La mejor esposa - Susan Fox - E-Book

La mejor esposa E-Book

SUSAN FOX

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Beschreibung

La novia había tenido que huir de su propia boda. La última vez que Lainey había visto a Gabe Patton había sido hacía cinco años... ¡mientras intercambiaban los votos matrimoniales! Aquella había sido una boda de ensueño hasta que Lainey descubrió que Gabe solo se casaba con ella por conveniencia. No le había quedado otra alternativa que huir. Recientemente Lainey había desvelado un secreto que le había hecho darse cuenta de que quizá había juzgado mal a su marido. Ella seguía amando a Gabe y tenía la esperanza de poder retomar su relación donde la habían dejado... ¡en la noche de bodas! Pero ¿cómo reaccionaría él cuando la esposa pródiga regresara?

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Seitenzahl: 170

Veröffentlichungsjahr: 2014

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Editado por Harlequin Ibérica, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

© 2002 Susan Fox

© 2014 Harlequin Ibérica, S.A.

La mejor esposa, n.º 1784 - agosto 2014

Título original: The Prodigal Wife

Publicada originalmente por Mills & Boon®, Ltd., Londres.

Publicada en español en 2003

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

® Harlequin, Jazmín y logotipo Harlequin son marcas registradas propiedad de Harlequin Enterprises Limited.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia. Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited. Todos los derechos están reservados.

I.S.B.N.: 978-84-687-4703-3

Editor responsable: Luis Pugni

Conversión ebook: MT Color & Diseño

www.mtcolor.es

Sumário

Portadilla

Créditos

Sumário

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Publicidad

Capítulo 1

Gabe Patton y Lainey Talbot llevaban casados casi cinco años, pero, desde entonces, solo habían estado juntos dos veces en la misma habitación. La primera, cuando un juez los declaró marido y mujer. Una vez firmado el certificado de matrimonio, ella salió de la sala, indiferente, sin decirle ni una palabra a Gabe, y dejando sobre el papel la preciosa alianza que él le acababa de poner en el dedo.

La segunda vez había sido en el funeral de su madre, seis meses atrás. Lainey había escuchado indiferente las condolencias de Gabe y había aguantado con estoicismo respirar el mismo aire que él durante la hora que duró la ceremonia.

También esa vez se había marchado sin decir nada, con calma y con frialdad. Aunque todavía bajo la conmoción de la muerte de su madre, seguía furiosa por lo que su difunto padre y Lainey le habían hecho.

Durante los cinco años que había pasado lejos de Texas y de Gabe Patton, había rechazado todas sus llamadas telefónicas y le había devuelto, sin abrir, todas las cartas y regalos que él le había enviado.

Nunca había reconocido a Gabe como su marido legítimo, ni había aceptado su nombre, y desde luego, en esos cinco años, no había dicho una sola palabra buena sobre él.

Había conseguido olvidar lo enamorada que había estado de él a sus dieciocho años, y las razones de su amor de entonces. Su orgullo femenino le había hecho ocultar sus sentimientos sobre todo después de conocer que la única razón por la que había accedido a casarse con ella era para conseguir el control total del Rancho Talbot.

Su enamoramiento de adolescente se había convertido en odio, y ella se había jurado a sí misma no mostrarle nunca a Gabe Patton ningún afecto. Nunca.

Pero lo había entendido todo mal.

Gabe Patton no era el oportunista avaricioso que ella creía. Su padre había concertado el matrimonio en secreto, y Lainey solo lo supo cuando, al morir él repentinamente, su testamento revelaba los terribles términos.

Quizá su idolatrado padre la había querido castigar por haber permanecido neutral cuando se divorció de su madre. Pero John Talbot nunca había dado muestras de estar enfadado con ella y ni siquiera se había opuesto a su decisión de dejar el rancho para ir a vivir con su madre en Chicago. Sin embargo, poner su herencia bajo el control del hombre que él había escogido para casarse con ella solo podía interpretarse como una venganza secreta.

Cuando Lainey conoció los términos del testamento, su adorado padre solo llevaba muerto cuatro días. El dolor de su pérdida no le permitió enfadarse con él y solo pudo sentirse herida y confusa por lo que le había hecho. Toda la rabia que sentía por la injusticia de su padre la volcó sobre Gabe, despreciando y traicionando el matrimonio que le había sido impuesto.

Y así fue hasta que, a la muerte de su madre, pudo leer la verdad en el montón de papeles y documentos que ella le había ocultado. Todo lo que Lainey había hecho, todos sus actos, se habían basado en las mentiras y el dolor que sentía. Las intrigas de su madre tenían la culpa de que ella hubiera deshonrado a su marido, a su matrimonio y a la memoria de su padre que había tratado de protegerla de la codicia de su madre, pero que había muerto antes de poder explicarle sus motivos.

Saber la verdad la había traumatizado y se sentía culpable por todas las preguntas que tenía. Poco a poco su alma se había envenenado.

«¿Habría alguna manera de compensar a Gabe Patton por esos cinco años?», se preguntaba. ¿Podía hacer algo para mitigar el dolor y las ofensas que le había causado? Esperar que él la perdonara era mucho esperar. Y si él le pagaba con la misma moneda, lo tendría más que merecido.

Él había soportado su veneno durante años sin mostrar ningún afán de venganza, por lo que merecía oír las disculpas de ella, oírla reconocer que era un hombre honesto y demasiado bueno para ella en lugar del advenedizo que ella había creído.

Sentía terror de volverlo a ver y de escuchar las cosas horribles que él pudiera decirle, pero sabía que debería oírlas sin emitir ni una queja.

El trayecto en avión entre Chicago y Patton Ranch le pareció una eternidad. Iba elegante, con una blusa blanca y pantalones color caqui. El pelo, recogido, negro y largo, le daba un aspecto quizá demasiado de ciudad. Se preguntaba si debía haberse vestido más informal.

El corazón de Lainey dio un vuelco al divisar la casa tras la última cuesta del camino. Volvió a sentirse temerosa y culpable.

El rancho era de una sola planta con paredes de adobe pintadas de blanco y el techo de tejas rojas. En el frente tenía una terraza con arcadas de las que colgaban macetas con flores azules y púrpura.

Lainey estaba azorada por la vergüenza cuando bajó del coche de alquiler con su bolso y su pesado maletín de cuero lleno de documentos que exculpaban a Gabe.

También llevaba los documentos que su madre había falsificado. Se le revolvía el estómago al pensar en la maldad de su madre. Aún se preguntaba cómo había podido hacerle algo así. Sus sentimientos hacia ella eran aún confusos y estaba preocupada por si sería una deslealtad hacia su madre enseñárselos a Gabe. Pero, por otra parte, se preguntaba si, después de lo que había hecho, Sondra merecía su lealtad.

Lainey tenía la esperanza de que Gabe, al ver los documentos, lo entendería todo y la perdonaría por la forma en que lo había tratado.

No sabía lo que ocurriría después. Posiblemente, el divorcio. No quedaba ninguna razón por la que Gabe pudiera quererla después de lo mala esposa que había sido.

Pensaba que también era posible que él no quisiera ver los documentos. Que le pagara con la misma moneda y no le diera la oportunidad de darle explicaciones. Que la echara del rancho junto con su maletín. En tal caso, iniciaría las gestiones para el divorcio. No tenía sentido seguir pesándole como una losa.

Cuando llegó a la gran puerta roja, sintió náuseas. Antes de que tocara el timbre, el ama de llaves abrió la puerta.

Lainey no reconoció a la mujer. Sin duda era hispana y la saludó en castellano.

—Buenos días, señora. Soy Lainey Talbot y quisiera ver al señor Patton.

El ama de llaves reconoció el nombre y la miró con un gesto discreto de suspicacia y reprobación, pero le sonrió con cortesía.

—Buenos días. El señor Gabe está fuera con los hombres. Tal vez usted podría volver esta noche.

—¿Habría alguna manera de ir a donde él está? Necesito hablar con él —dijo Lainey, inquieta por si no tenía otra oportunidad de verlo. No lo había avisado a propósito de su llegada por miedo a que rechazara verla.

Aunque dudando, la mujer tomó una decisión que sorprendió y tranquilizó a Lainey.

—Puedo intentar localizarlo.

—Sería muy amable por su parte. Puedo esperar aquí afuera.

Lainey quería que la mujer se diera cuenta de que entendía que la estaba poniendo en una situación incómoda. Los empleados de Gabriel Patton eran leales y ella no quería causar ninguna molestia.

Al decir que esperaría fuera, quería darle a entender al ama de llaves que no se sentía con derecho a entrar en los dominios privados de Gabe. Una esposa como ella no se merecía esa familiaridad.

La mujer asintió con una sonrisa educada y entró en la casa, cerrando la puerta tras de sí.

Lainey volvió a sentir náuseas. Eran las dos de la tarde de un día de junio en Texas y el calor era sofocante. Al vivir en Chicago, su cuerpo se había acostumbrado al aire acondicionado. Se volvió a mirar hacia el campo. La imagen de los pastos era tranquilizante y se preguntó cómo había podido apartarse de la vida del rancho y vivir tanto tiempo entre el cemento de una ciudad.

«Ojalá pudiera volver a esto...», pensó.

La puerta se abrió de nuevo y ella se giró disimulando la poca esperanza que le quedaba. El ama de llaves le sonrió con frialdad.

—El señor Gabe está llevando unos caballos al corral. Dice que está demasiado ocupado para venir, pero que si quiere, puede encontrarse con él allí.

Lainey intentó consolarse. Le pareció que aunque solo fuera eso, era buena señal que Gabe le permitiera acercarse. La única vez que ella lo había tolerado en su proximidad había sido seis meses atrás durante el funeral y solo le había mostrado la cortesía imprescindible. Quizá eso era una justa correspondencia y él se comportaría igual que había hecho ella.

—Gracias, señora —dijo, y se apresuró a meter en el coche su bolso y su maletín. Luego, se dirigió alrededor de la casa hacia los corrales.

Durante la larga caminata, la cabeza le daba vueltas pensando lo que iba a decir. Tenía las sandalias sucias de polvo y pensó en volver al coche por sus botas. Pero al mirar a lo lejos vio el polvo que levantaba un pequeño grupo de caballos que se acercaba en dirección hacia ella. Se apoyó junto al portón abierto de uno de los corrales y trató de localizar a Gabe entre los tres hombres que cabalgaban conduciendo a los caballos.

Comenzó a temblarle el corazón en una mezcla de miedo y agitación. Miedo, porque no sabía lo que Gabe iba a hacer o decir, y agitación, porque la imagen de un encierro de caballos jóvenes le era familiar. Hacía mucho tiempo desde que había montado a caballo y, de repente, se emocionó. ¡Era tanto lo que había dejado de disfrutar!

Lainey siguió mirando a los tres hombres pero no pudo distinguir entre ellos a Gabe. «¿Habrá cambiado de opinión?», pensó alarmada.

Volvió a mirar y se quedó conmocionada. Gabe Patton estaba montado sobre un gran caballo negro y la estaba mirando fijamente con ojos de acero.

Después de cinco años, el aspecto de Gabe parecía más duro y rudo. Seis meses antes, durante los funerales, vestía un traje oscuro y su rostro no era frío sino sombrío. Gabe nunca había sido demasiado atractivo, pero tenía el aspecto de alguien que trabajaba duro, y había logrado un aura masculina devastadora que había conseguido que ella nunca quedara impresionada por otros hombres más convencionales.

Su cuerpo, grande, también parecía más fuerte y más recio. Era alto como un gigante, una imagen potente que había quedado grabada en la mente de Lainey desde el funeral. Entonces ella solo lo había mirado durante unos pocos segundos y había percibido en su rostro un sentimiento de compasión. Pero en ese momento parecía de piedra, inescrutable, y sin un ápice de comprensión.

Al aire libre, Gabe estaba en su elemento y la intimidaba. Sus oscuros ojos brillaban bajo la sombra de su sombrero Stetson, mientras la miraban de arriba abajo, como si estuvieran evaluando un caballo que iba a comprar. Ella pudo percibir un ligero gesto burlón en su boca al pasar su mirada desde las sucias sandalias a sus ojos.

Ira, suspicacia y frialdad era lo que se reflejaba en su cara antes de que aflojara las riendas y el caballo se acercara hacia ella. Parecía un caballero con armadura a punto de entrar en batalla. Detuvo el caballo junto a ella y se miraron.

Gabe la miraba con dureza y ella no podía apartar la mirada. Sentía que los ojos de él la penetraban hasta el cerebro en busca de algo que valiera la pena en un lugar donde no esperaba encontrar nada.

Temerosa de que se marchara, ella consiguió articular:

—Lo siento —balbuceó, pero él la oyó.

—¿Qué es lo que sientes? —dijo él por fin—. ¿Sientes tener que haber venido hasta aquí y ensuciarte los pies?

Su tono era amargo y Lainey comprendió que pensaba cobrarse todas las injusticias que había sufrido. Pero ella había ido en plan de penitencia y no esperaba nada más que rudeza y amargura de él. Intentó tomárselo con tanta calma como Gabe se había tomado todas sus ofensas y maltrato.

—¿Podemos ir a alguna parte para hablar? —preguntó con voz temblorosa.

—No hay ningún motivo hasta que contestes a mi pregunta. ¿Qué es lo que sientes?

Lainey no podía resistir el frío cortante de sus ojos y apartó la mirada. Había esperado esa oportunidad durante semanas mientras intentaba reunir fuerzas y valentía para verlo, pero Gabe era duro y desconfiado, y ella deseó esfumarse.

Pero no podía permitir que la echara porque tal vez no tendría otra oportunidad de hablar con él.

—He venido a pedirte disculpas —tenía la boca seca y casi no podía hablar—. A implorarte, incluso, si hace falta —hizo un enorme esfuerzo para mirarlo a la cara—. Y para decirte que lo siento profundamente.

El brillo acerado de los ojos de Gabe se convirtió en fuego y furia.

—Así que quieres el divorcio.

Ella reaccionó conmocionada.

—No —contestó, pero inmediatamente corrigió—. Sí, porque no querrás permanecer casado conmigo.

—¿No es eso lo que tú quieres hacer? —se inclinó hacia ella y Lainey quiso retroceder—. Tú no tienes ni idea de lo que yo quiero hacer.

«¿Pegarme? ¿Estrangularme?», pensó ella. La forma de decirlo lo sugería.

—¿No podríamos hablar?

Gabe no se inmutó, pero bajó la voz.

—¿Acaso no has sido tú quién siempre lo ha decidido?

Lainey intentó sonreír, conciliadora, pero no lo consiguió.

—También siento haberlo hecho —el corazón le latía acelerado—. Ahora es tu turno —no sabía si había hablado con suficiente claridad y repitió—: Ahora es solo tu turno, Gabe. Solo tuyo. ¿Podríamos hablar? —sonaba como un niño pidiendo algo. Él gruñó más bajo.

—¿Cuánto deseas hablar conmigo?

Parecía como si la hubiera hipnotizado y ella fuera a contestar cualquier pregunta.

—Mucho.

Gabe se incorporó sin dejar de mirarla con ira. El caballo se movió y ella pensó que él iba a marcharse y dejarla. Pero él contestó.

—Entonces, traslada tus cosas a mi casa. Si aún estás allí para la cena, cenaré contigo y pensaré en hablar contigo. Si es que has aprendido suficiente educación para resistir toda la cena... —espoleó a su caballo y se marchó. Lainey se quedó mirándolo a él y a la treintena de caballos que trotaron delante de ella camino del corral.

«Entonces traslada tus cosas a mi casa... y pensaré en hablar contigo si es que has aprendido suficiente educación...».

Duro, sin comprometerse. Era tanto una advertencia como la oportunidad que ella había deseado. Gabe Patton no estaba dispuesto a tolerar ningún paso en falso ni ninguna palabra equivocada y, ciertamente, ningún desaire por parte de ella. Lo peor de todo era que Lainey no lo conocía lo suficiente para saber qué era lo que podía provocarlo y estaba segura de que el más mínimo error haría que la echara sin que ella supiera lo que había pasado.

Se apresuró hacia la casa para demostrar que estaba dispuesta a cumplir todas sus órdenes al margen de lo exigentes que fueran.

Y al margen de lo difíciles que pudieran ser.

Capítulo 2

Gabe Patton había adivinado la verdad en cuanto recibió la llamada de su ama de llaves y oyó el nombre de Lainey. Su esposa estaba allí para pedir el divorcio.

Lainey Talbot Patton era la única adquisición que tenía sin haber tenido que luchar para adquirirla ni para conservarla. En parte porque, mientras permanecieran casados, ella era suya lo creyera o no. En parte, porque él sabía que la muerte de su padre la había conmocionado y que la bruja de su madre la había manipulado toda la vida.

Durante las primeras semanas después de la breve ceremonia en el juzgado, a Gabe le hizo gracia la testarudez de Lainey y su absoluto rechazo a que se acercara a ella. Pero cuando las semanas se habían convertido en meses ya no le pareció tan gracioso.

Gabe quería creer que la aparición de Lainey allí era debida a la muerte de su madre y a que había averiguado la verdad. Su actitud de arrepentimiento parecía auténtica, pero el hecho de que ambos supieran el contenido del testamento del padre, y de que ella hubiera esperado seis meses para acudir, hacían que sus disculpas parecieran falsas.

Según las cláusulas del testamento, Lainey debía permanecer casada con él durante cinco años antes de poder recibir el pleno control de la herencia. Los cinco años estaban a punto de concluir y el control del rancho Talbot recaería en ella en pocas semanas. Pero había un único obstáculo: el matrimonio al que nunca le había dado una oportunidad.

Al margen de la relación que él había deseado cultivar con ella tiempo atrás, Gabe no tenía la menor intención de entregarle el Rancho Talbot a esa mujer desagradecida que lo había pisoteado. Él lo había recibido en bancarrota y había arriesgado todos sus ahorros para sacarlo a flote. Después de los riesgos que había corrido y los esfuerzos que había invertido, no pensaba entregárselo y recibir a cambio unas escuetas palabras de agradecimiento.

Él había accedido a la petición de John y pensaba cumplir a rajatabla con el acuerdo, pero no entraba en sus planes salir con las manos vacías.

Echó una mirada hacia la casa, pero no vio a Lainey. A menos que su madre hubiera conseguido hacer de ella una flor de invernadero, no podría permanecer dentro de la casa toda la tarde. Seguramente habría ido hasta el Rancho Talbot para echar un vistazo. Pensó que no importaba lo que ella estuviera haciendo en ese momento. Lo que estaba claro era que para librarse de él no bastaban unas palabras de disculpa y un viaje hasta el juzgado.

Elisa, el ama de llaves de Gabe, dejó las dos maletas, la bolsa y el maletín dentro del armario de la entrada. Lainey estaba incómoda y demasiado nerviosa para esperar más de tres horas hasta la cena, sentada en el salón, así que escribió una breve nota para Gabe, la dejó sobre la mesa de café y salió de la casa.

Su padre estaba enterrado en el pequeño cementerio familiar del rancho y Lainey condujo hacia allí. Pasó delante de la casa de estilo victoriano y de los demás edificios del rancho hasta llegar al camino lleno de surcos que, atravesando tres enormes pastizales, llevaba hasta el cementerio.

La zona estaba rodeada por una valla blanca y Lainey estacionó junto a ella debajo de un frondoso árbol. Sacó del maletero una ramo de flores que había comprado en San Antonio y caminó hacia una tumba cuya lápida tenía grabado el nombre de John Talbot.

Mientras miraba la lápida, se le agolparon numerosos y abrumadores recuerdos. La conmoción al oír que su padre había muerto; el viaje apresurado hasta Texas agobiada por un dolor al que creía que no podría sobrevivir; y luego, la agonía del funeral.

¿Cómo había podido pensar que su padre podía haber hecho algo para herirla o desairarla? Había pasado semanas mirando sus fotos e implorándole que la perdonara por dudar de su cariño y de sus buenas intenciones.