La conversación infinita - Borja Hermoso - E-Book

La conversación infinita E-Book

Borja Hermoso

0,0

Beschreibung

«Borja Hermoso toma al lector de la mano y lo conduce al interior de una variada pinacoteca, en la que cada entrevista corresponde a un "retrato" que, en el transcurso de la conversación, acaba transformándose en un "autorretrato", pintado con palabras del mismo entrevistado».Nuccio Ordine Filosofía, literatura, religión, supervivencia, ciencia… Borja Hermoso recorre los puntos candentes de la cultura de nuestro tiempo en sus conversaciones con pensadores y literatos actuales, como George Steiner, Clara Janés, Pascal Bruckner, Javier Marías, Irene Vallejo, Pablo d'Ors, Jürgen Habermas o Nazareth Castellanos. La entrevista es uno de los grandes géneros periodísticos y la conversación uno de los grandes ejercicios de ciudadanía que podemos practicar y debemos reivindicar. ¿Cabe sostener que la entrevista es un ejercicio de ciudadanía y que la conversación es un género periodístico? Pudiera ser. En todo caso, en esta recopilación de encuentros con escritores y pensadores, ambas se dan la mano sin remedio, porque para Borja Hermoso no cabe el género periodístico de la entrevista sin su inherente carácter conversacional. En un tiempo en el que hablar, argumentar y escuchar empiezan a parecer actos prescindibles arrinconados por el ruido atronador del expansivo mundo virtual, es hora de defender y reeditar una conversación infinita más que nunca necesaria.

Sie lesen das E-Book in den Legimi-Apps auf:

Android
iOS
von Legimi
zertifizierten E-Readern

Seitenzahl: 350

Das E-Book (TTS) können Sie hören im Abo „Legimi Premium” in Legimi-Apps auf:

Android
iOS
Bewertungen
0,0
0
0
0
0
0
Mehr Informationen
Mehr Informationen
Legimi prüft nicht, ob Rezensionen von Nutzern stammen, die den betreffenden Titel tatsächlich gekauft oder gelesen/gehört haben. Wir entfernen aber gefälschte Rezensionen.



 

Edición en formato digital: mayo de 2023

En cubierta: Dibujos de gestos de manos para lenguaje de signos, Joseph Gibbons Richardson (1910) / Rawpixel

Diseño gráfico: Gloria Gauger

© Borja Hermoso, 2023

© Del prólogo, Nuccio Ordine, por cortesía de su autor

© De la traducción del italiano del prólogo, Gemma Bayod

© Ediciones Siruela, S. A., 2023

Todos los derechos reservados. Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley. Diríjase a CEDRO (Centro Español de Derechos Reprográficos, www.cedro.org) si necesita fotocopiar o escanear algún fragmento de esta obra.

Ediciones Siruela, S. A.

c/ Almagro 25, ppal. dcha.

www.siruela.com

ISBN: 978-84-19744-31-9

Conversión a formato digital: María Belloso

Índice

Prólogo, por Nuccio Ordine

Introducción: Sabrán perdonar

UNOLA SELVA DE LAS IDEAS

GEORGE STEINER: «Estamos matando los sueños de nuestros niños»

JÜRGEN HABERMAS: «¡Por favor, nada de gobernantes filósofos!»

GILLES LIPOVETSKY: «Vivimos en la cultura de la ansiedad»

PASCAL BRUCKNER: «El neofeminismo es el terror, corta cabezas una detrás de otra»

ADELA CORTINA: «Se puede trabajar en intentar ser feliz»

MARIE-FRANCE HIRIGOYEN: «En este mundo ya no importa lo que eres, sino lo que das a entender que eres»

INMA PUIG: «Solo los egoístas sobreviven»

ALBERTO CORAZÓN: «Hemos consolidado una brillantez mediocre que lo inunda todo»

DOSLA LITERATURA COMO ARMA

JUAN MARSÉ: «España es un país de cabreros»

FERNANDO ARRABAL: «Todos los jefes de Estado quieren amantes»

ANTÓNIO LOBO ANTUNES: «El libro perfecto es el que parece escrito solo para ti»

JOSÉ ÁNGEL GONZÁLEZ SAINZ: «El lenguaje es bello, eficaz y peligroso»

GAO XINGJIAN: «La política es provisional, el arte es eterno»

MONIKA ZGUSTOVA: «El gulag sigue existiendo en la Rusia de Putin»

CLARA JANÉS: «Va todo tan rápido que lo que antes eran respuestas hoy son preguntas»

JAVIER MARÍAS: «A nadie le importa ya el por qué»

TRESDE LO ESPIRITUAL COMO OPCIÓN

PETER BROOK: «El Bien y el Mal son los conceptos más ridículos que existen»

ERNESTO CARDENAL: «Hace tiempo que Dios renunció a ser Dios»

PABLO D’ORS: «El vacío asusta porque nos recuerda lo que somos»

CUATROEXORCISMO Y TERAPIA: VIVIR PARA CONTARLO

IRENE VALLEJO: «Los libros son espitas para que nuestras ollas a presión no estallen»

EMMA BECKER: «El placer femenino es complicado»

ANTONIO GALA: «Internet es como la coca»

FERNANDO SAVATER: «Leer es un placer y los placeres no se enseñan, se contagian»

MAGDA HOLLANDER-LAFON: «En Auschwitz no deseé morir, pero al salir sí»

ROBERTO SAVIANO: «El éxito me condenó a muerte»

PHILIPPE LANÇON: «Chupar la vida y luego escupirla. Eso es literatura»

CINCOEL CEREBRO Y LA MÁQUINA: CIENCIA Y TECNOLOGÍA

PIERRE LÉVY: «Muchos no quieren verlo, pero ya éramos muy malos antes de internet»

NAZARETH CASTELLANOS: «Nuestro cerebro es un vagabundo»

Agradecimientos

 

Para ti

Prólogo

En una bellísima página de sus Ensayos, Michel de Montaigne nos recuerda que se puede hablar de uno mismo aunque el «argumento», como en su caso, resulte «estéril» y «magro»:

Sí, pero me dirán que el propósito de servirse de uno mismo como argumento del cual escribir sería excusable en hombres singulares y famosos que por su reputación han suscitado algún deseo de conocerlos. […] No es conveniente darse a conocer salvo si se tiene algo en lo que hacerse imitar, y una vida y unas opiniones que puedan servir de modelo. […] Los otros han osado hablar de sí mismos porque les ha parecido un argumento digno y rico; yo, en cambio, porque lo he encontrado tan estéril y tan magro que no puede surgir sospecha alguna de ostentación. Juzgo de buena gana las acciones ajenas; de las propias, ofrezco poco que juzgar a causa de su nihilidad. No veo tanto bien en mí que no pueda decirlo sin sonrojarme (II, XVIII).

Se trata, es cierto, de una elegante declaración de modestia que alude a su «autorretrato». Pero las palabras del gran filósofo francés —su profunda convicción de escribir para sí mismo, de haber elaborado un libro «consustancial a su autor» y de exclusiva «utilidad personal»— nos autorizan, al mismo tiempo, a pensar que cualquier vida, aun la más alejada de los focos de la fama y de los escenarios públicos, merece siempre ser contada.

Y si esto es cierto en el caso de personas humildes y corrientes («un hombre como los otros», por citar de nuevo a Montaigne), imaginemos hasta qué punto la escritura de sí es «excusable en hombres singulares y famosos, que por su reputación han suscitado algún deseo de conocerlos».

En este volumen, Borja Hermoso presenta una serie de entrevistas a mujeres y hombres célebres que con sus obras han contribuido a animar, en diversos sectores, el debate sobre la cultura contemporánea. No es una elección dictada por un canon concreto (no se incluye a un autor y se excluye a otro de acuerdo con este o aquel parámetro) o por la preferencia personal (este me gusta, este otro, no), sino de una recopilación que, en una visión diacrónica, muestra sus inevitables lazos con la actualidad. La publicación de un libro, la celebración de un cumpleaños, o la organización de un evento o de un espectáculo están en el origen de estas conversaciones que, en el transcurso del tiempo, se han ido publicando en las páginas culturales de El País (con la única excepción de la de António Lobo Antunes, publicada en El Mundo).

Una entrevista es siempre una ocasión para hablar de uno mismo, un pretexto para relatar fragmentos de vida y de cotidianidad, una oportunidad para aclarar el propio pensamiento o, mejor aún, para descubrir indicios sobre la misteriosa relación que se establece entre autor y obra («No he hecho tanto mi libro —sugiere agudamente Montaigne— como mi libro me ha hecho a mí»). Y esto ocurre también cuando el mismo entrevistado declara, a modo de preliminar, su fastidio por los medios de comunicación o su reticencia a hablar de sí mismo y de su trabajo.

Así, Borja Hermoso toma al lector de la mano y lo conduce al interior de una variada pinacoteca, en la que cada entrevista corresponde a un «retrato» que, en el transcurso de la conversación, acaba transformándose en un «autorretrato», pintado con palabras del mismo entrevistado. Es una amplia galería en la que tienen cabida autores de numerosos países (España, Francia, Portugal, Reino Unido, Italia, Alemania, Hungría, República Checa, Nicaragua, Túnez, China…) y obras de diversa naturaleza (libros de poesía y novelas, ensayos filosóficos y científicos, pinturas, esculturas, representaciones teatrales y cinematográficas…).

Como sucede en una gran exposición, también en este volumen es posible encontrar algunos de los grandes temas que afligen nuestro presente. Por ejemplo, en muchos de los «retratos» se evoca, en formas y maneras diversas, la imagen del infierno. Tragedias colectivas y tragedias personales se superponen y muestran los variados rostros que puede adoptar la despiadada violencia: del exterminio de millones de inocentes llevado a cabo por los feroces nazis (Shoah) a los campos de concentración soviéticos (gulags de la Unión Soviética), de las persecuciones de los regímenes totalitarios (China) a las masacres del fanatismo religioso (Charlie Hebdo en París), de las amenazas de muerte de los mafiosos contra escritores y jueces (camorra napolitana) a las inhumanas condiciones en las que se obliga a vegetar a poblaciones hambrientas e inermes (los efectos devastadores de las terribles desigualdades).

Pero basta con cambiar de sala, o con pasar página, para encontrar también testimonios preciosos en los que la alegría de vivir surge en sus múltiples manifestaciones: la pasión por la creación artística y por la escritura, el amor a la enseñanza y a la investigación científica, la lucha por la igualdad y por los derechos civiles, la atención a las cosas simples y a los más humildes gestos cotidianos. Se trata de caminos diferentes para continuar cultivando la utopía y la esperanza, para pensar una sociedad más justa e igualitaria, para imaginar un futuro distinto del que impone el pensamiento único del rapaz neoliberalismo.

Al recorrer estas páginas no sólo descubrimos el pensamiento de los entrevistados, sino que el juego de preguntas y respuestas nos ofrece también un «retrato» fragmentario del entrevistador mismo. En efecto, el lector atento puede encontrar en las conversaciones las pequeñas piezas que, encajadas unas con otras como en un puzle, hacen surgir el perfil de Borja Hermoso, su vivaz curiositas, su vasta cultura, su capacidad para conjugar actualidad y pensamiento, saber y vida civil. Una entrevista es siempre también un cuerpo a cuerpo con el interlocutor, una manera de acosarlo con preguntas, a veces insidiosas e impertinentes, para invitarlo a decir lo indecible, para empujarlo a mostrarnos lo invisible. Pero en este cerrado enfrentamiento también quien interroga, a su vez, termina inevitablemente por descubrir sus cartas, por revelar su visión del mundo.

Recopilar entrevistas publicadas en las páginas de un periódico significa sustraer del olvido pensamientos que no habrían podido evitar el destino de la obsolescencia, impuesto por el ritmo apremiante de la crónica y de la novedad. Pero significa también ratificar, a través de las palabras de los ilustres entrevistados, la importancia del arte y de la filosofía, de la literatura y de la música, de la arquitectura y de la investigación, de la ciencia y del cine, del teatro y de la pintura, para entendernos a nosotros mismos y entender el mundo en el que vivimos.

Sin estos destellos de luz, como nos recordaba Italo Calvino en una bellísima página de Las ciudades invisibles, sería para nosotros imposible distinguir aquello que, en el infierno de la vida cotidiana y de la historia, no es infierno, para «hacerlo durar y darle espacio»:

El infierno de los vivos no es algo que será; hay uno, es aquel que existe ya aquí, el infierno que habitamos todos los días, que formamos estando juntos. Dos maneras hay de no sufrirlo. La primera es fácil para muchos: aceptar el infierno y volverse parte de él hasta el punto de no verlo más. La segunda es peligrosa y exige atención y aprendizaje continuos: buscar y saber reconocer quién y qué, en medio del infierno, no es infierno, y hacerlo durar y darle espacio.

NUCCIO ORDINE

IntroducciónSabrán perdonar

No es misión fácil citarte con alguien que sabes sabio, preparar el momento intensiva, obsesivamente, atemperar la tormenta que arrecia en el estómago, en el cerebro y en el corazón hasta la descomposición física y mental como si de un lobezno en prácticas se tratase y hasta el punto de que tu familia no te aguante, llegar, establecer el imprescindible intercambio protocolario de cortesía, saludos y parabienes, encender la grabadora, mirar a los ojos, obviar en lo posible todo cuestionario previo —si lo hay— y acometer la entrevista con preguntas y repreguntas como si nada, como si fuera una conversación.

Sólo contemplo el género periodístico de la entrevista como conversación.

Lo demás son conveniencias prefabricadas, muy en boga en tiempos así de prisa, cancelación, tú me das/yo te doy y sobre todo esto es lo que toca decir y prohibido molestar.

Y no es misión fácil porque nadie tiene garantizada la brillantez perenne. Ni siquiera los sabios, que, como los toreros, los futbolistas o los fresadores, a veces tienen un mal día. No digamos los periodistas, que de sabios tenemos tirando a nada y cuyos mejores momentos se limitan al destello, y eso en el mejor de los casos. Escaso bagaje para tener la indecencia de atreverse a visitar en su casa a George Steiner, o a Jürgen Habermas, o a Fernando Savater, o a Clara Janés, o a Javier Marías, o a Lobo Antunes, o a Pablo d’Ors, o a Adela Cortina, o a Magda Hollander-Lafon. Ellos sabrán perdonar.

Sentarse en una terraza a tomar un vino y decidir que vas a proponer a una editora publicar un libro de entrevistas con escritores y pensadores que has reunido en los últimos veinte años y aspirar a recibir un «sí» es una desfachatez. Que esa editora acabe escribiéndote con un «vale, de acuerdo» es un milagro. Los lectores sabrán perdonar.

Por este volumen pululan la filosofía, la literatura, la sociología, la antropología, el psicoanálisis, el arte, la universidad, la escuela, la política, la vejez, la religión y la espiritualidad, la historia, la ciencia, la tecnología, el horror, los calvarios personales, los éxitos y los fracasos, la alegría —otro cantar es la felicidad— y la pena —otro cantar es la amargura—, la enfermedad, la violencia, el espíritu de resistencia y superación —que siempre existió, aunque algunos parecen haberlo inventado ahora acuñando la palabra «resiliencia»—, la capacidad de escuchar y tratar de conectar y comprender al otro —que siempre existió, aunque algunos parecen haberlo inventado ahora acuñando la palabra «empatía»—…; todo mezclado, pero todo argumentado. Los lectores sabrán volver a perdonar.

Algunas de estas entrevistas seleccionadas (todas ellas publicadas en el diario El País o en El País Semanal, excepto una con António Lobo Antunes, que fue publicada en el diario El Mundo) son largas. Otras son cortas. El tamaño, aquí, no importa. Con el fin de respetar al máximo el sentido y el momento en que fueron escritas, decidí conservar tal cual el texto de cada una de ellas en la misma versión en que fueron publicadas en su día, lo que obligatoriamente lleva a incluir referencias, datos y fechas que hoy pueden resultar anacrónicos. Ya sabrán perdonar.

Pienso que todas estas conversaciones tienen el mismo valor porque pienso que la sinceridad y la intensidad las guían todas. En algunas lloró el entrevistado, en otras lloré yo, y en otras los dos. A veces el entrevistador se pasó meses persiguiendo al entrevistado, como ocurrió con Steiner, un hombre sabio al que logré acceder gracias al recurso último de una carta escrita a mano que él tuvo a bien contestar. A veces di varias vueltas a la casa, con bolas en la garganta y ganas de devolver, antes de atreverme a tocar el timbre del entrevistado. Otra vez Steiner. Con Habermas, con el fotógrafo Gorka Lejarcegi y con el profesor Daniel Innerarity acabamos bebiendo riojasy rieslings en la casa de Starnberg donde vive el viejo profesor de la Escuela de Fráncfort. El encuentro con Ernesto Cardenal, un sábado por la tarde en un hotelucho de Madrid, fue un infierno, con perdón de Dios y de Marx. La visita a Arrabal en su casa-museo de París, una locura. Entrevistar a la poeta Clara Janés fue aparentemente fácil y, en realidad, complicadísimo. No es fácil igualar la capacidad de transmisión de sabiduría, lógica y belleza que subyace bajo el discurso de Pablo d’Ors. Nazareth Castellanos te deja claro, en seis o siete retazos y casi como si te contara un cuento, que ni sospechamos la relación que hay entre nuestro cerebro y el resto de nuestro cuerpo. Admiré profundamente el pensamiento visual y literario de nuestro llorado Alberto Corazón. Y los ojillos plagados de inteligencia de Peter Brook. Y la socarronería faltona y prolija de Juan Marsé. La autoridad con la que se expresaba Javier Marías. Lo fácilmente que cuenta lo difícil el escritor José Ángel González Sainz… La fragilidad disfrazada de altanería de alguien como Antonio Gala.

Hará cosa de 25 años leí un tocho extraordinario de 600 páginas titulado Las grandes entrevistas de la Historia, publicado por Editorial Aguilar. Los protagonistas se llamaban Hitler y Picasso, Greta Garbo y Karl Marx, Hitchcock y Kennedy, Zola y Al Capone, Bette Davis y Hemingway, Margaret Thatcher y Marilyn Monroe, Thomas Edison y Gandhi, y en ese plan hasta un total de 61 personajes, digamos, relativamente importantes de los siglos XIX y XX. Los entrevistadores escribían para publicaciones como The New York Herald, The New York Times, The Paris Review,Vogue, Marie-Claire, Rolling Stone, Playboy… Evidentemente, no es que aquel libro tenga nada que ver con este que el lector tiene entre sus manos, ni en el volumen ni en la cantidad de dioses, diosas y demonios que salpican sus páginas, ni en la calidad de sus preguntadores. Pero sí que me hizo confirmar la fuerza de la entrevista como género, su capacidad de transmisión de conceptos e ideas y, sobre todo, algo que llamaría algo así como una dimensión expresionista: la de poder expresar a veces, no solo desde lo empírico y lo tangible, sino también desde la mancha informe y lo no evidente —incluso lo no dicho, a menudo tan relevante como lo dicho—, las mayores verdades… y también las mayores mentiras.

Creo que mi primera entrevista como tal tuvo lugar en 1987. Yo era becario en la sección de «Cultura» del fenecido y añorado Diario-16. Eran las ocho y media de la mañana. Había salido la noche anterior hasta sería indecente decir qué horas. Sonó el teléfono (el fijo: no había otro) en el cochambroso estudio que me acogía en la calle de Viriato de Madrid. Era mi jefe. «A las 11 tienes que entrevistar a un ruso». Le pregunté que cómo se llamaba. «Espera…, eeeeh…, un tal Brodsky». Joseph Brodsky. Fui a un hotel de la plaza de España a entrevistar a un Premio Nobel de Literatura no ya sin haber leído un poema suyo, sino sin tener claro si era poeta o responsable de seguridad del Kremlin. Bueno, exagero un poco: presa del pánico, desde casa había llamado a una amiga del servicio de Documentación del periódico pidiendo auxilio. Me dijo que era escritor, que era poeta y que había ganado el Nobel, y que me deseaba mucha suerte con semejante embolao. Cuando todo acabó, me pareció que la cosa no había ido tan mal. Brodsky puso cara de «vale, chaval, no está mal». La entrevista salió a página entera y se tituló «No sé si me siento o no como un exiliado», o sea, un no-titular. Mi jefe me felicitó. Por supuesto, aquella conversación no está en este libro.

Con el paso del tiempo entendí que la lección había sido impagable: cómo no hay que afrontar, ni hacer, ni publicar una entrevista. Desde entonces, trato de hacer todo lo contrario a lo que hice con el pobre Brodsky. Calibro, preparo, leo, estudio, dudo, siento miedo, replanteo, pregunto, repregunto, elijo, descarto, escribo, publico y siempre extraigo la misma conclusión: pudo ser mucho mejor. Espero que este libro sea el resultado de semejante proceso, que siempre me lo hace pasar horrible y que casi siempre, creo, me mejora como persona.

Y todos sabrán perdonar.

Monasterio de Silos, otoño de 2022

UNOLA SELVA DE LAS IDEAS

GEORGE STEINER(Cambridge, Reino Unido, julio de 2016)«Estamos matando los sueños de nuestros niños».

Primero fue un fax. Nadie respondió a la arqueológica intentona. Luego, una carta postal (sí, aquellas reliquias consistentes en un papel escrito y metido en un sobre). «No les contestará, está enfermo», previno alguien que le conoce bien. A los pocos días llegó la respuesta. Carta por avión con el matasellos del Royal Mail y el perfil de la reina de Inglaterra. En el encabezado ponía: Churchill College, Cambridge.

El breve texto decía así:

Querido señor:

El año 88 y una salud incierta. Pero su visita sería un honor. Con mis mejores deseos,

George Steiner

Dos meses después, el viejo profesor había dicho sí, poniendo provisional coto a su proverbial aversión a las entrevistas.

El catedrático de Literatura Comparada, el lector de latín y griego, la eminencia de Princeton, Stanford, Ginebra y Cambridge; el hijo de judíos vieneses que huyeron del nazismo, primero a París y luego a Nueva York; el filósofo de las cosas del ayer, del hoy y del mañana; el Premio Príncipe de Asturias de Comunicación y Humanidades en 2001, el polemista y mitólogo políglota, y el autor de libros capitales del pensamiento moderno, la historia y la semiótica como Errata, Nostalgia del absoluto, La idea de Europa, Tolstói o Dostoievski o La poesía del pensamiento nos abría las puertas de su preciosa casita de Barrow Road.

El pretexto son los dos libros que la editorial Siruela ha publicado recientemente en español. Por un lado, Fragmentos, un minúsculo, aunque denso, compendio de algunas de las cuestiones que obsesionan al autor, como la muerte y la eutanasia, la amistad y el amor, la religión y sus peligros, el poder del dinero, o las difusas fronteras entre el bien y el mal. Por el otro, Un largo sábado, embriagador libro de conversaciones entre Steiner y la periodista y filóloga francesa Laure Adler.

El motivo real: hablar de lo que fuera surgiendo.

Es una mañana de lluvia en la campiña de Cambridge. Zara, la encantadora esposa de George Steiner (París, 1929), trae café y pastas. El profesor y sus 12.000 libros miran de frente al visitante.

Profesor Steiner, la primera pregunta es ¿cómo está su salud?

Oooh, muy mal, por desgracia. Tengo ya 88 años y la cosa no va bien, pero no pasa nada. He tenido y tengo mucha suerte en la vida y ahora la cosa va mal, aunque todavía paso algunos días buenos.

Cuando uno se siente mal…, ¿es inevitable sentir nostalgia de los días felices? ¿Huye usted de la nostalgia o puede ser un refugio?

No, lo que uno tiene es la impresión de haber dejado de hacer muchas cosas importantes en la vida. Y de no haber comprendido del todo hasta qué punto la vejez es un problema, ese debilitamiento progresivo. Lo que me perturba más es el miedo a la demencia. A nuestro alrededor el alzhéimer hace estragos. Así que yo, para luchar contra eso, hago todos los días unos ejercicios de memoria y de atención.

¿Y en qué consisten?

Lo que le voy a contar le va a divertir. Me levanto, voy a mi pequeño estudio de trabajo y elijo un libro, no importa cuál, al azar, y traduzco un pasaje a mis cuatro idiomas. Lo hago sobre todo para mantener la seguridad de que conservo mi carácter políglota, que es para mí lo más importante, lo que define mi trayectoria y mi trabajo. Trato de hacerlo todos los días… y desde luego parece que ayuda.

Inglés, francés, alemán e italiano…

Eso es.

¿Sigue leyendo a Parménides cada mañana?

Parménides, claro…, bueno, u otro filósofo. O un poeta. La poesía me ayuda a concentrarme, porque ayuda a aprender de memoria, y yo siempre, como profesor, he reivindicado el aprendizaje de memoria. Lo adoro. Llevo dentro de mí mucha poesía; es, cómo decirlo, las otras vidas de mi vida.

La poesía vive… o, mejor dicho, en este mundo de hoy sobrevive. Algunos la consideran casi sospechosa.

Estoy asqueado por la educación escolar de hoy, que es una fábrica de incultos y que no respeta la memoria. Y que no hace nada para que los niños aprendan las cosas de memoria. El poema que vive en nosotros vive con nosotros, cambia como nosotros, y tiene que ver con una función mucho más profunda que la del cerebro. Representa la sensibilidad, la personalidad.

¿Es optimista con respecto al futuro de la poesía?

Enormemente optimista. Vivimos una gran época de poesía, sobre todo en los jóvenes. Y escuche una cosa: muy lentamente, los medios electrónicos están empezando a retroceder. El libro tradicional vuelve, la gente lo prefiere al Kindle…, prefiere coger un buen libro de poesía en papel, tocarlo, olerlo, leerlo. Pero hay algo que me preocupa: los jóvenes ya no tienen tiempo… de tener tiempo. Nunca la aceleración casi mecánica de las rutinas vitales ha sido tan fuerte como hoy. Y hay que tener tiempo para buscar tiempo. Y otra cosa: no hay que tener miedo al silencio. El miedo de los niños al silencio me da miedo. Sólo el silencio nos enseña a encontrar en nosotros lo esencial.

El ruido y la prisa… ¿No cree que vivimos demasiado deprisa? Como si la vida fuera una carrera de velocidad y no una prueba de fondo… ¿No estamos educando a nuestros hijos demasiado deprisa?

Déjeme ensanchar esta cuestión y decirle algo: estamos matando los sueños de nuestros niños. Cuando yo era niño existía la posibilidad de cometer grandes errores. El ser humano los cometió: fascismo, nazismo, comunismo… Pero si uno no puede cometer errores cuando es joven nunca llegará a ser un ser humano completo y puro. Los errores y las esperanzas rotas nos ayudan a completar el estado adulto. Nos hemos equivocado en todo, en el fascismo y en el comunismo y, a mi juicio, también en el sionismo. Pero es mucho más importante cometer errores que intentar comprenderlo todo desde el principio y de una vez. Es dramático tener claro a los 18 años lo que has de hacer y lo que no.

Habla usted de la utopía y de su contrario, la dictadura de la certidumbre…

Muchos dicen que las utopías son idioteces. Pero en todo caso serán idioteces vitales. Un profesor que no deja a sus alumnos pensar en utopías y equivocarse es un muy mal profesor.

No se sabe bien por qué el error tiene tan mala prensa, pero el caso es que en estas sociedades exacerbadamente utilitarias y competitivas la tiene.

El error es el punto de partida de la creación. Si tenemos miedo a equivocarnos, jamás podremos asumir los grandes retos, los riesgos. ¿Es que el error volverá? Es posible, es posible, hay algunos atisbos. Pero ser joven hoy no es fácil. ¿Qué les estamos dejando? Nada. Incluida Europa, que ya no tiene nada que proponerles. El dinero nunca ha gritado tan alto como ahora. El olor del dinero nos sofoca, y eso no tiene nada que ver con el capitalismo o el marxismo. Cuando yo estudiaba, la gente quería ser miembro del Parlamento, funcionario público, profesor… Hoy incluso el niño huele el dinero, y el único objetivo ya parece que es ser rico. Y a eso se suma el enorme desdén de los políticos hacia aquellos que no tienen dinero. Para ellos, solo somos unos pobres idiotas. Y eso Karl Marx lo vio con mucha anticipación. En cambio, ni Freud ni el psicoanálisis, con toda su capacidad de análisis de los caracteres patológicos, supieron comprender nada de todo esto.

No le cae muy simpático el psicoanálisis; es lo menos que puede decirse.

El psicoanálisis es un lujo de la burguesía. Para mí, la dignidad humana consiste en tener secretos, y la idea de pagar a alguien para que escuche tus secretos e intimidades me asquea. Es como la confesión, pero con cheque de por medio. Es el secreto lo que nos hace fuertes; de ahí todos mis trabajos sobre Antígona, que dice: «Puede que me equivoque, pero sigo siendo yo». De todas formas, el psicoanálisis está en plena crisis. Recuerde usted las magníficas palabras de Karl Kraus, el satirista vienés: «El psicoanálisis es la única cura que ha inventado su enfermedad».

Y Sigmund Freud…

Freud es uno de los más grandes mitólogos de la historia. Pero es ficción. Era un novelista extraordinario.

En ese momento, George Steiner se levanta, avanza lentamente hacia su inmensa biblioteca y de dentro de un viejo volumen extrae una tarjeta de visita amarillenta escrita a mano en alemán: es una felicitación de boda de Sigmund Freud a los padres de Steiner. «Mi padre lo conoció; paseaban juntos por la orilla del río».

Volvamos a la cuestión del poder del dinero. ¿Tiene usted una explicación válida desde un punto de vista filosófico de por qué en su día los electores de Italia y hoy de España decidieron y deciden llevar al poder a partidos políticos enfangados en la corrupción?

Porque hay una enorme abdicación de la política. La política pierde terreno en todo el mundo, la gente ya no cree en ella y eso es muy muy peligroso. Aristóteles nos dice: «Si no quieres estar en política, en el ágora pública, y prefieres quedarte en tu vida privada, luego no te quejes si los bandidos te gobiernan».

La vieja —pero hoy tan vigente— figura del idiotes aristotélico…

Exacto, una figura muy actual. Bien, pues yo siento vergüenza de haber gozado de este lujo privado de estudiar y escribir y de no haber querido entrar en el ágora. Me pregunto qué va a pasar con el fenómeno de las estructuras políticas en sí mismas. Triunfan por todos lados el regionalismo, el localismo, el nacionalismo…; vuelve el villorrio. Cuando uno ve que alguien como Donald Trump es tomado en serio por la democracia más compleja del mundo, todo es posible.

¿Cómo contempla una hipotética victoria de Trump?

No ocurrirá; Hillary Clinton ganará. Pero será una triste victoria, porque esta mujer está agotada, quemada interiormente. ¿Y qué me dice de Putin? La violencia de alguien como él parece tranquilizar a la gente que ya no cree en la política, les reconforta. Eso es porque el despotismo es lo contrario a la política.

¿Y la política y la cultura? ¿Cómo se llevan? Y otra cuestión: ¿comparte usted la sensación —muy personal y subjetiva, por otra parte— de que la cultura, entendida como «las artes», está estancada, al contrario que los avances científicos, imparables?

A ver cómo hablamos de esto, es delicado. Estamos usted y yo en una pequeña ciudad inglesa como Cambridge en la que, desde el siglo XII, cada generación ha producido gigantes de la ciencia. Hay ahora mismo once premios nobel aquí. De aquí salieron Newton, Darwin, Hawking… Para mí, el símbolo del avance imparable de las ciencias es Stephen Hawking. Apenas mueve la esquina de una de sus cejas, pero su mente nos ha llevado al extremo del universo. Ningún novelista, dramaturgo, poeta o artista, ni siquiera el mismísimo Shakespeare, habría osado inventar a Stephen Hawking. Bien. Si usted y yo fuéramos científicos, el tono de nuestra charla sería distinto, sería mucho más optimista, porque hoy cada lunes la ciencia nos descubre algo nuevo que no sabíamos el lunes pasado. En cambio —y esto que le digo es totalmente irracional, y ojalá me equivoque—, el instinto me dice que no tendremos un nuevo Shakespeare ni un Mozart ni un Beethoven ni un Miguel Ángel ni un Dante ni un Cervantes el día de mañana. Pero sé que tendremos nuevos Newton, Einstein, Darwin…, sin duda. Esto me asusta, porque una cultura sin grandes creaciones estéticas es una cultura empobrecida. Echamos mucho de menos a los titanes del pasado. ¡Ojalá me equivoque y el próximo Proust o el próximo Joyce estén naciendo en la casa de enfrente!

¿Establece usted diferencias entre alta y baja cultura, como han hecho algunos intelectuales de renombre, visiblemente incómodos ante formas de cultura popular como los cómics, el arte urbano, el pop o el rock, a los que se llegó a poner la etiqueta de «civilización del espectáculo»?

Yo le digo una cosa: Shakespeare habría adorado la televisión. Habría escrito para la televisión. Y no, no hago esas distinciones. A mí lo que de verdad me entristece es que las pequeñas librerías, los teatros de barrio y las tiendas de discos cierren. Eso sí, los museos están cada día más llenos, la muchedumbre colapsa las grandes exposiciones, las salas de conciertos están llenas…, así que atención, porque estos procesos son muy complejos y diversos como para establecer juicios globales. El señor Mohamed Alí era también un fenómeno estético. Era como un dios griego. Homero habría entendido a la perfección a Mohamed Alí.

¿Cree que asistiremos a la muerte de la cultura como contenedor de formas clásicas ya manidas y a su sustitución por otras nuevas?

Puede… puede que esté muriendo una cultura clásica de carácter patriarcal y esté surgiendo otra de formas nuevas e intermedias, una cultura hermafrodita, bisexual, transexual y en la que desde luego la mujer contribuirá de forma muy especial a recuperar los sueños y las utopías… Por cierto, una vez más, hablando de transexuales y bisexuales…, ¡Freud ni los vio venir!

Usted ha dicho alguna vez que se arrepentía de no haberse arriesgado a lanzarse al mundo de la creación. ¿Es una espina clavada?

En efecto. Hice poesía, pero me di cuenta de que lo que estaba haciendo eran versos, y el verso es el mayor enemigo de la poesía. Y he dicho también —y algunos no me lo han perdonado nunca— que el más grande de los críticos es minúsculo comparado con cualquier creador. Así que hablemos claro y no nos hagamos ilusiones. Yo soy tan solo un cartero, soy Il Postino. Y estoy muy orgulloso de eso, de haber llevado el correo bien a tantos y tantos alumnos. Pero no nos hagamos ilusiones.

¿Quién no le perdonó? ¿Colegas suyos de universidad?

Así es. Es que en la universidad hay una vanidad descomunal. Y les sienta mal que les digas claramente que son parásitos. Parásitos en la melena del león.

El creciente desdén político por las humanidades es desolador. Al menos, en España. La filosofía, la literatura o la historia son progresivamente ninguneadas en los planes educativos.

En Inglaterra también pasa, aunque quedan algunas excepciones en escuelas privadas para élites. Pero el sentido de la élite es ya inaceptable en la retórica de la democracia. Si usted supiera cómo era la educación en las escuelas inglesas antes de 1914…, pero es que entre agosto de 1914 y abril de 1945 unos 72 millones de hombres, mujeres y niños fueron masacrados en Europa y el oeste de Rusia. ¡Es un milagro que todavía exista Europa! Y le diré algo respecto a eso: una civilización que extermina a sus judíos no recuperará nunca lo que fue. Sé que cabrearé a unos cuantos antisemitas, pero la vida universitaria alemana nunca fue ya la misma sin esos judíos. Una civilización que mata a sus judíos está matando el futuro. Pero, bueno, hoy hay 13 millones de judíos en el mundo, más que antes del Holocausto.

Resulta increíble, es cierto.

¡Resulta escandaloso! Un magnífico escándalo.

Profesor Steiner, ¿qué es ser judío?

Un judío es un hombre que, cuando lee un libro, lo hace con un lápiz en la mano porque está seguro de que puede escribir otro mejor.

¿Cómo ve el futuro del ser humano? ¿Es optimista o pesimista?

El futuro… no sé. Toda profecía es simplemente memoria activa, no se puede prever nada, solo mirar en el retrovisor de la historia y contarnos historias sobre el futuro. Eso sí: habrá dos o tres descubrimientos científicos en el campo de la genética que van a plantear problemas morales terriblemente complejos. Por ejemplo, ¿permitiremos que se manipulen las células del feto?

También será un problema moral poner freno al avance científico…

Exactamente. ¿Qué derecho tenemos? Yo soy, por ejemplo, firme partidario de la eutanasia. Los viejos destruimos a menudo la vida de los jóvenes que tienen que cargar con nosotros. ¡Me gustaría tanto tener el derecho de decir «Gracias, todo ha sido magnífico; ahora basta»! Eso llegará. En Holanda y en Escandinavia ya está pasando… No tenemos ya recursos para mantener en vida a tanta gente senil o demente; va contra la felicidad de mucha gente; no es justo.

¿Qué momentos o hechos cree que forjaron más su forma de ser? Entiendo que tener que huir del nazismo junto a sus padres y saltar de París a Nueva York —magistralmente evocado en su libro Errata— es uno de los fundamentales teniendo en cuenta que…

Le diré algo que le impactará: ¡Yo le debo todo a Hitler! Mis escuelas, mis idiomas, mis lecturas, mis viajes…; todo. En todos los lugares y situaciones hay cosas que aprender. Ningún lugar es aburrido si me dan una mesa, buen café y unos libros. Eso es una patria. «Nada humano me es ajeno». ¿Por qué Heidegger es tan importante para mí? Porque nos enseña que somos los invitados de la vida. Y tenemos que aprender a ser buenos invitados. Y, como judío, tener siempre la maleta preparada y, si hay que partir, partir. Y no quejarse.

JÜRGEN HABERMAS(Starnberg, Alemania, abril de 2018)«¡Por favor, nada de gobernantes filósofos!».

A punto de cumplir 89 años, el filósofo vivo más influyente del mundo está en plena forma. El viejo profesor alemán, discípulo de Adorno y superviviente de la Escuela de Fráncfort, mantiene un pulso de hierro en sus juicios sobre las cuestiones esenciales de ahora y de siempre, que sigue destilando en libros y artículos. Los nacionalismos, la inmigración, internet, la construcción europea y la crisis de la filosofía son algunos de los temas tratados durante este encuentro en casa de Jürgen Habermas (Dusseldorf, 1929).

En torno al lago de Starnberg, a unos 50 kilómetros de Múnich, se arraciman sucesivas hileras de chalets de estilo alpino. La única excepción a la apabullante dosis de melancolía, madera oscura y flores en los balcones surge en forma de un bloque blanco y compacto de esquinas suaves, con ventanas grandes y cuadradas como única concesión a la sobriedad. Es el racionalismo hecho arquitectura en el país de Heidi. La Bauhaus y su modernidad rabiosa en medio de la Baviera eterna y conservadora. Una minúscula placa blanca sobre una puerta azul confirma que ahí vive Habermas, sin duda el filósofo vivo más influyente del mundo por trayectoria, obra publicada y actividad frenética aun hoy, cuando falta mes y medio para que cumpla 89 años. Su esposa desde hace más de 60 años, la historiadora Ute Wesselhoeft, recibe en el pequeño vestíbulo y solo tarda unos segundos en girar la cabeza y exclamar: «¡Jürgen, los señores de España han llegado!». Ambos habitan esta casa desde 1971, cuando Habermas pasó a dirigir el Instituto Max Planck de Ciencias Sociales.

El discípulo y asistente de Theodor Adorno, además de miembro insigne de la segunda generación de la Escuela de Fráncfort y antiguo catedrático de Filosofía de la Universidad Goethe de Fráncfort, avanza desde su estudio, una coqueta leonera de papeles y libros en estado de caos cuyos ventanales dan a un bosque. Da la mano con fuerza. Es muy alto, camina muy recto y tiene una espectacular mata de pelo blanco como la nieve. Saluda afable e invita a sentarse en uno de los grandes sofás. La estancia está decorada en tonos blancos y arena y acoge una pequeña colección de arte moderno que incluye pinturas de Hans Hartung, Eduardo Chillida, Sean Scully y Günter Fruhtrunk, y esculturas de Oteiza y Miró (esta última simboliza el Premio Príncipe de Asturias de Ciencias Sociales recibido en 2003). Se abre imponente al visitante la biblioteca de Habermas, que aloja viejos volúmenes de Goethe y de Hölderlin, de Schiller y de Von Kleist, y filas enteras de obras de Engels, Marx, Joyce, Broch, Walser, Hermann Hesse y Günter Grass, entre otra infinidad de escritores y pensadores.

El autor de obras imprescindibles del pensamiento, la sociología y la ciencia política del siglo XX como Historia y crítica de la opinión pública, Conocimiento e interés, El espacio público, El discurso filosófico de la modernidad o Teoría de la acción comunicativa intercambia impresiones acerca de algunos de los temas que le han preocupado durante seis décadas y le siguen preocupando. Con una excepción: el entrevistado prefirió esquivar toda cuestión relacionada con el pasado nazi de su país y con su propia experiencia al respecto (fue miembro de las Juventudes Hitlerianas —como tantos compatriotas suyos, obligado—). Habermas está enfadado. «Sí…, sigo enfadado con algunas de las cosas que ocurren en el mundo. Eso no es malo, ¿no?», bromea.

Profesor Habermas, se habla mucho de la decadencia de la figura del intelectual comprometido. ¿Considera justo ese juicio? ¿No es a menudo un mero tema de conversación entre los propios intelectuales?

Para la figura del intelectual, tal como la conocemos en el paradigma francés, desde Zola hasta Sartre y Bourdieu, fue determinante una esfera pública cuyas frágiles estructuras están experimentando ahora un proceso acelerado de deterioro. La pregunta nostálgica de por qué ya no hay intelectuales está mal planteada. No puede haberlos si ya no hay lectores a los que seguir llegando con sus argumentos.

¿Puede pensarse que internet ha acabado por diluir esa esfera pública que quizá garantizaban los grandes medios tradicionales y que eso ha afectado a la repercusión de los filósofos y los pensadores?

Sí. Desde Heinrich Heine, la figura histórica del intelectual ha ganado altura de la mano de la esfera pública liberal en su configuración clásica. Sin embargo, esta vive de unos supuestos culturales y sociales inverosímiles, principalmente de la existencia de un periodismo despierto, con unos medios de referencia y una prensa de masas capaz de dirigir el interés de la gran mayoría de la ciudadanía hacia temas relevantes para la formación de opinión política. Y también de la existencia de una población lectora que se interesa por la política y tiene un buen nivel educativo, acostumbrada al conflictivo proceso de formación de opinión, que saca tiempo para leer prensa independiente de calidad. Hoy en día, esta infraestructura ya no está intacta. Si acaso, que yo sepa, se mantiene en países como España, Francia y Alemania. Pero también en ellos el efecto fragmentador de internet ha desplazado el papel de los medios de comunicación tradicionales, en todo caso entre las nuevas generaciones. Antes de que entrasen en juego estas tendencias centrífugas y atomizadoras de los nuevos medios, la desintegración de la esfera ciudadana ya había empezado con la mercantilización de la atención pública. Los Estados Unidos y su dominio exclusivo de la televisión privada son un ejemplo espeluznante. Ahora, los nuevos medios de comunicación practican una modalidad mucho más insidiosa de mercantilización. En ella, el objetivo no es directamente la atención de los consumidores, sino la explotación económica del perfil privado de los usuarios. Se roban los datos de los clientes sin su conocimiento para poder manipularlos mejor, a veces incluso con fines políticos perversos, como acabamos de saber a través del escándalo de Facebook.

¿No cree que internet, más allá de sus indiscutibles ventajas, ha forjado una especie de nuevo analfabetismo?