Eva en los mundos - Ricardo Martínez Llorca - E-Book

Eva en los mundos E-Book

Ricardo Martínez Llorca

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Aquí hay un libro escrito desde la admiración. Habla de ese territorio sutil donde conviven sueño y verdad, pues la realidad suele ser una suma de insinuaciones que deslumbran nuestra percepción en un juego de espejos. La observación abierta de esos destellos, su reflejo y escritura, habría sido territorio de varones de no ser por la presencia de algunas mujeres, brillantes todas, testigos de los ordenadores de última generación y de las perplejidades humanas. En Eva en los mundos reunimos los perfiles de trece escritoras y cronistas, verdaderas maestras en el arte de esclarecer tiempos de tormentas. Pertenecen a cinco océanos y a momentos históricos diferentes. Sus vidas, y la lectura de sus obras, forman un mosaico que aquí se recompone con la misma pasión literaria con la que escuchamos sus voces. Evas que no ponen las cosas fáciles, porque sus biografías son océanos en los que rescatar peces de todos los colores. Esta recopilación de autoras nos permite ver a través de su mirada e imaginar sus sueños y verdades; mujeres hechas de palabras cuyo factor común tal vez sea el sentido de la justicia. Con los perfiles de: SVETLANA ALEKSIÉVICH, SOFÍA CASANOVA, CARMEN DE BURGOS, JOAN DIDION, HAYASHI FUMIKO, HELEN GARNER, MARTHA GELLHORN, LEILA GUERRIERO, JANET MALCOLM, EDNA O'BRIEN, ANNEMARIE SCHWARZENBACH, MARINA TSVETAIEVA, REBECCA WEST

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SOBRE EL AUTOR

RICARDO MARTÍNEZ LLORCA (Salamanca, 1966)

Tres son sus pasiones: la literatura, el viaje y la montaña. A partir de ellas ha construido su obra escrita, tanto en medios de prensa como en libros. Entre estos últimos se cuentan las novelas Tan alto el silencio (Debate, finalista del premio Tigre Juan), El paisaje vacío (Debate, premio Jaén), El carillón de los vientos (Alcalá), Después de la nieve (Desnivel, finalista del premio Desnivel), Hasta la frontera de mi sueño (El Desvelo) y Mi deuda con el paraíso (Desnivel). Su único libro de relatos es Hijos de Caín (Xplora) y su única experiencia en el territorio testimonial Luz en las grietas (Desnivel, premio Desnivel).

En el campo de la literatura de viajes ha publicado Cinturón de cobre (Pre-textos) y Al otro lado de la luz (La línea del horizonte). Con anterioridad ya había hecho una incursión en el género de los perfiles con El precio de ser pájaro (Desnivel), pero en Eva en los mundos se adentra en las vidas de una serie de escritoras y cronistas que han llevado al cénit lo mejor de la literatura documental.

SOBRE EL LIBRO

Aquí hay un libro escrito desde la admiración. Habla de ese territorio sutil donde conviven sueño y verdad, pues la realidad suele ser una suma de insinuaciones que deslumbran nuestra percepción en un juego de espejos. La observación abierta de esos destellos, su reflejo y escritura, habría sido territorio de varones de no ser por la presencia de algunas mujeres, brillantes todas, testigos de los ordenadores de última generación y de las perplejidades humanas.

En Eva en los mundos reunimos los perfiles de trece escritoras y cronistas, verdaderas maestras en el arte de esclarecer tiempos de tormentas. Pertenecen a cinco océanos y a momentos históricos diferentes. Sus vidas, y la lectura de sus obras, forman un mosaico que aquí se recompone con la misma pasión literaria con la que escuchamos sus voces. Evas que no ponen las cosas fáciles, porque sus biografías son piélagos en los que rescatar peces de todos los colores. Esta recopilación de autoras nos permite ver a través de su mirada e imaginar sus sueños y verdades; mujeres hechas de palabras cuyo factor común tal vez sea el sentido de la justicia.

SVETLANA ALEKSIÉVICH | SOFÍA CASANOVA CARMEN DE BURGOS | JOAN DIDION HAYASHI FUMIKO | HELEN GARNER MARTHA GELLHORN | LEILA GUERRIERO JANET MALCOLM | EDNA O’BRIEN ANNEMARIE SCHWARZENBACH MARINA TSVETAIEVA | REBECCA WEST

Eva en los mundos

Escritoras y cronistas

RICARDO MARTÍNEZ LLORCA

Título de esta edición:Eva en los mundos. Escritoras y cronistas

Primera edición enLA LÍNEA DEL HORIZONTE EDICIONES: enero de 2019

© de esta edición:

LA LÍNEA DEL HORIZONTE EDICIONES:

[email protected]

© del texto: Ricardo Martínez Llorca

Los perfiles correspondientes a Annemarie Schwarzenbach, Rebecca West, Martha Gellhorn y Hayashi Fumiko aparecieron en la revista digital La Línea del Horizonte; los de Janet Malcolm, Joan Didion, Svetlana Alexiévich, Leila Guerriero, Edna O’Brian y Marina Tsvietáieva lo hicieron en FronteraD y los de Casanova, De Burgos y Garner son inéditos.

© de la maquetación y el diseño gráfico: Víctor Montalbán | Montalbán Estudio Gráfico

© de la maquetación digital: Valentín Pérez Venzalá

ISBN ePub: 978-84-17594-22-0| IBIC: BGL, DNJ

Todos los derechos reservados. Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley.

CUADERNOS DE HORIZONTE SERIE AZIMUT

Eva en los mundos

Escritoras y cronistas

A los amigos que me enseñaron los vínculos entre  la literatura y lo que nos sucede:a Juan Luis Conde, a José Luis Corralesy a la memoria de Manuel Talens.

Eva en los mundos

SUEÑO Y VERDAD

SOFÍA CASANOVA

El primer testimonio de la guerra

CARMEN DE BURGOS «COLOMBINE»

El águila y la paloma

MARINA TSVIETÁIEVA

Un caso de exceso de ternura

REBECCA WEST

La periodista casi perfecta

HAYASHI FUMIKO

Desde los callejones de tokio

MARTHA GELLHORN

Sobre la inmortalidad

ANNEMARIE SCHWARZENBACH

Los ángeles tristes

EDNA O'BRIEN

El mito rural

JOAN DIDION

Las raíces de la civilización

JANET MALCOLM

La sociedad y la conciencia

HELEN GARNER

El reportaje sentimental

SVETLANA ALEXIÉVICH

Contra el dolor

LEILA GUERRIERO

La literatura son los demás

SUEÑO Y VERDAD

En la narración del Génesis figuran dos árboles en el jardín del Edén: el del Conocimiento del Bien y del Mal y el de la Vida. Del segundo apenas sabemos nada, dado que Dios expulsó a Eva y Adán tras comer el fruto del primero. Lo que a continuación ofrecemos es una introducción a las hijas de Eva, a las mujeres que buscaron esos frutos y los intentaron catar a lo largo de los últimos ciento veinte años, convencidas de que el retorno al Edén pasa por dar fe de lo que sucede sobre la piel de la Tierra. Como en el caso del Kublai Jan que aparece en Las ciudades invisibles, de Italo Calvino, morder ese fruto es una necesidad, dado que se trata de un imperativo por corroborar si la verdad se corresponde a los sueños: «Vete de viaje, explora todas las costas y busca esa ciudad —dice el Jan a Marco—. Después vuelve a decirme si mi sueño corresponde a la verdad».

Este, el de confrontar la verdad con nuestro sueño, es un acto que practicamos a diario en distinta medida y con fortuna más bien desigual. Vuelve a ser un careo entre la realidad y el deseo. La respuesta que Italo Calvino pone en boca de Marco Polo es determinante: «Perdóname, señor: no hay duda de que tarde o temprano me embarcaré en aquel muelle —dice Marco—pero no volveré para contártelo. La ciudad existe y tiene un simple secreto: solo conoce partidas y no retornos». Cuando nos despertamos de un sueño, estamos exactamente en el mismo lugar en el que nos quedamos dormidos. Pero de un viaje, de una exploración hacia otro sitio o desde la memoria, es imposible retornar a un lugar idéntico. Solo las coordenadas del GPS son las mismas; el resto ha cambiado y nosotros con él.

Estas mujeres, de la estirpe de Eva, tratan de escribir sobre la realidad, sobre los lugares a los que van, sobre lo que ven, pero todos sabemos que, para darle forma a la realidad, y no digamos a la verdad, hace falta mucha imaginación; en ocasiones, incluso mucha poesía. Cualquiera de las cualidades, la imaginación o la poesía, y también el activismo o la creación, se encuentra en la mirada. Escribir es, en definitiva, una consecuencia de la observación. Y los únicos sentidos que no observan se encuentran bajo las lápidas. La intensidad que uno les atribuya está en función de cuánto abra las puertas de la parte sensible que acarreamos en algún lugar del sistema nervioso.

Transformada en crónica, tal vez el género en mayor auge de este principio del siglo XXI, la mirada bien trasladada a texto nos lleva de viaje por el mundo. Pero no se trata de parajes vacíos. La crónica habla de lo que nos hace humanos, si bien le es propio la denuncia de la falta de humanidad. Sin personas, tendrá el valor de una postal. Hablar sobre crisis y conflictos de mayor o menor octanaje, o sobre el hambre parece su forma más frecuente. Sorprende encontrar grandes crónicas cuando se menciona un aula de educación secundaria o un campeón de un baile minoritario en el corazón de Argentina. Los talentos de Helen Garner o Leila Guerriero, su mirada, conquista el territorio que antes era pasto de los reporteros de guerra. No existe la realidad, como no existe la felicidad o la libertad. Existen las libertades y también las realidades, y una felicidad tan desigual como interrumpida, y por tanto también articulada en plural. No se puede disfrutar de todas las libertades a la vez, como no se puede ser amante y cónyuge durante el mismo segundo. Algo parecido sucede con las realidades. Gracias a las crónicas, más o menos tamizadas por la imaginación o la poesía, podemos habitar en otras existencias durante unos minutos; ese es el regalo que le hace el género al mundo. Como el Marco Polo de Italo Calvino, tememos que, de llegar a esa ciudad con nuestros propios pies, jamás regresaríamos.

Sin duda, la lista debería ser más extensa. Nuestra selección muestra tanto lo cotidiano para la clase media como para la clase alta, sin faltar, por supuesto, la defensa y el apoyo a los desfavorecidos; son mujeres que hablan de la guerra y que hablan de lo cotidiano. No siempre las crónicas son cien por cien reales y en algunas ocasiones, como la de Marina Tsvetáieva, son un encuentro necesario dentro de su historia. En el caso, por ejemplo, de Edna O’Brien, eligió el refugio confeso de la ficción, al menos en lo concreto, que no en las sensaciones, excepto en su libro autobiográfico, ámbitos en los que se han movido casi todas ellas en distintas proporciones; no Svetlana Alexiévich. Pero la ficción se alimenta de la realidad, o de las realidades, en la misma medida en que la realidad se alimenta de la ficción. Una crónica cumple con el mismo anhelo de credibilidad que es necesario que contenga el relato o la novela. En todos los textos de nuestras hijas de Eva se contiene algo del conocimiento del bien y del mal y algo del fruto del árbol de la vida: algo de ficción que se alimenta de la realidad y algo de la realidad que, aunque nos pese, se alimenta también de la ficción. Tal vez debiéramos valernos, aquí, del neologismo de Borges y mencionar la aporía en plural: las realidades se alimentan de las ficciones, del mismo modo que las ficciones se alimentan de las realidades.

En una época de géneros híbridos, en los que las intenciones y anhelos de representación se adhie­ren tanto a lo que el escritor considera realidad, su realidad, no está de sobra recordar de dónde venimos. Se conoce como autoficción, por ejemplo, un género que cualquier persona con una pequeña dosis de cinismo daría por liquidado antes de la primera frase: en buena medida, respondería el lector, Darwin terminó con la autoficción cuando escribió El origen de las especies. Estaríamos ante un ensayo que ha terminado por copar muchas cumbres narrativas, una historia fabulosamente narrada. Como son las de Heródoto o El libro de las maravillas, de Marco Polo, donde para llenar los demasiados huecos de realidades a los que puede acceder el cronista, se utiliza no solo la imaginación, sino hasta la fantasía.

Sofía Casanova o Carmen de Burgos asientan las leyes de lo que es crónica y lo que no: el eje sobre el que se mueven es la verosimilitud; lo que narran no basta con que sea creíble dentro del pacto que proponen al lector, se tiene que identificar como verdad en el sentido en que el Kublai Jan quería corroborar si su sueño se correspondía con una ciudad que existe. Aunque leer sus viajes por Europa, en una época en la que apenas se permitía a las mujeres salir de su círculo íntimo, de su barrio y sus tertulias a la luz de las candelas, debió suponer una sacudida mayor; algo de similar impacto a las hipótesis de Darwin. El mundo se agranda a medida que ellas avanzaron y nosotros las leemos. Annemarie Schwarzenbach y Rebecca West, por ejemplo, acudirían a una llamada que se imponía: quitar las ojeras al resto de la humanidad, pues no se limitaron a ampliar el mundo a través de sus textos: el mero hecho de pasear sobre la superficie de los continentes muestra el respeto que debemos tener mientras aprendemos. Martha Gellhorn es un caso paradigmático en ese sentido; conocida por su breve matrimonio con ErnestHemingway, su literatura y sus aventuras podrían igualar, e incluso por momentos superar, a las del premio Nobel. Al contrario que Hemingway, era discreta, una virtud que echamos en falta entre tanto protagonista, entre tanto duelo de testosterona, robando planos en las televisiones.

En cualquier caso, no se trata de una competición de género. El ojo, como la poesía y la imaginación, ¿será el mismo en hombres y mujeres, en Eva que en Adán? El sentido de reunir estas voces en un volumen es el que se refleja en el refrán chino que dicta que para enderezar a un junco es necesario doblarlo en sentido contrario. El mundo se nos aparecía, hasta hace poco, solo a través de las miradas de la estirpe de Heródoto; ahora podemos apoyarnos también en la de Eva. La atención que han conseguido recibir Joan Didion o Janet Malcolm en las dos costas de Estados Unidos, por ejemplo, da fe de que ese sueño sí se puede hacer verdad.

El libro acaba siendo un viaje a los frutos prohibidos de los árboles del Edén, a la tentación por corroborar si el sueño se corresponde con la verdad. Es un acto que solo cabe ejecutar ensuciándose las manos; y suciedad y pecado son, con frecuencia, sinónimos. Al pensar en el sentido de «pecado» que heredamos, da la sensación, en último término, de que las metáforas del Génesis pueden contener en sí una interpretación y su contraria: Eva ha dado pie a una generación de mujeres que sudan, que fue la maldición a la que Dios condenó a Adán para pagar su gran pecado. La doble interpretación se podría decir que está presente en las mejores crónicas, dado que mientras quien las escribe traduce una mirada, cuenta con la mirada del lector para retornarlas a lo que considera que es la verdad. Si es que la verdad existe al margen de los microscopios. La interpretación de lo que leemos depende tanto del sueño de las escritoras y cronistas, como del sueño del lector. La verdad se alimenta del sueño, en la misma medida en que los sueños se alimentan de la verdad. De ahí que sus escritos no tengan pretensiones de revelar que la realidad es única, pero sí lo han sido sus ficciones, su ilusión, su sueño.

SOFÍA CASANOVA

EL PRIMER TESTIMONIO DE LA GUERRA

Durante dos años, en una época en que el tiempo significaba más pausa y paciencia, y la comunicación se demoraba incansables meses, en una época en que recibir una carta consagraba a toda una familia a una celebración, la voz de Sofía Casanova (Almeiras, La Coruña, 1861 - Poznań, Polonia, 1958) se mantuvo apagada. Hasta principios del año 2015 Sofía Guadalupe Pérez Casanova de Lutoslawski había roto cualquier prejuicio sobre la mujer, al menos en lo que respecta a la escritura, tanto la de salón como la de batalla, mostrando una potencia en los motores del trabajo enorme, despidiendo versos, crónicas y obras de teatro a través de su imaginación y su capacidad para observar, si es que la segunda no es la definición de la primera. No es que pareciera haber abandonado su oficio como primera mujer corresponsal en un país extranjero, sino que hasta había faltado a la cita anual con sus raíces. Sofía tenía la costumbre de regresar desde Rusia o Polonia, cada verano, a su Galicia natal. Como Rosalía de Castro, echaba tanto de menos el molino entre castaños, las hierbas del camposanto donde enterró a su familia o las campanas del manzanal, que, para no cambiar, definitivamente, amigos por extraños, para no morir de soledad, viajaba durante semanas por la piel de Europa con el fin de recibir un tanto así de su aldea natal. No renunciaba a dejar cuanto bien quería y, a modo de recompensa, recorría unos paisajes en una época en la que los medios de transporte facilitaban al pasajero sosegado la contemplación de estepas, ríos, valles y las montañas de los Alpes o Pirineos.

Tuvo que llegar el año 2017, con sus diez días que estremecieron al mundo, para que se arrojara a dar noticias. El estilo que refleja en sus diarios, contando cincuenta y cinco años, nos recuerda al de su amigo Benito Pérez Galdós: «Dícese que Lenin formará para la defensa de su Gobierno, si triunfa, el ejército rojo, reclutado en las fábricas, en las aldeas, entre el proletariado cansado de la guerra, y que —¡oh, ironía!— se arma y se apresta a luchar con sus hermanos para dar a Rusia la Paz». A las intenciones de Lenin las llamaba golpe de estado, a los anarquistas y comisarios del pueblo, ogros; pero fue una de las primeras personas que supo prever lo que se estaba fraguando: en contra del parecer occidental, argumentaba que esa revolución sería duradera e implicaría cambios inconcebibles en el mundo, pues a quienes la seguían no les faltaba una causa. Ni tampoco el valor de los hombres, de los obreros, de los proletarios, a quienes se calumniaba desde los órganos de Moscú y los periódicos llamándoles cobardes. Para Sofía no lo fueron nunca, como demuestra que con su sangre defendieran, en las distintas revoluciones rusas, sus derechos a la paz y al triunfo del comunismo.

En cuanto a su postura como testigo, por momentos a lo que más se parece es a reconocer el acierto de Stendhal en las primeras páginas de La cartuja de Parma, cuando su héroe, Fabricio del Dongo, se encuentra en la batalla de Waterloo; en contra de las narraciones habituales, Fabricio, como Sofía en San Petersburgo, presencia actos de escala humana, un tiro suelto, una paliza, lo que parece un cadáver, ruidos a lo lejos: «Gritos, silbidos de sirenas y disparos en esta acera: puertas más arriba cortan con nuevos sobresaltos la intranquilidad de nuestro sueño. Hay lucha en la calle, pero no puedo distinguir más que bultos atravesando de una a otra acera. En la de enfrente agrúpanse, y una larga mancha obscura parece un cuerpo inmóvil».

Son frases dictadas, pues unos meses antes había recibido un golpe en el ojo e iría perdiendo el don de la vista. Pero no la intuición, que sin duda ya era hija de la multitud de experiencias. Y así teme la llegada de los alemanes, que ya están en Finlandia con los cuchillos entre los dientes. «El Simoun —nieve y sangre— del Norte nos ciega», dicta, para reconocer que lo que ella cree que sucederá no son certezas. Vaticina, eso sí, que si los alemanes llegan a San Petersburgo sus enemigos históricos, los burgueses, les harán una ovación, «pues el pánico que inspiran los leninistas a los burgueses les hace apreciar el orden y la disciplina de los kaiserianos», una lección de guerra y, por tanto, una mala lección. Sofía era partidaria del orden, temía al caos, pero no quería un orden bajo la bota militar ni impuesto por la victoria en la guerra. Ese orden se asemeja demasiado al que reina en los cementerios. De hecho, durante semanas después de la subida al poder de Lenin, sigue escuchando disparos en las calles y denuncia las desapariciones y los saqueos.

Por lo pronto, en Rusia, tras el triunfo de la revolución y los ocho días de asedio a Moscú, lo que espera al país es, para ella, una catástrofe. Como en tantas guerras, falta el pan y sobran malhechores valiéndose del poder de su fusil. El futuro no está escrito, pero Sofía da por buenos sus días en Rusia mientras analiza cuál hubiera sido el resultado de haber intervenido los cosacos obedientes al autócrata: tal vez la victoria hubiera caído del lado del gobierno, sí, pero a costa de un derramamiento de sangre, lo cual hubiera lamentado más que la victoria de los bolcheviques. Aun así, guarda su curiosidad intacta y se empeña en asistir a las consecuencias de la revuelta, hasta marzo de 1919, tras pasar una temporada dando cuenta de las consecuencias desde una Polonia que había recuperado su independencia, cuando abandona el país en dirección a París y luego a España. Mientras tanto, no deja de registrar testimonios sobre muertes salvajes y hordas arrasando con bodegas de vino y vodka, con lo que ello implica sobre una condición humana que ha soportado toneladas de sufrimiento. Sofía habla de los hechos posteriores a la revolución como de tapas de olla reventando con la presión; ve mucho odio y lamenta la falta de respeto. Sus escritos son un claro ejemplo de la deshumanización que hacemos sobre los otros cuando dejamos de verlos como personas para pasar a considerarlos el enemigo.

Sobre la Rusia federal que acaba de forjarse, la expresión más clara que utiliza es, valga la paradoja, que «surge de la nebulosa». Sin dejar de criticar la farsa democrática del anterior presidente, Kerensky, que engañó al proletariado, considera que la que ha impuesto Lenin no es menos teatro, no es equitativa, «armada de la piqueta anárquica y el odio de clases»; pero al menos le concede el coraje de echar al vuelo la idea del armisticio, «que es punto de luz en las tinieblas». El trabajo definitivo sobre la valoración de lo que supuso la Revolución Bolchevista se lo encomienda a los futuros historiadores; a fecha de hoy, esa labor todavía está por hacer. Por su parte ella, considera, que solo podrá asistir a la tormenta y a las aguas revueltas que impiden ver el fondo. «La democracia sucia y execrada de Lenin y Trotsky está al natural, no finge, no se adorna y no es tan espantable como se dice». No se puede reconocer mejor la ignorancia sobre el futuro: por delante, hagamos la elección que hagamos, solo hay oscuridad.

Su aprecio por los zares, o por el culebrón de la familia de los zares, los Romanov, ya había quedado plasmado en unos artículos en los que, por otra parte, era más crítica con los individuos que con el sistema. Sofía fue defensora de las formas de gobierno monárquicas. De hecho, su primer mentor, cuando se preparaba para saltar de la adolescencia a lo que viene después, fue el propio Alfonso XII. El rey se encargó de la publicación y difusión de sus primeros poemas. La suerte de leerla es que, al contrario que a Galdós, cuya ideología parece cambiar en el salto que lleva de Fortunata y Jacinta a los Episodios nacionales, sabemos interpretar a la persona que hay detrás del texto. Católica y conservadora, durante la Guerra Civil se sumaría a las filas franquistas. Ya entonces no le era nada ajeno el sufrimiento y la sangre. Sofía fue, de hecho, una de las primeras mujeres corresponsales de guerra en el mundo.

En julio de 1914 se encuentra en Polonia, visitando a sus hijas, que llevan el apellido de su padre, Lutoslawski, un hombre del que llevaba un tiempo separada, cuando estalla la Primera Guerra Mundial. Resiste en Drozdowo un mes, antes de trasladarse a Varsovia, donde se hace enfermera y reportera, por este orden, para atender a los soldados moribundos. Eran años grises, cuando las heridas de batalla eran llagas abiertas y vísceras al aire, con un contorno de barro y cenizas que construía un estadio olímpico para las bacterias. En España se admiraba a los alemanes, un fenómeno que quiso combatir con sus cartas al diario ABC, cuya respuesta fue proponerle la corresponsalía permanente en Europa oriental. El transcurso de la guerra la obliga a huir a Minsk, a Moscú y a San Petersburgo, llevando consigo una maleta de cartón reforzado con cuero y a sus tres hijas vivas, y a la cuarta en el dolor de la memoria. Hablaría sobre la muerte de Rasputín y entrevistaría a Trotski, a quien consideraba el más inteligente de los líderes de la revolución bolchevique, y a quien llamó «el terrible comisario de Negocios Extranjeros». La descripción del líder no carece de curiosidad: no sabe si es simpático, pero no termina de ser atractivo: «acentúa su tipo israelita la espesa melena revolucionaria, que enmarca con negrura su rostro irregular y agudo. Las cejas y la recortada perilla, muy negras, son a modo de pinceladas mefistofélicas en rostro cetrino». Si en literatura se describe con intención de mostrar el alma, Trotsky quedaba a años luz del físico que a Sofía le resultaba magnético. Así y todo, reconoce que a cierto tipo de personas no les puede resultar más arrollador, pues podría pasar por un artista decadente y tiene un valor irreemplazable en aquella Rusia, en la que su personalidad se impone en un plan político que cataloga como desconcertante y trascendental.

Y a continuación expone un único párrafo, en sus diarios, de aquella entrevista, aquel en el que Trotsky asegura que no cabe hacer otra política en esos tiempos y, quién sabe, también en el medievo y en el siglo XXV