Jorge Ricardo Masetti. El Comandante Segundo - Conchita Dumois - E-Book

Jorge Ricardo Masetti. El Comandante Segundo E-Book

Conchita Dumois

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Beschreibung

En abril de 1958, Jorge Ricardo Masetti, joven periodista argentino, atraído por la lucha guerrillera, logró trasladarse a la Sierra Maestra. Allí entrevistó a Fidel y al Che. A partir de ese momento, su vida quedaría ligada a la Revolución Cubana. Fundador y primer director de la agencia Prensa Latina, Masetti devino en 1963 el Comandante Segundo, jefe escogido para abrir un frente en la región de Salta, Argentina, como vanguardia del Ejército Guerrillero del Pueblo que debía encabezar el Che.

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Seitenzahl: 463

Veröffentlichungsjahr: 2023

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Edición:Sergio Ravelo López

Diseño de cubierta: Eugenio Sagués

Diseño interior y realización computarizada: Norma Ramírez Vega

© Conchita Dumois y Gabriel Molina Franchossi, 2012

© Sobre la presente edición: Editorial Capitán San Luis, 2012

ISBN: 9789592115880

Editorial Capitán San Luis, Calle 38, No. 4717 entre 40 y 42, Playa, La Habana, Cuba

[email protected]

Sin la autorización previa de esta Editorial, queda terminantemente prohibida la reproducción parcial o total de esta obra, incluido el diseño de cubierta, o transmisión de cualquier forma o por cualquier medio. Quedan rigurosamente prohibidas, sin la autorización escrita de los titulares del Copyright, bajo la sanción establecida en las leyes, la reproducción parcial o total de esta obra por cualquier medio o procedimiento, comprendidos la reprografía y el tratamiento informático, y la distribución de ejemplares de ella mediante alquiler o préstamo público. Si precisa obtener licencia de reproducción para algún fragmento en formato digital diríjase a CEDRO (Centro Español de Derechos Reprográficos, www.cedro.org) o entre la web www.conlicencia.com EDHASA C/ Diputació, 262, 2º 1ª, 08007 Barcelona. Tel. 93 494 97 20 España.

El Che y Masetti entregaron sus vidas

a sus sueños de revolucionarios

y lograron que sus gritos de guerra

llegaran hasta muchos oídos receptivos.

A: El Che, Fidel y Raúl, inspiradores de esta gesta.

A: Los heroicos combatientes sobrevivientes de Salta.

A: Mayté, Gabriel, Karen, Ingrid, Laura y María Laura, nuestra descendencia.

Agradecimientos

En primer término, a Conchita Dumois, coautora, alma y luz de esta idea, quien falleció repentinamente a punto de hacerla realidad, en mucho por la pasión con que se dedicó a concebirlay tributar así un digno homenaje a Jorge Ricardo Masetti enel 80 aniversario de su nacimiento y al medio siglo de creación de Prensa Latina, de la cual fue su fundador.

A los únicos cubanos en la actualidad sobrevivientes de aquellagesta: General de cuerpo de ejército Abelardo Colomé Ibarra y capitán Alberto Castellanos, por su imprescindible contribución.

A todos aquellos que prestaron sus inapreciables testimonios, sin los cuales hubiese sido casi imposible narrar estos hechos. Ellos son: el general de cuerpo de Ejército Abelardo Colomé Ibarra; Gabriel García Márquez; los comandantes Dr. Oscar Fernández Mell, Jorge Serguera, Gilberto Smith, fallecidos antes que viera la luz esta obra y Guillermo Jiménez; los capitanesAlberto Castellanos y Antonio Llibre; Carlos Amat, Juan Marrero, Ulises Estrada, Juan Carretero y el Dr. Julio Tejas.

Por la decisiva ayuda para localizar y obtener las ilustraciones, documentos e informaciones, a la Agencia Prensa Latina, en particular a su entonces director, Frank González, a Iraida Rubí y José Dos Santos; al director del diarioGranma,LázaroBarredo, a Delfín Xiqués y todo su equipo del Centro de Documentación; al director de revistaBohemia,José Fernández, y sus compañeras de Documentación; a la jefa de redacción de la Editorial Capitán San Luis, Martha Pon; al director de la Oficina de Asuntos Históricos del Consejo de Estado, Eugenio Suárez, y sus colaboradores; a la directora de la Fundación del Nuevo Cine Latinoamericano, Alquimia Peña, y su asistente Lisbet; a Otto Hernández, por su contribución para acceder a valiosos mapas y otros datos indispensables.

Y por último —aunque encomiables por cuanto significan— a Anne-Marie García y Mercedes Barcha, en reconocimiento al aliento y al aporte espiritual y material prestados.

Prólogo

Nuestro país tiene una deuda perenne con Argentina. Como si con el Che no bastase, pocos años después nos envió, además, a otro argentino-cubano, Jorge Ricardo Masetti, quien, arribado como periodista, retornaría como guerrillero a su tierra natal para cerrar una espiral ascendente en su vida de revolucionario.

A finales de marzo de 1958 el diezmado grupo de sobrevivientes del naufragio del Granma ocurrido dieciséis meses atrás, había conseguido dominar la agreste región en comunión con el campesinado, la Columna Nº 1 se había desarrollado hasta clonarse en dos frentes guerrilleros más y las batallas contra la dictadura no solo se libraban en este escenario montañoso, sino también en el del Escambray, en las calles de La Habana, en las de Santiago de Cuba y en las del resto de las localidades del país. La figura de Fidel comenzaba a proyectarse entre disímiles entornos del Continente, perfilándose con un liderazgo heterodoxo no habitual dentro de la atmósfera opresiva y el discurso convencional reinante por aquel entonces.

Fue por esta época que Masetti iniciaría su ininterrumpido idilio con la Revolución Cubana. Entonces se desempeñaba como periodista de Radio El Mundo en la capital bonaerense en condiciones muy diferentes a las amenazantes que primaban en la lejana isla caribeña, pero, sacudido por la gesta de los guerrilleros de la Sierra Maestra, no dudó en trasladarse hacia aquellos inhóspitos parajes con el propósito de entrevistar a Fidel y a su coterráneo Guevara. Sin la menor vacilación se armó de una vieja grabadora, de unos cuadernos de notas, muchos lápices y una férrea decisión para entrar a la historia de su tiempo. Desde entonces, por voluntad propia uniría su destino al de la Revolución de su patria adoptiva, a la par que se encomendaría a encaminar la de América Latina, presupuestos complementarios ambos de una misma filosofía.

Nada describe mejor el material del que estaba hecho el argentino que su respuesta a lo sucedido con la suerte ocurrida al reportaje y las entrevistas realizadas a Fidel y Che en aquella ocasión, narrado en el capítulo IV de este libro. Tras un mes de permanencia en territorio rebelde y haber sorteado todas las intimidaciones y peligros para regresar a su Buenos Aires una vez alcanzada La Habana, aquí se enteraría de que la emisora para la cual trabajaba no había recibido nada de su riesgoso trabajo. No lo pensó de nuevo. Regresó a la Sierra Maestra a recoger sus grabaciones y a realizar otras nuevas. En esos días, Carlos Bastida, un periodista ecuatoriano con quien había coincidido en la Sierra, había sido asesinado a mansalva en las calles de La Habana por la policía del régimen y Enrique Meneses, periodista español radicado en París, era torturado inmisericordemente a la usanza de la dictadura en una de sus ergástulas.

En los primeros días de enero de 1959 regresaría a La Habana, ya sin asesinos uniformados ni torturadores infrahumanos. El Che lo había reclamado, lo necesitaba para lo que se avecinaba. En Cuba, en la efervescencia revolucionaria de 1959, como el pez en su agua Masetti encontraría el medio propicio, su medio, para desplegar todo su talento de consumado periodista ejercitado desde los dieciséis años en los más diversos órganos de prensa escrita y radial, exorcizarse sus frustraciones revolucionarias de la era peronista y soltar las bridas a su intranquila imaginación, una entre sus descollantes cualidades. Aquí, a iniciativa de Fidel y del Che, fundaría a mediados de ese año la agencia de noticias Prensa Latina.

Bajo los casi tres años de su liderazgo, Prensa Latina irrumpiría en el Continente con una voz disonante dentro del antiguo coro monocorde de la propaganda preponderante que, sin duda, siempre ha constituido una de las más efectivas y peligrosas armas estratégicas dentro del vasto arsenal de EE. UU. Aparentemente, el gigante se sintió amenazado como para haber llegado al extremo de secuestrar en Costa Rica al propio Masetti (como podrán apreciar los lectores en el primer capítulo de esta obra), prohibirle o restringirle el desempeño profesional a la agencia, cerrarle sus corresponsalías, asaltar sus locales y a sus periodistas o, en fin, como tales argumentaciones no resultasen disuasivas, en el futuro no se detendrían ni en dinamitarlas. Todo ello aparece refrendado en el libro con los testimonios de los participantes, entre los que descuella el de Gabriel García Márquez, a la sazón corresponsal de Prensa Latina y gran amigo de Masetti.

Después de la victoria de Girón y la proclamación por Fidel del socialismo en Cuba, el sectarismo agazapado emergió con la fuerza destructiva de un tsunami sesgando a diestra y siniestra a supuestos anticomunistas, a antiguos combatientes de la Sierra y el Llano y a todo aquel que no se plegara a sus dogmas y sus dictados. Masetti fue una de sus víctimas, una precursora. Un mes antes de Girón se vio obligado a renunciar a la dirección de la agencia pues el asedio y la política difamatoria montados alrededor de su persona y de la agencia le imposibilitaban continuar desempeñando su labor, imposible de remedar en su eficacia.

No era esa la opinión predominante sobre él y su trabajo en la Dirección de la Revolución. Días antes del bombardeo a nuestros aeropuertos, el 15 de abril de 1961, preludio de la invasión de Girón, el Comandante de la Revolución Ramiro Valdés convocó a este prologuista para trabajar directamente con él en algunas tareas preparatorias para contrarrestar la agresión que se vislumbraba. Una de las primeras fue la de improvisar con urgencia una infraestructura que permitiera mantener la información y la propaganda en las circunstancias más hostiles en tiempo de guerra.

Para apoyar la encomienda, Ramiro requirió a Masetti, quien días después de cumplimentarse el cometido, sería reasignado a su trinchera en la dirección de Prensa Latina. En circunstancias extremas como las que se avecinaban, en que la seguridad y el futuro de la Revolución estaban amenazados, se necesitaba recurrir no solo a los más leales sino también a los más capaces y talentosos. Pero Masetti permanecería en esta segunda ocasión muy poco tiempo.

En este caso, como en tantos otros, el sectarismo dejaría sus resacas. Prensa Latina, la agencia que difundía con inteligencia y habilidad la voz de la Revolución, no se resarciría de las heridas recibidas. Les habían recortado sus alas.

A partir de entonces, Masetti comenzó a prepararse para cumplir lo que él consideraba su obligación como argentino, el deber de un revolucionario, hacer la revolución. Como emisario de Fidel, sería el primero en contactar en sus propias willayas a los combatientes argelinos, protagonistas de una de las epopeyas más heroicas entre las varias libradas en los países coloniales para alcanzar su independencia tras la terminación de la segunda guerra mundial.

Antes, durante los meses en que estuvo desempleado, solía ir por mi oficina en el diario Combate, órgano del Directorio Revolucionario, del que entonces fungía como director. Hablábamos, discutíamos e intercambiábamos de todo. A veces almorzábamos juntos. Como buen argentino descendiente de italianos, Masetti adoraba las pastas por lo que íbamos a uno de los pocos restaurantes italianos existentes entonces, la mayoría de los cuales se concentraban por los alrededores del periódico. Fue él quien me reconcilió con las pastas italianas.

Poco después, cada quien tomaría su rumbo. Masetti hacia Argelia, a entrenarse y capacitarse para la trascendente encomienda de preceder al Che en su apostolado latinoamericano, mientras quien esto escribe ocuparía entonces su puesto vacante como desempleado hasta ser destinado al MININT y nuestras vidas y quehaceres revolucionarios volverían a cruzarse.

A Masetti lo había conocido por primera vez en los meses iniciales de 1959, casi al año de su viaje a la Sierra Maestra. Fue una amistad a primera vista.

Poco antes, el Che me había hablado del proyecto para fundar una agencia de noticias capaz de contrarrestar la temprana campaña de la prensa norteamericana contra la recién estrenada Revolución y en mi condición de director del diario Combate me pidió ayudase aquella empresa en ciernes y al argentino apellidado Masetti que estaría al frente de ella, a quien después de conocerlo se me hizo más fácil satisfacer la petición del Che.

Desde entonces hasta la madrugada del 27 de noviembre de 1962, en que definitivamente saliera de Cuba hacia las montañas y selvas argentinas de Salta a cumplir sus sueños revolucionarios, nuestras relaciones fueron estrechándose progresivamente hasta alcanzar una intimidad plena en el plano político, personal y familiar.

Esa última noche habanera de Masetti habíamos ido en compañía del Comandante de la Revolución Ramiro Valdés, entonces Ministro del Interior, a despedir al combatiente y al amigo. Menos de un mes antes, había nacido su hija Laurita, a quien no volvería a ver nunca más. Laurita, una lactante de apenas dos semanas de nacida, se hacía notar insistentemente con su llanto que nunca sabremos si solo clamaba porque su madre, Conchita Dumois Sotorrío, la amamantase o si, además, llorase al presagiar el destino deparado al padre que nunca conocería. El recuerdo de aquella hija que dejaba atrás acompañaría al padre, convertido ya en guerrillero, como se desprende de las cartas cruzadas con Conchita.

En aquella última conversación, Masetti haría una única solicitud. Pidió que Conchita, su esposa recién parida, pasara a trabajar con quien esto escribe, que entonces prestaba sus servicios en el MININT. Y así, desde aquella madrugada, mis relaciones con Conchita, fiel al mandato de Masetti, jamás sufrirían interrupción, paréntesis ni fatiga hasta el día anterior a su fallecimiento en que, una vez más, como en tantas ocasiones desde un año atrás o más discutíamos y evaluábamos cómo honrar la memoria de aquel que nos unió en vida. Mi última vez con Conchita, un día antes de su desaparición física, fue precisamente para hablar de este libro.

Pues, este libro que echábamos de menos, presentado por la Editorial San Luís, ha sido, sobre todo, fruto de la lealtad y la tenacidad de su viuda, Conchita. Fue su decisión confeccionarlo en unión de Gabriel Molina. Nadie mejor que Molina para acometerlo, fundador de Prensa Latina y periodista cuyo ejercicio se remonta al período prerrevolucionario y quien en la agencia había compartido con Masetti responsabilidades, éxitos y angustias, amén de una estrecha amistad y confianza mutua, cimentada en una coincidencia política.

Mediante una acuciosa investigación apoyada en una extensa bibliografía poco conocida, en múltiples testimonios y en documentación y epístolas hasta ahora inéditos, el libro nos lleva de la mano a través de hechos cruciales en la vida de Masetti y durante ese recorrido a la vez nos va presentando una movida estampa de esos tres primeros años de la Revolución, de su proeza y de las adversas circunstancias internacionales que debió enfrentar para prevalecer, elementos insoslayables para descifrar su evolución hasta el día de hoy. Resulta relevante que, por primera vez, en el libro se devela toda la historia relacionada con el origen, evolución y el dramático desenlace de ese Ejército Guerrillero del Pueblo, tan desconocido aún, cuyo propósito era servir de avanzada para la futura llegada del Che a tierras americanas. El lector, por tanto, se adentrará en un capítulo ignorado de la historia de nuestra Revolución y su apoyo a la liberación de los pueblos de la que muy pocos han tenido noticias fragmentarias.

En el año 2009, en ocasión del 80 aniversario del nacimiento de Masetti y el medio siglo de la agencia Prensa Latina que él fundó, se le tributaron sentidos homenajes. A instancias de Conchita y con el patrocinio del general de cuerpo de ejército Abelardo Colomé Ibarra, compañero de armas de Masetti en las selvas argentinas, el PCC organizó y alentó varias actividades para rememorar ambos acontecimientos: se estrenó un valioso documental sobre Masetti, La Palabra empeñada, avalado por una vasta investigación en varios países llevada a cabo por Martín Masetti, uno de sus nietos argentinos, con la ardiente participación de Conchita; fue lanzado un libro sobre la agencia y se realizaron jornadas conmemorativas en Prensa Latina y en la sede del Comité Provincial del PCC de Villa Clara, para culminar en un acto final en la Sala Universal del edificio del MINFAR, a celebrarse el lunes 15 de junio.

Pero, inesperadamente y para consternación de todos, Conchita no pudo participar en esa culminación; la madrugada del domingo 14 de junio, como si hubiese dado por terminada su misión de rescatar la memoria de Masetti, Conchita falleció mientras dormía. Desde el año anterior se había impuesto brindarle este tributo personal a aquel del cual ella había sido secretaria, esposa, madre de su hija cubana, compañera, sostén de sus ideales y prosélita de su legado y en aras de lo cual venía trabajando infatigablemente aunando voluntades, rastreando a viejos periodistas de Prensa Latina, a combatientes sobrevivientes de la Sierra Maestra y de las montañas de Salta, en Argentina, y a todo aquel que pudiera comprometer con su testimonio para este, su libro.

Por eso, con razón este libro es no solo un homenaje a Jorge Ricardo Masetti, el fundador de Prensa Latina, Comandante Segundo del Ejército Guerrillero del Pueblo de Argentina, sino también a su viuda, Conchita Dumois.

Guillermo Jiménez Soler

Capítulo I

Secuestro en Costa Rica

“El director de Prensa Latina, Jorge Ricardo Masetti, fue secuestrado en San José por miembros de la Guardia Nacional de Costa Rica”.

El escueto y alarmante alerta noticioso de Prensa Latina, fechado en la capital de Costa Rica, el 15 de agosto de 1960, agregaba en un ulterior despacho que Masetti pretendía asistir allí a las Sexta y Séptima Conferencias de Cancilleres de la región, dedicadas irónicamente a analizar las «tensiones en el Caribe».

En un pequeño avión, que transportaba el voluminoso transmisor de radio con que enviarían sus informaciones, el día anterior arribaron a San José, Masetti, tres periodistas y un técnico. Los cinco pasajeros se habían ubicado como podían en el reducido espacio de la cabina desprovista de asientos.

Esa ciudad, comparada con La Habana, les parecía chica a los recién llegados. El hotel Balmoral, en que se alojaron, era modesto, pero céntrico. Les pareció raro cuando les dijeron que estaban a unas trescientas “varas” al este del Teatro Nacional, sede de las reuniones de los Cancilleres de la Organización de Estados Americanos (OEA), que ellos se proponían cubrir desde el punto de vista noticioso, tanto lo que ocurriese, como lo que ocultasen o manipularan otras agencias y medios de prensa.

Los visitantes nunca se acabarían de acostumbrar a la manera de informar las direcciones en esa ciudad: «A quinientas varas al sur del Parque Central, a cincuenta varas al este del cine», decían los ticos.

Lideraba el grupo Jorge Ricardo Masetti, periodista argentino de treinta y un años, que era como un hermano mayor a los cubanos Ricardo Sáenz, Roberto Agudo y Gabriel Molina, todos veinteañeros, y al técnico Pedro Núñez. En San José los esperaba Francisco Valdés Portela, ya entrado en los cuarenta, quien había llegado primero procedente de Nueva York, donde se desempeñaba como corresponsal de Prensa Latina.

Joven y vital, de pelo castaño oscuro y ojos pardos, desenfadado pero respetuoso, Masetti era más bien robusto y algo pequeño, con saco y pantalón ceñidos, de verbo fácil y afable acceso, inquieto, apasionado, de pronta sonrisa y un habano perenne de los dedos a la boca.

Desde Argentina había partido hacia la Sierra Maestra para reportar la lucha que allí se libraba y, el año anterior, a La Habana, para participar en el proceso revolucionario que ya estremecía a América Latina.

En Cuba encontró el amor en Conchita Dumois. Y aquí se quedó. El magnetismo de la lucha en la Sierra Maestra y la fuerza de las personalidades con quienes entró en contacto, en especial Fidel y el Che, fueron razones definitivas.

En San José, Masetti se tomó muy en serio la tarea de conducir a los más jóvenes, a veces con preocupación de padre, en especial cuando terminaban de trabajar a medianoche y se refugiaban en el bar de Maruja para tomar una copa y charlar con colegas latinoamericanos como los chilenos Augusto Olivares y Sergio Pineda. Quedaron agradablemente sorprendidos por el ambiente procubano que encontraron en un amplio núcleo de periodistas, integrado, además, por el chileno Manuel Cabieses, los venezolanos Eleazar Díaz Rangel y Héctor Mujica, la mexicana Marta Solís, el yugoslavo Dyuca Julius, el tico Gamboa, el panameño Jorge Turner y otros muchos.

Siguiendo un plan previamente discutido, los representantes de Prensa Latina alquilaron el palco no. 2 del Teatro Nacional e instalaron un teléfono de magneto exclusivo que habían rentado. Con solo levantar el auricular, se establecía la comunicación directa con el local alquilado en el hotel Balmoral, donde habían puesto a funcionar el equipo de radio para transmitir las noticias a Cuba. De ese modo, uno de los periodistas podía narrar al interlocutor todo lo que sucedía en la Conferencia. Redactaban de inmediato los despachos y los transmitían a la Redacción Central en La Habana, que los difundía en el mundo. Nadie comprendía cómo la información de Prensa Latina llegaba antes que la “incompetencia”, como la llamaba jocosamente Masetti.

El equipo de trabajo era invitado casi todos los días a reuniones con organizaciones de trabajadores, estudiantes, profesionales y otros simpatizantes del proceso cubano.

La tarde del domingo 14 de agosto, los periodistas venezolanos ofrecieron una recepción a sus colegas de América Latina. El encuentro se desarrollaba placenteramente cuando, de repente, se oyó la voz de Masetti preguntando: «¿Qué hace aquí Jules Dubois?». Los cubanos se alarmaron un tanto al ver cómo el relativamente pequeño periodista argentino comenzó a increpar al corpulento presidente de la Comisión de Libertad de Prensa de la Sociedad Interamericana de Prensa (SIP). La Asociación Venezolana de Periodistas (AVP) lo había obligado a abandonar Caracas el año anterior, cuando declaró que la Junta de Gobierno que presidía Wolfgang Larrazábal estaba infiltrada por los comunistas.

Cuando Dubois escuchó a Héctor Mujica, presidente de la AVP, recordar que la asociación lo había denunciado como oficial o agente de inteligencia, comprendió que los concurrentes respaldaban el airado gesto del Director de Prensa Latina y comenzó a retirarse. Dubois era muy repudiado ya por los periodistas de izquierda en la América Latina, que en esos días constituían mayoría. Masetti lo seguía y le gritaba con su hablar argentino: «Dubois: ¡paráte ahí, esperáme!», pero el aludido apretaba el paso y finalmente echó a correr.1 Masetti lo siguió unos pasos hasta ser interceptado por un agente vestido de civil.

La reacción de Masetti ante la presencia de Dubois fue semejante a la de su compatriota Che Guevara el 23 de mayo de 1959. En esos tempranos días de la Revolución Cubana, Che, con su elegante estilo, dirigía una carta a Miguel Ángel Quevedo, el por entonces muy reconocido director de la revista Bohemia; con evidente desprecio hacia Dubois y cuidadoso respeto por el reconocimiento profesional que era Quevedo, escribía:

«Esperando de su tradicional espíritu democrático el respeto a las normas de libertad de prensa, le remito estas líneas en contestación al miserable gángster internacional que tiene el pomposo título de redactor de la página latinoamericana de la revista Bohemia.

»No es mi intención defenderme de las falaces imputaciones y de la insidiosa actualización de mi nacionalidad argentina, soy argentino y nunca renegaré de mi Patria de origen (si me perdona el atrevimiento histórico por la comparación, tampoco Máximo Gómez renunció a su Patria dominicana), pero me siento cubano, independientemente de las leyes que lo certifiquen o no, porque como cubano compartí los sacrificios de este pueblo en las horas de la lucha armada y comparto sus esperanzas en la hora de las realizaciones…

»…Reciba, Sr Quevedo, las muestras de mi consideración, aunque no pueda felicitarle por el chacal disfrazado de cordero que dejó introducir en las páginas de su revista»,2 concluía Che.

El 7 de enero de 1959 se había puesto en vigor con sus postulados básicos y algunas enmiendas, la Constitución de 1940 que, entre otros aspectos, reconocía las disposiciones legales promulgadas por el Ejército Rebelde desde las montañas orientales. La Ley Fundamental ahora incluía en su artículo 12 el otorgamiento de la condición de cubano por nacimiento promulgada por la Ley no. 3 del 10 de octubre de 1958, que concedía la ciudadanía por nacimiento a «todo extranjero que hubiese servido durante dos años o más en las filas del Ejército Rebelde y hubiese ostentado el grado de comandante, durante un año por lo menos». Era un merecido reconocimiento a Ernesto Che Guevara.

Pocas horas después de la demostración de repudio contra Dubois, el propio domingo 14 de agosto, víspera del inicio de las sesiones de la Sexta Conferencia de Cancilleres, los periodistas cubanos se percataron, de pronto, que sus colegas habían abandonado la sala de prensa. Eran alrededor de las once de la noche y, algo extrañados, decidieron concluir y salir.

En el umbral del local de la prensa, ubicado en el propio Teatro Nacional —sede de Conferencias de Cancilleres—, un pequeño sujeto tropezó intencionalmente con Masetti y acto seguido trató de agredirlo: gritaba que este se le había encimado. En un santiamén entró un grupo de miembros de la Guardia Nacional, armados y enfundados en sus uniformes color beige, y forcejearon con los cubanos.

Sin escuchar a quienes trataban de explicar lo sucedido, introdujeron al Director de Prensa Latina en un jeep, al tiempo que rechazaban al resto del grupo, que trataba de abordarlo también. El autor de este libro logró penetrar en el vehículo y lo sacaron a la fuerza. Significativamente, solo les interesaba Masetti, quien protestaba airado por la detención.

Aún no repuestos de su asombro, los cubanos se dirigieron de inmediato al auto que utilizaban e indicaron al chofer, un tico de confianza, que partiese raudo al lugar donde internaban a los perseguidos políticos.

Las experiencias adquiridas en época de estudiante en la lucha contra la tiranía de Fulgencio Batista en la Universidad de La Habana, les hacían comprender que se trataba de una operación política punitiva, y que debían hacer todo lo posible para tratar de frustrarla. Se comisionaba a Portela —quien llegó la víspera y se había incorporado al grupo— para que pasara un aviso al canciller Raúl Roa. También debía redactar una información pública en que se denunciara el secuestro.

La policía política se hallaba enclavada en una especie de castillo y hacia allí se trasladaron los cubanos; a Ricardo Sáenz lo dejaron en la puerta, por si se les retenía por más de media hora.

Los periodistas Roberto Agudo y Gabriel Molina fueron recibidos por un achaparrado teniente, quien, tras escucharlos y poner cara de sueco, trató ridículamente de impresionarlos golpeando la pared con un vergajo, mientras negaba que allí se encontrara Masetti, por lo que dejaron al oficial con la palabra en la boca, no sin antes calificarlo de aprendiz de esbirro.

Al llegar a la puerta, aún airados, dieron cuenta a Sáenz de la infructuosa gestión, mas este los sorprendió con la noticia de que había visto entrar a Masetti conducido por los guardias. La rápida actuación los había hecho llegar minutos antes que el detenido. «Los agentes policíacos no negaron que trabajaban de acuerdo con el FBI, Oficina Federal de Investigaciones de Washington».3 Jules Dubois había estado momentos antes en el lugar del secuestro.

Llamaron al canciller Roa y el revuelo que formó la delegación cubana no les dejó otra alternativa que soltar a Masetti sin dar explicaciones, pero sano y salvo. Después éste relató que «fue encerrado en una celda pequeña, aislada y oscura y se puso a cantar el Himno Nacional de Cuba para que otros presos supiesen que había allí un cubano. Al quedar en libertad dijo que en un instante se había despedido de la vida, pues observó un movimiento sospechoso como de un plan para asesinarlo».4 Al salir de su celda, Masetti, secuestrado durante unas tres horas, se dio cuenta de que el provocador del altercado era un policía del mismo servicio. Vio al pequeño asaltante revisando los papeles del portafolio que le habían quitado. Después notó la falta de algunos de ellos. Buscaban supuestas evidencias “subversivas” que no hallaron. Fue liberado en la madrugada y lo primero que hizo fue llamar a la agencia, para confirmar que estaba bien.

Al día siguiente comenzó la Conferencia. El diminuto agresor de la sala de prensa, siempre vestido de civil, con el mayor desparpajo se sentó cerca de los periodistas cubanos. Sin dar muestras de haberlo reconocido, dos de los cubanos llegaron hasta él y lo hicieron moverse para ocupar un estrecho espacio a su lado. No reaccionó y poco después desapareció ya para siempre. Masetti subrayó después que esa fugaz presencia era un virtual reconocimiento a la intencionalidad de la provocación. Aun así, se imponía dar cobertura periodística a la reunión y la naturaleza de los acontecimientos impuso su primacía. No se habló más del inusitado incidente. La delegación oficial cubana protestó enérgicamente y exigió garantías para la vida de Masetti.

Durante esas Sexta y Séptima Conferencias de Cancilleres de la OEA, convocadas por Estados Unidos para analizar en Costa Rica las “tensiones en el Caribe”, se produjo el segundo intento formal y continental del gobierno de Washington por aislar a la Revolución Cubana: en la Sexta, en ocasión de las denuncias del presidente de Venezuela, Rómulo Betancourt, de que el dictador dominicano Rafael Leónidas Trujillo había preparado un atentado contra su vida; la Séptima, a continuación, para enjuiciar a Cuba.

El primer intento diplomático formal contra nuestro país había tenido lugar en agosto de 1959, durante la Quinta Conferencia de Cancilleres. A solo siete meses después del triunfo revolucionario los hechos y campañas difamatorias ya tenían sobre ascuas a los dirigentes cubanos. Washington pretendía aislar a la Revolución en ciernes y preparaba las condiciones —aparentemente legales y enmascaradas en acuerdos continentales— que justificasen una futura intervención colectiva: una resolución condenatoria.

La delegación cubana se había convertido en acusadora durante esa reunión en la capital chilena, mediante las pruebas de una frustrada invasión organizada por el dictador Trujillo, que terminó en ritmo de comedia.5

Las pruebas le fueron entregadas personalmente al canciller Roa, por Raúl Castro, por entonces ministro de las Fuerzas Armadas Revolucionarias, en un vuelo especial desde La Habana a Santiago de Chile, para ser presentadas en la Quinta Conferencia de Cancilleres. La inesperada llegada de un avión del ejército cubano, con oficiales armados, había causado, veinticuatro horas antes, un alboroto en el aeropuerto. La prensa local se hizo eco del suceso de un modo entre serio y satírico; un tabloide vespertino mostraba la foto de algunos de los civiles y militares retenidos en un área militar del aeropuerto, bajo el título principal de la portada, que era un ejemplo de periodismo amarillo: “¡Invasión cubana en Los Cerrillos!”

El propio Fidel Castro relató a Ignacio Ramonet en Cien horas con Fidel cómo desde 1959 comenzaron las llamadas “tensiones en el Caribe”, que enarbolaba Estados Unidos para justificar la reunión. El líder cubano enumeró la infiltración de hombres y pertrechos de guerra para realizar sabotajes y promover levantamientos y campañas terroristas; los bombardeos para incendiar plantaciones de caña, otros cultivos y objetivos industriales a fin de afectar la economía; los secuestros de aeronaves civiles; los ataques con embarcaciones artilladas a pesqueros, buques de distintos países que venían a Cuba; los asesinatos de campesinos, obreros y maestros a manos de bandas armadas; los sofisticados explosivos suministrados por Estados Unidos que introducían en cajetillas de cigarros y colocaban en teatros, tiendas, viviendas y centros agrícolas e industriales para provocar muertes, incendios y tratar de crear un clima de inestabilidad política.

El atentado más sangriento ocurrió el 4 de marzo de 1960, en el muelle Panamerican Docks de La Habana, cuando explotó el barco francés, La Coubre, que transportaba más de 70 toneladas de granadas y municiones, compradas en Bélgica por la derrocada dictadura y ahora destinadas a la defensa del país. La explosión se escuchó en toda la ciudad, con un saldo superior a los 100 muertos, seis de ellos marinos franceses, y más de 200 heridos. François Artola y Jean Buron fueron enterrados en el Cementerio de Colón. Los cuatro restantes, Lucien Aloi, André Picard, Jean Gendron y Alain Mourat, no pudieron ser hallados: sencillamente desaparecieron.

El periodista Pepín Ortiz daba una idea del horror desencadenado cuando expresaba:

«Nunca podré olvidarlo. En el Hospital de Emergencias, de Carlos III y San Francisco, donde yo estaba reportando sobre las víctimas, de repente un auto frenó vertiginosamente y bajaron nada más que el torso de un hombre, aún con vida. En realidad era el despojo de un hombre: humeante, chamuscado y mutilado, no mayor de veinticuatro pulgadas. Sólo pudo hablar para decir: “Denme, denme un tiro. Quiero morirme”. Al instante falleció».6

El horror y la indignación recorrieron la Isla. El sepelio de las víctimas fue una manifestación de profundo dolor popular reflejado magistralmente por Alberto Korda con la foto más difundida de la historia, que aún recorre el mundo tras inmortalizar la figura y la mirada del Che Guevara. Ese día, durante las honras fúnebres en la intersección de las calles 12 y 23, en el capitalino barrio de El Vedado, Fidel lanzó al mundo la consigna de ¡Patria o Muerte! A partir de entonces «libertad quiere decir más todavía, quiere decir Patria y la disyuntiva nuestra sería Patria o Muerte»,7 sentenció Fidel.

El gobierno de Estados Unidos no solo se había negado a vender armas a Cuba para su defensa sino que también ejerció fuertes presiones a gobiernos y proveedores de Bélgica, Inglaterra e Italia para que no honraran acuerdos previos, ni contrajeran nuevos que permitieran el envío a Cuba de equipos militares, ni modernizar los ya existentes.

Desde 1959 la estrategia secreta de Alan Dulles, director de la CIA, según memorando del 11 de diciembre de 1959, era considerar la eliminación de Fidel Castro. Solo habían transcurrido quince días de la masacre en la rada habanera, cuando se constituyó el grupo WH-4 para la ejecución de este plan, dirigido J.C. King, jefe de la División del Hemisferio Occidental de la CIA, en contacto con el asesino batistiano Rolando Masferrer.

Otro documento, del 24 de noviembre de 1959, desclasificado por el gobierno inglés, orientaba obligar a Cuba a recurrir a los países socialistas, a fin de que, insertándola en la guerra fría, tuviese mayor credibilidad la tesis del peligro que representaba la Revolución para la seguridad del hemisferio occidental, incluida Europa. Uno de los objetivos principales de la CIA era obligar a que Cuba acudiese a la Unión Soviética, a fin de fundamentar un pretexto dentro del ambiente de seguridad continental por la guerra fría, como se realizó en Guatemala, en 1954, con llegada de armas checas, para derrocar al presidente Jacobo Arbenz.

«Inglaterra cedió y no vendió los aviones Hunter al Gobierno Revolucionario de la Isla. Bélgica, después de dilatadas negociaciones, accedió a entregar a Cuba un lote de armas ligeras, fusiles FAL, granadas antitanques y antipersonales y parque. Estas habían sido contratadas a una empresa belga por el gobierno de Batista en 1958».8

Aquel patético 4 de marzo, tan pronto Masetti escuchó la explosión en el puerto, cuando se encontraba en el balneario El Mégano, situado entre las playas Santa María y Tarará, a más de 20 kilómetros de la rada habanera, periodista de alma como era, se trasladó hacia el muelle de la Panamerican armado con dos cámaras. El capitán Jorge Enrique Mendoza relataba como Masetti «puso de manifiesto su extraordinaria audacia y valor. Llegó al muelle solo minutos después de escucharse la segunda explosión y, no obstante las advertencias que le fueron hechas, ascendió por la escalerilla del barco y penetró decidido a su interior. Decenas de fotografías que demostraban la criminal acción fueron distribuidas aquella misma tarde por Prensa Latina. Muchas de ellas fueron tomadas por el Director General de la Agencia».9

Paso a paso se fueron conociendo detalles relacionados directa o indirectamente con aquella brutal agresión. «El 17 de marzo de 1960 yo le ordené a la agencia que comenzara a organizar el entrenamiento de los exiliados cubanos, principalmente en Guatemala»,10 escribió años más tarde el presidente Eisenhower.

La criminal explosión hacía evidente, una vez más, la necesidad de contar con una agencia de noticias como Prensa Latina, que se divulgara la verdad de Cuba por todo el orbe. Las corresponsalías de la agencia en Europa permitirían, a menos de un año de su fundación, denunciar que el vapor La Coubre era uno más de los varios barcos con armas salidos de Bélgica que estallaron a consecuencia de un sabotaje. Un especial de Prensa Latina, fechado en Bruselas un mes después del cruento atentado, revelaba que el primero fue el carguero alemán Atlas, minado en el muelle 229 del puerto de Amberes, el mismo donde se cargó La Coubre. Los otros fueron el noruego Emma, por una bomba de tiempo frente a Tánger, y el carguero alemán Mármara, también en Amberes.

«Las informaciones procedentes de Cuba sobre la explosión de La Coubre, muestran una asombrosa similitud sobre los métodos utilizados —apuntaba el despacho de Prensa Latina—. Se señala que el gobierno de Cuba ha tomado una decidida actitud en favor de los rebeldes de Argelia. No se excluye que ahí se encuentre el nexo entre los sabotajes anteriores y el de La Coubre».11

El barco llevaba carga para destinatarios en Port Everglades y Miami; allí admitiría a bordo a una familia estadounidense. El norteamericano Donald Lee Chapman fue el único pasajero de ese vapor con destino a Nebraska. El tripulante de La Coubre Alain Mourat (desaparecido en el siniestro) recibió de un desconocido dos mil dólares. Quienes presenciaron el hecho solo identificaron al desconocido como un tal Rolando, blanco, de unos cuarenta años, que usaba espejuelos. Se referían a Rolando Masferrer, quien llegó al coronel King por mediación del propio general Batista.12

Rolando Masferrer tenía entonces cuarenta años y usaba espejuelos desde hacía mucho tiempo. A principios de 1960 el coronel King había estado en contacto con este. Fue durante esa reunión cuando el segundo le aseguró haber obtenido información «vital» del cubano-americano Richard E. Brooks, oficial del ejército estadounidense e ingeniero en minas, quien dijo conocer de la llegada a Cuba de barcos con armas y municiones compradas en Europa, y por dónde desembarcarían. La estación de la CIA en La Habana tenía priorizada la obtención de información sobre la llegada de material bélico.

Es importante destacar que la agresión militar por Playa Girón, desatada 14 meses más tarde, en abril de 1961, contaba en lo fundamental con planes de la CIA para asesinar previamente a Fidel.13 Entre estos descollaba la gestión de altos oficiales de la Agencia para utilizar en ellos la mafia ítalo-americana.14

Uno de los intentos de asesinato fue este del vapor francés La Coubre, pues era conocido que los dirigentes cubanos, siguiendo a su líder, acudían personalmente a todo evento o desastre importante y pudo haber sido este el principal objetivo de la segunda explosión.

Fidel, Che, Raúl, Almeida y casi todos los líderes acudieron al lugar de los hechos. La labor de persuasión que se desplegó para que no subieran al barco después del primer estallido, evitó que ese probable plan colateral de la invasión, hacer desaparecer a Fidel Castro y otros dirigentes, alcanzase su finalidad.

La Coubre debió haber llegado a La Habana el 2 de marzo, pero se retrasó dos días, por causa del mal tiempo. Desde Bélgica venía en la nave Donald Lee Chapman, detenido cuando tomaba fotos a raíz de haberse producido la explosión de dinamita en la bodega número seis, que fue reparada entre el 16 y el 18 de enero por la empresa naviera Horne Brothers Inc. La embajada de Estados Unidos logró que Chapman, detenido y sometido a investigaciones, fuese liberado por falta de pruebas.

Cinco meses después del sabotaje, el 24 de agosto de 1960, se inauguraban las Sexta y Séptima Conferencias de Cancilleres. El presidente Idígoras Fuentes había proporcionado al gobierno de Washington el uso de instalaciones para que instructores norteamericanos entrenasen a ciudadanos de origen cubano residentes en Estados Unidos, sobre todo en Miami, para preparar una invasión a Cuba, al estilo de aquella que había provocado el derrocamiento del gobierno del presidente Arbenz, de la cual era resultado el propio Idígoras.

La United Fruit, afectada por la reciente Reforma Agraria en Cuba, acondicionó sus aeropuertos para utilizar los 16 bombarderos B-26 destinados a la agresión como parte del denominado Plan Pluto, preparado por la CIA.

Estos planes fueron denunciados en Costa Rica por organizaciones como la Confederación de Trabajadores y los Comités de Solidaridad con Cuba.

El apoyo popular se manifestaba en acciones como la vibrante bienvenida, casi subrepticia, brindada el 14 de agosto por cientos de costarricenses en el aeropuerto de Los Cocos a la delegación presidida por el canciller Raúl Roa, pues los manifestantes habían recorrido más de 20 kilómetros a pie en una manifestación desde San José, ya que la tarde anterior el gobierno había impedido el uso de 10 ómnibus que habían preparado los trabajadores para el recibimiento. Tuvieron que esconder las banderas cubanas para poder llevar algunas, pues muchas les fueron requisadas.15

Esa misma noche del 14 de agosto había tenido lugar el secuestro de Masetti. El canciller costarricense, Alfredo Vargas, pidió excusas ante las protestas oficiales de la delegación cubana. Pero las provocaciones no habían terminado: la Esso se negó a reabastecer al avión de la Aeropostal de Cuba, fletado por Masetti, y a la aeronave de Cubana, que condujo a San José a la delegación encabezada por Roa. Luis Martínez, por entonces interventor de Cubana de Aviación, declaró que el gerente de la multinacional en San José, Leonel Iglesias, había tratado de justificar la medida diciendo que no tenía gasolina y, después, que «pidió instrucciones a Miami con resultado negativo».16

Sin embargo, ante las protestas oficiales del embajador Fuxá y la advertencia de que esto podría motivar la retirada de Cuba de la Conferencia, el gobierno de Costa Rica decidió interceder ante las empresas para resolver el delicado asunto. El aparato de Cubana que trajo a Roa y la delegación no pudo regresar a La Habana hasta el siguiente día.

La actitud de las empresas estaba relacionada con el hecho de que, varias semanas antes, el 2 de julio de 1960, el Gobierno Revolucionario había nacionalizado las refinerías norteamericanas Esso y Texaco y después la anglo-holandesa Shell, por haberse rehusado a procesar el petróleo adquirido por el Estado cubano en la Unión Soviética, todo lo cual amenazaba con paralizar el país. De hecho, el “Programa de Acción Encubierta contra el régimen de Castro” incluía la propuesta del entonces secretario del Tesoro, Robert Anderson, de cortar el suministro de petróleo a Cuba que, según consideraba, tendría un efecto “devastador” en pocas semanas. Al día siguiente el presidente de los Estados Unidos, hizo uso de una prerrogativa otorgada por el Congreso siete días antes y ordenó rebajar la cuota azucarera de la Isla en 700 000 toneladas. El Departamento de Agricultura se apresuró a poner en práctica la medida, al prohibir que se embarcase de inmediato un importante cargamento de azúcar, parte de la cuota azucarera cubana, la mayor fuente de ingresos del país.17

Semanas más tarde, el 6 de agosto, durante la clausura del Primer Congreso de Juventudes Latinoamericanas, Fidel anunció oficialmente la nacionalización no solo de la Esso, sino también de la Texaco, que se había sumado al boycot energético para paralizar el país. También se expropiaban varias empresas norteamericanas, como la Compañía Cubana de Electricidad, propiedad de la Electric Bond and Share; la Compañía Cubana de Teléfonos, de la Bell, y 36 centrales azucareros en su mayor parte de la Atlántica del Golfo y la United Fruit Co..18

La atmósfera estaba extremadamente tensa entre los dos países cuando se convocó, solo unos días más tarde, a las Sexta y Séptima Conferencias, del 17 al 30 de agosto de 1960. Algunas horas después de la llegada de la delegación cubana a San José, el canciller Roa se dirigía, acompañado por algunos miembros de su comitiva, a participar en un acto popular de adhesión a Cuba, autorizado por el subsecretario de Gobernación, Eladio Chinchilla, en la calle en que se hallaba enclavada la embajada de la Isla donde cantaría el popular artista puertorriqueño Daniel Santos. Acompañaron al canciller cubano José Antonio Portuondo, Carlos Lechuga, Manolo Pérez, Eduardo Delgado, Rogelio Montenegro, Ramón Vázquez, otros delegados y un corresponsal de Prensa Latina. Habían salido en dos taxis desde el hotel Costa Rica, donde se alojaban las delegaciones participantes, pues el auto que correspondía a Cuba había sido enviado al aeropuerto, al recibimiento del secretario de Estado norteamericano Herter. Caso insólito, se había invitado a las delegaciones a recibirlo en la terminal aérea de Los Cocos, pero al llegar a la bocacalle más próxima, se percataron de que el acceso estaba vedado por hileras de miembros de la Guardia Nacional con armas largas, pues se había revocado la autorización del acto de solidaridad y prohibido publicar el manifiesto de los organizadores, en el que denunciaban la maniobra contra Cuba que —como ya era del dominio público— constituía el objetivo de la Séptima Conferencia de Cancilleres.

Roa fue interceptado y, al identificarse, un oficial dijo que consultaría con sus superiores. Como la autorización demoraba, exclamó: «Yo soy el canciller de Cuba y paso de todas maneras»19. A continuación avanzó sobre el cordón de uniformados y comenzó a abrirse paso a la fuerza, seguido por sus acompañantes.

La dramática escena subió de tono cuando los guardias accionaron sus armas y blandieron sus bastones para agredir a Roa. Dispuestos a impedirlo, escoltas del ministro, como Juan Otero y Segundo Pérez, llevaron las manos a sus armas. Uno de ellos, Ramón Vázquez, atinó a levantar en vilo a Roa para impedir su avance y retirarlo, protegido con su propio cuerpo. De inmediato se alivió la tensión al aparecer el coronel Arias y pedirle excusas al canciller cubano mientras le franqueaba el paso. Ante las protestas del embajador cubano, Juan José Fuxá, la Cancillería de Costa Rica actuó y los incidentes se redujeron en número y tono. Tras las disculpas por lo de Roa y de Masetti, hicieron que la Esso sirviera el carburante. Pero como colofón, el cantante boricua Daniel Santos, no solo no pudo actuar en defensa de la Isla, según se había anunciado, sino que fue expulsado del país. La embajada cubana le ofreció hospitalidad y al día siguiente partió hacia La Habana.

Daniel Santos era un artista muy apreciado en Cuba, catalogado como una interesante mezcla de bohemio y patriota. Sin embargo, equilibraba su personalidad con un acendrado nacionalismo.

El detallado reporte de Prensa Latina sobre el choque con la Guardia Nacional —ya que había un reportero de esa agencia entre los acompañantes de Roa— sirvió de pretexto al diarioMiami Heraldpara lanzar la noticia de que periodistas de Prensa Latina estaban provistos de tarjetas de delegados al evento, supuesto privilegio al que se atribuían varias primicias y exclusivas obtenidas por la agencia. Masetti fue citado por el jefe de prensa de la OEA, quien le planteó que lo que ocurría era inadmisible. Las autoridades, acoquinadas por elMiami Herald,amenazaron con prohibir el acceso de Prensa Latina a las sesiones. El embajador Fuxá realizó una quinta protesta, en la cual aseguró que la delegación oficial de Cuba se retiraríasi la agencia se veía impedida de trabajar. Los cubanos consideraron que los autores de la queja habían sido Alberto Müller y Enrique Llaca, de origen cubano, y miembros de la organización contrarrevolucionaria Directorio Revolucionario Estudiantil quienes, previamente reclutados por la CIA, llegaron a San José provistos de credenciales del diario miamense para cubrir la reunión y las autoridades les negaron el acceso, pues no habían sido acreditados previamente. Sin embargo, cuando ya esperaban por un vuelo para abandonar San José, llegó una autorización de altas esferas del gobierno. Pudieron permanecer en el país.

No hubo más acusaciones y el 17 de agosto pudo comenzar la primera de las dos reuniones, la Sexta Conferencia, para conocer la denuncia de Venezuela contra el gobierno de República Dominicana, que detentaba Rafael Leónidas Trujillo. En ella se acusaba al sanguinario dictador, entre otros cargos, de haber organizado el 24 de junio de ese mismo año 1960, un atentado para asesinar al presidente venezolano, Rómulo Betancourt. El plan del presidente venezolano consistía en sancionar al gobierno de Santo Domingo. El gobierno cubano sospechaba que Washington pretendía servirse de esa eventual condena a Trujillo para tomarla por los pelos y utilizarla como precedente para lograr que se sancionara al gobierno revolucionario.

A pocas horas de ser liberado, Masetti escribió una nota en la que denunciaba al gobierno costarricense por impedir las manifestaciones del pueblo tico en apoyo a Cuba, así como la agresión a Roa y el secuestro de que él había sido víctima. Sobre la Conferencia y la impugnación a Trujillo aseguraba: «Estados Unidos se verá obligado, en este caso, a definirse públicamente acerca del régimen que creó y apoyó durante largos años».20

La Sexta Conferencia terminó con el acuerdo de la ruptura de relaciones diplomáticas con el régimen trujillista y la interrupción parcial de las relaciones económicas y comerciales. Venezuela y México se apresuraron a romperlas; Cuba ya lo había hecho desde 1959 y Estados Unidos adujo que, por su parte, estaba “estudiando” el asunto.

Masetti hizo un análisis de la Conferencia, transmitido por Prensa Latina:

«Venezuela exigió que Trujillo fuera sancionado. Y lo fue. Ahora toda América está enterada de que el régimen más atroz que ha soportado el continente, ha sido oficialmente repudiado. Y nada más. Las sanciones económicas se reducen en la práctica a evitar que Trujillo siga adquiriendo armamentos. Si recordamos que los fabrica y exporta, es lógico estimar que el mariscal no se preocupará en extremo.

»Era algo ya decidido, no por los países de América, sino por el mismo Trujillo, que jamás vaciló en asaltar embajadas ni en tirotear embajadores. ¿Cuáles son las sanciones “ejemplares” que se aplicaron al régimen dominicano? Como dijo el canciller de Honduras, se habrían llenado mejor las aspiraciones del pueblo latinoamericano si hubiesen aplicado al régimen dominicano las cláusulas del 8vo. artículo del Tratado de Río de Janeiro. Pero si eso ocurría, las sanciones económicas, la interrupción de las comunicaciones aéreas, marítimas, telefónicas y telegráficas, habrían afectado directamente a Estados Unidos, el país que tiene mayores intereses en Santo Domingo».21

Durante una de las sesiones más polémicas, el canciller Herter, de Estados Unidos, se levantó de su escaño con increíble agilidad, como si se hubiera curado de los achaques que lo obligaban a andar sostenido por sus acompañantes, para acusar a Roa de utilizar igual lenguaje que la Unión Soviética cuando hizo recordar a los presentes que Trujillo fue impuesto por el gobierno de Estados Unidos. En sus palabras, aseguró: «El gobierno agresivo de Trujillo fue instaurado hace 30 años por la intervención militar norteamericana. Es su hijo legítimo».

El canciller Lafer, de Brasil, le había dado la palabra por tercera vez a Herter, aunque ya se había levantado la sesión. Y se la negó a Roa para contestar, quien protestó enérgicamente. Masetti caracterizó la escena explicando que Herter lanzó el plan apenas velado contra Cuba y su primer colaborador era Lafer.

Estados Unidos centró su estrategia durante la Séptima Conferencia en lo que dieron en llamar “intervenciones extracontinentales”. Sin embargo, un despacho de Prensa Latina expresaba: «Mil trescientos cincuenta marines permanecerán en aguas del Caribe mientras se desarrolla la Séptima Conferencia de Cancilleres en San José, Costa Rica, y a su término, realizarán “ejercicios”. Las autoridades militares norteamericanas dijeron que, aunque el ejercicio estaba programado para realizarse en estos días, prefirieron postergarlo hasta el final de la Conferencia para que no se acuse a Estados Unidos de “mostrar su fuerza”. El diario Combate lo enjuició manifestando: “Pretenden así, no solo crear un clima de coacción sobre lo que allí se trata, sino demostrar que “están listos”, para lo que pueda pasar».22

Las alusiones de Herter a las intervenciones extracontinentales eran un implícito reclamo a la Doctrina Monroe, «América para los americanos»... del Norte. Se refería especialmente a la advertencia del primer ministro de la URSS, Nikita Jruschov, quien ante las amenazas de agresión a Cuba declaró que estaba dispuesto a defender a la Isla proporcionando armas ligeras, pesadas y tanques, junto a la oferta de comprar a Cuba todo el azúcar que el presidente Eisenhower dejaba de comprar al recortar la cuota, días antes, en setecientas mil toneladas.

«En un sentido figurado, si fuese necesario —dijo Jruschov—, los artilleros soviéticos pueden respaldar al pueblo cubano con fuego de cohetes, si las fuerzas agresivas del Pentágono se atreven a lanzar una intervención en Cuba. Y el Pentágono haría muy bien en no olvidar que, como lo han demostrado las pruebas recientes, tenemos cohetes que pueden aterrizar exactamente en un blanco cuadrado, fijado de antemano, a trece mil kilómetros de distancia».23

Uno de los “palos” periodísticos que asestó el grupo de Masetti estuvo relacionado con el canciller peruano, Raúl Porras Barrenechea. Al pedirle Prensa Latina que precisara la posición del país cuyo primer ministro, Pedro Beltrán Espantoso, había convocado a la escabrosa conferencia, el profesor hizo unas declaraciones antiintervencionistas que causaron sorpresa. Sentado en un mullido sofá en el lobby del hotel Costa Rica, le dijo al autor: «No se puede intervenir en Cuba, no hay un solo canciller que opine de otro modo»24. Agregó que el gobierno de Cuba tiene todo el respaldo de su pueblo, y «por tanto», los demás pueblos de América tienen que respetar sus decisiones.

Un nicaragüense de ojos oblicuos, enfundado su delgado cuerpo en un traje claro, se acercó al reconocer a Porras y le interrumpió para pedirle su opinión sobre lo que se dice por ahí de que hay comunismo en Cuba. «No se puede juzgar si lo hay por lo que digan los corresponsales —respondió—. Ellos expresan sus puntos de vista personales. De todos modos, si Cuba quiere implantar el comunismo dentro de su territorio, es muy dueña de hacerlo. Lo que no puede hacer es llevar el comunismo a la América. Ya eso sería injerencia. Yo nunca he oído decir eso. No sé de dónde Ud. lo ha sacado»,25 agregó el Canciller peruano con firmeza, cuando el nica le manifestó que Cuba estaba interviniendo en Nicaragua. El cubano conminó al supuesto periodista a retirarse y cesar de entrometerse en la entrevista. Retirado el metiche somocista, la entrevista continuó. Porras balanceó sus declaraciones al decir que los problemas de América no deben interesar a un país asiático o europeo, pues ello viola el artículo 16 del Tratado de Defensa Recíproca de Río de Janeiro, con lo cual se acercaba a la tesis norteamericana; sin embargo, manifestó sobre el recorte de la cuota azucarera de Cuba en el mercado estadounidense que consideraba que debía ser estudiado por la Conferencia, aunque opinaba que era mejor pasar el tema a una comisión de conciliación. Añadió que sería útil estudiar la Carta de la OEA a fin de saber si existe sanción para un caso de agresión económica probada.

Porras no disfrutaba de buena salud, por lo que, a reclamos de su médico, se retiró después de expresar ese criterio, consecuente con su formación académica. Masetti informó de inmediato a Roa de esta inesperada respuesta, reveladora y útil para todos. Después, en su discurso inaugural, el ministro peruano calificó de anacrónica a la Doctrina Monroe que —expresó— «…fue sustituida por pactos militares que garantizan contra toda forma de agresión y toda forma de injerencia de un país americano en los asuntos de otro».26

Después se refirió a la historia de los primitivos pobladores de Perú, que practicaban la propiedad colectiva de la tierra y sus bienes, en contraposición a la de la propiedad privada de los colonizadores. Repudió las tutelas y dijo haberse convocado a la reunión «…en términos de absoluta solidaridad y sin que hubiera acusación alguna contra nadie. Con el deseo de unir, no de separar»27.

En la reunión se manifestó, asimismo, el rechazo a las amenazas de intervención estadounidense, y ello desde las posiciones de un grupo de ministros de los más importantes países, encabezados por el venezolano Ignacio Luis Arcaya, miembro del partido Unión Republicana Democrática (URD), que compartía el gobierno de Venezuela con el partido Acción Democrática del presidente Rómulo Betancourt. Durante la reunión se conoció la aprobación, por parte del Senado de Estados Unidos, de una enmienda a la Ley de Ayuda Exterior, mediante la cual «…todo país que preste ayuda a Cuba o le venda armas, será privado de la ayuda norteamericana». Los medios cubanos interpretaron el hecho como una amenaza a la Conferencia, con el objetivo, a mediano plazo, de debilitar a Cuba militar y políticamente28.

El Canciller cubano leyó en su turno del 26 de agosto un discurso que algunos de los presentes consideraron tan enjundioso que hacía increíble una autoría individual. En una segunda ocasión, y en respuesta a las palabras de Herter y otros colegas menores, Roa improvisó otra alocución, de parecido talante, que se caracterizó por las frases: «Y esto no lo dijo Nikita Jruschov, lo dijo José Martí… Y esto no lo digo yo, lo dijo Abraham Lincoln», y así sucesivamente. Los entusiastas aplausos fueron prueba del sentimiento predominante en las tribunas. Entretanto, la delegación norteamericana cabildeaba en reuniones secretas. Llegado un momento de inmovilismo, se comisionó a un grupo de once delegados para redactar una especie de solución de compromiso. El secretario de Estado norteamericano logró una declaración por estrecha mayoría de un voto. El texto aludía elípticamente a las palabras del primer ministro de la URSS, Nikita Jruschov, donde declaraba a su país dispuesto a defender a Cuba «en un sentido figurado con sus cohetes», y calificaba indirectamente de intervención extracontinental a esta posición soviética.