La canción de los hermanos - T. J. Klune - E-Book

La canción de los hermanos E-Book

T. J. Klune

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Beschreibung

En las ruinas de Caswell, Carter Bennett descubrió la verdad. Una verdad que ni siquiera sabía que tenía delante. Una verdad que ha desaparecido llevándose consigo todas las respuestas a sus interrogantes. Desesperado por respuestas, ha abandonado a su manada para ir detrás del hombre que, hasta hace poco, no era más que un lobo perdido. Para ir detrás de Gavin Livingstone. Pero los lobos no son animales solitarios, y cuánto más tiempo pasa por su cuenta, más se sumerge en el insondable vacío de la locura que amenaza a los Omegas. Aunque ese no es el único peligro que lo aguarda en el camino, y lo que encontrará cambiará el destino de los lobos… para siempre. Porque Gavin podría ser más que un eslabón perdido. Podría ser otro de los terribles secretos de Thomas Bennett.

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Gavin Livingstone siempre ha estado perdido: demasiado lobo para ser solo humano, demasiado salvaje para ser otra cosa que no sea Omega. Hasta que encontró a la manada Bennett o, más concretamente, a Carter Bennett, la única persona que le ha hecho sentir en casa. Sin embargo, una terrible noche en Caswell, deberá tomar la decisión de irse con una bestia para salvarlos a todos.

Porque en su cabeza también recae el peso de una corona, la del Rey caído, aquella por la que llevan luchando durante años lobos, brujos y cazadores. Bennett, Livingstone y King, tres clanes siempre enfrentados.

¿Serán capaces de redimir los pecados de sus padres?

A miManadaManadaManada

escucho tu corazón

un sonido atronador

hermano y amigo

aúlla tu canción y guíame a casa

juntos hasta el final

DESAPARECIDO

Un lobo —dijo mi padre una vez— es tan fuerte como su lazo. Sin él, sin algo que le recuerde su humanidad, se perderá.

Lo miré con los ojos como platos. Pensé que no había nadie tan grande como mi padre. Solo tenía ojos para él.

—¿En serio?

Mi padre asintió y me cogió la mano. Caminábamos por el bosque. Kelly quiso venir, pero papá dijo que no podía.

Kelly lloró y solo paró cuando le juré que jugaríamos cuando volviese.

—¿Lo prometes?

—Lo prometo.

Tenía ocho años y Kelly, seis. Nuestras promesas eran importantes.

La mano de mi padre atrapó la mía y me pregunté si sería como él cuando creciera. Sabía que no me convertiría en un Alfa. Eso le tocaba a Joe, aunque no entendía cómo mi hermano de dos años iba a convertirse en el Alfa. Cuando mis padres nos explicaron que Joe sería algo que yo nunca podría ser, sentí celos, pero se desvanecieron cuando Kelly dijo que eso significaba que él y yo siempre seríamos iguales.

Nunca le di más vueltas al tema.

—Pronto —dijo mi padre—, te transformarás por primera vez. Sentirás miedo y confusión, pero mientras tengas tu lazo, todo irá bien. Podrás correr con tu madre, conmigo y el resto de la manada.

—Ya lo hago —le recordé.

—Tienes razón. —Se rio—. Pero serás más rápido. No sé si podré seguirte el ritmo.

—Pero… —Me quedé en blanco—. Eres el Alfa. De todos.

—Lo soy —concordó—, pero eso no es lo importante. —Se detuvo debajo de un gran roble—. Sino el corazón que late en tu pecho. Y tienes un gran corazón, Carter. Late con tanta fuerza que creo que podrías ser el lobo más rápido que haya existido jamás.

—Guau —exhalé. Me soltó la mano antes de sentarse en el suelo y apoyar la espalda en el árbol. Cruzó las piernas y me hizo un gesto para que lo imitara. Lo hice al instante porque no quería que cambiara de opinión. Nuestras rodillas chocaron mientras imitaba su pose.

—El lazo es algo valioso para el lobo. —Sonrió mientras hablaba—. Algo que custodia con ferocidad. Puede ser un pensamiento o una idea. La sensación de la manada o de su hogar. —Su sonrisa se apagó—. O de la idea de hogar. Ahora estamos en Maine, pero no sé si este es nuestro hogar. Estamos aquí porque nos lo pidieron, por mis responsabilidades. Pero cuando pienso en casa, pienso en un pequeño pueblo que queda al oeste. No sabes cuánto lo echo de menos.

—Podemos volver —le dije a mi padre—. Eres el jefe. Podemos ir a donde queramos.

Negó con la cabeza.

—Tengo responsabilidades. Y las agradezco. Ser el Alfa no me permite hacer lo que quiera, debo equilibrar las necesidades de muchos. Tu abuelo me lo enseñó. Ser Alfa significa poner a los demás por delante de ti.

—Y ese será Joe —dije con dudas. Cuando lo vi por última vez estaba sentado en una trona y mamá lo estaba regañando por haberse metido cereales en la nariz.

—Algún día —rio—, pero falta mucho tiempo. Hoy hemos venido aquí a hablar de ti. Eres tan importante como tu hermano, al igual que Kelly. Aunque Joe será el Alfa, recurrirá a ti en busca de consejo. Un Alfa necesita a alguien, como vosotros dos, en quien pueda confiar, a quien pueda acudir. Y tendrás que ser fuerte. Por eso estamos aquí. Hoy no necesitas saber qué es tu lazo, pero te pediré que empieces a pensar en ello y qué podría ser…

—¿Puede ser una persona?

Hizo una pausa.

—¿Por qué lo preguntas?

—¿Puede serlo?

—Puede serlo. —Me miró—. Pero que tu lazo sea una persona puede resultar… complicado.

—¿Por qué?

—Porque la gente cambia. Aprendemos y crecemos, y las nuevas experiencias nos transforman. A veces, la gente no está… bien. No son quienes deberían ser o iguales a la imagen que tenemos de ellos. Pueden cambiar de maneras inesperadas y, si bien queremos recordar los buenos tiempos, a menudo solo pueden concentrarse en los malos. Y su mundo se oscurece.

Nunca le había visto esa expresión, y eso me hizo sentir incómodo. Pero desapareció antes de que pudiera preguntarle al respecto.

—¿El lazo es secreto?

—Puede serlo —asintió—. Es como tener un tesoro. No hay nada igual. Algunos hasta dicen que es más importante que tener una compañera.

—Eso no me interesa. —Hice una mueca—. Las chicas son raras. No quiero una compañera, eso es una tontería.

Soltó una risita.

—Te recordaré esas palabras cuando llegue el día. Me muero de ganas de ver la cara que pondrás.

—¿Qué es tu lazo? Puedes contármelo. No se lo diré a nadie.

—¿Lo prometes? —Descansó la cabeza contra el árbol.

—Sí —asentí con ganas.

Cuando mi padre sonreía de verdad, podías verlo en sus ojos. Era como si una luz emanara de su interior.

—Sois todos vosotros. Mi manada.

—Ah.

—Pareces decepcionado.

—No, no. —Me encogí de hombros—. Es solo que… siempre hablas de la manada. —Puse una mueca—. Supongo que tiene sentido.

—Me alegro de que pienses eso.

—¿Le pasa lo mismo a mamá?

—Sí. O solía ser así. Los lazos pueden cambiar con el tiempo. Al igual que las personas cambian. Si bien en algún momento pudo haber sido la idea de la manada, puede convertirse en algo más puntual. Más individualizado. En su caso, son sus hijos. Kelly, Joe y tú. Empezó contigo y luego se expandió con Kelly y Joe. Haría cualquier cosa por vosotros.

Un fuego ardió en mi pecho, seguro y cálido.

—El mío no cambiará.

Mi padre me miró con cautela.

—¿Por qué?

—Porque no lo permitiré.

—Hablas como si ya supieras qué es.

—Porque lo sé.

Se inclinó hacia delante y me cogió las manos.

—¿Me lo dirás?

Levanté la mirada. Era demasiado joven para comprender cuánto lo quería. Lo único que sabía era que mi padre estaba allí y me preguntaba algo que parecía importante. Algo solo entre nosotros. Un secreto.

—No puedes decírselo a nadie.

—¿Ni siquiera a mamá?

—Bueno, supongo que a ella sí. —Fruncí el ceño—. ¡Pero a nadie más!

—Lo juro —afirmó y, como era el Alfa, sabía que lo decía en serio.

—Kelly —dije—. Es Kelly.

Mi padre cerró los ojos y su garganta hizo ruido cuando tragó saliva.

—¿Por qué?

—Porque me necesita.

—Eso no…

—Y yo lo necesito a él.

Abrió los ojos y creí ver un destello de color rojo.

—Explícamelo.

—Él no es como Joe. Joe será el Alfa, y será grande y fuerte, como tú, y todos lo escucharán porque sabrá qué hacer. Tú se lo enseñarás. Pero Kelly siempre será un Beta, como yo. Somos iguales.

—Me he dado cuenta.

Necesitaba que lo entendiera.

—Cuando tengo pesadillas, no se burla de mí y me dice que todo irá bien. Cuando se hizo daño en la rodilla y tardó mucho en curarse, le limpié la herida y le dije que podía llorar, a pesar de que somos chicos. Los chicos también pueden llorar.

—Es verdad —susurró mi padre.

—Y siempre pienso en él —le expliqué—. Cuando estoy triste o enfadado, pienso en él y me siento mejor. Eso es lo que hacen los lazos, ¿no? Te hacen feliz. Kelly me hace feliz.

—Es tu hermano.

—Es más que eso.

—¿Cómo?

Me estaba frustrando. No sabía cómo poner mis pensamientos en palabras. Buscaba algo que describiera lo profundo que era.

—Es… Lo es todo —dije al fin.

Por un momento, pensé que había dicho algo fuera de lugar. Mi padre se me quedó mirando de manera extraña y me estremecí. Pero en vez de rebatirme, me acercó a él y me sentí como un cachorro otra vez mientras me giraba y me colocaba entre sus piernas, contra su pecho. Me envolvió en sus brazos y apoyó el mentón sobre mi cabeza. Inhalé y sentí una voz en mi cabeza que nunca había sido más que un susurro.

ManadaManadaManada.

—Me sorprendes —dijo mi padre—. Cada día. Soy tan afortunado de que alguien como tú sea mío. Nunca lo olvides. Si dices que tu lazo es Kelly, que así sea. Serás un buen lobo, Carter. Y no puedo esperar a ver el hombre en el que te convertirás. No importa dónde esté, ni lo que pase, siempre recordaré el regalo que me has dado. Gracias por compartir tu secreto. Lo mantendré a salvo.

—Pero no te irás a ningún sitio, ¿no?

Rio otra vez y, aunque no pude verlo, sabía que la sonrisa le llegaba a los ojos.

—No. No me iré a ningún sitio. Por ahora no.

Nos quedamos allí, debajo de un árbol en una reserva en las afueras de Caswell, Maine, durante lo que parecieron horas.

Solo nosotros dos.

Y, cuando finalmente volvimos a casa, Kelly nos estaba esperando en el porche, mordiéndose el labio inferior. Se alegró cuando me vio y casi se tropieza al bajar las escaleras. Logró mantenerse de pie y me tiró al césped mientras nuestro padre nos miraba. Mi hermano levantó los brazos y aulló triunfante, un sonido que no se parecía para nada a los demás lobos.

—Guau. ¡Eres muy fuerte! —Le sonreí.

Me tocó la nariz.

—Te has ido toda una eternidad. Me he aburrido un montón. ¿Por qué has tardado tanto?

—Ahora estoy aquí —le dije—. Y ya no volveré a dejarte.

—¿Me lo prometes?

—Sí, te lo prometo.

Mientras abrazaba a mi lazo con fuerza, que me contaba emocionado que Joe se había metido dos cereales en la nariz y que mamá se había enfadado con el tío Mark cuando se rio, me dije a mí mismo que siempre cumpliría esa promesa.

—Por el amor de Dios —estallé—. ¿Tienes que seguirme a todas partes? En serio, aléjate.

El lobo me fulminó con la mirada.

Incliné la cabeza y escuché.

Todo el mundo estaba en casa. Podía oír a mamá y a Jessie riéndose de algo en la cocina.

Volví a mirar el bosque. El lobo resopló. Empecé a correr y él me siguió.

Me reí cuando me mordisqueó los talones, animándome a seguir y, en mi cabeza, fingí que podía escucharlo decir «más rápido, más rápido, tienes que correr más rápido para que pueda perseguirte y atraparte y así comerte».

Nos adentramos en el bosque, pasamos por el claro y llegamos a los límites de nuestro territorio. El lobo nunca se adelantaba, se mantenía siempre a mi lado, con la lengua colgando.

Corrimos varios kilómetros, el aroma de la primavera era tan verde que podía saborearlo.

Finalmente, me detuve, con el pecho subiendo y bajando, agitado. Me ardían los músculos por el esfuerzo.

Me dejé caer en el suelo con las manos y las piernas extendidas mientras el lobo daba vueltas a mi alrededor, con la cabeza erguida. Esnifaba el aire y crispaba las orejas. Cuando decidió que no había ninguna amenaza, se recostó a mi lado, apoyó la cabeza en mi pecho y acurrucó la cola sobre mis piernas. Resopló, molesto, sobre mi cara.

Puse los ojos en blanco.

—Hay que mantener las apariencias. Tengo que proteger mi reputación. ¿Sabes lo mucho que se meterían conmigo si se enteraran? —Le di un golpecito en la frente. El lobo gruñó y me mostró los dientes—. Sí, sí. Y la verdad es que lo digo en serio. Me sigues a todos lados. Un hombre tiene que poder cagar en paz sin tener a un perro gigante rascando la puerta del baño. No me encontrarás mirándote fijamente cuando estás en cuclillas en el patio trasero. —Cerró los ojos—. No me ignores. —Volví a darle un golpecito. Abrió un ojo. A pesar de no ser humano, transmitía perfectamente la exasperación—. Solo digo la verdad. —Me estornudó encima—. Maldito cretino —mascullé y me limpié la cara—. Dame tiempo, me vengaré. Me aseguraré de que solo recibas comida sana de ahora en adelante.

Nubes espesas pasaron por encima de nuestras cabezas. Me reí cuando una libélula aterrizó entre sus orejas e hizo que se aplanaran. Las alas translúcidas se agitaron antes de que saliera volando.

Era un gran peso.

En un momento, creí que me aplastaría. Ahora sentía que era como un ancla que me mantenía en mi sitio. Debería molestarme más de lo que lo hacía.

El lobo gruñó, una pregunta sin palabras, su aliento caliente en mi pecho.

—Lo mismo de siempre. Quién, cómo, por qué. Ya sabes cómo es.

¿Quién eres?

¿Cómo acabaste así?

¿Por qué no puedes volver a transformarte?

Preguntas que le había hecho una y otra vez.

Gruñó y enseñó los dientes.

—Lo sé, colega. No importa, ya lo sabes. Lo descubrirás cuando estés listo. Pero más… pronto que tarde. Me refiero a que no sería bueno para ti… Deja de gruñirme, ¡imbécil! Anda, vete a la mierda. No uses ese tono conmigo. —Movió la cabeza y me tocó el brazo con el hocico. Lo ignoré. Presionó con más fuerza e insistencia—. Eres un malcriado. —Suspiré—. Ese es el problema. Crees que estás muy cómodo. Y es verdad. Tal vez demasiado.

De todos modos hice lo que él quería y apoyé la mano sobre su cabeza y le rasqué detrás de las orejas.

Volvió a cerrar los ojos mientras se ponía cómodo.

Estábamos a la deriva, solo nosotros dos. El mundo a nuestro alrededor se desdibujaba, era como un sueño. Las horas pasaban, a veces nos quedábamos dormidos y otras veces solo… estábamos.

—Puedes hacerlo. Lo sabes, ¿no? Si quieres. No sé qué te pasó. No sé de dónde vienes o a qué tuviste que enfrentarte. Pero aquí estás a salvo. Con nosotros. Conmigo. Podemos ayudarte. Ox… es un buen Alfa. Joe también. Podrían ser los tuyos, si quisieras. Y, entonces, tal vez podría escuchar tu voz. A ver, no es que sea en plan gay, pero creo que sería… bonito.

El lobo estaba temblando. Lo miré, por si acaso algo iba mal, pero no era eso.

El muy desgraciado se estaba riendo de mí.

—Imbécil.

Lo aparté de un empujón.

Se recostó sobre la espalda, con las patas al aire. Se sacudía mientras se rascaba con la tierra. Luego se dejó caer sobre un costado y abrió la boca con un bostezo feroz.

—¿Tan horrible sería volver a transformarte? No puedes quedarte en esta forma para siempre. No puedes perderte en tu lobo. Olvidarás cómo volver a casa.

El lobo miró en otra dirección.

Ya había presionado bastante por hoy, siempre podía intentarlo otra vez mañana. Teníamos tiempo. Me senté y estiré los brazos.

Le daba golpes al suelo con la cola.

—Está bien, ¿dónde nos quedamos la última vez? Ah, es verdad. Pues entonces, Ox y Joe decidieron que había llegado el momento de convertirse en compañeros. Y, en realidad, intento no pensar en ello porque es mi hermano pequeño, y si pienso en eso, quiero pegar a Ox porque estamos hablando de mi hermanito. Pero qué mierdas voy a saber yo, ¿no? Y luego, Ox y Joe… Bueno. Ya sabes. Se acostaron. Y fue raro y, ay, muy asqueroso, porque pude sentirlo. Ay, cállate, no me refiero a eso. Quiero decir que pude sentir el momento en que se creó su lazo de compañeros. Todos lo sentimos. Fue como una… luz que ardió dentro de todos nosotros. Mamá dijo que jamás había oído que pudiera haber una manada con dos Alfas, pero tenía sentido que nosotros fuéramos los primeros, por lo locos que estamos. Ox es… Bueno. Es Ox, ¿no? El Jesús Hombre Lobo. Y luego Joe y él salieron de casa y no quiero volver a oler eso en mi hermano pequeño nunca más. Era como si se hubiera revolcado en su lefa y Kelly y yo estábamos a punto de vomitar porque… Qué cojones. Lo torturamos por eso. Ese sí que fue un buen día.

Le eché un vistazo.

Me observaba con los ojos violetas.

—Y así acabó todo. Por lo menos la primera parte. Todavía faltan Mark y Gordo…

La cola del lobo aleteó peligrosamente y su cuerpo se tensó.

—¿Por qué te pones así cada vez que nombro a Gordo? —Mi mano se quedó quieta—. Sé que eres un Omega y tal, y que probablemente tienes magia de Livingstone dentro, pero eso no es culpa suya. Tienes que superar lo que sea que te pase. Gordo es buena gente. Quiero decir, sí, es un imbécil, pero tú también lo eres. Tenéis más en común de lo que piensas. A veces hasta tenéis las mismas expresiones.

Me miró de mala manera.

Me reí y me dejé caer contra el césped con las manos detrás de la cabeza.

—Eso. Compórtate bien. No tenemos que hablar de eso hoy. Siempre tenemos mañana.

Nos quedamos allí, solo nosotros dos, hasta que el cielo empezó a teñirse de rojo y naranja.

Cuando me senté detrás del escritorio de mi difunto padre por última vez, en una mañana fría de invierno, me pregunté qué pensaría de mí.

Una vez me dijo que las decisiones difíciles debían tomarse con la cabeza fría. Era la única manera de asegurarse de que fueran las correctas.

La casa estaba en silencio. Todos habían salido.

Mi padre era un hombre orgulloso, fuerte. Hubo un tiempo en el que creía que nunca podría equivocarse, que su poder era absoluto y omnipresente.

Pero no era así.

Para ser un Alfa de una larga descendencia de lobos, era terriblemente humano por los errores que había cometido, la gente que había herido y los enemigos en los que había confiado.

Ox.

Joe.

Gordo.

Mark.

Richard Collins.

Osmond.

Michelle Hughes.

Robert Livingstone.

Se equivocó con todos.

Las cosas que había hecho…

Y, sin embargo…, todavía era mi padre.

Lo quería.

Si hacía un gran esfuerzo, si realmente lo intentaba, casi podía olerlo incrustado en los huesos de esta casa, en la tierra de este territorio que había defendido hasta la muerte.

Lo quería.

Pero también lo odiaba.

Pensé que eso es lo que significaba ser hijo: creer en alguien con tanta fuerza que no ves sus defectos hasta el día en que son visibles. Thomas Bennett no era infalible. No era perfecto. Ahora podía verlo.

Hace algunos días, estaba al límite.

Tenía un vacío debajo.

Vacilé. Pero pensé que ya llevaba mucho tiempo en caída libre, solo que no me había dado cuenta.

El último paso había sido más sencillo de lo que esperaba. Ya me había preparado. Había vaciado las cuentas bancarias. Hecho las maletas. En general, me había preparado para hacer lo que creía que debía hacer.

Lo que me había traído hasta aquí. Ahora.

El momento en el que supe que nada sería lo mismo.

Miré el monitor del ordenador de sobremesa.

Encontré una versión de mí mismo devolviéndome la mirada, aunque no me reconocí. Este Carter tenía los ojos enmarcados con círculos violetas. Este Carter había perdido peso y tenía los pómulos más pronunciados. Este Carter estaba pálido. Este Carter sabía lo que era perder algo valioso y, sin embargo, estaba a punto de empeorar las cosas. Este Carter había recibido un golpe tras otro y ¿para qué?

Este Carter era un extraño.

Y, a pesar de todo, seguía siendo yo.

Me tembló la mano mientras la ponía sobre el ratón, sabía que, si no lo hacía ahora, no lo haría nunca.

«Esa es la cuestión», susurró mi padre. «Eres un lobo, pero sigues siendo humano. Das todo lo que tienes y, sin embargo, sigues sangrando. ¿Por qué lo empeorarías? ¿Por qué te harías esto? A tu manada. A él».

Él.

Porque todo giraba a su alrededor.

Creía que siempre sería así.

Por eso mismo, cuando toqué el icono para empezar a grabar, su nombre fue lo primero en salir de mis labios.

—Kelly, yo…

Y, ah, las cosas que podría decir. La mera magnitud de todo lo que él era para mí. Cuando era niño, mi madre me dijo que nunca olvidaría a mi primer amor. Que incluso cuando todo pareciera oscurecerse, cuando todo estuviera perdido, siempre habría una pequeña luz palpitante de un recuerdo bien guardado.

Ella hablaba de una chica sin rostro.

O un chico.

No sabía que ya había conocido a mi primer amor.

Tenía la garganta seca.

Estaba tan cansado.

—Te quiero más que a nada en este mundo. Por favor, recuérdalo. Sé que esto dolerá, y lo siento. Pero tengo que hacerlo. —Desvié la mirada, no podía observar hablar a este hombre roto más de lo necesario—. Verás, había una vez un niño. Y era lo mejor que me había pasado en la vida. Me dio el coraje para defender mis creencias, para luchar por aquellos a quienes quiero. Me enseñó la fuerza del amor y la hermandad. Me hizo mejor persona. —Intenté sonreír para hacerle saber que estaba bien. Se extendió por mi cara, ajena y rígida, antes de romperse y desaparecer—. Tú, Kelly —dije con la voz ronca—. Siempre tú. Tú eres lo mejor que me ha pasado en la vida. —Miré por la ventana, había escarcha sobre el vidrio. La nieve empezaba a caer—. Eres mi primer recuerdo. Mamá te tenía en brazos, y yo te quería para mí, quería ocultarte para que nadie te hiciera daño. —Era borroso, los límites del recuerdo se desdibujaron como si solo hubiera sido un sueño. Mamá llevaba ropa de deporte y nada de maquillaje, con la piel suave y brillante. Hablaba en voz baja, pero no oía sus palabras; era un murmullo delicado que desaparecía ante la imagen de a quién sostenía.

Una pequeña mano se estiró, abrió y cerró los dedos.

Y allí, en los recovecos de mi mente, la escuché decir tres palabras que cambiaron todo lo que era.

Dijo: «Mira, te conoce».

Por aquel entonces, fui incapaz de reconocer todo lo que despertó en mí.

Le toqué la mejilla regordeta con un dedo y me maravillé por la manera en que su piel se ahuecaba.

Me miró y parpadeó con ojos brillantes y azules.

Emitió un sonido. Un pequeño chillido.

Y renací.

—Eres mi primer amor —dije en la habitación vacía, perdido en el recuerdo de cómo su mano encerraba con cuidado mi dedo—. Lo supe cuando sonreías cada vez que me veías, y era como mirar al sol. —Tragué saliva y desvié la mirada de la ventana—. Eres mi corazón —le dije sabiendo que era posible que nunca me perdonara—. Eres mi alma. Quiero a mamá, me enseñó a ser amable. Quiero a papá, me enseñó a ser un buen lobo. Quiero a Joe, me enseñó que la fortaleza viene de dentro. —El aire se me atascó en el pecho, pero insistí. Tenía que escucharlo, tenía que saber el porqué—. Pero tú eres mi mejor maestro. Porque contigo entendí la vida. Qué significaba querer a alguien ciegamente y sin reservas. Tener un propósito. Tener esperanza. He sido hermano mayor la mayor parte de mi vida, y es lo mejor que podía ocurrirme. Sin ti, no sería nada. —Me dolía respirar—. Sé que te enfadarás, pero espero que lo entiendas, al menos un poquito. —Volví a mirar la pantalla—. Porque tengo un agujero en el pecho. Un vacío. Y sé por qué.

«Vete. Contigo. Yo. Iré. Contigo. No. No. Los. Toques».

—Tengo que encontrarlo, Kelly. Tengo que encontrarlo, porque creo que, sin él, siempre habrá una parte de mí que estará incompleta. Debería haberte escuchado más cuando Robbie no estaba. Debería haber luchado más. Entonces no lo entendía. Ahora sí, y lo siento. Lo siento mucho. Quizá no quiera saber nada de mí. Quizá él…

«No. Atrás. No quiero. Esto. No quiero. Manada. Noquiero. Hermano. No quiero. Tú. Niño. Eres. Un niño. No soy. Como tú. No soy. Manada».

—Tengo que intentarlo —supliqué en esa habitación vacía—. Y sé que Ox y Joe y todos los demás lo están buscando, a los dos, pero no es suficiente. Kelly, él nos salvó. Ahora lo entiendo. Nos salvó a todos. Y tengo que hacer lo mismo por él. Tengo que hacerlo. —Notaba cómo se me calentaba la sangre. Mi visión se tornaba borrosa. Sentía una opresión en el pecho y no podía respirar—. Una vez te hice una promesa. Te dije que siempre volvería a por ti. Lo dije en serio, de la misma forma que lo digo en serio ahora. Siempre volveré a por ti. Esté donde esté, haga lo que haga, estaré pensando en ti e imaginando el día en que volveremos a encontrarnos. No sé cuándo será, pero, después de que me des una paliza, me grites y me insultes, por favor, dame un abrazo como si nunca fueras a soltarme, porque no quiero que lo hagas jamás. —Intenté decir algo más, continuar, pero el peso era aplastante, así que bajé la cabeza y hundí las garras en el escritorio—. Mierda. No puedo respirar. No puedo…

Me temblaron los hombros y me dejé llevar. Me ardían los ojos mientras ahogaba un sollozo. Tenía que acabar mientras pudiera. Sentía que ya era demasiado tarde.

Para mí.

Para él.

Para todos nosotros.

—Recuerda algo por mí, ¿de acuerdo? Cuando la luna esté llena y estés cantando con toda la fuerza de tus pulmones, yo miraré la misma luna, y estaré cantando. Para ti. Siempre por ti. —Me limpié los ojos. La pantalla estaba borrosa y el extraño que me devolvía la mirada parecía atormentado y perdido—. Te quiero, hermanito, más de lo que puedo expresar con palabras. Tienes que ser valiente por mí. Obliga a Joe a ser sincero. Molesta a Ox todo lo que puedas. Enséñale a Rico a ser un lobo. Muéstrales a Chris y a Tanner las profundidades de tu corazón. Abraza a mamá y a Mark. Dile a Gordo que se relaje. Haz que Jessie le patee el culo a cualquiera que se pase de la raya. Y quiere a Robbie como si fuera lo último que fueras a hacer en la vida.

Ay, Dios, había tantas cosas que tenía que decir, tantas cosas que nunca le había dicho, tanto que tenía que oír. Que el único motivo por el que era una buena persona era por él. Que nuestro padre estaría orgulloso de en quién se había convertido. Que cuando me había perdido en el Omega y lo sentía llamándome y amenazaba con hundirme en un océano violeta, me aferré con todas mis fuerzas a mi lazo raído y me negué a soltarlo, a que me lo arrebataran.

«Estoy vivo gracias a ti», quería decir.

Pero no lo hice.

—Volveré a por ti, y nada volverá a hacernos daño, jamás. Nos vemos, ¿de acuerdo?

Y eso fue todo.

Eso fue todo.

Una vida entera reducida a unos pocos minutos en los que le suplicaba a mi manada que comprendiera la terrible decisión que estaba a punto de tomar.

Detuve la grabación.

Pensé en borrarla.

Solo… borrarla y olvidarme de todo esto.

Sería tan sencillo.

La borraría y luego me pondría de pie, abandonaría la oficina. Me sentaría en los escalones del porche hasta que alguien volviera a casa y le contaría lo que había hecho y lo que estaba a punto de hacer. Tal vez sería mamá. Sonreiría al verme, pero su sonrisa se desvanecería cuando viera mi expresión. Se acercaría corriendo y se lo contaría todo. Que creí que me estaba volviendo loco, que no supe qué era Gavin hasta que fue demasiado tarde. Que debería haber luchado más por él, que debería haberle dicho que no podía marcharse con Robert Livingstone, que no podía irse con su padre, que no podía dejarme. No ahora que lo entendía. Ahora entendía lo que debería haber sabido.

O tal vez sería Kelly. Tal vez sabría que algo no iba bien.

El polvo se agitaría debajo de las llantas de su coche, con las luces encendidas y la sirena sonando con fuerza. Abriría la puerta con violencia y una mezcla de preocupación y rabia.

—¿Qué estás haciendo? —preguntaría.

—No lo sé —respondería—. Estoy perdido, Kelly. No sé qué está pasando, no sé qué está sucediendo, por favor, por favor, por favor, sálvame. Por favor, átame para que no pueda abandonarte. Por favor, no me dejes hacer esto. No dejes que me marche. Grítame. Golpéame. Destrúyeme. Te quiero, te quiero, te quiero.

En cambio, guardé el vídeo.

Me puse de pie. Era ahora o nunca.

Antes de abandonar la oficina, miré hacia atrás una vez.

Por un momento, creí ver a mi padre en su escritorio, con la mano extendida hacia mí.

Parpadeé. Allí no había nada. Un truco de la luz.

Cerré la puerta por última vez.

Y, sin embargo…

Vacilé en el porche, la mochila a mis pies.

Me dije a mí mismo que era porque estaba absorbiéndolo. Este lugar. Nuestro territorio. Los últimos vestigios de casa antes de lo que fuera que me esperara allí afuera.

Pero era un mentiroso.

Miré el camino de tierra, la nieve caía en ráfagas y se pegaba a los árboles. Nadie vino.

Y seguí esperando.

Un minuto se hicieron dos, y luego tres, y luego siete. Cuando pasaron diez minutos, supe que era ahora o nunca. Había esperado suficiente.

Cogí la mochila, bajé los escalones y avancé hasta mi camioneta.

Me subí y cerré la puerta.

Miré hacia la casa.

Imaginé que Kelly estaba conmigo en el asiento del copiloto.

—Aférrate a mí —dijo.

—Tan fuerte como puedas —dijo.

—Sé que duele —dijo.

—Sé lo que se siente —dijo.

Mis manos sujetaron el volante con más fuerza.

—Sé que lo sabes.

Suspiré y me estiré hacia mi mochila. Abrí un pequeño bolsillo lateral y cogí una fotografía. Toqué las sonrisas congeladas de mis hermanos antes de ponerla en el salpicadero.

Y luego me marché.

Apenas me alejé lo suficiente, me detuve.

Junté lo que me quedaba de fuerza.

Encontré los lazos, brillantes, vivos y fuertes.

¿Podría hacerlo?

Descubrí que podía.

Cortarlos fue más sencillo de lo que esperaba. Por lo menos al principio. Cuando acabé, abrí la puerta de la camioneta y vomité en el suelo, con el rostro cubierto de sudor.

Sentí arcadas mientras los lazos se desvanecían.

Tenía un sabor amargo en la boca. Escupí en el suelo.

—Kelly —murmuré—. Kelly, Kelly, Kelly.

Era suficiente.

El lazo.

Era suficiente.

Me recompuse y miré por el espejo retrovisor. El extraño me devolvió la mirada. Mis ojos brillaron.

Naranja.

Todavía eran de color naranja.

Cerré la puerta. Inhalé y miré la carretera.

No se veía ningún coche. Volví al camino.

Unos minutos después, pasé por un cartel que indicaba que estaba abandonando Green Creek, Oregón, y que volviera pronto.

Lo haría.

Era una promesa.

ASÍ / TE TENGO

La cosa fue así:

Nací.

No lo recordaba.

Era uno.

No lo recordaba.

Fui dos.

No lo recordaba.

Y luego lo recordé.

Porque mi madre estaba allí, sentada en una silla. Estabacansada, pero sonreía. El pelo recogido en un moño despeinado.

—Carter —dijo—, ¿te gustaría conocer a tu hermano?

Él había estado en su barriga y ahora estaba aquí.

Mi padre estaba en el marco de la puerta, observándonos.

No recuerdo nada más. Cómo entré en la habitación, dónde había estado antes, qué estaba haciendo. Daba igual. Esto era importante.

Muy importante.

—Ten cuidado —dijo mi padre.

Había una cosa rosa y arrugada en los brazos de mi madre. Tenía nariz, boca y ojos entrecerrados. Bostezó.

—¿Mío? —pregunté.

—Sí —contestó mi madre—. Tuyo. Nuestro.

—Mío —repetí e intenté coger la cosa rosa. Queríallevármela, esconderla para que nadie más tocara lo que era mío.

—No, Carter, no —dijo mi padre—. Eres demasiado pequeño, podrías hacerle daño.

—No hacer daño. No herir.

—Sí —replicó mi madre—. Muy bien. No herir. No le hacemos daño a Kelly.

—Kelly —dije por primera vez.

—Tu hermano.

—Kelly, Kelly, Kelly.

Me miró. Se estiró hacia mí.

—Mío —susurré.

Fue así:

Gritos.

Gordo gritaba.

Papá gritaba.

Mamá gritaba.

Kelly estaba en su cuna y agitaba los brazos.

—Kelly —dije y empujé una silla hasta la cuna. Fue difícil. Era pequeño. Me subí a la silla mientras Kelly empezaba a llorar. Trepé por las barras de la cuna. Mi padre decía que se me daba bien escalar.

Fui con mucho cuidado.

No haría daño a mi hermano.

Entré en la cuna. Me acosté a su lado y le tapé las orejas con las manos porque yo era un lobo, al igual que él, y oíamos cosas que los demás no podían. Había mucho ruido.

Gordo estaba gritando.

Mi padre suplicaba.

—Kelly —dije y me golpeó en la mano. Fue un accidente. No dolió. Recordé lo que hacía mi madre cuando mi hermano estaba así—. Ya está, ya está —dije mientras le acariciaba la mejilla—. Ya está, ya está.

Dejó de llorar. Me miró con los ojos húmedos.

Le di un beso en la nariz.

Sonrió.

Fue así:

Cajas.

Muchas cajas.

—Nos marcharemos —dijo mi padre.

—¿Por qué? —pregunté.

—Porque tenemos que hacerlo.

—¿Por qué? —repliqué.

—Porque es lo que debemos hacer.

—¿Por qué?

—No tengo elección.

—¿Por qué?

Ese día aprendí que hasta mi padre podía llorar.

Fue así:

—¿Gordo?

Me miró. No tenía el mismo aspecto que antes. No habló. No sonrió. Le saqué la lengua porque siempre lo hacía reír.

No funcionó.

—No puedes olvidarme —dijo.

—¿Olvidarte? —pregunté.

—No puedes —replicó.

No lo entendí.

Fue así:

Estaba mirando por la ventana.

El tío Mark y Gordo estaban en el porche.

—Por favor —dijo Mark.

—Púdrete —replicó Gordo.

—No quiero esto.

—Sin embargo, aquí estás.

—Volveré a por ti.

—No te creo.

Ese fue el día en que aprendí que podía saborear lo que olía.

Era como si todo el bosque estuviera en llamas.

Fue así:

Hubo saltos. Agujeros en mi memoria, los límites raídos y borrosos. Tenía dos años, tres, y luego seis, y Kelly dijo:

—¡Carter!

Estábamos sentados en el césped, delante de una casa. Teníamos un lago detrás. Mamá dijo que no podíamos ir sin ella porque podíamos ahogarnos. Estaba sentada en el porche con la mano sobre el estómago. Nos habían dicho que allí había otro bebé. No sabía por qué. Ya nos tenían a Kelly y a mí.

Mark no estaba, se escondía en el bosque. Siempre estaba en el bosque. Papá dijo que estaba melancólico. Mamá dijo que era culpa suya que estuviera melancólico, y papá nunca volvió a repetirlo.

No sabía qué significaba melancólico, pero no sonaba bien.

—Carter —repitió Kelly y lo miré.

Llevaba unos pantalones cortos, era verano. Tenía la cara pegajosa, el pelo despeinado y estaba sonriendo. Tenía un hueco delante, dónde había estado cavando. Le dije que era el pozo más grande que había visto en la vida.

—¿El más grande? —Miró su trabajo y luego a mí otra vez.

—Sí. Eres un buen excavador.

—Buen excavador —concordó.

Vinieron otros niños. Lobos. Cachorros.

—Carter, ven a jugar con nosotros —dijo uno.

—Está bien —respondí—. ¿Kelly también puede venir?

—No —dijo el chico—. Es un bebé y los bebés son estúpidos.

Kelly lloró y derribé al niño por haber hecho llorar a mi hermano.

Mamá me separó de él, le sangraba la nariz.

—Carter —dijo mamá—. ¿Qué rayos crees que estás haciendo?

—Kelly no es estúpido —le gruñí al niño mientras se ponía de pie. Intenté perseguirlo, pero mamá me retuvo.

—¡Me voy a chivar! —gritó el niño antes de salir corriendo con todos los demás detrás.

Mamá me hizo girar, su rostro estaba cerca del mío, fruncía el ceño.

—No pegamos a los demás niños.

—Ha dicho que Kelly es estúpido.

—Eso no importa, no pegamos a los demás niños.

Se equivocaba. No lo dije en voz alta, pero lo pensé. Lo pensé con intensidad. Se equivocaba porque, si alguien llamaba «estúpido» a Kelly, le pegaría sin pensarlo. Lo haría con toda la fuerza que pudiera. Le pegaría hasta que ya no pudiera decir eso.

—Ah —dije.

—Sí. Ah. Tienes que pensar antes de actuar. No puedes usar los puños para resolver todos tus problemas. —Luego sonrió, tocándose el estómago mientras se levantaba—. Alguien se ha despertado. Uf.

El bebé que llevaba dentro.

No me importaba ese bebé.

Todavía no era real.

—Carter —sollozó Kelly, y fui hacia él.

Lo alcé, era muy fuerte.

Él apoyó la cabeza en mi hombro y, como no quería volver a meterme en problemas, me prometí que nadie volvería a llamarlo «estúpido».

—¿Cavas conmigo? —preguntó—. ¿Pozo más grande?

—Está bien —accedí, y eso fue lo que hicimos. Era mejor que jugar con los otros.

Fue así:

Papá dijo que nuestro hermano llegaría pronto. Que teníamos que portarnos bien y no hacer ruido para que mamá pudiera concentrarse.

—Necesitará toda su energía. —Mi hermano se estiró y le tocó la cara, papá abrió la boca y amagó con morder los dedos de Kelly, haciéndolo reír—. Mamá está siendo muy valiente. ¿Podéis ser valientes vosotros también?

—Valiente —concordó Kelly.

—Quedaos aquí con el tío Mark. Cuando acabe, vendré a buscaros para que lo conozcáis.

Y luego se marchó.

—Tardará un rato largo —dijo Mark.

—Rato largo —replicó Kelly porque repetía lo que decían los demás todo el tiempo. Era molesto salvo cuando lo hacía conmigo.

—Pero mamá estará bien —dijo.

—Bien —repitió Kelly.

Mark sonrió, pero parecía un fantasma.

Tardó mucho rato.

Nos cansamos de esperar y, cuando Mark nos preparó para dormir, me olvidé de todo. Mark dijo que Kelly y yo podíamos dormir en la misma cama y Kelly tenía pasta de dientes en la comisura.

Nos acostamos cara a cara, con la cabeza en la misma almohada.

Mark me dio un beso en la mejilla, y luego a Kelly.

—Buenas noches, cachorritos —dijo.

Kelly bostezó.

Mark dejó la puerta abierta y la luz del pasillo encendida.

El cielo estaba oscuro.

—¿Carter?

—¿Qué?

—¿Tenemos que tener un hermanito?

No lo sabía, así que le dije:

—Creo que sí.

—Ah, ¿puedo sostenerlo?

—Tal vez. Quizá tengas que esperar.

—¿Por qué?

—Porque los bebés son frágiles —dije recordando las palabras de mi padre—. Son pequeños y frágiles.

—¿Qué es «frágil»?

—Significa asqueroso. —No tenía ni idea.

Arrugó la nariz.

—Como los pedos.

Me reí. Yo le había enseñado esa palabra, aunque a mamá y a papá no les gustó.

—Sí, es un pedo.

—Pedo, pedo, pedo —dijo Kelly y luego cerró los ojos—. No sé si me gustan los hermanos pequeños.

—Yo sí —le dije—. Me gustan mucho los hermanos pequeños. —Pero ya estaba dormido.

Mantuve los ojos abiertos todo el tiempo que pude porque papá estaba con mamá y Kelly necesitaba que lo protegiera. No era un Alfa, pero podía pretender serlo.

—Tengo los ojos rojos —susurré en la oscuridad—. Y soy grande y fuerte.

No recuerdo quedarme dormido.

Fue así:

—Se llama Joe —anunció mamá.

—Joseph Bennett —dijo mi padre—. Vuestro hermanito.

—Joe —Kelly susurró asombrado. Yo no me alegré.

Luego lo vi.

Y supe lo que era. Lo que sería.

—Alfa —dije.

Mamá se sorprendió.

—¿Qué has dicho, Carter? —Mi padre dio un paso adelante.

—Alfa —repetí con la voz tan cargada de asombro que creí que flotaría en el aire.

—¿Cómo lo sabes? —preguntó papá. Me encogí de hombros. Mamá y papá se miraron un buen rato—. Sí —dijo al fin—. Sí, Joe será un Alfa. ¿Puedo contaros un secreto sobre los Alfas?

Kelly y yo nos giramos hacia él. Esto era importante. Ahora sabía lo que significaba esa palabra. Los Alfas tenían muchos secretos y, cuando compartían uno, era importante.

Papá se arrodilló, nos cogió de las manos y dijo:

—Un Alfa es un líder. Pero no puede liderar solo. Os necesitará, a los dos, para que lo ayudéis. No será nada sin sus hermanos. Vosotros seréis su manada y lo haréis fuerte. Sois tan importantes como él. Llegará un momento en el que el color de sus ojos será muy importante, pero vosotros sois igual de importantes. No puede existir el rojo sin el naranja. ¿Lo habéis entendido?

Ambos asentimos, aunque no teníamos ni idea de qué estaba hablando.

Joe lloró.

Fuimos hacia él.

Kelly le tocó la mejilla.

Le di un beso en la mano.

—No hay nadie como él —susurró nuestra madre—. Pero tampoco hay alguien como vosotros. Sois especiales a vuestra manera. Creo en vosotros. —Bajó la mirada hacia Joe con una sonrisa cansada—. Creo en todos vosotros.

Fue así:

Joe creció.

Encontré mi lazo.

Me transformé.

El dolor fue exquisito y yo…

soy lobo

oler

oler todo

correr rápido correr rápido correr correr correr

cazar quiero cazar y

padre lobo

madre lobo

Joe ríe está riendo dice eres tan bonito Carter eres tan bonito

no soy bonito

soy increíble

Kelly dice

guau

Kelly dice

mírate

Kelly dice

eres tan grande

Kelly dice deja de lamerme Carter deja de lamerme deja de

no me detengo

nunca me detengo y

Llegó el día en que papá se llevó a Kelly.

—No tienes que preocuparte —me dijo mamá. Parecía que estuviera intentando no reírse. La fulminé con la mirada, pero me dio un beso en la frente y me despeinó.

—¿Por qué Carter está preocupado? —preguntó Joe cuando mamá volvió a entrar y me dejó en el porche—. Kelly está con papá.

—Porque hoy es un día importante —explicó mamá mientras yo caminaba de un lado a otro.

Estuvieron muchas horas fuera. Para cuando volvieron, estaba a punto de arrancarme la piel del cuerpo.

Kelly sonreía.

—¿Lo has hecho? —Corrí hacia él y lo sujeté por los hombros—. ¿Lo has descifrado?

—Sí —puso los ojos en blanco—, pero es un secreto.

—¡Yo te dije el mío! —Lo miré de mala manera y se rio.

Papá nos estaba observando. Parecía a punto de decir algo, pero negó con la cabeza.

—¿Quién tiene hambre?

Pero antes de que pudiéramos entrar en casa, apareció un hombre. No me cayó bien. Se me puso la piel de gallina.

—Osmond —dijo papá.

El recién llegado nos miró sin darnos importancia antes de volver a mirar a mi padre.

—Tenemos que hablar.

—¿No puede esperar a mañana? Estamos a punto de cenar.

—Tiene que ser ahora.

—Está bien. —Papá suspiró y nos miró—. Entrad, enseguida voy.

Los observé marcharse.

—¡Vamos! —dijo Kelly desde el porche.

Esa noche alguien llamó a mi puerta. Se abrió levemente y apareció la cabeza de Kelly.

—Deja de tocarte.

—Púdrete —susurré lo suficientemente alto para que pudiera oírme, pero no tanto como para que nuestros padres lo escucharan.

Se escabulló y entró en mi habitación, luego cerró la puerta. Se acercó a mi cama y me hizo un gesto para que le dejara espacio.

—Tienes tu propia cama —le gruñí.

—Sí, sí, mueve el culo gordo que tienes.

Le tiré una almohada a la cara.

Se rio antes de acostarse a mi lado y estirar los brazos y las piernas. Oí como le crujía la espalda antes de que se relajara y apoyara su pierna sobre la mía.

Esperé.

—Eres tú —dijo.

—¿El qué? —Apenas podía respirar.

—Ya lo sabes.

Lo sabía y quería aullar y hacer temblar la casa.

—¿Estás seguro?

—Sí. Estoy seguro.

—Ah. —Y luego—. ¿Por qué?

Giró la cabeza para mirarme, sus ojos resplandecían en la oscuridad.

—¿Por qué soy tu lazo? —preguntó.

—Porque eres mi hermano.

—Joe también es tu hermano.

—Tú llegaste primero.

Exhaló.

—Ya hace tiempo que lo sé.

—Pero nunca dijiste nada.

—Pensé que era obvio. —Se encogió de hombros.

Me puso nervioso. Nada tan monumental me había hecho sentir tan pequeño.

—Los lazos cambian.

—No cambiará.

—No lo sabes.

—Lo sé. No importa qué pase. Si tengo un compañero…

—Ugh.

—Cállate, ya sabes a qué me refiero.

—Eso es bastante gay, amigo.

—No digas eso. —Me golpeó en el pecho.

—Es verdad. Lo lamento. Yo… —No tenía palabras.

—¿Está bien? —preguntó en voz baja. Sonaba inseguro y yo no podía soportarlo.

—Sí, está bien.

Nos quedamos callados un buen rato, solo inhalábamos y exhalábamos.

—Hermanos de lazo —dijo—. Eso es lo que somos. Un par de hermanos atados.

Y era como si fuéramos pequeños otra vez, solo nosotros dos, y nos estábamos riendo, riendo, riendo, intentando no hacer ruido, pero fallamos. Papá se detuvo al otro lado de la puerta y nos tapamos la boca el uno al otro. Su aliento era caliente contra mi palma y asqueroso, pero no me alejé.

Papá se marchó.

Finalmente, logramos controlarnos.

Me estaba quedando dormido cuando Kelly dijo:

—Siempre serás tú.

Fue así:

—¡Joe! —grité en el bosque. Estaba oscuro, llovía y los rayos iluminaban la noche—. ¡Joe!

No podía encontrarlo.

—¿Carter? —preguntó Kelly, estaba empapado y abatido, me cogió la mano con tanta fuerza que creí que mis huesos se harían polvo—. Tenemos que volver.

—No —le respondí de mala manera y sentí culpa cuando arrugó el rostro—. No podemos. Tenemos que encontrarlo. —Tenía quince años y un monstruo se había llevado a nuestro hermanito—. ¡Joe! —lo llamé otra vez.

Nada.

—¡Joe! —gritó Kelly—. ¿Dónde estás, Joe?

Quería transformarme para poder olerlo, pero mamá y papá dijeron que no podía hacerlo sin que ellos estuvieran presentes. Tenía a mi lazo y él me tenía a mí, pero todavía no era seguro. Había todo tipo de cosas en el bosque.

Pero Joe había desaparecido y nadie sabía dónde estaba. Solo habían pasado tres días, pero le había fallado. Mamá y papá dijeron que debía protegerlo y le fallé.

Nos adentramos todavía más en el boque.

Papá nos encontró.

—¿Qué estáis haciendo? —rugió con los ojos rojos. Nos acobardamos. Empujé a Kelly detrás de mí mientras gimoteaba. Nuestro padre cayó de rodillas y extendió los brazos. Corrimos hacia él—. Lo lamento —dijo y nos abrazó con fuerza—. Lo lamento tanto. No podía encontraros y estábamos asustados. No quería hablar tan fuerte. No quería asustaros. ¿Qué estáis haciendo aquí? Deberíais estar en la cama.

—Tenemos que encontrar a Joe —dijo Kelly.

—Oh —replicó mi padre—. Oh, oh, oh.

Fue la segunda vez que vi llorar a mi padre.

Fue así:

Joe volvió.

Pero no era el mismo.

Se parecía a Joe. Tenía todos los dedos de las manos y de los pies. Tenía todos los dientes. Su nariz seguía allí y sus rodillas todavía eran huesudas.

Pero no había nada detrás de sus ojos.

Estaban oscuros como si una luz se hubiera apagado.

Lo llevaba a todos lados.

Lo cargaba en casa. En el bosque. Alrededor del lago.

—Déjame cargarlo, Carter —dijo papá.

Retrocedió cuando le gruñí con los ojos brillantes y los colmillos a la vista.

—No —ladré—. No, no, no.

Mi padre retrocedió lentamente y me llevé a mi hermano.

—Ey, Joe, mira a los pájaros —dije.

—Ey, Joe, mira ese insecto —dije.

—Ey, Joe, ¿tienes hambre? —dije.

—Ey, Joe, ¿quieres oír un chiste?

—Ey, Joe, por favor, ¿podrías decir mi nombre?

Pero Joe nunca habló.

—Lo vaciaron —me dijo Kelly mientras Joe yacía entre nosotros con los ojos cerrados y respiraba profundamente.

—Cállate —siseé y sentí una pizca de remordimiento cuando hizo una mueca—. No es… Puede oírte.

—Lo siento —murmuró Kelly, pero antes de que pudiera darme la espalda, le cogí la mano y la apoyé en el pecho de nuestro hermano, sobre el corazón. Hice presión. Podía sentir el latido a través de la mano de Kelly. Era lento y estable—. ¿Qué hacemos? —susurró.

—No lo sé —respondí en voz baja—. Pero permaneceremos juntos. Nosotros tres. Da igual lo que pase.

Kelly asintió.

Se quedó dormido antes que yo, su mano seguía sobre el pecho de Joe.

Estaba a punto de seguir sus pasos cuando los latidos de Joe empezaron a acelerarse. Emitió un sonido de dolor. Presioné la mano de Kelly con más fuerza contra su pecho y le hablé al oído.

—Estás aquí —dije—. Estamos contigo. Estás a salvo. Estás en casa. No dejaremos que te pase nada malo nunca más. Somos tus hermanos mayores. Te protegeremos. Siempre estaremos aquí para ti. Te quiero, te quiero, te quiero.

El corazón de Joe se tranquilizó.

Las líneas de su frente desaparecieron.

Su boca se relajó.

Suspiró y giró su rostro hacia mí.

Lo observé un buen rato.

Fue así:

Cajas.

Todas esas cajas.

De pie entre ellas, oí voces que provenían del primer piso.

Y luego descubrí los pecados de mi padre.

—¿Estás seguro? —le preguntó Mark.

—Sí.

—¿Has…? ¿Has llamado a Gordo?

—No. —Papá suspiró.

—No le gustará que volvamos.

—No es su territorio —le gruñó papá y luego—. Mierda, lo lamento. No debería haber…

—Es demasiado tarde para lo que deberías o no deberías haber hecho —dijo Mark y sonó más enfadado de lo que lo había escuchado en la vida—. ¿Realmente crees que nos recibirá con los brazos abiertos? ¿Que no tendrás que convencerlo? Green Creek es pequeño, Thomas. Te lo encontrarás antes de lo que crees.

—¿Qué quieres que haga? —preguntó papá y se me llenó la nuca de sudor—. Dímelo. Por favor. Dime qué hacer. Qué es lo correcto. ¿Qué debería haber hecho? ¿Qué debo hacer ahora? ¿Debería haber podido evitar que los cazadores destruyeran nuestra manada? ¿O tal vez debería haber evitado que Robert Livingstone asesinara a todas esas personas? Lo lamento, Mark. Lamento todo lo que he hecho. Todos los errores que he cometido. Por favor, dime cómo solucionarlo. Dime qué debo hacer para que mi hijo no se despierte con sus propios gritos porque un hombre en el que en algún momento confié lo hizo pedazos antes de que pudiera encontrarlo. Tú deberías haber sido mi segundo, no Richard. Nunca debería haber escuchado a papá cuando dijo que…

—Púdrete —replicó Mark con frialdad—. Eso nunca me ha importado y lo sabes. Estamos rotos, Thomas. Estamos rotos y no sé cómo arreglarnos. Te seguí incluso cuando cada parte de mí me gritaba que te marcharas sin mí. Dejé mi corazón atrás porque dijiste que era por un bien mayor. ¿Y para qué? ¿Qué hemos logrado? ¿Qué tipo de Alfa eres que no puedes…?

—Ya basta.

Sacudió las paredes.

No podía moverme.

No podía respirar.

Pero Mark no había acabado.

—¿Qué estás haciendo? ¿Lo sabes? Esto se te ha ido de las manos, Thomas. La gente habla. Creen que nunca volverás.

—Volveremos.

—Sí, bueno, tal vez lo hagas solo.

—Está bien. Entonces lo haré solo. Michelle es capaz de liderar, le irá bien hasta que pueda volver a descifrar qué hacer —suspiró—. Tengo que priorizar a mis hijos. Tengo que priorizar a Joe.

Mark rio con amargura.

—Ah, si te oyera papá… ¿Qué era lo que siempre decía? Para un Alfa, las necesidades de muchos pesan más que las de unos pocos. Manada y manada y manada.

—¿Crees que no lo sé?

—¿Y qué pasa con Richard? Volverá.

—También lo sé.

—¿Lo sabes? ¿Qué pasará entonces?

—Le arrancaré la cabeza —rugió mi padre con la voz de Alfa—. Deja que venga. Será lo último que haga.

—No podemos seguir haciendo esto —dijo Mark, suplicando—. No podemos seguir así. Nos estamos destruyendo y no sé cómo pararlo. Te quiero, pero también te odio por todo lo que has hecho.

Mi padre no respondió.

Se quedaron callados. Podía imaginármelos al otro lado de la pared, enfrentados, de brazos cruzados y evadiendo los ojos del otro. Dos estatuas de piedra inmóviles.

Me sorprendió cuando mi padre habló primero.

—La familia de la casa azul.

—¿Qué les pasa?

—El chico.

—Ox —dijo Mark.

—Sí, dijiste que… lo conociste. Y a su madre.

—En la cafetería. Era su cumpleaños. Era… No sé. Tiene algo diferente, no sé cómo explicarlo. Fue como si me impactase un rayo. Nunca he sentido nada igual.

—Magia, tal vez, ¿un brujo?

—No, nunca he oído hablar de brujos Matheson.

—Tendremos que ir con cuidado. Tenerlos tan cerca… podría ser peligroso.

—Entonces no deberías haber vendido la casa. —Oí que mi padre se movía—. No. No me toques —le dijo Mark.

—Cuando eras pequeño —dijo papá—, solía cargarte en mis hombros. ¿Lo recuerdas?

—No.

—Mentira. Solías hundir las manos en mi pelo y tirar hasta que me dolía, pero nunca te detuve.

—Aléjate, aléjate, aléjate…

—Nunca quise que esto pasara —susurró mi padre con la voz ahogada—. Nada de esto. No estaba listo para todo lo que iba a implicar. Ser Alfa es…

—Difícil —terminó Mark a regañadientes.

—Sí. Lo es. Y no se me da muy bien. Deberías haber sido tú.

—Detente. —Parecía que Mark se estuviera ahogando—. Por favor, detente.

—Sé que me odias —siguió papá—. Y tienes derecho a hacerlo. Pero hice lo que creí mejor para todos nosotros. Pensé que Gordo…

—No. No puedes decir su nombre.

—Creí que estaría mejor sin nosotros. Que podría vivir una vida lejos de…

—¡Lo abandonaste! —gritó Mark—. ¡No le diste elección! Aléjate de mí. Cómo te atreves. Sé lo que hiciste. Sé que pensaste que Livingstone le había hecho algo, sé que creías que lo llevaba en los tatuajes, así que no te atrevas a intentar presentarlo de esta manera.

—¿Cómo lo…? ¿Lizzie te dijo algo?

—No importa —replicó Mark—. Esto no se trata de ella, ni de nadie más. Esto es sobre ti. Todo esto es culpa tuya. Siempre dices que somos una manada, pero creo que no tienes ni idea de qué significa. Púdrete. Púdrete Alfa de todos. —Inhaló entrecortadamente y luego añadió—: Tal vez ha llegado el momento de que el reinado de los Bennett se acabe.

—No puedes hablar en serio…

—Hablo en serio. Creo cada palabra. Deja que Michelle se quede al mando. Deja que Osmond sea su perro faldero. Dices que quieres priorizar a Joe, Kelly y Carter, pues es la única manera de hacerlo. Joe está roto, Thomas. Está roto. Y créeme, sé cómo se siente. No levantaste un maldito dedo para ayudarme. No hagas lo mismo con él.

Mark se marchó de la oficina furioso, con pasos fuertes mientras bajaba las escaleras. Ni siquiera me vio cuando atravesó la puerta principal y la cerró con fuerza.

Mi padre estaba quieto.

Emanaba azul.

Fue así:

Mamá estaba sentada en su estudio.

Papá estaba poniendo libros en los estantes.

Mark estaba arriba, encerrado en su habitación.

Kelly y yo estábamos en el porche, sus pies sobre mi regazo. Él leía. Cerré los ojos y asimilé los aromas y los sonidos del bosque viejo que nos rodeaba. En el camino había tres vehículos. Dos camionetas. Un SUV. Dos camiones de mudanzas. Se suponía que debíamos entrar las cosas, pero ya habría tiempo para eso.

Y luego sentí una voz que no había oído en mucho tiempo.

—¿Tienes tu propia habitación? —preguntó.

Se me detuvo el corazón.

Kelly se enderezó, con los ojos humedecidos.

—¿Ese es…?

—Cállate. Escucha.

Una voz más profunda dijo:

—Sí, ahora solo somos mi madre y yo.

—Lo siento —dijo Joe con la voz áspera y seria.

—¿Por qué?

—Por lo que sea que te haya hecho sentir triste.

—Tengo sueños. A veces es como si estuviera despierto. Y luego no.

Mamá y papá salieron al porche a toda velocidad justo cuando Joe dijo:

—Ahora estás despierto. Ox, Ox, Ox. ¿Lo ves?

—¿Ver qué?

—Vivimos muy cerca el uno del otro.

Mi padre hundió la cara entre las manos. En nuestro interior, estallaron tres palabras.

ManadaManadaManada.

Las sombras se estiraron a medida que la tarde se desvanecía. Mark apareció en el porche demandando saber si ese era Joe, si ese era Joe, si ese era…

Aparecieron bordeando la casa azul.

Allí, en la espalda de un chico alto, estaba Joe con los ojos encendidos.

Mi padre dejó caer las manos e inhaló temblorosamente.

Nunca despegamos los ojos de Joe. De este extraño que nos observaba con grandes ojos oscuros.

Se detuvieron delante de nosotros.

—¿Mark? —dijo el chico y mi tío sonrió.

—Ox. Me alegro de verte. Veo que has hecho un nuevo amigo.

Joe se bajó de la espalda de Ox, se paró a su lado, le cogió la mano y lo arrastró hacia nosotros. Algo estaba cambiando y no sabía qué era. Era gigante y me abrumaba. Fue como el día en que Kelly nació. El día en que Joe volvió.

Y Joe.

Joe, Joe, Joe.

—¡Mamá! Mamá, ¡tienes que olfatearlo! Es como… Como… ¡Ni siquiera sé a qué huele! Estaba andando por el bosque para ver los límites de nuestro territorio, para poder ser como papá, y al segundo estaba como… ¡Guau! Entonces lo vi ahí de pie, aunque él no me vio a mí, porque me estoy volviendo muy bueno a la hora de cazar. Empecé a hacer rawr y grr, pero entonces olfateé y era él, ¡y fue bum! ¡Aún no lo sé! Tienes que olfatearlo y decirme por qué es todo bastones de caramelo y pino, y épico y asombroso.

Todos nos quedamos sorprendidos y en silencio.

En ese momento, no sabíamos en lo que se convertiría.

De haberlo sabido, hubiera hecho todo lo que pudiera para alejarlo. Para decirle que los Bennett estábamos malditos, que debería mantenerse tan alejado de nosotros como pudiera. Era un incomprendido. Su padre le había dicho que su vida sería una mierda. Su madre, una mujer a la que siempre habían subestimado, tal vez hubiera sobrevivido a la visita de Richard Collins.

¿En qué se hubiera convertido ese chico sin los lobos?

Le di muchas vueltas.

Una vez, mucho después de que mi padre regresara a la luna, estábamos solo Kelly y yo. Éramos demasiado grandes para dormir en la misma cama, pero allí estábamos de todos modos.

Me rozaba las rodillas con las suyas.

—Es inevitable, ¿no? Todo —dijo. Quería decirle que no. Quería decirle que no existía tal cosa como el destino, que elegíamos nuestro propio camino, que un nombre no era nada más que un nombre. Él sabía lo que estaba pensando. Sabía lo que tenía en la cabeza y el corazón—. Una rosa con cualquier otro nombre…

Cerré los ojos y soñé con lobos corriendo bajo la luz de la luna llena.

Fue así:

Tenía siete años y Kelly dijo:

—Quiero ser grande como tú.

Tenía tres años y mi padre me sostuvo en sus brazos y me abrazó con fuerza.

Tenía diez años y elegí mi lazo.

Tenía doce años y Joe estaba sentado en mis hombros con un disfraz de lobo que mi madre le había hecho porque quería ser un lobo como yo. Caminábamos por el bosque, Kelly me cogía de la mano, Joe me tiraba del pelo y decía:

—Más rápido, Carter, más rápido.

Tenía cuatro años y Kelly dio sus primeros pasos, estirándose hacia mí, siempre se estiraba.

Tenía once años y la luna me llamaba, estaba cantando, cantando, cantando y mi madre dijo:

—Aquí, mi niño, deja que te cubra, siente su llamada. No te hará daño. No permitiré que se te lleve.

Tenía dieciséis y casi asesino a unos chicos que se atrevieron a poner las manos sobre Ox en el baño del instituto.

Tenía trece y Kelly se transformó en lobo por primera vez y corrimos juntos tan rápido como pudimos, la tierra debajo de nuestras patas, el viento en nuestro pelaje.

Tenía veintitrés cuando un monstruo vino al pueblo y nos dejó un agujero en el corazón. Mi padre murió antes de que pudiera llegar a él. Lo último que me dijo fue: «Protege a tus hermanos con todas tus fuerzas».

Tenía veintisiete, salí de un bar lleno de humanos con las garras y los colmillos a la vista, había un lobo enorme, el más grande que había visto en la vida. Y vino hacia mí, y antes de que impactáramos, en el instante previo a que su cuerpo chocase con el mío, olí algo completamente diferente a cualquier cosa que hubiese olido antes.

Y ardí.