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Itamar Rabinovich

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Beschreibung

El asesinato de Isaac Rabin en 1995 supuso un punto de inflexión tanto en la historia de Israel como en la política de casi todo Oriente Próximo. El hasta entonces primer ministro israelí ejemplificaba como nadie el complejo devenir de su país desde mucho antes de convertirse en un Estado. Hijo de emigrados rusos, militar, diplomático y más tarde ministro, Rabin llegó a ser uno de los símbolos del proceso de paz entre palestinos e israelíes. Sus esfuerzos por resolver el conflicto fueron reconocidos internacionalmente y su legado dejó una huella indeleble. Ahora, más de dos décadas después de su muerte, el historiador y exdiplomático Itamar Rabinovich analiza la figura de Isaac Rabin desde una perspectiva histórica y política, en un libro llamado a convertirse en la biografía definitiva de uno de los personajes fundamentales de la segunda mitad del siglo XX.

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Título original: Yitzhak Rabin. Soldier, Leader, Statesman

© Itamar Rabinovich, 2017.

© de la traducción: Albino Santos Mosquera, 2018.

© de esta edición digital: RBA Libros, S.A., 2018. Diagonal, 189 - 08018 Barcelona.

www.rbalibros.com

REF.: ODBO211

ISBN: 9788491870326

Composición digital: Newcomlab, S.L.L.

Queda rigurosamente prohibida sin autorización por escrito del editor cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra, que será sometida a las sanciones establecidas por la ley. Todos los derechos reservados.

Índice

PRÓLOGO: MUERTE DE ISAAC RABIN, VIDA DE ISAAC RABIN

1. LA FORJA DE UN SOLDADO (1922-1948)

2. DE LA INDEPENDENCIA A LA GUERRA DE LOS SEIS DÍAS (1949-1967)

3. EMBAJADOR EN WASHINGTON (1968-1973)

4. PRIMER MANDATO (1974-1977)

5. CAÍDA Y AUGE (1977-1992)

6. LA POLÍTICA DE PAZ DE RABIN (1992-1995)

7. POLÍTICA, POLÍTICAS, INSTIGACIÓN Y ASESINATO (1992-1995)

EPÍLOGO

AGRADECIMIENTOS

NOTAS

Isaac Rabin no era un hombre carismático, sino más bien un capitán hábil y guiado por la lógica. No fue bendecido con la pasión profética de un Ben Gurión, ni con la cálida elegancia de un Levi Eshkol. No poseía la arrebatadora simplicidad de una Golda Meir, ni la energía populista de un Menájem Beguin. La multitud nunca reaccionó a sus palabras exclamando «¡Rabin, Rabin!». Pero su personalidad de ingeniero minucioso y de navegante de precisión encarnó como pocas el espíritu del nuevo Israel, un país que no busca redención, sino soluciones.

AMOS OZ, 1996

PRÓLOGO

MUERTE DE ISAAC RABIN, VIDA DE ISAAC RABIN

La mayoría de las muertes no son más que el final de una vida. Un asesinato político, sin embargo, es distinto de cualquier otra forma de fallecimiento. Es una muerte que adquiere su propia significación; una muerte con consecuencias. Un asesinato no solo es el punto terminal de la vida de una persona, también es el punto inicial de una nueva realidad que ese deceso mismo ha creado. El líder asesinado se erige en muchos casos en el protagonista de una nueva mitología nacida del recuerdo y la conmemoración misma del acto de su muerte, que hacen que veamos con otros ojos su vida y su historial político previos.

Tras el asesinato de Isaac Rabin en 1995, una conmocionada ciudadanía israelí comenzó a buscar elementos y precedentes con los que contextualizar lo ocurrido. Se invocó con insistencia el magnicidio de Abraham Lincoln, coincidiendo con la publicación de una nueva traducción al hebreo del «¡Oh, capitán, mi capitán!» de Walt Whitman, y con la composición de una melodía popular para ese poema. Pero se trataba de una analogía errónea. El cadáver del capitán de Whitman yacía sobre la cubierta de un barco que había llegado a puerto. Lincoln había completado su misión; su asesinato fue un acto de venganza contra aquel logro. Mucho más fiel era la analogía con la actitud de la derecha radical francesa y los colonos argelinos que habían intentado asesinar a Charles de Gaulle para frenar las negociaciones de paz del gobierno francés con el Frente de Liberación Nacional.1 De haberse materializado, aquel magnicidio habría abortado una solución al problema de Argelia. De hecho, el asesino de Rabin, Yigal Amir —un fanático judío ortodoxo de familia yemení—, se inspiró en Jean-Marie Bastien-Thiry, el oficial francés ejecutado en 1963 por su tentativa de asesinato de Gaulle. Amir apreciaba similitudes entre la situación en Francia en el apogeo de la crisis argelina y la problemática de Israel a comienzos y mediados de la década de 1990. Para él, Rabin era una versión israelí de De Gaulle: un héroe de guerra que se había desviado del camino correcto y al que había que matar antes de que cediera una preciada parte del territorio nacional.

Otra interesante analogía es la que algunos establecen con el asesinato del presidente John F. Kennedy. Como en el caso de Kennedy, también contra Rabin se incitó una campaña de animadversión previa a su asesinato en la que se le acusaba de traición y de desmanes aún peores. Con anterioridad a la llegada de Kennedy a Dallas, donde fue asesinado, se habían repartido por toda la ciudad octavillas con fotografías del presidente en las que se podía leer: «Se busca a este hombre por actividades sediciosas contra Estados Unidos».2 El asesinato de Kennedy generó igualmente cierto anhelo de revivir un periodo dorado perdido, reforzado por la imagen y el mito de un supuesto Camelot presidencial. El escritor Norman Mailer, por ejemplo, escribió que «durante un tiempo sentimos que el país era nuestro. Ahora ha vuelto a ser de ellos».3 Tras el asesinato de Rabin, sus partidarios, los miembros de la llamada «generación de las velas», y otras muchas personas también ansiaban revivir la que pasó a percibirse como una edad de oro en la historia y la política de Israel. Miles de jóvenes hicieron vigilia con velas encendidas en las inmediaciones del domicilio de Rabin y en el escenario del magnicidio. Hace veinte años que cada 4 de noviembre, aniversario del asesinato, se celebra una siempre concurrida concentración. A finales de 2015, tanto en las fechas previas como en las posteriores al vigésimo aniversario del magnicidio, se palpaba en Israel una especie de añoranza de Rabin que reflejaba tanto la sensación de pérdida que dejó como la extendida insatisfacción con los actuales dirigentes del país y con su incapacidad para hacer frente al endémico problema palestino.

El asesinato de Rabin puso asimismo de relieve un marcado contraste entre «nosotros» y «ellos». Amir mató a un hombre cuya vida y trayectoria representaban la esencia del establishment primigenio del Israel moderno: los orígenes europeos orientales, el movimiento laborista, el Palmaj (la unidad militar de élite del Israel preestatal) y las Fuerzas de Defensa de Israel (las FDI), y la laica y septentrional Tel Aviv. Los años que precedieron al asesinato se habían caracterizado por una especie de guerra cultural: un choque entre los colonos, la derecha radical y una gran parte de la comunidad ortodoxa, por un lado, y el sector secular moderado de la población israelí, por el otro, no solo a propósito del proceso de paz, sino también en cuanto a la orientación general del país. Como la violenta muerte de Kennedy en su día, la de Rabin iba a tener en los años siguientes una extraordinaria repercusión en esa guerra cultural. Pero por trascendental que el asesinato de Rabin fuera, es su vida —sus decisiones y sus actos— y no su muerte la que define su legado. El impacto y el legado de Kennedy están muy influidos por la crisis de los misiles de Cuba, por bahía de Cochinos, por el discurso de Berlín, por la deriva hacia la guerra en Vietnam y por el aura de glamur que creó a su alrededor. El legado de Lincoln consiste en el fin de la esclavitud, el mantenimiento de la Unión y la aportación de todo un modelo para el poder presidencial en Estados Unidos. El legado de Rabin viene determinado por la política de paz que impulsó en su segundo mandato como primer ministro, las audaces decisiones que tomó tanto en la cuestión palestina como en la siria, y la elevada calidad de su liderazgo.

La vida de Rabin es la fascinante historia de un israelí de nacimiento que creció y se crio en el establishment del Israel preestatal y pasó por los hoy consabidos estadios de muchos vástagos de aquel establishment: el colegio laborista, la escuela agrícola, el Palmaj, la guerra de 1948 y la carrera militar. El talento y la perseverancia de Rabin —y los ocasionales guiños de la fortuna— lo llevarían con el tiempo a la cima del escalafón militar y, finalmente, al sillón de primer ministro. Pero la suya no fue una ascensión tranquila ni fácil. Rabin no poseía el carisma de líderes como Moshé Dayán o Yigal Alón, a quienes ya se reconocía como tales siendo aún muy jóvenes. Él ascendió poco a poco y no llegaría a ser un verdadero líder hasta los años ochenta. El primer mandato de Rabin como jefe de Gobierno, en la década de los setenta, se vio lastrado por el escaso atractivo que despertaba su figura política entre la ciudadanía israelí. No sería hasta su impresionante actuación como ministro de Defensa en los ochenta cuando su singular combinación de autoridad y credibilidad lo facultarían para regresar de la segunda fila política y retomar el puesto de primer ministro.

Fue en ese segundo mandato de Rabin cuando su liderazgo evolucionó y se convirtió en un estadista. Demostró su capacidad para tomar decisiones audaces e históricas, para ir contra su propia tendencia natural y arrastrar a la gente consigo. Y el éxito de Rabin continúa ilustrando hasta hoy un aspecto crucial de la política israelí actual: la posibilidad de impulsar una política de paz efectiva cuando esta viene promovida por un líder centrista creíble, dotado de unas credenciales de seguridad capaces de persuadir a la siempre angustiada población israelí para hacer las concesiones y asumir los riesgos que el avance hacia la paz requiere. No es extraño que, en un país que continúa lidiando con los mismos problemas fundamentales que trataba de resolver en tiempos de Rabin, esté tan viva la añoranza por un líder de la talla y las cualidades del primer ministro asesinado.

1

LA FORJA DE UN SOLDADO (1922-1948)

«Salvo por su inteligencia y su tenacidad, no era un embajador al uso. Taciturno, tímido, pensativo y poco amigo de la charla trivial, Rabin poseía pocos de los atributos que se asocian normalmente con la diplomacia. Las personas repetitivas lo aburrían y los tópicos lo ofendían; por desgracia para él, no puede decirse que esas dos cosas escaseen en Washington. Detestaba la ambigüedad, que es la sustancia misma de la diplomacia. [Pero] su integridad y su brillantez analítica a la hora de llegar al fondo de un asunto eran asombrosas».1 Así de acertada y sutilmente describió Henry Kissinger a Isaac Rabin, con quien colaboró en Washington entre 1969 y 1973. Las cualidades que hicieron de él un embajador tan insólito como eficaz lo convertirían posteriormente en un político aún más insólito. Pero algunas de esas mismas cualidades explican también la transición que transformó a un político desmañado en un estadista impresionante.

Rabin nació en Jerusalén en 1922, hijo de Rosa Cohen y Nehemías Rabin (nacido Rubijev). De su infancia escribió que «la inspiración de las personalidades de mis padres, de nuestro hogar y también del colegio en el que estudié determinaron decisivamente mi camino. Prácticamente me veía destinado en mi infancia a una vida agrícola, en el kibutz, y si alguien me hubiera dicho que terminaría siendo un militar, casi me habría reído de él».2 Tanto el padre como la madre de Rabin habían nacido en el Imperio ruso y ambos se radicalizaron frente a la oscura autocracia de aquel régimen; llegaron a Palestina al término de la Primera Guerra Mundial. Rosa, a quien se conocía por el sobrenombre de «Rosa la Roja», era la progenitora dominante. Su poderosa personalidad está muy bien ilustrada por una fotografía que la capta desfilando en una manifestación del Primero de Mayo en Tel Aviv, con la barbilla levantada y una expresión decidida en los ojos y en el rostro. Rosa nació en 1890 en Gomel. Su padre era el adinerado ortodoxo antisionista Isaac Cohen, de quien su nieto heredaría el nombre de pila. Ya desde muy temprana edad destacó por ser una decidida individualista de convicciones izquierdistas, populistas y antisionistas. Recelaba de los grupos organizados y estructurados, por lo que no se sumó a los socialrevolucionarios rusos ni a la izquierda antisionista del Bund judío. Rompiendo con todos los moldes de una jovencita de familia judía ortodoxa tradicional, Rosa estudió en una escuela politécnica rusa. Se negó a aceptar la ayuda económica de su acaudalado padre e incluso llegó a escaparse de casa en pleno sabbat para asistir a clase. Su radicalismo izquierdista se canalizó a través de un populismo típicamente ruso preocupado por los pobres y los necesitados. Vivía entre trabajadores rusos que la adoraban, cortando leña en bosques propiedad del gran príncipe ruso (pero de los que la familia de Rosa era arrendataria). Su peligroso estilo de vida la puso en el punto de mira tanto de la policía secreta zarista como de la variante comunista que la sucedió. Radical genuina, el régimen comunista la decepcionó. Rosa dirigía una fábrica próxima a San Petersburgo (más tarde Leningrado) transformada en planta de producción de munición. En 1919, a raíz de su despido como directora por negarse a ingresar en el partido, los trabajadores se declararon en huelga. No tardó en verse en una comprometida situación de aislamiento: sin trabajo y señalada como persona peligrosa en unos tiempos tan políticamente tumultuosos como aquellos.

Rosa, que no era sionista, decidió visitar a su familia en Jerusalén para ver si podía encontrar su sitio en Palestina. Escribió en yidis a Berl Katzenelson, alto dirigente del movimiento laborista a quien conocía por conexiones familiares y le pidió que la aconsejara sobre si «la tierra de Israel solucionará mi problema». Preocupada por la idea de dejar la vida que conocía, Rosa le preguntó si creía que ella podría arreglárselas allí. «Viajar a la tierra de Israel me obliga a cortar con un estilo de vida para empezar otro; ya no hay vuelta atrás», escribió.3 El tío de Rosa, Mordecái Ben Hilel Hacohen, se había llevado consigo a su familia a Palestina en 1903 y vivía en Jerusalén, y ella tenía previsto quedarse un tiempo en su casa. En diciembre de 1919, en Odesa, se embarcó en el SS Ruslan, un navío que se haría posteriormente famoso en la mitología sionista. A bordo viajaba también un grupo de pioneros con destino a Kineret, un kibutz a orillas del lago Tiberíades.4 El SS Ruslan atracó en Jafa el 19 de diciembre de 1919.

A su llegada a Jerusalén, y a través de su primo David Hacohen, Rosa conoció a Moshé Sharet (nacido Shertok), futuro ministro de Exteriores y jefe de Gobierno de Israel. Sharet entregó a Rosa una carta para que se la llevara a su hermana, que estaba en Kineret, en la que le pedía a esta última que cuidara de la recién llegada. En la misiva, Sharet describía a Rosa como «una joven “importante”, ingeniera, socialista pero no bolchevique, aunque trabajó unos años en una fábrica bolchevique próxima a Petrogrado. [...] No ha visto una cara judía en años y ahora la idea la tiene un poco preocupada. También le inquieta la vida colectiva, a la que no está acostumbrada. Aquí está muy sola. El hogar de los Cohen le resulta asfixiante (ya sabes: una muchacha rusa inteligente, de la alta burguesía, que ha cortado todos los lazos con su familia y su círculo social, y que ya no los soporta)».5

Aunque llegó a Palestina no siendo sionista, Rosa se fue haciendo poco a poco una ferviente partidaria del movimiento. Tras una breve estancia en Kineret, se mudó a Jerusalén a vivir con sus parientes. Los árabes palestinos organizaron una revuelta en la Ciudad Vieja de Jerusalén en 1920 y Rosa acudió en ayuda de los residentes judíos, ejerciendo tanto de enfermera como de combatiente, pues había adquirido experiencia en defensa personal durante los pogromos en Rusia. Luego se trasladó a Haifa y se convirtió en activa organizadora del laborismo judío en el puerto de dicha ciudad, al tiempo que se ganaba el sustento trabajando en una tienda de sus parientes.

Poco se sabe de los primeros años de vida del padre de Rabin, Nehemías Rubijev. Nació en el seno de una familia pobre en un pueblecito cercano a Kiev y se sumó a la actividad revolucionaria contra el régimen del zar. Partió hacia Estados Unidos huyendo de un posible arresto y fue a parar a San Luis (Misuri), donde trabajó de sastre y participó activamente en sindicatos judíos. En 1917, Nehemías trató de alistarse en la Legión Judía, organizada por Zeev Yabotinski, para luchar con los británicos en Palestina, pero fue rechazado por razones médicas (problemas en una pierna). Nehemías se cambió el apellido a Rabin y probó suerte de nuevo en otra oficina de reclutamiento, esta vez con más suerte. Llegó a Palestina y allí se quedó. En 1920, convertido ya en uno de los miembros iniciales de la primera versión de la Haganá, la organización de autodefensa judía en la Palestina de la época del Mandato británico, Nehemías participó en la defensa del barrio judío de la Ciudad Vieja de Jerusalén contra los árabes rebelados. Allí, en la Ciudad Vieja jerosomilitana, conoció a Rosa, que prestaba asistencia médica voluntaria. Nehemías fue arrestado por las autoridades británicas, que sofocaron las revueltas pero también encarcelaron a los defensores judíos por portar armas. Rosa y Nehemías se casaron en 1921 y se instalaron por un tiempo en Haifa. Rosa se mudó a Jerusalén para estar cerca de su familia cuando naciera Isaac, cosa que ocurrió el 1 de marzo de 1922. La pareja y el bebé se mudaron a Tel Aviv en 1923, donde Rosa trabajó en un banco y Nehemías hizo lo propio en la Palestine Electric Company. En 1924 nacería su hija, Raquel.

La familia vivió modestamente en una sucesión de pisos de dos dormitorios que algunos de los amigos de infancia de Rabin calificaban incluso de espartanos. Fuera de las horas de trabajo, sus padres participaban de lleno en actividades públicas; ambos pertenecían a la Haganá, Nehemías estaba muy implicado con los sindicatos y Rosa también lo estaba en el ayuntamiento de Tel Aviv y en un buen número de organizaciones benéficas. Era una familia que, al parecer, ponía más el acento en los valores que en las emociones; los niños se criaron básicamente solos e Isaac cuidaba a menudo de su hermana. La de los viernes era la noche familiar. En el pequeño piso en el que vivían, sin apenas muebles, se celebraban numerosas reuniones de sindicalistas y de miembros de la Haganá, pero los Rabin también alojaban a invitados llegados de fuera de la ciudad. Rosa era una mujer muy activa, conocida y respetada, pero se negaba a integrarse en ningún partido político o a asumir un cargo público de autoridad. Tenía un problema cardiaco y sus hijos vivían con el miedo constante a perderla. Y, de hecho, murió joven, en 1937: tenía cuarenta y siete años y su hijo Isaac, solo quince. Su funeral fue todo un acontecimiento público al que asistieron miles de personas, incluido David Ben Gurión, presidente de la Agencia Judía, la principal organización de la comunidad hebrea en el Israel preestatal. Para entonces, Ben Gurión era ya el líder indiscutido de la comunidad judía.

En muchos sentidos, la infancia de Rabin fue la típica de un muchacho criado en la corriente dominante del movimiento laborista en la Palestina del Mandato. Estudió en un colegio de primaria afiliado al movimiento laborista, ingresó en un movimiento de juventudes, continuó sus estudios en la escuela agrícola en un kibutz al este de Tel Aviv y, por último, acudió a uno de los mejores centros de educación secundaria avanzada del país: el Instituto Agrícola Kadoorie, a los pies del monte Tabor de Galilea. El Kadoorie —fruto de la donación de una familia adinerada de Hong Kong que construyó dos centros educativos de ese estilo en la Palestina del Mandato, uno para muchachos judíos y otro para árabes— era famoso por sus elevados niveles de exigencia académica y por su código de honor. Los maestros podían salir del aula cuando sus alumnos estaban en pleno examen, pues estaban seguros de que estos no iban a copiar. Rabin floreció en Kadoorie. Había sido un alumno de desarrollo tardío, debido a sus dificultades con la lectura y la escritura durante los dos primeros cursos de educación primaria. La llegada a su centro educativo de Eliezer Smoli, escritor y maestro inspirador, resolvió el problema. Ese desarrollo tardío sería algo característico de Rabin, que también se iniciaría «tarde» en otras facetas y fases de su vida. Con la ayuda de Smoli, Rabin obtuvo muy buenos resultados en los difíciles exámenes de ingreso en el Instituto Kadoorie y, ya en esta última institución, se reveló como un estudiante excepcional que incluso recibió un premio especial del alto comisionado británico en el momento de su graduación. Rabin consiguió así una beca pública que le permitió ir a Estados Unidos a estudiar Ingeniería Hidráulica en California. Pero los acontecimientos en Palestina y el estallido de la Segunda Guerra Mundial alteraron sus planes. Durante la Gran Revuelta Árabe de 1936-1939, Rabin conoció de primera mano los problemas de inseguridad a los que se enfrentaba la comunidad judía y recibió su primer adiestramiento en el empleo de armas. Tras su graduación, ya no pudo ir a California y se marchó con unos amigos a vivir y trabajar en varios kibutz, aunque sin ingresar de lleno en ninguno. En sus memorias y en otros relatos de su infancia y su juventud, Rabin menciona ese hecho, pero no lo explica. Según parece, su carácter un tanto individualista fue lo que le impidió integrarse en un colectivo.

No obstante, la vida de Rabin tenía otra dimensión importante en aquel entonces. Durante el verano, cuando no tenía clases, lo enviaban unos días a casa del tío de su madre, Mordecái Ben Hilel Hacohen, en Jerusalén. Ben Hilel era una figura imponente: además de escritor e intelectual, era un empresario adinerado. En su familia (tanto los familiares más próximos como los parientes más lejanos), se contaban algunas de las más destacadas figuras de la comunidad judía del Israel preestatal (el Yishuv). El hijo de Ben Hilel, David Hacohen, vivía en Haifa y se convirtió en el enlace con la inteligencia británica durante la Segunda Guerra Mundial. Una de sus hijas se casó con Arthur Ruppin, máximo responsable del Departamento Económico de la Agencia Judía. Ben Hilel y su familia estaban relacionados con las familias de Moshé Shertok, Eliyahu Golomb y Dov Hoz, que se contaban entre los líderes más destacados de aquel momento. Durante las temporadas que pasaba en casa de su tío abuelo, Rabin fue conociendo un entorno y un estilo de vida totalmente distintos a aquellos a los que estaba acostumbrado. La de los Hacohen era una vivienda espaciosa y elegante. Muy diferente de los pisos pequeños y apenas amueblados de los Rabin en Tel Aviv, la mansión Hacohen disponía de una gran biblioteca cuya organización fue encomendada al joven Rabin y a su primo, Rafael Ruppin, como una de sus tareas para el verano. Rabin incluso bajaba con su primo a jugar a la pista de tenis, deporte totalmente desconocido en su universo proletario de Tel Aviv.

Durante la última de sus estancias con sus parientes en Jerusalén, Rabin envió una reveladora carta a su amiga Hana Rivlin (nacida Guri). Ambos pertenecían a un pequeño grupo de estudiantes autodenominado Telem, cuyos miembros iban a las mismas escuelas en Tel Aviv y Guivat Hashlosha, y formaban parte del mismo movimiento juvenil de afiliación laborista. Era un grupo estrechamente unido; sus miembros conversaban sobre temas generales y personales con la seriedad y la apertura típicas de los movimientos juveniles de aquella época. La carta de Rabin a Guri arroja luz sobre cómo percibía él mismo la timidez y la reserva que definían su carácter. El 6 de agosto de 1937 escribió: «¿Soy yo el único miembro de Telem que se queda callado? Da igual. Eso no me libera [de la obligación] de expresar ideas bien expresadas, pero hay motivos que dificultan esa expresión [...]. Si quienes callan quieren ser parte de la sociedad, tienen que expresar lo que sienten y si no lo expresan es porque la sociedad les impidió hablar y, por muchas veces que lo intentaran siempre chocaron con el desprecio de esa sociedad [...]. Puede que yo tenga cierto complejo de inferioridad porque no estoy seguro de que a los miembros les interese lo que yo pueda decir».6

En 1941, Rabin se alistó en el Palmaj. El Palmaj, acrónimo de «unidades hebreas de choque», fue constituido por los dirigentes judíos ese mismo año con dos objetivos en mente. Uno era el de crear una fuerza militar permanente. La Haganá contaba con una pequeña estructura continua, pero carecía de una fuerza militar a tiempo completo. En 1941, acechaba la posibilidad de una invasión alemana. El mariscal de campo alemán Erwin Rommel avanzaba por el norte de África y, antes de ser derrotado por el mariscal de campo Bernard Montgomery en El Alamein, se creía probable que sus tropas invadieran Egipto y, a continuación, Palestina. La finalidad de las seis compañías del Palmaj no era frenar el ejército de Rommel, sino ralentizar su avance al tiempo que la comunidad judía se parapetaba para su autodefensa en la zona del macizo del monte Carmelo. En aquellos momentos, la Haganá y el Palmaj colaboraban estrechamente con los británicos. En junio de 1941, cuando los británicos se preparaban para invadir Siria y el Líbano —territorios controlados en aquel entonces por tropas leales a la Francia de Vichy—, varias brigadas de la Haganá recibieron la orden de colaborar en labores de reconocimiento y sabotaje. El jefe de la seguridad local preguntó a Rabin, que en esa época vivía en el kibutz Ramat Yohanan, si quería presentarse voluntario para una misión. Rabin dijo que sí y tuvo una entrevista con una de las jóvenes estrellas emergentes de la Haganá, Moshé Dayán. Fue el primer encuentro entre dos hombres cuyos caminos se cruzarían en muchas y significativas ocasiones, con diversos altibajos (en realidad, con más «bajos» que «altos»). En sus memorias, Rabin escribió lo siguiente sobre aquella entrevista: «Me preguntó qué tipo de arma sabía usar yo; le dije que estaba familiarizado con el revólver, el rifle y las granadas de mano, pero no con otras armas más pesadas o más sofisticadas. Tras un par de preguntas más, masculló secamente: “Es usted apto”».7 Rabin estaba ya integrado en el equipo de Dayán cuando este se internó en el Líbano el 7 de junio, en apoyo a la unidad australiana encargada de la invasión propiamente dicha. Aquella fue la operación en la que Dayán perdió un ojo: mientras observaba por sus prismáticos, fue alcanzado por el disparo de un tirador francés y, a partir de entonces, llevaría el parche por el que tan públicamente se caracterizaría su imagen en años posteriores. Dado que por entonces el rango de Rabin era muy bajo, se le encomendó en aquella misión la labor de subirse a los postes telefónicos para cortar las líneas. Fue su primera experiencia de combate. Posteriormente, ingresaría en el recién fundado Palmaj.

Rabin ascendió por el escalafón hasta convertirse en oficial de operaciones y, de hecho, en la mano derecha de Yigal Alón, el comandante general del Palmaj. Tras la fundación de esta fuerza militar en 1941, los dirigentes judíos tuvieron que afrontar la cuestión de cómo mantenerla. Las restricciones presupuestarias hicieron que el Palmaj fuese «adoptado» por el movimiento de los kibutz y, en especial, por Hakibutz Hameujad, una organización identificada con la Facción B, una de las que componían el Mapai, el partido dominante dentro del movimiento laborista en el Israel preestatal y también durante los primeros años de la política del Israel independiente. El líder de la Facción B, Isaac Tabenkin, era considerado un rival de Ben Gurión (en 1944, la Facción B se escindió del Mapai y formó un nuevo partido llamado Ajdut Haavodá). Para entonces, Ben Gurión se había convertido ya en líder del Yishuv (la comunidad judía en la Palestina del Mandato británico). Ben Gurión no era muy amigo del Palmaj. Él creía que la mejor opción para la generación joven de la comunidad judía de Palestina durante la Segunda Guerra Mundial pasaba por unirse a la lucha del ejército británico en Europa. Así se contribuiría a la guerra contra los nazis y a dar a miles de hombres judíos jóvenes una valiosa experiencia militar en las filas de un gran ejército moderno. Ben Gurión, hábil político además de estadista, tampoco se fiaba de la orientación política del Palmaj. Fuera como fuere, las unidades del Palmaj permanecieron principalmente ancladas en los kibutz, dividiendo su tiempo entre el trabajo y la instrucción. Fue así como una comunidad que andaba muy corta de recursos económicos se las arregló para mantener una fuerza militar permanente.

Rabin fue enviado al primer curso de jefes de escuadra del Palmaj, bajo las órdenes de Alón, un hombre apuesto y carismático apenas unos años mayor que él. Natural de Kfar Tabor, un asentamiento agrícola a los pies del monte Tabor, Alón había sido miembro del kibutz Guinosar, a orillas del lago Tiberíades, y, al igual que Rabin, se había graduado en el Instituto Kadoorie. Ahí nació una de las relaciones más importantes que tendría Rabin durante sus primeros años de carrera militar, pues Alón fue el responsable de su rápido ascenso: fue el descubridor del talento de Rabin y el cultivador de su figura como militar, y también quien lo convirtió en su oficial de operaciones (es decir, en su segundo a todos los efectos). En 1942, Rabin fue nombrado instructor y, luego, ascendido a jefe de pelotón. Uno de los que fueron jefes de pelotón al mismo tiempo que él recordaba años más tarde que Rabin se caracterizaba por su «original forma de pensar», propia de alguien «que no se atascaba en patrones convencionales, que se hacía preguntas, que reflexionaba sobre las cosas, que planteaba temas que no todos estaban dispuestos a aceptar, que desestimaba y restaba importancia a quienes eran populares y conocidos, y cultivaba en su lugar la amistad de aquellas personas que lo entendían y se avenían con él. En general, era un joven serio y un mando militar muy serio también que hacía bien su trabajo, aunque no se le consideraba nada fuera de lo común».8

En 1944, el Palmaj se transformó y pasó de ser una organización constituida en compañías a otra erigida sobre batallones. Rabin fue ascendido a instructor de batallón, lo que en la práctica equivalía a ejercer de subcomandante de batallón; en 1945, dirigió un importante curso para jefes de escuadra. Ese fue el puesto en el que Rabin comenzó a distinguirse como militar. Su profundo conocimiento de las cuestiones castrenses y del ejercicio del mando, y su talento para la instrucción, convirtieron aquel curso en una experiencia memorable para muchos. Al mismo tiempo, el curso contribuyó a acrecentar la reputación de Rabin. Uno de los graduados dijo que había sido el curso militar más relevante al que había asistido en toda su carrera, ni siquiera superado por una estancia en la prestigiosa École de Guerre francesa.

En 1945, Rabin vivió su primera experiencia como comandante de una operación militar a gran escala. En los primeros años, la actividad del Palmaj se había basado en colaborar con los británicos contra una posible invasión alemana. Cuando ese peligro desapareció, la colaboración terminó. Los británicos se convirtieron en rivales, cuando no en enemigos, y el Palmaj comenzó a dirigir sus operaciones contra ellos. La inmigración judía ilegal en Palestina era en aquel entonces un importante punto de enfrentamiento entre el Yishuv y las autoridades británicas. Para el Yishuv, la idea de que Gran Bretaña negara el acceso a aquellas tierras a supervivientes del Holocausto en Europa resultaba abominable. Para los británicos, esa era la política que debían seguir si querían mantener su papel de árbitro del conflicto entre judíos y árabes en Palestina. Los inmigrantes ilegales apresados en barcos que llegaban a tierras palestinas eran conducidos a un campo de internamiento de Atlit, al sur de Haifa. El cuartel general de la Haganá ordenó al Palmaj asaltar dicho campo, liberar a los allí detenidos y distribuirlos luego por varios pueblos judíos. El comandante de batallón Nahum Sarig estaba al mando de la operación, y Rabin era uno de sus adjuntos. La misión fue un éxito. Para la siguiente, Rabin y sus hombres recibieron la orden de hacer volar varias líneas férreas británicas, lo que llevaron a cabo sin sufrir baja alguna. Estaba previsto que su tercera operación fuese un ataque contra la comisaría de la policía británica de la localidad de Yenín. Para entonces, la colaboración con los británicos había dejado paso a una hostilidad abierta, pues los antiguos aliados en la guerra contra la Alemania nazi habían pasado a ser considerados no solo unos defensores de los árabes palestinos, sino también un obstáculo para la creación de un Estado judío en esas tierras. Pero Rabin resultó herido en un accidente de moto y pasó meses postrado en cama. Mientras se recuperaba, escribió con frecuencia a su hermana, Raquel, quien había ingresado joven en el kibutz Manara, en la frontera libanesa, donde todavía vive en la actualidad. Las cartas que Rabin le dirigió reflejan la cálida relación que mantenían y revelan una faceta desenfadada, humorística incluso, que solo compartía con su círculo más íntimo y que contrastaba con esa imagen suya a menudo más seria y áspera. El 17 de enero de 1946 escribió: «Puesto que mi “limitado” tiempo está en estos momentos racionalmente dividido entre la inactividad total y la inactividad a medias, he encontrado por fin un rato para escribir la obra literaria que tienes ahora ante ti. Para empezar, tengo que reproducir algunos detalles del objeto principal, que no es otro que mi gloriosa pierna envuelta en una escayola, una de las creaciones del honorable Dr. Pizer». En otra carta, Rabin parodiaba el estilo bíblico; otra terminaba con la firma «Tu hermano cojo».

El 29 de junio de 1946, día que pasó a formar parte de la historia israelí con el sobrenombre de Sábado Negro, las autoridades británicas arrestaron a miles de mandos de la Haganá y de dirigentes del Yishuv, y los internaron en un campo de detención de Rafah, en el Sinaí septentrional. Rabin, todavía escayolado, se hallaba entre los detenidos y pasó varios meses bajo arresto, durante los que siguió recibiendo tratamiento para la pierna herida. Al escritor israelí Natan Shajam, miembro del Palmaj y también arrestado entonces, le llamó la atención la presencia grave e imponente de Rabin. Así dejó constancia de su primer encuentro con Rabin en Rafah:

El asombro que [Rabin] me inspiró la primera vez que me encontré con él no decayó con el tiempo, al ir conociéndolo mejor. A pesar de que no me gustaban ni la ordinariez de su lengua (involuntariamente insultante), ni ese movimiento de desdén con la mano (que, a veces, se hacía incluso más ofensivo que las palabras mismas), y pese a que estaba rotundamente en contra de algunas de sus declaraciones públicas, en todos estos años nunca ha disminuido el respeto que siento por él. Su honestidad compensaba todos sus defectos. [...] La primera vez que lo vi [fue] en el campo de detención de Rafah. [...] Yo estaba de pie, tras la valla, para encontrarme allí con un alto mando de seguridad que estaba detenido en el otro campo. [...] Junto a él apareció cojeando un joven de pelo rubio con la pierna escayolada. [...] Me sentí incómodo ante la mirada fija de aquel joven desconocido. [...] Su severa mirada me indujo a hablar con brevedad e ir directo al grano. Luego me dijeron que aquel era Isaac Rabin, un joven comandante cuya reputación lo precedía. Yo no era ningún inocentón impresionable, [...] pero, aun así, la gravedad de aquel muchacho rubio de ojos azules me impactó. [...] No dijo ni una palabra; solo fijó aquella mirada fría en mí: no exactamente en mi rostro, sino más bien en algún punto ligeramente a la derecha de mi oreja derecha. [...] El caso es que, cuando miró tan fijamente hacia ese punto situado al lado de mi oreja derecha —que era adonde siempre miraba cuando escuchaba a los demás, salvo que se hubiera convencido ya de que su interlocutor había hablado demasiado, en cuyo caso se lo hacía saber muy a las claras y sin palabras, fulminándolo con esa mirada suya—, consiguió (o eso me pareció a mí) leerme como un libro abierto y descubrir en mí cierta frivolidad que impedía que él y yo pudiéramos ser amigos. Los hombres de acción no entablan amistad con personas de imaginación, que se limitan a contemplar las experiencias de aquellos desde fuera.9

Al acabar 1946, tras cinco meses de detención, Rabin fue liberado de Rafah cuando los británicos decidieron poner fin a esa fase de su conflicto con la dirección del Yishuv. Rabin fue nombrado comandante del segundo regimiento del Palmaj, dentro de la estrategia de expansión del propio Palmaj como parte de los preparativos del Yishuv para la colisión con los árabes palestinos y con los Estados árabes, que se preveía inevitable. Ben Gurión creó la cartera ministerial de Seguridad dentro de la Agencia Judía y se convirtió en el virtual ministro de Defensa del Yishuv. Había llegado a la conclusión, años antes, de que la instauración de un Estado judío en Palestina implicaría ir a la guerra contra los palestinos y que los Estados árabes se involucrarían en la contienda. Así que asumió la cartera de Defensa para preparar ese conflicto bélico; los preparativos avanzaban a un ritmo vertiginoso. Ese esfuerzo puso de relieve la tensión existente entre los mandos del Palmaj y los oficiales que habían regresado tras prestar servicio en el ejército británico. La tradición del Palmaj ponía especial énfasis en el combatiente individual y en la espontaneidad, mientras que la tradición de la Brigada Judía de las fuerzas armadas británicas hacía hincapié en los procedimientos previa y debidamente ensayados. Ben Gurión simpatizaba con la tradición británica. Desdeñaba el (para él escaso) valor militar del Palmaj y recelaba de la afiliación de este con sus rivales del movimiento laborista y de los kibutz. Estas tensiones continuaron siendo importantes durante la guerra de 1948 y en los momentos posteriores. Hasta entrada la década de los cincuenta, Ben Gurión no perdió ninguna ocasión para favorecer el ascenso de oficiales procedentes del ejército británico (y otras fuerzas armadas regulares) y para retrasar el de los oficiales del Palmaj. A los oficiales del Palmaj que habían permanecido en las FDI no les llegaría el turno de asumir el papel director principal de estas hasta unos años después, ya entrada la década de los sesenta.

Rabin no se quedó en el rango de comandante de batallón mucho tiempo. Alón, que tenía en muy alta estima las aptitudes de Rabin como estratega militar y como oficial de Estado Mayor, se lo llevó consigo al cuartel general del Palmaj en calidad de oficial de operaciones y de adjunto suyo. El comandante primero del Palmaj era Isaac Sadeh, una figura heroica y de más edad que contaba con experiencia militar rusa. Pero los dirigentes políticos preferían que fuese Alón quien actuase como jefe del Palmaj y optaron por mantener a Sadeh como comandante de campaña. En el cuartel general del Palmaj, la responsabilidad principal de Rabin a finales de 1947 y principios de 1948 era planificar los convoyes de suministros civiles y militares que se desplazaban por la sinuosa carretera que cruzaba las colinas de Judea, elevándose desde la llanura costera hasta Jerusalén y otros núcleos y pueblos judíos asediados. Esa seguiría siendo la responsabilidad de Rabin hasta su nombramiento como comandante de la Brigada Harel del Palmaj. Proteger los convoyes significaba defenderlos, pero también procurar tomar las zonas y las localidades por las que tenían que cruzar en su ruta hasta Jerusalén. También hubo momentos en que la brigada de Rabin fue enviada a esta última ciudad para que participara en la batalla por su control.

La guerra de la Independencia de Israel sería un hito que marcaría la carrera política de Rabin y uno de los periodos que moldearían su vida posterior, pues lo catapultó desde la categoría de oficial de rango medio en el Palmaj hasta convertirlo en uno de los más conocidos altos oficiales de las FDI. Rabin tomó parte en algunas de las campañas más difíciles e importantes de una guerra que le aportaría una gran experiencia militar y política. Los combates en Jerusalén y, en particular, en la ruta de acceso a la ciudad, donde su brigada sufrió un elevado número de bajas, tendrían un profundo y duradero impacto en aquel joven oficial.

La guerra de la Independencia duró más de un año y supuso un esfuerzo difícil y costoso. El Yishuv perdió en ella a un 1% de su población: 6000 personas de un total de 600000. Hubo momentos, sobre todo a comienzos de la primavera de 1948, en que dio la impresión de que el bando judío estaba a punto de perder la contienda. Aquella guerra civil en Palestina estalló oficialmente a raíz de la Resolución para la Partición aprobada por la ONU el 29 de noviembre de 1947, pero la violencia había comenzado ya con anterioridad a esa fecha. La guerra civil entre las comunidades judía y árabe duró desde noviembre de 1947 hasta el 15 de mayo de 1948. Durante esa primera fase, las partidas de tropas irregulares palestinas y de árabes voluntarios se centraron en atacar asentamientos judíos aislados y en lanzar emboscadas contra el tráfico judío de personas y suministros. Se puso especial empeño en bloquear la carretera de acceso a Jerusalén. El Plan de Partición preveía que Jerusalén tuviera estatus de ciudad internacional, pero ambos bandos se emplearon a fondo en intentar hacerse con el control de la histórica localidad, pues comprendieron a la perfección que ahí radicaba la clave del futuro del país. Bloquear la carretera hacia Jerusalén les resultó relativamente fácil a los palestinos, pues controlaban los altos de las colinas que dominaban el lecho fluvial vacío por el que discurría la serpenteante carretera. Conseguir refuerzos y suministros para la ciudad asediada representaba un desafío de primer orden para los dirigentes políticos y militares del Yishuv, y el trabajo de Rabin en el cuartel general del Palmaj consistía en planificar esos convoyes. El 15 de abril de 1948 fue nombrado comandante de la nueva Brigada Harel (que no era propiamente una brigada, pues estaba formada por dos batallones en vez de tres). Durante los dos meses siguientes, Rabin y sus hombres combatieron en algunas de las más feroces batallas de aquella guerra.

Fueron misiones imponentes y peligrosas para Rabin y sus hombres, y lo fueron por la virulencia de la guerra en sí, pero también por las dificultades planteadas por el politiqueo interno en las fuerzas armadas. Hubo que lidiar con líderes hostiles y con discordancias presentes dentro y fuera del propio ámbito militar. Durante aquellas arduas semanas, Rabin llegó a cuestionarse en varias ocasiones la idoneidad de las órdenes que se le iban transmitiendo.

Uno de los comandantes de los dos batallones de Rabin, Yosef «Yosef’le» Tabenkin —hijo de Isaac Tabenkin, líder de Hakibutz Hameujad y de Ajdut Haavodá (una de las facciones políticas del movimiento laborista), y uno de los potentados del movimiento de los kibutz—, se consideraba superior a Rabin y se negó a aceptar su autoridad.10 Rabin y Tabenkin ya habían chocado en el pasado y, de hecho, los dirigentes habían nombrado a Rabin para el puesto, en parte porque ya sabían que no se llevaba bien con Tabenkin. Pero Tabenkin simplemente rehusaba obedecer las órdenes y las instrucciones de Rabin, de modo que su regimiento actuaba por su propia cuenta la mayoría de las veces y no como una unidad de la Brigada Harel. Ese fue uno de los motivos por los que dicha brigada no fue empleada como si de una única entidad propiamente dicha se tratara, sino como una serie de unidades más pequeñas. En Jerusalén, la Brigada Harel recibió el encargo de prestar apoyo a las acciones de la Brigada Etzioni, comandada por David Shaltiel, otro mando militar difícil de controlar cuyas aptitudes castrenses eran bastante cuestionables. Tampoco había que olvidar el problemático factor de que, hasta el momento en que abandonó Jerusalén el 15 de mayo, el ejército británico obstruyó las acciones de las FDI en varias ocasiones. Y a partir de ese día, el ejército jordano, la Legión Árabe, se incorporó a la contienda. Era el mejor ejército árabe de aquel momento y el rey Abdalá de Jordania estaba decidido a reclamar como suya toda la parte de Jerusalén que sus tropas pudieran ocupar.

Rabin y sus hombres tuvieron éxito en su misión en lo que se refiere a la parte sur de Jerusalén, pero no tanto en la parte norte ni en los accesos a esta. Shaltiel presionó a Rabin para que le prestara apoyo en su campaña para salvar el barrio judío de la Ciudad Vieja de Jerusalén. Rabin pensaba que el plan de Shaltiel era totalmente equivocado, pero como comandante compañero de filas no podía negarse a atender tal petición. Así que los hombres de Rabin, pese a su desacuerdo con la idea, participaron en la intentona de Shaltiel. La misión fracasó estrepitosamente. Los combatientes de la Harel se retiraron del barrio judío, que, finalmente, se rindió a la Legión Árabe jordana. El episodio se convertiría en raíz de una fuerte controversia entre Rabin y Shaltiel, y dejaría una cicatriz permanente en Rabin.

La Brigada Harel tuvo que pagar un precio atrozmente alto por los combates en la carretera hacia Jerusalén: el índice de bajas fue del 50%. Los hombres de Rabin quedaron apabullados y conmocionados por la situación. Uno de aquellos soldados, el novelista Yoram Kaniuk, escribiría en su novela 1948 que «antes de partir para la batalla, decíamos a los líderes de los kibutz que fueran cavando tumbas cuanto antes, porque pronto estaríamos allí de vuelta».11 Tan aturdidos estaban los combatientes de la Harel que cuando, el 14 de mayo de 1948, «una antigua radio del kibutz Maaleh HaHamisha, situado a unos pocos kilómetros de Jerusalén, nos trajo la voz de Ben Gurión —escribiría Rabin en sus memorias— proclamando la fundación del Estado de Israel, a nuestras agotadas tropas les costó mucho captar la trascendencia de aquellas palabras suyas. Un soldado, que estaba acurrucado en el rincón en un estado de absoluta extenuación, abrió un ojo adormilado y suplicó: “Eh, chicos, apagad eso. Me muero por dormir un poco. Ya oiremos todas esas bonitas palabras mañana”. [...] Ninguno de nosotros habría soñado jamás que así sería como recibiríamos el nacimiento de nuestro Estado».12

Rabin salió de la batalla por Jerusalén más experimentado, pero también más dolido. Como escribió en sus memorias, no podía entender por qué los dirigentes del Yishuv no se habían preparado antes y mejor para aquella guerra inevitable: «Ese [el 20 de mayo de 1948] fue para mí un día amargo, un día de examen de conciencia. Durante el periodo de los convoyes, en las jornadas de feroces combates en Jerusalén, antes y después de la invasión de los ejércitos árabes regulares, me acuciaba la pregunta de por qué aquella guerra nos había cogido tan mal preparados. ¿Era necesario?».13

En vísperas de la primera tregua, el 11 de junio de 1948, Alón asignó una nueva misión a Rabin. A Alón y al coronel voluntario estadounidense Mickey Marcus (cuyo verdadero apellido era Stone) los pusieron al mando de una fuerza relativamente numerosa bajo órdenes directas de Ben Gurión de proteger la carretera hacia Jerusalén. El objetivo era controlar posiciones clave más lejanas de la ciudad, como la localidad Palestina de Ramala y el bastión de Latrún.14

Ben Gurión había asignado una importancia primordial al control judío de Jerusalén y de las carreteras de acceso a la ciudad desde el principio mismo de la guerra, así que, antes de la tregua, quería asegurarse de que Israel disponía de libre acceso a la ciudad. Latrún era un punto clave en la carretera de Tel Aviv a Jerusalén; los intentos previos de las FDI por conquistar aquella localidad habían fracasado y tomarla se había convertido en una obsesión para Ben Gurión. El 10 de junio, Alón y Marcus habían llegado ya a la conclusión de que sus fuerzas estaban agotadas y no se hallaban en disposición de atacar Latrún. Para entonces, también estaban al tanto de que se había descubierto una ruta alternativa para acceder a Jerusalén, la llamada «carretera de Birmania», y que las FDI la estaban adecuando para su posterior uso. Aquellos dos altos oficiales temían enfrentarse directamente a Ben Gurión dándole en persona la noticia de que ni podían ni querían lanzar otro ataque sobre Latrún, así que pidieron a Rabin que lo hiciera por ellos. Rabin sabía perfectamente que se expondría así a las iras del Viejo, como fue finalmente el caso. Ben Gurión se enfadó tanto que incluso dijo al joven Rabin que «Yigal Alón se merecía que lo fusilasen».

Cuando el coronel Stone falleció en un trágico incidente a causa de los disparos de un soldado de guardia de las FDI que lo había confundido con un intruso, Rabin pasó a ser el adjunto de Alón y su jefe de operaciones. El periodo de la primera tregua se aprovechó para planificar la fase siguiente de la campaña dirigida a asegurarse el control de la carretera a Jerusalén y el área situada entre dicha ciudad y Tel Aviv. Al alto mando de las FDI le preocupaba la posibilidad de que el ejército jordano lanzara una ofensiva para abrirse paso a lo largo de esa zona y amenazar así tanto Tel Aviv como el área costera. Pero la planificación y la preparación durante esas semanas se vieron ensombrecidas por dos inoportunos problemas políticos en los que Rabin tuvo una implicación directa.

Uno de ellos fue el incidente del Altalena. El Altalena fue un barco enviado a Israel desde Francia por el Irgún, o Étzel, acrónimo de Irgun Tzevai Leumi, la derecha clandestina afiliada al movimiento revisionista y liderada por Menájem Beguin. Iba cargado de armas proporcionadas por el gobierno francés. Los franceses se decidieron a apoyar a esa organización derechista para así debilitar el componente izquierdista de la dirección política israelí, y también para respaldar las acciones militares del Irgún en Jerusalén con el fin de desgastar la posición de Abdalá, en quien París veía a un mero agente de los británicos. El Irgún se había disuelto a raíz de la fundación del Estado de Israel, pero no lo había hecho su delegación en Jerusalén, que, recordemos, había sido declarada ciudad internacional por el Plan de Partición. El Altalena arribó a las costas israelíes, al norte de Tel Aviv, el 20 de junio, y atracó en la propia Tel Aviv el 22 de junio, en las inmediaciones del hotel Ritz, sede del cuartel general del Palmaj. Ben Gurión exigió la rendición total de los combatientes que iban a bordo. Tenía la firme convicción de que para que Israel sobreviviera, nadie debía impugnar la autoridad del Estado, lo que significaba que no podían tolerarse bajo ningún concepto ejércitos ni milicias privadas. Son muchos los detalles del caso Altalena que todavía son objeto de controversia hoy en día, pero de lo que no hay duda es de que los hombres del Irgún que viajaban a bordo desembarcaron y que, en ese momento, se inició un enfrentamiento entre ellos y la pequeña fuerza que estaba destinada en el cuartel general del Palmaj. La posibilidad de una guerra civil judía se volvió tan real como aterradora. Rabin estaba aquel día en la mencionada sede del Palmaj visitando a su novia, Leah. Al ser el oficial de más alto rango allí presente, tomó el mando de la respuesta armada contra los hombres del Irgún. Al final, el papel de Rabin en el incidente del Altalena fue bastante menor y se limitó a los combates que se libraron en la playa; los papeles protagonistas de verdad los interpretaron Ben Gurión y Alón. Ben Gurión ordenó el bombardeo del navío por parte de la artillería de las FDI, que lo hundieron. Él mismo se referiría con orgullo a aquella acción bautizando el cañón que había hundido el Altalena como «Cañón [por “Canon”] Sagrado».* Por su parte, a Alón se le encomendó el mando de la operación general contra el Irgún en el área de Tel Aviv en los días posteriores a los combates en la playa.

Durante las décadas siguientes, el episodio del Altalena no dejó de ser un controvertido punto de tensión entre la derecha y la izquierda en la política israelí. En un peculiar giro de los acontecimientos, la relación de Ben Gurión con el líder del Irgún, Beguin, mejoraría a partir de 1967. En junio de ese año, Beguin y su partido se integraron en un gobierno de unidad nacional del que siguieron formando parte hasta el verano de 1970, lo que normalizó su presencia en la escena política israelí. El propio Ben Gurión se había retirado ya para entonces y situado por encima de las pugnas y las cuitas del día a día político de Israel. Gracias a ello, la mitología de la derecha redujo sensiblemente el papel de Ben Gurión en el incidente y su responsabilidad en el hundimiento del Altalena se hizo recaer en otros protagonistas: primero en Israel Galili y más tarde, a mediados de la década de los noventa (cuando la derecha israelí estaba demonizando a Rabin por haber firmado los Acuerdos de Oslo), pasó a aumentar la larga lista de «pecados» de Rabin.

Rabin tuvo una implicación menos directa en un segundo gran conflicto político de aquel periodo. Todo comenzó con una disputa en torno al nombramiento de un comandante para el Frente Central, considerado el frente crucial de la siguiente fase de los combates de la guerra. El problema subyacente seguía siendo la actitud hostil de Ben Gurión hacia el Palmaj. El alto mando de las FDI quería que Alón fuese ese comandante. Desde su nacimiento, el Palmaj había estado afiliado al Hakibutz Hameujad y al Ajdut Haavodá, y el líder de esta facción, Isaac Tabenkin, era rival de Ben Gurión. El Ajdut Haavodá se unió al Hashomer Hatzair en enero de 1948 para crear el Mapam, acrónimo del nombre en hebreo del Partido de los Obreros Unidos. El Hashomer Hatzair era un movimiento sionista marxista, mientras que el Ajdut Haavodá conjugaba el socialismo con el nacionalismo israelí. Ben Gurión recelaba mucho de ese Partido de los Obreros Unidos, un movimiento político prosoviético, y consideraba que el Palmaj venía a ser una especie de ejército privado del mismo. Ben Gurión respetaba las aptitudes militares y de liderazgo de Alón, pero no sentía el mismo aprecio ni por su ambición ni por su carácter. El candidato favorito de Ben Gurión, Mordecái Maklef, había servido en el ejército británico. Cuando Ben Gurión, enfrentándose a los dirigentes de las FDI, insistió en nombrar a su preferido para dirigir el Mando Central, varios generales decidieron presentar su dimisión. Se nombró entonces una comisión de mediación formada por cinco miembros del gabinete. Aquel comité, que celebró sus sesiones del 3 al 6 de julio e hizo comparecer ante sí a varios testigos —Rabin entre ellos—, entendió que su mandato lo facultaba para investigar mucho más que la cuestión de la relación entre Ben Gurión y Alón. En su interrogatorio a Rabin, por ejemplo, se centró en la malograda defensa de la Ciudad Vieja, y Rabin aprovechó la oportunidad para quejarse de la decisión tomada en su momento de acabar con el mando único para las operaciones militares en Jerusalén: «Creo que, al inicio de la operación, había un mando único, en él estaba Isaac Sadeh, era el jefe del “Estado Mayor jebuseo”. En todo caso, ese mando [...] creo que era importante en aquel entonces. Yo no era quién para exigir que tanto el mando que estaba por encima de mí como Shaltiel fueran apartados. Pero creo que fue un error dar poder a David Shaltiel y concederle la autoridad para emitir órdenes, pues él quedaba así como único responsable de la ciudad. Si hubo fallos militares es difícil de decir, porque si se dice algo, hay que demostrarlo y, para ello, habría que analizar la cuestión de la defensa de Jerusalén en su totalidad».15 Rabin creía que la importancia del episodio radicaba en cómo había exacerbado las tensiones y la desconfianza entre Ben Gurión y el Palmaj, y en las sombras que había arrojado sobre los altos mandos de este último. Como adjunto y protegido de Alón, Rabin no pudo evitar verse afectado por la actitud negativa de Ben Gurión hacia su protector, por lo que su progresión en las FDI se retrasó en 1948 y en años posteriores.

En cualquier caso, dos decisiones cruciales se habían tomado ya para cuando se reemprendieron los combates al término de la primera tregua, el 11 de julio de 1948: concentrar los mayores esfuerzos de las FDI en su Mando Central, en vez de en el sur, y confiar el mando de la operación a Alón. La operación recibió el nombre en clave LRLR (Lod-Ramla-Latrún-Ramala), aunque posteriormente se la conoció como Operación Danny. Tenía que llevarse a cabo en dos fases: la primera consistía en la conquista de Lod y Ramla, a fin de consolidar el control del recién creado Estado sobre el centro del país; la segunda era la conquista de Latrún y Ramala, dirigida a asegurar el control de la carretera a Jerusalén. La primera parte de la operación se completó con éxito y dos aspectos de esta quedaron grabados en la memoria colectiva de Israel. Uno fue la audaz incursión de Dayán, que facilitó la toma de Lod, un hecho que contribuyó a cimentar su reputación de comandante de campaña brillante y poco convencional. El otro fue la expulsión a gran escala de población civil árabe.

La cuestión de la expulsión ha planeado posteriormente sobre todos los debates historiográficos y políticos que analizaban el lado positivo y negativo de la guerra de 1948 y el grado de rectitud moral de Israel. Como alto oficial del Estado Mayor, Rabin no estuvo directamente implicado en los combates, pero sí influyó en la expulsión. De ello escribió con bastante franqueza en sus memorias, concretamente en una sección del libro que fue censurada en 1979 por el comité ministerial encargado de inspeccionar las memorias y los relatos de hechos históricos escritos por funcionarios públicos. Sin embargo, el traductor inglés del libro, Peretz Kidron, era un activista de la izquierda radical que filtró los pasajes censurados a la prensa internacional:

Mientras se libraban los combates, tuvimos que afrontar un problema complicado [...]: el destino de la población civil de Lod y Ramla, unos 50 000 habitantes en total. Ni siquiera Ben Gurión ofreció solución alguna; durante los debates sobre el tema en el cuartel general de operaciones, él guardó silencio, como era su costumbre en tales situaciones. Era evidente que no podíamos dejar a la población hostil y armada de Lod instalada en nuestra retaguardia, donde podía poner en peligro nuestra ruta de suministros hacia la (Brigada) Yiftah, que avanzaba hacia el este. Salimos y Ben Gurión nos acompañó. Alón reiteró su pregunta: «¿Qué hacemos con la población?». Ben Gurión gesticuló con la mano y dijo: «Echadlos».

Alón y yo consultamos un rato entre nosotros. Yo estuve de acuerdo en que era imprescindible echar a aquellos habitantes de allí. Los condujimos a pie hacia la carretera de Bet Horón, considerando que la Legión [jordana] se sentiría obligada a ocuparse de ellos.

«Echar» es un verbo que tiene una connotación ciertamente dura. Desde el punto de vista psicológico, aquella fue una de las acciones que más nos costó emprender.16

El incidente de Lod marcaría así un hito en el debate sobre la cuestión de los refugiados palestinos. Unos treinta años más tarde, el escritor israelí Ari Shavit otorgaría una dimensión casi épica a la suerte corrida por Lod: «Lod es nuestra caja negra. Dentro de ella yace el oscuro secreto del sionismo. La verdad es que el sionismo no podía tolerar Lod. [...] Para que el sionismo pudiera existir, Lod no podía existir. Para que Lod existiera, el sionismo no podía existir. Visto con la perspectiva que da el tiempo, queda totalmente claro».17

Sea cual sea la perspectiva que sobre aquellos hechos adoptemos en esta segunda década del siglo XXI, sin lugar a dudas estará muy lejos de las consideraciones que los líderes políticos y militares se vieron obligados a tener en cuenta en julio de 1948, cuando debatieron la cuestión de la población civil de Lod y Ramla.18

La segunda parte de la Operación Danny se saldó con un fracaso: tanto Latrún como Ramala permanecieron bajo control jordano y siguieron formando parte de Cisjordania hasta 1967. Pero la operación consolidó la relación entre Alón y su jefe de operaciones (y virtual segundo en el mando) Rabin. Según la describe la biógrafa de Alón, «aquí la combinación entre él [Alón] y Rabin fue ideal. Alón aportaba su liderazgo, su optimismo inagotable, la seguridad que irradiaba y su audacia planificadora. Rabin, por su parte, era quien convertía las ideas en planes operativos, detallados y precisos, que calculaban riesgos frente a posibilidades. Juntos formaban un equipo ganador. Para los soldados, Alón era el gran líder militar por quien estaban dispuestos a hacer un esfuerzo adicional. Rabin era un excelente número dos, aunque carecía de las cualidades que convertían a Yigal en objeto de admiración de sus soldados».19