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Todo lo que se expone en estas páginas —resulta útil aclararle al lector— es real, y ocurrió tal como se cuenta. Fueron momentos que lejos de tensiones y metralla, permitieron a aquellos cubanos en misión internacionalista en Angola, desatar su idiosincrasia jovial y la jocosidad que como pueblo nos caracteriza. Porque sin duda se escribieron páginas de heroísmo y grandeza, a pesar de que la prensa insistió describir como simples escaramuzas la cruenta guerra en el hermano país, pero los cubanos somos un pueblo valiente pero alegre, de eso se trata.
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Seitenzahl: 158
Veröffentlichungsjahr: 2023
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Cuidado de la edición:Tte. Cor. Ana Dayamín Montero Díaz
Edición:Gerardo Vázquez Somoza
Diseño de cubierta:Jorge Víctor Izquierdo Alarcón
Diseño de interior y realización:Yudelmys Doce Rodríguez
Corrección:Catalina Díaz Martínez
Ilustraciones:Leandro Lobaina
© Daniel Pérez Rodríguez, 2020
©Sobre la presente edición:
Casa Editorial Verde Olivo, 2020
ISBN: 9789592245105
Nota: El contenido de la presente obra fue valorado por la Oficina del Historiador de las FAR.
Todos los derechos reservados. Esta publicación no puede ser reproducida, ni en todo ni en parte, en ningún soporte sin la autorización por escrito de la editorial.
Quedan rigurosamente prohibidas, sin la autorización escrita de los titulares del Copyright, bajo la sanción establecida en las leyes, la reproducción parcial o total de esta obra por cualquier medio o procedimiento, comprendidos la reprografía y el tratamiento informático, y la distribución de ejemplares de ella mediante alquiler o préstamo público. Si precisa obtener licencia de reproducción para algún fragmento en formato digital diríjase a CEDRO (Centro Español de Derechos Reprográficos, www.cedro.org) o entre la web www.conlicencia.com EDHASA C/ Diputació, 262, 2º 1ª, 08007 Barcelona. Tel. 93 494 97 20 España.
Casa Editorial Verde Olivo
Avenida de Independencia y San Pedro
Apartado 6916. CP 10600
Plaza de la Revolución, La Habana
Angola es una página brillante, limpia, honrosa, transparente en la historia de la solidaridad entre los pueblos, en la historia del internacionalismo, en la historia de la contribución de los cubanos a la causa de la libertad y del mejoramiento humano. Angola es también, por todo ello, un jalón en la propia historia de Cuba.
General de Ejército Raúl Castro Ruz
Esos mismos cubanos que arribaron a la República Popular de Angola a finales del año 1975 o los que partieron en el último destacamento en mayo de 1991, enarbolando la consigna ¡Guapo aquí hasta el final!, son los protagonistas de lo narrado en este libro. Ellos fueron capaces de escribir páginas de heroísmo y grandeza durante el empeño de lograr la completa y total independencia de ese país hermano.
A quienes dieron sus vidas o abonaron con sangre tierra africana; a los privados de estar presentes en el sepelio de un hijo o de otra persona cercana; a las decenas de miles que consagraron un período de la existencia a tan noble misión; a los familiares; a quienes quisieron, y no pudieron, por diferentes razones, incorporarse a la misión; a los revolucionarios, mi mayor gratitud.
No encontrará en estas páginas, amigo lector, descripciones de acciones militares, hazañas o conductas heroicas de los combatientes cubanos durante el desarrollo de la misión internacionalista en la República Popular de Angola, ello ha sido expuesto, veraz y justamente, por otros compañeros, en libros de mucho valor, los cuales, ¡ojalá todos leyeran!, ya que son parte de la memoria histórica de nuestra nación.
Recordar momentos de la vida fuera de las tensiones y privaciones en la realización de esta misión esla intención, como si fuera en el presente, mostrar la parte humana, la idiosincrasia y jovialidad de los tantos cubanos, quienes con voluntariedad aceptaron marchar hacia aquel país y mantuvieron, casi en su totalidad, una conducta consagrada, altruista, desinteresada, y la disposición de realizar cualquier sacrificio, solo a cambio de la satisfacción de ayudar a un pueblo hermano.
Algunos critican nuestra jocosidad, otros la «su-frieron y sufren» a través de la historia, en especial los enemigos; somos, sin duda alguna, un pueblo alegre, y valiente, amante de la paz, sin temor a las amenazas. Somos también, desde hace tiempo, una voz alta y clara en el mundo, blandiendo la verdad en nombre de «los humildes y para los humildes», por eso nos reconocen y estiman tanto los amigos, que son los más.
Aquí no exponemos nada resultante de la imaginación, todo es real y ocurrió casi completa según se describe. No están incluidos los nombres de las personas, porque no fueron consultadas y para evitar herir susceptibilidades. Sin embargo, si los protagonistas de estas anécdotas pudieran leerlas, se complacerían al recordar estos pasajes de tan significativa etapa de la vida y podrán reír como lo he hecho yo.
El autor
Nunca antes he viajado en avión. Encaramarme en aquel imponente IL-62 es la primera prueba de fuego. Quiero alcanzar una ventanilla, no lo logro y me ubican en una plaza colindante al pasillo; estoy cerca de contraer una tortícolis mientras trato, en posición tan desventajosa y con el cinturón de seguridad bien ajustado, de apreciar esos instantes en los cuales la tierra va alejándose de uno y los componentes del paisaje adquieren proporciones ínfimas. El avión toma altura y ya solo son visibles las nubes.
No tengo nada para distraerme y burlar la tensión; casi logro aprenderme de memoria las indicaciones, ilustradas y escritas, existentes en cada asiento, donde orientan las medidas que deben cumplirse de producirse una emergencia, y los detalles de la estructura de la cabina trasera donde viajo.
Mientras hago la referida inspección ocular, veo sobre mi cabeza unos botones, oprimo el primero, se enciende una lucecita y la vuelvo a apagar; el segundo tiene una figura de mujer y presiono también, a diferencia del anterior, no hace ninguna indicación hasta unos instantes después, cuando llega al lugar que ocupo una hermosa aeromoza, vestida con falda y chaqueta azul, blusa blanca, un pañuelo, a manera de corbatín, donde juegan armónicamente los colores de nuestra bandera, el atuendo concluye en unas medias largas de color negro, que cubren unas piernas dignas del mayor elogio.
Su voz angelical pregunta:
—¿Qué desea?
¡Oiga! No sé dónde meterme, no obstante, rea-cciono con ligereza y le solicito:
—¿Tendrá una aspirina u otro calmante, tengo un fuerte dolor de cabeza? Asintió, añade una preciosa sonrisa y agregó:
—Enseguida la traigo, —de inmediato sale en busca del medicamento.
En ese lapso, mientras ella va y vuelve, planifico echarme la tableta en el bolsillo, porque realmente no tenía ningún dolor.
Regresa la gentil azafata y reitera la sonrisa encantadora, entrega el comprimido y un vaso con agua, pero no se marcha. No hay otra alternativa, trago la píldora, devuelvo el vaso y agradezco.
Queda aún un botón sin explorar, jamás lo oprimo, pues pienso, ¿y si viene el piloto?
El avión donde viajamos más de cien cubanos,parece trasladar una orquesta sinfónica gigante, por la similitud del vestuario de la mayoría, incluyen- do las maletitas tan iguales entre sí.
Hacemos una escala en Isla Sal, de Cabo Verde, bajamos directo al aeropuerto y pasamos el tiempo observando las vitrinas de las tiendas, para husmear solamente, porque no contamos con el tipo de moneda necesaria para adquirir los productos allí existentes.
No terminamos de curiosear; nos regresan a la nave antes de tiempo, al llegar un aparato de Sudáfrica y con él la posibilidad de producirse alguna provocación.
Muy brusco el despegue, casi vertical; según quienes aseguran saber, la tripulación soviética del IL-62, quiere demostrar a la del Boeing sudafricano las potencialidades y cualidades de su aeronave. El caso es que durante la maniobra, permanezco casi boca arriba en el asiento y mi corazón galopa a más no poder.
Reparten ni sé cuántas comidas y meriendas en el avión, algunos dicen: «¡Aprovechen, hagan reservas, esto no lo van ver más hasta las próximas vacaciones!»
Poco antes de llegar a Luanda, otra aeromoza, igualmente linda, pasa repartiendo caramelos, en esos instantes no los apetezco y los guardoen un bolsillo.
De momento empieza a descender el avión y comienzo a sentir un dolor bastante fuerte en los oídos,no digo nada, siento pena. Ya en tierra es insoportable la molestia y hago el comentario, entonces otro preceptor de viaje enseguida pregunta por los caramelos, le explico y me dice, con tono de quienes un sabio en la materia: «Compadre, si te los dan espara que los tragues y descompresiones, ademáste aprietas la nariz y soplas fuerte y eso también ayuda».
En efecto, enseguida siento un gran alivio; lección aprendida y que jamás olvido.
Bajamos del IL-62, cumplimos diferentes trámites de papeles y montamos en unos ómnibus, ocupo el de la extrema vanguardia, en el primer asiento interior de la derecha, ahora sí puedo ver plácidamente el entorno.
Estamos aún en el aeropuerto, durante esa espera llega a mi ventanilla un niño angolano de unos diez años de edad, bien vestido y calzado, con una reluciente y pareja dentadura, levanta la carita y mientras me regala una linda sonrisa, pregunta en buen español:
—Primo, ¿vienes de vacaciones?
—No, soy nuevo, acabo de llegar, —le respondo.
Vuelve a mirarme, hace una mímica, levanta aun más la cabeza, a ello une un mohín al estirar los labios y dice:
—¡Uf, estás embarca'o!, —da media vuelta y se va, dejándome una mezcla de risa, intriga y contrariedad.
Más tarde reía solo al pensar: ¡Vaya manera de recibirme!
Con el paso del tiempo puedo conocer al muchacho. Es la nobleza personificada, había quedado sin familia por los horrores de la guerra y vive, desde hace varios años entre los cubanos en ese lugar. Con ellos aprende, no solo a hablar correctamente el idioma español, sino también a conocer y hacer uso de nuestros dicharachos, refranes y hasta de las palabras obscenas.
Salimos del aeropuerto y durante la trayectoria trato de observar todos los detalles, los habitantes, las construcciones, los medios de transporte…, la mayor parte de las cosas resultan novedosas.
Nos transportan a una unidad de tránsito, lugar que lleva por nombre Cacuaco y se ubica a la salida de Luanda en dirección a la parte norte. Este campamento tiene como función recibir a los nuevos compañeros, quienes, posteriormente, son ubicados en las diferentes unidades; al pasar ante la garitade acceso al dispositivo, uno de los dos centinelasde laposta expresa en voz alta: «Muñecos». Escucho la exclamación y no la asocio con nada; ya en formación en un área, oigo a un joven militar de esa unidad proponerle a otro con total naturalidad: «Vamos a ver si conocemos a alguien entre estos muñecos».
Entonces comprendo: ese constituye el mote de identificación con el que distinguen a los nuevos; al menos no resulta muy feo ni tampoco es des-pectivo.
Al concluir el baño y la comida, trato de dormir y eliminar la extenuación por tantas horas de viaje; difícil conciliar el sueño, pues existe una diferencia de seis horas entre los dos países.
En adelante, si por alguna razón, a las veinticuatro horas aún sigo despierto, mi pensamiento va hasta la patria, donde la familia, y siempre los imagino levantándose y a mi madre, con su vieja bata de casa, haciendo el inigualable café.
A la mañana siguiente van a recogerme los camaradas de la sección donde soy asignado. Me llevan directamente a la sede de la Misión Militar Cubana, al este de la capital, ello implica atravesar la ciudad, y me permite la exploración de la parte urbana.
En las instalaciones de lo que fuera, en otros momentos, una escuela de aviación del Ejército portugués se ubica la Misión Militar.
Construcciones sólidas, ventiladas y confortables sirven de albergue a la jefatura, el Estado Mayor y a algunas de sus unidades de aseguramiento.
Existen allí abundantes espacios correspondientesa las áreas verdes, aunque permanecen limpios, apenas hay hierba, la tierra está hecha casi polvo, situación similar puede observarse en toda la capital, debido a la escasez de lluvia durante largos períodos.
Concluidas las presentaciones de rigor (aunque a muchos de ellos, más de veinte oficiales, ya los conocía desde tiempos atrás, al participar juntos en diferentes tareas de la especialidad y eso facilitaba las cosas). Dos de ellos reciben la misión de atenderme y ubicarme en la futura habitación. Salgo maletín en mano, lleno de cosas, aunque buena parte nunca fueron necesarias.
Para llegar hasta el dormitorio, debemos cruzar la calle y caminar varios metros por una acera, a travésde un terreno igualmente sin vegetación alguna, a la izquierda están los cuartos numerados del uno en adelante; al pasar frente al dos, me dicen: «Este es tu dormitorio, pero ahora está cerrado, cuando lo veas abierto entras y te ubicas en la última cama».
Seguimos a la habitación número cinco, donde pongo el equipaje hasta poder situarme en la número dos. Coloco el maletín en el piso, saco la toalla, aún húmeda de la noche anterior, y la cuelgo en la baranda de una cama a fin de evitar el mal olor que adquiere al guardarse sin estar bien seca.
Al concluir el almuerzo, voy a cepillarme los dien-tes y al pasar frente al aposento número dos, la puerta me permite ver a varias mujeres dentro; enseguida sospecho: «Algo traman mis nuevos homólogos»; viro, llego a la puerta, saludo y pregunto a una de las muchachas:
—Acabo de llegar de Cuba y estoy orientándome, ¿este lugar es solo de mujeres? La compañera sonríe y aclara:
—Aquí los cuartos del uno al tres son de mujeres, en el resto es donde se alojan los hombres.
Agradezco la explicación y salgo feliz porque logro evitar el primer papelazo.
Esa tarde, en compañía de un oficial vamos a buscar el vestuario a un almacén dentro de esta misma instalación; en el camino nos cruzamos con un reservista de unos cincuenta y tantos años, de baja estatura, ojos claros, piel blanca, rostro alegre y ligero andar; nos detenemos un instante e intercambiamos saludos. Indicándome, el que va conmigo le dice:
—Llegó hoy, ¿qué tú crees?
De una mirada el interpelado recorre mi figura, sonríe y después responde:
—¡Qué va, no alcanza la madera! —Y sigue camino sin apartar la sonrisa de sus labios.
Con un poco de molestia e intriga, pero con la mayor ingenuidad del mundo, pregunto a quien me acompaña:
—Este compañero, ¿quién es?
—El carpintero que hace los ataúdes —me responde.
No puedo contener la risa ante aquella jocosa respuesta, propia de humor negro, asociada a mi alta estatura.
Concluido el primer día de trabajo voy a bañarme y no encuentro la toalla. No podía haber equivocación, porque además de nueva, tiene un color amarillo anaranjado muy chillón, busco en las demás camas y en los lugares posibles, pero no aparece y pienso: «Esto aquí es al duro»; y no hago comentario alguno, porque debe ser el resultado de varias situaciones, digamos: el dueño de la cama donde la puse a secar pudo molestarse, alguien se apropió de ella o simplemente constituye una broma.
Al tratar de levantar el maletín, para tomar un pulóver y secarme, no puedo, está atado a la pata de la cama; con un alambre grueso y resistente; allí queda casi un año, pues era extremadamente difícil zafarlo de tanto enredo; ya puedo estar más seguro, la desaparición de la toalla es también una broma.
Por la noche siento sed, al ir a buscar agua al refrigerador la encuentro, la mojaron y la pusieron en el congelador; parece una piedra de hielo, allí la dejo varios días, dándole poca importancia, sigo secándome con el pulóver y no muestro el menor enojo, de lo contrario, usted imaginará qué me espe-raría.
A los nuevos, supe con el tiempo, les hacen esa maldad la cual tiene aparejado un objetivo adicional: obligarlos a limpiar el congelador, aunque en un gráfico se planifica la limpieza del dormitorio, incluyendo la del refrigerador; casi todos tratan de evadir esta tarea.
Todo el recién llegado siempre resulta objeto de bromas por parte del colectivo, como no conoces nada del lugar, la tendencia en general es creer cuanto te dicen o indican, los de más tiempo en el lugar aprovechan el desconocimiento para fastidiar a los bisoños.
Varias semanas más tarde, arriba el relevo del jefe de Cuadro, un hombre flacucho de algunos añitos; llega haciéndose el serio y, tiempo después, resulta ser un chivador cubano. Llama nuestra atención, al dormir esa primera noche con un piyama de rayas de un azul oscuro, eso provoca el comentario burlón de todos.
Tras la llegada no pueden congelarle la toalla, porque la mayor parte de los oficiales está fuera y eso como es lógico reduce considerablemente el círculo de sospechosos, pero al siguiente día no tiene escape, materializan la habitual travesura e incluyen también el anacrónico piyama.
Comienza a buscar en el dormitorio las pertenencias hasta encontrarlas. Sin embargo, no hace como yo, sino va a plantearlo al jefe de la Sección y hasta intenta analizarlo en la reunión del núcleo del partido, pero logramos evitarlo mediante una tremenda labor de influencia de algunos miembros de la sección. Se mantiene varios días bastante serio, apenas pronuncia palabras, al cabo del tiempo se incorpora al colectivo, convirtiéndose en uno más de la familia.
Esta bellaquería tiene un saldo positivo: nunca más vuelve a usar el ridículo piyama, no obstante, durante un tiempo, al referirse a él, a sus espaldas, lo nombran: «el muñeco del piyama» o «el muñeco viejo».