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Caitlin Bodine era la oveja negra de la familia. Pero ninguna mala opinión le dolía tanto como la de Reno Duvall. De pequeña, Caitlin lo había mitificado. De mujer, se sentía acosada por una tragedia que Reno nunca le perdonaría... Reno Duvall culpaba a Caitlin de la muerte de su hermano y no podía creer que tuviera el valor de volver después de tantos años. Entonces, ¿por qué no dejaba de pensar en ella? Caitlin era simplemente demasiado salvaje como para casarse; pero, de repente, Reno se encontró deseando que fuera su esposa.
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Seitenzahl: 208
Veröffentlichungsjahr: 2020
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Editado por Harlequin Ibérica.
Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.
Núñez de Balboa, 56
28001 Madrid
© 1999 Susan Fox
© 2020 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.
Acosada por el pasado, n.º 1504 - diciembre 2020
Título original: To Claim a Wife
Publicada originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.
Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.
Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.
® Harlequin, Jazmín y logotipo Harlequin son marcas registradas propiedad de Harlequin Enterprises Limited.
® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia. Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.
Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited. Todos los derechos están reservados.
I.S.B.N.: 978-84-1348-882-0
Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.
Créditos
Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
Capítulo 10
Si te ha gustado este libro…
LA CARTA era tan escueta como un telegrama: Vuelve a Broken B. Jess Bodine está muriendo. UCI del hospital de Coulter City.
R.D.
Caitlin Bodine no se extrañó de la noticia de la grave enfermedad de su padre. Sabía que se estaba muriendo. Las noticias habían llegado hasta ella. No era que tuviera muchos amigos en Coulter City, Texas, pero un hombre tan importante en el mundo de los ranchos y el petróleo como Jess Bodine era noticia en el mundo ranchero. Incluso en una tierra tan alejada como las llanuras de Montana.
Caitlin había estado angustiada durante meses al enterarse de que la salud de su padre había empeorado. Se había angustiado, había escrito cartas y había sufrido su inevitable silencio cuando los esfuerzos por cruzar el abismo que los separaba habían resultado tan inútiles como siempre.
Pero lo cierto era que su padre había ignorado todas sus otras cartas. Cinco años de silencio deberían haber sido suficientes para convencerla de que su alejamiento seguiría hasta la tumba. Pero aquella pequeña chispa de esperanza, la que había arrastrado desde que era una niña, se negaba a morir.
Era un hecho que siempre había idolatrado a su padre. Lo mismo que era un hecho que él siempre la había rechazado. Su infancia, luchando por ser aceptada y querida por él, todavía la atormentaba y tenía el poder de impulsarla a volver a Texas para el último disgusto colosal.
Quizá esa vez las cosas fueran diferentes. Quizá en su lecho de muerte, sintiera remordimientos hacia su única hija. Quizá se hubiera arrepentido del exilio al que la había sometido los cinco años anteriores.
Pero la amarga realidad era que no era su padre el que le pedía que volviera a casa; era Reno Duvall, el hombre que la odiaba.
Curiosamente, temía tanto enfrentarse al odio de Reno como a otro rechazo de su padre. Los viejos recuerdos le produjeron una oleada de pánico en el cuerpo.
Reno no la perdonaría nunca. Pero también era cierto que Caitlin dudaba poder perdonarse nunca a sí misma.
Reno Duvall recorrió el pasillo del hospital hasta la UCI. Recordaba a Caitlin Bodine como un diablillo de dieciocho años, que para llamar la atención de su padre se había enzarzado en una competición a muerte con su hermano pequeño, Beau. Ella era una solemne y caprichosa adolescente que ocultaba su dolor bajo frecuentes arrebatos seguidos de retiradas a su escondrijo secreto en el rancho.
Había sido una niña perpetuamente frustrada y herida por su fracaso en no estar a la altura de las expectativas de su padre, una niña tan patológicamente celosa que había acabado odiando a Beau, su hermanastro y hermano pequeño de Reno. Para ella había sido el rival, en vez del hermano que era de sangre debido a la segunda boda de su padre.
¿Habrían sido sus celos por Beau tan amargos como para haber causado de verdad su muerte? Los testigos habían declarado que ella había hecho todo lo posible por salvarlo.
Pero había fracasado. Ella era la que había puesto en peligro la vida de Beau corriendo arrebatada a esconderse en el rancho después del suceso. Ella había sabido de los desbordamientos de la zona, pero había ignorado el peligro.
Reno endureció sus sentimientos hacia la niña abandonada emocionalmente que había sido. Fuera lo que fuera lo que le hubiera causado el arrebato aquel día, sus actos egoístas habían preparado el escenario para la muerte de Beau. Y dieciocho años era una edad demasiado corta para morir.
Aunque Reno la había avisado de que volviera, había odiado hacerlo, como odiaba la idea de enfrentarse cara a cara con la chica… la mujer, que había destruido a su familia. Su madre ya había muerto también, pero su dolor en el lecho de muerte había sido idéntico al que había padecido el día en que le habían llevado el cuerpo destrozado de su hijo.
Un hombre nunca podía superar aquello. O el sombrío hecho de que se había sentido muy unido a Caitlin. No tenían lazos de sangre entre ellos, solo cada uno con el hermano de ambos, Beau.
Reno estaba a punto de entrar en la UCI cuando el ascensor del final del pasillo se paró. Sintió, o más bien supo, quién saldría de él en el momento en que se abrieron las puertas.
Los cinco años anteriores habían cambiado a Caitlin Bodine, y sin embargo la habían cambiado por completo.
Parecía más alta ahora, más orgullosa, casi arrogante. Su estilizado cuerpo se movía con la pose y elegancia de una modelo, pero con un tipo de confianza que a él le parecía ficticia. Su figura desgarbada había desaparecido y había adquirido una redondez femenina que le produjo un temblor e inquietud en las entrañas.
Se obligó a mirarla a la cara. Había perdido la redondez adolescente en las mejillas. Sus pómulos parecían ahora más altos, sus facciones más pronunciadas y aristocráticas. Sus labios eran los mismos, jugosos y oscuros por naturaleza.
Llevaba su pelo rubio largo y suelto. Ahora lo tenía más largo que entonces y le colgaba por la estrecha espalda como una cola de caballo. El pelo largo siempre le había atraído, pero nunca como este, nunca le había calentado la sangre ni le había acelerado el pulso. Esa era una razón más para alimentar el odio que sentía por ella.
Pero cuando aquellos increíbles ojos de color zafiro enmarcados por espesas pestañas se alzaron hacia él, de repente volvió a ver de nuevo a la chica que había sido. La niña con el corazón roto, enfadada y hambrienta de amor que él había conocido. Algo le conmovió, pero lo ignoró sin piedad.
En el momento en que salió del ascensor, Caitlin sintió la presencia de Reno. Sintió un terror empapado en dolor, pero antes de perder el valor, se obligó a mirarlo directamente a los ojos.
Los cinco años anteriores habían convertido a Reno en un hombre más duro y aún más formidable. Ella lo había amado en secreto en otro tiempo lo mismo que había odiado a su hermano por sus mezquinas crueldades y la forma en que su padre lo había preferido a ella. Pero había amado a Reno Duvall. Lo había amado, fantaseado acerca de él y llorado contra la almohada por las noches porque él era igual que su padre: serio, distante e inasequible.
Era tan grande. Sus hombros eran tan anchos y su cuerpo tan fibroso como el cuero de las cinchas. Bajo su pelo largo negro, sus ásperas y morenas facciones eran atractivas. Pero tan duras, imperdonables e implacables…
Reconoció el duro brillo de sus ojos y supo que no había cambiado de idea con respecto a ella, que nunca había creído en su inocencia ni nunca la había perdonado. Y después de tanto tiempo, probablemente nunca lo haría.
El dolor que sintió fue tan inesperado que amenazó con descomponer la fachada que tanto esfuerzo le había costado poner, así que avanzó en dirección a él sin vacilar. Cuando estuvo a poca distancia, solo preguntó:
–¿Sigue vivo?
Sabía que la pregunta sonaba fría. Era lo que había querido conseguir. No pensaba intercambiar amabilidades con Reno Duvall. La machacaría verbalmente si lo hacía.
Algo destelló en los ojos de Reno que se clavaron ardientes en su cara. Su voz sonó dura como el pedernal cuando dijo:
–Ha dicho que te vería en cuanto llegaras.
Reno se apartó a un lado y Caitlin pasó por delante para entrar en la UCI.
Los cubículos de los pacientes estaban agrupados en un semicírculo frente a la enfermería. Caitlin miró por las paredes de cristal al pasar delante de cada uno de ellos hasta llegar al cuarto.
Reno hizo un leve gesto y ella se detuvo. Con miedo, miró por la pared de cristal.
Al principio no reconoció al anciano de pelo blanco con una máscara de oxigeno.
Al entrar en el receptáculo, se fijó en la cantidad de monitores a los que estaba conectado. Aunque entraron en silencio, el viejo los sintió y movió con inquietud la cabeza antes de abrir los ojos.
Jess Bodine había sido casi tan alto como Reno, igual de corpulento y fuerte, pero el anciano de la cama parecía mucho más pequeño. Parecía frágil y su cara estaba mortalmente pálida. Incluso sus ojos castaños parecían desenfocados.
La conmoción de ver a su imponente padre ahora como un anciano tan desvalido le produjo una oleada de angustia.
Desde luego lo estaba perdiendo y verlo le produjo mucho más impacto que cuando se había enterado de su enfermedad. Jess estaba tan cerca de la muerte que casi no había tiempo para salvar el abismo emocional que se había abierto entre ellos. Podría no enterarse nunca de qué era lo que tenía ella para hacerla indigna de su cariño.
Aunque Jess Bodine estaba tan desgastado y débil sus ojos brillaron al reconocerla. Un momento después habló. Las palabras de bienvenida y perdón que ella ansiaba nunca llegaron.
–Encárgate de que se haga la prueba de sangre.
La increíble petición fue hecha a Reno y el tenso silencio que la siguió la puso enferma. Su suave saludo apenas fue un susurro.
–Hola, papá.
Su padre parpadeó antes de mascullar:
–Ya veremos si tienes derecho a llamarme así –dijo con una voz entrecortada y laboriosa que se rompió por la tos.
Caitlin sintió de repente tal debilidad que tuvo que agarrarse a la barandilla de la cama. Sin fijarse en su reacción, Jess se puso la máscara de oxigeno.
El cargado silencio roto solo por el intermitente pitido de los monitores era casi fantasmal. ¡Su padre quería que se hiciera una prueba de sangre! Caitlin seguía tan perpleja que la indiferencia de su padre a veces transformada en odio empezó a adquirir sentido muy lentamente.
Después de inspirar varias veces, Jess parpadeó con alivio y cerró los ojos. Esa vez, cuando habló, su voz sonó muy débil.
–Solo si eres de mi sangre heredarás la mitad de Broken B. Si no, lo heredará todo Reno.
El esfuerzo le hizo jadear sin respiración y disparó una alarma que atrajo a la enfermera. Reno la asió del brazo para sacarla de allí, pero Caitlin se resistió.
Aparte de la conmoción, sintió que el contacto con él era electrizante. Cuando intentó apartarla de allí por segunda vez, ella se zafó de su mano y se retiró de espaldas a la pared de cristal mientras la enfermera examinaba a su padre.
La pequeña crisis había pasado y los monitores prosiguieron su ritmo regular. La enfermera se volvió hacia ellos.
–Probablemente se quedará dormido ahora. Será mejor que vuelvan en un par de horas –esbozó una débil sonrisa y esperó a que salieran delante de ella. Caitlin vaciló antes de darse la vuelta y salir apresurada. Reno la siguió más despacio.
Una vez fuera de la UCI, Caitlin se dirigió a los ascensores para escapar de allí. Sentía los ojos ardientes del dolor, pero también una ardiente furia que quemaba como la lava. De repente se sintió de nuevo como la niña que había sido, empujada de nuevo al abismo por la malevolencia de su padre.
La primera vez que pulsó el botón del ascensor falló. Frustrada, lo pulsó de nuevo y apartó el dedo cuando el botón se iluminó.
–El laboratorio está abajo.
La voz de Reno tras ella le produjo un respingo y contestó antes de poder contenerse:
–Déjame en paz.
Fue todo lo que pudo hacer para contener su creciente dolor y furia.
El timbre del ascensor sonó, pero la puerta pareció tardar una eternidad en abrirse y cuando lo hizo, Caitlin tuvo que apartarse para que salieran los pasajeros. Oyó a Reno entrar tras ella y los dos se dieron la vuelta para mirar al frente en cuanto las puertas se cerraron.
–El testamento dice que si no te sometes a las pruebas de paternidad quedarás descartada como heredera.
El sombrío tono de Reno le produjo una nueva punzada de dolor y cubrió su reacción con el sarcasmo.
–Y si el heredero legal pierde, Reno Duvall será el dueño de Broken B.
Se dio la vuelta para mirar su perfil inmutable. Su indirecta no le había causado ninguna impresión y de repente sintió un ardiente resentimiento.
Aquel era el hombre que, junto con su despreciable madre y hermano, se había ganado con facilidad el amor y respeto de su padre. Ellos habían sido unos desconocidos cuando Jess había hecho un viaje a San Antonio, unos desconocidos que desde el primer día habían significado más para Jess Bodine de lo que nunca había significado su hija.
Los Duvall habían usurpado todo lo que le pertenecía a ella por derecho y no dejaría que el último de ellos se quedara con Broken B., aunque ese fuera Reno. Tendría algo de Jess y se alegraría de que se fuera a la tumba sin haberle podido quitar lo último que le quedaba.
Y sin embargo, incluso si la prueba de paternidad demostraba que ella era hija legítima de Jess, lo había arreglado para que solo heredara la mitad. ¡La mitad! Ni siquiera había mencionado los campos de petróleo ni los otros negocios que había adquirido con los años.
Sus emociones fueron de repente demasiado volátiles y la depresión le produjo un escalofrío. Apartó la vista de Reno y miró las puertas cerradas ante ella.
Los recuerdos que ella tenía de su madre eran borrosos. Recordaba a una preciosa y amorosa mujer morena, pero su cara se había borrado con los años. Caitlin recordaba el funeral y cómo había descubierto después que Jess había ordenado que retiraran todas las cosas de su madre y cómo se había derrumbado cuando Jess la había reñido por llorar y preguntar.
Con ocho años que tenía se había sentido aterrorizada y hundida por la repentina muerte de su madre, pero la negativa de su padre a consolarla y a que se mencionara siquiera el nombre de su esposa muerta, había acentuado su trauma.
Y aunque no recordaba muy bien el rostro de su madre, recordaba con dolorosa claridad los meses siguientes a su muerte. Recordaba el terror y la repetición de sus dolores de estómago, las pesadillas y la terrible soledad que había sentido al pasearse por la casa como un diminuto fantasma en búsqueda de la presencia y consuelo de su madre.
Había sido entonces cuando se había unido de forma especial a su prima Madison. Maddie también había perdido a su madre, aunque de diferente manera. La madre de su prima se había cansado de sus responsabilidades y había dejado a su hija en casa de su abuela, que vivía cerca del pueblo. Aunque Caitlin había pensado que la pérdida de Madison había sido peor que la suya, al menos su madre estaba viva en algún sitio, algo que ella nunca podría esperar.
Su abuela, Clara Chandler, había sido siempre tan severa y poco cariñosa con Caitlin como su propio padre y las dos primas habían buscado consuelo la una en la otra y juntas habían sobrevivido a la dura infancia. Al tener la misma edad se habían hecho tan inseparables como si fueran gemelas.
Hasta que había muerto Beau y Maddie, que había estado muy enamorada de él, había pensado lo que todo el mundo y la había hecho responsable de su muerte.
–Aquí está.
La áspera voz de Reno penetró en el dolor de sus recuerdos y tardó en enterarse de que el ascensor se había parado.
–A la derecha al fondo del corredor –murmuró Reno.
Caitlin caminó en la dirección en que le habían indicado.
A cada paso que daba, sentía crecer su miedo. Ella había fallado ante todas las pruebas a que su padre le había sometido con animosidad. De repente perdió la confianza en tener mejor suerte en esta.
Caitlin salió al calor del final de la tarde. El coche que había alquilado estaba aparcado a cierta distancia de la puerta del hospital, así que se dirigió hacia allí mientras escarbaba en el bolso para sacar las gafas de sol.
No sabía qué habría sido de Reno. Se había desvanecido después de que ella hubiera rellenado los formularios y la llevaran a otra sala para hacerle la prueba.
Rechazó la idea de pasearse por los alrededores del hospital hasta que su padre despertara. Después de su primera visita estaba segura de que no tenía sentido pasar por una segunda. Si Jess Bodine se había pasado veintitrés años sin suavizarse hacia su única hija, dudaba que dos horas pudieran producir ningún cambio.
La depresión que había sentido tras la muerte de su madre se reavivó de repente tan intensa y pesada como entonces, pero Caitlin la resistió. Ella había madurado en los últimos años y había conseguido más solidez emocional. Los pequeños agravios de la vida ya no tenían poder sobre ella. El pequeño lapso después de la bomba que le había tirado su padre había sido solo eso, un lapso.
Al llegar a su coche y meterse dentro, pensó de nuevo en Madison.
¡Qué unidas habían estado! Cómo habían compartido sus angustias y agonías y cómo habían intentado pasar algún buen rato bien en el rancho o en la mansión de su abuela en Coulter City. Nadie se había preocupado por sus idas y venidas, a nadie le había importado que se criaran salvajes siempre que no enojaran a sus custodios.
El peor efecto de la muerte de Beau no había sido que Caitlin hubiera desaparecido de Broken B., sino la rapidez con la que Madison se había vuelto contra ella. Maddie había sabido lo mucho que había sufrido su prima al ser suplantada por Beau y al final, nada había podido convencerla de que Caitlin no había provocado su muerte. Madison se había aliado con todos contra ella y nada de lo que Caitlin había dicho había servido para convencerla.
La antigua angustia le atenazó el corazón. Aparte de Jess y la madre de Maddie, Rosalind, Maddie era su única familia en la tierra. Pensarlo acentuó su tristeza.
Cuando Caitlin sacó el coche del aparcamiento echó un vistazo a la señal de la autopista. Se sintió tentada de recoger sus cosas en el motel y volver a San Antonio. Al día siguiente podría tomar un vuelo para Montana.
Su padre moriría pronto, quizá en cuestión de horas. Probablemente tendría motivos para pensar que ella no era su hija. Un hombre no podía despreciar a un hijo a menos que estuviera seguro de tener alguna razón. Podría irse de allí y alejarse de todo para siempre. Allí ya no tenía nada, ni siquiera Broken B. Ahora todo lo heredaría Reno…
Fue la idea de perder para siempre incluso una parte del rancho lo que le hizo volver al motel con la intención de quedarse en Coulter City.
Broken B. era su hogar, tal y como era. Había echado de menos la tierra, la salvaje belleza de aquellas tierras que se extendían hasta cuarenta mil acres bajo el límpido cielo de Texas. Montana era bonita, pero Texas era su hogar. La profunda unión que todavía sentía por Broken B no se podía comparar con lo que sentía por el rancho en el que ella trabajaba al norte.
El fuerte espíritu inquebrantable con el que había sido dotada se despertó con fuerza. Si tenía alguna esperanza de obtener siquiera una porción de lo que quedaba de su herencia, tendría que quedarse. La obstinación que la había ayudado a sobrevivir a la devastación emocional de su niñez no consentía la idea de que Jess Bodine le negara Broken B.
Incluso aunque la prueba de paternidad fuera en su contra, seguramente el hecho de haber sido criada por Jess como su hija legal tendría algún peso ante los tribunales. Ella todavía tenía la gran herencia de su abuela a su disposición. Si tuviera que hacerlo, buscaría al abogado adecuado y ganaría el juicio. Aunque tardara años, la idea de torcer el último deseo de odio de su padre era tentadora.
Para su padre, Reno era el único miembro de la familia digno de heredar una parte de Broken B, pero si la obligaban a hacerlo llegaría tan lejos como hasta impedir que se quedara con nada.
RENO salió de su furgoneta y se acercó a la puerta del motel. La habitación de Caitlin era la número diez. La mayoría de los coches aparcados tenían matrículas de otros estados, pero había dos estatales de alquiler de último modelo. Seguramente uno de los dos sería el de ella.
El estado de Jess había empeorado y el doctor le había dicho que era hora de notificarlo a la familia. Había llamado a Madison St. John, pero ella se había mostrado vaga acerca de la última visita, sobre todo cuando le había contado que Caitlin había vuelto. Él no había esperado mucho de Madison. Ya no era la callada y dulce niña que había sido antes de la muerte de Beau. Ahora era asquerosamente rica, mimada por su dinero y con un estilo de vida egoísta; una mariposa social con alas de acero y lengua viperina. Le daba igual que no se acercara a Jess
Reno se olvidó de Madison St. John en cuanto llegó a la puerta diez y llamó con fuerza. Había intentado llamarla a su habitación poco antes, pero no había obtenido respuesta. Era pasada la hora de la cena, así que supuso que Caitlin ya habría cenado. O al menos eso esperaba porque no estaba de humor para llevarla a ningún otro sitio salvo al hospital y no había mucho tiempo.
Llamó de nuevo con más fuerza y estaba a punto de volver al hospital cuando la puerta se abrió.
Para una mujer que aparentaba tanta confianza en sí misma antes, no quiso abrir más que una rendija. Reno observó la toalla enrollada en su cabeza y la minúscula bata y apretó los labios con irritación.
No perdió el tiempo en preliminares.
–Vístete –se adelantó y empujó la puerta, pero Caitlin empujó desde su lado para evitar que entrara.
–Vuelve más tarde –dijo jadeante como si le tuviera miedo.
Reno apretó la puerta con la fuerza suficiente como para demostrar que iba en serio.
–No tienes más tiempo. El doctor dice que está a punto de que le llegue la hora.
Reno observó el espasmo de horror en sus ojos mientras soltaba al instante el pomo y retrocedía.
–Me… me gustaría secarme el pelo –dijo mientras se subía las solapas de la bata y daba otro paso atrás.
Estaba desnuda desde la mitad de los muslos a los pies. Reno entró y cerró de un portazo.
Pudo oler el aroma de su champú y el limpio olor a piel femenina. Sin sus habituales vaqueros, camisa de trabajo y botas, Caitlin parecía pequeña y vulnerable. Con su melena de pelo negro escondida en la toalla, nada distraía la atención de su cara.
Y de sus ojos. Sus pestañas eran negras y sus ojos tan azules como estrellas de zafiro, la belleza natural de su cara le quitó el aliento. La vista de sus piernas desnudas y su deseo masculino de ver el resto hizo que todos los nervios bajo su cintura cosquillearan y ardieran.
–Tápate.