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"Juan de Aria" (1859) es una novela de Alberto Blest Gana que narra la historia de Juan, un joven bachiller de leyes que representa el ideal de la época de hombre soñador y romántico tocado por la tragedia, en este caso, la prematura muerte de Julia, su amada, acontecimiento que lo sume en un dolor tenaz e inconsolable.-
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Seitenzahl: 61
Veröffentlichungsjahr: 2021
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Alberto Blest Gana
Saga
Juan de Aria
Copyright © 1859, 2021 SAGA Egmont
All rights reserved
ISBN: 9788726624489
1st ebook edition
Format: EPUB 3.0
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This work is republished as a historical document. It contains contemporary use of language.
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Juan de Aria, bachiller en leyes y aspirante al título de licenciado, se paseaba un dia alegremente por las hermosas calles de la ciudad de. . . . El nombre poco importa para el interes de la historia que vamos a referir.
Juan se hallaba en la primavera de la vida; es decir que sus ilusiones en flor no habian sido aun tostadas por el sol quemante de los treinta años. Su fisonomía respiraba vigor y juventud, sus ojos tenian el fuego de su edad y sus labios parecian convidar al amor, asi como hai tantos otros que parecen saborear el gusto de un buen guisado. En suma, Juan de Aria, sin ser lo que llamamos un buen mozo, era un jóven con bastantes atractivos para infundir amor a cualquier corazon femenino.
En aquel momento sus ideas vagaban alegres en el florido campo de las quimeras: seguian al amor, como los niños a las mariposas, y muchas de las mujeres que, al pasar, recibian sus miradas, esclamaban en su interior: ese jóven no puede dejar de ser apasionado.
Para mí, esta espresion es un horrendo pleonasmo. ¿En qué tiempo la pasion no ha sido el primer atributo de la juventud? Si hai mozos sobre los cuales los frios vientos del desengaño han arrojado una capa de prematura indiferencia, removed las cenizas, haced que en ese aparente desierto resuene la voz de una mujer querida y encontrareis el fuego, vívido y ardiente como si acabara de prenderse, y oireis el eco alegre repetir con pasion el acento femenino.
Juan fluctuaba entonces en ese estado particular de un espíritu jóven, en que se aspira a todas horas por un bien indefinido y lleno de prestijios; en que el alma repite como un eco las voces de la tierra, prestándoles la armonía de su ilusion; en que todas las mujeres son bellas con tal que sepan mirar con languidez: en una palabra, el buen jóven no había amado aun a la edad en que muchos se creen con el corazon insensible y dan por concluida su mision, hasta que a alguna hija de Eva se le antoje afinar las cuerdas de ese laud destemplado que llaman hombre indiferente.
El jóven caminaba parándose para mirar a cada mujer que despertaba su interes, siendo asi que no hai cosa mas fácil de despertar que el interes de un mozo de veinticinco años. Encontraba que en el andar de algunas hai mil fascinaciones dominantes que hacen estremecerse el corazon a impulsos de inesperadas sensaciones.
Como debe presumirse, en tan grato pasatiempo, Juan no podia caminar mui de prisa. ¡El mundo es tan bello y tan variado cuando se mira con los ojos de la juventud!
Inútil parece decir que muchas de las mujeres que a su lado pasaban, vulgares en su mayor parte, no sospechaban por un momento que al llegar a la altura del jóven, eran hechiceras divinidades.
Hubo un instante en que Juan alzó la vista, como pidiendo al cielo la realizacion de tantas esperanzas, nacidas tumultuosas en su alma, por accidentes tan ordinarios de la vida como el de encontrar una o muchas mujeres en una calle.
Y parece que el cielo no desoyó su ruego, pues Juan se detuvo de súbito, abrió los ojos como un hombre que teme perder algo de lo que quiere ver si los deja en su estado ordinario, y toda su fisonomía se cubrió de un aspecto plácido y risueño, que seguramente habria hecho llorar de placer a su madre.
¡Pero Juan no tenia madre y su recuerdo era una de sus mas dulces ocupaciones!
Componíase su familia de un padre anciano y dos hermanas jóvenes, establecidos en una provincia distante, en donde hacian votos fervientes por la prosperidad del hermano, la única esperanza de la casa.
Las miradas del jóven se habian detenido en un balcon, en donde una niña de diez y siete a diez y ocho años, de negros ojos y mas negros cabellos, parecia entretenida en observar a los transeuntes.
Naturalmente, aquel jóven que sin moverse la contemplaba, llamó su atencion al cabo de algunos instantes. Agregando cincuenta años a cada uno de nuestros dos personajes, aquella circunstancia habria pasado probablemente inapercibida para ambos.—¡Los años acortan tanto la vista!—Mas Juan y la desconocida eran tan jóvenes, y luego un diálogo mudo se establecíó entre ellos, mientras sus miradas se habian encontrado con curiosidad.
—Por qué se habrá parado a mirarme ese jóven? se preguntó ella, respondiéndose al mismo tiempo, que seguramente le habria parecido bien; lo que para principiar empeñaba naturalmente su gratitud.
—Ah, si yo estuviese en el balcon al lado de ella, se decia Juan, cargándose sobre la pierna derecha para mudar de actitud.—Y a medida que notaba la belleza de la niña, la altura del malhadado balcon le parecia tomar dimensiones inconmensurables.
—Ese jóven tiene ciertamente unos ojos mui decidores, continuaba pensando la desconocida, ¿quién será?
Cuando las reflexiones de una mujer llegan a la curiosidad, puede asegurarse que ocuparán su espíritu hasta que ésta se satisfaga.
—Por vida de Dios, esta criatura es encantadora, proseguia Juan, llevando el peso de su cuerpo sobre la pierna izquierda. Por cierto que esos rosados lábios. . . . y el jóven se acariciaba el bigote con toda la satisfaccion de un conocedor consumado.— Ah, yo daria diez años de mi vida por inspirarla una pasion loca.
Nada mas barato que la vida de los jóvenes cuando tratan de obtener el amor: ellos arrojan sus años a los piés de una mujer con un estusiasmo sublime. ¿Sin amor para qué sirve la vida? se dicen al mirar unos lindos ojos.— Mas tarde hallamos que la existencia tiene mil aplicaciones venturosas y en las que para nada figura el amor.—Los años, entre sus sábias lecciones, nos enseñan el egoismo en sus aplicaciones infinitas.
Estos apartes tuvieron lugar en mucho mónos tiempo que el que para referirlos hemos empleado. Los dos jóvenes se miraban, y comprendian que el mismo deseo ajitaba sus corazones.—Hai jueces que adivinan el delito en el rostro del acusado, ¡qué mucho pues que un mozo y una niña, que se miran con interes, sospechen cada cual las impresiones que ajitan el alma del otro.
De súbito, Juan creyó notar una repentina turbacion en el bello rostro de su desconocida, y al mismo tiempo sintió que un codo vigoroso le daba un rudo golpe en el brazo, haciéndolo casi perder el equilibrio.
—Dispense Vd., caballero, le dijo una voz, mientras él trataba de recobrar su centro de gravedad y de afianzarse el sombrero bamboleante sobre su cabeza.