Impresiones de una mujer a solas - Laura Méndez de Cuenca - E-Book

Impresiones de una mujer a solas E-Book

Laura Méndez de Cuenca

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Beschreibung

Éste es el libro de una de las mujeres más deslumbrantes de toda la literatura mexicana. En sus textos de espléndida factura literaria, la escritora cruza entre los siglos XIX y XX y construye un camino propio hacia la modernidad que enfrenta con templanza e inteligencia.

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BIBLIOTECA AMERICANA

Proyectada por Pedro Henríquez Ureñay publicada en memoria suya

Serie VIAJES AL SIGLO XIX

Asesoría JOSÉ EMILIO PACHECO VICENTE QUIRARTE

Coordinación académica EDITH NEGRÍN

IMPRESIONES DE UNA MUJER A SOLAS

LAURA MÉNDEZ DE CUENCA

IMPRESIONES DE UNA MUJER A SOLAS

Una antología general

Selección y estudio preliminar Pablo Mora

Ensayos críticos Ana Rosa Domenella Luzelena Gutiérrez de Velasco Roberto Sánchez Sánchez

 

FONDO DE CULTURA ECONÓMICA FUNDACIÓN PARA LAS LETRAS MEXICANAS UNIVERSIDAD NACIONAL AUTÓNOMA DE MÉXICO

Primera edición FCE/FLM/UNAM, 2006 Primera edición electrónica, 2016

Enlace editorial: Eduardo Langagne Diseño de portada: Luis Rodríguez / Mayanín Ángeles

D. R. © 2006, Fundación para las Letras Mexicanas, A. C. Liverpool, 16; 06606 Ciudad de México

D. R. © 2006, Universidad Nacional Autónoma de México Ciudad Universitaria; 04510 Ciudad de México Coordinación de Humanidades Instituto de Investigaciones Filológicas Coordinación de Difusión Cultural Dirección General de Publicaciones y Fomento Editorial

D. R. © 2006, Fondo de Cultura Económica Carretera Picacho-Ajusco, 227; 14738 Ciudad de México

Comentarios:[email protected] Tel. (55) 5227-4672

Se prohíbe la reproducción total o parcial de esta obra, sea cual fuere el medio. Todos los contenidos que se incluyen tales como características tipográficas y de diagramación, textos, gráficos, logotipos, iconos, imágenes, etc., son propiedad exclusiva del Fondo de Cultura Económica y están protegidos por las leyes mexicanas e internacionales del copyright o derecho de autor.

ISBN 978-607-16-4418-3 (ePub-FCE)ISBN 978-607-02-8406-9 (ePub-UNAM)ISBN 978-968-16-8160-9 (impreso)

Hecho en México - Made in Mexico

ÍNDICE

Advertencia a esta edición

Estudio preliminar

Laura Méndez de Cuenca: escritura y destino entre siglos (XIX-XX) /

Pablo Mora

.

Poesía

Cineraria

Adiós

Nieblas

Sombras

¡Ayer! (Fragmento de un poema)

Rayo de sol

¡Oh, corazón…!

Magdalena

Tentación

Cuarto menguante

Lágrimas

Annabel Lee (Versión libre [sobre un poema] de Edgar Allan Poe)

El esclavo. Canto único

Tempestad

Sequía

Los cavadores

Al pasar el regimiento

De viaje

Ya sabes el enigma

Pasa un poeta

Cuentos

Un rayo de luna

Estaba escrito

La confesión del alma

La Venta del Chivo Prieto

La venganza

El cinematógrafo

El milagro de San Panuncio

Heroína de miedo

El pantalón claro

El baile de cuelga

Amaldina

El corpiño azul

La tamalada del coronel

El ramo de violetas

Porque era bizca

Cartas (Desde San Francisco a Enrique de Olavarría y Ferrari)

Carta del 18 de julio de 1894

Carta del 11 de julio de 1896

Carta de agosto de 1896

Carta del 1º de mayo de 1897

Carta del 16 de junio de 1897

Carta del 26 de julio de 1897

Carta del 25 de octubre de 1897

Carta del 5 de marzo de 1898

Crónicas

Las tiendas al menudeo

El balcón y las ventanas

El París de los sueños

Londres a vista de pájaro

La Torre de Londres

El decantado feminismo

La patria formada de juguetes y la patria de juguete

La patria de juguete y la patria hecha con juguetes

San Nicolás y Santa Claus. Aguinaldo

¿Quién era don Gumersindo Morlote? Cuando México era un caos. Recuerdos de antaño

Richard Bukowsky

La verdad sobre el balneario Karlsbad

I. Karlsbad poético

II. Karlsbad legendario

III. Karlsbad económico

IV. Karlsbad social

V. Karlsbad administrativo

VI. Karlsbad curativo

Falacias de la higiene

La neurastenia

Semblanza

Juárez

Educación

“Kindergarten”

Ensayos críticos

Laura Méndez de Cuenca. Forjando la nación, entre el magisterio y la escritura /

Ana Rosa Domenella y Luzelena Gutiérrez de Velasco

El dietario de Karlsbad (Laura Méndez se va de viaje) /

Roberto Sánchez Sánchez

Cronología

Índice de nombres

ADVERTENCIA A ESTA EDICIÓN

En el presente libro se hace una selección de los textos que nos parecen más importantes de una escritora imprescindible, todavía muy poco conocida, en las letras mexicanas de todos los tiempos. Concretamente se presentan poemas, cuentos, crónicas, cartas, una semblanza y un informe sobre la educación básica en Estados Unidos de Laura Méndez de Cuenca. La mayoría de estos textos se publican por primera vez en libro. En ese sentido, se trata de una edición que ofrece por primera vez un espectro más amplio de una mujer que ha sido conocida básicamente sólo por algunos poemas y el libro de cuentos Simplezas (1910). La presente es, así, una edición también de rescate que busca presentar y poner a los ojos del lector textos de la primera escritora mexicana moderna que fue maestra y pionera en muchos ámbitos de la vida en México entre los siglos XIX y XX.

En toda la edición se ordenan los textos en forma cronológica; para cada uno de los géneros seleccionados. Se comienza con la poesía por ser ésta la producción literaria con la que inicia y termina la escritora a lo largo de su vida. Algunos de los textos que se presentan se publican por primera vez en esta edición y están sacados de distintas revistas y periódicos.

Siguen los cuentos, también colocados en forma cronológica, la mayor parte de ellos proceden de las páginas del periódico El Imparcial entre los años de 1908 y 1910, pero también dos de El Mundo Ilustrado y tres del único libro de cuentos.

A continuación se hace una selección de las cartas de Laura escritas a su amigo español Enrique de Olavarría y Ferrari, desde San Francisco, California. Dichas cartas se publicaron recientemente en la revista Literatura Mexicana (2003) del Centro de Estudios Literarios del Instituto de Investigaciones Filológicas de la UNAM y pertenecen al Archivo Personal de Enrique de Olavarría y Ferrari que resguarda la Biblioteca Nacional de México. Por estar publicadas la totalidad de las epístolas, transcritas y originales, en la página electrónica www.coleccionesmexicanas.unam.mx del proyecto Españoles de México en los siglos XIX y XX, se optó por hacer sólo una selección.

En cuanto a las crónicas, aunque Laura comenzó a practicar dicho género años antes, se prefirió hacer una selección de la obra que publicó por entregas enEl Imparcial de 1907 a 1910 titulada Impresiones de Viaje. Desde Europa, por ser ésta una obra rica e importante en las letras mexicanas.

En el género de la semblanza y biografía se escogió presentar la dedicada a Juárez por ser éste un personaje fundamental en la vida de Laura Méndez y porque representa un texto significativo para comprender la visión histórica de su labor docente. Dicho texto apareció en La Mujer Mexicana de 1906.

Finalmente, se publica una primera parte del informe pedagógico con el que inició Laura las distintas representaciones en el extranjero para estudiar los sistemas educativos a partir de 1903 por parte de la Secretaría de Instrucción Pública.

En todos los textos se modernizó la ortografía y en algunos casos la puntuación. Asimismo en los cuentos y crónicas se incluyeron notas al pie de página de algunas expresiones o palabras poco usadas en la actualidad. De la misma manera se incluyeron algunas notas de carácter histórico y biográfico que nos parecieron enriquecedoras para la lectura de los textos.

En cuanto a los ensayos críticos, Ana Rosa Domenella y Luzelena Gutiérrez de Velasco, pioneras en los estudios y rescate de Laura Méndez de Cuenca, se encargaron de presentar a la prosista de cuentos y novela y, en cierta medida, a la educadora. Por su parte, Roberto Sánchez Sánchez presenta por primera vez a la cronista y, de manera muy particular, estudia las crónicas referentes al balneario alemán de Karslbad.

Finalmente no quiero terminar sin antes hacer un reconocimiento al trabajo y dedicación de Roberto Sánchez Sánchez en la realización de gran parte de la documentación, trascripción y notas de la presente edición. [P. M.]

ESTUDIO PRELIMINAR

LAURA MÉNDEZ DE CUENCA: ESCRITURA Y DESTINO ENTRE SIGLOS (XIX-XX)

PABLO MORA

Instituto de Investigaciones Bibliográficas, UNAM

Qué recio es el combate de la vida,

qué escasos nuestra fuerza y nuestro brío:

y al fin caemos con la fe perdida

de la cripta en el páramo vacío.

“Sombras”, 1888

INTRODUCCIÓN

Laura Méndez de Cuenca (1853-1928) es una de las mejores exponentes de la mujer mexicana en el siglo XIX y una de las más destacadas escritoras que ha tenido México a lo largo de toda su historia literaria. Sin duda, después de sor Juana Inés de la Cruz, la que seguiría, en orden cronológico de importancia, es la escritora también nacida en el Estado de México, en Amecameca.1 En Laura podemos encontrar a la protagonista ejemplar que, desde una postura con frecuencia difícil o adversa, encabezó los cambios, realizaciones e impedimentos que enfrentó una mujer en un siglo que dio las pautas de su liberación.2 Me refiero, sobre todo, al descubrimiento temprano de su vocación literaria y a la pronta conciencia de la condición humana frente a la voluntad y la muerte en una sociedad mexicana conservadora de fines del siglo XIX. Laura Méndez de Cuenca es, además, con lo que sería, éste, su primer rescate de producción de cuentos, crónicas, cartas, reportes educativos y poemas, dispersos en revistas y periódicos,3 una escritora que resulta una revelación por la forma como fue integrando en su escritura los cambios que exigía una modernidad, al mismo tiempo que la sustentó con el rigor más lúcido de su tradición inicial. Del romanticismo y el neoclasicismo al modernismo y la vanguardia, del positivismo y el progreso al humanismo y el nacionalismo crítico, o bien de las ideas juaristas a las ideas revolucionarias, Laura retroalimenta su vida siendo la misma, sin concesiones, pero siempre manteniendo curiosidad, superación y aprendizaje con autocrítica.

Laura vive, desde el último gobierno de Santa Anna, la guerra de Reforma y la intervención, el Imperio de Maximiliano, la República Restaurada y el Porfiriato hasta la Revolución mexicana y el gobierno de Álvaro Obregón y Calles, una época de grandes cambios y en donde la sociedad mexicana tardaría en conformarse como nación moderna. En ese lapso de tiempo la escritora del libro de cuentos Simplezas (1910) vive como la amante, estudiante, esposa, viuda, maestra, editora, cronista, viajera y partidaria de la revolución, dando muestras de una actividad literaria sólida y excepcional en cada uno de los géneros en que incursionó: poesía, novela, cuento, traducción, crónica de viajes, periodismo, educación y biografía. Sin embargo, la época de producción literaria más intensa y rica la marca la última década del siglo XIX y la primera del XX, años en los que se convierte en una viajera excepcional haciendo de dicha experiencia uno de los motivos más fecundos en su escritura en donde registra los cambios generados por el progreso entre dos mundos y dos siglos, pero también en donde la mirada interior alcanza una intensidad sorprendente. En esas dos décadas Laura escribe sus mejores páginas mostrando una variedad de recursos y dejando una obra que, sin ser muy voluminosa, representa una labor excepcional de una mexicana que mira a EUA y a Europa, al mismo tiempo que voltea a su origen.

Por otro lado, no sólo la vocación de escritora resulta fundamental sino también aquélla a la que dedicó gran parte de su vida y que fue el sustento económico y uno de los filtros decisivos en sus planteamientos literarios: la del magisterio crítico. Ambas actividades destacan a lo largo de su biografía por estar inscritas con un cincel de gran oficio al mismo tiempo que también supo percibir, registrar y modernizar los cambios pedagógicos con una visión siempre lúcida, autocrítica y cristalina. Pero sobre todo, la obra literaria de Laura me parece sumamente atractiva y moderna porque muestra la forma como una mujer, formada en el romanticismo y el positivismo, revierte su pronto desengaño y pasión en un trabajo ejemplar, que va destilando, retroalimentando, fortaleciendo, con una mirada crítica y mesurada cada vez más profunda, consistente y perdurable, sin perder de vista jamás la tierra natal y con un nacionalismo crítico. Se trata de una mujer que antepuso siempre la voluntad de una pasión, la avidez por el conocimiento, la inteligencia ante la certidumbre temprana de la muerte y la desdicha; pero también de la mujer que, como un vaso comunicante, supo conectar y trascender un mundo íntimo, originario —a veces rural—, de fuertes trabas sociales, con un mundo de cambios y universal. Esta última característica particularmente es notable en el trabajo de crónicas, cuentos y poesía en donde el proceso de una mirada profunda y líquida, siempre clara y contenida, se cristaliza.

No el llanto acerbo que mis ojos riega

mires rodar con calma indiferente,

pues que si helado a mis pupilas llega

brota del corazón rojo y candente.4

En efecto, Laura demuestra siempre una fidelidad crítica como mexicana que enfrenta y asume vitalmente los cambios y los desafíos de la sociedad en proceso de transformación, pero en donde el interés y el deseo por esa modernidad no se da por lo nuevo en sí mismo ni con moralismos sino por la forma como se sustenta en una tradición específica o en un alma humana. En ese sentido, es sorprendente la forma como en Laura Méndez vida y obra son lo mismo.

LAURA Y LA CRÍTICA

Ahora bien, las preguntas que inmediatamente surgen ante los alcances y aportaciones de dicha escritora son: ¿por qué no aparece en las historias literarias o por qué casi no se habla de ella? Sin duda, varias han sido las razones: por un lado, la manera como se sobrepone la estudiante a juveniles adversidades frente a una generación romántica y la forma como silenciosamente va publicando en antologías, periódicos y revistas mexicanas, viviendo fuera de México, en años de auge modernista, primero; de decadentismo y cambios sociales, después. Pero también se debió a la forma como siguió laborando dentro del magisterio en los años posteriores a 1910, sumándose a las nuevas pautas de la etapa de la Revolución mexicana y en cierta medida a las marcadas culturalmente por la generación del Ateneo de la Juventud, de manera marginal. Laura continuó escribiendo, aunque más esporádicamente, y siguió aprendiendo lenguas, como el sánscrito en la Escuela de Altos Estudios en 1923. tal situación atípica y singular ha provocado el desconocimiento de una trayectoria literaria ejemplar de una escritora de más amplias dimensiones y, por tanto, ha derivado en la ausencia de una edición más o menos completa de su obra y de su biografía. Por el otro lado, el hecho de haber pasado a la historia como parte —protagonista “secundaria”— de uno de los mitos poéticos más populares en México, me refiero al "Nocturno a Rosario”,5 y por haber estado identificada con poetas importantes del romanticismo y de transición en la literatura mexicana que, si no mueren todos muy jóvenes, sí se mantuvieron produciendo una literatura distinta a la modernista o que poco se sostuvo retroalimentada por los cambios. Como se verá en las páginas siguientes, es un hecho que la historia de amor que envuelve al "Nocturno a Rosario” en 1873 y los sucesos fatales que siguieron con el suicidio de Manuel Acuña marcaron la recepción de la obra de Laura. El motivo más evidente es que dicho nocturno, aún hoy, sigue siendo en la historia literaria un mito poético ejemplar del romanticismo mexicano. Este fenómeno lírico ha provocado que el nombre de Rosario desplace el nombre de la otra mujer, también musa y amante, que está detrás de dicho drama: Laura Méndez. Asimismo la otra razón, no menos importante, que ha hecho que pase marginada en la vida literaria y pública mexicana, y en la que hay que insistir, es su decisión de salir de México y la condición de viajera en el extranjero durante más de 11 años, entre las décadas que van de 1890 a 1910. En efecto, Laura decidió en cierto momento de su vida, cuando algunos de los liberales de la vieja guardia salían de México o morían, o bien se consolidaba la política de los científicos del Porfiriato, el autodestierro;6 posteriormente, y a pesar de cierta presencia literaria con poemas y crónicas en la prensa mexicana, Laura pasó los últimos 18 años de su vida en México entre el oficio de maestra y la discreta actividad literaria y política, en un país revolucionario, identificada con Venustiano Carranza y después con Álvaro Obregón. Este destino, aunado a la escasa producción en libro de nuestra escritora en vida —nunca publicó un volumen de poesía—, ha provocado que se le siga ubicando exclusivamente con la generación de poetas que, como Manuel Acuña, Manuel M. Flores, Agustín F. Cuenca, muere joven.7

A la luz de la tradición poética mexicana, la obra de Laura, en efecto, normalmente se ha colocado dentro de la generación romántica de escritores mexicanos identificada también con los maestros Ignacio Manuel Altamirano, Justo Sierra, Ignacio Ramírez. Esta clasificación, pensamos, está equivocada porque, evidentemente y como veremos, su escritura trasciende dicha época e inclusive se separa de poetas de su generación que también viajaron y vivieron hasta 1910, como Juan de Dios Peza. Y aún más, la obra de Laura la podemos identificar, en todo caso, con la de escritores como Salvador Díaz Mirón, Manuel José Othón, Luis G. Urbina, Juan José Tablada, en la medida en que, más allá de si son o no modernistas, románticos o vanguardistas, supieron incorporar elementos modernos y críticos de la poesía.

En efecto, la escasa producción poética conocida de Laura se ha clasificado como de corte tradicional, romántica y clásica a la vez, muy afín a la obra de Justo Sierra y a la de su maestro Ignacio Ramírez, sin embargo, no se ha advertido la forma como en el resto de su obra, la crónicas por ejemplo, fue incorporando, con un estilo a veces irónico y siempre crítico, temas y problemas como las paradojas de la modernidad y la utopía social frente a las tradiciones y costumbres, o bien, con una mirada comparatista y crítica revisa asuntos como el de la higiene y la enfermedad, el urbanismo, el feminismo, la pedagogía, los nuevos y viejos valores, el matrimonio, los niños y la orfandad, etc., entre países europeos, EUA y México. Asimismo, en otro género como el cuento, Laura también supo plantear en prosa realista y naturalista las ambigüedades del determinismo social y natural de la condición humana frente a la educación y la razón, particularmente en la mujer, o bien, el relativismo e ironía del progreso frente a las costumbres y la moral social, entre otros temas. Este proceso de continua retroalimentación es, sin duda, más permanente en la poesía, aunque más sutil, por ser el género que practicó a lo largo de toda su vida. Laura sabe incorporar aspectos y tintes más de carácter modernista a partir de 1894, o bien, acaso, modernos, a través de la poesía norteamericana con incursiones en la poesía de corte social y con una apertura formal de registros más realistas y de ritmos abiertos, aunque siempre abrevando en los clásicos. No en vano, por otra parte, durante toda su vida la maestra mantiene un continuo aprendizaje de distintas lenguas, desde el inglés, francés, italiano y, años después, con grandes esfuerzos, el alemán, el griego y todavía al final de su vida el sánscrito.8 Lo interesante es que esa vitalidad y los elementos nuevos no cancelan ni oscurecen la mirada original, romántica y clásica, de su autora, sino al contrario, antes de hacerse líquida y diluirla, la van cristalizando.

En este sentido, si partimos del contexto de las poetisas mexicanas del siglo XIX, tales como Isabel Prieto de Landázuri (1833-1876), Josefa Murillo (1850-1898), Esther Tapia de Castellanos (1842-1897) y María Enriqueta Camarillo (1872-1968), entre otras, habría que reiterar el carácter realmente excepcional de la obra de Laura, frente a las demás, por la forma como, bajo ejes temáticos centrales y recurrentes que arrancan en la plenitud del romanticismo mexicano, fue puliendo y renovando una obra poética sin sujetarse a un sentimentalismo amanerado, a un léxico afectado, a un artificio convencional o desmedido, o bien sin caer en un moralismo ineficaz.

Ahora bien, cabe mencionar, sin embargo, algunos estudios que, si bien escasos, se han realizado sobre Laura en temas relativos a la prosa y a la labor educativa. De la misma manera habría que mencionar el parcial rescate editorial que se ha hecho como cuentista y poeta. Tanto Margo Glantz, que tuvo a bien reeditar el libro Simplezas en 1983,9 como la reedición del libro La pasión a solas, antología de Raúl Cáceres Carenzo en el 2003, son dos esfuerzos importantes en la recuperación editorial. Por otra parte, y de manera muy específica, los trabajos de Ana Rosa Domenella y Luzelena Gutiérrez10 sobre la cuentista y la prosista, así como el rescate de la novela El espejo de Amarilis, representan estudios pioneros fundamentales. Particularmente estas dos estudiosas han destacado, a raíz, entre otros asuntos, del interés que se ha derivado de los estudios de género y de la mujer, lo que ellas llaman “las voces olvidadas”, aspectos estructurales y temáticos de los cuentos que denotan una preocupación moderna por la sociedad en sus costumbres y personajes, pero también han estudiado y rescatado la importancia de la novela El espejo de Amarilis de 1902, como novela realista y de formación que recoge temas como la ciencia y la superstición, el nacionalismo, la educación, la historia nacional, etcétera.

Concretamente en los estudios sobre la educación en México en el siglo XIX, hay que mencionar también los trabajos realizados por Mílada Bazant, quien ha destacado el aspecto esencial de la actualización de los nuevos y viejos sistemas educativos, cuando Laura Méndez de Cuenca viaja al extranjero y manda informes al Ministerio de Educación Pública.11

Ahora bien, es un hecho que el fenómeno de Laura, dentro de los estudios de la mujer mexicana y el desarrollo de la sociedad y la educación en términos históricos, resulta sin duda doblemente importante, y todavía poco explorado, porque nos sirve, entre otras cosas, para marcar pautas del desarrollo de la educación femenina, la educación primaria y, en general, la historia de la educación pública en México, la profesionalización de la escritora y la maestra, la mirada de la viajera, la amante, etc., durante años decisivos; así como nos ejemplifica, de manera notable, el empeño de una mujer por ir construyendo su destino frente a las adversidades de una sociedad limitada y conservadora. Pero sobre todo, más allá de este interés exclusivo de los estudios de género, me parece que tenemos ante nosotros a un ser humano excepcional y a una escritora con todas las letras. Por tal motivo, pienso que, para verdaderamente comenzar a valorar los alcances de Laura Méndez, es imprescindible presentar primero una gama más amplia de los registros literarios y los temas modernos que toca dicha autora, además de dar un panorama más integral de su vida y obra. En este sentido, en las siguientes páginas haré un repaso de los diferentes destinos de Laura, tomando como hilo conductor, sobre todo, la actividad poética, pues fue ésta la actividad más permanente a lo largo de toda su vida.

NIÑA, ADOLESCENTE, AMANTE Y POETA: 1853-1884

Laura Méndez de Cuenca, hija de Ramón Méndez y Clara Lefort, nació el 18 de agosto de 1853 en la Hacienda de Tamariz, y hasta 1860 se crió en un ambiente de haciendas en el Estado de México, pasando algún tiempo en Tlalmananco. Precisamente a partir de dicho año, en plena guerra de Reforma, se trasladó a México con su familia, en donde vivió en el ex Convento de Santa Clara, ubicado en la calle de Tacuba, y asistió a la escuela La Amiga, donde cursó la primaria. Las imágenes de estos primeros años, cuando comienzan los disturbios a raíz de la formulación de las leyes de Juárez y Lerdo, el Plan de Ayutla, el gobierno de Comonfort y más tarde con la guerra de Reforma y la de intervención de los franceses en 1862, dejaron una profunda huella en la obra de nuestra escritora; es el caso de la novela El espejo de Amarilis y en la serie de crónicas que más tarde llamará Impresiones de viaje (1907-1910). Con mirada nostálgica y autobiográfica Laura describe ese mundo de la infancia, entre un aprendizaje sensible e inocente en medio de una época de sucesos históricos terribles y de tensión, cuando ocurrían los asesinatos en las haciendas, no distantes, de San Vicente y Chiconcoac:

Para mí Tlalmananco era bien poca cosa entonces, y como desde aquella época no lo he vuelto a ver, lo describo tal cual vive en mis recuerdos; un pedazo de río corriendo, al sesgo, por una plazuela cerrada por casas de aspecto bien menguado; unos cuantos árboles de follaje oscuro y triste, y, como única alegría, la luna retratándose en la corriente límpida. El río se colaba por debajo de un paredón sombrío, al ancho patio de mi casa, una gran fábrica de aguardiente y molino de trigo; ahí ponía en movimiento a una gran rueda de cangilones colorados, que debe haber hecho en sus giros alguna cosa de provecho, aunque yo no supe jamás qué es lo que haría. Tenía yo cuatro años cumplidos; y como mi muñeca de hule tenía también colorado el vestido, la similitud de color con el de la rueda, fue lo único que me hizo fijar en ella la atención. También cuando volteaba, contando sus chorros, aprendí las primeras nociones de número.12

Precisamente en esta crónica titulada “¿Quién era don Gumersindo Morlote?”, Laura narraba la forma como desenmascaraba —y aprendía al mismo tiempo a leer a los cuatro años— el verdadero nombre de un bandido que había mostrado una gran dulzura con ella, huésped de la familia en dicha hacienda, pero también, se enteraba después, había sido uno de los asesinos más crueles y reaccionarios en la guerra de Reforma: Marcelino Cobos.

Ya adolescente, Laura se sumaba al movimiento republicano y de restauración a través del grupo de escritores que encabezaría Ignacio M. Altamirano. Para 1870, la joven de 17 años comenzaba a colaborar al lado de escritores como Manuel Acuña, Ignacio Ramírez o Agustín F. Cuenca en las sesiones de la Sociedad Netzahualcóyotl (1869). Entonces Manuel Acuña se convertía en uno de los poetas más prolíficos y promesa de la generación que incorporaba ya no sólo un romanticismo sino que, como su amigo Manuel M. Flores, introducía un sensualismo y léxico novedosos en versos que eran censurados por la Sociedad Católica. Por su parte, la inquieta joven, atractiva e inteligente, se iniciaba como alumna pero también se convertía en musa y amante del poeta Acuña. A partir de entonces, la escritora compartiría momentos de la vida literaria mexicana decisivos con personajes como Agustín F. Cuenca, Manuel M. Flores, Justo Sierra, Enrique de Olavarría y Ferrari, por citar sólo algunos, pero también se convertiría en una de las piezas clave del poema célebre de la poesía mexicana romántica titulado “Nocturno a Rosario” de Manuel Acuña. Efectivamente, Laura Méndez experimentaba el amor romántico envuelta en tertulias y en una intensa atmósfera cultural de jóvenes que la convertían en personaje importante de uno de los dramas amorosos más comentados a lo largo de la historia literaria. Antes de que Manuel dedicara dicho nocturno a Rosario de la Peña en su álbum, el poeta y Laura se enamorarían entre los años de 1872 y 1873 y como producto de ese amor tendrían un hijo. Sin duda, meses previos a conocer a la misma Rosario, desde principios de 1872, Acuña quedaría impactado por Laura, entonces alumna de la Escuela de Artes y Oficios y del Conservatorio Nacional de Música. El poeta le dedicaba versos que constataban la intensidad intelectual y emocional de una relación amorosa singular, pero sobre todo, advertían ya la fortaleza y el carácter de la amante:

Y que la tierra en tus pupilas lea

la leyenda de un alma consagrada

al sacerdocio Augusto de la idea.

[…]

Sí, Laura… que tu espíritu despierte

para cumplir con su misión sublime,

y que hallemos en ti a la mujer fuerte

que del oscurantismo se redime.13

Laura, entonces enamorada, también se hacía discípula de otra de sus grandes amistades: el español Enrique de Olavarría y Ferrari (1844-1918).14

Para el 6 de diciembre de 1873, un mes y medio después del nacimiento del hijo de ambos, el escritor del drama El Pasado se quitaba la vida y, poco más adelante, con tres meses de nacido, Laura perdía a Manuel Acuña Méndez debido a una bronquitis aguda. Entonces aparecían los primeros textos de la poeta en el periódico Siglo XIX revelando claros tintes fúnebres en poemas como “Cineraria”: “Perdida entre las zarzas que a mi paso / El destino arrojó, / Vago al azar con la esperanza muerta / Y muerto el corazón”; pero también respondía, en manifiesta confesión de amor dramático, con la identificación del fatalismo del poeta, a una imposibilidad.

Las flores de la dicha ya ruedan deshojadas,

¡está ya hecha pedazos la copa del placer…!

En pos de la ventura buscaron tus miradas

del libro de mi vida las hojas ignoradas,

y alzóse ante tus ojos la sombra del ayer.

La noche de la duda se extiende en lontananza,

la losa de un sepulcro se ha abierto entre los dos

ya es hora de que entierres bajo ella tu esperanza,

que adores en la muerte la dicha que se alcanza

en nombre de este poema de la desgracia: ¡Adiós!15

En efecto, en dicho poema se hacía clara alusión a los versos de Acuña, pero también se refería al hijo que había concebido con el mismo escritor y marcaba su distancia. Por otra parte, la poeta también escribía un texto casi en respuesta al "Nocturno a Rosario” en el que, también en alejandrinos, “la hablante rechaza[ba] ser sustituida por las quimeras del poeta y dec[idía] abandonarle”.16 Poco tiempo después, en 1875, Laura, aún no repuesta de los acontecimientos trágicos, con la pérdida del hijo, daba claras muestras de desolación y dolor. A partir de entonces la joven supo vislumbrar y cifrar uno de los motivos más permanentes en su obra poética: los límites de la razón humana y el destino incierto del hombre, una encrucijada que en 1887 formulaba:

Siempre el misterio a la razón se opuso;

el audaz pensamiento el freno tasca

y exánime sucumbe el hombre iluso.

Por fin, del mundo en la áspera borrasca

sólo quedan del árbol de la vida

agrio tronco y escuálida hojarasca.17

Laura seguiría, en efecto, desafiando dicha encrucijada con una escritura y una vida intensa de continuas adversidades y desengaños. Sin embargo, hay que advertir, el amor descubierto en Manuel Acuña nunca más lo olvidaría; todavía en 1888 escribe el poema “Ayer”, de claras evocaciones a dicho amor, y en 1923 asistiría al homenaje nacional dedicado al poeta del "Nocturno a Rosario”. En todo caso, en esa temporada, la mujer desolada y el amigo íntimo del poeta muerto se acercaban. Tres años mayor que Laura, Agustín F. Cuenca, poeta excepcional, comenzaba una relación amorosa y después matrimonial (1877) que duraría diez años, hasta 1884, el año de la muerte del poeta.

Entre 1874 y 1877 Laura sigue sus estudios sin desligarse del todo del ambiente cultural mexicano. En esos años se celebran reuniones en la Sociedad Gorostiza, donde Agustín Cuenca deslumbra con los versos del drama La cadena de hierro.18 Laura, acaso contagiada, comienza a hacer incursiones en el teatro. Por su parte, Agustín Cuenca, seguidor de la escuela positivista y romántica, se casaría con Laura en 1877 y así ambos encarnaban a una pareja moderna de liberales que en esos años amalgama vida y obra. Particularmente el flamante esposo, amigo también de Manuel Gutiérrez Nájera, mostraba ser un poeta de transición importante en poemas tales como “A orillas del Atoyac”, con tintes gongoristas y modernistas. En “Luces del prisma”, soneto que dedicaba a Laura, planteaba la relatividad de los juicios o la subjetividad humana frente a la Naturaleza para terminar rescatando la impasibilidad y la belleza de esta última:19

Sepulta en horizonte de escarlata

su carro de oro fulgurante día,

y en el tocado de la noche umbría

prendes ¡oh, Venus, tu florón de plata!20

En 1877, Laura viajaba a Orizaba, Veracruz, lugar de la familia de su esposo, y a partir de entonces la escritora estaría dedicada al hogar, absorbida por los embarazos, posiblemente, de los siete hijos que declaró, de los cuales morirían cinco y sólo sobrevivirían dos: Alicia, de 1878, y Horacio, de 1880.21 Sin embargo, aunque durante esta época Laura se dedicó mayormente a la crianza y al parecer dio clases en la escuela de párvulos que ofrecía el ayuntamiento, mantuvo también una discreta labor en la escritura. Juan de Dios Peza, poeta y amigo de ambos, había dicho de la escritora, en Poetas y escritores de México,22 en 1878:

Laura Méndez de Cuenca, instruida, elocuente y con una inteligencia nada vulgar, ha escudado con el anónimo sus más bellas producciones […] Sus poesías son filosóficas y de escuela netamente moderna. La Sra. Méndez de Cuenca escribe ahora un drama que será probablemente puesto en escena y alcanzará completo triunfo. Es si no la mejor, una de las mejores poetisas de México.23

Aunque aún era esporádica la presencia de Laura, a partir de entonces se comenzaba a hacer mención de la poeta en importantes antologías y revisiones de poesía mexicana.24 Por su parte, el esposo, Agustín Cuenca, en ese mismo año de 1878, en pleno gobierno de Porfirio Díaz, volvía a representar con gran éxito el drama La cadena de hierro, esta vez con motivo de la inauguración del teatro de la Sociedad Netzahualcóyotl.25

Agustín F. Cuenca demostraba una actividad política y literaria intensa. Aunque poco sabemos de la relación entre Laura y Agustín es un hecho que, por otra parte, la madre y escritora mantuvo una estrecha relación con un hombre que además de figurar en los escenarios culturales y literarios, también padecía una enfermedad crónica que lo llevó a la muerte temprana. Sin duda, la situación de Laura en esas circunstancias, poco espacio le dejaron para dedicarse a la escritura. En ese sentido, las palabras de Victoriano Salado Álvarez en 1924, cuando más tarde leyó su discurso de respuesta al ingreso de Juan B. Delgado en la Academia de la Lengua, eran elocuentes:

Y por fortuna todavía nos vive la ilustre poetisa Laura Méndez, que con una habilidad y mucho mayor inspiración que su consorte Agustín F. Cuenca, sufrió la acción de éste hasta que se emancipó de ella mediante el doloroso trance de la muerte del marido.26

El hecho es que, por otros testimonios que tenemos,27 Laura pasó momentos difíciles con la enfermedad del poeta-dramaturgo primero y, después, como joven viuda a los 31 años, sola y con dos hijos. En efecto, el poeta y esposo moría de hepatitis a los 34 años.

Ahora bien, aunque Agustín había dejado los derechos de dicha obra a Laura, la verdad es que la viuda y madre, con Alicia de seis y Horacio de cuatro años, tuvo que buscar formas de subsistencia que encontró en dos de los escasos espacios que se abrían entonces a las mujeres: la enseñanza y, más tarde, la redacción de periódicos. En todo caso resulta importante destacar que esta forma de buscarse el sustento en el magisterio representaría también, en el camino de Laura, otra de las vetas definitivas en las que contribuiría. En efecto, a partir de entonces y hasta dos años antes de su muerte, en 1926, Laura dedicaría la mayor parte de su tiempo a actividades relacionadas con la enseñanza y, de manera significativa, al estudio de los distintos sistemas educativos en otros países, una actividad que sin duda definió buena parte de su obra literaria.

EDUCADORA, MADRE Y REDACTORA: 1884-1891

Pues bien, con 31 años, en 1884, Laura era nombrada directora de la Escuela de Niñas núm. 26 de la ciudad de México28 y al año siguiente obtenía el título, por parte del Ayuntamiento Constitucional de la ciudad de México, como profesora de instrucción primaria.29 A partir de entonces y hasta 1891 Laura sería además la fundadora y directora de la Escuela Infantil (sistema Froebel) en la ciudad de México.30 El interés y protagonismo de Laura en la educación no era una casualidad ni mucho menos; su vocación era también un anhelo originario, que se desprendía de una generación preocupada por la consolidación de una república letrada y de una nación que había apostado por la educación como uno de los ejes centrales para garantizar dicho triunfo. En este sentido, es importante señalar el marco educativo en el cual se dio toda esta vocación pedagógica de Laura porque va a integrarse a la escritura de manera singular.

Como sabemos, desde el triunfo de Juárez en 1867, la instrucción pública se había convertido en uno de los pilares estratégicos y emergentes del gobierno para consolidar la república y, con Gabino Barreda y la entrada del positivismo, primero, y más tarde con Joaquín Baranda y Justo Sierra, se iría dando un proceso en la educación decisivo en la construcción del México moderno, un proceso que culminaría garantizando la uniformidad, el laicismo y la obligatoriedad de la educación elemental, entre otros logros.31 Con la muerte de Juárez y el gobierno de Sebastián Lerdo de Tejada en turno (1872-1876), se continuó con el fomento en la educación media superior y primaria, pero también se abrieron las escuelas de artes y oficios para las señoritas, al mismo tiempo que se fortalecía, en forma paralela, el desarrollo de la labor cultural y literaria. En el ámbito político y educativo se comenzaron a debatir las ideas positivistas no sólo de Auguste Comte sino también de Herbert Spencer y el darwinismo social, fundamentalmente. Entonces liberales con algunos de los que más tarde se llamarían científicos, se planteaban el desarrollo —la evolución— del individuo y la colectividad dentro de una sociedad —entendida ésta como un organismo— y en función de la educación científica.32

Para 1884, una vez que retomaba el poder Porfirio Díaz, por segunda ocasión, se planteaba una política educativa que permitiera y fuera a la par con el crecimiento económico y moderno de México, en ese sentido se hicieron reformas en el sistema de instrucción pública en las que se buscaba involucrar a otros sectores de la sociedad como los indígenas y los obreros, pero también se abrían otros canales educativos a través de la participación de la mujer y, muy específicamente, la de las profesoras.

Laura Méndez de Cuenca había sido una joven que, como dijimos, se había educado a la luz de esta empresa, como alumna de la Escuela de Artes y oficios para Mujeres y, en los años de auge de la Sociedad Netzahualcóyotl, en el Conservatorio de la Sociedad Filarmónica. La poeta era parte de un sistema de valores educativos que para 1885 podía optar por el título de maestra, a través de un sistema de exámenes establecido por el Ministerio de Justicia e Instrucción Pública del Ayuntamiento. Para la viuda y madre la educación era no sólo un camino viable y necesario sino una de las herramientas modernas para consolidar el México anhelado. No en vano por eso fungía en 1885 como responsable de una escuela que adoptaba uno de los modernos sistemas educativos para niños del pedagogo alemán Federico Froebel.33 “La escuela —dirá posteriormente en su primer informe— se asienta sobre la base del progreso individual como premisa del progreso colectivo; sobre el cimiento de la responsabilidad individual como antecedente de la responsabilidad común”.34

Ahora bien, a pesar de todo, este proceso educativo no fue garantía para que Laura quedara exenta de ataques en un camino difícil ante los prejuicios de la sociedad reticente a los cambios de los destinos femeninos. Sin duda, entonces, las alternativas de la participación de la mujer como individuo y a nivel social estaban enfocadas a ser el centro del hogar y como responsable de la educación moral de los hijos. Aunque se había avanzado algo al respecto, como era el caso de las escuelas destinadas a las artes u oficios, la escuela Normal de Profesores, faltaban aún muchos otros ámbitos profesionales que desarrollar y costumbres que superar.35

Efectivamente para 1889, la madre y directora de la escuela de párvulos se hacía responsable de la sección literaria y redacción del periódico El Mundo de Vicente Sotres como una forma de completar el sueldo para sustentar a la familia. Entre la publicación de poemas —nunca más recogidos en libro—, la redacción de distintos artículos, reseñas, crónicas y notas periodísticas, Laura se enfrentaba a lo que sería su primera experiencia como redactora de un periódico,36 pero también a la crítica y defensa en la vida pública. Precisamente, la escritora, una vez que asumía la redacción, era criticada de manera sesgada por un “supuesto” descuido como docente ante el hecho de haber ampliado el rango de sus actividades. La maestra se defendería públicamente planteando problemas y rezagos de una sociedad aún refractaria a la participación de la mujer en cuestiones públicas. Laura respondía específicamente a la crítica de Jesús Corral en una carta pública llena de ironía: “Yo, como todas las profesoras que sirven al municipio, no pudiendo con el corto sueldo de la escuela sostener las necesidades de mi familia, me veo en el caso de procurarme por otro género de trabajo recursos suficientes para la vida…” y más adelante decía: “…desde hoy pondré mayor empeño en ocuparme en algo propio para la enseñanza infantil, haciendo comprender a los parvulitos que si quieren ser estimados en sociedad deben respetar a las mujeres y no defender a persona alguna” (13 de septiembre de 1889).37 Sin duda, este suceso fue uno de los motivos, entre otros, que la estimuló a buscar otros aires y espacios en un mundo mexicano que se los cerraba. Más adelante, en carta a Enrique de Olavarría y Ferrari, Laura aludió al ambiente hostil y juicios que de ella se hacían cuando se refiere a su paso en la redacción de El Universal con Balbino Dávalos: “y en cuanto al joven Dávalos […] aún creo que no me quería mal a pesar de tanto y tanto como de mí se murmuraba, pues ya sabe usted que unas veces por lo que hice y otras por lo que hubiera podido hacer, siempre he tenido el poco envidiable privilegio de ser traída en las peores lenguas de mis caritativos paisanos”.38

Antes de su primer viaje, sin embargo, Laura radicó en la ciudad de México, en San Pedro de los Pinos hasta 1890, donde además había comprado unos terrenos después de la muerte de Agustín F. Cuenca. Por otra parte, aunque la maestra y madre publicaba muy esporádicamente poesía, los poemas que aparecían no dejaban de ser muy significativos. Asimismo, en esos años comenzó a escribir cuentos.

Pues bien, años antes, entre 1887 y 1888 publicaba, respectivamente, por ejemplo, dos de sus poemas más logrados: “Nieblas” y “Sombras” en La Juventud Literaria (1887-1888). Ya citamos unos versos de “Nieblas” (1887), poema que en tercetos magníficos planteaba, además, otro tema central en su poética: el duelo de la vida con la muerte y la condición humana:

Que nada es la razón, si a nuestro lado

surge con insistencia incontrastable

la tentadora imagen del pecado.

Nada es la voluntad inquebrantable,

pues se aprisiona la grandeza humana

entre carne corrupta y deleznable.

En “Sombras” (1888), Laura insistía, con un cincel cada vez más profano, en la labranza de los surcos que dieran cauce a su condición de huérfana, contenida en lágrimas, después de tempranos desengaños. La mujer, pasada la juventud, reconocía en la infancia una fortaleza que sustituía por la fe y que en delante sería decisiva en el resto de su obra.39

Cuando niña, vi pájaros y flores

en el cielo; en el mundo, poderío;

hoy, abajo, tristezas y dolores,

arriba ¡cuánta sombra y qué vacío!

[…]

Devuélveme a la vida del pasado

en que era niña, candorosa y buena.

Se trata de una mirada que no eludiría, curiosamente, el mundo moderno o a la propia poesía modernista, tampoco caería en una nostalgia complaciente, sino por el contrario fortalecería el alcance y penetración de su mirada.

En mayo de 1890 Laura posiblemente dejó la redacción del periódico El Mundo mientras se preparaba para dar un paso más en su vida que, motivada tanto por las inquietudes y situación personal como por el panorama nacional, representó no sólo un desafío más en su destino sino uno de los cambios más significativos en su vida literaria: el autodestierro. No en vano, entonces, aparecía un soneto importante en el que el cincel de la pluma era sinónimo de ese “Rayo de sol”.40

VIAJERA, AMIGA Y EDITORA: 1891-1900

La escritora y maestra, como una mujer ávida de conocimiento, reconoció en el viaje, como lo hicieran otras mujeres destacadas, una de las formas de salir de espacios acotados y predisposiciones sociales arraigadas en los usos y costumbres de una sociedad retrasada. Así, llegado el año de 1891, la maestra comenzó una estancia en el extranjero que, con breves retornos y permanencias en México, duró hasta 1910. Laura, en efecto, permaneció más de 11 años fuera de su país natal, primero viviendo en EUA, y después, como comisionada por parte del Ministerio de Instrucción Pública, en Europa. En una primera etapa, Laura viajó y vivió por su cuenta en San Francisco y en Berkeley, de 1891 a 1898. Este último año regresó a México permaneciendo hasta 1900 y trabajando en dicho periodo con Vicente Villada, entonces gobernador del Estado de México.41 En una segunda etapa, vuelve a viajar a NorteAmérica (1901),42 pero a partir de 1903, radica en EUA como representante del gobierno mexicano para estudiar los sistemas de educación elemental en Illinois. Posteriormente vuelve a su país de 1904 a 1905 para luego irse a Europa comisionada a lo largo de cinco años en distintos congresos sobre educación, mutualismo, higiene pública, hasta su retorno a México en vísperas del inicio de la Revolución mexicana en 1910.43 Sin duda, en esta última etapa de viajera, la amistad con Justo Sierra, primero como subsecretario de Educación Pública a partir de 1900 y luego como ministro en 1905, fue parte definitiva para que se le concedieran los distintos nombramientos en educación en el extranjero.

Ahora bien, en la primera parte de la estancia de Laura en EUA se dieron una serie de experiencias y necesidades que estimularon no sólo el ejercicio literario de manera definitiva sino que éstas modificarían las pautas de su destino. Laura, entonces, correría toda suerte de situaciones para buscar el sustento, como maestra de clases particulares de español, como editora, directora y fundadora de una revista en el extranjero pero al mismo tiempo dicha experiencia estaría marcada por adversidades, enfermedad44 y tropiezos laborales que en vez de aniquilarla, o ella misma condenarse como una víctima, los sobrepone con una escritura de un cincel inquebrantable.

Conviene hacer hincapié en este carácter de la viajera que no sólo sale del país para conocer el mundo sino que toma un papel activo y se abre espacios con proyectos específicos para establecer una participación como mujer, con todos los riesgos y tropiezos que esto significaba. Laura en ese respecto es una precursora en todos los sentidos. En efecto, la viuda y maestra encarnó lo que para Michelle Perrot representa el viaje de acción, frente al de consumo cultural, es decir, la viajera que además de aprender de otros mundos, le sirve el viaje como una forma de ruptura con sus propios espacios determinados.45 Pero en el caso de Laura esta experiencia la lleva aún más lejos al proyectar una publicación que rebasó los términos de una mera revista literaria y, con gran éxito, realiza una de las primeras ediciones comerciales modernas de literatura que buscaba abrir espacios culturales, comerciales y de interés entre CentroAmérica, México y Estados Unidos. Laura se hacía directora de una empresa exitosa en un país extranjero en donde a pesar de las adversidades su capacidad crítica aumentaba.

Laura Méndez comenzaba así sus viajes en 1891 cuando partía a Ciudad Juárez46 y luego visitaba San Francisco. Entonces estaría, primero, por breve tiempo, en California para luego trasladarse a San Luis Missouri en 1892. En 1893, regresa a San Francisco y emprende una labor de maestra y escritora intensa escribiendo abundantes cartas y poemas, además de crónicas y algún cuento, que envía desde EUA a distintas revistas mexicanas.47

Dentro de esta fecunda y diversa producción literaria habría que destacar, primero, las cartas que envió a Enrique de Olavarría y Ferrari de 1891 a 1899. dicho epistolario es importante porque ahí podemos identificar la revelación de una escritora con una mirada crítica y una capacidad descriptiva singular cuando reporta a su amigo las costumbres de la vida norteamericana, describe las ciudades, los pueblos, los cambios de una sociedad en pleno proceso de modernización, en momentos en los que se conformaba EUA como una nación económica y culturalmente hegemónica frente a México y otros países de habla hispana. Se trata, en efecto, de una correspondencia que da muestras no sólo de la narradora singular sino de la mujer visionaria, cronista puntual, que con un estilo versátil, filoso y penetrante, más adelante utilizará en sus crónicas formales para describir ciudades europeas con las paradojas del progreso, las instituciones de salud, la arquitectura, los sistemas de educación, las costumbres, etc., al mismo tiempo que enfrenta y padece los cambios de manera activa.

Particularmente los años que agrupan las cartas entre 1893 y 1897, Laura nos revela distintos aspectos de la vida cultural, periodística, empresarial y educativa tanto de México como de Estados Unidos de fines del siglo XIX con un tono personal y una mirada privilegiada. Laura, en su destierro voluntario, comenzará a explorar y a desarrollar una suerte de crónica intimista, a veces desenfadada, que irá recobrando una consistencia particular por el tipo de comparaciones entre costumbres de dos países, dos razas, pero también por la situación emocional y laboral de ella misma, que nos revela, ante todo, la personalidad de una mujer fuerte, con sentido del humor y respondiendo a necesidades concretas.

Ahora bien, la correspondencia inicia, sintomáticamente, a raíz de un tema definitivo en la vida de Laura, con la petición de un libro sobre el teatro de España que usaría como texto para dar clases de español a norteamericanos y con los comentarios de la segunda época de la revista El Renacimiento que editara el amigo Olavarría. Laura manifiesta interés por la difusión de su origen hispánico y se identifica claramente con el proyecto de Olavarría de 1894, sin embargo, ante el fracaso inmediato de dicha revista, la discípula da ideas y sugiere la edición de la Revista Hispano-Americana, una empresa definitiva en la que la escritora se inicia en un proyecto de dimensiones poco comunes y que representará toda una experiencia intelectual y emocional en su vida. Este proyecto editorial tiene importancia por varias razones: por un lado, se da en vísperas del conflicto entre España y Estados Unidos y la independencia de Cuba, por el otro, representa el primer proyecto cultural comercial independiente entre individuos de dos naciones vecinas que aún tienen presentes algunas de las consecuencias de la guerra con EUA en 1847. La otra cuestión interesante es que, coincidentemente, Laura radicaba en el estado de California, un estado del que ella misma difundiría su historia, conocido como el estado del oro.

Laura en 1895, en efecto, había emprendido, primero con un socio llamado José L. Schleiden y después con C. Harold Howard, el proyecto periodístico de la Revista Hispano-Americana (1895-1896), una publicación que buscaba satisfacer el interés comercial entre CentroAmérica, México y Estados Unidos,48 pero también representaba en el caso de Laura una oportunidad para fortalecer la difusión de una nación que se encaminaba hacia la modernidad. En ese sentido la directora difundió aspectos como la Exposición Nacional de México en 1896, o los excelentes gobiernos de Vicente Villada, o bien a poetas como Bernardo Reyes, Luis G. Urbina, Gutiérrez Nájera, entre una serie de notas, crónicas y anuncios comerciales entre México y CentroAmérica.

Ahora bien, en cuanto a la empresa editorial, podemos decir que duró sólo un año y medio, de enero de 1895 a julio de 1896, debido en buena medida a que el socio la despojaría de su parte de acciones, en un acto de clara injusticia y abuso, según narraba al amigo Olavarría. “La causa de mi tardanza en contestar ésta tiene que referirse a un golpe que mi apreciable socio me dio en la chapa del alma, quedándose con el periódico y sus pertenencias todas, por haber yo confiado en su lealtad y descuidado el contrato de sociedad.”49 Claramente este acto no revelaba sino el éxito de una empresa hemerográfica. Para fines del año de 1896, las consecuencias de la pérdida de la empresa se dejaban sentir en la situación económica y de salud de la maestra y escritora:

Mucho me alegro que usted y los suyos estén bien; yo no cuento esa dicha: mi Alicia es de un temperamento muy delicado y muy sensible a este durísimo clima, y yo comienzo a recibir las caricias de la vejez bajo la forma de toda clase de achaques; y si a eso añade usted las batallas que tengo que lidiar a diario para allegar los frijolitos, sacará en limpio que en la actualidad no valgo cinco cominos.

Este año he trabajado como un patán: he escrito más que en ningún otro y sólo he cosechado desengaños. Por acá tuve el pesar de verme despojada de una empresa criada por mí y que a la fecha produce mensualmente $1 000 limpios de polvo y paja; por allá lo de El Mundo es meramente tartas y pan pintado. En agosto me mandaron $50 oro y una letanía de sabrosísimos piropos; pero de entonces acá más he contribuido a engrosar el papel roto del tompeate que colaborado en el periódico.

Pero también hacía observaciones críticas ante el americanismo derivado del nuevo periodismo: “Habrá usted notado que en El Mundo hay ciertas tendencias de americanismo gringo y que el vocabulario inglés sustituye en mucho al de nuestro gallardo y hermosísimo idioma. Y es que los viajes a los Estados Unidos son para mis impresionables paisanos lo que los banquetes a los estómagos destruidos por dispepsia”. una año después Laura escribía desde Berkeley, julio 26 de 1897, las siguientes líneas con un estilo juguetón e irónico en donde ya se anticipaba la capacidad de descripción crítica sobre lugares con un tono irónico.

La muy grata de usted de 1º del corriente y el libro de Lectura superior, me encontraron en este pueblo que yo llamaría rabón si no temiera agraviar a los sabios que aquí moran, pues ha de estar usted para saber que Berkeley no es más que la prolongación de un caserío amontonado alrededor de la universidad de California de donde es fama que salen anualmente muchas lumbreras. Si a la naturaleza no tienen mucho que agradecerle los vecinos de este lugar, lo que es al esfuerzo de los hombres, sí: luz eléctrica, telégrafo, teléfonos, ferrocarril, tranvías eléctricos, caminos vecinales, iglesias de todos los cultos, biblioteca pública, casa de correos en toda forma, escuelas primarias y superior y por último la famosa universidad con sus magníficos edificios diseminados en vastísimo parque, su jardín botánico y biblioteca amén de otras cosas útiles y bellas que no enumero porque no le ponga a usted miedo leer mis cartas. Todo esto se tiene a media hora de mar y media hora de ferrocarril, distante ocho millas de San Francisco, por 10 centavos de pasaje en ambos, vapor y ferrocarril y con la ventaja de poder ir y venir cada media hora entre las horas del amanecer hasta las 12 de la noche.

Estos trazos no eran más que el esbozo de una prosa que ya había dado muestras en el cuento y en algunas crónicas y reportajes de esos años, pero que ahora servía como una suerte de ejercicio literario más desenfadado y abierto en donde Laura podía desplegar sus facultades de observadora crítica desde la intimidad. La escritora claramente mostraba sus dotes narrativas al desplegar gracia, ironía y soltura en la forma como retrata críticamente una sociedad y una raza con costumbres específicas y cuestionables frente a los grandes desafíos del progreso.50

Por otra parte, el deseo de profundizar en sus observaciones en el ámbito de su profesión, como maestra —al parecer, entonces, colaboraba en una escuela de señoritas—, la llevan a manifestar a Olavarría, en septiembre de 1897, su interés por estudiar los sistemas educativos en EUA. Le dice: “Desearía saber si el nuevo plan de estudios vigente en las escuelas secundarias y preparatoria corre impreso en algún folleto o circular, y si usted sabe algo acerca de ello le estimaré que me lo diga. Deseo hacer un estudio comparativo entre las escuelas nuestras y las de aquí”. Este interés, derivado de la confianza en la educación como formas de perfectibilidad humana y felicidad, junto con este mismo proceso de escritora y mujer que enfrenta tanto dificultades en el periodismo mexicano como en el extranjero, provocarán que Laura comience a agudizar su capacidad crítica de observación y así logre identificar algunas de las paradojas y tensiones de la condición humana ante el mundo moderno. En este sentido, Laura comenzará a exponer en términos líricos problemas y temas de un mundo intimista con planteamientos más modernos como el amor, la avaricia, el matrimonio, la injusticia, la esclavitud, la traición y el adulterio, bajo atmósferas específicas.

LA POESÍA (1893-1905)

Conviene, entonces, revisar, antes, la producción lírica porque nos sirve para mostrar un proceso literario de renovación y fortalecimiento definitivo en la producción posterior de carácter netamente prosístico. En efecto, paralelamente a la redacción de las cartas, entre 1893 y 1898, Laura produce poemas importantes. Sin dejar de publicar algunos de sus textos anteriores de corte tradicional en donde el rigor verbal y rítmico se combinaba con un romanticismo fúnebre tradicional en tercetos memorables tales como los de “Nieblas” (que volvió a aparecer en 1893), o bien, un poema como “¡Oh, corazón…!” de 1890 (que también volvía a aparecer en 1895), Laura comienza a introducir nuevos elementos. Precisamente en 1894, la poeta publica “Cuarto menguante”, un poema magistral en el que la escritora, en decasílabos perfectos, ensayaba formas parnasianas en texturas y en rimas que recuerdan a Manuel Gutiérrez Nájera.51 La autora ahí demostraba la asimilación de nuevos recursos, cuando describía atmósferas de encaje y tapices de una alcoba donde la mujer y el hombre confrontaban realidades deterministas y sueños de deseo que a través del adulterio y la fidelidad se tensaban:

En el calado biombo de laca,

esbelta grulla su cuerpo saca

por entre arbustos de rosa-té;

y mariposas de canutillo

en los cojines de canapé. […]

Sobre su seno, como un tesoro,

preso en cadena de esmalte y oro,

luce la dama pardo reptil;

y cuando el bicho la cosquillea,

tiembla de espanto, ríe y arquea

su cuello blanco de marfil.

[…]

Por fin el sueño baja a la estancia:

ruedan las flores ya sin fragancia,

sube a los ojos blando sopor:

y en lo más grato del cabeceo

arde la sangre, quema el deseo

y avergonzado corre el amor.

Laura escribía, presa de la nostalgia y enfrentando una realidad distinta en el extranjero, poemas en donde la retratista resurgía con un pincel mucho más penetrante. Se trataba de una suerte de Madame Curie poética en donde su pluma revelaba, diseccionaba, para elaborar una radiografía interior tomando ejemplos de la historia romana y de textos clásicos. No en vano un poco antes había traducido dos poemas de Horacio para la revista de Enrique de Olavarría y Ferrari y en la Revista Azul aparecían poemas como “Fe”, “Lágrimas” o por segunda vez el de “Mesalina” (1890). En este último Laura retrataba a la mujer de costumbres disolutas con pincel firme pero también la actualizaba al advertir el último destino del cadáver ante el bisturí y la plancha: “Roto el lazo social, el deber roto, / flotas por cima del desprecio humano, / arrogante y altiva como el loto / que emerge de los limos del pantano…” para concluir: “vendrá primero el numerado lecho, / después la disección sobre la plancha”. Por otra parte, esos años eran para Laura importantes porque, a pesar de que hacía una crítica a ciertos “excesos modernistas” en carta a Enrique de Olavarría,52 también mantenía y exacerbaba, ella misma, su pluma a través de abrevar en los clásicos. Mencionamos las traducciones de Horacio, pero también persistían las formas tradicionales. En el soneto “Fe”, la poeta, una vez más, advertía la ineficacia de Dios ante la persistente duda y desengaño: “Mito de la cobarde fantasía, / febril espectro del delirio insano / que finge sombras en la mitad del día…”53 Los trazos tradicionales, sostenidos bajo una mirada contenida, desembocaban casi naturalmente a ciertos rasgos parnasianos, mismos que a su vez tocaban fibras afines al realismo alcanzado por el poeta Salvador Díaz Mirón. En todo caso se trataba de un proceso en el que la mirada de Laura, ante el sufrimiento temprano y el desengaño confrontado con una poesía puntual, transparente y contenida, ahora se cristalizaba, a través de una labranza lírica permanente. En el soneto “Sequía” (1902):

Reverbera la mica en la montaña,

las hierbas sin aroma y sin rocío

se despojan del lujo del estío

y enhebra en ellas su cendal la araña.54

Este proceso y afinidad eran todavía más evidentes en un soneto clave anterior, titulado “La tempestad” (1901),55 por la manera como trabajaba no sólo las atmósferas de los interiores de una alcoba sino cada una de las palabras. Y es importante además porque dejaba ver la cercanía con el poeta veracruzano que tanto admiró hasta su muerte. En “La tempestad” no sólo hacía un trabajo puntual y minucioso de artesano en cada palabra, consecuencia seguramente del impacto dejado por el libro de Lascas del mismo año, sino que ese trabajo estaba sujeto a la búsqueda de la imagen y la música como efectos de tensión naturalista e impresionista para advertir las paradojas de la tempestad en el propio paisaje.

Tenaz la mosca en el mastín se prende,

rastrea la inquieta golondrina el vuelo,

y el zopilote en espiral asciende;

y mientras en el negro y hosco cielo

su grácil curva el arco-iris prende,

en cataratas se convierte el cielo.

Sin duda el poema también recuerda el trabajo de cincel en las imágenes y la atmósfera progresiva del “Idilio” de Díaz Mirón. Esta familiaridad, además, quedaría de manifiesto más tarde cuando ambos traducirían a uno de los poetas por ambos admirado: Josué Carducci. Laura particularmente hacía una versión del “Coloquio con los árboles” (1905).56 dos años antes, además, traduciría del griego un poema de su admirada Safo: “Venus”.57

Ahora bien, el proceso de retroalimentación de Laura también mostraría otras vertientes. Años antes, en 1896 la directora de la Revista Hispano-Americana, aún en California, traducía el poema de Edgar Allan Poe “Annabel Lee”58 y lograba en rimas exactas mantener la musicalidad del poema original. Estos asomos también la llevarían a escribir al año siguiente un poema como “Kyrie Eleison” donde describía la condena de condición humana en una procesión.59