Emilia Pardo Bazán y su fascinación por la criminología - Marisol Donis - E-Book

Emilia Pardo Bazán y su fascinación por la criminología E-Book

Marisol Donis

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Todo cabe en un libro como este. Crímenes reales, la pobreza como fuente del crimen y la capacidad extraordinaria de una mujer única para desentrañar la esencia de todo ello. Emilia Pardo Bazán se basaba en esos crímenes, que tanto llamaban su atención, para escribir novelas cortas. Pero dejaba siempre bien clara la diferencia entre crimen real y ficticio. Para ella, el crimen inventado es «cerebral, geométrico y matemático, tan distinto de la realidad humana y tan parecido a los problemas de ajedrez». Por eso mismo, por su imperfección, los crímenes reales eran de su máximo interés, hasta el punto de acudir al lugar del suceso para observar con sus propios ojos los detalles que se les escapaban a los cronistas y, después, opinar sobre todo ello en sus artículos. No dejaba en ellos títere con cabeza. Criticaba a los investigadores que no actuaban con profesionalidad en la inspección ocular de la escena del crimen. A las víctimas y a los asesinos, y lo hace con su peculiar gracejo y su libertad de pensamiento. Marisol Donis recoge el seguimiento que Emilia Pardo Bazán hizo de algunos de los crímenes más memorables y bárbaros de su tiempo: el crimen del pinar de Pericote; el de la calle San Andrés; los crímenes de la calle Fuencarral; los «mujericidios»… Nada le era ajeno, siguió y documentó una treintena de sucesos criminales, estafas, suicidios ampliados… Crímenes reales que no siempre eran resueltos por la mala investigación, lo que la llevaba a concluir, contrariada en no pocas ocasiones, al final de sus artículos: «El asesino no ha sido habido». Puro Emilia Pardo Bazán. Puro deleite para todos sus lectores.

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Marisol Donis es farmacéutica, criminóloga y escritora.

Después de casi veinte años ininterrumpidos al frente de su propia farmacia, dio un giro profesional y obtuvo el título de especialista superior en Criminología, que completó con el curso de diploma de graduada en Criminología. Presentó la tesina, que obtuvo un sobresaliente cum laude, y se publicó como libro en 2003. A partir de ahí realizó diversos cursos de biología forense y medicina legal, entre otros.

Como articulista ha publicado más de cien artículos en revistas y periódicos y colabora con sección propia en la revista Pliegos de Rebotica.

Como escritora de ensayos, es autora de Crímenes pasionales en Madrid (2000), Envenenadoras (2002), Influencia del síndrome premenstrual en la criminalidad femenina (2003), Hasta que la muerte os separe (2004), Víctimas de la justicia (2006), Sirvientas asesinas (2011), El hombre del saco ya no es un extraño (2012), Sucedió en Madrid (2015) y Anfitrionas: crónicas y cronistas de salones: 1890-1930 (2021).

Citada en varias tesis doctorales, ensayos y artículos periodísticos, participa en jornadas, conferencias y mesas redondas sobre criminología y crónica rosa histórica del siglo XIX y comienzos del XX, y ha recibido tres premios de Patrimonio Histórico Farmacéutico AEFLA (Asociación Española de Farmacéuticos de Letras y Arte).

Todo cabe en un libro como este. Crímenes reales, la pobreza como fuente del crimen y la capacidad extraordinaria de una mujer única para desentrañar la esencia de todo ello.

Emilia Pardo Bazán se basaba en esos crímenes, que tanto llamaban su atención, para escribir novelas cortas. Pero dejaba siempre bien clara la diferencia entre crimen real y ficticio. Para ella, el crimen inventado es «cerebral, geométrico y matemático, tan distinto de la realidad humana y tan parecido a los problemas de ajedrez». Por eso mismo, por su imperfección, los crímenes reales eran de su máximo interés, hasta el punto de acudir al lugar del suceso para observar con sus propios ojos los detalles que se les escapaban a los cronistas y, después, opinar sobre todo ello en sus artículos.

No dejaba en ellos títere con cabeza. Criticaba a los investigadores que no actuaban con profesionalidad en la inspección ocular de la escena del crimen. A las víctimas y a los asesinos, y lo hace con su peculiar gracejo y su libertad de pensamiento.

Marisol Donis recoge el seguimiento que Emilia Pardo Bazán hizo de algunos de los crímenes más memorables y bárbaros de su tiempo: el crimen del pinar de Pericote; el de la calle San Andrés; los crímenes de la calle Fuencarral; los «mujericidios»… Nada le era ajeno, siguió y documentó una treintena de sucesos criminales, estafas, suicidios ampliados… Crímenes reales que no siempre eran resueltos por la mala investigación, lo que la llevaba a concluir, contrariada en no pocas ocasiones, al final de sus artículos: «El asesino no ha sido habido». Puro Emilia Pardo Bazán. Puro deleite para todos sus lectores.

Emilia Pardo Bazán

y su fascinación por la criminología

Emilia Pardo Bazán

y su fascinación por la criminología

MARISOL DONIS

 

Primera edición: septiembre de 2023Primera edición digital: septiembre de 2023

Para Josep Forment, siempre con nosotros

Publicado por:

EDITORIAL ALREVÉS, S.L.

C/València, 241, 4.º

08007 Barcelona

[email protected]

www.alreveseditorial.com

© 2023, Marisol Donis

© de la presente edición, 2023, Editorial Alrevés, S.L.

© de la imagen de portada, 2023, Arquivo da Real Academia Galega

Printed in Spain

ISBN: 978-84-18584-84-8

Código IBIC: BTH

Producción del ePub: booqlab

Queda rigurosamente prohibida, sin la autorización por escrito de los titulares del «Copyright», la reproducción total o parcial de esta obra por cualquier medio o procedimiento mecánico o electrónico, actual o futuro, comprendiendo la reprografía y el tratamiento informático, y la distribución de ejemplares de esta edición mediante alquiler o préstamo públicos. La infracción de los derechos mencionados puede ser constitutiva de delito contra la propiedad intelectual (Art. 270 y siguientes del Código Penal). Diríjase a CEDRO (Centro Español de Derechos Reprográficos) si necesita fotocopiar o escanear algún fragmento de esta obra. Puede contactar con CEDRO a través de la web www.conlicencia.com o por teléfono en el 91 702 19 70 / 93 272 04 47.

A la gente le gusta mucho hablar de crímenes y, noatreviéndose a matar, ejecuta con la lengua.

MAX AUB

Dos guapos discuten sobre quién es más animal de los dos,y después de jactancias y amenazas se lían a puñaladas.

EMILIA PARDO BAZÁN

La humanidad es un conjunto de sentenciados a muerte,se ha dicho hasta la saciedad. Pero se olvida a cada minuto:olvido benéfico, que hace posible y hasta agradablela permanencia más o menos larga en la capilla.

EMILIA PARDO BAZÁN

ÍNDICE

PRÓLOGO

INTRODUCCIÓN

Los crímenes de la calle Fuencarrals

El Justiciero

El crimen de la calle San Andrés

El crimen del Pinar de Pericote

Doménech: el mejor tomador de alfileres de corbata

Balance de comienzos de siglo

El novio era ella

El caso del pintor Luna

El crimen de Locubín

El crimen de Órdenes (Ordes)

Mamed Casanova

El proceso Humbert

El caso de la mujer martirizada

El canesú, el duro y… lo otro

El crimen del Huerto del Francés

El crimen de la calle Mayor

Los curas que matan

La secuestrada de Poitiers

Parricidio en Comesaña (Vigo)

El crimen de la calle del Carmen

El asesinato de Vicenta Verdier

Socialicidios

El crimen del capitán Sánchez

El crimen de don Nilo

Suicidio por amor

Hebefrenia

Mujericidios

La mujer delincuente

El oscuro secreto de Emilia Pardo Bazán

Verdad: drama en cuatro actos

EPÍLOGO

BIBLIOGRAFÍA

HEMEROGRAFÍA

PRÓLOGO

Esto es algo que he contado en más ocasiones, pero no me canso de repetir la historia porque, más allá de volver a mis orígenes es, de algún modo, regresar a los cimientos, a las bases: crecí en Galicia en un mundo nuevo, el de una Transición que muchos adultos, para bien o para mal —ahora lo sé— no terminaban de creerse, y en mi infancia lluviosa de niña siempre enferma mis padres me alimentaron con libros y me hicieron creer en una santísima trinidad de mujeres gallegas inteligentes, sabias y rompedoras compuesta por Rosalía de Castro, Concepción Arenal (ferrolana como yo) y doña Emilia Pardo Bazán.

Recuerdo todavía, como si fuera hoy, la tarde encamada en que mi madre me ofreció para leer, posiblemente a una edad en la que igual no me convenía, por lo truculento, la antología Un destripador de antaño y otros cuentos, publicada por Alianza y firmada por doña Emilia. Imagino, supongo, que el «cuentos» de la cubierta la animó a probar con esa lectura, aunque es posible que a esas alturas, conmigo siempre enferma, con casi todos los libros «para mi edad» de la casa devorados ya por mí, con escaso tiempo a bajar a comprar algún otro porque, al fin y al cabo, era una de las pocas madres trabajadoras, y mucho, que yo conocía y el día no le daba para más, muchas más opciones no tenía. El caso es que empecé, quizá con siete u ocho años, y me sumergí en una Galicia que ya conocía pero que tenía un reverso tenebroso que me fascinó: la Galicia de los bosques de siempre, pero poblados por sacamantecas, de las niñas amenazadas, de los deseos oscuros, de las mujeres, libres o no, sometidas o no, indefensas o no, que se atrevían a actuar, a huir, a tomar decisiones valientes o desesperadas.

Esos cuentos de doña Emilia me abrían no solo nuevos mundos —porque, al fin y al cabo, ese mundo me era familiar y conocido, era la Galicia de aldea donde aún vivían mis abuelos, de la vaca como sustento familiar, de las leyendas y contos sobre la Santa Compaña y aparecidos al calor de la lareira en noches que parecían eternas—, sino, también, los ojos. Porque por primera vez alcancé a intuir algo que comprendería años después: que el lobo feroz, tal vez, no era un personaje del todo literal, sino un trasunto, una metáfora, una encarnación de otro tipo de personajes mucho más reales, más posibles y cercanos quizá, mucho más temibles y tenebrosos. Y entendí también, en esas historias, o más bien percibí, esa vaga sensación de amenaza, de que justo ahí, en el límite de lo que no alcanzamos a ver, un poco más allá del rabillo del ojo, persiguiéndonos allá donde vayamos, pero siendo tan rápidas como para esconderse a toda velocidad si volvemos raudas la cabeza, nos observan, y esperan, las sombras. Unas sombras que están ahí todos los días, que conviven con nosotros, que son, en el más aterrador sentido de la palabra, cotidianas.

En los cuentos de doña Emilia, una idílica o, cuando menos, tranquila vida normal se podía volver tremendamente desgraciada de la noche a la mañana, y han tenido que pasar varias décadas y muchos libros por mi vida para que alcanzase a comprender los porqués y los mecanismos y motivos de la maestría de la Pardo Bazán al narrar, de un modo tan fluido, tan veraz, tan certero, esa especie de aleatoriedad del mal, ese poder suyo para alterar y malograr, en apenas un segundo, la vida de cualquiera, del más incauto, del más inocente de nosotros. Buena parte del mérito de este descubrimiento lo tiene Marisol Donis.

Yo sabía, no desde niña, pero sí desde mi adolescencia, de los amores de doña Emilia con Pérez Galdós. Mi madre —no podía ser de otra manera, porque doña Emilia no hace lectoras, hace rehenes de su talento— tenía por casa una edición, creo que de las primeras que se publicaron, porque todo lo poco que aparecía de la autora ella lo devoraba, de la correspondencia de la Pardo Bazán con Galdós. Además de las coñas con el «miquiño mío» y otras osadías y calenturas verbales de la autora en sus misivas hacia Galdós, una de las cosas que me contó sobre los autores fue de la trascendencia y de la dilatada carrera de Galdós. Mi madre era muy inteligente hablándome de sus lecturas, porque todo me lo contaba desde la anécdota, desde el detalle llamativo. Y eso, para una niña de seis, de ocho, de doce años, es el mayor de los anzuelos para estimular el afán por leer esos libros, a esos autores.

Galdós, para mí, no era tanto el autor de los «Episodios nacionales», o ni siquiera de Fortunata y Jacinta —esa serie que por aquel entonces causaba furor en TVE— como el cronista de algunos de los sucesos más sangrientos de su tiempo, como el simpar crimen de la calle Fuencarral. Y ahí, de nuevo, volvía a aparecer doña Emilia. Yo me preguntaba, instalada en la anécdota en mi mente de preadolescente, ajena a los datos y a los tiempos, cómo podría ser la relación entre el avezado periodista de sucesos y toda una condesa… Y, de nuevo, vuelvo a Marisol, porque ella es quien, en este libro que tenemos entre manos, me trae las respuestas, una de las muchas y contundentes verdades de doña Emilia, y es que en realidad resultaba muy pueril por mi parte —a ver, lógico, lectores: que yo era entonces una niña nacida en una agonizante dictadura— pensar que el interés de una mujer, de cualquiera, pero de la Pardo Bazán en particular —¡buena era ella!—, como en este caso los crímenes reales, los sucesos, pudiera venir inspirado por un hombre. No, esa quemazón suya, esa ansia por desentrañar los mecanismos de la violencia cotidiana, cercana, doméstica, el crimen pesetero de la criada maltratada, del vecino avaricioso, del marido posesivo, le venía de dentro, de muy atrás, incluso se diría que de las entrañas mismas, muchísimo antes de conocer a Galdós e, incluso, mucho antes de que se despertara en ella ese interés —que Marisol también nos narra— por la novela detectivesca y procedimental y por los estudios de criminología forense.

Cierto, doña Emilia era puntual lectora no solo de Conan Doyle y las hazañas de su muy particular Sherlock Holmes, sino también de los mayores expertos en el estudio de la ciencia forense de su tiempo. Y, como era típico en ella, no se conformaba con ser lectora, sino que era lectora disconforme, movida siempre por su espíritu crítico y librepensador que la llevó primero a estudiar, analizar, devorar todas estas lecturas; después, a escribir el considerado relato fundacional del género negro español, su famosa La gota de sangre y, también, a manifestar en no pocos artículos su decepción para con Conan Doyle y las claves de su narrativa —tramposa, facilona, forzada, irreal según ella— y, por supuesto, también con los hombres de ciencia que, de ciencia forense, no se cortaba en decirlo con claridad, se quedaban bastante cortos.

Porque ella, como casi siempre, iba mucho más allá, sabía más, sabía mejor y sabía, principalmente, porque no se conformaba con la teoría. Doña Emilia, como nos cuenta Marisol en esta obra que para mí es puro vicio, puro deleite, tomó la realidad como modelo y objeto de estudio, se propuso descubrir, ver, comprender los porqués del crimen real y, para ello, tomó el camino que tal vez hoy nos resulte más directo, más obvio, más fácil pero que, en un tiempo como el suyo, para una mujer como ella, fue todo un acto de valentía y libertad, que es algo que ella, hasta el final, fue siempre y con todas las consecuencias. Y con su polisón y su sombrero y su corsé y su sombrilla, ni corta ni perezosa, cruzó el umbral de su puerta y bajó a la calle. Si había ocurrido algún suceso en el Madrid donde vivía, en cuanto le llegaba la noticia, ni corta ni perezosa no dudaba en acercarse al lugar de los hechos para ver con sus propios ojos el escenario, hablar con los vecinos, sacar sus propias conclusiones, preguntarse por qué.

Pudo, así, hacer lo que siempre hacía: pensar por ella misma. Y, desde sus artículos, además de sacar los colores a la Policía que en aquel tiempo investigaba (mal) y tomaba pruebas (peor), fue capaz de empatizar con víctimas y, si se daba el caso, criminales, de contarlo con objetividad y propiedad, sin escatimar en detalles, sin ahorrarse sus conclusiones ni sus juicios, sin evitar apabullar con su inteligencia y, sí, con su propio dominio de sus conocimientos forenses.

Emilia Pardo Bazán fue, tal y como Marisol Donis la nombra en el título de este libro, una criminalista por derecho propio. Siguió los sucesos más relevantes de su tiempo, acudió al lugar de los hechos, tomó testimonios, estudió datos, detalles, informes científicos… Es aventurado, pero no imposible, afirmar que, en muchísimas ocasiones, las más de las veces, sabía más sobre ciencia forense que los propios investigadores. Y, con todo ello, ¿qué hizo?

Escribir. Escribió relatos y novelas, y en muchas de ellas recurrió a lo que había visto, a lo que sabía, a lo que la experiencia real le había demostrado. Por eso, ¡por eso!, aquel destripador que leí de niña me aterró tanto… Porque latía, debajo de su piel, un poso de realidad, la certeza de un mal presenciado y auténtico por más que se tratase de un personaje de una obra de ficción.

Pero también escribió infinidad de artículos. Y ahí está nuestra criminalista.

Marisol Donis, con afán de arqueóloga, armada con un cepillo de dientes con el que ha ido quitando el polvo acumulado en miles de legajos y periódicos antiguos, con la precisión del entomólogo armado con su red que se adentra en la selva dispuesto a atrapar a la más bella mariposa, ha buscado, leído y recopilado la vasta producción periodística de doña Emilia y, de entre toda ella, ha entresacado, organizado y dado luz con sus explicaciones a sus crónicas y artículos de opinión sobre algunos de los crímenes más populares, llamativos y terribles de su tiempo. Pero no se trata solo de recopilar el suceso, sino de poner luz sobre su punto de vista, sus opiniones, tan brillantes, tan certeras, tan rabiosamente actuales.

Leer lo que doña Emilia opina sobre lo que ella llamaba «mujericidios» no nos puede dejar indiferentes. Es aterrador, y escandaloso, y estremecedor comprobar que, mucho más de un siglo después, seguimos prácticamente en las mismas, y casi a una le pide el cuerpo recuperar el término creado por ella, mujericidios, por ser más crudo, más verdad, más certero, que el mucho más eufemístico «violencia de género» para nombrar un problema, un mal, una endemia, que nos sigue atenazando hoy más que nunca, ahora que algunos la pretenden negar.

Pero la luz, la chispa, el fogonazo que da sentido a todo en este libro que es todo él brillante y luz, la revelación para mí, para la niña, para la adolescente, para la escritora, para la heredera de una pasión por doña Emilia que es parte de mi historia y de mi familia, tiene que ver con el capítulo dedicado a un crimen que para Emilia Pardo Bazán, más que estudio o trabajo de campo, es personal. Ahí, creo yo, está el germen de todo.

No diré qué crimen es porque una editora que se precie en una editorial dedicada al género negro como Alrevés jamás osaría destripar el final de una buena trama, pero lean este libro, por favor, absolutamente recomendable, y descubrirán el porqué, la espoleta, el motivo íntimo y personal de doña Emilia.

No se arrepentirán, Marisol Donis ha hecho un trabajo magnífico. Ella, y doña Emilia, siempre valen la pena.

MERCEDES CASTRO

INTRODUCCIÓN

Las hazañas de los detectives de ficción han impuesto al público, ávido de este tipo de literatura, una imagen falsa sobre la investigación criminal y la criminología. Sherlock Holmes en solitario, con una lupa y la observación minuciosa correspondiente, resolvía los casos más complicados, al igual que Hércules Poirot con sus «células grises» y la señorita Marple con sagacidad y unas dotes de observación fuera de lo común, sin olvidar que cualquiera de ellos tenía la gran suerte de que el asesino confesaba su crimen a nada que se les presionara. Parecía que fuera innecesaria la toma de muestras, los hábiles interrogatorios de los investigadores… Nada de eso se necesitaba mientras Sherlock Holmes encendía su pipa, Poirot atusaba su bigote y Miss Marple hacía calceta. Así de sencillo. Aunque es justo reconocer que Arthur Conan Doyle puso en boca de su detective de ficción frases que parecían sentar las bases de la criminalística: «Hace mucho que los criminales dejan huellas, producen alguna abrasión o marcas que pueden ser detectadas por algún buscador científico».

En la mayoría de las novelas policíacas aparece un cuerpo de policía torpe, con investigadores tontorrones y despistados. Frente a ellos, los detectives o los espontáneos como la señorita Marple o el inválido de La ventana indiscreta son los superhéroes que todo lo ven y todo lo saben.

En la vida real, otra espontánea, con grandes dotes detectivescas y mucho sentido común, Emilia Pardo Bazán, creó un detective aficionado llamado Ignacio Selva del que no debió de quedar satisfecha. Ella no llegaría a conocer a Poirot ni a Miss Marple, ideados por Agatha Christie, pues falleció antes de que se publicara El misterioso caso de Styles, primera novela de la autora inglesa que llegaría a las librerías españolas con el retraso habitual de toda novedad literaria.

Pardo Bazán sí adquirió los seis tomos de las hazañas de Sherlock Holmes, los leyó sin saltarse una línea y dictó su veredicto: «El bajo nivel actual del arte de contar en Inglaterra se revela palmariamente en estos relatos, que le han valido, a su autor o a sus editores, millonadas, y que recorrerán el mundo con aureola de popularidad». Dedica la autora palabras muy duras a Conan Doyle y considera novelajas a las protagonizadas por Holmes, además de calificar de incapaz a su creador, y de salir de una misma fórmula, invariable: «Seguro está de la flema de su público, de que nunca se quejará de que le sirvan el mismo potaje de judías, que no se toma ni el trabajo de aparentar que busca esa diversidad que es madre del goce y del recreo; al contrario, dijérase que habiendo observado cuánto gusto dio a los señores la anterior historia, se esmera en volver a narrarla, con solo las variantes necesarias para cobrar por ella un buen puñado de chelines, mejor dicho, de libras».

La escritora atribuye el éxito de las novelas de Holmes en los países anglosajones a que la raza no es de ardiente imaginación y el autor respeta la exigencia de moralidad; ni por casualidad se desliza en el texto una frase escabrosa. El terrible elemento pasional, tan frecuente en el crimen, ni asoma.

Emilia Pardo Bazán guardaba muchísimos libros en cajones de madera cerrados con clavos, esperando la hora en que la reducida estantería de la Granja de Meirás se convirtiera en una gran biblioteca que ya estaba construyendo. Ella explicaba: «Nada requiere tan buena y cómoda colocación, tan a mano, tan fácil y ordenada, si se ha de beneficiar la lectura; porque tener libros amontonados y revueltos equivale a no tenerlos; y nada ocupa más espacio». Recuerda el caso de Thomas de Quincey, que alquilaba una casa e iba metiendo y apilaba en ella libros y más libros, folletos, papeles, hasta que apenas quedaba un estrecho pasillo para transitar. Echaba la llave a la casa y alquilaba otra también para rellenarla.

Doña Emilia solía encontrar en los libros, a los que quería bien porque «al no ser personas, no pueden dar mal pago», las huellas del dientecillo de ratón.

Voraz lectora de todo tipo de temas, disfrutaba especialmente de las historias de detectives, aunque solo fuera para después criticarlas. Cuando se cometía un crimen verdadero sacaba a relucir sus dotes detectivescas. Ella misma explicaba que todos llevamos dentro algo de instinto policiaco; al leer en la prensa el relato de un crimen experimentaba deseos de verlo todo, los sitios, los muebles e intentar encontrar la pista del criminal.

Había leído toda la colección de Causas criminales y mundanas del escritor francés Albert Bataille y conocía, a través de la lectura, los trabajos de campo de Cesare Lombroso con sus teorías del «reo nato»; de Garófalo y de Ferri.

A Cesare Lombroso, médico, psiquiatra, antropólogo y político italiano, nacido en Verona, se le considera el fundador de la moderna criminología desde que, en 1876, publicó su Tratado antropológico experimental del hombre delincuente. Pero hasta llegar a esa fecha su vida está llena de luces y sombras. Logra muy joven su título de doctor en Medicina con una tesis sobre el cretinismo en Lombardía, descubre las propiedades desinfectantes del alcohol y eso evita muchas muertes por heridas de guerra cuya gravedad se debía a la infección, sienta las bases experimentales de la ciencia psiquiátrica y antropológica, escribe doce libros y funda, en 1867, la primera revista psiquiátrica de Italia. Y por en medio le dio tiempo a contraer matrimonio del que nacerían cuatro hijos.

En 1871, observa el cráneo del bandolero Villella, encontrando una serie de deformaciones craneales, entre ellas la famosa foseta occipital, que le hacen pensar que puedan estar relacionadas con la criminalidad. Ese mismo año es nombrado director del manicomio San Benedetto de Pésaro y, en 1872, publica el libro Memorias sobre los manicomios criminales. Se obsesiona con la idea de que existan manicomios para criminales y que no estén encerrados en prisiones. Centra sus estudios en la población reclusa y acumula una serie de datos que al confrontarlos arrojan asombrosas conclusiones, pues a más anormalidades más gravedad en los delitos cometidos.

Surge el concepto de «atavismo» y, en 1880, es aprobada la creación de manicomios judiciales. Es famosa su tipología en la que destaca el «reo nato», para la que utilizó el método empírico, viendo más de cuatrocientas autopsias de delincuentes y seis mil análisis de delincuentes vivos.

Para Lombroso existían seis grupos de delincuentes: el nato, el loco moral, el epiléptico, el loco, el ocasional y el pasional. Esa tipología se consolida con su obra L’uomo delinquente. En su opinión, el delincuente nato es una subespecie humana, degenerado, atávico, marcado por una serie de estigmas que se trasmiten por vía hereditaria: frente huidiza, gran desarrollo de los arcos supraciliares, orejas en forma de asa y una enorme foseta occipital. Insensibilidad al dolor, inestabilidad afectiva, etcétera.

Lombroso también dio importancia a la clase social, manifestando que la criminalidad violenta era propia de las clases sociales bajas, deprimidas, y los delitos fraudulentos propios de la clase alta.

Igualmente realizó estudios sobre mujeres delincuentes. En su opinión, la mujer delincuente es doblemente anormal, «por ser mujer y por ser delincuente», aunque no llega a considerarla un subtipo. A su juicio, la prostitución sería el fenómeno atávico específico de la mujer, y no la criminalidad. Delinque menos, pero es más peligrosa que su homónimo masculino. Desde muy joven, Lombroso pretendió demostrar que la inteligencia era enemiga de las mujeres. Debió de llevarse una gran sorpresa cuando la segunda de sus cuatro hijos, Gina, se doctoró en Medicina y Letras, realizando una brillante tesis doctoral sobre la utilización social de los degenerados.

Cesare Lombroso era partidario de la pena de muerte, porque de esa manera desaparecería la «raza criminal». Finalmente, fallece en Turín el 18 de octubre de 1909 a los setenta y cinco años.