Encuéntrame (Un puñado de esperanzas 2 - Entrega 1) - Irene Mendoza - kostenlos E-Book

Encuéntrame (Un puñado de esperanzas 2 - Entrega 1) E-Book

Irene Mendoza

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Beschreibung

1ª entrega de Un puñado de esperanzas II. Sigue apasionándote con la historia de Frank y Mark Frank y Mark ya son padres de Charlotte, continúan viviendo en Queens tratando de llegar a fin de mes y siguen amándose con la misma pasión de siempre. Frank acepta un trabajo en Los Ángeles y, tras sufrir un pequeño accidente, Mark se traslada hasta allí para cuidar de ella. En un extraño giro del destino, durante su estancia en Hollywood asisten a una fiesta de los famosos Estudios Kaufmann con insospechados resultados. Al regresar a Nueva York, Patricia Van der Veen reaparece en sus vidas con la idea de retomar su amistad con Frank. - Las mejores novelas románticas de autores de habla hispana. - En HQÑ puedes disfrutar de autoras consagradas y descubrir nuevos talentos. - Contemporánea, histórica, policiaca, fantasía, suspense… romance ¡elige tu historia favorita! - ¿Dispuesta a vivir y sentir con cada una de estas historias? ¡HQÑ es tu colección!

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Seitenzahl: 123

Veröffentlichungsjahr: 2019

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Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley. Diríjase a CEDRO si necesita reproducir algún fragmento de esta obra. www.conlicencia.com - Tels.: 91 702 19 70 / 93 272 04 47

 

Editado por Harlequin Ibérica.

Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

 

© 2019 Irene Mendoza Gascón

© 2019 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Encuéntrame, n.º 216 - enero 2019

 

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

® Harlequin, HQÑ y logotipo Harlequin son marcas registradas propiedad de Harlequin Enterprises Limited.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia.

Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

Imágenes de cubierta utilizadas con permiso de Dreamstime.com.

 

I.S.B.N.: 978-84-1307-536-5

 

Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.

Índice

 

Créditos

Dedicatoria

Primera parte

Capítulo 1 Simply irresistible

Capítulo 2 Tiny Dancer

Capítulo 3 Hooked on a feeling

Capítulo 4 C’est si bon

Capítulo 5 I only have eyes for you

Capítulo 6 At Last

Capítulo 7 I’m sorry

Capítulo 8 If I didn’t care

Capítulo 9 Mon cœur s’ouvre à ta voix (Samson et Dalila, de Saint Saëns)

Capítulo 10 The fisherman’s blues

Si te ha gustado este libro…

Dedicatoria

 

 

 

 

 

Has estado en todas las esperanzas que desde entonces he tenido… en el río, en las velas de los barcos, en los marjales, en las nubes, en la luz, en la oscuridad, en el viento, en los bosques, en el mar, en las calles. Has sido la encarnación de cualquier graciosa fantasía que mi mente haya conocido.

Grandes Esperanzas,Charles Dickens.

Primera parte

Capítulo 1 Simply irresistible

 

 

 

 

 

 

–¿Y Charlotte? –me preguntó Frank nada más traspasar la puerta.

Nuestro loft alquilado en Queens estaba inusualmente silencioso, aunque varios juguetes de nuestra pecosa de dos años andaban desperdigados por el suelo de madera, dejando constancia de su presencia.

–Con Pocket y Jalissa. Charmaine ha hecho pollo frito y ya sabes que nuestra hija vendería a su padre por un poco de ese pollo. Además, va a pasar la tarde con Jewel y D’Shawn. Si hubieses visto lo emocionada que estaba…

Frank me miró con cara de reproche, pero no pudo mantener la pose de madre responsable por mucho tiempo porque mientras se quitaba la chaqueta, yo le cogí galantemente el enorme bolso que cargaba y rocé su hombro con la peor intención del mundo, acariciando la base de su cuello hasta el inicio de su clavícula.

Me pareció notar un leve temblor en sus apetecibles labios, pero al mirarla a los ojos me sostuvo la mirada incendiaria que le eché sin mover un solo músculo.

«Eres dura, princesa». Sonreí para mis adentros.

–Charlotte estaba tan emocionada que no pude negarme –dije con una de mis más ilustres sonrisas canallas, marca Gallagher.

–Ya, seguro –sonrió Frank.

–¿No me crees?

Frank emitió un irónico «Uhm» por respuesta. Con parsimonia, me puse a colgar su chaqueta en un perchero que teníamos junto a la puerta.

Me volví para mirarla. Recorrí su cuerpo de arriba a abajo comiéndomela con los ojos, pero ella seguía imperturbable.

–No sé… –susurró observándome con picardía.

Insistí y mi mirada vehemente por fin hizo mella en su autocontrol. Frank se removió ansiosa, frotándose los muslos, apoyada contra la puerta de la entrada, que al cerrase acompañó mi sonrisa de satisfacción con un «click».

Aún nos gustaba jugar. Después de casi seis años juntos no habíamos perdido aquella chispa, esa forma de provocarnos el uno al otro en un diálogo sensual que nos hacía desearnos hasta perder la cordura. Era algo tan físico como mental. Nos incitábamos no solo con miradas, también mediante palabras. Frank ya era incluso mejor que yo en eso.

Dejé caer el bolso junto al perchero y me encaminé de nuevo hacia ella, que continuaba en la puerta, sin duda aguardando mi siguiente reacción.

–¿Tengo que convencerte, princesa?

–¿De qué, chéri? –preguntó con un mohín coqueto.

–De que… tenemos toda la tarde para nosotros solos.

Lo dije susurrando, con voz profunda, intentando sonar lo más sensual que pude, mirando a Frank con codicia. Y entonces lo noté, estaba allí de nuevo. El ambiente acababa de cambiar a nuestro alrededor. Lo cambiábamos nosotros con nuestra propia excitación que crecía envolviéndolo todo, hasta el aire que respirábamos.

Me acerqué a ella muy despacio, mientras me quitaba la corbata de un tirón y la tiraba a sus pies. Frank no apartaba sus ojos de mí. Su boca entreabierta me llamaba, así como su menudo y erótico cuerpo, tapado por un ligero vestidito de encaje blanco. Me puse frente a ella sin rozarla aún, a escasos centímetros de sus pechos, admirando como su respiración se agitaba tan solo con mi presencia.

–¿Cuánto es toda la tarde? –susurró con la voz entrecortada y algo ronca.

–Es la… una y media –dije mirando mi reloj–. No tengo que volver a la oficina de Santino esta tarde así que… eso son… unas cinco o seis horas hasta que regrese Pocket con nuestro terremoto para la hora de cenar.

Pronuncié cada palabra lentamente, una por una, exhalándolas sobre su boca mientras pegaba mi vientre al suyo. Frank suspiró suavemente, abrumándome con su aliento cálido y dulce. Me apreté contra sus pechos sin acariciarla aún, a sabiendas de que ella lo anhelaba impaciente. Frank respiraba afanosa cuando presioné y rocé su cuerpo con el mío, obligándola a que exhalase un débil jadeo.

Ella no se quedó atrás y, cercada entre mi pecho y la puerta, contraatacó elevando su rodilla para acariciar mi entrepierna. Rozó y apretó mi miembro endureciéndolo rápidamente, forzándome a emitir un ronco jadeo.

Frank sonrió vanidosa, mordiéndose el labio con lujuria, sabiéndose la única capaz de seducirme, de hacerme gozar como nadie en el mundo. Ella era poderosa y con una sola mirada hacía de mí un hombre feliz y, con una caricia, un hombre pleno.

La agarré por la cintura con fuerza, decidido a rendirme a sus tentadores encantos y no perder más el tiempo, pegándola a mi polla dura, sintiendo su calor, anhelando ya el roce de su piel desnuda sobre la mía.

–Tengo ganas de hacerte el amor, muchas ganas –jadeé con mi frente apoyada en la suya.

–¿Y a qué estás esperando, Mark? –contestó ansiosa.

No le di tiempo a decir nada más, la tomé en brazos arrastrándola conmigo y la besé abriendo su boca para enredar mi lengua con la suya.

Me apreté furioso contra su cuerpo, buscándola con avidez. Mi lengua saboreaba la suya sin descanso y rodamos por la pared mientras nos desnudábamos.

Le levanté el vestido, que terminó de quitarse ella misma, y acabé rompiendo sus braguitas debido a mi impaciencia por tenerla desnuda. Ella me soltó la bragueta y de un firme tirón me bajó los pantalones del traje de trabajo junto con mis bóxers, acompañando sus movimientos de un gruñido salvaje que me encendió hasta el límite.

Su lengua se enredó con la mía, sus dedos en mi pelo, en la camisa, que me sacó a tirones, en el vello de mi pecho y sin darse apenas cuenta se encontró aupada, envolviendo mis caderas.

Nos tocábamos y besábamos con violenta necesidad, chocando, rodando por las paredes, jadeantes, como dos animales en celo que habían sido sometidos a una obligada castidad.

Por el camino acerté a agarrar el mando a distancia del equipo de música. Siempre había algo puesto, así que probé a ver qué sonaba. Tuve suerte; Robert Palmer comenzó a cantar su potente Simply irresistible.

«¡El ritmo perfecto!», pensé triunfante.

Agarré a Frank por sus suaves y redondas nalgas, aferrándolas con fuerza y, cargándola mientras la besaba con avidez, la llevé tambaleándome hasta la zona de la cocina para posarla de golpe sobre la encimera. Frank exhaló un gemido de necesidad y abrió sus piernas para rodear de nuevo con ellas mi cintura. Solo le quedaban por quitarse los zapatos de tacón y ese detalle me pareció increíblemente excitante, así que se los dejé puestos.

Tomé a Frank por debajo de las rodillas, elevándola hasta que tuve su sexo frente al mío y me incliné sobre su cuerpo acariciando sus muslos, entrando en ella por fin, presionando, deslizándome profundamente en su interior, sin dejar de mirarla extasiado.

Nada más penetrarla sentí un profundo alivio que escapó de mi garganta en forma de un resoplido de éxtasis al que Frank respondió inmediatamente.

–Oh, mon cher, qué ganas tenía…

–Sí, yo también… –gruñí de gusto.

Frank jadeó al sentir cómo la llenaba. Sin preliminares, con una potente embestida, la penetré por segunda vez, hasta el fondo, haciéndola gemir con fuerza. Ella se dilató para mí al momento y yo acaricié su interior agitándome más y más profundo y más rápido cada vez, deleitándome, volcándome en su placer, en verla disfrutar, regalándole mi potencia, mi pasión. Era toda para ella.

–Ah… sí, sí, házmelo rápido y duro –suplicó cerrando los ojos con fuerza.

–¡Qué gusto, amor…! –resoplé abrumado.

El modo en que se entregaba me seguía fascinando como el primer día, su confianza en mí, su receptivo cuerpo, la forma en que me disfrutaba. Todo su ser se estremecía al sentirme.

–¡Oh, sí… qué bien…! –gimoteó temblando de placer.

–Esto… va… a ser… No voy a aguantar mucho… ¡Agárrate, nena! –gruñí entre dientes.

Ella respondió asintiendo y, jadeando lasciva, se aferró al borde de la encimera. Y ya no le di tregua. Comencé a moverme como un poseso, penetrándola muy fuerte, una y otra vez, aumentando el ritmo con cada nueva embestida, siguiendo la música, notando cómo se abría para mí, sin reservas.

Frank me acogía en su estrecho y suave interior, se arqueaba empujando, obligándome a incrementar el ritmo, tan fácilmente que me parecía increíble. Y entonces volvió aquel glorioso momento, cuando los dos nos fundíamos en un urgente baile con un único ritmo de intensas caricias, gemidos interminables, besos afanosos y susurros entrecortados.

Frank se agitaba conmigo, a la par, dándome aquel deleite ya tan conocido pero no por ello menos perfecto, hasta que ocurrió una vez más. Comenzó a temblar sin control, gimoteando, abandonándose al intenso orgasmo que estaba sintiendo. Justo cuando sus entrañas comenzaron a vibrar me dejé ir, derramándome dentro de ella con el cuerpo tenso de placer, corriéndome con fuerza, alcanzándola sin poder parar de gemir.

Después nos quedamos suspendidos sobre la encimera, sosegándonos mediante suaves caricias, intentando recuperar el resuello mientras nuestros cuerpos continuaban acoplados a la perfección.

La tomé en mis brazos con delicadeza para ayudarla a bajar de la encimera.

–Me tiemblan las piernas –sonrió Frank agradecida.

Tomé su rostro entre mis manos. La miré, aún poseído por aquella nube de amor y placer que me provocaba alcanzar el orgasmo con ella, y la besé con ternura en los labios.

–Mark…

–¿Qué, princesa? –susurré ronco, tomándola en brazos para llevarla hasta nuestra cama.

–Me moría de ganas –sonrió, todavía ruborizada.

–Yo también –reí apretándola contra mi pecho.

Desde que había nacido Charlotte, el sexo se había convertido en algo que no hacíamos cuando queríamos, sino cuando podíamos. Y nos echábamos de menos muchísimo. Nuestros cuerpos se necesitaban con dolorosa desesperación y, a pesar de los interminables horarios que nos hacían correr sin cesar de casa a la guardería, de la guardería al trabajo y de vuelta a casa para, al terminar la jornada, caer rendidos sobre el colchón y tan solo alcanzar a darnos un beso de buenas noches, al rozar nuestras manos o tocarnos por un instante nuestros cuerpos seguían sintiendo esa hambre del otro, esas ganas de acariciar, besar, lamer y chupar tan conocida.

–¿Cuántos días hacía? –preguntó Frank.

–Casi una semana –resoplé aliviado.

–Sí, desde el sábado. ¿O fue el viernes?

–El viernes. Trabajábamos al día siguiente –dije recordando.

Estábamos en ello cuando Charlotte comenzó a llorar por culpa de una pesadilla. Habíamos añadido un par de paredes al loft para hacer una habitación y conseguir una mínima intimidad, pero aun así era complicado.

Me levanté primero y le conté un cuento. Pareció quedarse conforme, pero al rato, cuando intentábamos ponernos de nuevo en situación, nuestra hija de casi dos años vino hasta nuestra cama, pidiendo que la acompañara su madre al baño, porque le daba miedo ir sola. Acabábamos de conseguir quitarle los pañales y aún era precaria la seguridad de no encontrarnos con la cama inundada en medio de la noche. Así que cuando Frank regresó a la cama tras llevarla, traerla de vuelta y cantarle una nana, yo ya estaba dormido en pelotas sobre las sábanas. Rezongando, me revolví al sentir de nuevo el cuerpo de Frank junto al mío y, atrayéndola hacia mí, escuché como resoplaba frustrada y resignada, susurrándome su habitual y dulce «Es tarde ya. Hasta mañana, chéri».

–Me ha sabido a poco –ronroneó mimosa, trazando suaves círculos con su dedo índice sobre el vello de mi pecho, bajando por mi vientre.

–Tenemos que hacer esto más veces –suspiré satisfecho.

–¿Te refieres a engañar a Pocket y Jalissa y pasarnos la tarde follando? –rio Frank.

–Exacto, a eso mismo –susurré besando su pelo–. Un par de veces al mes…

–O todos los domingos –rio de nuevo.

–Eso estaría mucho mejor –gruñí besando su cuello.

–Sí… se nos da tan bien esto… –suspiró–. Y ahora… quiero más, chéri.

–Yo también quiero más. Mucho más. Nunca tengo suficiente de ti –susurré excitado de nuevo.

Y, ni corta ni perezosa, Frank se levantó para elevarse sobre mi cuerpo a horcajadas, desnuda y preciosa, posando su sexo mojado sobre mis muslos.

Yo le dejé hacer y, cuando acabó, ella me pidió que se lo hiciese de nuevo y volvimos a empezar, porque nunca, ninguno de los dos, tendríamos suficiente el uno del otro.

 

 

La cara de Pocket plantado en la puerta con Charlotte en brazos era todo un poema. Ahí estaba yo, con una batita de seda rosa de Frank que apenas me tapaba nada y ella cubierta, si se podía llamar así, con mi camisa, despeinada y comiendo helado de vainilla directamente del bote.

Frank y yo nos miramos, yo elevé una ceja y ella no pudo reprimir una risita antes de que me acercase a mi amigo para agarrar a mi hijita, que parloteaba con su lengua de trapo, emocionada de volver a vernos.

–Sois… tal para cual, ¿sabéis? –dijo mi amigo cabeceando en señal de reproche, como una abuela.

–¿Nosotros? –dijo Frank tomando a Charlotte.

Ni corta ni perezosa, nuestra hija le robó la cuchara para chupar el helado que quedaba en ella mientras Frank la besaba con ternura.

–Sí, sois… –y bajo la voz mirando a nuestra niña–. Unos degenerados.

Y fue cuando los dos no pudimos más y prorrumpimos en una inevitable y sonora carcajada, seguida de otra de Charlotte.