Siénteme (Un puñado de esperanzas 2 - Entrega 2) - Irene Mendoza - E-Book

Siénteme (Un puñado de esperanzas 2 - Entrega 2) E-Book

Irene Mendoza

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Beschreibung

2ª entrega de Un puñado de esperanzas II. Sigue apasionándote con la historia de Frank y Mark Patricia Van der Veen ha vuelto a ponerse en contacto con Frank y Mark con la aparente intención de ayudarles. Sin embargo, la rechazan cuando quedan claras sus verdaderas intenciones y Patricia se vuelve contra ellos. Para mantener a salvo a su hija Charlotte, Mark y Frank tendrán que recurrir a la ayuda de Charlie Kaufmann y comenzar una destructiva batalla legal que pondrá a prueba su amor. - Las mejores novelas románticas de autores de habla hispana. - En HQÑ puedes disfrutar de autoras consagradas y descubrir nuevos talentos. - Contemporánea, histórica, policiaca, fantasía, suspense… romance ¡elige tu historia favorita! - ¿Dispuesta a vivir y sentir con cada una de estas historias? ¡HQÑ es tu colección!

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Seitenzahl: 117

Veröffentlichungsjahr: 2019

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Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley. Diríjase a CEDRO si necesita reproducir algún fragmento de esta obra. www.conlicencia.com - Tels.: 91 702 19 70 / 93 272 04 47

 

 

 

 

Editado por Harlequin Ibérica.

Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

 

© 2019 Irene Mendoza Gascón

© 2019 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Siénteme, n.º 218 - febrero 2019

 

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial.

Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

® Harlequin, HQÑ y logotipo Harlequin son marcas registradas propiedad de Harlequin Enterprises Limited.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia.

Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

Imágenes de cubierta utilizadas con permiso de Dreamstime.com.

 

I.S.B.N.: 978-84-1307-538-9

 

Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.

Índice

 

Créditos

Capítulo 11 Kiss From a Rose

Capítulo 12 Let’s do it

Capítulo 13 Somewhere Over the Rainbow

Capítulo 14 You’re Simply the Best

Capítulo 15 Fortunate Son

Capítulo 16 Close to You

Capítulo 17 Lost in Love

Capítulo 18 Human Touch

Capítulo 19 Creep

Capítulo 20 Love is a Losing Game

Si te ha gustado este libro…

Capítulo 11 Kiss From a Rose

 

 

 

 

 

Patricia Van der Veen volvió a dar señales de vida muy pronto.

Un día Frank recibió una oferta de trabajo mediante una llamada telefónica. Querían una dependienta y nada menos que para Tiffany & Co., la famosísima casa de joyería.

–¡Estupendo! En cuanto te vean te darán el puesto –le dije convencido.

–Pero, Mark… Yo no les he enviado mi curriculum –dijo Frank.

–Entonces, ¿quién lo ha hecho?

Pronto lo supimos. Frank hizo la entrevista esa misma tarde en una de las dos tiendas insignia de Tiffany. El puesto a cubrir era el de dependienta para el local de la Calle 57, en Manhattan. El encargado de la tienda le dio la respuesta a su pregunta al final de la entrevista, cuando le dijo que la señora Patricia Van der Veen ya les había facilitado unas referencias excelentes. Frank estaba contratada cuando regresó a casa en metro.

–No me gusta, no me gusta nada todo esto –resoplé.

–Mark, es un trabajo, y mucho mejor que el último que he tenido. No tendré que poner cafés con leche de soja orgánica –sonrió.

–¿Cómo estás tan segura?

–Ya hay otra chica para eso. La he visto.

–De todas formas, no me gusta. No me fío de Patricia.

–Pagan muy bien, a comisión, y yo sé mucho más de joyas que todas las demás dependientas de la tienda, así que esas comisiones van a ser mías, chéri –dijo con una gran sonrisa.

–Patricia te pedirá algo a cambio, lo sé. Recuérdalo –le dije agorero.

Así que Frank, que conservaba aún algunas cosas de la famosa firma neoyorquina de joyería y orfebrería, de cuando Geoffrey Sargent lo pagaba todo, empezó esa misma semana en la empresa fundada por Charles Lewis Tiffany y Teddy Young en 1837 como emporio de papelería y artículos de lujo.

Desde entonces, Tiffany & Co. había abierto tiendas por todo el mundo asociadas con su color: el Azul Tiffany, que formaba parte del uniforme de trabajo de Frank y de toda la imagen corporativa de la marca que se había hecho un hueco en el imaginario colectivo gracias a aquella escena icónica delante de su famosa fachada de granito pulido y su pequeño escaparate en la calle 38, con Audrey Hepburn desayunando un croissant.

 

 

El verano llegó y, con él, el cumpleaños de Charlotte. Cumplía tres años el 2 de julio.

Nos fuimos con los Moore en su monovolumen, a la casita de la playa, a celebrar el cumpleaños y a festejar el Cuatro de julio. Teníamos tres días por delante para pasarlos en los Hamptons: el domingo 2, el lunes 3 y el martes 4.

A nuestra hija le encantaba jugar con la arena, coger conchas y, para nuestra desgracia, también meterse al agua. Eso suponía estar pendiente de ella todo el tiempo. Era algo agotador y tremendamente estresante, al menos para mí. Frank se lo tomaba con más calma y hasta se tumbaba al sol.

Pocket y Jalissa lo tenían más fácil, Jewel tenía una movilidad reducida y prefería quedarse junto a Jalissa haciendo castillos de arena con D’Shawn. Además, tenían ya cuatro años y centraban más la atención en sus juegos. Charlotte aún era un terremoto con rizos caobas y pecas a la que yo embadurnaba de crema con protección total en cuanto veía un rayo de sol. Era pisar la playa y en cuestión de minutos acababa rebozada de arena.

La mañana comenzó muy soleada, pero los Hamptons no son Los Ángeles, llueve y a eso de las doce comenzó a nublarse para, en menos de una hora, ponerse a jarrear a cántaros. No metimos en casa y decidimos intentar entretener a los niños preparando la fiesta de cumpleaños. La tarta ya la teníamos. Charmaine nos había hecho un estupendo pastel de chocolate. Llenamos la casa de guirnaldas de colores y de globos que tuvimos que inflar Pocket y yo y hasta cantamos canciones infantiles.

Lo bueno de los niños pequeños es que para las ocho ya suelen estar dormidos y entonces te quedan unas cuantas horas por delante de paz, solo para adultos.

–Quién nos lo iba a decir hace unos años, ¿eh? –dijo mi amigo dándome una palmada en la espalda.

–Sí, la vida da muchas vueltas. A veces… demasiadas –contesté mirando la lluvia desde el porche.

–¿Va todo bien, tío? –preguntó mi amigo. Junto con Frank era la persona que mejor me conocía y se daba cuenta de cuando estaba preocupado o me pasaba algo.

–No te lo había contado, pero cuando estuve en Los Ángeles me encontré con mi madre, bueno más bien ella me encontró a mí.

–¡Vaya casualidad!

–Sí, el mundo es un pañuelo –dije sarcástico–. La cajita de música que le han regalado a Charlotte es de ella. La ha enviado desde Beverly Hills.

Le conté todo; al fin y al cabo, Pocket era como mi hermano.

–¡Joder, tío! ¡Menuda historia! ¿En Beverly Hills? –exclamó asombrado.

–No sé cómo se ha enterado de su fecha de cumpleaños ni de nuestra dirección –dije rabioso.

–¿Y Frank lo sabe? –Asentí serio–. ¿Y qué opina?

–A veces creo que es demasiado noble. Cree que todo el mundo merece una segunda oportunidad. Yo no opino lo mismo.

En ese momento, Frank salió al porche y los dos nos callamos de repente.

–¿Qué hacéis aquí fuera? Hace una noche horrible –dijo mirándonos a ambos.

–Charlar –contesté tenso.

Frank advirtió de inmediato mi coraza, esa que ya casi no empelaba y que me volvía duro y me mantenía en guardia, a salvo de emociones incómodas. La que me había salvado del dolor desde niño. Ella miró a Pocket y mi amigo captó el mensaje enseguida.

–Voy dentro, tío –dijo mi amigo.

–Buenas noches, Pocket –se despidió Frank, agradecida.

Frank se sentó conmigo en el porche, en un banco de madera. El oleaje se vislumbraba en la noche y se escuchaba fuerte y cercano.

–Le he contado lo de Charlie Kaufmann.

–Lo de tu madre –puntualizó sin aspereza–. ¿Y qué te ha dicho?

–Se ha quedado pasmado –murmuré mirando al horizonte para proseguir con gesto sombrío–. No quiero tratos con ella. Llevo más de treinta años sin una madre. No necesito ninguna ahora.

–Al menos, la tuya está viva. Yo daría cualquier cosa por poder volver a ver a mi madre una sola vez más.

–No puede venir ahora como si nada y ponerse a ejercer de abuela. –Resoplé.

–Mark, no la odies –susurró–. No quiero que eso te haga daño. Tú me decías siempre que debía perdonar a mis padres y no guardarles rencor, hacer mi vida, no pensar en el pasado. Pues ahora tú debes hacer lo mismo, chéri.

Resoplé tumbándome sobre el banco de la entrada con mi cabeza sobre su regazo. Frank me acariciaba el pelo, mirándome a los ojos con ternura.

–Tú eres dulce, noble, bondadoso –suspiró–. Cuando te veo con nuestra hija, veo cómo la cuidas y la mimas, lo cariñoso que eres con ella veo… veo tu alma. No puedo imaginar rencor o nada malo en ti en esos momentos.

Miré a Frank admirado. Se había vuelto una mujer muy sabia.

–Por eso te quiero tanto. Porque sacas lo mejor de mí, me haces mejor persona. Contigo me siento… –No encontraba la palabra exacta, pero Frank me miró aguardando–. Decente, me siento alguien digno de ser el padre de Charlotte.

Eran ellas quienes me convertían en alguien mejor, en una versión buena de mí mismo, y hacían que me olvidase de mi pasado y de mi lado más oscuro.

–Eres mejor de lo que crees –sonrió con ternura.

Me tocó el rostro con sus manos, el cuello, de nuevo la cara para acabar acariciándome la cabeza. Yo cerré los ojos disfrutando de esas suaves caricias llenas de ternura.

–Si no lo haces por ti, al menos hazlo por Charlotte –me pidió con dulzura–. Algún día puede que se pregunte quién fue su abuela y por qué su padre no le dejó conocerla.

–Lo intentaré. Pero… me pides mucho, princesa.

–Lo sé, pero no lo haría si no supiese de lo que eres capaz.

Ella creía en mí, siempre lo hacía y esa era mi fuerza, la mayor de todas.

–Y no le devuelvas la cajita de música. A Charlotte le ha gustado tanto…

–Vale –susurré sonriendo antes de besarla suavemente.

Entramos en la casa. La chimenea estaba apagada y hacía fresco para ser julio. Los niños dormían los tres juntos en el desván del altillo, que habíamos habilitados para ellos. Pocket y Jalissa ya estaban en el cuarto de invitados, en el primer piso. Yo encendí la chimenea y Frank puso música suave.

–Recuerdo la primera vez que estuvimos aquí –dijo ella en voz baja.

–Sí, yo también –sonreí avivando el fuego.

–Tú no querías hacer nada conmigo.

–No exactamente –dije con picardía–. Pero no era el momento. Quería… algo más íntimo, algo mejor.

–Lo sé –sonrió Frank sentándose en el suelo, frente a la lumbre–. Fuiste tan dulce aquella noche…

–En realidad, solo pensaba en hacer lo que tu amiga Chloe ya estaba haciendo con su amigo de entonces ahí arriba, pero reconozco que no empleé todas mis armas contigo. No me pareció bien.

Frank sonrió. La miré con todo mi amor, que era el que me estaba haciendo respirar profundo en esos momentos, y tomé su rostro entre mis manos para besar su boca llena y tierna con lentitud.

Teníamos invitados y aquella noche no pudimos hacer gran cosa, pero terminamos bailando Kiss From a Rose, de Seal, y durmiendo en el suelo entre cojines y mantas, abrazados junto al fuego, como aquella noche de diciembre de 2011, cuando aún ninguno de los dos sabíamos que nos íbamos a querer tanto.

Capítulo 12 Let’s do it

 

 

 

 

 

El tiempo mejoró mucho y decidimos arriesgarnos a preparar una barbacoa para celebrar el Cuatro de julio esa noche, de víspera.

Planeamos asar malvaviscos en la playa y tal vez ir hasta el pueblo más cercano a ver los fuegos artificiales. Los niños estaban nerviosos y alterados pensando en los festejos nocturnos y fue imposible que echaran la siesta, así que salimos a pasear por la orilla a recoger conchas.

No nos dimos cuenta de que poco a poco nos íbamos acercando a la propiedad de los Van der Veen.

Fue Charlotte quien vio primero a Patricia. Venía paseando en dirección contraria con un sombrero de mimbre, vestida totalmente de blanco. Hubiese sido inútil darnos la vuelta o intentar no cruzárnosla, fue inevitable.

Patricia también vio a Charlotte y emitió un gritito de alegría. Comenzó a saludarnos con la mano y no paró de hacerlo hasta que llegó hasta nosotros.

–¡Qué sorpresa tan agradable! –exclamó contentísima, agachándose para dar un efusivo abrazo a Charlotte.

Patricia… –saludé sin mucho entusiasmo.

Me fijé en su aspecto; parecía haber envejecido bastante desde la última vez que nos habíamos visto y pensé que el dolor siempre pasa factura.

–Hola, Patricia –dijo Frank.

Pocket y Jalissa se quedaron un poco rezagados, haciéndose los distraídos con los niños y las conchas.

–¡No sabéis cómo me alegra encontraros! –suspiró con exageración–. Sobre todo, porque así puedo ver una vez más a esta personita tan preciosa.

Patricia continuaba abrazando y besuqueando a Charlotte, que, agobiada por tanto apretón, se revolvió hasta deshacerse de ella y correr hacia donde estaban Jewel y D’Shawn.

–Estamos pasando el fin de semana con unos amigos, en la casita de la playa –explicó Frank sin mucho entusiasmo.

Patricia se acercó a besar a Frank en la mejilla.

–Pues es una maravillosa coincidencia. Yo también estoy pasando el Cuatro de julio aquí con mi marido y unos amigos. Este sol y el aire puro me vienen de maravilla. Esta noche celebramos una pequeña fiesta informal. ¡Tenéis que venir con Charlotte! –exclamó con vehemencia.

–No nos va a ser posible Patricia, tenemos invitados y… –empezó a contestar Frank.

–Ya teníamos planes para esta noche –dije tajante.

–Claro, por supuesto. –Patricia Van der Veen forzó una sonrisa mirando a Pocket y Jalissa de reojo–. Ya habrá otra ocasión.

Ya íbamos a darnos la vuelta cuando Patricia nos hizo desistir.

–Por cierto, Frank. ¿Qué tal en tu nuevo trabajo? Espero que estés a gusto. Donald Chambers, el encargado, me aseguró que te tratarían muy bien. ¿Está siendo así, querida? –preguntó con insistencia.

–Eh… sí, claro, Patricia –titubeó Frank.