Elías Barreiro - Antonio Delgado Rodríguez - E-Book

Elías Barreiro E-Book

Antonio Delgado Rodríguez

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Beschreibung

El libro trata sobre la vida y obra de uno de los grandes maestros y guitarristas cubanoamericano, que emigró en los primeros años de la década de los '60 y se abrió paso contra viento y marea en los Estados Unidos. En él se relata, a través de sus comentarios y reflexiones, su profunda visión de la vida, lo que significa el éxito y se describe anecdóticamente su prolífica carrera. Trayectoria plena de vivencias, sacrificio, fe en sí mismo y entrega al arte. Obra que, por su gran y variado contenido, la convierte en un tesoro inestimable, digno de ser trasmitido a las nuevas generaciones. El hombre que escribió esta odisea jamás se rindió ante las dificultades y supo sacar fuerza y amor del dolor de un exilio que le marginó y obligó a dar lo mejor de sí en cualquier circunstancia. La obra está escrita en un lenguaje coloquial y ameno que permite la identificación con el protagonista desde las primeras páginas.

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Veröffentlichungsjahr: 2021

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Antonio Rodríguez Delgado

ELÍAS BARREIRO

EL HOMBRE DETRÁS DE LA GUITARRA

Editorial Alvi Books, Ltd.

Realización Gráfica:

© José Antonio Alías García

Copyright Registry: 2111039704444

Created in United States of America.

© Antonio Rodríguez Delgado, Huitzilac (Estado Morelos) México, 2021

ISBN: 9780463491638

Producción:

Natàlia Viñas Ferrándiz

No se permite la reproducción total o parcial de este libro, ni su incorporación

a un sistema informático, ni su transmisión en cualquier forma o por cualquier

medio, sea este electrónico, mecánico, por fotocopia, por grabación u otros

métodos, sin el permiso previo y por escrito del Editor. La infracción de los

derechos mencionados puede ser constitutiva de delito contra la propiedad

intelectual (arts. 270 y siguientes del Código Penal Español).

Editorial Alvi Books agradece cualquier sugerencia por parte de sus lectores

para mejorar sus publicaciones en la dirección [email protected]

Maquetado en Tabarnia, España (CE)

para marcas distribuidoras registradas.

www.alvibooks.com

Also by Maestro Antonio Rodríguez Delgado

Elías Barreiro: El hombre detrás de la guitarra

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Tabla de Contenido

Título

Derechos de Autor

Also By Maestro Antonio Rodríguez Delgado

Elías Barreiro: El hombre detrás de la guitarra

AGRADECIMIENTOS

INTRODUCCIÓN

1 | EL COMIENZO

2 | LOS PRIMEROS MAESTROS DE GUITARRA

3 | APARECE EL GRAN MAESTRO

4 | EL PRIMER CONCIERTO COMIENZA LA CARRERA

5 | MEMORIAS Y ANECDOTARIO HASTA 1966

6 | EL SANTO GRIAL DE LOS GUITARRISTAS

7 | LA PARTIDA

8 | LA GUITARRA EN LOS ESTADOS UNIDOS

9 | JUAN MERCADAL Y JOSÉ REY DE LA TORRE

10 | DISCOGRAFÍA

11 | LA INTRODUCCIÓN AL TRABAJO EDITORIAL

12 | PUBLICACIONES

13 | LA SOCIEDAD GUITARRÍSTICA DE NUEVA ORLEANS

14 | EN LA PIEL DEL MAESTRO

15 | SANTIAGO DE COMPOSTELA

16 | LA DIFÍCIL TAREA DE SER JURADO

17 | LAS NUEVAS GENERACIONES DE GUITARRISTAS

18 | ACE MUSIC CENTER

19 | HONORES Y DISTINCIONES

20 | RETRATO ÍNTIMO DEL HOMBRE

21 | NUEVA ORLEANS, LA CIUDAD MÁGICA

22 | PARADOJAS

23 | LA POLÍTICA; DOS VISIONES

24 | REFLEXIONES ACERCA DE LO MÍSTICO

25 | CODA

26 | EPÍLOGO

27 | GALERÍA

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Further Reading: La Huella Indeleble del Sonido

About the Author

About the Publisher

Benemérita Universidad Autónoma  de  Puebla

José Alfonso Esparza Ortiz

rector

René Valdiviezo Sandoval

secretario general

Flavio Guzmán Sánchez

ED vicerrectoría de extensión y difusión de cultura Ana María Dolores Huerta Jaramillo directora de fomento editorial

Primera edición: 2015

ISBN: 978-6074879193

© D. R. Benemérita Universidad Autónoma de Puebla 4 Sur 104, Centro Histórico,

Puebla, Pue. C. P. 72000

Impreso y hecho en méxico

Printed and made in mexico

AGRADECIMIENTOS

Agradezco la posibilidad de escribir estas líneas a la enorme gentileza de Elías Barreiro y su esposa Cachy, quienes, con suma paciencia, modestia y generosidad, me brindaron su hospitalidad y tiempo para saciar mi infinita curiosidad. Ambos me abrieron el cofre de sus corazones y me mostraron, sin restricciones, los sentimientos y tesoros que guardaban.

Doy las gracias también a mi esposa Carmen, por el aliento y apoyo que ha significado en mi vida, trayecto que ha prodigado con su compañía inestimable y su cariño incondicional.

Y a mis padres y hermanos, que en cada acción de mi vida están presentes donde quiera que me encuentre.

INTRODUCCIÓN

Debo empezar con una idea que, estoy seguro, no es primera vez que alguien la esboza, pero hoy y en este momento específico, quiero dejarla reflejada con mis propias palabras: soy del criterio de que lo que me pertenece y se me arrebata, por cualquier coyuntura, me disminuye. Y nadie tiene la potestad a escoger por mí aquello que como hombre me corresponde decidir, si debe ser parte de mi vida o no. Los tutelajes forzados donde se me restringe mi capacidad de pensar y elegir, aunque vengan revestidos de buenas intenciones, tienen un único nombre, imposición. Y no importa la tendencia con que tal actitud de control se manifieste, ya sea desde la derecha o la izquierda, porque ambas se encuentran, al final, en el mismo punto, controlan y anulan al ser. Con semejante práctica se crean las condiciones para el surgimiento de una nefasta clase de servidores públicos, que se yerguen por encima del ciudadano común, y se transforman en una inquisición todopoderosa, que deciden a qué podemos tener acceso y a qué no; qué debemos leer, oír y escuchar, «para no correr el peligro de desviarnos ideológicamente». Los enemigos pueden ir según los tiempos: desde los «peligrosos Beatles», hasta un libro como la Insoportable levedad del ser de Milán Kundera. Al consolidarse semejante estatus, la sociedad es amordazada y domesticada. Nos convertimos, por decreto, en una masa amorfa despojada de voz y carácter, que se utiliza y manipula según las conveniencias políticas del momento. Sé que lo que expresado no va a gustar por su dureza, pero no voy a edulcorar con otras palabras lo que realmente pienso y siento.

Como muchos de mi generación, me formé en esos años cuando el mundo tenía bien delimitadas las fronteras políticas, y mi cosmovisión era estrecha y el concepto de la cultura, como todo en mi realidad circundante, pasaba inevitablemente por el estricto filtro de lo ideológico. De tal modo, si un movimiento, tendencia o artista era favorable al socialismo, servía; y si no comulgaba con ella o simplemente era crítico, se le encasillaba como enemigo y, por tanto, se le excluía de la historia. Con semejante poder de análisis fueron discriminados y obviados de los libros y de la escena gigantes de la cultura cubana como Ernesto Lecuona, José Lezama Lima, Servando Cabrera Moreno y Virgilio Piñera, por sólo citar algunos de los prominentes intelectuales de la época que fueron excluidos oficialmente. A partir de tan simplista premisa se marginó del acervo de lo cubano a notables pintores, literatos, compositores y artistas, sin los cuales resultaría imposible hablar de la cultura cubana. Con semejante criterio, quienes nos desarrollamos en una Cuba atrapada en un diferendo (donde la supervivencia era la gran prioridad del Estado), fuimos testigos de cómo se borraron segmentos de nuestra historia, donde lo cubano no necesariamente compartía una visión socialista del desarrollo socio-económico del país. Incluso hasta quienes no participaron de una confrontación de ideas, por el solo hecho de realizar su obra fuera del territorio insular también eran ignorados. No importa que estuvieran radicados antes del triunfo de la Revolución en otras tierras, de todos modos igualmente pasaban a ser víctimas del silencio oficial, sin importar la trascendencia de su obra o la trayectoria que hubieran alcanzado. Para ejemplificar lo que planteo, baste tomar dos ejemplos: empecemos con José Quintín Bartel, cantante de estreno de Michel Legrand. El excelso mulato, nieto del general de nuestra guerra de independencia Quintin Banderas, le puso la voz al protagonista de los Paraguas de Cherburgo, filme que marcó un hito en la historia del cine musical. Por otra parte, Carmen Montejo fue una de las actrices nacidas en Cuba más destacadas, con una filmografía extensa y condecorada con las máximas distinciones de la cultura mexicana. Ambos ilustres compatriotas fallecieron recientemente; Bartel, en 2010, y Montejo, el año pasado. Pero inexplicablemente ninguno de los dos mereció ni una línea en la prensa oficial del país, es decir, no existen; hecho inadmisible que nos disminuye, y habla de la estrechez con la que se han conducido los fundamentos culturales, a partir de la miopía política que los juzga. Pero retornando el inicio del asunto, lamentablemente la tendencia ha consistido en ignorar una parte indispensable de nuestra herencia intelectual que resultaba incómoda para la doctrina revolucionaria; legado que muchos de nosotros desconocimos y equivocadamente nos llevó a creer que la vida cultural, deportiva y artística del país había comenzado el primero de enero de 1959. Aunque semejante error conceptual y desconocimiento de nuestras fuentes y raíces fuera entendible (como resultado de la enorme polarización derivada de la pugna con los Estados Unidos), tal proceso de confrontación hizo proliferar una dañina casta de funcionarios que dictaminaban qué era aceptable consumir y qué no, a qué debíamos tener acceso y qué nos podía «desviar», todo ello al mejor estilo de ordeno y mando. Estos funcionarios se dedicaron durante años a erosionar y a diluir en la memoria colectiva de dónde vinimos y qué éramos como país, como si la historia de Cuba hubiera empezado con la gesta de la Sierra Maestra y no fuera un largo proceso ininterrumpido, donde se forjó, a golpe de saltos, retrocesos, desesperanzas y anhelos, nuestra identidad como nación.

Siguiendo el orden de esta reflexión me pregunto: ¿acaso la monumental obra El ingenio de Manuel Moreno Fraginals, documento historiográfico de inestimable valor y fuente de referencia obligada, únicamente conservó su importancia mientras su autor vivió en la isla, o después de que se marchó debemos quemarlo? ¿Los cuadros de Alberto Carol o Tomás Sánchez, obras de exquisita factura y de un arte excelso, preservaron su trascendencia artística mientras sus creadores residían en La Habana o ya perdieron su belleza y cubanía porque decidieron vivir en otras latitudes? ¿Hasta cuándo lo realmente trascendente en lo cultural seguirá delimitado por la frontera cambiante y endeble de lo político? Y digo con todas sus letras ¡cambiante y endeble!, porque en este medio siglo he presenciado todo tipo de transformaciones drásticas en los paradigmas inamovibles de la izquierda de manual. Camino que demuestra la fragilidad de los conceptos a los que hemos apostado nuestras creencias y por el que se han inmolado varias generaciones de compatriotas. En tal estado de somnolencia hemos aguardado con ansias ese futuro luminoso y prometido, que cada vez se torna más esquivo, trayecto difícil que provocó una diáspora inédita que desgarró el corazón de la familia cubana.

A la gran mayoría de los que decidieron buscar otros horizontes, tardíamente se les reconoció como migración económica, y una pequeña parte tenía realmente carácter político. Así ha sido desde siempre en las migraciones masivas de los países subdesarrollados hacia los países desarrollados, éxodo que no es una característica cubana, pues sucede en todos los países con dificultades, y por tales coyunturas oleadas de inmigrantes atraviesan desiertos o se lanzan al mar en busca de un cambio de vida y de nuevas oportunidades, sin que ello implique necesariamente otras derivaciones.

Digo lo anterior porque en lo personal fui como todos víctima de semejante ruptura, que no sólo separó a padres e hijos, a hermanos y amigos, sino que creó una cesura artificial y una distorsión de la realidad en la sociedad que éramos. Al margen de la volubilidad e inconsistencia de los conceptos que parecían monolíticos, que se derrumbaron mediante una implosión a la que ni el marxismo ortodoxo puede darle una explicación científica, soy del criterio que la inoperancia económica, la poca efectividad de los resortes que se encuentran en las relaciones de producción derivadas entre el hombre y el Estado y, sobre todo, la falta de motivación del individuo con el frágil y etéreo concepto de «propiedad colectiva», se encargaron de desdibujar de un plumazo 75 años de retórica marxista. Con semejante declaración no estoy abjurando en un centímetro de mis convicciones más profundas de que este mundo actual como va marcha hacia el desastre, ni que vale la pena un presente de inequidad donde las naciones desarrolladas se reparten las materias primas y el mundo a su antojo. Creo firmemente que la pobreza es un estigma que surge del reparto desigual e inhumano de las riquezas, y que este siglo xxi debe encontrar vías de solución basadas en la colaboración y no en la confrontación; que es más racional y lógico potenciar el entendimiento entre las naciones y no él endeudamiento. Aunque no tengo las respuestas ni mucho menos las soluciones a semejantes problemas, creo que ni la izquierda ni la derecha, como se han venido manifestando hasta el presente, le ofrecen solución a estos conflictos ancestrales de la humanidad. Pienso tal vez utópicamente que desde el centro y no con una visión de extremos se puedan encontrar los remedios a tantos problemas acumulados. Es decir, utilizar los resortes de motivación e incentivo de la naturaleza humana potenciados por el capitalismo para producir riqueza y aplicar al final de la cadena una distribución más equitativa, sin que se destruya la motivación del hombre y su deseo de ser óptimo.

Algo ha fallado para que todo un sistema de ideas haya mostrado su inoperancia y colapsara como un castillo de naipes sin un disparo. Y para que los pocos países que aún siguen aferrados al esquema político de partido único tengan que aplicar resortes económicos capitalistas para resolver sus acuciantes problemas sociales y alcanzar el desarrollo. Por tal razón, a estas alturas y con los últimos acontecimientos que han cambiado la geografía sociopolítica del globo terráqueo, no creo que a nadie le asista el valor para cuestionar que al menos tengo derecho a la «duda razonable». La vida es más rica que los voluminosos manuales de comunismo científico y economía planificada que me devoré en mi época de estudiante, donde se planteaban, entre otras cosas, la irreversibilidad del socialismo como dogma inamovible de la doctrina marxista leninista, fundamento que entre otros pasó a mejor vida.

Por todo lo que he manifestado con absoluta franqueza y ante tanta frustración e incertidumbre, creo que resulta más útil y productivo hacer hincapié en los múltiples aspectos que nos unen, y no escarbar en aquellos que nos separan. Me adscribo a la idea de que como sociedad sería más edificante encontrar las coincidencias que nos dan continuidad como conglomerado humano que dedicarnos a expurgar los forúnculos dolorosos que nos alejany dividen. Por tales razones, el objetivo de estas líneas es hacer justicia a quienes siendo cubanos y habiendo consagrado una vida al desarrollo del arte, sin haber renunciado a su procedencia ni linaje, fueron omitidos y relegados a la sombra del ostracismo.

Quiero que estas ideas sean un tributo a esos servidores del arte que en difíciles circunstancias tuvieron que tomar lo poco que cabía en una maleta y salieron a conquistar espacios con el dolor del desarraigo, la incertidumbre del devenir y esas fotos descoloridas por el tiempo como único consuelo y compañía.

Este es un libro para rendir homenaje merecido a uno de los eslabones perdidos de nuestro adn guitarrístico. El hombre que extraigo de las sombras del desconocimiento es un artesano infatigable del quehacer de las seis cuerdas, y abrió el camino en otras latitudes por donde transitaron legiones de guitarristas, que hoy disfrutan este presente promisorio que él ayudó a construir con sus propias manos. A veces no nos damos cuenta de que antes de que nuestros pies osaran pisar el terreno que se nos muestra, ya se encontraba abonado por otras huellas. Y hoy me toca a mí, un guitarrista y representante de los que no emigraron, hablar de un compatriota ilustre al que no conocí, pero al que me siento ligado por ese cordón umbilical del amor, el arte y la nacionalidad, soportes indestructibles para lograr encontrarnos y abrazarnos como lo que somos: hermanos en la distancia que se reencuentran.

Me referiré con especial orgullo a ese antecedente inexcusable que responde al nombre de Elías Barreiro, orfebre de las seis cuerdas que paseó la cultura y ese quehacer tan especial de lo cubano por el mundo. La historia que narraré se desarrolló como una epopeya más allá del mar, en otro país y en otra lengua. Sin proponérselo, el protagonista fue mensajero de una visión y aproximación al arte y a la guitarra, que de una u otra forma lo sitúan dentro de lo que pudiéramos definir como «una extensión de la guitarra cubana en el exterior».

Pondré especial empeño en profundizar en su obra y la importancia de su infatigable labor, quebrando la barrera natural de su modestia y esa reticencia y hermetismo que lo domina a la hora de hablar de sí mismo. Este camagüeyano de pura cepa (no tiene otro acento que el cubano a pesar de tantos años en los Estados Unidos) que conocí en el año 1968 por medio de múltiples partituras que llegaban a mis manos, y que curiosamente tenían encima o en alguna parte un sello que decía su nombre, no tuvo idea de lo útil que nos resultó su esfuerzo de actualizar el repertorio de la guitarra con esa sed de descubrimiento infatigable que lo animaba. Nadie puede imaginarse el notable apoyo que esa literatura representó para las legiones de guitarristas hambrientos y sin la menor posibilidad de copiar, salvo que fuera a mano, cualquier material necesario para su superación académica. Todos sin excepción estábamos obligados para desarrollar nuestras habilidades y limitada información, a convertirnos en consumados copistas, pues las fotocopiadoras en ese momento histórico al que me refiero —por lo menos en el ámbito de la enseñanza musical— no existían. Deben de saber que las distintas generaciones, sobre todo la que marcó el lapso de 1968 en adelante, pudimos actualizarnos gracias a ese esfuerzo anónimo de Elías Barreiro, quien por fortuna tenía la costumbre de que cuanto se editara en partituras del instrumento inmediata y compulsivamente lo compraba y endosaba a su enjundioso archivo. Ese material más tarde, de una u otra forma, pasaba a nuestras manos. Pero no vayamos de prisa y ubiquemos el relato en el comienzo de todo:

¿Quién era ese muchacho inquieto llamado Elías Barreiro?, ¿cuáles fueron sus orígenes y de qué forma llegó al instrumento que marcó su vida y futura profesión?

1

EL COMIENZO

Antonio Rodríguez: Elías, soy del criterio de que cualquier narración debe comenzarse por el inicio, pues la sucesión cronológica siempre ayuda a comprender los eventos, los acontecimientos, esa historia que se va tejiendo a veces sin que el involucrado o protagonista se percate de que él está escribiendo su propio libro. En el caso que nos ocupa, tú eres el archivo viviente de una época, quien nos va a ayudar a entender el período histórico del que eres vivo testimonio, de modo que podamos asistir desde el portal del tiempo a esa epopeya humana que ya aconteció y, desde ese sitio, desentrañar cómo fue el desarrollo de una disciplina que hoy goza de un sitio privilegiado en la cultura internacional. Por ahora, mi papel simplemente será el del provocador que azuza en tu memoria esos recuerdos dormidos que palpitan en tu conciencia. Pero estoy consciente que mi verdadera misión es no dejar en el cuarto oscuro del olvido lo que debe ser mostrado a la luz por mérito propio. Bien, háblame de tu infancia, de tu familia, ese entorno familiar en donde se conformaron las cualidades de tu carácter. Esa suma de fortalezas y fundamentos con los que te empinaste y abriste senda por ese páramo agreste llamado vida.

Elías Barreiro: Nací en Santiago de Cuba el 5 de septiembre de 1930. Mis padres fueron Elías Barreiro Ojea y Consuelo Díaz Valcárcel, españoles del área de La Coruña. Mi padre, natural de la provincia de Orense y mi madre, de la provincia de Lugo. Viajaron a Cuba a mediados de 1920, huyendo de la Guerra Civil que azotaba España en esos tiempos. Se conocieron en Santiago de Cuba y allí se casaron y tuvieron cuatro hijos. El primero fue José, yo fui el segundo y después tuvieron dos mellizos, Luis y Antonio. Esa fue una época terrible para el pueblo español y llegaron a Cuba decenas de miles refugiados buscando un espacio para rehacer sus vidas ante las atrocidades de la guerra. Mis padres y abuelos no fueron la excepción, y como muchos otros con las manos vacías, se lanzaron a la mar en una aventura de la cual surgí yo a los pocos años. Ese fue mi origen y el comienzo de mi vida, pero a veces de los eventos más terribles y desesperados se puede encontrar la luz que te permite perfilar un nuevo rumboy anclar en puerto seguro. Eso fue Cuba para esa oleada de inmigrantes, una oportunidad de reencontrarse con la esperanza.

Abuelos paternos de Elías Barreiro.   Padre y madre de Elías Barreiro.

Al cabo del tiempo, el gobierno español ofreció una amnistía a los españoles que habían emigrado a Cuba huyendo de la guerra, y a tal efecto situó dos barcos mercantes, uno en Santiago y otro en La Habana para facilitar la repatriación. Mis padres aceptaron ese reto y vendieron todo lo poco que tenían, pero se abortó ese retorno a España debido a que mi padre contrajo un «paludismo pernicioso» que lo llevó casi a la muerte. Fue desahuciado por los médicos y le aconsejaron irse de Santiago de Cuba lo más lejos posible, pues se dieron casos que sobrevivieron a esa epidemia fatal en otros lugares distantes. Con tal esperanza, viajamos en ómnibus hasta Camagüey, pues el poco dinero con que contábamos sólo alcanzó para llegar hasta esa ciudad. Esto aconteció al comienzo de 1933 y yo tenía un poco más de dos años de edad. Por suerte, siempre hay una mano generosa que se extiende, y un señor español propietario de un pequeño hotel nos ayudó ofreciéndonos alberge. El hotel se llamaba «Quisisana» y se encontraba en la calle Avellaneda, casi frente a la estación de policía y a unas dos cuadras de los ferrocarriles.

Posteriormente, mi padre encontró trabajo vendiendo helados en la calle, actividad que realizaba usando un carretón que le dieron. El helado se vendía en esa época por un centavo la barquilla, y mi viejo obtenía una modesta comisión de ese dinero. Un día bueno era llegar a la casa con 30 centavos de ganancia. Llegado el invierno, comenzó a vender novelas, de aquellas que eran un pequeño librito con un capítulo, el cual continuaría semanalmente. Valía cinco centavos y era al crédito, es decir, cuando se le entregaba al cliente el capítulo que le seguía, éste pagaba el anterior.

Debo resaltar que en aquel entonces y en esas condiciones difíciles de subsistencia los cubanos se ayudaban mucho, principalmente aquellos españoles o sus descendientes que residían en Cuba. Más adelante, mi padre conoció al dueño de «El Cristal», don Manuel Fernández, quien le ofreció crédito a mi padre para que adquiriera cristales, figuras y materiales. Con esos útiles mi padre hacía cuadros para la pared, casi todos con imágenes religiosas, y los vendía tocando de puerta en puerta. Era esa la famosa época conocida como «La gran depresión», que fue un estado terrible de crisis económica mundial.

A. R.: Tu padre era un luchador, un hombre abnegado y esforzado. Por lo que me has dicho, era del tipo de persona que podía sacar filetes en el desierto. Perdona la digresión, continúa el hilo de la narración.

E. B.: Nuestra primera casa fue alquilada en la calle San Esteban, cerca de la calle Jesús María. Habían ya transcurrido tres años (yo tendría como cinco) y mis padres compraron una casita muy humilde en el reparto «La Mosca», situado por la carretera central hacia Oriente, como a dos kilómetros del centro de la ciudad. Aun me recuerdo de la dirección: Comandante Chapleau núm. 124. Esa casita nos costó $ 175.00 pesos. El nombre del reparto se debía a la cantidad enorme de moscas que había por esos lugares. La razón estaba dada en que muy cerca de la urbanización pasaba el «camino del ganado», sendero por donde eran llevadas en gran cantidad vacas y toros desde las fincas cercanas hasta el lugar de sus destinos.

En ese reparto vivimos como siete años, y asistí al colegio hasta el sexto grado. Como la mayoría de los niños, me gustaban mucho las aventuras, y a veces también buscaba, dentro de las limitaciones, la forma de ganar algunos «kilitos». En ese afán realizaba largas caminatas a pie (aproximadamente dos kilómetros), pasando a través del reparto «Marquesado», hasta un lugar donde había un puente. Ese sitio era conocido como el «puente Salvaje», pero lo interesante era que más adelante los mangales de las fincas que colindaban con el camino, me permitían recoger los mangos caídos fuera de sus límites, y también otros que se hallaban al alcance de la mano en el borde de la cerca. Entonces desandaba el trayecto cargando esos mangos, y los vendía pregonándolos por las calles a 20 mangos por cinco centavos. Con la ganancia me compraba materiales para hacer papalotes y después venderlos.

A. R.: Entonces desde muy pequeño tenías la iniciativa de luchar, y ya se manifestaba ese espíritu emprendedor que no se enseña en la escuela. Si algo pudo influenciarte fue la persistencia de tu padre en proporcionarles a ustedes, mediante su trabajo honesto, una vida digna y decorosa. A veces hoy en día se subestima la enorme influencia que el ejemplo de los padres puede ejercer en la conformación de las cualidades del carácter. ¿De niño tenías una afición, algo que despertara tu curiosidad de manera especial?

E. B.: Siempre me gustó coleccionar cosas; por ejemplo, en mi época eran muy populares las «postalitas» que se pegaban en los álbumes; venían numeradas y a veces concluir el álbum se hacía muy difícil. Recuerdo uno en particular que se titulaba «Las aventuras de Pepe Cortés», producido por La Ambrosía Industrial, compañía comercial de galleticas y otras golosinas. Para completarlo me faltaba una postalita muy difícil de conseguir, y un amigo del colegio la tenía. Pues imagínate qué clase de entusiasmo debía desplegar en la actividad que le pagué siete centavos por ella, sacrificio que me costó una semana sin poder comprar «la merienda», un pudín de pan que costaba un centavo. ¿Tú te imaginas lo que significó para mí renunciar a esa merienda por siete días consecutivos?

En esa casita en La Mosca teníamos cuatro matas de coco de agua en el patio y como 50 gallinas, por lo que jamás nos faltó el huevo para comer. Disfrutábamos de electricidad en la casa, la cual costaba un peso al mes. Con el transcurrir de los años, a golpe de serrucho y otras herramientas, llegamos a producir marcos de cuadros, los que pintábamos y le dábamos un acabado bastante aceptable. Pero lo más significativo era que trabajando todos juntos fuimos subsistiendo. Aprendí el valor de la colaboración y reconozco que esa actividad en familia me marcó de manera positiva para el resto de mi vida, pues aprendí a tomarle amor a ese trabajo desinteresado y a no tenerle miedo a ninguna dificultad. Mi padre se encargaba posteriormente de vender esos cuadros por los centrales azucareros. En esa agotadora gestión yo lo acompañé varias veces, cargándolos por esos fatigosos caminos que nos conducían a las enormes factorías del oro blanco, entre los que te puedo mencionar, así rapidito, los de Elia, Najasa, Hatuey y Francisco del Guayabal, todos ellos radicados en el área de Sibanicú y Cascorro.

Ya tenía como unos 12 años de edad, cuando se crearon las condiciones económicas que permitieron nuestro traslado para la ciudad. Esta vez para una casa mejor, construida de mampostería y losetas. El inmueble se encontraba en la calle Enrique Miranda núm. 111. Se la vendió a mi padre ese señor dueño de «El Cristal», quien lo ayudó a echar «palante» por segunda vez. La casa costó $ 1700.00 pesos y se la dio a pagar «poco a poco».

A. R.: A veces para cumplir nuestros ciclos de aprendizaje aparecen padrinos en el camino que nos echan la mano. Pero las cosas hay que ganárselas con una actitud, pues desde el acomodo, la haraganería y la complacencia no creo que surja la mano salvadora, ni se despierte en nadie el instinto de la solidaridad. Uno tiene que hacer lo que le corresponde, y por lo que me has reflejado hasta ahora, tú y tu familia han cumplido la máxima de honrar la frente con el sudor honesto que redime. En relación con los estudios, ¿qué me puedes decir? ¿eras aplicado?, ¿sacabas buenas notas?, ¿eras finalista?

E. B.: Comencé los estudios en la Escuela Superior núm. 2, situada en la calle Lugareño. Reconozco que no fui el mejor alumno, pues sólo me interesaban las clases de la maestra de música María Larin, las de pintura del profesor Meruelos y las de matemáticas. Pero de alguna manera esas clases removieron mis estructuras emocionales, ya que desde muy temprana edad se me despertó una pasión por la música, que sobrepasaba cualquier otra esfera de interés que pudiera tener. A pesar de ser a duras penas un adolescente, siempre soñé con llegar a «ser alguien». Recuerdo que visitaba a un amigo que tenía varios discos. En su casa se produjo mi primer deslumbramiento con una sonoridad que me atrapó para el resto de la vida. Su tocadiscos antiguo era de 78 rpm. Le agradeceré por siempre que en él hice mis primeras audiciones de ese genio de la guitarra que responde al nombre de Andrés Segovia. No puedo precisar dónde ni cómo yo había escuchado que él era el mejor guitarrista del mundo, pero con esa información y sin pensarlo mucho adquirí un disco del célebre maestro en la «Casa Cabana», comercio especializado en la actividad musical que se encontraba en la calle República esquina San Esteban. La grabación contenía el fandanguillo de Turina y el trémolo de Tárrega. Nunca olvidaré que llevaba ese disco en mis manos como un tesoro inapreciable a la casa de mi amigo para escucharlo, y esa primera impresión que me produjo fue definitoria en cuanto a mi carrera se refiere. Otro detalle importante que influyó en mi profesión fue que en la citada casa de música se exhibían en las vidrieras para la venta varias guitarras «Simplicio» al precio de $400.00 pesos. Recuerdo que me paraba frente a la vidriera cada vez que tenía una oportunidad, las contemplaba largo rato y, pegado al cristal sin moverme, soñaba despierto que salía con una de ellas entre mis brazos. Pero reconozco que aún no era el momento para un instrumento de esa calidad. Primero tenía que ganármela y, lo más importante, estar preparado para ella.

Ya en esa fase de mi vida decidí pedirle a mi padre una guitarra y apoyo económico para tomar clases del instrumento. Es justo, y apegado a la más estricta verdad, decir que mis padres siempre me alentaron en todos mis proyectos y sueños; sin embargo, había algo que a mi padre le molestaba en relación con la vida del músico. Ese aspecto negativo o mácula consistía en que siempre había tenido la experiencia de que un «guitarrero» no era más que un juerguista trasnochador y que llevaba una vida vulgar y sin ambiciones de superación. Aunque accedió a comprármela, me puso una sola condición: que nunca consumiera bebidas alcohólicas cuando estuviera tocando y disfrutando del tiempo con mis amigos, exigencia que, sabiendo de las virtudes de mi viejo, era perfectamente comprensible. Por eso para mí era una cuestión de honor a su memoria ser fiel a ese requerimiento, y por supuesto que lo prometí y se lo cumplí religiosamente hasta el día de hoy.

Elías Barreiro y su primera guitarra.  Elías Barreiro a los14 años.

A. R.: Cuando te escucho me vienen a la mente con una nitidez tremenda los consejos de mi propio padre. Creo que cualquier progenitor que sienta un mínimo de responsabilidad por la crianza de su hijo tiene que evitar la menor posibilidad de que exista desvío del camino recto, hacer cuanto esté a su alcance para conducir y guiar a ese fruto que trajo al mundo con amor y firmeza. Pero bien, ¿entonces qué pasó con esa hermosa guitarra Simplicio que se encontraba en exhibición en la vidriera?

E. B.: Antonio, las guitarras que vendía la Casa Cabana eran prohibitivas en cuanto al precio, en ese momento tuve que optar por otras alternativas. Indagando aquí y allá encontré una en un rastro o casa de empeño que estaba situada en la calle República, casi esquina a la calle San José. El precio era de $ 8.00 pesos. Tenía cuerdas de metal, pues las de nylon no existían todavía, recuerda que estoy hablando del año de 1943. A partir de ese instante ya puedo decir que al menos tenía una guitarra, pero me faltaba quién me enseñara qué hacer con ella. Encontrar un maestro constituyó el objetivo de mi siguiente etapa.

2

LOS PRIMEROS MAESTROS DE GUITARRA

A. R.: ¿Quiénes fueron tus primeros maestros? Cuéntame esta etapa tan significativa de tu vida, que en un largo y difícil proceso de avances y tropiezos te permitió llegar a ser quien eres.

E. B.: Después de múltiples gestiones, conocí a Ruperto Carnesolta, guitarrista de origen jamaicano, quien tocaba muy bien (al menos yo lo vi así en ese momento de mi desarrollo). Ruperto tocaba con postillas de metal o uñas en los cuatro dedos para pulsar las cuerdas, y su posición de ataque podría decirse que era bien cercana a la técnica de hoy. Dominaba más de 20 piezas del repertorio conocido de la época, entre las que había algunas polcas, corridos, etcétera. También tocaba varias piezas, de las más fáciles, de Tárrega. Carnesolta no sabía leer música, y yo también ignoraba que la guitarra tenía repertorio escrito como los otros instrumentos. Tales características y limitaciones me obligaban a aprender mediante una reproducción mimética. Es decir, lo que él hacía yo trataba de tocarlo lo más parecido posible. Tal sistema, aunque elemental, me obligó a desarrollar la memoria y a captar al vuelo lo que tocaba, pues si no, ¿de qué forma podía aprenderme una pieza? De tal modo, al cabo de unos tres meses, interpretaba todo su repertorio, por lo que un día sorpresivamente me dijo: «Elías, ya no puedo darte más clases porque no tengo más nada que enseñarte».

Hoy, por supuesto, reconozco las limitaciones de esa fase de mi desarrollo, pero desde el punto de vista motivacional, y en cuanto a mi acercamiento al instrumento, jugó un papel fundamental. Por tal razón, guardo de su dirección y enseñanzas un grato recuerdo.

A. R.: Carnesolta representó para ti el primer contacto organizado con un sistema de ejecución del instrumento, que aunque elemental y con todas las carencias que pudiera tener, sin discusión, contribuyó a incrementarte la motivación, que es el motor impulsor que te «moviliza» hacia el objetivo que te traces —sin ese impulso o fuego interior, cualquier tarea resulta árida y efímera. En tu narración se aprecia que, dadas tus condiciones y avidez, devoraste sus fundamentos y cuanto podía darte, pero cuando no hay un orden cronológico ni metodológico dentro de un sistema o escuela, se producen sin remedio baches en el aprendizaje, retrocesos y hasta cambio de técnica, eventos que son capaces de afectar profundamente al implicado. ¿Cómo sobreviviste en tu empeño y le diste continuidad a un proyecto de vida, que el entorno no te propiciaba, es más podría argumentarse que para nada te era favorable?