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Testigo privilegiado del quehacer de Fidel Castro durante el primer año de la Revolución Cubana como Primer Ministro del Gobierno Revolucionario, el autor relata y devela pasajes, anécdotas, sucesos claves para la consolidación del Comandante en Jefe como líder del radical proceso, siempre desde la perspectiva del amigo, el compañero de luchas y el admirador confeso. En este primer volumen de la trilogía "En marcha con Fidel", Núñez Jiménez desglosa los intensos procesos de justa redistribución de las riquezas a los campesinos beneficiados por la Ley de Reforma Agraria; las primeras agresiones y traiciones que sufre la Revolución; las primeras manifestaciones masivas de apoyo popular a Fidel; el diálogo estrecho que establece con los sectores más anónimos y desfavorecidos hasta el momento; sus preocupaciones por desarrollar el turismo, la agricultura, el arte; además de curiosos acontecimientos que resultan verdaderas aventuras.
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Seitenzahl: 525
Veröffentlichungsjahr: 2017
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Tomado de la edición de 1998, Fundación Antonio Núñez Jiménez-Letras Cubanas.
Edición para e-book: Antonio Enrique González Rojas
Edición base: Rosario Esteva
Imagen de cubierta:Fidel Castro Ruz, óleo de Orlando Yanes
Diseño y composición: Madeline Martí Sol
ISBN 978-959-06-1702-7
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Para Ñico:
Bernal Díaz de esta guerra de liberación con el cariño de un Capitán Guerrillero
Dedicatoria al autor, del Comandante Ernesto Che Guevara en su libro La Guerra de Guerrillas, en 1959.
A CELIA
El caudal de los pueblos son sus héroes
José Martí
El autor agradece la revisión de este libro a los compañeros Jorge Enrique Mendoza, William Gálvez, Lupe Velis, Pablo Armando Fernández, Waldo Argüelles, Mercedes Sánchez, Héctor Hernández Pardo y Luisa Fernández. A Eugenio Pérez Ferrer por su labor de computación.
El título de esta obra, En marcha con Fidel, relata el andar heroico de todo un pueblo junto a su Comandante en Jefe Fidel Castro Ruz, jefe a los veintisiete años del ataque al Cuartel Moncada, el 26 de Julio de 1953; condenado a prisión en la Isla de Pinos; organizador de la expedición del Granma y de la lucha guerrillera desde finales de 1956 al Primero de Enero de 1959; Primer Ministro del Gobierno Revolucionario; fundador del primer Estado Socialista del Hemisferio Occidental y vencedor junto a su pueblo en las arenas de Playa Girón, primera derrota militar del imperialismo yanqui en América, 1961. Estadista inclaudicable en la Crisis del Caribe ante la amenaza atómica por parte de Estados Unidos, 1962; guía del pueblo en la Lucha Contra Bandidos, 1961-1962; líder de la resistencia contra el bloqueo establecido contra Cuba durante más de treinta y cinco años; luchador internacionalista de siempre.
El autor no considera esta obra una historia del proceso revolucionario cubano, sino solo un testimonio de lo que vivió o sintió, animado a veces con algunas anécdotas en la búsqueda del perfil humano del personaje central del libro, apoyado en una extensa documentación y en discursos pronunciados por Fidel, en los cuales se hallarán no solo —como nos dijera en cierta ocasión Gabriel García Márquez— los mejores reportajes de la Revolución Cubana, sino también las más elevadas muestras de pedagogía política.
Nuestro objetivo al escribir distintos vólumenes de En marcha con Fidel, referentes a cada uno de los cuatro primeros años de nuestro proceso revolucionario, es el de dar a conocer lo mejor posible, sobre todo a las nuevas generaciones, el evidente y singularísimo papel que ha desempeñado Fidel en la construcción de la Sociedad Socialista, en la cual al ser derrocado el antiguo régimen, aún no contábamos con el nuevo Estado. Esta falta de organización inicial tuvo que suplirse parcialmente, en ausencia de un verdadero Partido y de instituciones adecuadas, por el titánico esfuerzo de un genio que ha sabido interpretar cabalmente las mejores aspiraciones de su pueblo.
Fidel, con sus dos brillantes estrellas de Comandante en Jefe sobre los hombros, a su llegada triunfal a La Habana, no se alojó en palacios oficiales, ni apartó de sus manos el fusil redentor, ni se despojó de su mochila serrana; su trabajo desbordó los límites del despacho y fue al seno de su pueblo, a las ciudades, a las ciénagas, a las cordilleras y a las costas donde su presencia estimuló el entusiasmo creador de todos.
En esta labor inicial estuvieron a su lado Raúl Castro, Ernesto Che Guevara, Juan Almeida, Ramiro Valdés, Guillermo García, Armando Hart, Celia Sánchez, Vilma Espín y, hasta octubre de 1959, el inolvidable Camilo Cienfuegos y toda la pléyade de compañeros sobrevivientes del Moncada, la Sierra y el Llano; Blas Roca, Carlos Rafael Rodríguez y todo el pueblo.
Fidel dirigió la Reforma Agraria y con el apoyo de sus compañeros de lucha, ninguno de los cuales poseía la experiencia requerida, elaboró los primeros planes económicos y delineó la estrategia del desarrollo agrícola e industrial. Orientó la construcción de caminos y carreteras en zonas aisladas; fundó las primeras cooperativas de carboneros y pescadores en la Ciénaga de Zapata y en Manzanillo; desarrolló las Tiendas del Pueblo; creó las granjas estatales e impulsó la Campaña de Alfabetización, así como la fundación del Sistema Nacional de Becas y llevó la educación hasta los rincones más apartados del país. Alentó a la juventud a ingresar en los primeros Institutos Tecnológicos, de los cuales saldrían años después los cuadros técnicos y de investigación de los organismos científicos de la caña de azúcar y otros; invitó a los profesores y estudiantes universitarios a salir de sus claustros para adquirir conciencia directa de los problemas concretos de la nación. Sensible ante las necesidades de asistencia médica, dedicó sus mejores esfuerzos a la creación del Servicio Médico Rural. Así, por primera vez en la Historia de Cuba, llegaron médicos y enfermeras a nuestras serranías y llanuras más apartadas.
En la lucha contra los destrozos de los huracanes, orientó la creación del Instituto de Meteorología; desarrolló sobre el terreno las ideas iniciales para el turismo nacional e internacional en Playa Girón, Isla de Pinos, Cayo Largo, San Diego de los Baños, Gran Piedra y Ciénaga de Zapata.
Fue en aquellos años iniciales que surgió la Reforma Urbana y se alentó la fundación del ICAIC (Instituto Cubano del Arte e Industria Cinematográficos), la Imprenta Nacional y luego el Instituto Cubano del Libro, la Academia de Ciencias de Cuba, el Centro Nacional de Investigaciones Científicas, el Instituto de Ciencia Animal y toda una serie de nuevos ministerios e instituciones, imprescindibles para las necesidades de un país en Revolución.
Al iniciarse las actividades contrarrevolucionarias, armó las primeras milicias campesinas desde la Gran Caverna de Santo Tomás, en la Sierra de los Órganos.
También fue la época en que Fidel trabajó sin descanso en la creación, primero, de las Organizaciones Revolucionarias Integradas, el Partido Unido de la Revolución Socialista y, finalmente, del Partido Comunista de Cuba; forjó la unidad de la clase obrera y su alianza con la campesina; la Asociación de Jóvenes Rebeldes, hoy Unión de Jóvenes Comunistas; la Federación de Mujeres Cubanas, los Comités de Defensa de la Revolución, la Asociación Nacional de Agricultores Pequeños y la Unión de Pioneros de Cuba.
El trabajo que desplegó el Comandante en Jefe en aquellos primeros años constituye la sólida base del Socialismo de hoy. El orden y la planificación actuales son dialécticamente hijos de aquel aprendizaje imprescindible de una realidad de la que fue necesario partir.
Desde la toma misma del poder revolucionario, el pueblo vio a Fidel viajar por los más recónditos parajes de Cuba. Sin esos recorridos, sin sus orientaciones directas, sin su gestión de unidad nacional, sin su conocimiento verdadero de las necesidades concretas del pueblo, no hubiera sido posible la organización actual.
Estos relatos de los años iniciales de la Revolución, con énfasis en los perennes viajes de Fidel a fábricas y campos agrícolas, escuelas y minas, instituciones y centrales azucareros, muestran, en parte, cómo se fundamentó el Primer Estado Socialista del Nuevo Mundo.
Paralelamente a la institucionalización de la Revolución en su doble ámbito de Partido y Estado, Fidel se vio obligado, por su sentido de responsabilidad y por su espíritu de entrega total a la Patria y a la Humanidad, a sacrificar su temperamento y abandonar, en cierta medida, su método de constante movimiento por todo el país, para sustituirlo por despachos sistemáticos en el Palacio de la Revolución y presidir con disciplina ejemplar las reuniones del Buró Político, del Comité Central, del Comité Ejecutivo del Consejo de Ministros y participar en las sesiones de la Asamblea Nacional del Poder Popular y en otras muchas actividades oficiales.
Ese cambio hacia las labores inherentes al Estado es un ejemplo más de sacrificio que nuestro Comandante en Jefe ofrenda a su pueblo.
Prédica constante de Fidel a lo largo de los años del poder revolucionario ha sido la necesidad de que sus compañeros hagan de la modestia un arma y alejen de sí toda manifestación de culto a la personalidad. A las pocas semanas de la Victoria de Enero, ordenó derribar el primer monumento que el pueblo agradecido había levantado en su honor y después hizo aprobar un decreto del Gobierno Revolucionario por el cual se prohibía colocar retratos de dirigentes vivos en las dependencias oficiales.
Si asombra conocer día a día, año tras año, el abnegado trabajo de Fidel al frente de la Revolución, su labor desplegada en el orden de la política y la ideología, su obra en la preparación combativa del pueblo y de su economía, en la creación y consolidación de las organizaciones estatales y partidaria, de su perenne tarea educadora y de la brega en el campo internacional, no es menos admirable constatar que Fidel haya salido ileso de los incontables combates y avatares en los que se ha visto inmerso desde las cruentas luchas juveniles en la Universidad de La Habana, en la hecatombe del Bogotazo, en los preparativos de Cayo Confites contra el régimen de Trujillo, en el ataque al Cuartel Moncada, en los intentos de Batista por asesinarlo cuando fue hecho prisionero en las montañas de la Gran Piedra y en la cárcel de Boniato o en la travesía y desembarco del Granma, y de ahí en el interminable rosario de combates guerrilleros en la Sierra Maestra o en las decenas de planes organizados por la Agencia Central de Inteligencia contra su vida o en medio de la explosión de “La Coubre”, o en las escaramuzas libradas después del Triunfo de la Revolución contra las bandas armadas en la Sierra Maestra, el Escambray y otras regiones de Cuba, o en Playa Girón, sin contar que igualmente en los desastres naturales siempre se ha puesto al frente del pueblo en las labores de salvamento y reconstrucción. Recordemos su acción en medio del ciclón “Flora”.
A lo largo del triunfo que media desde el Moncada hasta hoy, es natural que los dirigentes revolucionarios hayan cometido errores. Fidel no ha sido una excepción, ni podía serlo. Dirigir una revolución y construir una nueva sociedad es, en parte, como avanzar por tramos, en tinieblas, entre dudas. Lo excepcional de Fidel, en su condición de dirigente máximo de la Revolución Cubana, ha sido su altísimo espíritu autocrítico. En momentos decisivos como la histórica zafra no lograda de los diez millones de toneladas de azúcar, para citar solo un caso, supo echar toda la responsabilidad sobre sus hombros.
En cierta ocasión un campesino, al referirse a la genialidad de Fidel, en gráfico símil guajiro expresó: “Fidel tiene luz de carretera, mientras nosotros tenemos luces de ciudad”.
Y a un obrero le oí decir, años después de la Victoria de Enero de 1959: “Fidel a veces es como la oposición de Fidel”, viva imagen de la entrañable dialéctica que caracteriza la actuación revolucionaria del Comandante en Jefe. Ocasionalmente se ha opuesto a sus concepciones anteriores y ha variado en un momento dado lo que antes había sustentado, porque cambiaron las circunstancias, y porque jamás se ha aferrado a un dogma. Así, en otra ocasión un periodista extranjero le señaló que su exposición sobre política internacional significaba un cambio de sus anteriores criterios, y Fidel lo atajó diciéndole que en realidad lo que había variado era la situación internacional.
No se le puede medir solamente como a un gobernante ni como a un estadista. Es el maestro de un pueblo porque ha sabido ser, al mismo tiempo, su discípulo más extraordinario. Es un creador en la misma medida en que es una creación de su propio pueblo.
Al destacar en esta introducción el papel de la personalidad en la Historia y de los factores casuales, el lector debe dar por sentado la filosofía marxista del autor y, por ende, del materialismo histórico; es decir, nuestra concepción de que el motor fundamental de la Historia es el desarrollo de las fuerzas productivas, la lucha de clases y el juego de los hechos económicos, y que solo dentro de este contexto nos permitimos enfatizar los matices más sutiles de una personalidad y sus acciones, envueltas en la vorágine de los acontecimientos desatados por el huracán social del proceso revolucionario.
Del juego de los factores económicos, sociales y personales, puestos en movimiento de manera muy compleja en los procesos históricos, y más concretamente en el devenir revolucionario, nos interesa profundizar en el papel del individuo en la Historia, tema que, por otra parte, ha sido poco estudiado en las últimas décadas y cuya investigación científica empezó Jorge V. Pléjanov (1856-1918) en su trabajo titulado precisamente El papel del individuo en la historia, en el que expresó que “el individuo puede ser una gran fuerza social”, realidad que no debe llevarnos al extremo de creer que el gran dirigente puede realizar con éxito su obra violando las leyes generales y objetivas de la Historia.
Está claro que el papel principal, y a veces decisivo, desempeñado por ciertas personalidades en las revoluciones, lo es solo si lo miramos de modo dialéctico en sus momentos iniciales. Las revoluciones necesitan, casi de modo imprescindible, de aquellos conductores que otean más allá del horizonte y poseen el don de orientación que les gana la confianza de las masas. A medida que las sociedades revolucionarias resuelven sus dificultades, se hace más firme la dirección colectiva, el papel del Partido, del Parlamento y de otras organizaciones e instituciones. Entonces la individualidad conductora queda para siempre como querida bandera de combate en las nuevas campañas de liberación: Lenin en Rusia, Ho Chi Minh en Viet Nam y, entre otros, Fidel en Cuba.
Lenin, a lo largo de su prolija obra, hizo referencia al papel del individuo en la Historia. Así, en su ensayo “¿Quiénes son los amigos del pueblo y cómo luchan contra los socialdemócratas?” (1894), dijo:
“Del mismo modo, tampoco la idea de la necesidad histórica menoscaba en nada el papel del individuo en la historia: toda la historia se compone precisamente de acciones de individuos que son indudablemente personalidades. La cuestión real que surge al valorar la actuación social del individuo consiste en saber en qué condiciones se asegura el éxito a esta actuación” (V. Lenin, 1976,172).
En su estudio “Contenido económico del populismo”, publicado en 1895 (T.I: 416), Lenin reiteró que “toda la historia consiste de acciones de individuos, y la tarea de las ciencias sociales consiste en explicar dichas acciones”.
En un discurso pronunciado el 18 de marzo de 1919, el fundador del primer Estado socialista dijo: “Hace ya mucho tiempo que la historia puso de relieve que los grandes hombres se destacan en el curso de la lucha de las grandes revoluciones, surgiendo talentos cuyo desarrollo se consideraba imposible” (T.XXIX: 187).
Estas palabras en nada contradicen el postulado básico del materialismo histórico: “El pueblo es el creador principal, el sujeto real de la historia”, porque, en definitiva, los grandes hombres salen de la masa popular, y el pueblo es el gran creador de las riquezas básicas, el que conforma las masas beligerantes en los combates y en las luchas sociales. Su multitudinario talento, su conciencia social agigantada cuando se posesiona de la teoría política correcta de la época, derrumban regímenes caducos e instauran las nuevas sociedades.
Con palabras más bellas, Máximo Gorki expresó (Moscú, 1961: 20) esta misma idea:
“El pueblo no es solo la fuerza creadora de todos los valores materiales: es también la única e inagotable fuente de los valores espirituales; el primer filósofo y poeta por el tiempo, la belleza y la genialidad de la creación; el autor de todos los grandes poemas, de todas las tragedias de la Tierra y de la más grandiosa de ellas: La historia de la cultura universal”.
Pero las masas no pueden ser consideradas como factores decisivos en los momentos cruciales de la Historia, sino en la medida en que estén conscientes de su poder y preparadas políticamente.
De V. Denisov escribió el siguiente concepto en Problemas fundamentales del materialismo histórico (La Habana, 1974: 256):
“Precisamente debido al bajo nivel de la conciencia de clase, a la ausencia de un partido político propio y, por consiguiente, de una comprensión clara de los fines y vías de la lucha, las masas populares, que se alzaban a la lucha revolucionaria, fueron a menudo en el pasado, según expresión de Lenin, peones en las manos de las clases dominantes, las cuales aprovechaban en interés propio los movimientos populares espontáneos. Magna fuerza progresiva de la evolución histórica, las masas populares fueron a veces instrumento de la reacción y actuaron al lado de las fuerzas conservadoras cuando la dirección de aquellas estuvo en manos de elementos reaccionarios de la sociedad. Por eso tiene inmensa importancia la cuestión de quién ejerce la dirección revolucionaria de las masas”.
Sobre este tema, José Martí supo valorar en su prosa deslumbrante el papel de la personalidad, del pueblo y del Partido Revolucionario Cubano en la gestación y desarrollo del proceso histórico.
Basta leer lo que le dice a Antonio Maceo para comprender la responsabilidad asignada a aquel hombre extraordinario para poner en combate al pueblo: “Súbase en los estribos, y haga arder los hombres a su voz”. La frase es bien reveladora en cuanto a la unidad inseparable de hombre y pueblo en los grandes sucesos de la Historia.
“Ignoran los déspotas que el pueblo, la masa adolorida, es el verdadero jefe de las revoluciones”, expresó Martí a los trabajadores en Nueva York en 1880.
Abogó Martí por la idea de que aparte del grande hombre y las masas, había que introducir un tercer factor trascendental: el Partido, que “quiere preparar la guerra y preparar la República, derrotar a España” (J. Martí, 1991, T.XII: 125).
Los factores del azar, y su influencia en la historia, fueron estudiados por Carlos Marx, quien al escribirle a L. Kugelmann en 1871, expuso:
“La historia tiene un carácter muy místico si las casualidades [subrayado de C.M.] no desempeñaran ningún papel. Como es natural, las casualidades forman parte del curso general del desarrollo y son compensadas por otras casualidades. Pero la aceleración o la lentitud del desarrollo dependen en grado considerable de estas casualidades, entre las que figura el carácter de los hombres que encabezan el movimiento al iniciarse este (C. Marx y F. Engels, t. XXXIII: 175).
Fidel mismo explicó la fragilidad del individuo en la Historia en su conferencia en la Universidad Popular, a principios de diciembre de 1961:
–…no hay dudas que los individuos desempeñan un papel en las revoluciones y un papel importante; pero los individuos son, al fin y al cabo, eso, individuos. Y no hay nada más frágil, incluso, la conciencia de los individuos. Pero nosotros, que tenemos fe absoluta en la firmeza de nuestras conciencias, sin embargo, sabemos que los individuos, un individuo es lo más frágil que hay. Muere de una bala, de un accidente, de un choque, de un colapso, de cualquier cosa.
Creo que ninguna opinión sintetiza mejor los conceptos marxistas acerca de algunos de los factores determinantes del curso de la Historia, como la expuesta por Federico Engels en su carta a J. Block, fechada en Londres el 21-22 de septiembre de 1890:
“…Según la concepción materialista de la historia, el factor que en última instancia determina la historia es la producción y la reproducción de la vida real. Ni Marx ni yo hemos afirmado nunca más que esto. Si alguien lo tergiversa diciendo que el factor económico es el único determinante, convertirá aquella tesis en una frase vacua, abstracta, absurda. La situación económica es la base, pero los diversos factores de la superestructura que sobre ella se levanta -las formas políticas de la lucha de clases y sus resultados, las Constituciones que, después de ganada una batalla, redacta la clase triunfante, etc., las formas jurídicas, e incluso los reflejos de todas estas luchas reales en el cerebro de los participantes, las teorías políticas, jurídicas, filosóficas, las ideas religiosas y el desarrollo ulterior de estas hasta convertirlas en un sistema de dogmas- ejercen también su influencia sobre el curso de las luchas históricas y determinan, predominantemente en muchos casos, su forma. Es un juego mutuo de acciones y reacciones entre todos estos factores, en el que, a través de toda la muchedumbre infinita de casualidades (es decir, de cosas y acaecimientos cuya trabazón interna es tan remota o tan difícil de probar, que podemos considerarla como inexistente, no hacer caso de ella), acaba siempre imponiéndose como necesidad el movimiento económico. De otro modo, aplicar la teoría a una época histórica cualquiera sería más fácil que resolver una simple ecuación de primer grado.
“Somos nosotros mismos quienes hacemos nuestra historia, pero la hacemos, en primer lugar, con arreglo a premisas y condiciones muy concretas. Entre ellas, son las económicas las que deciden en última instancia. Pero también desempeñan su papel, aunque no sea decisivo, las condiciones políticas, y hasta la tradición, que merodea como un duende en las cabezas de los hombres.
“… En segundo lugar, la historia se hace de tal modo, que el resultado final siempre deriva de los conflictos entre muchas voluntades individuales, cada una de las cuales a su vez, es lo que por efecto de una multitud de condiciones especiales de vida; son, pues, innumerables fuerzas, de las que surge una resultante -el acontecimiento histórico- que, a su vez, puede considerarse producto de una potencia única que, como un todo, actúa sin conciencia y sin voluntad. Pues lo que uno quiere tropieza con la resistencia que le opone otro, y lo que resulta de todo ello es algo que nadie ha querido.
“… El que los discípulos hagan a veces más hincapié de lo debido en el aspecto económico, es cosa de la que, en parte, tenemos la culpa Marx y yo mismo. Frente a los adversarios, tenemos que subrayar este principio cardinal que se negaba, y no siempre disponíamos de tiempo, espacio y ocasión para dar la debida importancia a los demás factores que intervienen en el juego de las acciones y reacciones. Pero, tan pronto como se trataba de exponer una época histórica, y por tanto, de aplicar prácticamente el principio, cambiaba la cosa, y ya no había posibilidad de error. Desgraciadamente, ocurre con tanta frecuencia que se cree haber entendido totalmente y que se puede manejar sin más una nueva teoría por el mero hecho de haberse asimilado, y no siempre exactamente, sus tesis fundamentales. De este reproche no se hallan exentos muchos de los nuevos marxistas y así se explican muchas de las cosas peregrinas que han aportado […]”. (C. Marx y F. Engels, 1963, t. III: 363-365).
Con estas premisas invitamos al lector a marchar junto a Fidel por los derroteros de la Historia.
Hasta los viejos muros de la fortaleza militar de La Cabaña llega el gigantesco clamor del pueblo en marcha victoriosa. Fidel, después de su campaña guerrillera, hace su entrada en la capital de la República. Es el 8 de enero de 1959.
Junto a Che Guevara, jefe de La Cabaña, nuestros ojos están clavados en la Avenida del Puerto, por donde avanza la Columna Uno José Martí. Al frente, sobre un jeep, el Comandante en Jefe Fidel Castro recibe el homenaje delirante del pueblo.
Con los prismáticos vemos a su lado al Comandante Camilo Cienfuegos, jefe del Ejército Rebelde, con su enorme sombrero tejano, su larga barba y su juvenil sonrisa.
Che Guevara, vestido con sencillo uniforme verde olivo, tocado por la boina negra, y la camisa ajustada con una canana de la que pende su pistola 45, observa la escena. En su frente puede verse la huella de una herida sobre el ojo derecho. Tiene el brazo enyesado y en cabestrillo, recuerdo de la campaña de Las Villas. Su rostro pálido demuestra cansancio. La entrada de Fidel lo hace resplandecer con la alegría del Triunfo. Desea estar junto a él, pero celoso de su responsabilidad como jefe de la Columna Ocho y de La Cabaña, se mantiene en esta fortaleza disciplinadamente, como Raúl en el Cuartel Moncada en Santiago de Cuba.
Solo siete días antes, el Primero de Enero, derrotado el régimen batistiano y con la huida del tirano, se había constituido una junta militar que violaba todas las orientaciones emanadas del mando rebelde. El Jefe de la Revolución ordenó entonces al Comandante Camilo Cienfuegos avanzar “con su gloriosa Columna Invasora Número Dos hacia la ciudad de La Habana para rendir y tomar el mando del Campamento Militar de Columbia”, sede del Estado Mayor de la tiranía. El Comandante Ernesto Che Guevara “había sido investido en el cargo de jefe de la Fortaleza Militar de La Cabaña y, en consecuencia, debía avanzar con sus fuerzas hacia la ciudad de La Habana rindiendo a su paso las fortalezas de Matanzas”, tal como había ordenado Fidel desde Oriente. Igualmente el Jefe de la Revolución instruyó al Comandante Raúl Castro acerca de la rendición de Guantánamo, al mismo tiempo que cursaba órdenes similares a otros jefes rebeldes.
“¡La historia del 95 no se repetirá! Esta vez los mambises entrarán a Santiago de Cuba”, declara el Comandante en Jefe Fidel Castro. A su lado, el capitán Jorge Enrique Mendoza y el presidente Manuel Urrutia. (Foto: Archivo Granma).
Ante el artero golpe militar producido en La Habana y las pretensiones de sus autores de impedir la entrada de las tropas rebeldes en Santiago de Cuba -vulgar reedición de la orden militar yanqui de prohibir la entrada de las tropas del Ejército Libertador al mando del General Calixto García en Santiago en 1898-, Fidel, revestido de todo el patriotismo de las mejores tradiciones cubanas, expresó en nombre de nuestro pueblo:
-Los militares golpistas pretenden que los rebeldes no pueden entrar en Santiago de Cuba. Se prohíbe nuestra entrada en una ciudad que podemos tomar con el valor y el coraje de nuestros combatientes, como hemos tomado otras muchas ciudades. Se quiere prohibir la entrada a Santiago de Cuba a los que han libertado a la patria.
-¡La historia del 95 no se repetirá! ¡Esta vez los mambises entrarán en Santiago de Cuba!
Entró en la heroica ciudad y ahora desfila victoriosamente en La Habana tras la huelga general revolucionaria con que los obreros respaldaron el llamado hecho por Fidel en Palma Soriano.
Aquella tarde del 8 de enero, supimos por radio que minutos antes, en el pueblo del Cotorro, Fidel había detenido el automóvil en que viajaba para encontrarse con Fidelito, el hijo que no veía desde los días inciertos de los preparativos del Granma.
Un periodista de Bohemia, Mario García del Cueto, testigo de la escena, preguntó si podía tomar una foto y el jefe del Movimiento Revolucionario 26 de Julio accedió.
Aquel abrazo le recordó lo ocurrido a Fidel en noviembre de 1956, en la Ciudad de México, cuando al despedirse de su pequeño hijo lo alzó y besó en la frente. La guerra necesaria los separaba. Minutos antes había dicho a sus compañeros:
-Ya estoy con el pie en el estribo. He dado mi palabra. Cuba será libre antes del 31 de diciembre. No queda otro remedio. La juventud arde en deseos de lanzarse a la lucha.
Segundos después Raúl Castro llamaba urgentemente a su hermano. Había que salir de aquella casa, la presencia sospechosa de un grupo de desconocidos ponía en peligro el plan de la insurrección.
-¡Vámonos enseguida! ¿Dónde está Fidelito? -preguntó Fidel, y al verlo expresó con ademán imperativo-: ¡Que llamen un taxi para que lo lleven a su hotel! Parece que la policía sorprendió uno de nuestros cuarteles y están deteniendo a los muchachos. Es posible que vengan a buscarnos.
Y después mirando a su hijo le dijo:
-¡La próxima vez nos veremos en Cuba!
Fidel había acertado una vez más en sus profecías. Con la entrada triunfal en La Habana, ya está al lado de su hijo.
Al llegar a la plazuela de la Virgen del Camino, Camilo, Almeida y otros jefes guerrilleros suben al jeep de Fidel y a duras penas pueden avanzar entre la multitud que los saluda.
Repiqueteaban con su canto de bronce las viejas campanas de La Habana y el coro popular exclama: “¡Fidel, Fidel, Fidel!”, junto a las sirenas de barcos y fábricas.
Detrás de la vanguardia ocupada por Fidel, marchan los bravos guerrilleros de la Columna Uno José Martí, alma máter de todas las demás. Entre los rostros barbudos se ven orientales aindiados. Son los hombres de la Sierra Maestra, muchos de los cuales visitan por primera vez la capital de la República.
No les es fácil llegar hasta la Avenida del Puerto. Todos quieren saludar a sus bravos libertadores y demostrar su cariño y admiración a los que desde las montañas orientales y en las contiendas clandestinas han echado abajo la tiranía.
Desde nuestro mirador de La Cabaña vemos el vehículo de Fidel, siempre rodeado por la multitud, llegar frente al Estado Mayor de la Marina de Guerra. Allí está anclado el Granma, y Fidel desea visitarlo. Se baja y, con dificultad, Camilo abre una brecha entre la multitud.
Fidel aborda la nave legendaria en la que con ochenta y un hombres desafió las olas del Golfo de México y el Mar Caribe para enfrentarse a un ejército de más de cuarenta mil hombres. Las fragatas “Máximo Gómez” y “José Martí”, surtas en la Bahía de La Habana, estremecen el espacio con sus cañonazos de salva.
Al ver la escena, rememoramos que, en los cinco siglos de Historia de Cuba, Fidel es el primer cubano combatiente que entra triunfalmente y sin tutelaje extranjero en la capital de la República. Recordamos por las páginas de la Historia a Máximo Gómez, cargado de gloria, entrando en La Habana con sus heroicas huestes, lo que hizo, no obstante el júbilo popular, como un huésped indeseable del nuevo poder entronizado en la neocolonia. Poco después, el Generalísimo era destituido de su mando, y su Ejército licenciado por los yanquis.
Ahora Fidel entra a la capital en brazos de su pueblo, el arma más poderosa de la Revolución. Y en La Cabaña está el Che.
Continúa la marcha por la Avenida del Puerto, en dirección paralela a esta Fortaleza. Le pido de nuevo al Che sus prismáticos.
Enfoco el rostro de Fidel. Lo veo de perfil, y, no obstante su avance victorioso, pienso en lo duro que será para él y para nuestro pueblo vencer los obstáculos que tienen por delante: el dominio imperialista sobre Cuba, un pueblo atenazado por un alto porcentaje de analfabetismo, un campesinado famélico, comido de parásitos y hambreado; cientos de miles de desempleados, ciudades dominadas por la mendicidad, el vicio, el juego y la corrupción, especialmente en La Habana, prostituida y convertida por el turismo en abyecto centro de juego.
Al vislumbrar el futuro, Fidel se dice a sí mismo que al asumir su nueva responsabilidad de dirigente victorioso es como si desembarcara de nuevo en la Playa de Las Coloradas tras el arribo del Granma.
Minutos después llega a la Avenida de Las Misiones, rumbo a Palacio, donde va a saludar al nuevo presidente de la República. En medio de una indescriptible emoción popular, logra penetrar en el lugar. Desde la terraza Norte pronuncia las siguientes palabras:
- Como ustedes saben, el pueblo de La Habana nos está esperando por la Calle 23, porque le prometimos que por allí habría de desfilar nuestra Columna; sin embargo, antes de proseguir quisimos venir al Palacio Presidencial para saludar a nuestro Presidente, para ofrecerle nuestros respetos y para reiterarle una vez más que podrá contar incondicionalmente con nuestro respaldo.
- Este edificio nunca me gustó y me parece que no le gustaba a nadie. Lo más que yo había subido fue hasta ahí cuando era estudiante. [Señala a un resto de la muralla colonial de la Avenida de Las Misiones.]
- Y ahora hemos venido, pensando muy poco en el Palacio, a donde han acudido el presidente doctor Urrutia y los ministros. Había que situar el Ejecutivo en algún lugar y como no se trata de ponerse ahora a buscar otro Palacio ni a gastar dinero en esto, vamos a tratar de que el pueblo le tenga cariño a este edificio. Ustedes quisieran saber cuál es la emoción que siente el líder de la Sierra al entrar en Palacio. Les voy a confesar mi emoción: exactamente igual que en cualquier otro lugar de la República. No me despierta ninguna emoción especial. Es un edificio que para mí en este instante tiene todo el valor de que en él se alberga el Gobierno Revolucionario de la República.
En su marcha triunfal desde Santiago de Cuba hasta La Habana, Fidel recibe el saludo de su pueblo. (Foto: Archivo Granma)
- Tenemos que seguir también hacia otro edificio que tampoco le gusta a nadie y tengan la seguridad de que yo no pienso vivir allí, lo advierto desde ahora; no es por nada, pero es que su nombre (Campamento Militar de Columbia) nos ha dolido mucho a todos los cubanos.
- Si por cariño fuera, el lugar donde por motivo de hondo sentimiento yo quisiera vivir diría: El Pico Turquino. Porque frente a la fortaleza de la tiranía, opusimos la fortaleza de nuestras montañas invictas […]. Sin embargo, yo quiero que el pueblo vaya a Columbia. Porque ahora Columbia es del pueblo.
- Y que los tanques que son ahora del pueblo, vayan a la vanguardia del pueblo, abran el camino. Nadie le impedirá ahora al pueblo la entrada. Y nos reuniremos allá. Habrá un acto en el que esté el pueblo de La Habana, el de Marianao y además, también, los militares que se unieron a nosotros en los momentos decisivos. Y celebraremos un acto como el de hoy frente al Estado Mayor de la Marina de Guerra que fue un acto verdaderamente emotivo. Porque quizás nunca me había emocionado tanto en los últimos tiempos como el hecho de haberme encontrado allí en los muelles al Granma. Al Granma sí lo queremos nosotros. El Granma sí nos emociona.
- Y ahora nos vamos a poner de nuevo en marcha, porque hay miles de compañeros que están esperando en los camiones. Vienen viajando desde hace muchos días sin descanso alguno. Y yo quiero que me quede un poquito de energía para hablar en Columbia, pues hay que decirle muchas cosas al pueblo. Y además estoy invitado a acudir esta noche al programa “Ante la prensa”. Vamos a ver si nos alcanza el tiempo y nos alcanzan las fuerzas porque buena voluntad nos sobra. Y ahora una prueba de lo que yo quiero del pueblo de La Habana. Porque alguien decía: “Hacen falta mil soldados para pasar por donde está el pueblo”. Dicen eso porque han visto tanta emoción y tanto entusiasmo que tienen miedo de que nos vayan a dañar. Pero yo voy a demostrar una vez más que conozco bien al pueblo.
–Sin que vaya un soldado delante, le voy a pedir al pueblo que abra una larga fila. Yo voy a atravesar solo por esa senda, junto al Presidente de la República. Así compatriotas, le vamos a demostrar al mundo entero, con los periodistas que están aquí presentes, la disciplina y el civismo del pueblo de Cuba. Abran una fila y por ahí marcharemos para que vean que no hace falta un solo soldado para pasar por entre el pueblo.
Las alusiones de Fidel son todo un símbolo: al Jefe de la Revolución no le interesa el Palacio; sí le interesa el pueblo. Allá en Oriente queda invicto el Pico Turquino. Al campamento odioso de la tiranía, donde aún acampa el ejército derrotado, debe ir la Columna Uno José Martí junto al pueblo. Fidel ofrece su mano generosa a los militares que se han puesto, en los últimos momentos, al servicio de la Revolución triunfante.
Sobre el Comandante en Jefe se han acumulado muchos días de agotadora labor, no solo en los finales de la guerra, sino también en los ocho días que duró su marcha desde Santiago de Cuba a la capital, en los que tuvo que avanzar entre un océano de pueblo que en cada ciudad quería ver y escuchar a su Héroe Invicto.
En brazos del pueblo y al frente de su columna guerrillera José Martí, penetra Fidel por la posta principal del campamento sede del Estado Mayor General del Ejército recién derrotado. Una tropa desmoralizada ya sin sus generales fugitivos de la justicia revolucionaria, observa ahora al Comandante victorioso.
La grandeza de Fidel puede medirse una vez más esta noche del 8 de enero de 1959. En su discurso a la nación no se escucha de sus labios ni un solo improperio contra el derrotado, ni una frase que pueda lesionar la dignidad de aquellos soldados y oficiales que le escuchan. Fidel había trazado esta conducta del mando rebelde desde los días en que, prisionero de Batista, al ser juzgado por los sucesos del Moncada, supo distinguir entre los hombres uniformados que sirvieron a una causa injusta, y los que tenían manchadas de sangre sus guerreras.
Centenares de periodistas nacionales y extranjeros dan a conocer al mundo la nobleza de la Revolución Cubana, cómo esta abre sus brazos para forjar la unidad de todo el pueblo. Fidel no excluye la posibilidad de que algunos de aquellos soldados desmoralizados puedan incorporarse al nuevo Ejército de la Revolución.
El discurso pronunciado en el campamento de Columbia trata dos temas: la fuerza invencible del pueblo y la denuncia pública de las maniobras negativas de unos pocos miembros del Directorio, quienes habían sustraído un arsenal de los cuarteles tomados por la Revolución.
Fidel comienza a hablar sin ambages sobre la situación creada, en medio de la alegría de la victoria:
- Decir la verdad es el primer deber de todo revolucionario. Engañar al pueblo despertándole ilusiones siempre traería las peores consecuencias y estimo que al pueblo hay que alertarlo contra el exceso de optimismo.
Agrega el Comandante en Jefe cómo el Ejército Rebelde había ganado la guerra diciendo siempre la verdad, mientras que la tiranía la perdió engañando a sus soldados. Cuando las fuerzas revolucionarias tenían un revés o cometían un error, se les advertía a todos para evitar repetirlos, mientras que los oficiales de la dictadura, al ocultarlos, no los rectificaban. Fidel explica por qué no se debe estar en exceso optimistas. En tanto el pueblo disfruta su victoria, su más alta dirección se preocupa por hechos aún no del dominio público. Sigue diciendo que con el Ejército Rebelde seremos más exigentes que con nadie, porque de ellos dependerá que la Revolución triunfe o fracase, frase que responde a un hecho real, ya que en esta etapa no existe un Partido que unifique a todo el pueblo, ni tampoco el Estado revolucionario posee instituciones que garanticen la continuidad positiva del proceso.
Es correcta la apreciación de Fidel al destacar la responsabilidad del Ejército Rebelde en los primeros años de la Revolución. Los guerrilleros organizados no solo fueron los arquitectos de la victoria contra la tiranía, sino también quienes llevaron a cabo ejemplarmente la función de vanguardia. No es raro, pues, que de sus filas salieran los más destacados fundadores del actual Partido Comunista y sus cuadros más abnegados.
En el discurso pronunciado en Columbia, Fidel expresa lo que ha sido su tesis invariable hasta nuestros días: el pueblo es el baluarte más firme del proceso de cambio histórico. Recordamos sus hermosas palabras al respecto:
- Cuando yo oigo hablar de columnas, cuando oigo hablar de frentes de combate, cuando oigo hablar de tropas más o menos numerosas, yo siempre pienso: he aquí nuestra más firme columna, nuestra mejor tropa que es capaz de ganar sola la guerra: ¡esa tropa es el pueblo!
- Más que el pueblo no puede ningún general; más que el pueblo no puede ningún ejército. Si a mí me preguntaran en qué tropa prefiero mandar, yo diría: prefiero mandar en el pueblo, porque el pueblo es invencible. Y el pueblo fue quien ganó esta guerra, porque nosotros no teníamos tanques, nosotros no teníamos aviones, nosotros no teníamos cañones, nosotros no teníamos academias militares, nosotros no teníamos campos de reclutamiento y de entrenamiento, nosotros no teníamos divisiones, ni regimientos, ni compañías.
“¿Voy bien Camilo? Vas bien, Fidel”. El 8 de enero, en el Cuartel General de la tiranía, hoy Ciudad Escolar Libertad. (Foto: PacoAltuna)
- Luego ¿quién ganó la guerra? El pueblo, el pueblo ganó la guerra. Esta guerra no la ganó nadie más que el pueblo -y lo digo por si alguien cree que la ganó él, o por si alguna tropa cree que la ganó ella. Y por lo tanto, antes que nada está el pueblo.
Aquel mismo pueblo, años después, ante la agresión imperialista, logró la Victoria de Girón; el mismo que al llamado de Fidel empuñó las armas para la “Limpia del Escambray” y resistió terribles presiones durante la Crisis de Octubre en que sobre sus hombros pendía la amenaza atómica y que en 1980 veríamos desfilar en la Marcha del Pueblo Combatiente. Y no solo para la guerra Fidel movilizó a nuestro pueblo, también lo hizo en la campaña de alfabetización y en tareas productivas.
Al desarrollar el tema del secuestro de armas después del Triunfo de Enero, señala en Columbia que atentar contra la paz ganada después de tantos sacrificios es el crimen más grande que puede cometerse contra el pueblo.
A solo ocho días de la fuga del tirano, Fidel expone su concepto de unidad de los partidos revolucionarios:
- Creo que todos debimos estar desde el primer momento en una sola organización revolucionaria: la nuestra o la de otro, el 26, el 27 o el 50, en la que fuese, porque, si al fin y al cabo éramos los mismos los que luchábamos en la Sierra Maestra que los que luchábamos en el Escambray, o en Pinar del Río, y hombres jóvenes, y hombres con los mismos ideales, ¿por qué tenía que haber media docena de organizaciones revolucionarias? La nuestra, simplemente fue la primera; la nuestra, simplemente fue la que libró la primera batalla en el Moncada, la que desembarcó en el Granma el 2 de diciembre, y la que luchó sola durante más de un año contra toda la fuerza de la tiranía; la que cuando no tenía más que doce hombres, mantuvo enhiesta la bandera de la rebeldía, la que enseñó al pueblo que se podía pelear y se podía vencer, la que destruyó todas las falsas hipótesis sobre revolución que había en Cuba. Porque aquí todo el mundo estaba conspirando con el cabo, con el sargento, o metiendo armas en La Habana, que se las cogía a la Policía, hasta que vinimos nosotros y demostramos que esa no era la lucha, que la lucha tenía que ser otra, que había que inventar una nueva táctica y una nueva estrategia que nosotros pusimos en práctica y que condujo al más extraordinario triunfo que ha tenido en su Historia el pueblo de Cuba. Y yo quiero que honradamente el pueblo me diga si esto es o no es verdad.
Señala cómo, al derrumbarse la tiranía, el Ejército Rebelde había tomado todo Oriente, Camagüey, Matanzas, parte de Las Villas, Pinar del Río, y cómo la Columna Antonio Maceo, al mando de Camilo, había tomado Columbia, y la Columna Ciro Redondo, bajo el mando del Che, La Cabaña, a lo que agregó el papel fundamental del pueblo en esa lucha. Se evidenciaba lo correcto de la vía de la lucha armada mantenida por Fidel en los comienzos de la década del 50, después del golpe militar del 10 de marzo de 1952:
- Al decir esto, lo único que hago es poner las cosas en su sitio, el papel del Movimiento 26 de Julio en esta lucha, cómo guió al pueblo, en aquellos momentos en que aquí se hablaba de elecciones y de electoralismo. Tuve que escribir un artículo una vez desde México, que se titulaba: “Frente a todos”, porque realmente estábamos contra todas las opiniones, defendiendo nuestra tesis revolucionaria, la estrategia de esta Revolución, que trazó el Movimiento 26 de Julio, y la culminación de esta Revolución, con la derrota aplastante de la tiranía […].
- Fue necesario hacer esta reiteración porque ya asomaban los malos manejos de algunos jefes del Escambray que no solo secuestraban armas, sino también insistían en sus derechos a formar parte del Consejo de Ministros:
- Es necesario hablar así, para que no surja la demagogia y el confusionismo y el divisionismo y que el primero que asome las orejas de la ambición, el pueblo lo conozca. Y por mi parte les digo que como al que quiero mandar es al pueblo, porque es la mejor tropa y que prefiero al pueblo que a todas las columnas armadas juntas, les digo que lo primero que haré siempre, cuando vea en peligro la Revolución, será llamar al pueblo. Porque hablándole al pueblo podemos ahorrar sangre; porque aquí, antes de tirar un tiro, hay que llamar mil veces al pueblo y hablarle al pueblo para que el pueblo, sin tiros, resuelva los problemas. Yo, que tengo fe en el pueblo, y lo he demostrado, y sé lo que puede el pueblo, y creo que lo he demostrado, les digo que si el pueblo lo quiere no vuelve a sonar nunca más un tiro en este país. Porque la opinión pública tiene una fuerza extraordinaria y tiene una influencia extraordinaria, sobre todo cuando no hay dictadura. En la época de dictadura la opinión pública no es nada, pero en la época de la libertad la opinión pública lo es todo, y los fusiles se tienen que doblegar y arrodillar ante la opinión pública.
En ese momento de su discurso, Fidel ladea su rostro hacia Camilo y le pregunta con una sonrisa plena de confianza:
- ¿Voy bien, Camilo?
- Vas bien, Fidel -responde el Comandante Cienfuegos.
El pueblo aplaude y grita:
- ¡Viva Camilo!
El breve diálogo queda registrado para la Historia.
Fidel continúa:
- Le hablo al pueblo en esta forma porque siempre me ha gustado prever, y creo que hablándole previsoramente al pueblo la Revolución puede evitar los únicos peligros que le quedan por delante; y yo les diré que no son tan grandes, pero sí quisiera que para que la Revolución se consolidara, no hubiera que derramar una sola gota más de sangre cubana.
Y yendo al punto central del secuestro de armas, expresa:
- Y todo esto lo digo, porque quiero hacerle una pregunta al pueblo: quiero hacerle una pregunta al pueblo que me interesa mucho, y le interesa mucho al pueblo, que la responda: ¿Para qué estar almacenando armas clandestinamente en estos momentos? ¿Para qué estar escondiendo armas en distintos lugares de la Capital? ¿Para qué estar contrabandeando armas en estos momentos? ¿Para qué? Y yo les digo que hay elementos de determinada organización revolucionaria que están escondiendo armas (gritos de: ¡a buscarlas!), que están almacenando armas, y que están contrabandeando armas. Todas las armas que agarró el Ejército Rebelde están en los cuarteles, que de ahí no se ha tocado una sola, no se las ha llevado nadie para su casa, ni las ha escondido; están en los cuarteles, bajo llave; lo mismo en Pinar del Río, que en La Cabaña, que en Columbia, que en Matanzas, que en Santa Clara, que en Camagüey y que en Oriente; no se han cargado camiones con armas, para esconderlas en ninguna parte, porque esas armas deben estar en los cuarteles.
- Yo les voy a hacer una pregunta: ¿Armas, para qué?, ¿para luchar contra quién?, ¿contra el Gobierno Revolucionario, que tiene el apoyo de todo el pueblo? (gritos de: ¡no!) ¿Es acaso lo mismo el Magistrado Urrutia gobernando la República que Batista gobernando la República? (gritos de: ¡no!) ¿Armas para qué? ¿hay dictadura aquí? (gritos de: ¡no!) ¿Van a pelear contra un gobierno libre, que respeta los derechos del pueblo? (gritos de: ¡no!) […]
- Cuando todos los derechos del ciudadano han sido restablecidos, cuando se va a convocar a unas elecciones en el más breve plazo de tiempo posible, ¿armas para qué?, ¿esconder armas, para qué? ¿Para chantajear al Presidente de la República?, ¿para amenazar aquí con quebrantar la paz?, ¿para crear organizaciones de gangster?, ¿es que vamos a volver al gangsterismo?, ¿es que vamos a volver al tiroteo diario por las calles de la Capital? ¿Armas, para qué? Pues yo les digo a ustedes que hace dos días elementos de determinada organización fueron a un cuartel, que era el Cuartel San Antonio, cuartel que estaba bajo la jurisdicción de Camilo Cienfuegos y bajo la jurisdicción mía, como Comandante en Jefe de todas las fuerzas, y las armas que estaban recogidas allí se las llevaron, se llevaron 500 armas y 6 ametralladoras y 80 000 balas (gritos de: ¡a buscarlas!). Y honradamente les digo que no se pudo haber cometido provocación peor. Porque hacerles eso a hombres que han sabido pelear aquí por el país durante dos años, a hombres que hoy están responsabilizados con la paz del país y quieren hacer las cosas bien hechas, es una canallada y es una provocación injustificable.
A continuación se refiere a la petición que le formula el nuevo Gobierno Revolucionario para asumir el cargo de Comandante en Jefe de todas las fuerzas de aire, mar y tierra y la tarea de reorganizar los institutos armados de la República.
Fidel pregunta al pueblo congregado en Columbia si debe asumir esas funciones, y ante la unánime respuesta afirmativa expresa:
- Creo que si hicimos un ejército con doce hombres, y esos doce hombres hoy están al frente de los mandos militares, creo que si le enseñamos a nuestro ejército que a un prisionero jamás se asesinaba, que a un herido jamás se le abandonaba, que a un preso jamás se le golpeaba, somos los hombres que podemos enseñar a todos los institutos armados de la República las mismas cosas que enseñamos a ese ejército. Para tener unos institutos armados donde ni uno solo de sus hombres vuelva jamás a golpear a un prisionero, ni a torturarlo, ni a matarlo. Y porque, además, podemos servir de puente entre los revolucionarios y los militares decentes, los que no han robado, no han asesinado, porque esos militares, los que no han robado, y los que no han asesinado, tendrán derecho a seguir perteneciendo a las fuerzas armadas; como también les digo que al que haya asesinado, no lo salva nadie del pelotón de fusilamiento.
Un hombre del pueblo, a todo pulmón grita: -Fidel, habla de Raúl.Y el Comandante en Jefe responde: - Raúl está en el Moncada, donde tiene que estar ahora.
Se refiere así Fidel a la difícil tarea asignada al Comandante Raúl Castro, jefe de las Fuerzas Revolucionarias en la heroica provincia oriental, firme baluarte de la Revolución.
Al retomar el tema de las provocaciones de los secuestradores de armas, Fidel expresa otra de sus sentencias más reiteradas a lo largo de tantos años de lucha revolucionaria:
- …cuando la paciencia se nos haya acabado a todos nosotros, buscaremos más paciencia, y cuando la paciencia se nos vuelva a acabar, volveremos a buscar más paciencia; esa será nuestra norma. Y esa tiene que ser la consigna de los hombres que tienen las armas en la mano y de los que tienen el poder en la mano: no cansarse nunca de soportar, no cansarse nunca de resignarse a todas las amarguras y a todas las provocaciones, excepto cuando ya se vayan a poner en peligro los intereses más sagrados del pueblo.
No menciona los nombres de los que tratan de perturbar la paz en el mismo umbral de la Revolución:
- …porque no quiero envenenar la atmósfera, porque no quiero aumentar la tensión; lo que simplemente quiero es prevenir al pueblo de sus peligros, porque sería muy triste que esta Revolución que tanto sacrificio ha costado se vaya a frustrar, porque esta Revolución no se frustra de ninguna manera, porque ya se sabe que con el pueblo y con todo lo que hay a favor del pueblo, no hay el menor peligro, pero sí sería muy triste que después del ejemplo que se le ha dado a América, aquí se vuelva a disparar un tiro.
Y finaliza:
- …Para nosotros los principios están por encima de toda otra consideración y no luchamos por ambiciones. Creo que hemos demostrado suficientemente haber luchado sin ambiciones. Creo que ningún cubano albergue sobre ello la menor duda.
En medio de la oscuridad de la noche, mientras Fidel habla, la brillante luz de los reflectores ilumina las blancas palomas que, en hermoso simbolismo, se posan sobre sus hombros.
Avanzada la noche, Fidel continúa su discurso en el Campamento Militar de Columbia. Expresa al pueblo allí congregado que no desea abusar de su paciencia y que, además, tiene el compromiso de comparecer esa misma noche en el programa televisado “Ante la prensa”. La voz de aquella masa humana clama para que continúe hablando y deje el mencionado programa para la noche siguiente.
Así lo hizo.
“Ante la prensa”, uno de los programas más populares de la televisión cubana, se reinicia con esta entrevista, tras una larga clausura impuesta por la tiranía batistiana.
La primera pregunta le es formulada a Fidel por el veterano periodista Luis Gómez Wangüemert: “¿Ya se ha resuelto el problema del secuestro de las armas?” Responde que en ese momento se siente muy satisfecho, pues le acaban de informar que el Directorio Estudiantil Revolucionario las va a entregar.
Cuenta cómo al entrar en La Habana el Comandante Camilo Cienfuegos le informó que elementos del Directorio se apoderaron de todas las armas de la Base Aérea de San Antonio y las habían trasladado a la Universidad de La Habana.
Igualmente se refiere Fidel a otra actitud nada positiva del Directorio al ocupar el Palacio Presidencial y a la necesidad de desalojar primero aquella tropa para instalar al nuevo Gobierno.
Al referirse a las divisiones y ambiciones que pudieran crearle tropiezos al proceso revolucionario, expresa:
- Quien hace un libro o ayuda a hacer un libro, quien hace una obra de arte o ayuda a hacerla, quisiera que perdurara, quisiera que resultara algo útil de ella. La satisfacción más grande que tenemos todos nosotros cuando vemos a las viudas y cuando vemos a los huérfanos, la palabra más sana y más consoladora que tenemos, es decirles: “pero no fue en balde”. Y ese es el consuelo de las madres, y ese es el consuelo de todo el que ha perdido a un ser querido, del que ha perdido a un compañero. Y esa palabra: “no fue en balde” no es cuestión de que la digamos hoy, sino de que la podamos repetir dentro de 10 años, y dentro de 20, y dentro de 30. Y recuerdo que una de las cosas que más me entristecía al oír hablar de los mártires de la independencia, de los estudiantes que murieron en la lucha contra Machado, y de Guiteras y de todos esos compañeros revolucionarios, era pensar que aquellas muertes habían sido virtualmente -salvo el ejemplo que daban de valor- muertes que no habían conducido a un triunfo del pueblo. Y algo más: me entristecía muchas veces ver los nombres de los mártires en boca de gangsters, que eran tomados como banderas, como se tomó el nombre de Guiteras, […]; cuando oigo invocar mucho el nombre de los mártires -de los mártires que no pertenecen a ninguna organización, porque pertenecen a la nación entera, ¡nadie se puede erigir en dueño de los mártires, de los caídos, porque son valores de la nación! […] sospecho cuando veo que quieren monopolizar el nombre de los mártires, y temo por el nombre de los mártires, que se puede usar con un fin innoble.
Sobre los problemas creados por el Directorio, expone el máximo líder de la Revolución.
- Yo estoy dispuesto a reunirme con todos esos compañeros del Directorio, porque los considero muchachos honrados, y lo digo con sinceridad, no lo digo por sembrar la división allí ni mucho menos. Lo digo porque es lo que siento y es lo que sabe todo el mundo, y los que lo conocen. Porque, óiganme, conozco muy bien a los revolucionarios, porque he estado mucho tiempo con ellos, y sé que nadie empuña un fusil si no tiene un sentimiento muy profundo dentro, y sé que nadie resiste la campaña si no tiene un sentimiento muy sano dentro; lo conozco muy bien, y sé que nadie empuña fusiles para hacerle el “caldo gordo” a nadie, ni servirle de pedestal a nadie. Y hay mucha pureza en los revolucionarios cubanos. […] Mañana su reacción a lo mejor es de violencia, furibunda, no sé lo que será; pero la verdad la digo aquí bien clara, porque en definitiva ese es mi deber: decirle al pueblo la verdad.
En un momento de la entrevista, el moderador del programa pide permiso a Fidel para leerle un mensaje que acaba de llegar: