de equipaje, se detuvo de golpe. Aquel debía ser el cuarto de Ford.
–Este será nuestro dormitorio después de la ceremonia del viernes. El vestidor es muy grande, así que puede guardar ahí todo lo que no vaya a necesitar en estos días. Zelly ha vaciado los cajones de la cómoda para que pueda meter todo lo que no quiera poner en los armarios. La habitación que usará hasta entonces es aquella –dijo señalando una puerta en una pared del dormitorio.
Rena miró desconcertada hacia la puerta abierta que conectaba una habitación con la otra. Ford continuó como si hubiera notado el pánico que ella sentía y quisiera tranquilizarla.
–En pocos días compartiremos cama. Lo mejor para los dos es que estemos cerca y nos vayamos habituando el uno al otro.
–No pienso dormir con usted.
Sus palabras sonaron como un susurro.
Ford respondió de inmediato.
–Y yo no me casaré con una mujer con la que no pueda compartir mi cama. Así que tendrá que pensárselo bien –respondió él en un tono suave que le aceleró el pulso a Rena.
Lo miró.
–Ya no hace falta un niño.
–No para su herencia. Pero yo quiero tener hijos –continuó él–. También quiero hijas. No me voy a casar con una mujer que no está dispuesta a darme niños.
Fue tan brutalmente honesto que ella sintió que la habitación se tambaleaba.
–¿Y si no somos... adecuados el uno para el otro?
Él la miró con seriedad.
–Será mejor que aprendamos a serlo antes de la ceremonia del viernes.
Aunque la expresión de su voz era suave y calmada, por debajo se adivinaba una dureza que a Rena la asustó.
–¿Y... y si yo cambio de opinión respecto a todo esto? ¿Y si lo hace usted?
Ford la miró implacable.
–Entonces, sencillamente, no habrá boda.
Sus palabras lograron aplacar ligeramente su sensación de pánico. ¿Realmente valía la pena pasar por todo aquello solo ante la posibilidad de heredar el rancho Lambert? Si Ford se parecía en algo a su padre, no estaría haciendo nada más que cambiar a un tirano por otro. Solo que Ford era potencialmente aún más peligroso.
No había podido elegir el lugar en que había nacido, pero sí elegiría casarse con Ford, lo que implicaba llevarse lo bueno y lo malo de semejante elección.
¿Qué tipo de hombre era realmente?
–Tienes que ver tu habitación –le dijo él tuteándola por primera vez.
Ella apartó la vista, consciente de que había estado mirándolo fijamente todo aquel tiempo. Aquello le habría dado ocasión de darse cuenta del caos mental en el que estaba sumida.
Aquel hombre era demasiado fuerte y poderoso para ella. Ford Harlow parecía detectarlo todo, y tenía la sensación de que podría llegar a destrozarle el corazón.
Cabizbaja y confusa se encaminó hacia la otra habitación.
Pero fue incapaz de verla, pues su atención estaba únicamente centrada en el hombre que venía detrás de ella.
–Necesitamos lavarnos para la cena. Zelly la sirve siempre a las seis.
Tenía la sensación de que Ford lo adivinaba todo, y en aquel momento sabía que ella estaba buscando desesperadamente cualquier cosa que la distrajera del torbellino de emociones que estaba viviendo.
La idea de casarse con un desconocido para conseguir un trozo de tierra y una herencia se le hacía extraña e inmoral. Que, además, ese hombre esperara que se acostara con él, le parecía una barbarie.
Y, para un mujer a la que jamás nadie había besado ni abrazado, era sencillamente aterrador.
Sin saber cómo, se dio la vuelta y salió del dormitorio al pasillo, con el corazón latiéndole tan deprisa que se sentía mareada.
LA CENA resultó sombría y callada. El silencio en el gran comedor se hacía aún más patente por el resonar de un gran reloj. Ford se situó a la cabeza de la gran mesa y Rena se sentó a su derecha.
La pulida superficie de madera negra reflejaba suavemente las luces del ornamentado candelabro que había al otro extremo. Como base de las velas, Zelly había colocado un centro de flores, seguramente con la intención de crear una atmósfera romántica. Había sacado la mejor vajilla y Ford acababa de servir en sendas copas un champán con el que habían brindado. Los dos llevaban aún su ropa de trabajo y la extraña mezcla de refinamiento y vulgaridad era una muestra de lo que sería un matrimonio en un rancho.
Sin embargo, más allá de los símbolos, no había verdadero romanticismo. La escena era representativa de la cruda realidad: su matrimonio estaba total y absolutamente basado en intereses económicos y el único romanticismo era el que estaban dispuestas a aportar terceras personas.
La comida, no obstante, resultó deliciosa, pero Rena no la pudo disfrutar plenamente en aquella situación. Se sintió realmente aliviada cuando terminaron y Ford sugirió que se tomaran el resto del champán en el patio.
Ford esperó a que ella eligiera su asiento y se sentó a su lado. Colocó la silla frente a la de ella. Rena dio un sorbo de champán, pero estaba demasiado tensa para poder relajarse.
–Necesitamos hablar, Rena. Me gusta el sonido de tu voz, y me interesa todo cuanto me cuentas.
Rena lo miró sorprendida. ¿Le gustaba el sonido de su voz? Sintió algo inesperado, dulce y agradable y no supo cómo responder a eso. Quizás el cumplido no fuera sincero, pero la amabilidad de sus palabras fue suficiente para incrementar su frustración.
–No sé hablar por hablar, ni contar cosas a otros –dijo ella.
–Te irá resultando más fácil según lo vayas haciendo –Ford se apoyó en el respaldo de la silla, como si se estuviera preparando para una larga velada con ella.
–No me gusta sentirme así de incómoda.
–A mí tampoco. Por eso sugiero que no nos andemos con rodeos y tratemos los temas importantes.
–De acuerdo –mintió ella en un suspiro. Tratar de asuntos serios con él le resultaba aún más inquietante. Pero había ciertas cosas que debían discutir y pronto. Quedaba muy poco tiempo antes del viernes, tan poco, que ella, en parte, deseaba que su padre cambiara de opinión.
–Supongo que ha sido un día muy estresante para ti.
Rena asintió y bajó la mirada.
–Hace un momento, en el dormitorio, ¿te he parecido demasiado rudo y frío?
La pregunta la sorprendió y no pudo por menos que ser sincera.
–Sí –lo miró. No añadió que le resultaba impositivo y dominante.
–¿Vas a echarte atrás? –le preguntó él.
Ella lo miró.
–Quizás sería lo mejor –se puso de pie y dejó la copa sobre la mesa que había junto a la barandilla.
Ford respondió con calma pero con dureza.
–Yo quiero esa tierra, tú quieres el rancho. ¿De verdad que eres capaz de dejarlo escapar?
Rena inspiró profundamente.
–Todo el mundo pierde a lo largo de su vida algo que quiere –respondió.
–Pero en este caso lo que perderás será el rancho Lambert.
Oírle a él decir aquello lo hacía aún más doloroso.
–No tengo realmente muchas opciones.
Moralmente, a Rena le correspondía heredar aquella tierra, pero su padre había puesto una condición demasiado peligrosa, que podría acabar destrozándola aún más. Especialmente si, después del matrimonio, encontraba el modo legal de desheredarla.
–Has tenido que soportar muchas vejaciones al lado de Abner y lo has hecho con la única esperanza de que en un futuro te daría lo que es tuyo –dijo Ford–. Y ahora parece que tendrás que soportarme a mí durante otro buen número de años.
El tono de Ford no encerraba rabia ni el más mínimo atisbo de ofensa. Había sonado como una simple observación. No obstante, ella se sintió obligada a disculparse.
–No era mi intención ofenderte.
–No me has ofendido –dijo él–. Pero quizás debería aclararte lo que tengo en mente. Puede que eso te haga sentir mejor o quizás, sencillamente, te haga salir huyendo definitivamente.
Rena se volvió hacia él. Ford se inclinó y apoyó los codos sobre las rodillas.
–Sé que este no es más que un trato de negocios –comenzó a decir–. Pero hay en todo esto un matrimonio por medio, y creo que los dos debemos darle al asunto la importancia que merece.
Rena intuyó que estaba plantando las bases de otra discusión: la necesidad de dormir en la misma cama y tener descendencia.
–Ya me has hablado de eso. Un matrimonio consiste en dormir juntos y en tener hijos –dijo sin poder evitar ruborizarse. Bajó los ojos.
–Quiero eso, pero también quiero algo más, mucho más –su voz sonó grave y densa y ella sintió que el calor de sus mejillas se extendía por todo el cuerpo–. Me gustaría que fuéramos realmente dos novios en la boda y marido y mujer durante el matrimonio.
Ella no pudo responder, en parte porque no sabía qué y en parte porque intuía que tenía más que decir.
–Eso significa que mi foco está plenamente en ti y el tuyo en mí, como si fuera un matrimonio corriente.
A Rena, de pronto, le resultaba difícil respirar. Un matrimonio corriente... Como si él quisiera con ella algo más que sexo y niños en un trato sin amor sellado con el único objetivo de conseguir una tierra. Sin embargo, con aquella propuesta, la secreta atracción que había sentido de siempre por él y que se había desvanecido aquel mismo día, parecía querer resurgir de las cenizas.
–Quiero verte con un vestido bonito el viernes –dijo él–. No tienes por qué ir de novia, si no quieres. Pero a mí me gustaría que la boda se celebrara en la iglesia en lugar de en un juzgado. Además, me gustaría que hubiera invitados.
La mención del vestido de novia, de la iglesia y de la posibilidad de invitados hizo que se pusiera aún más nerviosa. No había tenido tiempo de analizar hasta qué punto la convivencia con Harlow conllevaría una vida pública de la que había carecido hasta entonces.
Su padre era un solitario amargado que se había mantenido siempre alejado de todo el mundo y la había obligado a llevar el mismo tipo de vida monacal y aislada. Pero Ford era todo lo contrario. Formaba parte de la comunidad local y se esperaría que su esposa tuviera el mismo perfil.
Pero Rena era quien era: una mujer de modales poco femeninos y socialmente demasiado inexperta como para relacionarse cómodamente y sin problemas. No sabía hasta qué punto era algo que podría aprender y se preguntaba qué sucedería si jamás llegara a cubrir los mínimos requeridos. Podría, fácilmente, poner a Ford en situaciones muy complicadas y embarazosas.
–No hago más que hablar y hablar, y supongo que tú también tienes cosas que decir –él sonrió gentilmente–. Ya te darás cuenta de que si tú no dices nada, entonces tomo el turno rápidamente.
–No sé... no sé si espero tanto de este matrimonio –dijo ella.
–Pues yo lo quiero todo –dijo él.
Rena sintió una vez más aquel temor placentero.
–Somos extraños –le dijo ella, incapaz de confesarle sus verdaderas preocupaciones.
–Y puede que no seamos adecuados el uno para el otro –dijo él, recordando lo que ella había dicho hacía solo un momento.
–Sí.
Se hizo un silencio tenso.
–¿Y qué propones para que lo averigüemos?
Aquella pregunta fue para Rena como una concesión a sus preocupaciones, pero también supuso una presión, pues esperaba una respuesta. Los modales dominantes habían desaparecido. Su silencio indicaba que aguardaba una contestación, pero la calma de su gesto decía que estaba dispuesto esperar toda la noche, si era necesario.
¿Y qué podía ella decir? No sabía qué debían hacer un hombre una mujer para llegar a conocerse.
La honestidad la instó a confesar la verdad.
–Sinceramente... no tengo ninguna experiencia con los hombres –dijo ella–. No en relacionarme con ellos del modo en que estamos tratando ahora.
Apartó los ojos, porque sintió que la mirada calmada y directa de él le penetraba hasta el alma. Pero necesitaba saber cómo iba a reaccionar ante lo que estaba a punto de decir, así que levantó la vista una vez más.
–Lo único que sé es que no me gusta que me abrumen, ni que me manden. No quiero que me hagan sentir como una idiota, ni parecerlo delante de nadie –tragó saliva y continuó–. Tampoco querría hacer nada que te dejara en ridículo. No quiero que mis errores te creen situaciones embarazosas. Es por eso que creo que sería mejor olvidarnos de todo esto. En cuanto yo desaparezca, mi padre te venderá la tierra o te la alquilará. Yo misma le diré que soy yo la que se retira. Él me creerá y tú estarás libre.
–¿Puedes, sin ninguna duda, asegurarme de que no te produce ni siquiera un poco de curiosidad saber lo que sería estar casada conmigo?
Ya estaba. Se había dado cuenta de que ella sentía cierto interés por él. La idea la atormentó.
–Prefiero no pensar en eso –dijo ella, sin poder evitar ruborizarse.
Sin duda a Ford no le pasó desapercibida su reacción.
–No sabes mentir, Rena –dijo él.
Lo mejor que ella podía hacer era responderle con una pregunta.
–¿Puedes decirme, honestamente, que te sentirías satisfecho casándote con una mujer como yo? –preguntó suavemente–. Seguro que podrías conseguir a quien quisieras.
–Quizás. Pero yo quiero una mujer cuya vida sea el rancho. El hecho de que tú, además de querer lo mismo que yo, seas hermosa y atractiva, es razón más que suficiente.
Rena miró hacia otro lado, llena de placer y de incredulidad. ¡Le decía cosas tan bonitas! Aquel tipo de palabras sonaban muy bien para una mujer que tan pocos comentarios hermosos había oído en su vida.
Pero era lo suficientemente lista como para darse cuenta de que un hombre como Ford Harlow podía fácilmente deslumbrarla.
Tenía que reconocer que su mirada y su gesto eran sinceros, pero temía claudicar sin suficientes evidencias.
–No me crees, ¿verdad?
Ella le dijo la verdad.
–¿Cómo puedo estar segura de que no me estás diciendo todo eso solo para conseguir la tierra? Sabes tan bien como yo que podrías engañarme fácilmente.
Ford esbozó una sonrisa.
–Eres demasiado suspicaz para que te puedan engañar, Rena. Me va a costar mucho ganarme tu confianza.
–¿Y para qué molestarte? Como he dicho...
–Porque los dos queremos algo –la interrumpió él–. Así es que estamos en el mismo bando. El matrimonio, generalmente, sirve para afianzar una relación después de un periodo de conocimiento mutuo. Nosotros empezaremos casándonos, pero aún tenemos cuatro días para conocernos antes de la ceremonia. Y, para empezar, me gustaría aclararte que jamás le diría cosas así a una mujer solo para conseguir un trozo de tierra. Si la mujer no me gustara, no podría firmar un trato semejante.
El repentino silencio hizo más insoportable la expectante mirada de Ford.
No podía negar que le agradaba saber que le gustaba. Recordó cómo la había defendido ante su padre.
Pero, aparte de un trozo de tierra, Ford esperaba otra cosas del matrimonio, y a ella, a diferencia de lo que le habría sucedido a cualquier otra mujer, eso le preocupaba.
¿Y dónde quedaba en todo aquello aquel deseo secreto que siempre había sentido por él? Bueno, que todavía sentía... En sus sueños inocentes se había atrevido a desear que alguna vez se fijara en ella, incluso que llegara a atraerlo. ¿No era eso una semilla para tratar de encontrar el amor en el matrimonio y fundar una familia?
Se sorprendió a sí misma al darse cuenta de que, en realidad, jamás había contemplado la posibilidad del matrimonio, porque siempre había pensado que era algo inalcanzable para ella.