Ignacio Agramonte y la revolución cubana - Eugenio Betancourt Agramonte - E-Book

Ignacio Agramonte y la revolución cubana E-Book

Eugenio Betancourt Agramonte

0,0
9,99 €

-100%
Sammeln Sie Punkte in unserem Gutscheinprogramm und kaufen Sie E-Books und Hörbücher mit bis zu 100% Rabatt.
Mehr erfahren.
Beschreibung

Ignacio Agramonte y la Revolución Cubana es un texto en el que, tras años de investigación, Eugenio Betancourt y Agramonte logra explorar el contenido de fuentes originales (diarios personales, órdenes militares, cartas y otros) con los que conforma un relato de la vida y combates del Mayor General Ignacio Agramonte y Loynaz. «Las citas que hace con lujo de detalles a cada paso demuestran a las claras que su trabajo no es "novela", producto de su fantasía, sino una obra grave de historia en la que recoge con cuidado no superado todos los datos e informaciones posibles y después hace sus propios juicios, con lo que su trabajo aumenta de valor».

Das E-Book können Sie in Legimi-Apps oder einer beliebigen App lesen, die das folgende Format unterstützen:

EPUB
MOBI

Seitenzahl: 995

Veröffentlichungsjahr: 2025

Bewertungen
0,0
0
0
0
0
0
Mehr Informationen
Mehr Informationen
Legimi prüft nicht, ob Rezensionen von Nutzern stammen, die den betreffenden Titel tatsächlich gekauft oder gelesen/gehört haben. Wir entfernen aber gefälschte Rezensionen.



Quedan rigurosamente prohibidas, sin la autorización escrita de los titulares del Copyright, bajo la sanción establecida en las leyes, la reproducción parcial o total de esta obra por cualquier medio o procedimiento, comprendidos la reprografía y el tratamiento informático, y la distribución de ejemplares de ella mediante alquiler o préstamo público. Si precisa obtener licencia de reproducción para algún fragmento en formato digital diríjase a CEDRO (Centro Español de Derechos Reprográficos, www.cedro.org) o entre la web www.conlicencia.com EDHASA C/ Diputació, 262, 2º 1ª, 08007 Barcelona. Tel. 93 494 97 20 España. Este y otros ebook los puede adquirir en http://ruthtienda.com

Primera edición

Habana

Dorrbecker,1928

 

EDICIÓN Y CORRECCIÓN:

Elizabet López Pi / Diana de la Caridad Vela Mayo

Idanis M. Pedroso Borrero / Yisell Pérez Peña

 

DISEÑO DE COLECCIÓN: David González Pérez

 

DISEÑO DE CUBIERTA Y COMPOSICIÓN:Manuel N. Montejo Lorenzo

 

COMPOSICIÓN DIGITAL:Marisol García Silva / Víctor Landa Cruz

Especialistas del Archivo de la Oficina del Historiador

 

Conversión a ebook:Grupo Creativo RUTH Casa Editorial

© Todos los derechos reservados

© Sobre la presente edición:

Ediciones El Lugareño,2025

 

ISBN: 9789597203575

 

Ediciones El Lugareño

Independencia nro.311

entre Ignacio Agramonte y General Gómez,

Camagüey

C. P:70100

Cuba

Email: [email protected] 

Dr. Eugenio Betancourt Agramonte

Índice de contenido
AL LECTOR
PRÓLOGO
CAPÍTULO I
JUVENTUD DE IGNACIO AGRAMONTE Y LOYNAZ
CAPÍTULO II
CAUSAS DE LA REVOLUCIÓN
CAPÍTULO III
PRINCIPIO DE LA REVOLUCIÓN CUBANA EN CAMAGÜEY
CAPÍTULO IV
EL COMITÉ REVOLUCIONARIO DEL CAMAGÜEY
CAPÍTULO V
LA ASAMBLEA DE REPRESENTANTES DEL CENTRO
CAPÍTULO VI
CONSTITUCIÓN DE GUÁIMARO
CAPÍTULO VII
CAMPAÑA DE 1869 EN CAMAGÚEY
CAPÍTULO VIII
MANDO DE TOMAS JORDAN
CAPÍTULO IX
AGRAMONTE Y CÉSPEDES
CAPÍTULO X
EL AÑO DE 1870
CAPÍTULO XI
VALOR DE AGRAMONTE EN LAS ADVERSIDADES DE 1871
CAPÍTULO XII
RESCATE DE SANGUILY
CAPÍTULO XIII
CAMPAÑA DE 1871 Y 1872
CAPÍTULO XIV
CAMPAÑA DE 1873
CAPÍTULO XV
COMBATE DE JIMAGUAYÚ Y MUERTE DE IGNACIO AGRAMONTE
APÉNDICE NO. 1
CARTAS DE IGNACIO AGRAMONTE Y LOYNAZ
APÉNDICE NO. 2
DOCUMENTOS
FOTOS
DATOS DE AUTOR

AL LECTOR

La presente edición mantiene la estructura del texto publicado en1928.

Es válido aclarar que no se alteraron la sintaxis ni la ortografía del texto original por considerar estos elementos distintivos de la primera mitad del sigloxxen el proceso evolutivo de nuestra lengua, aun cuando algunos casos no constituyan un modelo lingüístico, sobre todo en aspectos relacionados con la acentuación (monosílabos, diptongos, hiatos, pronombres demostrativos, y otros), el uso de los signos de puntuación (la coma, la raya, las comillas y los signos de exclamación e interrogación de cierre) y la mayúscula de relevancia. Por tanto el lector apreciará una ortografía diferente a la establecida en las normas de la Real Academia Española publicadas en2010, principal bibliografía autorizada para los hispanohablantes. En casos muy específicos se introdujeron notas al pie que esclarecerán los conceptos.

Los editores

 

 

PRÓLOGO

Para que se pueda estimar en su verdadero mérito este libro, yo quiero preguntar a los que lean ¿cuántas historias de nuestra guerra se han publicado en Cuba, concluídas, verdaderas, anotadas y bien documentadas? ¿Cuántos verdaderos historiadores ha tenido Cuba? Dirán, si dicen la verdad, que muy pocos, y muy pocas obras de tales méritos.

Muy grandes han sido las glorias de Cuba; pero nadie ha sabido decirlas. Cuba, por sus héroes, tales como Ignacio Agramonte, bien podría hacer aquella lamentación de Petrarca:

Giunto Alessandro a la famosa tomba

del fero Achille, sospirando disse:

Oh fortunato, che si chiara tromba

trovasti, e chi di te si alto scrisse!

Así, los buenos cubanos deben agradecer un libro como éste, donde se tratan las glorias de Cuba de una manera digna y apropiada. Y los que no lo saben, aprendan quién fué Ignacio Agramonte, y quiénes fueron los camagüeyanos y los cubanos todos del 68, para que teniendo delante tal espejo, levanten la frente con orgullo de ser cubanos, y propongan en su corazón seguir ejemplos tan gloriosos cuando la ocasión de nuevo lo pidiere. Sean como este nieto de Ignacio Agramonte, que la muerte, como al abuelo, nos arrebató en menos de la mitad de su carrera, quitándonos las promesas futuras que nos dieron las obras de sus pocos años.

Eugenio Betancourt Agramonte murió el28 de diciembre del año pasado, a los veintiseis años de edad, aunque tan joven, abogado y orador admirable, y autor de este precioso libro que no vió publicado, pero que será un monumento de nuestras letras y de nuestra historia.

El nieto heredó mucho del ilustre abuelo, así en el cuerpo como en el alma; era como Agramonte, muy alto y muy derecho; de palabras fogosas y elocuentes, de propósitos graves, de voluntad de hierro, de constancia grande. Como el abuelo, fué amigo del estudio y el trabajo, en lo cual fué notable desde la escuela y la universidad, donde alcanzó todos los premios y todos los honores.

Yo he sido testigo presencial de sus estudios, de sus averiguaciones, de su curiosidad y perseverancia en mi archivo histórico, para escribir esta obra, y yo soy el que tengo el gusto de presentar a los cubanos la mejor historia de la Guerra de los Diez Años y del Mayor General Ignacio Agramonte y Loynaz.

Ha sido para mí una verdadera satisfacción la de escribir el prólogo de tan importante libro, y como compañero de armas de aquel ilustre cubano, me honro con asociarme de nuevo a él por este medio.

He leído detenidamente sus páginas, y puedo dar fe de que el autor estuvo largos años investigando las fuentes más fidedignas de investigación histórica. Las citas que hace con lujo de detalles a cada paso, demuestran a las claras que su trabajo no es “novela”, producto de su fantasía, sino una obra grave de historia en la que recoge con cuidado no superado todos los datos e informaciones posibles y después hace sus propios juicios, con lo que su trabajo aumenta de valor, porque el mayor valor de la enseñanza que nos brinda la historia es precisamente el estudio crítico de la misma, porque solo así nos pueden servir de experiencia los acontecimientos pasados, relacionándolos y comparándolos con los presentes, ya que con razón se ha dicho que la “historia se repite”, y para que se repita con resultado favorable no es posible ignorar los hechos pasados que nos aclaran y nos enseñan a prever los hechos presentes y futuros.

Aunque era nieto de Agramonte, parece que al tomar la pluma recordó las palabras de Tácito, que dicen: “La historia debe siempre escribirse sin amor y sin odio.” Ni se dejó llevar por la pasión al referirse a las glorias de nuestro inolvidable “Mayor”, ni dejó que el rencor o el odio lo cegaran al juzgar a los que inconscientemente quizá profanaron su cadáver o maldijeron su nombre.

Hoy, que se desea purificar el Gobierno y la Sociedad cubana, hoy, que se quiere salir definitivamente de la corrupción social y política a que nos acostumbró el sistema colonial, no hay mejor ejemplo para la juventud cubana que el de Ignacio Agramonte, porque quizá no hubo otro hombre en Cuba y hasta en toda la humanidad, que reuniera en su persona las virtudes públicas y privadas que señalaron siempre a Ignacio Agramonte como un “caballero sin miedo y sin tacha”.

Agramonte no tiene que envidiarle nada a los más grandes hombres de la humanidad, porque no se es grande por el mero hecho de conducir a miles o millones de hombres, sino por el mérito intrínseco de la persona. “El Mayor”, en las selvas de Camagüey, con un puñado de hombres hambrientos y desnudos, pudo demostrar sus condiciones de hombre puro y virtuoso mejor que tantos llamados “prohombres” que no tienen nada más de grande que una inmerecida popularidad amparada por el dinero o por la fuerza y el engaño.

Francisco de Arredondo y Miranda,

CORONEL DEL E. L. DE CUBA

CAPÍTULO I

JUVENTUD DE IGNACIO AGRAMONTE Y LOYNAZ

1. Su nacimiento y sus estudios.2.Discurso pronunciado al graduarse como licenciado en derecho civil y canónico.3. Agramonte como abogado, juez y orador.4. Su matrimonio con la señorita doña Amalia Simoni y Argilagos.5. Sus cualidades físicas y espirituales.

1. Nació Ignacio Agramonte y Loynaz en la ciudad de Puerto Príncipe (Camagüey) la noche del día23de diciembre de1841, y fueron sus padres el Regidor Licenciado don Ignacio Agramonte y Sánchez, abogado rico, de familia muy antigua, y la señora doña Filomena Loynaz y Caballero, de familia no menos ilustre. Las costumbres de Puerto Príncipe en aquel tiempo eran muy severas, y esta influencia de su pueblo, y especialmente de su familia, conocida por virtuosa y honrada, fué la que recibió Ignacio Agramonte desde sus primeros años. El comenzó sus estudios en diversos colegios de Puerto Príncipe, y fué uno el de don Gabriel Román y Cerdeño. En1855salió de Puerto Príncipe y entró en el famoso colegio del Salvador, que fundó en la Habana don José de la Luz y Caballero, y allí continuó sus estudios superiores con señalada distinción, hasta que ya concluídos, empezó a estudiar las leyes en la universidad de la Habana, donde se graduó como licenciado en derecho civil y canónico en febrero de1886.1

Desde muy joven se notó en Agramonte una gravedad y nobleza de sentimientos que no siempre son adorno de los primeros años; fué siempre un amigo excelente y un buen estudiante, y cuenta uno de sus compañeros de la universidad que la generosidad y alteza de pensamientos eran tan notables en Ignacio Agramonte, que a él no le sorprendió ninguna de sus acciones políticas o de guerra, porque las esperaba como consecuencias naturales de aquel genio excepcional.

Amó la libertad y la justicia, y admiró las doctrinas de la Revolución Francesa; el estudio del derecho lo preparó para luchar con mayor vehemencia contra el gobierno opresor de la Metrópoli.

Refiere el joven escritor Manuel de la Cruz, en su obra que no se ha publicado “Vida de Ignacio Agramonte”, que Ignacio, a los diez años de edad, quiso ir al lugar donde estaban los cadáveres de Joaquín Agüero, José Tomás Betancourt, Fernando de Zayas y Miguel Benavides, fusilados en la sabana de Arroyo Méndez a las seis de la mañana del día12de agosto de1851; que sus padres, con razones y consejos, procuraron disuadirlo; pero que él se obstinó tanto y lo pidió con tal ahinco, que le otorgaron su consentimiento. Corrió a la sabana de Méndez, y atravesando por entre la turba de curiosos, se acercó sereno, y despacio, al cadáver de Agüero, contemplando aquel cuerpo inmóvil, hasta que de repente sacó un pañuelo, lo empapó en la sangre que bañaba el cadáver, y se alejó de allí pensativo y triste, conservando aquel pañuelo ensangrentado como reliquia sagrada.

Nosotros no hemos podido hallar la confirmación de esta anécdota de la vida de Agramonte con ninguno de sus parientes más allegados, y aunque nos parece inverosímil, considerando la edad de Agramonte, el rigor de las costumbres de su familia y la distancia del lugar donde ocurrió el fusilamiento, con todo, hemos querido recordar lo que dice Manuel de la Cruz, porque sea, o no, cierto, hace ver el ardor patriótico de aquella época.

2. Al recibir Agramonte la investidura del grado de licenciado en derecho civil y canónico, pronunció un discurso elocuente donde habló de los derechos menospreciados, concluyendo con unas palabras tan atrevidas que el presidente del tribunal de examen dijo que si hubiera conocido previamente aquel discurso no hubiera consentido su lectura.

Como que de Agramonte no quedan discursos enteros, copiamos a continuación este documento, que sin faltarle nada ha llegado a nuestras manos:

“Sr. Rector e Ilustre Claustro.

Señores:

La administración que permite el franco desarrollo de la acción individual a la sombra de una bien entendida concentración del poder, es la más ocasionada a producir óptimos resultados, porque realiza una verdadera alianza del orden con la libertad.

“Vive el hombre en sociedad, porque es su estado natural, es condición indispensable para el desarrollo de sus facultades físicas, intelectuales y morales, y no en virtud de un convenio o de un pacto social, como han pretendido Hobbes y Rousseau.

“La sociedad no se comprende sin orden, ni el orden sin un poder que lo prevenga y lo defienda, al mismo tiempo que destruya todas las causas perturbadoras de él. Ese poder, que no es otra cosa que el Gobierno de un Estado, está compuesto de tres poderes públicos, que cuales otras tantas ruedas de la máquina social, independientes entre sí, para evitar que por un abuso de autoridad, sobrepujando una de ellas a las demás y revistiéndose de un poder omnímodo, absorba las públicas libertades, se mueven armónicamente y compensándose, para obtener un fin determinado, efecto del movimiento triple y uniforme de ellas.

“Me ocuparé de uno de esos poderes: del poder ejecutivo o administrativo; y sólo él, porque tal es el terreno en que me coloca la proposición que defiendo. En ella se ha tomado la palabra administración en una de sus diversas acepciones, en la del ejercicio del poder ejecutivo en toda la extensión de sus atribuciones.

“La divina mano del Omnipotente ha grabado en la conciencia humana la ley del progreso, el desarrollo indefinido de las facultades físicas, intelectuales y morales del hombre; y para llegar a ese fin, ciertas condiciones que constituyen en él deberes de respeto a Dios, porque tiene que someterse a ellas, para llegar al cumplimiento de su destino, destino grandioso, sagrado, marcado por la Providencia; y derechos con respecto a la sociedad que debe respetarlos y proporcionar todos los medios para que llegue a aquel desenvolvimiento. “Detener la marcha del espíritu humano, ha dicho un célebre escritor, privándole de los derechos que ha recibido de la mano bienhechora de su Creador, oponerse así a los progresos de las mejoras morales y físicas, al acrecentamiento del bienestar y felicidad de las generaciones presentes y futuras, es cometer el más criminal de los atentados, es violar las santas leyes de la Naturaleza, es propagar indefinidamente los males, los sufrimientos, las disensiones y las guerras, de que los pueblos no han cesado de ser las víctimas.”

“Estos derechos del individuo son inalienables e imprescriptibles, puesto que sin ellos no podrá llegar al cumplimiento de su destino; no puede renunciarlos, porque como ya he dicho, constituyen deberes respecto a Dios, y jamás se puede renunciar al cumplimiento de esos deberes. Se ha dicho que el hombre, para vivir en sociedad, ha tenido que renunciar a una parte de sus derechos; lejos de ser así contribuye con una porción de sus rentas y aun a veces con su persona al sostenimiento del Estado, que debe defendérselos, que debe conservárselos íntegros, que debe facilitar su libre ejercicio. Bajo ningún pretexto se pueden renunciar esos sagrados derechos, ni privar de ellos a nadie sin hacerse criminal ante los ojos de la divina Providencia, sin cometer un atentado contra ella, hollando y despreciando sus eternas leyes. “La ignorancia, el olvido o el desprecio de los derechos del hombre son las únicas causas de las desgracias públicas y de la corrupción de los Gobiernos”, como en Francia la Asamblea Constituyente de1791.

“La justicia, la verdad, la razón, sólo pueden ser la suprema ley de la sociedad; decir: “salus populis suprema lex est” es tomar el efecto por la causa. El derecho para ser tal y obligatorio, debe tener por fundamento la justicia.

“Tres leyes del espíritu humano encontramos en la conciencia: la de pensar, la de hablar y la de obrar. A estas leyes para observarlas, corresponden otros tantos derechos, como ya he dicho, imprescriptibles e indispensables para el desarrollo completo del hombre y de la sociedad.

“Al derecho de pensar libremente corresponden la libertad de examen, de duda, de opinión, como fases o direcciones de aquél. Por fortuna, éstas, a diferencia de la libertad de hablar y obrar, no están sometidas a coacción directa; se podrá obligar a uno a callar, a permanecer inmóvil, acaso a decir que es justo lo que es altamente injusto. Pero ¿cómo se le podrá impedir que dude de lo que se le dice? ¿Cómo que examine las acciones de los demás, lo que se le trata de inculcar como verdad, todo, en fin, y que sobre ello formule su opinión? Sólo por medios indirectos; la educación, las preocupaciones, las costumbres, influyen a veces coartando el franco ejercicio de ese derecho, que es la más fuerte garantía para la sociedad y el Gobierno de un Estado que se funda en la verdad y la justicia.

“A pesar de que la razón y la experiencia nos demuestran que no podemos formarnos una opinión exacta en ninguna materia sin examinarla previa y detenidamente, no han faltado hombres y aun clases enteras en la sociedad, que con miras interesadas y ambiciosas, han querido despojar al hombre de esos derechos revelados por la razón a todos, pues son universales, y monopolizarlos ellos. En cuanto a nosotros, siempre diremos con San Pablo: “Examinémoslo todo y atengámonos a lo que es bueno”.

“Consecuencia de la libertad de pensar es la de hablar. ¿De qué servirían nuestros pensamientos, nuestras meditaciones, si no pudiéramos comunicarlos a nuestros semejantes? ¿Cómo adquirir los conocimientos de los demás? El desarrollo de la vida intelectual y moral de la sociedad sería detenido en medio de su marcha.

“De la enunciación de los diversos exámenes, de las contrarias opiniones, de las diferentes observaciones, de la discusión en fin, surge la verdad como la luz del sol, como del eslabón con el pedernal, la ígnea chispa.

“Pero la verdad, se ha dicho, no siempre conviene exponerla; en realidad no conviene; pero es al poderoso que oprime al débil, al rico que vive del pobre, al ambicioso queno atiende a la justicia o injusticia de los medios de elevarse; lejos de ser perjudicial, es siempre conveniente al ciudadano y a la sociedad, cuyas felicidades estriban en la ilustración y no en la ignorancia o el error, y a los gobernantes cuando lo son en nombre de la justicia y la razón.

“La prensa con razón es considerada como la representación material del progreso. La libertad de la prensa es un medio de obtener las libertades civil y política, porque, instruyendo a las masas, rasgando el denso velo de la ignorancia, hace conocer sus derechos a los pueblos y pueden éstos exigirlos.

“No carece de inconvenientes la prensa completamente libre, pero ni contrapesan sus ventajas, ni son de tanta importancia como se ha tratado de hacer creer. “Se puede abusar de la prensa, dice un autor inglés, por la publicidad de principios falsos y corrompidos; pero es más fácil, añade el mismo, remediar este inconveniente combatiéndolo con buenas razones que empleando las persecuciones, las multas, la prisión y otros castigos de este género”.

“También se ha dicho que puede ser perjudicial por las infamaciones; a esto respondemos con Ovidio: “Conciamens recti famae mendacia ridet”; o con el emperador Teodosio, en una ley que promulgó en la que dice: “Si alguno se deja ir hasta difamar nuestro nombre, nuestro gobierno y nuestra conducta, no queremos que esté sujeto a la pena ordinaria, marcada por las leyes, ni que nuestros oficiales le hagan sufrir una pena rigurosa, porque si es por ligereza, es necesario despreciarlo; si es por ciega locura, es digno de compasión; si es por malicia, es necesario perdonarle”.

“Por otra parte, no es fácil que se expusiera un escritor a que el calumniado entablase contra él, ante el tribunal competente, la acción de calumnia, y sufrir las consecuencias.

“La libertad de obrar consiste en hacer todo lo que le plazca a cada uno en tanto que no dañe los derechos de los demás. No puede darse, empero, demasiada latitud a esa restricción; hay casos en que, obrando libremente el individuo, causa un daño a los demás y a veces a la sociedad entera; y sin embargo, no puede impedírsele el ejercicio de su derecho, sin causarlos mayores atacando la libre acción individual. Así sucedería cuando un hombre imprudentemente invirtiera su capital en empresas ruinosas; en tal caso los abastecedores de un consumo sufrirían un menoscabo, pues que esa menos salida tendrían sus frutos; perjudicaría económicamente a la sociedad, porque ese capital se pierde para la circulación y una cantidad equivalente de industria perece. El único remedio a males de esta clase, es fomentar la instrucción y estimular los sentimientos nobles y generosos. Por punto general, nadie conoce mejor los intereses de uno como él mismo; y cuando la opinión general está bien dirigida y por la conservación de la individualidad tiene energía, es un freno bastante poderoso contra el egoísmo, la avaricia, la prodigalidad, la envidia y demás carcomas del bienestar individual y social.

“El individuo mismo es el guardián y soberano de sus intereses, de su salud física y moral; la sociedad no debe mezclarse en la conducta humana, mientras no dañe a los demás miembros de ella. Funestas son las consecuencias de la intervención de la sociedad en la vida individual; y más funestas aun cuando esa intervención es dirigida a uniformarla, destruyendo así la individualidad, que es uno de los elementos del bienestar presente y futuro de ella. Debe el hombre escoger los hábitos que más convengan a su carácter, a sus gustos, a sus opiniones y no amoldarse completamente a la costumbre arrastrado por el número. Es muy frecuente ese deseo de imitar ciegamente a aquellos que se hallan a igual altura que nosotros en la escala social, cuando no en una mayor. De este modo el hombre libre, convirtiéndose en máquina va perdiendo esa tendencia a examinarlo todo, a querer comprender y explicarse cuanto ve, a comparar y escoger lo bueno, desechando lo malo. Tendencia tan natural como necesaria en él. Así llega a ser capaz de grandes sentimientos, de esa voluntad fuerte, invencible, que se ha comparado a un torrente que arrastra cuanto encuentra a su paso y que caracteriza a los grandes genios. Una sociedad compuesta de miembros de aquella índole, en la que por la uniformidad de costumbres; de modo de pensar, no hay tipos distintos donde poder entresacar las perfecciones parciales, que reunidos en un solo todo pueda servir de modelo, se paralizará en su marcha progresiva hasta que otra parte de la humanidad, que haya ascendido más en la escala del progreso y de la civilización, sacándola del estado estacionario en que se encuentra, le dé nuevo impulso para que continúe en la senda de su destino. Dígalo si no la China, el Oriente todo.

“Que la sociedad garantice su propiedad y seguridad personal, son también derechos del individuo, creados por el mero hecho de vivir en sociedad. El olvido o el desprecio de ellos, si bien no es más criminal que los demás, sí es más a menudo causa de revoluciones y conflictos en que a cada paso se ven envueltas las naciones.

“Estos derechos, lo mismo que los anteriormente expuestos, deben respetarse en todos los hombres porque todos son iguales; todos son de la misma especie, en todos colocó Dios la razón, iluminando la conciencia y revelando sus eternas verdades; todos marchan a un mismo fin; y a todos debe la sociedad proporcionar igualmente los medios de llegar a él.

“La Asamblea Constituyente francesa de1791proclamó entre los demás derechos del hombre el de la resistencia a la opresión...

“Demostrado ya que el gobierno debe respetar los derechos del individuo, permitiendo su franco desarrollo y expedito ejercicio, creemos haber llenado nuestro deber con respecto a la primera parte de la proposición. Pasaremos a la segunda, o sea a demostrar que sólo la administración centralizada de una manera bien entendida o conveniente deja expedito el desarrollo individual.

“La centralización llevada hasta cierto grado, es por decirlo así la anulación completa del individuo, es la senda del absolutismo; la descentralización absoluta conduce a la anarquía y al desorden. Necesario es que nos coloquemos entre estos dos extremos para hallar esa bien entendida descentralización que permite florecer la libertad a la par que el orden.

“Frecuentemente se confunde la unidad con la centralización; pero launidades: la uniformidad de intereses, de ideas y sentimientos entre los miembros del Estado, y lacentralización: la acumulación de las atribuciones del poder ejecutivo de un gobierno central. Las más de las veces existen juntas, sin embargo la Historia nos las muestra separadas en Roma cuando estaba en su apogeo de grandeza; en ella, al paso que sus Emperadores habían concentrado en sus manos todo el poder, no había unidad en el Imperio; y en la moderna Inglaterra, donde hay unidad de sentir y de pensar al mismo tiempo que descentralización administrativa.

“La centralización limitada a los asuntos trascendentales y de alta importancia, aquellos que recaen, o que por sus consecuencias pueden recaer bajo el dominio de la centralización política, es indudable que es conveniente; más que conveniente, necesaria; pero es abusiva desde el momento en que, extralimitándose de la inspección y dirección que en aquellos negocios le corresponde, interviene en otros que no tienen esos caracteres.

“Por fuerte que sea un gobierno centralizado, no ofrece seguridades de duración, porque toda su vida está concentrada en el corazón y un golpe dirigido a él, lo echa por tierra. Los acontecimientos palpitantes aún y que han tenido lugar en Francia a fines del siglo pasado, confirman esta verdad.

“La centralización no limitada convenientemente, disminuye, cuando no destruye la libertad de industria, y de aquí la disminución de la competencia entre los productores, de esta causa tan poderosa del perfeccionamiento de los productos y de su menor precio, que los pone más al alcance de los consumidores.

“La administración, requiriendo un número casi fabuloso de empleados, arranca una multitud de brazos a las artes y a la industria; y debilitando la inteligencia y la actividad, convierte al hombre en órgano de transmisión o ejecución pasiva.

“A pesar del gran número de empleados que requiere la dicha administración, los funcionarios no tienen tiempo suficiente para despachar el cúmulo de negocios que seaglomera en el Gobierno por su intervención tan peligrosa como minuciosa en los intereses locales e individuales, y de aquí demoras harto perjudiciales, y lo que es peor aún, su despacho, tras dilatado, es encomendado por su número a subalternos, cuya impericia o falta de conocimientos locales no ofrecen garantía alguna de acierto.

“Mientras los sueldos de los empleados son demasiado mezquinos para sostenerlos con dignidad en la posición que sus funciones demandan, obligándolos a descuidar aquella algún tanto y recargándose con otras ocupaciones, aquellos por su multitud forman una suma altamente gravosa para el Estado.

“La centralización hace desaparecer ese individualismo, cuya conservación hemos sostenido como necesaria a la sociedad. De allí al comunismo no hay más que un paso; se comienza por declarar impotente al individuo y se concluye por justificar la intervención de la sociedad en su acción destruyendo su libertad, sujetando a reglamento sus deseos, sus pensamientos, sus más íntimas afecciones, sus necesidades, sus acciones todas.

“Lejos de tener todos esos inconvenientes una concentración bien entendida, disminuyendo el número de sus empleados, se les pagaría de un modo proporcionado a su trabajo y suficiente a satisfacer dignamente sus necesidades. Sólo así podrían dedicarse exclusivamente y con entusiasmo al cumplimiento de sus deberes. Este es el gran secreto para que la administración esté bien servida, dice Jules Simon, observando la administración inglesa.

“Estableciendo cierta independencia entre ellos, su dignidad en vez de humillarse estando sometidos a los caprichos de un superior, crecería hasta llegar a su correspondiente altura, con una responsabilidad legal y no arbitraria. Lejos de ser convertidos en máquinas de ejecución o de transmisión, necesitarían desplegar su actividad e inteligencia, que redundaría en provecho de él mismo y de la sociedad.

“El individuo, con esta organización, podría tener garantizado el libre ejercicio de sus derechos contra los excesos y errores de los funcionarios, con acciones legales y entabladas ante los tribunales competentes.

“Un código único, arma regular y recursos financieros reunidos en la mano de un poder central para ser empleados conforme a la ley, sería una garantía bastante contra el federalismo y para poder dejar a los habitantes de una localidad repartir sus impuestos, administrar sus propiedades, construir sus vías de comunicación, gobernar, en una palabra, sus asuntos locales, que solamente ellos conocen y más directamente les interesan.

“Si me fuera permitido mayor extensión yo aglomeraría más razones y los hechos que apoyan una concentración bien entendida del poder, porque es una organización dictada por los sanos y eternos principios y confirmada por la experiencia; pero fuerza es que concluya esta parte, y lo haré copiando un trozo de Maurice Lachatre: “Así como los antiguos romanos no usaban de la dictadura sino por cortos intervalos y solamente cuando la Patria corría grandes peligros, es necesario tener en ellos una acumulación tan enorme de poder, como la de una máquina que permite a un solo hombre atar una nación y someterla a su volundad. En tiempo de paz, la centralización (limitada como lo hemos hecho nosotros), es el estado natural de un pueblo libre, y cada parte de su territorio debe gozar de la mayor suma de libertad, a fin de que siempre, y por todas partes, los ciudadanos puedan adquirir el desenvolvimiento normal de todas sus facultades.”

“Demostrado que sólo una administración concentrada convenientemente puede dejar expedito el desarrollo de la acción individual, quédalo también que sólo a la sombra de aquélla puede realizarse esa alianza del orden con la libertad, que es el objeto que debe proponerse todo gobierno y el sueño dorado del publicista, porque aquélla es la representación del orden; de esa armonía de los intereses y acciones de los individuos entre sí, y de los de éstos con el gobierno en su más perfecta concurrencia de libertad, representada por ese franco desarrollo de la acción individual.

“El Estado que llegue a realizar esa alianza será modelo de las sociedades y dará por resultado la felicidad suya, y enparticular, de cada uno de sus miembros; la luz de la civilización brillará en él con todo esplendor, la ley providencial del progreso lo caracterizará y perpetua será su marcha hacia el destino que le marcó la benéfica mano del Altísimo.

“Por el contrario, el Gobierno que con una centralización absoluta destruya ese franco desarrollo de la acción individual, y detenga la sociedad en su desenvolvimiento progresivo, no se funda en la justicia y en la razón, sino tan solo en la fuerza; y el Estado que tal fundamento tenga, podrá en un momento de energía anunciarse al mundo como estable e imperecedero, pero tarde o temprano, cuando los hombres, conociendo sus derechos violados, se propongan reivindicarlos, irá el estruendo del cañón a anunciarle que cesó su letal dominación.”2

Aquí no habló Agramonte de una manera expresa de Cuba, porque semejante cosa hubiera sido imposible en aquella época en que no se toleraba la verdadera libertad del pensamiento; pero tan evidentemente se refirió a los agravios inferidos a Cuba por el sistema colonial, que uno de los que oyeron este discurso, Antonio Zambrana y Vázquez, dijo después: “Aquello fué como un toque de Clarín. El suelo de todo el viejo convento de Santo Domingo, en el que la Universidad estaba entonces, se hubiera dicho que temblaba. El catedrático que presidía el acto dijo que si hubiera conocido previamente aquel discurso no hubiera autorizado su lectura; los que debían hacerle objeciones llenaron sólo de una manera aparente su tarea, y yo, que allí me encontraba, concebí desde entonces por aquel estudiante, que antes de ese día no había llamado mi atención, la amistad apasionada, llena de admiración y fidelidad, que me unió con él hasta su muerte”.3

3. Antes de concluir sus estudios universitarios, había practicado Ignacio Agramonte en uno de los bufetes más acreditados de la Habana, el del doctor Antonio González de Mendoza que más tarde fué el primer presidente de nuestro Tribunal Supremo y Alcalde de la Habana, gran amigo del Licenciado Ignacio Agramonte y Sánchez. Permaneció en sociedad con el doctor González de Mendoza hasta mediados de1868, y aquel año salió de la Habana y se fué a vivir a Puerto Príncipe, donde también ejerció su profesión de abogado con notable habilidad; dícese que después de un hermoso informe quehizo en la Audiencia de Camagüey, todos los magistrados quecomponían este tribunal hubieron de felicitarlo personalmente.

En la Habana ocupó Agramonte algunas veces el cargo de Juez de Paz, haciéndose notar por la justicia y la habilidad en el desempeño de sus funciones. Refiriéndose a éstas, escribía Agramonte a la señorita Simoni (después su esposa): “Si precipitara el despacho, después las cavilaciones vendrían a decirme que con algún empeño mayor hubiera podido conciliar a dos litigantes y evitarles un pleito ruinoso, o no hubiera condenado a pagar a un pobre que después de mayor investigación hubiera podido resultar que nada adeudaba; mientras lleve la carga tengo que llevarla con conciencia y revestido de una calma inglesa, con la sonrisa en los labios ante mil pasiones bastardas, agotando todos los medios de persuasión y de investigación tengo que pasar muchas horas procurando conciliar o desentrañando la verdad a través de las dificultades que presenta la malicia que sabe vestirse con trajes muy diversos y engañosos. Los mismos trabajos de los subalternos del Juzgado, tengo que dirigirlos para evitar abusos”.4

Desde muy joven dió a conocer Agramonte naturales dotes de orador; cuando estudiante asistía a las sesiones llamadas “juevinas” y “sabatinas” que se efectuaban en el Aula Magna de la Universidad, que era el salón dedicado a los actos solemnes; allí intervino en reñidas lides culturales con cubanos tan distinguidos como Antonio Zambrana y Vázquez, Rafael Morales y González, Luis Ayesterán y Moliner, Ramón de Armas y Sáenz, Leopoldo Cancio, Antonio Govín, Vidal Morales y Morales y otros más. Después en los liceos de la Habana y de Guanabacoa, en el Ateneo Cubano y en otras sociedades culturales de la Habana conoció Agramonte a los hombres más notables de su tierra. Uno de éstos, Manuel Sanguily, en un hermoso trabajo titulado “Oradores de Cuba” dice que por el año de1866 se establecieron en el antiguo “Liceo de la Habana” unas reuniones dominicales llamadas “tertulias literarias”, y en una de estas reuniones, a propósito de un discurso que leyó el profesor señor don Blas López Pérez hubo “ocasión para hacer aplaudir su palabra fluente, severa y enérgica a un joven que acababa de recibir en la Universidad la investidura de Licenciado en Derecho, Ignacio Agramonte y Loynaz, quien, por su elocuencia y extraordinarias dotes de carácter, tan gran papel había de hacer en las convulsiones políticas que sobrevinieron.”

Desgraciadamente, los discursos que Agramonte pronunció en los centros culturales, en los tribunales de justicia y más tarde en el campo insurrecto, se han perdido, y no quedan más que párrafos sueltos que la tradición ha conservado.

4. En los frecuentes viajes que Agramonte hizo a Puerto Príncipe, donde pasaba sus vacaciones, conoció a una dama bellísima de aquel pueblo, famoso por la hermosura de sus mujeres, la señorita Amalia Simoni y Argilagos, hija del doctor José Ramón Simoni, médico de renombre que había estudiado en París, y de doña Manuela Argilagos, de antigua familia camagüeyana. La señorita Simoni había aumentado su cultura en un largo viaje que hizo con sus padres y su hermana Matilde por casi toda la Europa, los Estados Unidos y el Canadá desde1860hasta1865, en el cual aprendió la lengua francesa, la inglesa y la italiana; y en Italia estudió el canto, y aprovechó su voz lindísima, con la que más tarde, cuando quedó viuda, pudo granjear el propio sustento y el de sus hijos, cantando en las iglesias de Nueva York.

Gozaba, pues, la señorita Simoni de reputación excelente, yno fué mucho que Agramonte, al conocerla, quedara tan enamorado, porque juntaba con las gracias del cuerpo y del almaun espíritu noble y casi tan heroico y sufrido como el delmismo Ignacio Agramonte. Desde1866 Ignacio y Amalia fueronnovios, y desde entonces hasta que la muerte de Ignacio en1873los separó para siempre, se amaron con adoración verdadera, como lo demuestran las cartas de ambos, en las que se descubre invariablemente una ternura, admiración y respeto que no parecen cosas de la vida real.

El2de agosto de1868 se casaron en la Parroquial Mayor de Puerto Príncipe, y apenas comenzaron a disfrutar de la felicidad nueva, cuando el Grito de Yara, el día 10 de octubre de aquel mismo año, vino a turbarla, porque Agramonte, comprometido a entrar en la revolución del Camagüey, secundó enseguida la de Oriente, para lo cual salió de Puerto Príncipe el11de noviembre de1868, y aquel mismo día llegó al campo insurrecto. Y al poco tiempo, el primero de diciembre siguiente, su compañera renunció a las ventajas y comodidades propias de su vida por los peligros y asperezas de los campos de Cuba Libre, y estuvo conforme desde el primer momento en compartir con su esposo las miserias y las angustias de la vida del “mambí”.

No fueron las aventuras juveniles de Agramonte escándalos amorosos, o de otro género, pues no conoció más amor que el de su Amalia; sí frecuentes pendencias con oficiales del ejército español, a los que hizo conocer temprano los peligros de su espada. En aquel tiempo habían pendencias frecuentes entre los peninsulares e insulares, principalmente entre los del pueblo y la tropa forastera, y en ocasión de un insulto de ésta a unos cubanos en la fiesta de San Juan (carnaval en Puerto Príncipe), Ignacio Agramonte, movido por su arrojado y caballeresco espíritu, salió por un cubano agraviado, y combatió en duelo a muerte con un comandante de caballería que llevó la peor parte en el terrible encuentro.

En la Habana, se batió con otro oficial español, de apellido Valero, por un motivo semejante, y concertado el duelo a muerte, Agramonte, después de haber herido a su contrario, no quiso darle el golpe de gracia a que tenía derecho con arreglo a las condiciones de su desafío.

Otra vez reprendió a un oficial español por haber tomado una silla en la que apoyaba sus pies una señorita cubana, hermana de Manuel de Quesada. El oficial reconoció su falta, que debió de ser por inadvertencia, y dió sus disculpas; pero, enterados sus compañeros de armas, lo pusieron en la obligación de retar a Ignacio Agramonte, y el desafío se concertó a espada, y efectuado, quedaron heridos ambos combatientes. El oficial español alabó la destreza y serenidad del jovencamagüeyano, y olvidado aquel lance, quedaron buenos amigos.

5. Agramonte era hombre muy alto (medía seis pies y dos pulgadas), delgado, pálido, pero derecho y recio, fortalecido por el ejercicio del caballo y de la esgrima; tenía los ojos pardos, grandes, lánguidos y serenos; los cabellos castaños, finos y lacios; bigote corto, poca barba. Sus facciones eran finas: la nariz aguileña, los dientes blancos, iguales y bien puestos, y no gruesos los labios (como se ven en algunos de sus retratos). En la guerra se robusteció mucho, y adquirió buenos colores, y al morir (dice uno de sus compañeros de armas) tenía la apariencia militar perfecta.

Era sereno y reflexivo, de afectos tiernos y apasionados, de voluntad firme e inquebrantable. Era generoso y leal; sabía comunicar sus pensamientos a los demás, bien por medio de su elocuente palabra, o bien por medio de la pluma, con estilo claro y preciso; conocía el modo de llegar al corazón de los demás: todos entendían sus grandes sentimientos, y en más de una ocasión hizo asomar lágrimas a los ojos de soldados rudos, al reprenderlos suave y paternalmente por cualquier falta al orden o a la disciplina. Era modesto y sencillo, enemigo de la vanidad, la mentira y el engaño, inflexible contra el desorden y el vicio, valiente hasta la temeridad, y aunque de opiniones liberales adelantadas, era a la vez práctico y conocedor de lo verdadero, y sabía llevar a la realidad sus esperanzas, porque a la vez era hombre de grandes conceptos y de grandes acciones. Conociendo sus deberes, nunca vaciló en acometer a los enemigos de la justicia y de la virtud; pero siempre lo hizo leal y descubiertamente, asumiendo la plena responsabilidadde sus hechos. Dice doña Aurelia Castillo de González, que lo conoció personalmente, en su obra “Ignacio Agramonte en la Vida Privada”: “Estaba exento de vicios y lleno de virtudes; y ni la sombra de una mancha permitió que pasase sobre el limpísimo cristal de su honor.”

Aunque sabía sus méritos, jamás hacía alarde de ellos, era delicado y respetuoso con todos los que lo trataban, sin distinción de personas, por lo cual hallaba amigos dondequiera que iba, y aun sus propios enemigos reconocieron siempre su hidalguía.

Jamás se dejó llevar por sus pasiones, porque tenía un dominio absoluto de sí mismo. No se quejaba de los dolores del cuerpo ni de los del alma. Jamás vaciló en sus determinaciones, y su espíritu de sacrificio lo llevó al extremo de perder, primero su riqueza, después su tranquilidad y felicidad conyugal, y por último su propia vida, todo en beneficio de la revolución cubana.

Decía Antonio Zambrana: “La moral de Ignacio Agramonte era inalterable: para ella no había ni tentaciones ni distingos. Nos prometimos mi mujer y yo fidelidad mutua cuando nos casamos, decía en cierta ocasión a un mozo que motejaba su castidad incorruptible, no me creo menos ligado que ella por ese compromiso: cuando contraigo alguno es siempre para cumplirlo rigurosamente.”5

Por sus cualidades físicas y espirituales Agramonte parecía llamado a dirigir los hombres y dominar los acontecimientos, porque venció los obstáculos casi insuperables que se interpusieron en su camino, y aquel joven “catoniano”, que hermanaba la dulzura con la voluntad más indomable, hubiera llevado a feliz término la revolución cubana si la muerte no lo hubiera derribado en la mitad del camino hacia la victoria. Sólo la muerte pudo detenerlo, no sin antes haber dejado una estrella luminosa en la historia de la revolución cubana.

1En su libroIgnacio Agramonte. Documentos, Editorial de Ciencias Sociales, La Habana, 1974, p. 68, el historiador cubano Juan Jiménez Pastrana precisa esta fecha al aseverar que la investidura de Agramonte con el grado de Licenciado en Derecho Civil y Canónico aconteció el 11 de junio de 1865, según consta en la certificación conservada en el Archivo Nacional de Cuba (Instrucción pública, Legajo 172, nro. 10812). En tanto, documentos originales consultados por ese propio autor refieren que el examen final para la Licenciatura tuvo lugar tres días antes, con calificación de sobresaliente (Juan Jiménez Pastrana, «Certificación y acta del grado de Licenciado en Derecho Civil y Canónico», ob. cit.,p. 67) [Nota del editor].

2Este discurso, pronunciado en febrero de1866, lo hemos copiado de un impreso antiguo que conserva en su archivo histórico el coronel Francisco de Arredondo y Miranda.

3Este párrafo está copiado de un discurso de Antonio Zambrana y Vázquez que se publicó en la Habana en el año de1913.

4Este párrafo ha sido copiado de una carta de Ignacio Agramonte y Loynaz a la señorita Amalia Simoni, de fecha31de enero de1868, la que puede leerse íntegra en el apéndice a esta obra.

5Este párrafo está copiado de un discurso de Antonio Zambrana y Vázquez que se publicó en la Habana, en el año de1913.

CAPÍTULO II

CAUSAS DE LA REVOLUCIÓN

1. Causas económicas.2. Causas políticas.3. Causas sociales.4. Causas históricas.5. Causas geográficas.6. Opiniones de algunos políticos españoles sobre el problema cubano.

1. La Revolución cubana tuvo muchas causas, como todo movimiento político, y la duración de la guerra, y el valor y desesperación de los cubanos, fueron señales de causas muy poderosas y no del capricho o ambición personal de los revolucionarios.

No me propongo hacer aquí un estudio total del estado de Cuba a fines del pasado siglo, ni especialmente de laguerrade los diez años, porque tal estudio merecería un libro aparte, y así, me contentaré con hacer un estudio ligero de los antecedentes de la revolución, por ser indispensable para poder apreciar debidamente la obra de Ignacio Agramonte, y el estado de este pueblo, y de Cuba entera, en el año de1868.

Las causas más poderosas de la revolución de Cuba fueron económicas, políticas, sociales, históricas y geográficas.

El Gobierno de la Metrópoli, y sus oficiales en Cuba, jamás se propusieron aprovechar las riquezas de esta tierra en beneficio de sus habitantes, poniéndola en relaciones comerciales con los estados extranjeros, porque siempre fué su propósito agotar la colonia en beneficio exclusivo de la Metrópoli y de los que enviaban a gobernarla. La industria y el comercio cubano fueron siempre muy pequeños, pues Cuba era un mercado forzoso para los productos españoles, y se procuraba impedir la competencia extranjera con derechos de aduana elevados, al extremo de que con frecuencia se remitían mercancías de los Estados Unidos a España con destino a Cuba, porque sólo así (a pesar de la enorme distancia) era posible competir con los productos españoles, ya que los embarques directos de los Estados Unidos a Cuba en ciertos productos resultaban impedidos por derechos exhorbitantes. Según el historiador norteamericano Willis Fletcher Johnson, en1851, cada barril de harina extranjera pagaba derechos por valor de diez pesos, en tanto que los impuestos sobre el barril de la misma mercancía española eran de $2.50a $6.00, y según las estadísticas de1848 España enviaba a Cuba en todo ese año212,944barriles de harina, mientras que los Estados Unidos sólo podían mandar en todo ese año18,175, a pesar de su mayor producción y del menor gasto de flete por hallarse tan cercanos a Cuba.

En1835José Antonio Saco decía que Cuba era la tierra que pagaba mayores impuestos en todo el mundo, considerando su población y sus riquezas, y los cubanos no tenían voz ni voto en la aprobación de los impuestos, que una vez cobrados, desaparecían para siempre del suelo cubano, para enriquecer a la Metrópoli y a los numerosos oficiales incompetentes y corrompidos que gobernaban la colonia. El profesor norteamericano W. F. Johnson, en su obra “The History of Cuba”, hace una extensa relación de los impuestos, multas, dádivas, etc., que justificaban por sí solos la necesidad de la Revolución, aun cuando faltaran otras causas de agravio.

El presupuesto de gastos para el año de1868 fué el siguiente:6

Gastos de Gobernación

$2.654.653.00

Gastos de Gracia y Justicia

910.694.00

Gastos de Hacienda

9.601.908.00

Gastos de Guerra

6.873.096.00

Gastos de Marina

2.636.176.00

Gastos de Fomento

648.686.00

Obligaciones generales

2.010.087.00

Gastos extraordinarios

490.727.00

 

$25.826.027.00

Regalías de la Corona

$7.173.973.00

 

$33.000.000.00

 

Los gastos de Guerra y Marina, que llegaban a muy cerca de la tercera parte del presupuesto, eran muy impopulares, porque se sabía que esos gastos se empleaban para imponer a la colonia un sistema de gobierno contrario a sus intereses. Igualmente perjudiciales para la colonia eran los gastos de la Corona, los extraordinarios y obligaciones generales, que sumaban cerca de diez millones de pesos, pues se empleaban para mantener sin beneficio alguno para la Isla una cantidad extraordinaria de funcionarios incompetentes y para gastos inútiles de otra índole en beneficio exclusivo de la corte de Madrid. En cambio no se destinaban cantidades especiales para Instrucción Pública, Beneficencia, Caminos, etc., y los gastos de Fomento apenas alcanzaban para pagar el personal de Obras Públicas.

La agricultura recibía muy inferior impulso al que debía recibir, si se considera la fertilidad del suelo cubano y que con el régimen exclusivista de la Metrópoli (que dificultaba las relaciones con los países extranjeros y especialmente con los Estados Unidos, que siempre serán el mercado natural de Cuba) los productos cubanos no podían hallar salida, y la riqueza cubana quedaba sin aprovechar.

2. Como si no fuera bastante, que so pretexto de que se civilizaba a Cuba, se la sometiera a un agotamiento económico, como acabamos de notar, las restricciones a la libertad personal eran poco menos que intolerables. Cuba no tenía representación política en España, sino que era gobernada militar y arbitrariamente por un “Capitán General” de acuerdo con la Real Orden de28 de Mayo de1825que le confería todas las facultades que por las Reales Ordenanzas se conceden a los gobernadores de plazas sitiadas. En1837las Cortes españolas negaron a los diputados cubanos el derecho de sentarse en el Congreso Español, porque se decía que según la Constitución española, Cuba y Puerto Rico debían regirse por leyes especiales. Desde entonces quedó señalada la diferencia política entre españoles y cubanos; los primeros disfrutaban de las libertades que la Constitución española les aseguraba y así seguían el liberalismo que difundió por toda España la Revolución Francesa, pero los cubanos, hijos de españoles, por el mero hecho de haber nacido en el suelo cubano, continuaban sin el disfrute de las libertades que la misma Metrópoli reconocía a sus hijos nacidos en la Península.

En el periódico “El Siglo XIX” de Méjico, apareció un artículo que con acierto describe algunos de los problemas de Cuba en1868, y en su parte más interesante dice así: “y si los españoles de España, han sido algunas veces liberales, los españoles de Cuba nunca han dejado de ser retrógrados. Cuba es la mina codiciada a la cual llegan los españoles en busca de empleo y de dinero, sin que dejen nada importante ni lucrativo para los cubanos. El Capitán General de la Isla con50,000pesos fuertes de sueldo es español; el Intendente, con20,000pesos fuertes, español; el Regente de la Audiencia, con 8,000pesos fuertes, español; los Oidores del tribunal superior de justicia, con 6,000 pesos fuertes, españoles; el Obispo de la Habana y el Arzobispo de Santiago de Cuba, con15y18 mil pesos fuertes, españoles; los jueces y fiscales con4o5mil pesos fuertes, españoles; los comisarios, celadores y demás agentes de policía, españoles. Y lo son también los Gobernadores de las diversas jurisdicciones de la Isla, los capitanes de partido y en una palabra, todos los altos funcionarios de la administración. Los cubanos son por lo regular médicos, ingenieros, comerciantes o escritores. Si quieren ser empleados, tienen que optar a plazas de sustitutos o interinos o ser escribientes en las oficinas del Gobierno con una onza de sueldo.

“Sucede esto: Los comerciantes cubanos no son despachados en las aduanas con la rapidez que los peninsulares. Los médicos cubanos son llamados por rareza a curar a personas acaudaladas, porque las riquezas son generalmente patrimonio de los españoles. Un abogado español triunfa con más facilidad en los pleitos que un abogado cubano, porque el primero suele tener entre los jueces a paisanos que fueron sus compañeros de estudio, de armas o de carrera administrativa. Un negocio judicial se gana con más o menos ventaja con tal de que se diga: “Excelentísimo señor: Mi cliente, honrado peninsular” o de otra manera: “Se quieren vulnerar los derechos de un buen hijo de España”.

“Pide licencia cualquier empleado por dos o tres meses, entra a desempeñar el puesto el funcionario sustituto, que siempre es cubano, y cuando ya no le falta al sustituto sino un día para alcanzar la mitad del sueldo del propietario ausente, se presenta éste y recibe el sueldo íntegro. En el Stadio de la prensa sucede cosa parecida. Los censores, que con frecuencia son españoles y cuando no, cubanos españolizados, borran con el lápiz rojo sin piedad cuanto escriben de progreso y de ideas liberales los hijos del país, mientras que los periodistas peninsulares no tienen límites para la expresión de su pensamiento.

“La vida municipal no se conoce allí. Los Tenientes Gobernadores de las jurisdicciones, que son capitanes o comandantes, ejercen al mismo tiempo los mandos civil y militar, presiden los Ayuntamientos y cualesquiera clases de corporaciones y pueden decir como el monarca francés: “El país somos nosotros”.

“A Cuba se la ha estado injuriando por muchos años sin consideración alguna. Había en España libertad de imprenta y en Cuba, nó; había en España Código Penal y en Cuba se castigaba y se castiga discrecionalmente; en España hay diputaciones provinciales y en Cuba no. En España hay Congreso de representantes, y los diputados por Cuba no están en ese Congreso; en España no existe esclavitud y sí la hay en la más ilustrada de las Antillas; en España se gobierna con leyes y en Cuba por Reales Ordenes que suscribe un Ministro. Para España todo, para Cuba nada. ¡Y se quiere que los cubanos sean españoles!

“Los españoles van a Cuba para hacer una fortuna que disfrutar en su Patria; están en su derecho, pero es un derecho cuya ejecución no puede sino desagradar a los cubanos. Por cada correo ningún español deja de enviar a la península veinte, cincuenta, cien o más pesos a sus padres, hijos o esposas, y como ellos tienen monopolizados todos los ramos de la producción, la Isla se desangra con ese proceder, paulatina, pero positivamente.”7

Como se ve por este artículo, la libertad de la prensa no existía, los tribunales de Justicia no sentenciaban de acuerdo con su conciencia, sino de acuerdo con los deseos del gobierno, y no fué raro el caso de que muchos cubanos de opiniones liberales se vieran comprometidos en causas criminales por delitos vulgares inventados por los agentes del gobierno español. La corrupción de los tribunales de justicia de la Isla puede explicarse por la siguiente relación de un hecho, que aunque no comprobado, nos lo refiere el historiador español Don Antonio Pirala en su obra sobre los “Anales de la Guerra de Cuba” (tomo primero, página10). “Se cuenta también, que don Diego Betancourt, tío de don Gaspar el Lugareño, en1809tenía un pleito con la familia de los Varona y que la víspera del día de la vista, se presentó en la casa de un oidor o magistrado de la Audiencia de Puerto Príncipe, único entonces en la Isla, llamado Ramos, que luego fué Marqués, de quien supo que el decidir el pleito a favor de los Betancourt valía un quitrín nuevo que don Diego le ofreció y remitió el mismo día. Al siguiente tuvo lugar la vista del pleito y fué sentenciado en favor de los Varona. Esto exaltó de tal manera a Betancourt que puñal en mano se presentó ante Ramos, exigiéndole una satisfacción, y éste, que pudo evitar el primer arranque y apaciguarlo al fin, le contestó: “Pero compadre, ¿quería usted que el quitrín anduviera solo? Si Varona me regaló una excelente pareja para que lo arrastrara ¿qué había de hacer?”

3.Llegó la tiranía del sistema colonial en Cuba al extremo de pretenderse que los jóvenes cubanos no visitaran a los Estados Unidos, sino, a la Metrópoli “lejos de las corrientes deletéreas de la libertad”, y el rey Fernando, por Real Orden de24de febrero de1828, previno al Capitán General de la Isla de Cuba, y éste lo comunicó a su vez a los Ayuntamientos, que se hiciese saber a los padres de familia “ser su real voluntad que sin demora retirasen al seno de sus familias y enviasen a la Metrópoli a los jóvenes que estuviesen en los Estados Unidos de América”. La “real voluntad” nunca se hizo efectiva a pesar de haberse dictado otra real cédula con el mismo fin; pero es notable porque da a conocer el sistema absurdo con que se pretendía españolizar a los cubanos.

El pueblo español jamás tuvo conocimiento completo del verdadero estado de Cuba, porque se le hacía ver por el gobierno de la Metrópoli que España, lejos de agotar económicamente a la colonia, tenía la alta misión de civilizarla, y que los que protestaban contra el sistema colonial lo hacían por ingratitud y debía considerárseles como traidores que atentaban contra la integridad nacional. Solamente de esta manera pudo haberse arrastrado al pueblo español a la prolongada guerra en contra de la independencia cubana, y puede asegurarse que fué mucho mayor el daño que causó a España la absurda política colonial en relación con Cuba, que el causado a esta última.

La inmigración española en Cuba, no era, en términos generales, de personas cultas, sino de aventureros y trabajadores, por lo que parecía injusto a los cubanos, más instruidos que los españoles de Cuba, que éstos tuvieran toda suerte de privilegios políticos, económicos y sociales por el mero hecho de haber nacido en la península.

Esta diferencia se hacía más insoportable si se tiene en cuenta que los cubanos, por sus frecuentes relaciones con los Estados Unidos de América, aventajaban en opiniones liberales no sólo a los españoles de Cuba, sino a los de España.

En realidad la revolución cubana no fué una lucha entre españoles y cubanos, sino entre tiranos y liberales, pues Cuba conservaba los usos y costumbres españoles más que ninguna otra nación de América, y al comenzar la guerra, fueron muchos los cubanos que militaron en las filas del Ejército español, y no pocos los españoles que combatieron por la independencia cubana.

4. A Cuba se le dió el título de “Siempre fiel Isla de Cuba”, porque siempre había sido muy leal a la Metrópoli; en el siglo XVII, un cubano, José Antonio Gómez, conocido por Pepe Antonio, fué el héroe de la resistencia que los cubanos hicieron contra los invasores ingleses; pero al ocupar éstos la Habana y dar libertad al comercio, los nativos advirtieron las ventajas del régimen económico liberal establecido por los invasores. En un año anclaron en la Habana900barcos mercantes, lo que trajo a esta ciudad una prosperidad económica nunca igualada a pesar de la falta de compenetración de habaneros e ingleses, y como esa prosperidad volvió a declinar al recuperar la Habana los españoles, fué la primera lección de libertad que recibieron los cubanos, la dominación inglesa en la Habana.

La guerra de independencia norteamericana, inspirada en los principios de libertad económica y política, y la creciente riqueza de la nueva República del Nuevo Mundo, influyó de un modo decisivo en la revolución cubana, pues la cercanía de este país a Cuba tenía que ser un antecedente para que los cubanos desearan para su tierra algo parecido a lo que habían conquistado sus vecinos del Norte.

Poco tiempo después de la revolución norteamericana, comenzó la francesa, que difundió por todo el mundo los principios de libertad y de justicia; la influencia de este movimiento revolucionario en la guerra de Cuba queda demostrada con las continuas alusiones que hacían los insurrectos cubanos a los grandes revolucionarios de Francia.

A pesar de las pocas relaciones que tenía Cuba con los demás países de la América Latina, las guerras de independencia de ésta influyeron poderosamente en el pensamiento de los cubanos, pues era igual su estado al de aquélla, y cuando principió la revolución cubana, los latinoamericanos procuraron ayudarla en la medida de sus fuerzas. El gran libertador Simón Bolívar, concibió el propósito de libertar a Cuba de España, y probablemente en el Congreso de Panamá se hubiera acordado llevar a cabo la independencia de Cuba por los principales países de América, si los Estados Unidos, entonces esclavistas, no se hubieran opuesto a este propósito, creyendo que la independencia de Cuba traería la abolición de la esclavitud en ella.

Influyó especialmente en la guerra de Cuba el abandono de los españoles en Santo Domingo, porque muchos cubanos creyeron que si los dominicanos, con menos recursos, habían expulsado de su país a los españoles, en Cuba se haría con más facilidad.

La guerra de secesión norteamericana fué otro antecedente digno de tenerse en cuenta para el estudio de la revolución cubana, pues aquella guerra sangrienta librada por la libertad de una raza, era un poderoso estímulo para los cubanos, que apenas comenzada la guerra de independencia cubana, abolieron absolutamente la vergonzosa institución de la esclavitud.

El fracaso de la llamada Junta de Información fué una de las causas inmediatas de la guerra de1868, pues convocada esa junta por Real Decreto de29de noviembre de1865, se eligió a un número de reformistas cubanos para discutir las cuestiones económicas, políticas y sociales de Cuba, y después de abiertas las conferencias en Madrid por los representantes de Cuba, el Gobierno, el día27de abril de1867