Juan Armando Tamayo Molina. Un Mártir de la CIM - Eulalia Heriberta Turiño Méndez - E-Book

Juan Armando Tamayo Molina. Un Mártir de la CIM E-Book

Eulalia Heriberta Turiño Méndez

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Beschreibung

Muchos fueron los integrantes de los órganos de la Contrainteligencia Militar que cumplieron misión internacionalista en la segunda mitad del siglo XX. La Casa Editorial Verde Olivo, como una de sus temáticas principales, publica la historia de uno de estos jóvenes: Juan Armando Tamayo Molina, un mártir de la CIM. El lector se percatará de la coherencia en las ideas políticas y revolucionarias que sustentaron la ideología martiana, marxista, leninista y fidelista de Tamayo. Encontrará escrita en sus páginas, los hechos y procesos de los cuales participó en la historia revolucionaria de Cuba y Etiopía.

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Seitenzahl: 452

Veröffentlichungsjahr: 2025

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Quedan rigurosamente prohibidas, sin la autorización escrita de los titulares del Copyright, bajo la sanción establecida en las leyes, la reproducción parcial o total de esta obra por cualquier medio o procedimiento, comprendidos la reprografía y el tratamiento informático, y la distribución de ejemplares de ella mediante alquiler o préstamo público. Si precisa obtener licencia de reproducción para algún fragmento en formato digital diríjase a CEDRO (Centro Español de Derechos Reprográficos, www.cedro.org) o entre la web www.conlicencia.com EDHASA C/ Diputació, 262, 2o 1a, 08007 Barcelona. Tel. 93 494 97 20 España. Este y otros ebook los puede adquirir en http://ruthtienda.com

Edición: Lisset Gómez Vale

Diseño de cubierta, interior y realización: Yudelmys Doce Rodríguez

Corrección: Magda Dot Rodríguez

Fotos: Cortesía de la autora

Cuidado de la edición: Tte. cor. Ana Dayamín Montero Díaz

Conversión a ebook: Grupo Creativo RUTH Casa Editorial

 

 

© Eulalia Heriberta Turiño Méndez

Comisión de Historia de las FAR 2018

© Sobre la presente edición:

Casa Editorial Verde Olivo, 2025

 

 

ISBN 9789592247352

 

El contenido de la presente obra fue valorado por la Oficina del Historiador de las FAR.

 

 

Todos los derechos reservados. Esta publicación no puede ser reproducida, ni en todo ni en parte, en ningún soporte sin la autorización por escrito de la editorial.

 

 

Casa Editorial Verde Olivo

Avenida de Independencia y San Pedro

Apartado 6916. CP 10600

Plaza de la Revolución, La Habana

[email protected]

www.verdeolivo.co.cu

 

 

Tabla de contenido
Introducción
Yo era un niño cuando eso
Nacimiento de un niño
En la escuelita de La Juba
Risas y alegrías en La Juba
Lo que ganaba mi padre no era suficiente
Con Silvina y Roberto
Los Rebeldes a 25 metros de mi casa
Fechorías de tropas de la tiranía en La Juba
Participábamos de las diferentes actividades rebeldes
Mientras Armando estudia, La Juba crece
Nuevos horizontes
No tenía dinero para comprar todos los libros
Fui movilizado por la Asociación de Jóvenes Rebeldes
Decidí estudiar aviación
Aprendí a manejar
Me dieron una beca para estudiar Diplomacia
Estuve movilizado en los días de Girón
Unidades ingenieras de las FAR
Me ofertaron un curso militar
Me situaron jefe de pelotón de Ingeniería
Fui movilizado en la Crisis de Octubre
El mundo estaba al borde de una catástrofe nuclear
Enfrentando el huracán Flora
Al año fui nombrado segundo jefe de la compañía técnica
No permitiré que se obre en contra de la Revolución
Este es un frente donde solo militan los revolucionarios
Me dieron un curso de superación militar
Me enviaron al IV curso básico de oficiales de la CIM
Ingresé al Partido Comunista de Cuba
Me casé con Noida Ricardo Rodríguez
Me asignaron al buró de la CIM de Ingeniería
En Pinar del Río
Me eligieron secretario general del buró del Partido
El tiempo es implacable y nos pasa factura
En otra de las secciones de la CIM
Misión Especial
Me enviaron a un curso en la URSS
En la sección CIM de la División de Tanques de Managua
Los tanques son como mi casa
En la Maniobra XX Aniversario
Candidato a delegado de los órganos locales del Poder Popular
Segunda misión especial
La superación cultural
¿Qué les escuchó Tamayo a sus jefes sobre él?
Muy familiar
La vida en el hogar
Siempre atento a la familia
Un hogar acogedor
Razones de la misión
Breve historia de Etiopía y la revolución liderada por Mengistu Haile Mariam
Breve historia de Somalia y la revolución de Siad Barre
Ayuda de Cuba y la URSS a Etiopía y Somalia
La agresión de Somalia a Etiopía
Ayuda militar de Cuba a Etiopía ante la agresión somalí
Misión Angola Especial
Operación Baraguá
¿Cuándo me darán la misión?
¡Me voy para Etiopía!
Cuando regrese, si regreso…
De esta savia estaba alimentado el espíritu de Tamayo
Con los sentimientos de los padres que despiden a los hijos que van a combatir
Vía Angola
Llegada a Etiopía
En la provincia de Harerge
En Harar y Dire Dawa
Su cumpleaños
De fibras como las de estos amigos, estaba hecho Tamayo
En la ofensiva del Ogadén
En la décima brigada de tanques
En la dirección principal del combate c on la tercera brigada de tanques
Buena presencia personal
Combates a la víspera
23 de febrero de 1978
Te traje cartas
Yo quiero ir
Desgraciadamente no pude hacer nada
Calderín acude al hospital
Los funerales en Harar
La aciaga noticia llega a la familia
Tocan a la puerta de los padres
El aviso a los hermanos
¡Ay!, mi Tamayo
Saqué fuerzas
A esta hora, simultáneamente
La patria lo recibe agradecida
Mi papá y yo
Lo disfruto recordándolo vivo
Inti:
Lo recuerdo con cariño
Donde quiera que esté siempre lo recordaremos
La Juba hoy
Este será eternamente el terruño que más amó Tamayo
Te recordamos así, como eras
Poema a Tamayo
Fue un acto muy emotivo, lleno de patriotismo recordando a Tamayo
En el museo de la CIM
Tarja
Sitio de recordación
Su nombre en el recuerdo
Su memoria en Etiopía
Junto a su tumba
Medalla al valor
Epílogo
Homenaje a internacionalistas cubanos jóvenes como Tamayo
Testimonio gráfico
Fuentes orales
Referencia de las fuentes orales
Bibliografía
Datos de la autora

A mis nietos David, Diego e Isabella, con la esperanza de que lleven en sí los valores de la patria grande de Martíy Fidel.

A mi hija Yoilín, sensible hasta los tuétanos, que escudriña cada frase y palabra y opina cómo hacerlo mejor.

A mi hijo Yoan que con amor patriótico no escatima esfuerzo ni recurso que pueda aportar para que escriba la historia de los héroes de su patria.

A Alberto y Teresa, los padres de Tamayo y su hermano Noly, in memoriam.

A los niños de la escuelita de La Juba, inteligentes yhumildes, encargados de perpetuar la historia de JuanArmandoTamayo Molina en la tierra que lo vio nacer.

A los miembros de las FAR, el Minint y especialmente a los de la Contra Inteligencia Militar.

A los jóvenes todos, porque en ellos está la esperanza.

Sería muy difícil escribir este libro sin la participación de los treintainueve generales, coroneles, tenientes coroneles y mayores en activo o en retiro de las Fuerzas Armadas Revolucionarias, la Contra Inteligencia Militar y el Ministerio del Interior y los veintiún familiares y amigos de Tamayo, cuyos nombres están anotados en la relación de los testimoniantes.

Es inmensa nuestra gratitud hacia ustedes queridos compañeros, por el amor y la delicadeza con que buscaron en su memoria hasta el detalle, llamaron a compañeras y compañeros que podían ofrecer información,buscaronen añejos baúles papeles y fotos amarillas, entregaron sus versos, sus escritos, sus libros, sus mapas y ofrecieron hasta sus casas o recorrieron distancias lejanas con sugenerosa frase de «no se moleste usted, yo voy a su casa» para ofrecer el testimonio y no conformes con su aporte se ofrecieron para «todo en lo que yo pueda ayudar». Algunos, ni enfermos, pusieron el más mínimo inconveniente; imposible olvidar a Dilmar que con cáncer en estado terminal, casi sin aliento dijo: «si es para hablar de Tamayo, que venga a entrevistarme» y a poco falleció. Muchos casi no encontraban un espacio libre en el plan de trabajo, pero «hicieron el tiempo». La autoría de este libro también les pertenece.

A los coroneles (r) Miguel González-Pardo Machado y Eusebio Herrera Fortuny por sus testimonios y documentos, por sobrevivir, y vivir para contar directamente, tal como fue,parte importante de esta historia, eterno agradecimiento.

A la jefatura de la Contra Inteligencia Militar, la mayor gratitud por su sentido de la historia y su deseo de que se escriba la vida y obra de sus mártires.

Al teniente coronel (r) José Prudencio García Rodríguez de la CIM y al teniente coronel Abel González Echazabal del Minint que con amabilidad y paciencia fueron facilitadores magníficos de información sin la cual no hubiera sido posible ubicar y entrevistar decenas de personas, ¿cómo no agradecerles?

Al coronel (r) Celso Orlando Hernández Rodríguez, gracias compañero, por ser capaz no solo de hacer la historia, sino de escribirla y ayudarnos a encontrar «un eslabón perdido» de esta investigación.

Sin Juan Antonio Rojas Hurtado, la etapa de la vida de Tamayo en la escuela de diplomacia y su servicio en unidades ingenieras de las FAR antes de pertenecer a la CIM hubiera sido prácticamente imposible escribirla, su expediente ofrece pocos datos. Gracias Rojas por ser el amigo de Tamayo siempre a mano.

Para los hombres y mujeres del territorio de la CIM en Oriente, no faltará nunca ese agradecimiento que se siente primero y se piensa después. Especialmente fueron de gran ayuda los tenientes coroneles de la sección de cuadros Leandro Sablón González y Adolfo Pérez Alberteris, primer teniene Armando Angulo Leal, oficial de la CIM en el sector militar de Banes, Miguel Diéguez Ronda, excelente guía en los parajes de La Juba y Edilio Antonio Romero Torres, diestro chofer.

Las coronelas (r) Noris A. Olivera Martínez y Bibiana Francisca Pérez Porra, teniente coronel (r) Mirta Wejebe Cobo y la mayor (r) Aurora Alquiza Soto. Son sencillamente imprescindibles espiritual y materialmente para obras como estas.

A los trabajadores del Archivo Central de las FAR, en especial Teresa López Bañobre y Berto Valdés Ygantúa, gracias por su ayuda y gracias por su responsabilidad.

El Órgano de Instrucción de la EMS Comandante Arides Estévez Sánchez, su jefa, coronel Raquel Hernández Borrego y, de la misma escuela, los siempre solícitos tenientes coroneles Jorge Osmany Acosta García, Lizardo Parada Fuentes, mayor Roberto Urguellés González y la mayor Alida Galván Oliva, recibirán siempre nuestras especiales gracias.

El historiador de la ciudad de Holguín, Irán Concepción; Yurisai Pérez Nacao, historiadora de la ciudad de Banes; Maribel Guerrero Pipa, vicepresidenta para la Educación del Consejo de la Administración de Banes; Yamilé Carrera Caballero, miembro del Buró del PCC de la esfera político-ideológica de Banes y todos los que amablemente aceptaron nuestra propuesta y decidieron la aprobación del nombre de Juan Armando Tamayo Molina para la escuela primaria de La Juba, demuestran el sentido de la noble labor que realizan, siempre recibirán sentimientos de gratitud y el recuerdo nuestro.

En La Juba Doralmis Domínguez Tamayo ha sido nuestra mano derecha; ella, su mamá Ofelia y Xiomara Sablón Tamayo formaron un equipo de investigación para que se escriba un pedazo de la historia del terruño que tanto amó Juan Armando Tamayo Molina. Siempre recibirán nuestras congratulaciones.

 

Introducción

Quisiera que los jóvenes leyeran este libro. Sé que se van a identificar con esta figura que al cumplir los 33 años de edad entraba en el martirologio de la patria. Había nacido Juan Armando Tamayo Molina en un punto de la geografía cubana casi desconocido para muchos, pero antes de cumplir los 21 años de edad ya él estaba inscripto en la Contra Inteligencia Militar que le dio renombre.

Fue un joven que vivió a la altura de su tiempo. Supo captar con celeridad la perspectiva del proceso de transformaciones políticas, económicas y sociales que comenzó a ver con la Revolución llegada al poder el 1 de enerode1959, cuando tenía 14 años de edad y de inmediato se insertó en él.

Con la lectura se podrá descubrir por qué sesenta personas entrevistadas se implicaron con tanto entusiasmo en el proyecto de esta obra. Algunos exprimieron su memoria rebuscando entre las huellas, la más exacta conservada por más de cuarenta años para que salga a la luz la biografía con la mayor precisión que puedan hacerlo las ideas.

Ni en los testimonios de generales, coroneles, tenientes coroneles y mayores de las Fuerzas Armadas Revolucionarias, el Ministerio del Interior y la Contra Inteligencia Militar sobre acciones o hechos acaecidos en un ambiente militar sosegado o tempestuoso relacionados con Tamayo, dejará de chispear la fibra de sensibilidad humana con la que estuvo trenzado su espíritu en cada acto de su vida.

A los seres más queridos y sus amigos y compañeros de batalla, los tendrá presente lo mismo en la hora del disfrute, como en los momentos de angustia.

El lector se percatará de la coherencia en las ideas políticas y revolucionarias que sustentaron la ideología martiana, marxista, leninista y fidelista de Tamayo y encontrará la página escrita por él en los hechos y procesos de los que participó en la historia revolucionaria de Cuba y de Etiopía.

De que sus valores éticos y patrióticos fueron cementados en La Juba por sus padres, familiares y una pequeña población campesina humilde, que sobrevivió a la explota-ción capitalista trabajando con honestidad, decencia y pulcritud, no hay dudas. Y de que supo incorporar a su personalidad los valores más hermosos que solo una sociedad nueva, libre de la esclavitud del capital y que dignifica al hombre es capaz de generar, da fe la ofrenda de su vida en defensa del pueblo etíope.

Si esta historia inspira a la reflexión y las actuales y futuras generaciones de cubanos saben ver lo universo en una gota de rocío, se habrán encontrado con Tamayo.

La autora

Yo era un niño cuando eso1

1 Los títulos y subtítulos obedecen en su gran mayoría a frases dichas por Tamayo.

 

Nacimiento de un niño

Era jueves 8 de febrero de 1945, en el barrio La Juba, pequeño caserío ubicado en la costa norte de Cuba, distante unos seis kilómetros de Samá en la entonces provin-cia de Oriente, actualmente Holguín, se dilucidaría una curiosidad de la familia y de los vecinos: ¿cuál sería el sexo del segundo hijo de Alberto y Teresa?

Unos apostaban por la hembra, otros por el varón. La ciencia no había avanzado lo suficiente como para determinar el sexo de la criatura en el vientre de la madre.

Si era hembra, Alberto tendría que resistir la tormenta de burlas con la habitual frase de «te rajaste» del cubano machista que no tuvo que aguantar la primera vez que fue padre. Por aquello de que el hombre es hombre, el propio Alberto se decía: «está probado que doy machos».

El pronóstico más confiable lo ofrecía Juana Batista, señora a la que le decían Piano. Ella era de La Lucha, de Samá, pero con sus manos amorosas había recibido a la mayoría de los niños nacidos en la comarca. Era la comadrona del barrio, no había estudiado ni tenía cómo hacerlo, los conocimientos le venían de la tradición familiar o popular en la práctica, pero según decía: «ella no se equivocaba», por los signos físicos de la cara o del vientre que aparecían durante el embarazo sabía si era hembra o varón. Y hasta la justificaban sus admiradoras cuando se equivocaba.

Era respetada y querida en toda la comarca, entre el reconocimiento y la admiración de los vecinos se le veía desandar los terrenos empedrados o entre surcos de caña, hermosos cocales o bosques definidos con el nombre de su dueño legítimo o no y bajo cualquier inclemencia del tiempo de día o de noche, socorriendo a las parturientas.

Al fin se escuchó en el cuarto principal de la casa destinado al matrimonio, una criatura anunciando con su llanto que había nacido bien. ¡Y era varón como decía Juana y como quería Alberto!

Toda La Juba se alborotó y llegaban a conocer al niño, ya Alberto y Teresa le tenían reservado de antemano un nombre: Juan Armando. Pero siempre le llamaron Armando y su papá cariñosamente lo apodó Yoyo. Los padres no tardaron en inscribirlo en el registro civil de Cañadón cerca de La Juba.

La casa que abrigaba al niño era bonita, había sido construida por Severo, un hermano de Alberto, la vivió al lado de su esposa María Luisa Merino, pero decidió irse a vivir a Banes y se la dejó a él. En ella nació Armando, tenía un estilo en la construcción que la diferenciaba bien de las del barrio, montada en pilotes, con paredes y piso de tabloncillos y el techo de teja y zinc, lo que le daba cierto realce y permitía una mejor higiene al preservarla del polvo y del fango del terreno. Estaba bien cercada y al frente tenía la portería que le daba acceso.

Solo de la familia que llegaba a conocer al niño, se llenaba la casa todos los días. Los primeros fueron sus abuelas Faustina, la mamá de Teresa y Julia, la mamá de Alberto, estaban locas celebrando al niño, pero Manuel, Noly, solo tenía un añito, «está celoso» —decían—, lo cargaban y le enseñaban a su hermanito.

Manuel, el padre de Alberto, se veía realizado también en su nieto porque era varón, él había tenido doce hijos, pero ocho eran varones, esos y más quería, así le enseñóa Alberto que debía ser y le han salido varones; al niño —pensaba— hay que inculcarle lo mismo.

Francisco era el abuelo materno, llegaba a conocer el segundo nieto que le daba Teresa, él también tenía una familia numerosa pero no tanto como Manuel, ademáshabíacompartido bien la prole: tres varones y tres hembras.

Eran dos familias que se apreciaban mucho y se ayudaban, las dos eran muy humildes y trabajadoras y gracias a que Francisco daba hijas hembras se habían unido mucho más, dos de ellas se casaron con dos hijos de Manuel: María Teresa a la que siempre la llamaron Teresa, se casó con Alberto, y Silvina se casó con Roberto, Pite.

Nadie de la familia ni del barrio dejó de ir a ver al bebé. El tiempo no era nada halagüeño para tener tantos hijos, menos aún con un año de diferencia, pero el amor todo lo puede, Alberto y Teresa estaban unidos por fuertes lazos. El amor de varios pudiéramos decir, porque verdaderamente el nacimiento del niño involucró la solidaridad de muchos, la pequeña canastilla que había confeccionado con sus manos Teresa se vio ampliada con el aporte de las vecinas que fiel a la tradición de las familias pobresde entonces, recogieron las ropas rotas y se las llevaron de antemano a Teresa para el nacimiento del niño. «Con estas puedes hacer sabanitas que aguantan más, sonde las piernas de los pantalones y estas que son de sayas yblusasmías puedes hacer culeros», le decían las humildes y bondadosas campesinas.

Como en la mayoría de los campos, en La Juba no había servicios médicos y así como en todos aparecía una comadrona también aparecía una curandera, ella era Enedina Calzadilla, estaba también dentro de la familia, se había casado con Mariano, un hermano de Alberto. Era tan pobre Enedina y necesitada como Juana, pero, como ella, con un corazón incapaz de pedirle a nadie un centavo ni otro beneficio a cambio de sus servicios. Era tan saludable que vivió cien años con buena calidad de vida. No sabía leer ni escribir, pero era inteligente, curaba con medicina verde y hacía rituales religiosos; si veía que la cura de la enfermedad no estaba en sus manos enseguida indicaba que se consultara al doctor. Entonces los vecinos acudían para trasladar a pie al enfermo en hombros acostado en una camilla hasta Banes, distante unos doce kilómetros. Armando tuvo un desarrollo físico y mental normal. Creció sano y robusto. Era un encanto contemplarlo, figuraba entre lo que se suele definir como un niño lindo, resultante de la combinación perfecta de encantos varoniles, ojos preciosos, labios carnosos, nariz perfilada, sonrisa perfecta y pelito castaño que peinaba su madre con gracia dejándoselo caerensortijado sobre el cuello. Entonces venían los elogios amorosos de las mujeres que resultaban ofensivos para el niño: «qué carita tan linda, parece una hembrita». Su mamá cuando tuvo la oportunidad lo retrató antes de que creciera más y se las ingenió para que luciera «lo mejorcito en el vestir».

Alberto y Teresa no se embullaron a tener su tercer hijo hasta siete años después del segundo. Fue otro varón como para seguir complaciendo a su padre. Todos los pronósticos se le cumplieron a Alberto y por eso decidió que llevara su nombre y decirle Betico. Los tres gozaron de buena salud. Al decir de la familia, Noly, Yoyo y Betico, eran tres troncos.

En la escuelita de La Juba

Cuando Armando arribó a los siete años matriculó en la escuela de su barrio señalada como Escuela Rural no. 30 Federico Capdevila, perteneciente al municipio de Banes. La escuela contó con muy buenas maestras como Hortensia Borrero en primer grado y María Onelia Dorta que lo llevó desde segundo hasta sexto grado.

La maestra parecía no darle importancia a tener que abandonar su casa durante los días de clases e irse a dormir a varios kilómetros bajo el mismo techo de su alumno Juan Armando. La no existencia de transporte público y el difícil acceso del camino en la primavera le impedían el traslado diario, por esa razón optaba por quedarse en casa de Alberto y Teresa, que tan amablemente le ofrecían su hogar.

La maestra tenía bajo su responsabilidad un aula multigrado sin suficiente material escolar ni asistencia técnica y metodológica; a los gobiernos de entonces no les importaba mucho la enseñanza, ni la calidad de esta, menos aún si la escuela estaba en un lugar intrincado y le quedaba lejos al personal encargado de atenderla.

Comenzaba el proceso de enseñanza escolar del año 1952, el mismo año del artero golpe de Estado propinado por Fulgencio Batista Zaldívar, por demás coterráneo de los habitantes de La Juba, a uno de los dos presidentes que lideraron los partidos políticos de los llamados gobiernos auténticos: Carlos Prío Socarrás.

El escándalo por la corrupción administrativa que practicaron los gobiernos auténticos, entre ellos el robo de los fondos del presupuesto estatal destinados a la educación, se escuchaba aún en las plazas y lugares públicos. Ahora aparecía un señor que de la noche a la mañana se autoproclamaba presidente de la república y que después gastó más en la propaganda de ofrecimientos de planes sociales para la nación, que en la realización de una de las obras.

La vehemencia y valentía conque el proletariado cubano defendió sus derechos durante la seudorrepública establecida en Cuba en 1902, después de que Estados Unidos le arrebata a los cubanos la libertad que había conquistado con el filo del machete en la guerra contra el colonialismo español, hizo posible arrancarle a ciertos gobiernos la edificación de algunas escuelas en los campos. Para la construcción de la escuela de La Juba, Manuel, Palili, el abuelo paterno de Armando, al ver que se iba a reparar una injusticia, donó un área de su pequeña finca, donde tenía un salón de baile. Él también era pobre, el terrenoque heredó de sus padres era de apenas una caballería, ahí había criado a sus doce hijos con mucho trabajo, pero tenía sentido común: es más importante sembrar una escuela.

Fue levantada sobre pilotes de madera con piso y paredes de tabloncillos y techo de zinc parecida a la casa de Alberto. Le garantizaron una ventilación perfecta a través de puertas y ventanas grandes. Contaba con un comedor cementado, área deportiva, letrina sanitaria, un jardín en el que estaba erigido el busto de José Martí y un huerto. Su capacidad permitía recibir dos o tres decenas de niños.

Enseguida la maestra comenzó a familiarizarse con los nombres nada complicados de sus alumnos porque en aquella etapa se usaban calendarios donde los 365 días del año aparecían independientes, cada uno en una pequeña hoja que señalaba la fecha y debajo el nombre del santo al que pertenecía.

Los padres usaban esa tradición para elegir el que llevaría su hijo u otros que rememoraban el de seres queridos, pero no se inventaban aleaciones de sílabas de un nombre con otro como sucedió varias décadas después.

Entre los apellidos predominaban los de: Dorado, este hacía honor al primer habitante que comenzó a poblar La Juba, Vicente Dorado. Según la historia contada por los vecinos, era un emigrante de Galicia que resultó muerto en su propia casa, al parecer en un ajuste de cuentas; pero el apellido aún está presente en la comarca y se encuentra incluso entre la familia de Armando.

El apellido Tamayo lo llevaban otros niños como los de la familia en cuyo hogar se albergaba la maestra; Ricardo lo llevaba una niña blanquita de piel y cabellos rubios que resaltaba por su inteligencia, se llamaba Noida. Los apellidos Molina, Rodríguez, Negrín, Calzadilla, Sablón, Portela, García, Remedio, Zaldívar, Feria, Batista, Portelles, eran los de otros niños. A todos los diferenciaban los apellidos y los igualaba la alegría de estudiar y aprender.

Pero lo más importante para la maestra era la responsabilidad que tenía frente a un aula de niños. Sin miramiento de la falta de una u otra condición de trabajo o del bajo salario, ella se entregaba a la hermosa tarea de no solo impartir los contenidos que dotaban de conocimientos a sus alumnos sino a la tarea más difícil: educar y contribuir a prepararlos para la vida.

Ella era divina, a las niñas les encantaba que les enseñara a cortar y coser ropitas y a bordar, así aprendían y se entretenían como mujercitas obreras, y los varoncitos mientras tanto, aprendían a construir sus juguetes.

Era una manera que tenía la maestra de inculcarles el aprendizaje de los oficios que son tan importantes y en aquella época era la máxima preparación a la que podían aspirar para sus hijos las familias de bajos recursos, aunque demostraran aptitudes para las ciencias, las artes y otras ramas del saber humano.

También les enseñó el respeto a los símbolos patrios tal y como se hace hoy, pero el saludo era diferente, la mano derecha se colocaba en el corazón.

A la hora del receso las niñas y los niños realizaban juegos, cantos y rondas que son tradicionales en Cuba.

Al ojo supervisor de la maestra se añadía el de la madre de Armando las veinticuatro horas del día porque ella era la conserje de la escuela y exigía como una educadora más.

La maestra como tal le exigía el respeto, la disciplina, el orden, los buenos modales, la concentración de la atención en las clases y el cumplimiento de las tareas escolares. Teresa evaluaba el comportamiento de su hijo y lo corregía con toda la severidad que lo hacían los padres de aquella época. Si Armando se demoraba para salir o hacía alguna manifestación de poco deseo de ir al aula, le daba con el chivirico2 y el niño cogía el camino hacia la escuela, atravesaba entre la yerba, que según comentaba él años más tarde: «no veía ni las matas de plátanos».

2 Chivirico, nombre con el que identifican en esa zona a la escoba hecha de la rama seca del palmiche, fruto de la palma real.

Era muy querido por la maestra. Fue tanta su aplicación y disciplina que obtuvo el Beso de la Patria, galardón que solo obtienen los mejores estudiantes; andaba muy contento con su diploma enseñándoselo a este, al otro, a aquel, y más alegre se puso cuando le anunciaron que iba a participar de una excursión a La Habana. No tenía la menor idea de lo que era una ciudad grande —ni chica—, pero lo iban a sacar de paseo, quizás fue esa la única vez que tuvo un prolongado descanso en la niñez.

El niño a veces no se veía bien calzado, los zapatos le quedaban grandes, entonces María Luisa, una cuñada de Teresa, le decía: ¡ay, tan lindo que es el niño!, ¿para qué tú le pones esos zapatos que le quedan feos? Y Teresa le respondía: es que tengo que comprárselos grandes para que no se le queden…

La maestra decía que el niño era inteligente, le gustaba estudiar y a la vez trabajaba; desde los siete años ayudaba a su papá en el campo; la mamá lo mandaba a buscar leña para cocinar, traer agua y regar el huerto. Se levantaba de madrugada, encendía un candil y se ponía a hacer las tareas.

Algunas veces su mamá lo mandaba a hacer algún trabajo y se entretenía mirando un pajarito, con una bolita, o cualquier cosa y ahí mismo venía la refriega de Teresa, cogía un chivirico, un cuje, o lo que tuviera al alcance y le daba una pela.3 Sí, porque ella era muy recia y muy fuerte, ese es un rasgo del carácter del hombre español y de él descendía.

3 Castigo corporal de poca magnitud que se aplica a los hijos.

Las obligaciones de trabajo fueron en aumento; «ya tenía edad» para que buscara el agua del pozo, muy profundo por demás y alejado de la casa; para transportarla cogía una vara, le colocaba una lata en cada punta, bien seguras para que no se resbalaran, se agachaba, se las echaba al hombro y se ponía de pie tambaleándose por el peso y las trasladaba a la casa; se encargaba de repetir la acción varias veces para garantizar el agua de beber, cocinar, bañarse y realizar las limpiezas y aseos en el hogar, llenaba el gran tanque de cemento y continuaba cargando para llevar a cabo el regadío de los cultivos agrícolas; la única suerte que tenía era que a su hermanito Noly, tan pequeño como él, le exigían exactamente igual. Muchas veces Alberto le decía: hoy no puedes ir a la escuela, tienes que ayudarme en el campo, mañana vas y entonces me llevo a Noly.

Para juegos, esa actividad reservada a los niños como fundamental en su desarrollo, no tenía otro tiempo que el del receso a mitad de la clase diaria, él no pudo ampliar mucho la imaginación a través del juego. Si acaso tiraba las bolas, jugaba a la pelota, improvisaba un caballito de palo, o enyugaba botellas simulando las cartapilas4 que veía en el barrio, pero cuando más entretenido andaba, escuchaba la voz de la madre o el padre, haciéndole algún encargo. Las vicisitudes de su vida de niño, hicieron que anduviera siempre con los pies en la tierra; en aquel mundo de obligaciones no había tiempo para fantasear. De esa forma de vida no surgen muchos niños dados a preferir la ciencia ficción.

4 Cartapilas, así denominan en esa región a las carretas arrastradas por dos o más yuntas de bueyes.

Cuánto quedó grabado en la mente del niño que acompañaba al padre en la faena sin tiempo para descansar, sediento y hambriento muchas veces, está contenido en breves palabras en su autobiografía escrita varios años después:

Mi hogar era muy humilde, la situación reinante en el mismo era bastante pésima ya que lo que ganaba mi padre no era suficiente para mantener los hijos que tenía. Durante ese tiempo yo ayudaba en lo que podía al trabajo de la casa, era un niño cuando eso. Durante el tiempo comprendido de 1952 a 1959 estudiaba y trabajaba, significando que había veces que mi hermano y yo teníamos que alternarnos en los estudios debido a que teníamos que ir al trabajo con mi papá; desde los siete años ayudaba a mi papá en el campo.5

5Autobiografía contenida en el expediente personal de Juan Armando Tamayo Molina. Todos los testimonios de los entrevistados obran en el archivo personal de la autora. [N. del E.].

Esta realidad hizo que Armando fuera un adolescente que tenía mucha responsabilidad en la mantención de la familia como si fuera un padre, y se abstenía de satisfacer los pocos gustos que podía darse en aquella zona bastante inhóspita.

Debido al triunfo de la Revolución —dice Betico—, yo no tuve que trabajar tanto en el campo y en las labores de la casa como Noly y Armando, pero sí recuerdo muy bien el régimen de vida que llevaban, yo los veía y me decía: «¿qué es esto?» Como era más chiquito y por demás muy bellaco, siempre estaba, o burlándome de ellos cuando los mandaban a trabajar o les daban una pela y haciéndoles maldades. Cuando venían casi agachados por el peso de aquellas dos latas de agua rumbo a la casa, yo cogía un palo y se los atravesaba entre las piernas para que se enredaran y se cayeran. Pero eran cosas impensadas de muchacho. Mirando en retrospectiva en realidad daba lástima como trabajaban sin descanso ayudando a mi papá.

Un día Armando descansaba junto a otros de su edad, sentado en unos bolos de madera, cerca de la tienda de los Dorado, cuando vio acercarse a Betico con un jarro en la mano, venía de lo más contento a buscar durofríos; Armando se percató a lo que venía y, claro que sabía también que los iba a pedir fiados.

—¿A qué vienes? —le preguntó.

—A buscar durofríos —le respondió.

—¿Fiados?

—Sí.

—Pues no vas a comprar nada fiado —le aseguró y se dirigió a Tabin el dependiente—, no le des nada fiado, que no hay dinero para andar comprando durofríos.

Pero Betico era muy fuerte de carácter y además se sentía protegido, porque él le había pedido permiso a su papá, le dijo a Tabin furioso y desafiante: «O me los das o te rooompo todos los pomos» —eran varios pomos de cristal que exponían los pirulís y otros caramelos para la venta.

Entonces el que se enfureció fue Armando, si no le permitía comprar fiado, mucho menos le aguantaba la falta de respeto a una persona mayor, lo agarró por los dos brazos y lo sacó a la fuerza de la tienda, por mucho que Betico forcejeó no pudo quitárselo de encima y se fue llorando con su jarro en la mano a darle las quejas a su papá.

Pero ¿cómo he valorado después ese acontecimiento? —Dice Betico—, Armando sentía sobre sus hombros un gran peso, una gran responsabilidad en el sustento económico de la familia, valoraba muy bien la situación que tenía y se sentía tan protagonista como mi papá en la solución de los problemas. Siempre endeudados con el dueño de la tienda, no teníamos ni siquiera juguetes, él y Noly, mi otro hermano, siempre trabajando y consideró que no se debía pedir fiado algo que en realidad no era necesario. Mi papá no vio bien que me diera esa pela, porque me había autorizado y porque mi papá no daba golpes.

La educación recibida en la escuela y el hogar fueron los pilares fundamentales que sustentaron siempre la actitud y conducta de Armando.

Risas y alegrías en La Juba

En aquel ambiente campesino Armando disfrutó momen-tos anecdóticos que más tarde lo hicieron reír.

Su abuelo Manuel, Palili, vivía cerca de su casa, le gustaba dormir la siesta y que él y Noly lo ventilaran con una penca y le alejaran los mosquitos. A cambio les daría unas pocas monedas de a centavo. La dádiva los tentaba, pero en realidad no les era de mucho agrado la tarea y estaban locos porque el abuelo se durmiera; cuando parecía que ya estaba relajado y dormido, ellos se echaban una miradita confidente y despacito trataban de alejarse, cuando de repente el viejo los llamaba: issssss.

Cuando Palili murió, Armando y Noly se adueñaron de su caballo blanco y lo más pronto que pudieron los dos de jinetes se fueron en él a Banes. La alegría se les tornó angustia. Al caballo no había manera de sacarlo del lento paso conque lo conducía su dueño y para más, hacía en el camino, las decenas de paradas que acostumbraba el abuelo para saludar a las amistades, sin desmontarse. Ni a base de latigazos lograban sacarlo del paso. Así de golpes recibió el pobre caballo después de perder a su dueño y así de risotadas echó Armando haciendo el cuento.

Las distracciones en La Juba eran muy diferentes a las de la ciudad, pero él como los del barrio se divertía.

Un día muy esperado era el de las corridas de cintas, eran competencias de jinetes en carreras de caballos. Desde antes comenzaban los preparativos, confeccionaban un aro de cintas fácil de destruir, colocaban una soga bien tensa de un extremo a otro del camino en el lugar más recto y menos accidentado, en la que amarraban el aro de cintas lo suficientemente alto para que no se enredara el caballo y a la vez pudiera ser alcanzado por la mano del jinete. Los caballos estaban bien entrenados por sus dueños en el galope rápido. El ron, bebida de los campos porque no había dónde, ni cómo enfriar cervezas, no faltaba nunca en las fiestas. Todo el barrio de La Juba, ancianos, hombres, mujeres, niñas y niños, se amontonaban en una parte del camino donde daría inicio la competencia. Apostaban por el caballo blanco, por el negro, por el alazán, de cada dueño. Al fin comenzaba la competencia individual. El jinete erguido presuntuoso, con un brazo recto hacia arriba, enarbolando la lanza, pinchaba con las espuelas su caballo que emprendía la veloz carrera. Envalentonado por el bullicio, el jinete se concentraba en introducir la lanza dentro del aro y romperlo, si lo lograba se pavoneaba encima de su caballo, los que apostaban por él gritaban y saltaban y otros impresionados esperaban el turno del suyo. Después venían las felicitaciones a los ganadores entre tragos de ron y otros festejos. A veces decidían hacer una fiesta bailable, el salón, como lo fue antes, sería el piso de la escuela, desde temprano comenzaban las mujeres, los hombres y los niños, a apartar los pupitres y correr los muebles hasta dejar despejado el espacio. Llegaban músicos contratados de Banes, siempre con un órgano, tampoco faltaría nunca Teodoro Negrín Sablón con su guitarra para tocar y cantar, llegaba otro con una filarmónica, todo lo que podía imitar el sonido de un instrumento musical estaba presente en manos de improvisados músicos.

Comenzaba el baile, en él estaba Armando, torpe, sabía que no cogía el ritmo de la música, pero no le importaba, seguía el movimiento típico del campesino tomado de la mano de la pareja y el sube y baja de los brazos de ambos, como si estuvieran sacando agua del pozo, daba pisotones, pero contento y alegre a más no poder, no le importaba la crítica o la risa de otro. «Yo me divierto —decía—, aquí nadie lo hace tan bien».

En la fiesta estaba Noida, ya hace que andan con miraditas de evidente atracción, pero discretas, no tiene edad para amoríos aunque ya parece una mujer, es bonita, tiene hermoso su cuerpo, sus caderas, sus piernas, sus manos, es pulcra y decente. La conoce bien, es la que le gusta y se siente correspondido.

Otra noche se hará una serenata, lo conoce el barrio, menos la homenajeada.

Teodoro Negrín está afinando la guitarra desde temprano y ensayando la canción mexicana de Las Mañanitas, otros también la cantan y ensayan, piensan que lo hacen muy bien. Ya ha oscurecido y el grupo de mujeres y hombres se dispone a dar la sorpresa, hasta niños han conseguido que los padres los dejen ir, van a oscuras, a veces los ilumina la luna, se acercan a la ventana y se rompe el silencio de la noche con el toque de las cuerdas de la guitarra y del canto.

«Estas son las mañanitas… a las muchachas bonitas…». Alegre abre la muchacha la ventana y la familia enciende los candiles, entran y se forma la canturía entre tragos y agradecimientos.

El domingo será el juego de pelota, ya tienen seleccionado el terreno y marcada las bases. Los equipos están diferenciados solo porque se conocen los peloteros pero no tienen uniformes. Armando no faltará, le encanta el béisbol, es muy rápido corriendo y por eso también le gusta el campo y pista.

La distracción más frecuente es la que menos preparación lleva, solo consiste en agruparse alrededor del tronco del árbol cortado en el área de la tienda de los Dorado, a veces los alumbran las estrellas, otras la Luna y siempre o casi siempre las linternitas verdes de los cocuyos que no dejarán de atrapar y encerrar en un pomo de vidrio transparente, nunca falta Armando; Manuel, Noly; Dorado Reyes y otros primos o amigos, conversan, se ríen, mortifican a los más pequeños y después se acuestan a dormir temprano porque hay que trabajar y hay que estudiar.

Lo que ganaba mi padre no era suficiente

En realidad Armando como su hermano Noly tenían una vida dura. Así creció y se desarrolló la inmensa mayoría de los niños de los campos y de las ciudades de bajos recursos económicos de Cuba antes del triunfo de la Revolución, no eran los padres los que obligaban a tan lamentable modo de vida, era el sistema.

El sistema social reinante cuando nació, fue el causante de que tuviera que trabajar tanto en la niñez, como lo hicieron sus ascendentes.

Cuba era formalmente independiente, tenía un gobierno propio, pero sucesor de los que a partir de 1902 se instalaron a través de una aparente democracia, se alternaban en el poder como representantes de uno u otro partido político que en esencia, eran una misma cosa, ajenos a los verdaderos intereses de las masas oprimidas tanto o más que cuando eran sometidas por el colonialismo español; eran gobiernos que solo defendían los intereses de las clases explotadoras y que respondían más al reclamo del amo yanqui y sus enormes monopolios que al de su propio pueblo.

La United Fruit Company era una de las compañías estadounidenses que controlaban la producción de azúcar en el país, aunque su base era el monopolio bananero que desde 1804 empezó a enviar esporádicamente algunas cargas de banano a las ciudades costeras de Estados Unidos. Al comenzar el año 1959 era, atendiendo a la cantidad de tierras que poseía, la séptima latifundista de Cuba, contaba en ese momento con 8153 caballerías de tierra.

Ocupó una estratégica región en Cuba en la porción noroeste de la antigua provincia de Oriente. Sus grandes propiedades se extendieron sobre llanos y lomas de suelos generalmente fértiles en torno a las bahías de Banes y Nipe.

La característica principal de su latifundio era la continuidad y homogeneidad de sus tierras, que se extendían sin interrupción a través de tres municipalidades: Banes, Antilla y Mayarí, lo cual permitía un especial control de la región en que se encontraba asentada. Para esa empresa sus propiedades se encontraban distribuidas administrativamente en dos divisiones llamadas Banes y Preston. Banes ocupaba los límites colindantes con la bahía de ese nombre y la segunda la situó en los terrenos que rodeaban la bahía de Nipe.

Los centrales Boston y Preston pueden clasificarse dentro de los 10 centrales que más tierras poseían en propiedad en nuestro país. Consolidaron el latifundio mediante fraudes, injusticias y uso de la fuerza, para esto la compañía contó con la complicidad de negociantes y profesionales que en su afán de lucro, le facilitaron la ayuda requerida para apoderarse de la amplia base territorial.

Como resultado de su asentamiento en Cuba, requirió el aumento de personal para la construcción de sus empresas, acrecentó la fuerza de trabajo con inmigrantes, principalmente jamaicanos y haitianos, el primer grupo arribó a Banes en 1900. A raíz de la colonización de la United Fruit Company, la población de Banes creció y de igual manera crecieron sus barrios, en los cuales ubicaban a los obreros —particularmente a los inmigrantes— de acuerdo a las nacionalidades, ocupaciones, raza y posición social; se podía apreciar así una gran diferenciación racial, étnica y social; fueron víctimas de una horrible discriminación y explotación yanqui.

Alberto trabajaba sin descanso como jornalero agrícola, pero el pago en salario era sumamente bajo, pensando en mejorar se hizo de cartapilas, amanecía en el surco en interminables días cargando carretas y más carretas de caña para luego guiar las yuntas de bueyes atascados por el fango, empapado de agua o de sudor y en tramos pedregosos, para depositarlas en la grúa ubicada en Duruty, sitio distante de La Juba tres o cuatro kilómetros, y que iban a parar al central Boston. A Armando, como a su hermano Noly, se les veía trabajando a la par del padre; en lugar de niños, parecían pequeños viejitos con sombrero, zapatos medio rotos y enfangados ayudando a sacar las carretas atascadas, repletas de caña, maderas o piedras.

Las fuerzas físicas y espirituales de Alberto, como las de la casi totalidad de los campesinos de la región eran exprimidas por la compañía norteamericana, hasta en la forma de remuneración por el trabajo realizado, por eso sintió mucho más la humillación y el sometimiento.

La United Fruit Company consideró necesario extenderse en la región con el negocio de ventas de artículos de uso y consumo mientras desarrollaba la producción bananera y azucarera.

La Dumois era a la sazón un importante centro comercial en la región que le hacía competencia, por lo que deci-dieron disminuirles sus ventas y optaron por pagar a sus obreros en mercancías, reduciendo así la disponibilidad de efectivos en manos de los trabajadores y que no le compraran a la Dumois.

El obrero recibía un crédito entregado en mercancías para descontar a través de la nómina de la empresa. Esto garantizó la supremacía del departamento comercial de la United Fruit Company, sobre la tienda Dumois. Los obreros agrícolas en tiempo de zafra, recibían vales quincenales con el importe de los salarios devengados, con él podían adquirir lo que necesitaban, según el concepto capitalista, en cualquiera de las tiendas de la United Fruit Company. Pero esto violaba la Ley Arteaga de 1905 que obligaba a pagar a los obreros en moneda nacional y que adquirieran los artículos en sus tiendas.

La red comercial se extendió por Banes, Embarcadero, Macabí, Cañada Honda, Los Ángeles, Naranjo Dulce, Deleyte, Negritos y Calabaza, consiguiendo formar 52 lugares de venta, 26 en cada una de las dos divisiones. En La Juba el punto de venta era la tienda del señor Manuel, Manolo, Salvador, él era el único terrateniente que había en La Juba, y sobraba; vivía en Banes, pero había construido allí una vivienda lujosa para la que no podían mirar las capas humildes de obreros y campesinos, legítimos dueños del lugar; además de la tienda era dueño de tierras, mucho ganado, tenía una lechería enorme que producía más de mil litros de leche diarios, molino de viento y criados. Era un servil de la United Fruit Company, se encargaba nada más que de entregar los artículos a través de los vales quincenales, no le fiaba un centavo a nadie y no le daba una toma de leche ni a los niños.

En tiempo muerto, que significaba no conseguir un empleo porque la zafra de caña de azúcar había terminado, Alberto continuaba cargando bolos de madera y transportando piedras que extraía la compañía americana también usurpadas de la región con su presencia en Cuba.

Mantenía un pedazo de terreno que había heredado de su padre, cultivaba maíz, frijoles, yuca, calabaza y tenía un huerto, su atención era en gran parte responsabilidad de los niños Noly y Armando.

Las cosechas aliviaban la situación económica de la familia que no vivía tan mal como los que no tenían una vara de tierra para alimentar a sus hijos, como le sucedía a José Ramón Negrín, Monguera. Armando conoció muy bien a este humilde campesino y veía cómo pelaba cocos por centenas, para obtener por su trabajo 20 centavos.

Pero no todas las necesidades materiales podían ser satisfechas con el conuco y con los centavos que ganaban Alberto y Teresa, se veían obligados a comprar fiado en la bodega de Dorado, que siempre servicial atendía al llamado de sus clientes; con la garantía de que obtendría el pago cuando concluyera la zafra u otra labor.

La explotación de este sistema la sintió Armando directamente, pero ni siquiera sabía entonces el concepto marxista de explotación del obrero, veía la diferencia de clases, pero no la llamaba así; siempre las clases explotadoras han utilizado todas las vías a su alcance para mantener a los obreros y campesinos en la ignorancia y poder explotarlos mejor sin que protesten.

Con Silvina y Roberto

Silvina y Roberto, Pite, fueron las dos personas que dentro de la familia Tamayo Molina en el sentido más amplio, vinieron a significar para Armando lo que algunos niños encuentran y reconocen siempre como los segundos padres y por tal razón constituyeron para él parte importante de su vida.

Betico es el único de los tres hermanos que vive, a pesar de que por ley natural de la vida ninguno de los dos fallecidos había alcanzado suficiente edad como para pensar en la muerte. Es la persona que puede expresar con más certeza las relaciones de Armando con Silvina y Roberto:

Armando era muy familiar, quería mucho a sus padres, a sus tíos, a sus primos. Con Silvina y Pite, nosotros tenemos un vínculo doble por eso de ser dos hermanas, casadas con dos hermanos. No vivíamos tan cerca como vecinos, pero atravesando por trillos El Cocal donde estaba su casa y como muchachos al fin, se nos acortaba la distancia.

Silvina es dulce, suave, amorosa y nos sentimos en su casa en plena paz, Pite también es un tío muy bueno, una persona buena, de carácter más bien fuerte, recio como el de mi padre y ya eso nos ponía una distancia, un límite. No era el caso de Silvina, con ella nosotros nos sentíamos sueltos, gozábamos, hacíamos lo que queríamos y ella nos permitía cualquier cosa. Jamás ponernos un dedo encima.

Su casa era de construcción mala, paredes de yagua, piso de tierra, techo de guano, pero muy limpiecita, muy organizada, era un lugar de esparcimiento preferido, por aquello de la dulzura de ella. Y yo era… de madre, siempre haciendo travesuras, haciendo maldades y ella lo que hacía era reírse.

Nos encantaba que mi mamá nos dejara en su casa cuando tenía que hacer alguna gestión o que vinieran para la de nosotros. La humildad del hogar, del barrio, las necesidades, todas esas condiciones aunque uno no lo crea y aunque uno no desee vivirla, también influyen positivamente en los sentimientos de las personas como influyó en Armando.

Silvina expresa con voz pausada:

Yo siento por Armando amor de madre y así siento también por Noly y Betico. Mis hijos llevan los mismos apellidos que los de mi hermana Teresa. Pero no es solo eso, es que he estado muy cerca de ellos desde que nacieron. Si Teresa tenía que salir a Banes, al médico o a cualquier otra gestión, los muchachos iban para mi casa o yo iba para la de ellos y establecimos una relación muy estrecha, nos encariñamos mucho.

Armandito nos demostró siempre un cariño de hijo y creo que de cierta forma somos como sus padres, y que influimos también en su educación, aunque yo no solía regañarlo. Los hijos de él, son como mis nietos, de ellos también hemos recibido el cariño que vieron en su padre hacia nosotros y considero que nos tienen como si fuéramos sus abuelos.

Era un niño muy bueno. Jamás nos dejó relegados,adonde quiera que estuviera, siempre que podía venía a vernos, o nos mandaba a buscar. Muchas veces se nos aparecía a la casa con los niños y Noida y pasábamos un día alegre y feliz. Él tenía una moto con sidecar y recuerdo haber salido, montados Pite, yo y todo el que cabía para visitar un familiar, una amistad. Salíamos, conversábamos, nos divertíamos.

Roberto, Pite, vive desde hace mucho tiempo en Caimito, municipio de Artemisa al lado de su adorable esposa Silvina. Llegar a su hogar es un encanto y cuando el tema de conversación que nos ha llevado hasta allí aflora, su octogenaria mirada se detiene en un punto del recuerdo:

Armandito es nuestro hijo y muy querido. Desde niño fue un muchacho serio, responsable, eso no quiere decir que dejara de ser alegre, jaranero. Lo que predominaba en su carácter era la disciplina, la atención a los problemas, a la familia y la unidad, porque desde niño tuvo que trabajar muy duro en el campo por la situación económica que teníamos.

Cada vez que tenía un chance, venía con Noida, nos traían los niños; si pasaba cerca en asuntos de trabajo llegaba a saludarnos, a saber cómo estábamos, qué necesitábamos. Era así, una persona siempre presta a ayudar, muy revolucionario, muy fidelista. Él se preparó, se superó mucho, tenía muchas cualidades buenas y creo que eso tuvo su base en la educación que recibió desde niño, lo que se le trasmitió.

Está feo que lo diga yo, pero lo que vio siempre de nosotros, lo que respiró fue, yo diría que en primer lugar, la unidad familiar, nosotros éramos doce hermanos y en mi casa nunca hubo esa desavenencia, ese pleito de uno con otro, esa violencia de padres con hijos, hijos con padres, hermanos con hermanos, que uno ve hoy tan repetida hasta en las novelas.

Los gobiernos cuando aquello no le prestaban tanta atención a la educación, más bien lo que hacían era vivir de ella, no había ni escuelas, los padres no descansaban, no podían hacer que el niño se educara en la escuela.

Pero los padres criaban con respeto y exigían el respeto, ¡y eso que eran analfabetos!, por cuánto contestarle a la mamá, al papá, o a una persona mayor cuando te requería. No podía haber ni una queja de una persona mayor. Hoy en muchos padres lo que vemos es lo contrario; algunos incluso les dicen a los hijos que esa persona o hasta el propio maestro no es nadie y no saben el gran daño que les hacen. Eso no lo vio Armandito, ni lo hubiera permitido, porque creció entre el respeto y la disciplina; donde quiera que llegaba mostraba la educación recibida en el hogar y en la escuela.

Roberto Tamayo Molina, Robert, es uno de los dos primos hermanos de Armando que lleva sus mismos apellidos, nació y se desarrolló en El Cocal en la limpia casa hecha de yagua que tanto disfrutó su primo.

Yo guardo buenos recuerdos de Armando. En realidad éramos como hermanos no solo por la condición esa de tener los mismos apellidos dado el nexo familiar doble, sino porque nos criamos juntos, él pasaba mucho tiempo en mi casa, estaba apegado a mi mamá y eso creó un vínculo mayor que el que se tiene normalmente entre primos.

Era cinco años mayor que yo, no obstante tuvimos algún tiempo para jugar y compartir allá en La Juba, de aquella infancia recuerdo que había muy pocas cosas con qué divertirnos, una a la que acudía Armando y los otros muchachos más grandes era azuzar a los más chiquitos con historietas inventadas de que si este dijo, que si el otro dijo, hasta que caldeaba los ánimos y empezaba la bronca; venía entonces el momento de la diversión, unos incitando a este, otros a aquel.

Desde niño se distinguió por ser inteligente, muy sociable, muy familiar. Yo fui a estudiar a La Habana, al Instituto Politécnico Agropecuario Rubén Martínez Villena, cuando me gradué me dejaron allí de profesor y Armando siempre mantuvo el mismo afecto, la misma atención. Así, siempre muy familiar, dándole vuelta a los viejos, visitándonos los finesde semana.

Los Rebeldes a 25 metros de mi casa

Corría el año 1958 cuando el 5 de noviembre, La Juba recibió la presencia de una guerrilla del Movimiento Revolucionario 26 de Julio, dirigida por Rafael Díaz Oro.

La conocida por los habitantes de la localidad como Loma de Piedra, es atravesada por el camino que desde Los Ángeles conduce a La Juba; ofreció por su vegetación la primera protección para el enmascaramiento de los hombres y una casa perteneciente a Antonio María Dorado, a medio construir, les sirvió también en los primeros días de campamento.

En La Juba enseguida que la guerrilla de Díaz Oro llegó recibió el apoyo del campesinado deseoso de justicia, entre los cuales resaltó desde el primer momento el de Alberto y Teresa. Ellos les suministraban agua, líquido que no abundaba allí. A pesar de que había dos molinos pertenecientes a las familias de apellido Salvador y Dorado, estos no la ofrecían, por lo que tenían que extraerla de un pozo muy profundo o buscarla de un molino situado en Duruty a varios kilómetros de distancia y trasladarla en carretas guiadas por bueyes hasta la Loma de Piedra. Desde antes se había corrido la voz de la llegada de los rebeldes de la Sierra Maestra al cerro de Yaguajay, los que habían tenido un combate el día 31 de octubre con el ejército de la tiranía.