1,99 €
4ª entrega de Un puñado de esperanzas II. Sigue apasionándote con la historia de Frank y Mark Nuevamente, solo la esperanza les dará a Mark y Frank las fuerzas necesarias para poder enfrentarse a la adversidad cuando él se ve obligado a viajar hasta Cork, Irlanda, la tierra de su abuelo. Su prima Fiona, una Gallagher, le acogerá en su casa mientras Mark aguarda noticias de Nueva York, amando a Frank en la distancia. - Las mejores novelas románticas de autores de habla hispana. - En HQÑ puedes disfrutar de autoras consagradas y descubrir nuevos talentos. - Contemporánea, histórica, policiaca, fantasía, suspense… romance ¡elige tu historia favorita! - ¿Dispuesta a vivir y sentir con cada una de estas historias? ¡HQÑ es tu colección!
Sie lesen das E-Book in den Legimi-Apps auf:
Seitenzahl: 123
Veröffentlichungsjahr: 2019
Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley. Diríjase a CEDRO si necesita reproducir algún fragmento de esta obra. www.conlicencia.com - Tels.: 91 702 19 70 / 93 272 04 47
Editado por Harlequin Ibérica.
Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.
Núñez de Balboa, 56
28001 Madrid
© 2019 Irene Mendoza Gascón
© 2019 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.
Escúchame, n.º 221 - febrero 2019
Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial.
Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.
Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.
® Harlequin, HQÑ y logotipo Harlequin son marcas registradas propiedad de Harlequin Enterprises Limited.
® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia.
Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.
Imágenes de cubierta utilizadas con permiso de Dreamstime.com.
I.S.B.N.: 978-84-1307-549-5
Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.
Créditos
Segunda parte
Cita
Capítulo 29 The Blower’s Daughter
Capítulo 30 Love Reign O’er Me
Capítulo 31 Un bel dì vedremo, María Callas (Madame Butterfly, G. Puccini)
Capítulo 32 Out of Tears
Capítulo 33 All Of The Stars
Capítulo 34 E lucevan le stelle
Capítulo 35 Fairytale of New York
Capítulo 36 Con te partiró
Capítulo 37 What Are You Doing New Year’s Eve?
Capítulo 38 Let’s stay together
Capítulo 39 Chasing Cars
Si te ha gustado este libro…
Si tuviese yo las telas bordadas del cielo,
recamadas con luz dorada y plateada,
las telas azules y las tenues y las oscuras
de la noche y la luz y la media luz,
extendería las telas bajo tus pies:
Pero, siendo pobre, solo tengo mis sueños;
he extendido mis sueños bajo tus pies;
pisa suavemente, pues pisas mis sueños.
Él desea las telas del cielo, W.B. YEATS
Ella me dijo «Je t’aime», yo le dije «Te amo», nos despedimos con solo un «Hasta pronto, amor» y un beso inmenso, nada más.
Frank se fue primero, en un taxi, de nuevo con aquel traje de princesa pero sin peinar, con la sombra de ojos corrida, sonrojada por culpa de nuestro último polvo, hermosísima. Antes había llamado a su amiga Olivia para acordar una coartada creíble con ella, para regresar a su «cárcel», la había llamado ella, a casa de Patricia Van der Veen, en el Upper East Side.
Yo me fui después. Cerré el loft tras echar un último vistazo al ya desangelado habitáculo casi desprovisto de muebles, solo con la cama deshecha, aún caliente por nuestra culpa.
La dejé así, con las sábanas arrugadas y húmedas, con los restos de nuestros fluidos, sin borrar las huellas de aquella noche tan sublime y dolorosa. Respiré hondo, aguantándome el dolor, cogí mi mochila, me la puse al hombro y me fui.
Pocket me llevó al aeropuerto. Mi amigo esperó hasta que tuve que embarcar y eso me hizo mucho más fácil subir a aquel odioso cacharro que encima me había costado mis últimos dólares.
—¿Y por qué has cogido un vuelo tan caro, tío? —preguntó Pocket.
—Porque son más seguros. Las líneas de bajo coste no me inspiran la confianza suficiente para cruzarme todo el océano hasta el otro lado del mundo —rezongué.
—¡Joder, pero al menos haber volado en primera!
—¡No me llegaba!
Pocket me miró y los dos nos echamos a reír.
—Toma esto, tío —dijo mi amigo metiéndome unos cuantos billetes en la mano.
—¡No, ni hablar! —repliqué, intentando devolvérselos.
—¡Cógelos! Tú me has ayudado a mi muchas veces. ¿Somos hermanos, no?
Asentí y los dos nos fundimos en un fuerte abrazo.
—Cuídamelas mucho, hermano, cuida a mi Frank y a Charlotte —le pedí dándole unas cariñosas palmadas en la espalda.
—Claro, colega. Sabes que lo haré.
Subí al dichoso avión y me fui de Nueva York con el estómago encogido de miedo y de tristeza, realizando el camino contrario que mi bisabuelo había hecho a finales de los años 20 del siglo pasado y que mi abuelo repitió en su busca.
Pero estaba demasiado agotado como mantenerme despierto las cinco horas de vuelo transoceánico y, en cuanto me senté en el asiento, me quedé dormido como un tronco.
Soñé con Frank vestida con aquel vestido plateado que ya jamás me quitaría de la cabeza. La vi corriendo por una campiña verde como Maureen O’Hara en El hombre tranquilo. Después de aquella paranoia me desperté adormilado.
Desde la ventana del avión, los rayos de sol se colaban entre los recovecos de una densa masa de nubes blancas algodonosas. No sé cuánto tiempo estuve mirando aquellas nubes como hipnotizado. De pronto, la espesa nubosidad se fue disolviendo hasta convertirse en retazos blanquecinos que dejaban una estela y, al deshacerse, permitían entrever la isla.
Eire, como decía mi abuelo, con su verdor infinito.
«Vuelvo a Irlanda, la bella Irlanda, abuelo. La isla esmeralda», pensé con melancolía.
La revista que ofrecía la aerolínea durante el vuelo publicitaba la vieja Irlanda como la tierra de los eternos días de lluvia, del whisky, de la gente sencilla, James Joyce, Yeats, la música y los pubs.
Mi vuelo me dejaba en el aeropuerto Shannon, cercano a Limerick, en la costa oeste, y desde allí me dirigí en autobús hacia el sureste, al condado de Cork, de donde provenían los Gallagher.
Durante mi viaje pude apreciar aquel terreno insular de praderas suaves salpicadas de ovejas y bosques vírgenes. Un paisaje que se funde con las abruptas y escarpadas costas, salvajes promontorios y ensenadas sobre los que se posan pequeños pueblos de pescadores.
También pude apreciar el rigor del húmedo clima atlántico, contemplando los continuos chaparrones que, intermitentemente, daban paso al débil sol del mayo irlandés.
«No me extraña que esté todo tan verde», pensé añorando ya el soleado y cálido Nueva York que acababa de dejar atrás.
Un rayo de sol se apiadó de mí y apareció entre las nubes grises cargadas de agua, dando paso a un espléndido arco iris que parecía el de aquel duende de la olla de oro que decía mi abuelo.
La maravillosa canción de Damien Rice, The Blower’s Daughter, me acompañó parte del trayecto.
La información que había podido encontrar acerca de Cork, capital del condado del mismo nombre, presentaba una ciudad muy antigua, la segunda ciudad más poblada del país, detrás de Dublín, y la tercera de aquella anciana isla, dividida pero nunca rota.
Aunque, vistas algunas fotografías del lugar, para un neoyorquino como yo, Cork más bien era un pueblo.
Cork, en irlandés Corcaigh, tiene dos significados: «corcho» en inglés y en gaélico, derivado de corcach, «marisma, pantano». Apodada «La ciudad rebelde», está construida sobre los fangos del río Lee, que la rodea y por un corto tramo se bifurca en dos canales, creando una isla en la que se levanta el centro de la ciudad. El puerto de Cork es el segundo puerto más importante del país.
La canción de Rice no era muy adecuada para mi frágil estado de ánimo y me dejó hecho polvo. Encima, el tipo de la radio se puso filosófico y explicó el significado de la letra, basada al parecer en un antiguo mito celta.
La historia era más o menos la siguiente: el dios que controlaba el viento, The blower, «el soplador», tenía una hija. Ella se enamoró del dios del mar. Su padre le prohibió estar con su amor y la desterró a vivir como mortal en la tierra. El dios del mar decidió vivir en la tierra con ella como un mortal, aunque pensó que, si lograba enseñar a respirar bajo el agua a la hija del «soplador», los dos podrían vivir juntos en el mar para la eternidad. Pero para lograrlo no podía decirle nada a su amada.
Así vivieron juntos muchos años, pero ella nunca llegó a entender por qué tenía que aprender a respirar bajo el agua. Y como no creía que era posible, no lo logró.
Al final, él la llevó anciana y débil al fondo del mar y allí murió lentamente, ahogada. Después, el dios del mar volvió a su reino y tuvo que vivir solo y destrozado para el resto de la eternidad.
La dichosa leyenda me dejó totalmente jodido y me hizo pensar que tal vez Frank y yo también estábamos condenados a no estar juntos, a separarnos una y otra vez, a amarnos en la distancia como aquellos dioses celtas.
¿Por qué no podíamos vivir en paz? ¿Por qué ese dios del viento o quien fuese no nos permitía estar juntos?
«No quiero fama o fortuna, solo quiero estar con Frank y con nuestra niña. ¿Es tanto pedir?», me pregunté conociendo la respuesta.
Era todo, demasiado pedir, lo que ningún dios concede: la felicidad.
«¡Si tan solo quiero envejecer con ella y poder tenerla cerca hasta el último minuto!», pensé frustrado.
Porque era consciente, sabía y tenía la absoluta certeza de que, en el instante final de mi existencia, Frank sería quien ocuparía mi último pensamiento. Y eso no lo podía cambiar nada ni nadie, ni todas las distancias del universo.
Pasé el resto del viaje afligido y llegué a mi destino con el ánimo por los suelos.
Al parecer, Cork también era el corazón de la industria del sur de Irlanda. Eso me pareció, sentado junto a la ventana del autobús, contemplando las diferentes fábricas que dejábamos a un lado y a otro de la carretera, farmacéuticas en su mayoría. Al poco de llegar me enteré de que el producto más famoso de la industria farmacéutica de Cork es el Viagra.
Cork es también sede europea de Apple Computer y, cómo no, de Heineken, Murphy Irish Stout y Beamish and Crawford, que están en la ciudad desde hace generaciones.
Las casas bien cuidadas, las jardineras llenas de flores, el mobiliario urbano y los coches que circulaban evidenciaban la recuperación económica tras la crisis de 2008. Ya no era el pueblecito arruinado del que partió mi bisabuelo huyendo de la enésima hambruna que azotaba la isla.
Un par de horas después de aterrizar en el aeropuerto Shannon, el autobús me dejó en el centro de Cork, junto a un puesto de información para turistas, y hasta allí me dirigí para recoger algún prospecto con teléfonos y direcciones de interés.
Uno de ellos rezaba en inglés y en gaélico:
Bienvenidos a la «República Popular de Cork» y condado más grande de La República de Irlanda. Extendiéndose por todo el suroeste, este es el lugar que nos dio al revolucionario líder político y hombre de Clonakilty, Michael Collins, además de la leyenda viva futbolística de Eire, Roy Keane. El condado abarca desde la ciudad de Cork hasta las tierras de labranza más fértiles de la Isla Esmeralda, incluyendo sus penínsulas más salvajes e islas con más colorido.
Cork posee un clima templado y cambiante, con abundante lluvia y sin temperaturas extremas. Las temperaturas por debajo de 0 °C o por encima de 25 °C son raras. La precipitación anual media, la mayoría en forma de lluvia, es de 1227,9 ml. Hay, en promedio, siete días de granizo y once de nieve o aguanieve por año, pero esta no suele acumularse por más de dos días.
Cork occidental es famosa en todo el mundo por sus playas salvajes y escarpadas penínsulas. Pero si lo que quieres es abrirte camino por tierras desconocidas, dirígete al este. Cobh, la pequeña ciudad portuaria, en 1912 fue el último puerto de escala del Titanic. Durante el siglo XIX, la actividad portuaria en Cobh creció considerablemente, y los comerciantes exportaron grandes cantidades de mantequilla y de carne de vaca a Gran Bretaña, el resto de Europa y Norteamérica.
Comienza aquí para el viajero su visita por Cork, el «Condado Rebelde», una región indiscutiblemente unida a la lucha de Irlanda por su independencia.
Y con aquellos papeles llenos de bonitas estampas del lugar de donde un siglo atrás todo el mundo huía, me dispuse a buscar un lugar donde dormir.
Llamé a Pocket nada más alojarme en un pequeño hostal de centro de Cork y le pedí que hablase con Frank para decirle que ya había llegado, que estaba bien y que en cuanto me instalase, yo mismo me pondría en contacto con ella.
La breve charla con mi amigo me dejó algo menos inquieto. Pero en mi primera noche en el hostal Sheila’s me costó mucho dormirme. Un neoyorquino necesita los ruidos constantes de los coches, de las sirenas de policía y las ambulancias, de la gente del vecindario y las luces que nunca se apagan.
Aquella primera noche, ya en la cama de aquella pequeña habitación, intenté pensar que tan solo eran unos pocos meses, que pronto regresaría a Nueva York con ellas.
También pensé que me urgía encontrar un trabajo, el que fuese. Tan solo tenía dinero para un par de noches más y para comer algo. Resoplé dando la enésima vuelta sobre el colchón de aquella pequeña cama de 90 de la que casi sobresalían mis pies.
Me levanté muy temprano, adormilado y entumecido, con dolor de cabeza como si tuviese una resaca y, al meterme bajo la ducha, me di cuenta de que no me había duchado el día anterior y que aún conservaba el tacto de Frank, su saliva y su olor en mi piel.
Resoplé con el pecho dolorido de tanto extrañarla y le di al agua caliente, que enseguida empañó la mampara de la pequeña ducha de plato y llenó de vapor el diminuto cuarto de baño con olor a lejía.
«De nuevo en el punto de partida, intentando encajar, buscando un trabajo, un lugar para vivir. Otra vez solo», pensé dejando que el agua que casi quemaba mi piel lavase sus besos.
Ángel, ahora mismo
escucho que el correo
sale todos los días
y por lo tanto
debo terminar, de modo que tú
recibirás la carta inmediatamente.
Permanece calmada. Solo a través
de la tranquila contemplación de nuestra
existencia podremos
alcanzar nuestro objetivo
de vivir juntos.
Sé paciente,
ámame.
Hoy y ayer.
¡Qué doloroso anhelo de ti,
de ti, de ti…
Tú, tú, mi amor, mi todo…!
Adiós…
Oh, continúa amándome.