Fidel Castro - Loris Zanatta - E-Book

Fidel Castro E-Book

Loris Zanatta

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Beschreibung

Conocemos la historia y la leyenda en torno a ella: desde mediados del siglo XX, la figura de Fidel Castro ha sido central en América latina. Sus largos discursos se volvieron célebres, eran el evangelio de la lucha. La Revolución cubana fue un faro que guio a la izquierda de la región. En plena guerra fría, con el enfrentamiento entre la Unión Soviética y Estados Unidos, un régimen comunista a unos cientos de kilómetros de Miami, era una afrenta difícil de tolerar. Un auténtico icono marxista. Pero acaso esto sea un muy aceptado y cómodo malentendido. Una revisión estricta del corpus ideológico de Fidel Castro, de su formación, de su vida, su universo moral y de sus escritos, tan cargados de ascética religiosidad, revela otra cosa: la base de su pensamiento es un catolicismo acendrado, fruto de la reaccionaria herencia hispánica de su familia, y de la decisiva educación de los jesuitas. Es sobre suelo, que será decisivo hasta su muerte, donde se asienta el marxismo. Eso explica mejor lo que combate y desprecia: la modernidad liberal, la democracia representativa, las libertades individuales, la economía de mercado. Y por sobre todas las cosas, Estados Unidos, quintaescencia de estos valores de raíz protestante que se extendieron a los países de Occidente. En análisis brillante y exhaustivo, que es la vez una biografía de Fidel Castro y un ensayo histórico sobre Cuba y su influencia en América Latina, Loris Zanatta demuestra cómo se fusionaron en ese ideario el populismo latino de raigambre antiliberal, el comunismo y la utopía cristiana, y de qué manera signaron la vida de los cubanos bajo un estado totalitario y una economía de subsistencia. Al final de su vida, la prosperidad que la revolución habría de traer fue reemplazada por alabanzas a la pobreza evangélica y a la unión de católicos y musulmanes contra el pecado capitalista.

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Loris Zanatta

Fidel Castro

El último “rey católico”

Conocemos la historia y la leyenda en torno a ella: desde mediados del siglo XX, la figura de Fidel Castro ha sido central en América Latina. Sus largos discursos se volvieron célebres, eran el evangelio de la lucha. La Revolución cubana fue un faro que guio a la izquierda de la región. En plena Guerra Fría, con el enfrentamiento entre la Unión Soviética y Estados Unidos, un régimen comunista a unos cientos de kilómetros de Miami era una afrenta difícil de tolerar. Un auténtico ícono marxista.

Pero acaso esto sea un muy aceptado y cómodo malentendido. Una revisión estricta del corpus ideológico de Fidel Castro, de su formación, de su vida, su universo moral y de sus escritos, tan cargados de ascética religiosidad, revela otra cosa: la base de su pensamiento es un catolicismo acendrado, fruto de la reaccionaria herencia hispánica de su familia, y de la decisiva educación de los jesuitas. Es sobre suelo, que será decisivo hasta su muerte, donde se asienta el marxismo. Eso explica mejor lo que combate y desprecia: la modernidad liberal, la democracia representativa, las libertades individuales, la economía de mercado. Y por sobre todas las cosas, Estados Unidos, quintaesencia de estos valores de raíz protestante que se extendieron a los países de Occidente.

En análisis brillante y exhaustivo, que es la vez una biografía de Fidel Castro y un ensayo histórico sobre Cuba y su influencia en América Latina, Loris Zanatta demuestra cómo se fusionaron en ese ideario el populismo latino de raigambre antiliberal, el comunismo y la utopía cristiana, y de qué manera signaron la vida de los cubanos bajo un estado totalitario y una economía de subsistencia. Al final de su vida, la prosperidad que la revolución habría de traer fue reemplazada por alabanzas a la pobreza evangélica y a la unión de católicos y musulmanes contra el pecado capitalista.

Zanatta, Loris

Fidel Castro : el último Rey Católico / Loris Zanatta. - 1a ed. - Ciudad Autónoma de Buenos Aires : Edhasa, 2020.

Libro digital, EPUB

Archivo Digital: descarga

Traducción de: Diego Bigongiari.

ISBN 978-987-628-595-7

1. Biografías. I. Bigongiari, Diego, trad. II. Título.

CDD 920.71

Título original: Fidel Castro. L’ultimo “re cattolico”

Diseño de cubierta: Juan Pablo Cambariere

Primera edición: diciembre de 2020

Edición en formato digital: diciembre de 2020

© Loris Zanatta, 2020 © 2020, Gius. Laterza & Figli, All rights reserved © de la traducción Diego Bigongiari, 2020

© de la presente edición Edhasa, 2020

Córdoba 744, 2º piso C

C1054AAT Capital Federal

Tel. (11) 50 327 069

Argentina

E-mail: [email protected]

http://www.edhasa.com.ar

Carrer de la Diputació, 262, 2º 1ª, 08007, Barcelona

[email protected]://www.edhasa.es

ISBN 978-987-628-595-7

Quedan rigurosamente prohibidas, sin la autorización escrita de los titulares del Copyright bajo las sanciones establecidas en las leyes, la reproducción parcial o total de esta obra por cualquier medio o procedimiento, comprendidos la reprografía y el tratamiento informático y la distribución de ejemplares de ella mediante alquiler o préstamo público.

Conversión a formato digital: Libresque

Índice

CubiertaPortadaSobre este libroCréditosIntroducciónI. El español1. El hijo2. Oriente3. Escuela y Dolores4. Jesuita5. Guerra y muerte6. Yankee no7. Politiquería8. Universidad9. Grau10. Cayo Confites11. Comunistas y ortodoxos12. Martí13. Bogotá14. Prío15. Batista16. Causa y familia17. Subversión18. Chibás19. ¿Colonia?20. GolpeNotasII. El revolucionario1. Doble vía2. El fin de la juventud3. Voluntad4. Armas y política5. Moncada6. El obispo7. La historia me absolverá8. Equívocos9. Isla de Pinos10. El honor de Mirta11. Enemigos por la piel12. Amnistía13. México14. Dinero15. Patria16. Canossa, Texas17. Granma18. San Matthews19. Drôle de guerre20. Mito y realidad21. Celia22. Guerra santa23. Fidelito24. Gato y ratón25. Dos guerras23. Religión busca iglesia27. Huelga28. Gorros de piel en el Trópico29. Dominus30. Jaque mate31. Cuba, 195832. ColapsoNotasIII. El redentor1. Procesión2. Milagros3. Gobierno y poder4. Constitución5. Justicia y venganza6. Enemigo búscase7. Venezuela8. Cuarenta y cinco días9. Iglesia10. Enemigos, enemigos, enemigos11. Economía12. Nixon13. Tercera posición14. Sudamérica15. Reforma agraria16. ¡Orden!17. Urrutia19. El ejército de la fe20. Matos21. Camilo22. Sanciones23. CTC24. La Virgen25. Biblia26. Soviéticos27. Coubre28. Guerra civil29. Prensa30. Los hechos precipitarán31. Revolución permanente32. OEA y ONU33. Ojos por doquier34. Racismo35. Iglesia en la cruz36. Escambray37. Diletante38. Santurrón39. El Estado totalitario40. Escuelas41. Trabajo42. Seguridad43. Cultura44. Familia45. Alfabetizar46. Culto47. Exiliados48. Viva la guerra49. Girón50. El plan de Dios51. Terror52. El partido53. Tres P54. Casa quizá casa55. Súbditos56. Desarrollo57. Vengar a Girón58. Libreta59. Marxista60. Recesión61. Muera Sansón62. Mandarines63. Contraorden64. Misiles65. Coexistencia pacífica66. OctubreNotasIV. El sacerdote1. Juntar los pedazos2. Cabeza caliente3. Depurar4. Reforma de la reforma5. Never ending story6. Argel7. Concilio8. Moscú en primavera9. Doctores10. Psiquiatría negra11. Dallas, 196312. A las armas13. Flora14. Dalia y Celia15. Cuartel16. Intelectuales17. Negros a medias18. Mujeres19. Catequismo20. Marxismo21. Iglesia y partido22. La historia terminará23. Diez millones24. Bovinos25. Fe y riqueza26. Casa hazlo tú mismo27. Administrar28. Medallas29. Pirámide30. Libertad33. El año de la economía32. Planes especiales33. Mi tierra34. Johnson35. Quien siembra vientos...36. UMAP37. El oficio más antiguo38. Rey campesino39. Fabricar técnicos40. Vivir en Cuba41. Embargo o bloqueo42. El Che43. África oscura44. Brézhnev45. Santo Domingo46. Escalation47. Fideísmo48. Escuelas en el campo49. Quién se va, quién se queda50. Tricontinental51. Intriga china52. Visiones53. Olas54. Vietnam55. Consenso56. Megáfono57. Comunismo58. Bolivia59. Mito60. Temporal61. Sesenta y ocho62. Microfracción63. Ofensiva revolucionaria64. El Hombre Nuevo65. Praga66. Zhdánov en Cuba68. Sí nuke69. Ciencia y progreso70. Agua71. Vuelos pindáricos72. Hijo pródigo73. Perú74. Chile75. ZafraNotasV. El guerrero1. Liturgia de la palabra2. Cardenal3. Caballo4. Libertad vigilada5. Trabajar cansa6. Nixon/27. Luna y miel8. Gattopardo9. Niña bonita10. Espiar11. Desviacionismo12. Cuba de aquí, Cuba de allá13. Jerarquía14. La buena escuela15. Allende16. Cum grano salis17. Rey de América18. Fuerzas armadas10. Casa todavía casa20. Pobres e iguales21. Vivir en Cuba22. El beso de Judas23. Fascismo24. De Cuba al mundo25. Compañeros26. La nueva economía27. Estado y partido28. El oro por la patria29. La moneda30. No alineado31. Ecologista por casualidad32. Gotas de mercado33. La historia soy yo34. Potencia médica35. Ilusiones perdidas36. Dime con quién andas37. Kissinger38. Europa Felix39. Angola40. Por gracia recibida41. Revolución en la revolución42. Congreso y Constitución43. Droga y dineros44. En la cumbre45. Guerra verdadera46. Viento contrario47. Vietnam, África48. Cuerno de África49. Internacionalistas50. ¿Disenso?51. Terror contra52. Poder popular53. Carter54. Napoleón en Luanda55. Hielo y deshielo56. Llegará un día57. Ex cathedra58. Escaramuzas59. Turistas por casualidad60. Sandinistas61. Des-alineadoNotasVI. El mantenido1. Púlpito2. Mariel3. Exiliados de por vida4. Maldita Kabul5. Atardeceres africanos6. Go west7. Contra Carter8. Istmo9. Vida aparte10. Grietas11. Pozo sin fondo12. Economía drogada13. Un pueblo sano14. Un pueblo instruido15. Un pueblo culto16. Un pueblo de oro17. MC18. Chernóbil19. Un pueblo disciplinado20. Un pueblo puro21. Retorno al futuro22. Apartheid23. Reagan24. Adiós Istmo25. Granada26. Democracia burguesa27. Deuda28. Azúcar29. Morir o escapar30. Apocalipsis31. Sida32. Cárceles33. Cangamba34. Des-iguales35. Caballo de regreso36. Rectificar la rectificación37. Fe38. Gorbachov39. Reagan bis40. Si vis pacem41. Cuito Cuanavale42. Dólares43. Está loco44. ParedónNotasVII. El sobreviviente1. Optimismo2. Vade retro3. Independencia4. Sin muro5. Extranjeros6. Pirro pero feliz7. Derrotas8. Niños útiles9. Salud enferma10. Monarca absoluto11. Panlatino de regreso12. Washington consensus13. Período especial14. Plan alimentario15. Hambre16. A la escuela17. La casa de los sueños18. Viva China19. ¡Y viva el papa!20. Semper idem21. Enfermo imaginario22. Antisocial, ¿quién?23. Excusas24. Fuera de aquí25. Burdel26. Pecar, expiar27. Ciencia28. Peligro salvado29. Cómo será30. Clinton31. Bancarrota32. Quinto Congreso33. ChávezNotasVIII. El profeta1. Maduro2. Resaca3. Papa en Cuba4. Rescate5. Aislado no estaré6. Estudiar cansa7. Salud precaria8. Nonatos9. Identidad10. Nadie se vuelve chino11. La casta12. Misioneros13. Elián14. Cosas jamás vistas15. Rey y papa16. Id y convertid17. Transición18. Venganza19. Olimpíadas en Cuba20. George W. Bush21. Terrorismo22. Primavera negra23. Periodismo a la carta24. Batalla de ideas25. ¿Está lúcido?26. Clima de infierno27. Los mejores apóstoles28. Orden cristiano29. Trabajo ficticio30. Ola rosada31. Cultísimos32. Sobre los espejos33. Profeta por casualidad34. Enemigo amigo35. Papá Noel36. ALBA37. Y sin embargo se muere38. Perlas de la corona39. Comunidad orgánica40. Varones, blancos, hispánicos41. Verdad42. Penas y gloria43. Virtud44. Viva la pobreza45. Dios46. Inquisición47. Reflexiones48. Tras bambalinas49. Resaca/250. Perro que ladra51. Eternidad52. La política es religión53. Santo enseguida54. La vida continúaNotasConclusionesSiglas y abreviaturasBibliografíaÍndice onomásticoSobre la autora

Introducción

Fidel Castro quedará en la historia: no hay duda. Porque a su manera fue un personaje titánico. En el sentido que la impronta que deja es más profunda que aquella que permitía presagiar el lugar y la época en que vivió. Quedará en la historia, entonces, porque trasciende al tiempo y al espacio en que le tocó vivir. Es aquello que caracteriza a los Grandes, cualquiera sea el juicio. De ahí el enorme desafío de escribir la biografía: no se trata sólo de recorrer su larga y densa vida, sino de afrontar a través de ella los grandes nudos de la historia contemporánea, sin excluir ninguno. El emprendimiento hace temblar el pulso, pero para un historiador es fascinante.

Como si ello no bastara para tornar arduo el camino, otras dificultades lo obstaculizan. Dos, entre todas. La primera es que Castro no se limitó a vivirla, a su vida; la narró infinitas veces de mil modos: discursos, memorias, entrevistas, libros. Vivió la historia y vivió para la historia: fue por lo tanto el primer historiador de sí mismo. Y tan asiduo y persuasivo fue en dicha obra que todas las biografías terminan de una manera u otra por morder su anzuelo, por reproducir la imagen de sí que él creó. Como Ulises con el canto de las Sirenas, intentaré por lo tanto resistir; no olvidaré que es el objeto de mi estudio, no el ventrílocuo que habla a través de mí: cada uno en su lugar, a la debida distancia.

La segunda dificultad está en las fuentes: la materia prima del historiador. Parecen muchas, casi infinitas: bibliotecas enteras. Pero en realidad son pocas y a menudo, poco confiables. A través de los años se han acumulado fuentes diplomáticas, memorias, correspondencias, estudios de todo género. En apariencia no falta nada. Salvo la cosa más importante: el acceso a las fuentes cubanas, a las cartas de Fidel Castro, un tabú. Sólo de vez en cuando, cuando el gobierno cubano tiene motivos para confiar en el investigador y para creer que sus escritos lo pondrán en buena luz, sale algún documento de las salas secretas. Ello hace que el biógrafo de Castro se vea forzado a componer un inmenso puzzle uniendo infinitas piezas de materiales varios. El riesgo y la tentación es la de colmar los vacíos recurriendo a quien ya dijo y explicó todo: Castro. No es una casualidad. De hecho su imponente mole de palabras será la principal fuente de esta biografía: es justo y no hay modo de evitarlo.

Para complicar más las cosas hay un ulterior elemento: pocos personajes como Castro y pocos eventos como la Revolución cubana han creado y crean divisiones. Ello significa que cada singular evento de su vida fue objeto de luchas furibundas y que existan múltiples versiones de cada uno, por lo general contrapuestas. La vida de Castro, en breve, es un campo de batalla. Mejor por lo tanto ser claros: esta biografía no pretende desatar los muchos nudos irresueltos, o revelar secretos capaces de dirimir antiguas disputas. Un poco porque sería arbitrario, ya que faltan las fuentes para hacerlo, pero sobre todo porque no es lo que se ambiciona. Quien sueña scoop, no los encontrará aquí.

Y ya que se trata de ambiciones, hay otra a la cual renuncio gustoso: la objetividad, o la presunción de tal cosa. No porque no le tenga respeto y no intente cultivarla: mi empeño en tal sentido será riguroso. Pero porque por objetividad a menudo se entendió, en los escritos sobre Castro, un farisaico equilibrio entre lo que hizo de bueno y lo que hizo de malo, con dosis diferentes según los casos. Es un método que no me interesa. Lo que me interesa es comprender al personaje y su impronta en el conjunto: en suma, la naturaleza histórica del fenómeno. Será luego el lector, en base a sus gustos, valores y creencias, quien separará, si lo considerará necesario, bien y mal, justo y equivocado. Más que de objetividad, es cuestión de honestidad intelectual. A tal fin, no tengo dificultad en advertir al lector que no amo a la figura de Castro y que la amo aun menos tras haberle dedicado años de estudio. Pero atención: todo argumento es un espejeo y sé que si muchos encuentran en esta biografía óptimos motivos para serle hostiles, otros los hallarán para atizar la admiración. Al hacerlo, espero, ambos se verán forzados a considerar aspectos que antes no habían considerado respecto a lo que él representó. Este es, al menos, el auspicio.

¿Pero para qué sirve una nueva biografía de Fidel Castro que no revela aspectos secretos, alguien se preguntará a este punto? ¡Hay ya tantas! La respuesta está en el título: el último rey católico. No es una fórmula efectista para sorprender o entrampar, ni un spot comercial para vender: es la clave de lectura del libro, una clave de la cual garantizo la originalidad si bien de ella existan fragmentos dispersos en muchos escritos anteriores. Sé que muchos torcerán la nariz. Ya veo castristas enfurecidos: ¿cómo acoplar el ícono marxista-leninista a la herencia hispánica y católica? Y también anticastristas: hemos combatido toda la vida al comunismo de Castro y hételo ahora transfigurado en un monarca católico. No es serio.

Quisiera tranquilizar a ambos: Castro fue un comunista, un marxista-leninista. Él se definió así y no hay motivo para cambiarle la identidad que eligió. Pero el historiador no se limita a referir la historia como la cuentan sus protagonistas: sería un cronista. Frente a una figura tan imponente que impuso a todos un movimiento de simpatía o rechazo, no puede sino preguntarse por qué. Si una figura histórica asume tales connotaciones es porque encarna, a menudo idealizado, un ideal universal con el cual muchos se identifican y que muchos otros desprecian. Se dirá que en Castro tal ideal es precisamente el comunismo. Pero ¿qué comunismo? ¿De qué materiales intelectuales y espirituales está hecho el comunismo de un hombre que creció inmerso en un mundo plasmado por la catolicidad hispánica? ¿Qué visión del mundo tendrá, qué sistema de valores, cuál será el horizonte al que aspira?

La historia no repite nunca igual a sí misma, pero tampoco es jamás del todo nueva: se hace con los ingredientes que deja en dote el pasado. ¿Por qué maravillarse de que el comunismo de Castro, su universo moral y su sistema social estén embebidos de aquel antiguo legado? No es extraño que el monarca comunista del siglo XX sea heredero ideal de los monarcas católicos del pasado: creció en una isla que fue España durante siglos, en un ambiente familiar y social hispánico y católico. Tampoco lo es su reacción despreciativa a la difusión, en Cuba y en América Latina, de los valores y las prácticas del liberalismo anglosajón y protestante: el nacionalismo católico, antiliberal y anticapitalista, es un trazo común de la entera tradición populista latinoamericana, en la cual Fidel se inscribe a pleno título.

Cierto: Fidel injertó tal herencia en el tronco del nacionalismo cubano de José Martí y tradujo sus principios adaptándolos a la doctrina marxista, doctrina que en una óptica cristiana resultaba natural entender como la parábola del pueblo elegido, redimido del pecado siguiendo al Mesías que lo conducía a la salvación. Pero los pilares éticos y materiales del antiliberalismo castrista son aquellos de la cristiandad hispánica. El primero es la fusión entre política y religión: tarea del Estado, para Fidel Castro, es convertir a los ciudadanos a la única verdadera fe, a la ideología del régimen, a través de una catequesis capilar; el Estado es el primer apóstol. El segundo pilar es la impermeabilidad al pluralismo: nación y pueblo son para él organismos vivientes, cuyo estado natural es la unanimidad y la armonía; incluyen a todos y a todos asignan funciones pero el disenso y el conflicto son patologías que los minan: hay por lo tanto que extirparlos. El tercer pilar es el corporativismo: la sociedad castrista, como aquella cristiana de la colonia, está formada por cuerpos, las organizaciones de masas en las cuales está encuadrado cada cubano; el individuo sólo tiene los derechos que le confiere la pertenencia a un cuerpo, de otro modo queda excluido. Es un orden social donde el individuo está sometido a la colectividad sobre la cual vela la Iglesia, o sea el partido, garante de la ortodoxia y la unidad de la fe. Y sobre ello el rey, Castro, investido de los poderes temporales y espirituales. Pero es inútil colocar al carro delante de los bueyes: esta propuesta tomará forma página tras página. El lector podrá hacerle caso si la considera adecuada, o bien podrá pasarla por alto y leer el libro por lo que es: la historia de una vida fuera de lo común.

Para terminar, aclaro algunas elecciones. La primera es la de privilegiar el Castro público sobre el privado. No pretendo negar relevancia a la vida familiar, que trataré en la medida en que servirá a comprender algunos nódulos de su vida y de su psique. Pero además de haber sido narrada muchas veces, para él fue secundaria respecto a la misión histórica de la que se consideraba investido. La segunda es tratar en modo balanceado las varias fases de la vida de Castro. No es tan sencillo ya que sobre la revolución y sobre la primera fase del castrismo existe una literatura inagotable. Y ya que aquellos eventos han alimentado el mito de Castro, los biógrafos han tendido a sobredimensionarlos respecto al resto. El panorama general lo sufrió y el conjunto fue distorsionado: en el fondo, la guerrilla en la Sierra Maestra duró apenas dos años contra los cuarenta y nueve en los que Castro gobernó Cuba. A cada cosa su justo peso, tal será la regla. Hay luego una cuestión de método: dado que no hay pasaje de la historia personal, cubana y mundial sobre la que Castro no haya dado su versión, será mi tarea evaluarla a la luz del tiempo transcurrido y de los hechos conocidos. Palabras y hechos: esta será la brújula que, en lo posible, utilizaré. Una advertencia: en el texto me referiré a Castro con su nombre de bautismo, Fidel. Es una cuestión práctica para no confundirlo con el hermano Raúl. Y otra: algunas palabras clave retornan a lo largo de todo el texto: no son repeticiones sino subrayados, boyas para orientarse en el viaje. Finalmente: aquí y allá el lector se encontrará con anotaciones cáusticas o veladas ironías: no lo tome a mal conmigo pero con Fidel, notará, es imposible resistir a la tentación.

I. El español

Fidel Castro nació en Birán: Cuba, Oriente, campo. Era el 13 de agosto de 1926. Hoy su casa natal es un museo: bienvenidos a este lugar “histórico y sagrado” dicen las guías, donde nació el “hijo de una mujer muy pobre” y “un padre español también él pobre”. La gruta de Betlem. Sobre su infancia hay datos ciertos y otros menos. Se sabe que era el tercero de siete hermanos y que el padre era un campesino gallego que devino gran terrateniente. Y que antes de conocer a la madre de Fidel había estado casado y había tenido dos hijos. El resto es objeto de controversias: cuándo llegó el padre a Cuba, cómo conoció a la madre, qué métodos empleó para enriquecerse, qué carácter tenía. Tanto da. Lo que importa es lo que plasmó al pequeño Fidel: la campiña, asociada al padre; la religión, a la madre: el Oriente, la Cuba más tradicional y atrasada.1

1. El hijo

“Tuve la suerte de ser hijo y no nieto de un terrateniente”, confesó Fidel. Así evitó crecer “entre niños ricos de un barrio elegante”; si lo hubiera hecho nunca se habría hecho comunista, dijo. El campo es entonces el cofre de valores que proyectó a Fidel hacia el comunismo, la ciudad el lugar donde esos valores se corrompen. De allí el odio que nutrió por ella y por la burguesía. Marx aborrecía la “idiotez de la vida rural” pero Fidel la amaba como trinchera de antiguas virtudes cristianas.2

El campo era el fondo sobre el cual se recortaba la figura del padre, Ángel, de edad ya avanzada cuando nació. ¿Quién sabe cómo era? Fidel lo describió primero como un rico propietario que explotaba a los trabajadores y evadía los impuestos; ya anciano ajustó el tiro: era un “inmigrante de origen gallego y familia de campesinos pobres, casi analfabeto”, que “hablaba con cualquiera que le preguntara algo”. Cerró así el círculo: entre sí y el padre, el Oriente cubano y la Galicia de los ancestros, el comunismo y la pobreza de los orígenes. En las humildes raíces del padre estaban los anticuerpos contra la fuerza corruptora del dinero y le debía gratitud.3

La impronta hispánica del padre le quedó calcada encima: rudeza, austeridad, autoritarismo. La Cuba afroamericana, en cambio, le era extraña: música, danza, sensualidad no eran cosa suya. Fidel era el más gallego de los cubanos. Su visita al pueblo del padre en 1992 se transmutó así en viaje del corazón. Castro es ejemplo de hispanidad, sentenció Manuel Fraga Iribarne, el exministro de Franco.4

También Lina Ruz, la madre de Fidel, era del campo, pobre y analfabeta. Además de tener un fuerte temple y capacidad de gestión, se distinguía por su religiosidad: rezaba y hacía rezar a los hijos cada día. Era ella quien cuidaba la vida religiosa de la finca. Por otra parte, precisó Fidel, “vengo de una nación religiosa” donde católico es el fundamento de la moral social y católico el sistema de valores que se absorbe en la escuela y la familia.5

Dados el ambiente y la época, no asombra que el matrimonio tardío de los padres, cuando ya tenían siete hijos, expusiera a Fidel a situaciones embarazosas y tensiones. Ni que en torno a su bautismo, que sucedió a los nueve años, reine el misterio; el retraso debió quemarle, si recordó siempre que los compañeros de escuela se burlaban llamándolo “judío”. La explicación más plausible es que Fidel no podía ser bautizado hasta que el padre estuviera casado con su primera esposa. Ello lo transformaba en un hijo ilegítimo, un estatus doloroso en aquel mundo. Curioso: como Eva Perón, con quien Fidel comparte el potente deseo de redención. Queda el hecho que fue víctima de un principio clave de la cristiandad hispánica: la pureza de raza, la fusión entre fe y nación. Se vengará blandiéndola a su manera.6

2. Oriente

Santiago de Cuba está a La Habana como la provincia a la metrópolis. El Oriente fue el primer filtro entre él y el mundo y forjó su universo moral. ¿Qué vio en ello? Siguiendo a Fidel, era pobre pero igualitario: los niños haitianos que correteaban semidesnudos por la finca del padre no lo llamaban “judío” ni él se daba aires por ser hijo del dueño. Tanta pureza era sin embargo amenazada por el vicio: los trabajadores se jugaban el salario apostando en riñas de gallos. Y por los poderosos: los dirigentes de la United Fruit Company vivían en lujosas residencias. ¿Por qué no deducir que pecado y modernidad coincidían?7

Movido por ansia moral más que por espíritu analítico, Fidel lo dedujo: en Oriente, como en todas partes, el mal asediaba al bien. Siempre vio al mundo a través de tal sistema maniqueo, una visión ético-religiosa. El Oriente era su cuna ideal: allí reinaba la cubanía, vago sentimiento cuyo trazo clave era el “todo o nada”, el “patria o muerte” que Fidel erigirá en karma. Sus recuerdos evocan escenarios apocalípticos: el “mar de pobreza”, hombres sin techo ni instrucción que mendigaban un trabajo al padre. Un tercio de los niños moría de enfermedades varias, dijo. Incluso los hijos de los burgueses sufrían el hambre. ¿Era así? En parte sí, en parte no. Pero Fidel empleó el termómetro de su infancia en la más atrasada campaña cubana para medir la entera realidad de la isla. Describir el apocalipsis sirvió para justificar la redención, que durante toda la vida llamó Revolución.8

3. Escuela y Dolores

Los primeros pasos de Fidel en la escuela fueron traumáticos. Era pequeño y fue duro dejar la casa y los padres para marchar a Santiago. La pareja que lo hospedó era poco afectuosa y venal, explicó. Se sentía a disgusto, era un campesino en la ciudad: lo describió como un via crucis de hambre y soledad. Algo lo turbó, visto que las hermanas mayores no se lamentaron. Es el primer indicio de un arma que Fidel usó en abundancia: el victimismo, actuar como víctima para obtener reparaciones, usar la vulnerabilidad como fuerza. “Desde que era muy pequeño sufrí injusticias y prejuicios”, recordaba ochenta años después.9

Con los vástagos de la burguesía oriental, a los que se cruzó en el Colegio La Salle, fue odio a primera vista: a las burlas reaccionó con violencia. Maduró un espíritu de competencia fuera de lo común: Fidel sólo quiere vencer, dirá Gabriel García Márquez; la derrota era un golpe moral insostenible. Y sed de venganza: vengativo fue toda la vida. Se rebelaba al sufrimiento causado por un mundo extraño que lo rechazaba. En los años del La Salle se templó su carácter, su sensibilidad se exasperó; transmutó la exclusión en desafío, revancha, choque. A aquel mundo comenzó a oponer, idealizado, el de los niños pobres entre los que había crecido. Inició entonces la transformación del sufrimiento individual en misión social, le gustó pensar como adulto. Hasta que el padre pensó en poner fin a sus riñas con compañeros y maestros llevándolo de nuevo a casa. Fidel explotó: ¡era la víctima, no el culpable! Amenazó con incendiar la casa paterna y ganó: volvió a Santiago, esta vez al prestigioso colegio jesuita de Dolores. Era 1938.10

Con los jesuitas entró al colegio y ellos se volvieron su familia; a Birán iba sólo en verano. Pero atención: como Norberto Fuentes hace decir a su Fidel imaginario, “mis biógrafos pretenden descubrir las razones de la revolución en mi infancia”. Por ahora tenemos sólo un niño despierto, emotivo, inestable, que durante doce años creció con historia sacra, catequismo, misa cotidiana, ejercicios espirituales.11

4. Jesuita

Desde entonces, la vida de Fidel fue escandida por los tiempos de la vida religiosa de aquellos jesuitas españoles. Convento y cuartel, disciplina militar y rigor moral: así era aquel mundo austero, severo, masculino. Se halló a su gusto: por tradición, espíritu y organización militar, notó, los jesuitas están en sintonía con el carácter español. Lo opuesto del mundo de sus compañeros: ricos, burgueses, refinados. Era suficiente. Siempre fue fiel a las virtudes del sacerdote-guerrero que aprendió de ellos, al culto de la cruz y la espada: espíritu de sacrificio, coraje, perseverancia, sentido del honor fueron brújulas de su vida. Eran fascistas, tronó más de una vez. Dejaron en él una marca indeleble: para él como para ellos, la historia era una cadena de pecado, culpa, castigo, expiación, renacimiento. Eran dogmáticos, dijo, pero estaba feliz de haber estudiado con los jesuitas; como ellos, erigirá en dogma su fe.12

La mente se me abrió, dice el Fidel de Fuentes, al descubrir el celo misionario de los jesuitas. “Dios existe por lo tanto obedezco”, decían: ¡él también era un buscador de lo absoluto! De ellos, el verdadero Fidel aprendió la potencia del martirio, la indiferencia hacia los bienes materiales. Los jesuitas eran modelos: el espíritu los guiaba, el desinterés era su misión educativa, todas virtudes que depositó en el revolucionario. No era un estudiante excelso, pero devoraba y memorizaba libros; no amaba lavarse ni se preocupaba por la estética: marcaba así la distancia respecto a los muchachos burgueses. Se construyó un halo hierático: nada de bromas ni frases audaces; era púdico, moralista. Raúl era su sombra. Una cosa impactó a todos: la escuela parecía suya, decidía, establecía, ordenaba. Había nacido para comandar y lo hacía él solo.13

En 1942, Fidel se transfirió al colegio de Belén en La Habana: jesuita y exclusivo como el Dolores. Su padre podía permitírselo. Era un jesuita en potencia, pero para todos seguía siendo un guajiro, un campesino oriental. Padre Llorente lo recordó raptado por el espíritu de la Compañía: la vez que cayó a un río, Fidel se zambulló para salvarlo y pretendió que todos agradecieran a Dios por el milagro. Se sentía un instrumento de la bondad de Dios y así continuó a sentirse: “Usted sabrá que hubo un Fidel santo antes que yo”, confiará. Estos rasgos no sustituyeron sino que se sumaron a aquellos de la infancia: los compañeros lo recordaban competitivo, dominante, violento; un líder más temido que amado, con una gang pero pocos amigos. Su rendimiento escolástico mejoró y cuando se diplomó en 1945, los religiosos lo alabaron: era un óptimo miembro de la congregación, escribieron. No erraba quien, años después, notó: Fidel es antes que nada jesuita, después revolucionario, finalmente marxista.14

5. Guerra y muerte

El joven Fidel estaba fascinado por la guerra: siguió las de Etiopía y España, la guerra mundial. Se enamoró de los espartanos, tan rudos y austeros. La historia sacra era una mina, el Antiguo Testamento está lleno de guerras, recordaba: mi pasión por las artes militares nació de las lecturas bíblicas. Amar y usar las armas fue natural: en la tierra de su padre cazaba y andaba armado. Y admiraba a los condottieri: sea los héroes del pasado, Napoleón, Aníbal, Alejandro Magno; sea los enemigos de la civilización burguesa, que adorando al Becerro de Oro demolía el orden moral cristiano. Compañeros y religiosos lo recuerdan citando a José Antonio Primo de Rivera y Benito Mussolini, circular con el Mein Kampf. Se ejercitaba en el arte de la oratoria: soldado, religioso y predicador.15

También el deporte era una guerra: la victoria, la única opción; la derrota, una humillación. Nada debía rasguñar el honor del combatiente, la pureza del héroe, la santidad del mártir, la virilidad del macho. Sucedió que reaccionara a una derrota entrando en el aula con una pistola o lanzando el bate de béisbol contra un adversario. Cuando el equipo de baloncesto del colegio desafió a una escuela protestante, Fidel se batió como un león: a cada enceste se persignaba, recuerda padre Llorente, como si luchara contra el hereje. También en las excursiones quería ser el primero. De tal tensión emotiva pagaron la cuenta algunos animalitos: seccionaba lagartijas y se vanagloriaba. El vicio le quedó: ¿violencia reprimida? Fe, guerra, victoria, sacrificio: no maravilla que Fidel estuviera obsesionado por la muerte. Cada acto o discurso tuvo esa marca: la muerte heroica del mártir, la muerte del enemigo infiel eran el premio de la política. Que para él siguió siendo una costilla de la religión, la arena del conflicto entre salvación y dañación. Puesto que vivió noventa años, se puede decir que el instinto de muerte prolongó su vida mientras caían a su alrededor amigos y enemigos.16

6. Yankee no

El odio de Fidel hacia los Estados Unidos viene de lejos. ¿Será que en ellos, tan potentes, veía al padre que arrancaba a la débil madre Cuba y la tomaba para sí? Hay quien lo sostiene: humillarlos se tornó el medio para vengarse de los sufrimientos de la infancia. Quién sabe. Ciertamente hay otras razones. Alguien lo recordó celebrar en los sitios donde el ejército español había frenado la ofensiva estadounidense en 1898. ¿Quería vengar a su padre, que allí militó? Más tangible es el fastidio hacia los raros yanquis que poblaron su juventud: los empleados de la United Fruit, figuras del mundo burgués que lo excluía. Muchos años después los acusaba de haber quemado los bosques de maderas valiosas que habían servido para construir el Escorial: oponía así el templo de la monarquía católica hispánica a la avidez estadounidense, todo un símbolo. Pero el odio estaba mezclado con algo más: competencia, como siempre, y ansia de consideración. Así se explica la curiosa carta que envió al presidente Roosevelt cuando tenía apenas doce años.17

Pero a las raíces del odio hay que buscarlas más hondo. Todo, en su mundo, era extraño y hostil al ethos liberal estadounidense: la ética campesina del padre, la religiosidad de la madre, la furia antiliberal de los jesuitas. En la campiña oriental en la que creció había pocos vestigios de la brillante modernidad de los Estados Unidos que fascinaba a los habaneros. En esto, la historia de Fidel es típica del nacionalismo latino que en aquellos años creció impetuoso evocando las raíces hispánicas. Tal era el esquema que absorbió de los jesuitas: el protestantismo anglosajón era egoísta, materialista, individualista; el catolicismo hispánico altruista, espiritualista, solidario. ¿Era más pobre? Sí, pero moralmente superior. En tal clave comenzó a interpretar también al padre de la patria, José Martí. Tales eran las ideas del Convivio creado por el jesuita De Castro, en el cual participó: la América hispánica debía unirse contra los anglosajones, la misma idea que en breve inspiró al coronel Perón. El Diario de la Marina, antiguo periódico conservador, lo citó: en el colegio de Belén el joven Castro había alabado al fascismo; años después llevó consigo a la Sierra la obra de José Antonio, padre del falangismo español. Los comunistas cubanos estaban lejos: su editorial publicaba Superman y cómics estadounidenses, ídolos de los niños cubanos.18

7. Politiquería

En el léxico de Fidel es recurrente una palabra: politiquería. Cuando yo era niño se compraban los votos, mi padre lo hacía. La politiquería era política inmoral. Que así fuera en el Oriente rural es indudable: paternalismo y clientelismo eran la norma. No tan así en La Habana, en especial tras la aprobación de la Constitución de 1940: a las viejas prácticas se añadieron otras modernas y democráticas. No para Fidel: politiquería era y politiquería permanecía. Negociados, compromisos, alianzas, los rituales de la política parlamentaria y de partido eran para él inmorales; de la política tenía una idea abstracta, inmaculada.19

Durante toda su vida, Fidel describió la vida política cubana antes de su llegada con una sola tinta: todo era corrupción, en todas partes primaba el sargento político al servicio de los lugareños notables, los partidos estaban “dominados por oligarquías”. Más que un severo crítico de la política, Fidel era su censor moral, un antipolítico. Su esquema maniqueo expresaba la misma hostilidad hacia la política que las corrientes antiparlamentarias agitaban en otras partes. Si toda la clase política es corrupta, venal y vendida, no bastaba con enmendar. Había que expiar; nada de reformas: revolución. Moralizar fue su misión desde la juventud; para moralizar la política, acabará por eliminarla. Era obvio, como él mismo lo admitió, que no tuviera un mentor político: su escuela política fue la religión.20

8. Universidad

Fidel hablaba tanto que le aconsejaron inscribirse en Derecho. Lo hizo en septiembre de 1945. El padre lo premió: un Ford Cabrio, una joya. No es que tuviera vocación de abogado pero era la carrera más indicada para hacer política: apenas inscripto, se candidateó a las elecciones estudiantiles. Lo que todos aspiraban era guiar la FEU, la Federación de Estudiantes Universitarios. Fidel se entregó de cuerpo y alma: envió una carta a cada estudiante pidiendo su voto, lo que no era usual.21

De los años universitarios Fidel habló poco y sus recuerdos se dan a puños con los de sus compañeros. No fui yo quien tuvo ambiciones, contó: tenerlas no era moral. Me plegué al pedido de los dirigentes de la facultad. “La inmensa mayoría de los estudiantes”, me siguió. Pero hete la politiquería cortarle las alas: fui boicoteado, corrí mil peligros, la mafia gubernamental quería matarme; me arriesgué a “perder la vida a los veinte años” por mi “espíritu rebelde”. Me encontré llorando en una playa, pero no me plegué: desafié a la muerte, me protegió la fuerza moral de los estudiantes, entendí que dignidad, moral y verdad jamás serán derrotadas. El joven Fidel narrado por el Fidel adulto posee los valores transmitidos por los jesuitas: desinterés, altruismo, coraje, vocación para el martirio. Víctima de los potentes, cultiva el idealismo; es David que, amado por el pueblo, combate a Goliat.22

¿Así fueron las cosas? Quién sabe: apenas llegó al poder, Fidel selló los archivos: el pasado era leyenda, no historia. ¿Usó su pistola?, le preguntaron. Es una larga historia, cortó por lo sano. Para muchos esa arma Fidel la usó y más de una vez, cuando pensó que le serviría para escalar la cima de la FEU. Y más que el gobierno, lo que frenó su carrera fue el fanatismo: era extremista, solitario, autoritario. Una cabeza caliente, se decía, sin aliados.23

La universidad de La Habana era un lugar peligroso. Y ya que era la única en toda Cuba y allí se formaba la clase dirigente, era un berenjenal político. Lástima que se hacía política con armas en la mano. Se comprende: la dictadura de Machado y los movimientos de 1933 con su estela de frustración y violencia aún estaban frescos. Las bandas más fuertes que se disputaban el poder eran el MSR de Rolando Masferrer y la UIR de Emilio Tró. La UIR era el receptáculo de los estudiantes salidos de los colegios católicos pero a lo que ambas aspiraban eran al poder y fondos públicos. ¿Fidel? Varios testigos lo juran: para escalar en la FEU disparó a un enemigo del presidente, miembro del MSR. La UIR se la juró y él primero huyó, luego se pasó a sus rangos vendiendo a los viejos compañeros. Desde entonces fue implicado en varios hechos sangrientos pero salió indemne por falta de pruebas.24

¿Verdadero? ¿Falso? Fidel sobrevoló a los hechos y los testimonios son hostiles. Una cosa sin embargo es cierta: Fidel participó en la guerra entre bandas. La democracia cubana era frágil: él no estaba entre los interesados en mejorarla, quería redimir a Cuba. Al tiempo admitió: “obcecado con las ideas propias, me parecía que todo el que no pensaba igual que yo era un enemigo de la patria”. Una monja lo oyó decir: seré presidente. ¿Cómo? Con la fuerza: la violencia era el mejor medio para alcanzar el fin.25

9. Grau

En 1944 los cubanos eligieron presidente a Ramón Grau San Martín: pertenecía al Partido Auténtico, reformista, popular entre la clase media, promotor de la Constitución democrática de 1940. Fidel fue lapidario: era el peor, sólo le interesaba robar. Las credenciales revolucionarias de Grau, jefe de la revolución nacionalista de 1933, “confundían” a los cubanos. Fidel lo combatió de inmediato. Con sincera indignación pero involuntaria ironía, muchos decenios después le imputó no haber respetado el Estado de derecho.26

Fidel se encontró con Grau una vez, junto a otros estudiantes. Enardecido, quería tirarlo por el balcón y proclamar la revolución. Estás loco, le dijeron. Tiempo antes había propuesto asaltar un palco colmado de autoridades; tiempo después, disparar al presidente desde las ventanas de una casa. Estaba obsesionado por la violencia redentora. Era un socialista utópico, confió: hambriento de poder, pobre de conciencia. Yo creía saber lo que había que hacer y quería hacerlo. Estos rasgos no los perdió nunca.27

Su nombre llegó a los diarios: guiaba protestas siempre más violentas; acusó de corrupción al candidato a alcalde; imputó a Grau el plan de perpetuarse en el poder: cómico, con el sino del después; encerró a un ministro en un aula. Tenía veinte años, estaba volviéndose famoso. Intuía que los medios de prensa eran la clave del éxito. Pero en el plano político falló: hizo de todo para conquistar la FEU y no lo logró: un bello revés para quien sólo sabía vencer. Desahogó la rabia hablando como jesuita: los dirigentes de la FEU eran “mercaderes” que por apoltronarse traicionaban la sangre de los mártires. Desde entonces se volvió más radical y violento. Si bien solía invocar a la muerte por la causa, buscó protección para evitarla: se la garantizó la UIR, colmada de estudiantes católicos.28

10. Cayo Confites

El de 1947 fue el año de Cayo Confites. En ese islote se reunieron doce mil voluntarios decididos a liberar a Santo Domingo de la tiranía de Rafael Trujillo: ¿podía faltar Fidel? La ocasión era excelente: para dejar La Habana donde corría peligro; combatir una guerra de verdad; además era una óptima vitrina para ganarse fama de revolucionario. ¿Cómo fue? Castro repitió su versión tantas veces que creó un mito: idealista y altruista, vio su pureza destrozada contra el cinismo de los enemigos, de los que se sustrajo desafiando a la muerte. Yo era el benjamín de la tropa, refirió, pero el gobierno nos traicionó y bloqueó la expedición. Para evitar la humillante rendición, él se arrojó al agua en la noche y alcanzó la orilla nadando entre los tiburones. Al fin regresó a La Habana: “resucité”, dijo, “resucité muchas veces”.29

Pero Fidel dice y omite, explica y distorsiona. No dice que la expedición era financiada por el ministro al que más acusaba de corrupción, ni que el gobierno la canceló para prevenir la guerra con el país vecino: ya todos estaban al corriente. Él mismo extrajo la lección de que el secreto y la disciplina eran claves de toda insurrección. Sobre el coraje hizo bordado: quería morir como héroe pero pactó su seguridad con Masferrer; debía hacerlo para salvarse la vida, callarlo para proteger su fama. Acerca de la intrépida nadada entre los tiburones ofreció varias versiones. Para los amigos de la época fue un show; huyó en una chalupa y apenas desembarcó hizo que su padre le enviara caballos.30

Como sea, Fidel guio la carga contra Grau. En los choques, la policía mató a un estudiante. Tuvo así el primer mártir con el cual caldear corazones y agitar plazas. Pomposa pero potente, su retórica fue una fusilada: nosotros velamos a los muertos, en el Palacio beben champagne. Muchos estudiantes lo siguieron mientras guiaba el funeral: asesino, le gritó a Grau. Fue entonces, en noviembre de 1947, que su foto llegó a Bohemia: la consagración. Había convencido a algunos compañeros a llevar a La Habana la Demajagua, reliquia de las guerras de independencia. El sentido era claro: custodios de esa sagrada campana, los estudiantes eran los herederos de los padres de la patria; no el gobierno de Grau, que había que derrocar. Poco importaba que fuera el presidente electo: para Fidel no había gobiernos constitucionales o no sino gobiernos morales o inmorales y de la moralidad, él era el juez. En la foto, Fidel arengaba a la muchedumbre desde un automóvil descubierto sobre el cual destacaba la campana. Tenía innata sensibilidad por el poder de las imágenes y de los gestos: en el tren hacia la capital, los compañeros se pasaban la campana que él, con modestia, no reclamó jamás. Fue cuando encontraron prensa y muchedumbre esperándolos que la pretendió y ¿quién podía negársela a ese punto?31

11. Comunistas y ortodoxos

Por origen y evolución, el joven Fidel no estaba en sintonía con los comunistas. Cuando todavía estudiaba en Belén, había atacado una propuesta de ley de ellos, que castigaba a las escuelas privadas. La prensa del partido lo llamó “pichoncito de los jesuitas”. Sobre una cosa, sin embargo, estaban más cerca de lo que imaginaban: Fidel odiaba burguesía y capitalismo como los jesuitas entre los que había crecido, el terreno estaba abonado. ¿Pero cuándo se volvió comunista? Los caminos se cruzaron en la universidad. No estaba descontado: Fidel era un privilegiado crecido entre curas franquistas y los pistoleros que frecuentaba eran rabiosos anticomunistas. Pero algún comunista quedó hechizado: carisma, radicalismo revolucionario, moralismo integral eran su tarjeta de visita. Le sucedió a Alfredo Guerra y un pequeño círculo: lo introdujeron a los clásicos del marxismo.32

Fueron una revelación, antecámara de la conversión. Pero era lógico que los filtrara a través de los valores y las ideas católicas adquiridas. Por como era y por la revancha que cobijaba, sintió por ellos un interés más práctico que intelectual. De todos modos no se aproximó al PSP, el partido comunista cubano: la disciplina de un partido no se conjugaba con su vehemencia milenarista, y para los del PSP, seguía siendo un gánster poco confiable. Sin embargo, nuevos temas de carácter social comenzaron a aparearse a su caballo de batalla: la corrupción. ¿No confirmaban la decadencia moral de la élite? Con el PSP al que adhirió Raúl, Fidel fue desconfiado. Admiraba la fe y la organización; abundan leyendas sobre el encuentro con Fabio Grobart, un polaco enviado a Cuba por el Comintern en los años 20. Pero él se imaginaba jefe de una Iglesia, no devoto de una Iglesia ajena. Como lo confió: sería comunista si pudiera ser Stalin. Sobre todo, como joven crecido en un ambiente católico y rural, comprendía que decirse comunista desafiaba el sentido común, exponía a la impopularidad. No por casualidad los comunistas latinoamericanos eran todas partes huérfanos de pueblo. Mejor quedarse lejos.33

En cambio, Fidel adhirió de inmediato al Partido Ortodoxo, fundado en mayo de 1947: ambicionaba a moralizar a Cuba combatiendo fechorías y politiquería, música para él. La adhesión a un partido no expresaba en todo caso confianza en el sistema democrático: era la ganzúa para socavarlo. Adoraba al líder, Eddy Chibás, vehemente orador, conocido censor radiofónico de la corrupción política: honor contra dinero, decía. Pero no era un amor correspondido: a Chibás, anticomunista hostil a la violencia, no le gustaba ese joven pendenciero y ambicioso. Ello no inhibió a Fidel: intentó llevar a la juventud del partido hacia la insurrección; como él, esos jóvenes venían de los colegios católicos y de la UIR.34

12. Martí

En la universidad Fidel descubrió las mujeres, el amor, el sexo. Los primeros pasos, parece, fueron inciertos; quizá por ello se mostraba viril exhibiendo, según la costumbre difundida en Cuba, desprecio por los homosexuales. En tanto el joven jesuita devenía marxista sin dejar de ser jesuita. Figura clave de tal pasaje fue José Martí, por antonomasia el padre de la patria. Podía citar largos párrafos de memoria. ¿Por qué él? ¿Que su adoración compensara el dolor por la “invisibilidad” a los ojos del padre? Puede ser. Pero más relevante es que a través de Martí cubanizó su bagaje hispánico. ¡El Apóstol, como Martí era llamado, había dado la vida para emancipar a Cuba de España! No sólo encarnaba los valores que los jesuitas le habían transmitido: desinterés, fe, martirio; además los ponía al servicio de la patria. Causa a la cual Fidel se avocó, como buen hijo de inmigrante que se integraba en la patria de adopción madurando un nacionalismo exacerbado. Gracias a Martí, cubanizó el odio por los Estados Unidos: de legado hispánico, devino expresión de nacionalismo cubano. ¿Acaso Martí no les había imputado amenazar el espíritu de los pueblos latinos? ¿No había escrito que era mejor “morir de pie que vivir de rodillas”? Tal romanticismo redentor inflamaba a Fidel, que lo adoptó como su Biblia.35

No es raro que Fidel llenara la barrica del nacionalismo cubano con el vino añejado en aquella de la cristiandad hispánica: las naciones tienen mártires y héroes, “forman una especie de religión”, observó. Fue un pasaje que completó la “revelación” marxista, como él la definió. No quedaba más que crear un Martí marxista: fue lo que hizo. El viaje del falangismo de los años 30 al comunismo de los 50 fue común a muchos católicos latinos; el enemigo era el mismo: el liberalismo laico. Y similares eran las bases éticas cristianas. Stalin y Cristo tronaban sobre las paredes de mi casa, recordó Guillermo Cabrera Infante. El comunismo evocaba una cristiandad secular. Con el tiempo, Fidel comprendió el sentido de tal viaje: halló en Martí “un contenido ético cristiano”, el mismo del nuevo testamento. Siguiéndolo, se llegaba al socialismo. Martí unía Cristo a Marx y ambos a Fidel: también nosotros queremos multiplicar panes y peces, pagar salarios iguales a todos, echar a los mercaderes del templo. Era una forzadura, que su visión providencial de la historia hallaba natural.36

13. Bogotá

A fines de 1947, el balance de Fidel era deprimente. La FEU era un espejismo, Trujillo seguía en el poder y Grau también; sus estudios iban mal, no había dado exámenes y no se inscribió al tercer año: perdió el estatus de estudiante. Junto con la popularidad habían crecido los enemigos: mejor recuperar el aliento, volver a Birán. El padre estalló: ¿qué quería hacer cuando fuera grande?, ¿estudiar en Harvard? Lo habría ayudado en tanto se decidiera. Nada: Fidel regresó a La Habana donde 1948 comenzó con la explosión: fue asesinado Manolo Castro, el peor enemigo, y todos pensaron que había sido él. Parece que fue el autor intelectual y no material, pero ya que el muerto era un pescado grande, la fama de Fidel creció. Y con la fama los riesgos: los compañeros de Manolo querían vengarlo. Cuando se presentó la ocasión de abandonar el país, tomó la pelota al vuelo.37

Sin embargo, el viaje de Fidel a Bogotá no fue casual. Por La Habana había pasado un emisario del gobierno argentino con la maleta llena de promesas y de obsequios: su país quería formar un frente panlatino y católico contra los Estados Unidos liberales y protestantes. Fidel había hablado a la delegación argentina en nombre de la UIR, cuna de los católicos: tan vehemente fue su antiimperialismo que agradó a los comunistas. Dado que en abril de 1948 se fundaba en Colombia la Organización de los Estados Americanos, Juan Perón quería crear desorden. Contactó así a la FEU y la FEU a Fidel, a quien le pareció un sueño poder cruzar espadas con los Estados Unidos. Las ideas de Perón no eran un problema: católico, hispanista, antiliberal como él. Así se organizó, en paralelo al vértice, una protesta estudiantil. La pagó Perón.38

En Bogotá, Fidel se metió en problemas: lanzó volantes sobre las cabezas de las autoridades en un teatro. Propaganda panlatina, peronista. Lo arrestaron. Años después aún estaba indignado: arrojar volantes no es un crimen en ninguna parte; ¡en Cuba ya gobernaba él y guay a intentarlo! En ese momento estalló el Bogotazo. En Colombia brillaba el astro de Jorge Eliécer Gaitán: emulaba a Perón, tenía ideas afines a Fidel, era el hombre que habría de redimir a las masas desheredadas. Fidel se encontró con él y lo habría vuelto a encontrar si no lo hubieran matado en una esquina callejera. Una revuelta espontánea puso a la ciudad durante dos días a hierro y fuego. Una tragedia sobre cuyos culpables nunca se hizo luz. Salvo para Fidel, que siempre culpó a “la oligarquía colombiana”.39

Muchas veces volvió sobre lo que hizo en Bogotá: vi explotar la ciudad “y me enrolé con el pueblo”, dijo; su pueblo era todo el pueblo, el pueblo de Dios. Pero aquel pueblo no tenía un guía, “parecían hormigas” con heladeras o pianos sobre las espaldas, destruyeron todo. Era lógico deducir que el pueblo necesitaba de un líder y de fe, tal fue la enseñanza que extrajo. Por primera cosa me armé, contó. Luego combatí hasta el final. Traté de convencer a la policía local que respetara a los enemigos. Una duda lo aquejó: pensó en su familia, “habría muerto allí, ignoto”. Pero valía la pena: aquel pueblo era como el mío, su causa era justa; decidí “sacrificarme”; no busqué pretextos, me salvé “por pura casualidad”. Hasta que volvió la paz y todos aplaudieron al “cubano”, es decir, a él.40

Altruismo, desinterés, coraje, generosidad, desprecio de la muerte: así Fidel se retrataba, a costas de contradecirse más de una vez; quería elevarse a modelo de santidad cristiana: era el sacerdote que redimía al pueblo, el soldado que lo liberaba de la esclavitud. Había que acostumbrarse: la relación de Fidel con el pasado no es inocente. Deseaba una imagen coherente con sus preceptos morales, que la historia lo recordara por aquello que habría querido ser más que por lo que había sido. Pero sobre aquellos hechos existen versiones menos indulgentes: hay quien recuerda el ansia por ponerse en muestra, por incrementar la violencia, por guiar el asalto al palacio presidencial; hay quien ironiza sobre su coraje: se refugió en la embajada y fue salvado por funcionarios del Estado que denigraba. Alfredo Guevara nutría dudas: Fidel era un aventurero.41

14. Prío

El 13 de junio de 1948 fue electo Carlos Prío Socarrás. El Partido Ortodoxo fue derrotado. Fidel había hecho campaña en el Oriente: mi discurso en Santiago, exageró, fue el más grande en la historia de la ciudad. Profetizó la sonora derrota de los auténticos: se equivocó grueso. Prío era auténtico como Grau y de inmediato fue objeto de su odio. Gran parte de los cubanos no veía las cosas como él: la economía crecía, el gobierno era popular. Fue un régimen cruel y antiobrero, repetiría luego: pero si es indudable que se manchó de escándalos, la violencia que afligió al país fue culpa de muchos, Fidel incluido. Era un gobierno constitucional que garantizó las libertades civiles de las cuales Fidel usufructuó en abundancia.42

Las elecciones cubanas no eran las más transparentes del mundo; ni tampoco las más corruptas, en especial en los centros urbanos donde la opinión pública era instruida, las instituciones representativas, la prensa pluralista. Para Fidel era politiquería y basta: se tornó aun más agresivo. ¡Prío protegía a las bandas asesinas! Evocó a Émile Zola: ¡yo acuso! Era siempre vida o muerte: estoy pronto a pagar el precio de acusar al presidente por “nuestra tragedia nacional”. No pagó ningún precio: publicaba sus acusaciones en la prensa. ¿El gobierno protegía a la bandas? Fidel era parte de ellas. La democracia era una cáscara de nuez entre las olas. En aquella época había adquirido “constancia, tenacidad y también astucia” revolucionaria, recordó. ¿Que quería decir? Que un fin elevado justifica cualquier medio: violencia, disimulo. Su lucha invocaba democracia y Constitución, jamás el socialismo: asustaba demasiado.43

15. Batista

Fidel era niño cuando Fulgencio Batista tomó por primera vez el poder, en 1933. Militar profesional, también Batista era oriental pero provenía de una familia humilde: era mulato. Sargento nacionalista, anticipó temas caros a Fidel: quiero emancipar a Cuba del estado colonial, juró. Adoptó reformas económicas y sociales reivindicadas por la breve revolución popular de aquel año.44

Cuando tenía catorce años, a Fidel le pidieron que adhiriera al movimiento político de Batista. Se lo propuso Rafael Díaz-Balart, miembro de una familia influyente. Somos todos orientales, le dijo. No alcanzó. Batista era entonces candidato de un frente popular al cual adherían los comunistas: “celoso protector de la libertad patria”, escribía su periódico, es “ídolo del pueblo”. No terminó así: Mirta, con la que Fidel se casó en 1948, era hermana de Rafael, su amigo. Batista les regaló mil dólares: qué burla, pensando en el futuro. Ella lo impuso a su padre, que se había hecho una pésima idea de él; las nupcias se realizaron como su estatus exigía. La ruptura definitiva de Fidel con Batista aún no se había consumado: los unía el odio por los auténticos. Pero a medida que Fidel descubrió el marxismo y adhirió a la cruzada moral de los ortodoxos, su vida y la de Rafael se dividieron: las alabanzas del cuñado para que sostuviera a Batista no surtieron efecto.45

16. Causa y familia

¿Hay espacio para la familia en la vida de un hombre devoto de una causa sagrada, convencido de tener una misión? ¿Tienen mujer e hijos los redentores? Los sacerdotes católicos no. Fidel cultivaba siempre menos a la familia. Era austero. Lo mantenía su padre. Eran preguntas que estaban en el aire cuando, en 1948, se casó con Mirta: en la iglesia, en Banes, feudo de los batistianos a los que estaba ligada la familia de ella. La fiesta fue en Club Americano, con la élite local. El viejo Ángel no concurrió, pero fue generoso: le dio un jugoso cheque. Quién sabe si Fidel no sentaría cabeza. ¡Acababan de imputarle otro homicidio! Los novios se fueron de luna de miel: en Miami compraron un Lincoln y remontaron la costa hasta Nueva York, donde se quedaron tres meses. Fidel pensó en quedarse a estudiar.46

De los Estados Unidos, recordó, le había impactado la segregación racial en Florida. Nada más. A un amigo le confió sin embargo también el shock cuando vio parejas que se besaban en los prados de Princeton: su sentido del pudor no lo toleraba. Por un lado los Estados Unidos le parecieron demasiado desiguales y por otro, demasiado libres. La verdad es que sobre ellos ya tenía una idea formada: no le importaba entenderlos, notó Mirta, sino juzgarlos. Estaba en el vientre del monstruo descripto por Martí: Cuba era la víctima. Siempre lo vio así: vio lo que ya pensaba. Al regreso parecía otro, en particular cuando nació Fidelito en octubre de 1949. Se lanzó a los estudios para concluir la carrera: inteligente y tenaz como era, lo logró en modo brillante; luego abrió un estudio legal con dos socios. Un redentor nato ¿podía entonces hacer una vida normal? ¿Mujer, hijo, trabajo? Duró poco, casi nada. La sirena política lo tentaba, el deber lo llamaba: “las cosas precipitaban”, había necesidad de él.47