La fascinación - Alberto Blest Gana - E-Book

La fascinación E-Book

Alberto Blest Gana

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Beschreibung

«La fascinación» (1858) es una novela de Alberto Blest Gana, publicada por entregas en la revista «El Pacífico». Tres amigos, Carlos, Augusto y Camilo, asisten al teatro de la Porte de Saint Martin, en París, para ver una obra de La Guardini, la bailarina del momento. Carlos y Augusto parecen más pendientes de la joven viuda madame de Farcy, pero Camilo no puede apartar la mirada de la brillante bailarina.

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Seitenzahl: 149

Veröffentlichungsjahr: 2021

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Alberto Blest Gana

La fascinación

Segunda edicion

Saga

La fascinación

 

Copyright © 1858, 2021 SAGA Egmont

 

All rights reserved

 

ISBN: 9788726624472

 

1st ebook edition

Format: EPUB 3.0

 

No part of this publication may be reproduced, stored in a retrievial system, or transmitted, in any form or by any means without the prior written permission of the publisher, nor, be otherwise circulated in any form of binding or cover other than in which it is published and without a similar condition being imposed on the subsequent purchaser.

This work is republished as a historical document. It contains contemporary use of language.

 

www.sagaegmont.com

Saga Egmont - a part of Egmont, www.egmont.com

I

En la noche del 24 de abril de 1850, los palcos y lunetas del teatro de la Porte-Saint-Martin, en Paris, se hallaban ocupados por una inmensa multitud. El empresario se paseaba entre diversos grupos tras el telon, dirijiendo a todos la palabra con la sonrisa jovial y comunicativa que indica un ánimo contento y un estómago bien abastecido. Los vendedores de periódicos anunciaban con voz chillona los artículos del Entreacto, revista teatral, vendida en todos los espectáculos de capital al módico precio de tres centavos, que uno pagaria con placer por librarse de la música de los vendedores. Estos anunciaban en medio de la sala, con toda la fuerza de sus pulmones, un brillante artículo biográfico sobre la famosa bailarina Julia Gualdini, que en aquella noche hacía su cuarta aparicion en la escena. Al mismo tiempo enviaban el eco de su voz nasal, por todos los ámbitos del teatro, los alquiladores de anteojos, y las viejas ouvreuses, encargadas de abrir las puertas de los palcos, confundian con sus reiteradas instancias a los que llegaban con señoras, para colocar bajo los piés de éstas los pequeños banquillos, que constituyen una parte de su industria.

La noche del 24 de abril de 1850, era, en suma, para todas aquellas buenas jentes que viven de pequenos oficios, como para los artistas y empresarios del teatro, una noche de verdadera felicidad: los unos esperaban de ella dinero en abundancia y los otros contaban con la gloria y los aplausos.

Entre tanto los asistentes se ajitaban sobre sus asientos formando un murmullo sordo y amenazador, mientras que algunos bastones principiaban a marcar el compás que todos conocen en Paris con el nombre des lampions, con el que el alegre público parisiense manifiesta su impaciencia por ver comenzar la fiesta.

Al mismo tiempo, en uno de los placos mas próximos al proscenio, tres jóvenes conversaban bulliciosamente, sin cuidarse de la impaciencia jeneral ni de la tardanza que la motivaba. De estos tres jóvenes, dos parecian, por su traje y sus maneras, por las personas que saludaban en los palcos vecinos, y por la lijereza, sobre todo, con que hablaban de las mujeres que divisaban, parecian, dijimos, pertenecer a la clase elevada de la sociedad; mientras que el tercero, aislado en un rincon oscuro del palco, vestido con modestia y sin mezclarse en la conversacion de los otros, parecia no ver ni oir tampoco nada de lo que pasaba a su alrededor.

Era imposible contemplar el rostro pálido y pensativo de este jóven, observar la profunda y sombría espresion de sus ojos y el absoluto recojimiento de su persona, sin imajinarse al instante algun drama intimo y silencioso, de aquellos en que la vida de ciertos hombres se consume, ignorada y estéril en el movimiento jeneral. Todo en él revelaba la fuerza devastadora de esos combates morales a los que el vulgo y las jentes felices se empeñan en negar su fé. Comparando su traje con el de sus dos compañeros, que ostentaban el tiránico lujo de la moda, cualquier observador se habria preguntado con curiosidad la causa de tan marcado contraste. A veces se veia obligado, por las preguntas de los otros, a tomar parte en la conversacion; pero despues de dar alguna lacónica y distraida respuesta, volvia los ojos hácia el telon, adonde, por una fuerza oculta, parecian obstinadamente dirijirse.

Mas, la indiferencia con que este jóven volvia la espalda a los espectadores y la porfía con que su vista continuaba clavada sobre el escenario, estaba mui léjos de parecer la infantil curiosidad con que ciertos espectadores aguardan la hora de la representacion. Su fisonomia acusaba mas bien una preocupacion fija y ardiente, revelada por su respiracion inquieta, que salia con dificultad de su pecho.

Por lo demás, y fuera de la notable belleza de su frente, nada en sus facciones atria las miradas. No era hermoso, y la regularidad de sus facciones perdia sus ventajas naturales por la melancólica palidez que las cubria; mas que curiosidad, su persona inspiraba la natural e indefinible simpatia que infunde toda persona que parece bajo el peso de algun sufrimiento físico o moral.

Los otros dos jóvenes continuaban su conversacion sobre las personas que iban llegando a los palcos, sin cuidarse de la silenciosa actitud de su compañero.

— Atencion, Augusto, dijo uno de ellos viendo aparecer en un palco del frente a una mujer jóven y bella; ahí llega tu viuda con su eterno tio. Está divina, y a fé mia declaro que tienes un gusto escelente.

El que asi hablaba era un jóven de rostro franco y agradable, con el lente fijo en el ojo derecho, que recorria toda la concurrencia y hacía a cada paso observaciones picantes o burlescas.

— Te ruego, amigo Cárlos, contestó el otro, que seas ménos lijero al espresarte sobre Mma. de Farcy, que es mi amiga y debes respetar.

Esta contestacion fué dicha con un aire indecible de fatuidad: creyérase por ella que Augusto queria hacer pensar todo lo contrario de lo que respondia.

Cárlos dejó caer el lente robre el pecho y miró con maligna sonrisa a su amigo.

— Vamos, le dijo, no eres franco en lo que dices? amigo mio — A ver ¿en qué estado están tu amores con la bella Clarisa?

— Dime, ¿tú eres indiscreto a fuer de periodista, preguntó Augusto acariciándose con satisfaccion el bigote.

— No, a fuer de amigo, contestó Cárlos ¿Qué quieres? te veo visitar con empeño a una mujer de veinticinco años, viuda, hermosa y rica: me parece mui natural preguntarte por tus amores — Además en esto no soi sino el eco de la voz jeneral.

— Ah ¡con que se habla de mis amores! esclamó Augusto, cuyos ojos se pusieron brillantes de alegria, ¿y qué dicen?

— No, no soi tan cruel que quiera hacer tu proprio elogio en tu presencia, dijo Cárlos, riéndose de la crédula fatuidad de su amigo.

En este momento Augusto se inclinó saludando a la jóven, objeto de su conservacion, la que se dignaba verlo, despues de haber pasado una minuciosa revista a todas las mujeres de los palcos.

— ¿Dime Augusto, preguntó Cárlos, Mma. de Farcy tiene siempre tan decidida aficion a la música?

— Cada dia mas, contestó éste; está loca por mi último valse.

— Pues tiene buen gusto, observó Cárlos, haciendo al tercer compañero un signo de compasion jocosa que no fué visto por Augusto.

— Esto me ha alentado para la composicion de un nocturno, continuó Augusto, mientras fijaba su anteojo en Clarisa de Farcy y sin ver el jesto de Cárlos.

— Que estará, sin duda, destinado a ser el golpe decisivo, dijo riéndose Carlos; ya comprendo ahora tu aficion por las artes.

— ¡Tunante! esclamó Augusto sin dejar de mirar a la viuda.

— Te preguntaba eso, porque hace tiempo que no la oigo hablar de música.

— Entonces será porque hai algo que la preocupe mas que eso, dijo Augusto con satisfaccion.

Además, tú no puedes saberlo puesto que has dejado de visitarla.

— Es cierto, ahora voi a hacerme pardonar esta falta.

En este momento la impaciencia del público llegaba a su colmo: los golpes y los gritos enviados desde la platea y galeria formaban un concierto atronador. — El telon se alzó, por fin, restableciendo el silencio en toda la sala.

La pieza que se exibia aquella noche, era una de esas composiciones llamadas Feeries por los franceses, que unen a la parte cómica o sentimental los mas embrollados y fantásticos incidentes. La famosa bailarina Julia Gualdini hacía el rol principal en la parte de baile, en que este jénero de composiciones abunda.

Esta circunstancia habia traido a la Porte Saint-Martin gran parte de la vieja y nueva aristocracia, la de los pergaminos y la del ajio, dos potencias que el tiempo y los progresos de la intelijencia acabarán por confundir en una sola, la que a su vez será reemplazada por el pueblo.

La Gualdini, por desavenencias con el teatro de la Grande Opera, en que debió haber aparecido por primera vez, habia admitido, las brillantes propuestas del director de la Porte-Saint-Martin, el que con este contrato afianzaba el porvenir, un tanto vacilante, de su empresa. De aquí resultó que la aristocracia siempre desdeñosa por los teatros del Boulevard, llamándose así todos los que se hallan situados en esta hermosísima calle que dá vuelta a todo Paris, tuvo que vencer su repugnancia y acudir a la Porte-Saint-Martin atraida por el renombre que, desde los teatros de Italia, proclamaba a la Gualdini como aventajaba rival de la Cerrito y la Grisi, las dos celebridales coreográficas de la época.

Los tres jóvenes del palco esperaron la salida de la Gualdini, sin interrumpir los dos primeros su conversacion, ni abandonar el tercero su melancólica actitud.

Pasadas las primeras escenas del drama, la parte de baile dió principio, ejecutada por el numeroso y escojido cuerpo de ballet que hacia de la Porte-Saint-Martin el teatro rival de la Grande Opera en este ramo escénico.

De repente todas las manos se ajitaron produciendo un aplauso atronador: la Gualdini acabada de aparecer en la escena, aérea y risueña, flotando en una nube de gasa, como la fantástica creacion de un delirio. Era una jóven de diez i ocho a veinte años, grande y admirablemente formada. Sus bellos ojos negros lanzaban el fuego de sus miradas al través de una hilera de crespas y abundantes pestañas que daban a su rostro un aire indecible de candor y pureza. Todas sus facciones parecian luchar a porfía en delicada perfeccion, al paso que las líneas de su cuerpo, la redondez de su seno, la delicada finura del pié que apenas rosaba el suelo, la revestían de las magníficas proporciones que forman el sueño constante de los grandes artistas. Era la gracia ideal de las famosas creaciones del arte; pero animada y fogosa, abundante de vida y esplendor: cada uno de sus movimientos sellados con gracia y maestria, hacia prorumpir en estrepitosos bravos a toda la concurrencia.

Entre tanto Augusto y Cárlos, entusiastas con el entusiasmo jeneral, aplaudian pasmados de la ajilidad y belleza de la bailarina.

— Y bien, Camilo ¿qué te parece? dijo Cárlos a su silencioso y taciturno compañero, despues de terminado un paso dificilísimo.

El jóven volvió su rostro hácia Cárlos, y dijo entre dientes:

— Bien, mui bien.

La notable palidez de su semblante parecia haberse aumentado al pronunciar aquella respuesta, mientras que su temblorosa voz, acusaba una emocion violenta, a duras panas contenida. Inmediatamente volvió la cabeza al proscenio y sus ojos se fijaron con mayor avidez en la Gualdini, que en ese instante electrizaba a la concurrencia con la májica gracia de sus movimientos. Camilo seguia los caprichosos jiros y vueltas de ese cuerpo perdido en una nube de gasa, palpitante y mudo, clavado en su asiento por la fuerza de una admiracion que rayaba en delirio. Habia en el fuego de sus ojos, en la concentrada espresion de sus lábios, en la febril animacion de sus mejillas, en todo lo que puede revelar al esterior las encontradas emociones del alma, la lucha de un corazon jóven, combatido por mil pasiones a la vez; una espresion indefinible de amor y sufrimiento, de tímida alegría y calorosa esperanza. Rendido al parecer por tantas emociones, dejóse caer sobre el respaldo de su silla cuando la bailarina, en medio de frenéticos aplausos, desapareció de la escena cubierta de flores y coronas.

— Mi querido Camilo, díjole Cárlos al oido, cualquiera que te haya visto, se habrá figurado que estabas loco.

— ¿Si?... dijo Camilo, siguiendo a la Gualdini con la imajinacion al traves de los bastidores.

Despues retiró su silla al fondo del palco, y apoyando contra la pared su cabeza, pareció engolfarse en una meditacion profunda.

Entre tanto el acto continuaba, de lo que Camilo solo se apercibió por los aplausos con que los espectadores saludaron las últimas escenas.

— Eh, querido, ¿estás durmiendo? le pre guntó Cárlos cuando caía el telon.

— Casi, casi, dijo Camilo, sorprendido en flagrante meditacion.

— ¿No sales?

— Nó, hasta despues.

— Entonces, hasto luego. Yo me voi con este látuo de Augusto a saludar a la viudita.

Pocos instantes despues, Cárlos y Augusto entraban al palco de Mad. de Farcy.

___________

II

Adelaida de Farcy era una mujer de veintiuno a ventidos años, de estatura regular, de talle fino y elegante. La blancura de su tez, estaba en perfecta armonía con sus ajos azules, con sus cabellos rubios y crespos que formaban lijeras ondas sobre su frente pequeña. Su barba terminaba con suma gracia el óvalo delicado del rostro, al que la boca, por su dulce espresion, prestaba un aire de benevolencia y suavidad que a primera vista infundia un cariñoso interés. El lujoso traje que vestia Adelaida, realzaba el brillo de su juventud y su belleza, a la par que ponia en evidencia la gracia de su talle.

Sus manos cubiertas por guantes blancos, jitaban con descuido un manífico abanico de paisajes al estilo llamado Pompadour, que habia hecho parte de los regalos de novia, por ser pintado por Watteau, el célebre paisajista francés. Esta joya de alto precio, los brillantes de sus pendientes y prendedor, los ricos encajes de su cuello y manguillas, anunciaban en la jóven viuda el goce, dividido en mil partes, que proporciona la fortuna en una existencia elegante.

Ahora, hé aquí algunos detalles sobre la vida de Mma. de Farcy, que harán mui bien comprender los sucesos que nos proponemos referir. Adelaida, hija única de padres industriosos y bien acomodados, se habia criado en medio de todas las dulzuras con que los padres rodean la existencia del solo heredero de sus nombres.

La jóven vió, pues, correr los primeros y mas dulces años de su vida en el hogar paterno, tranquilo y risueño santuario al que su imajinacion debia despues volverse con ternura y desconsuelo. A trece años, Adelaida perdió su padre, y su madre poco tiempo despues, quedando en tutela en casa de un pariente, el que no tardó mucho en hacerla conocer la espantosa desgracia de la horfandad. Adelaida habia heredado toda la fortuna de su padre que ascendia a mas de 80,000 pesos, con los cuales su tutor entró en especulaciones que no tuvieron buen resultado. En sus relaciones de comercio el tutor contrajo fuertes compromisos con Mr. de Farcy, sirviendo la pobre Adelaida para la cancelacion de las deudas. Ella se vió por consiguiente casada, ántes que su corazon hubiese sentido otra emocion que el amor vago e indefinido que jermina en toda niña y que solo el tiempo y las circunstancia están llamados a desarrollar. Su morido, hombre de cincuenta años sonados, maniático como casi tedo solteron, y despojado de cuanto puede despertar en una niña las deliciosas sensaciones de un primer amor, sirvió tan solo para hacerla cobrar una decidida aversion al matrimonio, y ahogar en su principio los hermosos sentimientos con que toda criatura salva los umbrales de la juventud. Presentósele la vida como una constante especulacion, llena de vengonzoso materialismo, sin poesia, esta primera creencia de las almas castas, rodeada de fastidiosos deberes, impuestos a su antojo por leyes cuya autoridad desconocia. En la completa desilusion que tocó desde los primeros pasos de su vida de mujer y como para consolarse de la pérdida temprana de tanta flor del alma tronchada al nacer, Adelaida se entregó con pasion al estudio de la música, por la cual, su alma profesaba esa veneracion que en toda naturaleza de artista infunden los misterios y las bellezas del arte. Además, la música la recordaba su infancia, modulándola los cantos maternos y animando con su armonía las siempre bendecidas escenas de la niñez.

Esta vida de desengaños y desconsuelo, que trazamos lijeramente, sin detallar la tristeza que se anida en el alma de todo ser que se ha visto engañado en sus primeras esperanzas, duró tres años para Adelaida: al cabo de este tiempo Mr. de Farcy murió, dejando a su viuda una herencia considerable.

Adelaida, despues del duelo, siguió por hábito la vida elegante, a la cual se habia acostumbrado en los tres años de matrimonio. Sus salones abundaron en pretendientes a su mano, todos los cuales fueron desechados por la viuda, que en aquellos tres años habia aprendido a conocer el cálculo y egoismo que se unia a las grandes pasiones que diariamente la declaraban sus almibarados adoradores. Aquellos hombres felices y satisfechos, cada cual de sus ventajas personales, lejos de conmover su corazon, la quitaban las tentaciones que hubiera podido tener de unirse por segunda vez a un hombre que para ella, jóven o viejo, era la viviente representacion del egoísmo. Tenia para todos la misma sonrisa amable, manteniendo a cada cual a una respetuosa distancia, que las mujeres saben hacer mediar entre ellas y el hombre cuyo amor no quieren aceptar. De este modo su corazon, este gran teatro en donde los sentimientos femeninos deben tarde o temprano desarrollar algun drama, su corazon, entregado a la indiferencia, podia de un instante a otro inflamarse con alguna bella pasion, si la casualidad lo quisiese.

Cárlos y Augusto entraron al palco de Adelaida despues de la conclusion del primer acto. Cárlos ocupó el asiento al lado de Adelaida, dejando a su amigo el cuidado de dar conversacion al tio que la acompañaba, hombre de mas de cincuenta años, de cara jovial y complaciente.