La crítica en la edad ateniense - Alfonso Reyes - E-Book

La crítica en la edad ateniense E-Book

Alfonso Reyes

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A la cultura griega, en sus diversos aspectos, Alfonso Reyes dedicó páginas sobresalientes. Los orígenes del pensamiento occidental hallaron en su pluma no sólo al excelente ordenador, sino al expositor diestro que recreaba a los ojos de los lectores las etapas y los fundamentos de aquel vigoroso desarrollo cultural. Muestra notable es La crítica en la edad ateniense, donde las distintas funciones de la crítica son definidas con la precisión con que Reyes solía hacerlo. Entre la simple descripción histórica y la teoría de la literatura propiamente dicha, se suceden diferentes formas de concebir el significado de la producción artística. Constituyen, por lo tanto, los polos extremos que van del "impresionismo" a los que debe ser el "juicio"; es decir, de la impresión inmediata que provoca la obra de arte a la opinión que clasifica y determina los valores dentro del concierto de las manifestaciones culturales. La primera puede ser, a su vez, una obra de arte, en tanto que la segunda cae dentro de la denominación de ciencia literaria. Desde sus inicios en la edad ateniense, que comprende los años 600 a 300 antes de Cristo, la crítica se desplaza a Alejandría y luego al mundo romano, de donde continuará a Bizancio y a la Edad Media para pasar de allí a los tiempos modernos. Reyes estudia el tema de la época homérica y los concluye en los finales del esplendor de Atenas analizando tanto lo religioso como lo ético y lo político y esclareciendo las múltiples actitudes de los teóricos frente a la creación artística.

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LENGUA Y ESTUDIOS LITERARIOS

LA CRÍTICA EN LA EDAD ATENIENSE

ALFONSO REYES

La crítica en la edad ateniense

Primera edición en Obras completas XIII, 1961 Primera edición de Obras completas XIII en libro electrónico, 2018 Primera edición en libro electrónico, 2018

Diseño de portada: Neri Saraí Ugalde Guzmán

D. R. © 2018, Fondo de Cultura Económica Carretera Picacho-Ajusco, 227; 14738 Ciudad de México

Comentarios [email protected] Tel. (55) 5227-4672

Se prohíbe la reproducción total o parcial de esta obra, sea cual fuere el medio. Todos los contenidos que se incluyen tales como características tipográficas y de diagramación, textos, gráficos, logotipos, iconos, imágenes, etc., son propiedad exclusiva del Fondo de Cultura Económica y están protegidos por las leyes mexicanas e internacionales del copyright o derecho de autor.

ISBN 978-607-16-5880-7 (ePub)

Hecho en México - Made in Mexico

Índice

Noticia

Los orígenes o la crítica indefinidaLogos, crítica y sus conceptosEtapasBases de la crítica nacienteGérmenes de la crítica: recitación, escuela, recopilación y certamenLimitaciones y conquistas de la crítica griegaConfinamiento de la crítica griegaLa crítica, negligente con la líricaLa era presocrática o la exploración haciala críticaEl cuadro, la era, la tradiciónFísicos y sofistas: semánticos y estilísticosLos físicos: exégesis racionalista y exégesis alegóricaSentido del debate mitológicoLa acusación racionalista y la defensa alegóricaLos sofistas: retóricos y gramáticos.Los retóricosLos gramáticosLa historia literariaEvocación de los presocráticosLa era presocrática: los historiadoresLa historia ante la poesíaInstrumento de la historiaContenido de la historiaLa función y el método de la historiaLa crítica literaria en la historiaSócrates o el descubrimiento de la críticaLa reconstrucción de SócratesSócrates y los sofistasSócrates y su misiónSócrates y el almaSócrates y la moralSócrates y la críticaEl teatro o la captación de la críticaLa crítica secretaLa tragedia y la críticaLa comedia y la críticaLos vestigiosAristófanes o la polémica del teatroEvocación de AristófanesLa interpretación de Aristófanes para sus contemporáneosLa interpretación de Aristófanes para un modernoLa crítica en AristófanesAristófanes contra EurípidesPlatón o el poeta contra la poesíaPostura general de PlatónLa AcademiaLa crítica en PlatónAnálisis de los DiálogosResumen de su poesíaIsócrates o de la prosaLa estatua de la prosa y la teoría panhelénicaLa influencia de IsócratesEl logógrafo y el maestroLa filosofía como cultura liberalIsócrates y PlatónOrador por escritoIsócrates ante la poesíaAristóteles o de la fenomenografía literariaAristóteles frente a PlatónMétodo y sistemaMateria y principios de la crítica aristotélicaLa “Retórica”La “Poética” en generala) Filosofía del arte y de la poesíab) Origen de la poesía y relación entre sus génerosc) Estructura de la tragediad) Función de la tragedia y “catharsis”e) Lengua, estilo y composición; interpretaciónf) La poesía y la historiaPalinodiaTeofrasto o de la anatomía moralLa descendencia de AristótelesEl señor rector y su obraEl caso de los “Caracteres”Época y costumbresFilosofía de la conductaTeofrasto y MenandroUn ateniense cualquieraConclusión

Noticia*

La Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad Nacional de México organizó unos cursos extraordinarios de invierno al comenzar el año de 1941. Este libro se funda en las lecciones que, como parte de dichos cursos, se desarrollaron del 7 de enero al 11 de febrero. Lo dedico, en general, a todos los oyentes del curso, sin cuya simpatía e interés nunca me hubiera animado a publicarlo. Lo ofrezco, en particular, al claustro de aquella facultad como una contribución respetuosa. Y hago presente mi agradecimiento a su director, el Sr. Dr. D. Eduardo García Máynez, cuya hospitalaria acogida estimuló siempre mi voluntad y aun me ayudó a sortear algunos escollos.

México, marzo de 1941.

I. Los orígenes o la crítica indefinida

1. Logos, crítica y sus conceptos

1. La cultura griega está sustentada en el Logos, sostenida por la palabra. Si en su habitual mesura hay alguna exageración, ella se descubre por la tendencia a multiplicar los entes, multiplicando las denominaciones. La informa el entusiasmo verbal, sólo frenado por el amor del número, por el horror a lo indefinido. A la expresión de la cantidad y a la expresión de la cualidad, en número y en palabra, concede a veces un valor mágico, esperando que la realidad las obedezca. Y cuando ha logrado captar un fenómeno en la red de un nombre, la estremece un júbilo de victoria. No significa otra cosa el grito ¡Eureka!, breve himno de las iluminaciones mentales. Hablar es la forma suma del vivir humano; “el uso más propio —dice Aristóteles— que el hombre puede hacer de su cuerpo”. Manifestarse es purificarse. El guerrero mismo ignora el pudor de las lágrimas y las lamentaciones al aproximarse la hora del peligro. Se desconfía, en general, del que calla mucho. Y si el bárbaro infunde una desazón de animal extraño es por su sospechoso mutismo. La naturaleza muda es la naturaleza irredenta.

2. Sin paradoja, puede investigarse el alma griega a través de algunas significaciones verbales y su paulatino desarrollo. Logos tanto es la idea como su bautismo verbal. Por su parte, Idea viene a ser la forma visible y, literalmente, lo que es bello de contemplarse: estupenda justificación de Goethe en su célebre discusión con Schiller sobre las ideas perceptibles por los ojos.*Teoría vale visión. Cosmos equivale a ordenación —opuesta al Caos— tras de pasar por dos significados concretos: primero, la disciplina de un ejército, y luego, la organización constitucional de un Estado. Armonía más bien quiere decir estructura; y convención, más bien contingencia, como opuesta a la necesidad. Sofrósyne es la temperancia del ánimo, sentido de moderación, gobierno y aun humildad ante las cosas universales. Koros, el exceso o superabundancia, peligrosos por cuanto despiertan los celos de los dioses, patético sentimiento que late constantemente en la conciencia helénica. Hybris —error más profundo que la injusticia— es la extralimitación que acarrea el castigo de los héroes trágicos. Areté, mucho más que virtud, es energía, aptitud, esencia y excelencia. Aidós y Némesis son dos polos de la conducta: respeto de sí mismo, casi honor; e indignación ante la injusticia ajena, y no venganza como ligeramente se afirma. Diké es la justicia contra la violación del derecho o de la esperanza fundados en la costumbre establecida; Themis, la justicia contra el juramento quebrantado; Horcos, la prenda del pacto, aunque sea la palmada con que se acompaña una promesa, y también es la sanción del pacto. Mucho sabemos sobre las Gracias, pero generalmente se nos escapa el que signifiquen “los espíritus de los deseos cumplidos”, casi como cuando damos las gracias por un favor. La Moira se refiere originalmente a la clasificación de jurisdicciones y poderes entre tribus, dioses o autoridades, de que resultan Nomos o leyes; y es sabido que algunos términos morales primitivos se refieren a las estaciones del año y a las fases de la luna. Komos es el regocijo dionisiaco en que se revelan los poderes renacientes del principio vital; y Gamos, el regocijo sexual que lo acompaña. En cuanto a las disciplinas mentales, Retórica, al contrario de lo que hoy sugiere, fue un esfuerzo por la claridad o Saphêneia. Dicción y estilo suelen yuxtaponerse como elocución y elocuencia. Historia significó primero investigación, reservándose el término Logografía —que más tarde se aplicará a los escritos jurídicos— para el relato de los sucesos. Sofía, además del sentido de nuestra ciencia actual, cubre un radio extenso, en que lo mismo cabe el saber construir pontones que el resolver enigmas. Arte comprende todo aquello que el hombre, con su trabajo, añade o aporta a la naturaleza, y no se distingue entre artes y Bellas Artes. Sofística degenera poco a poco de su nobleza primitiva, que permite aplicar tal designación al arte de los Siete Sabios, y, tras de fijarse en la Erística o dialéctica de los ergotistas, pasa a designar toda filosofía equivocada; y Aristóteles habla todavía de sofística en los tres sentidos. Filosofía comienza por ser curiosidad en general, y hasta curiosidad de viajero: Solón, según Heródoto, viajaba por filosofía, en busca de las maravillas del mundo. Zenón, el filósofo eléata, ataca a los filósofos, porque llama así exclusivamente a sus adversarios los pitagóricos. Para éstos, la filosofía es la consideración del hombre como intermedio entre Dios y los animales. Sócrates recoge este sentido, apoyándose en las intenciones éticas y, a través de sus exhortaciones, la palabra llega a orientarse y aclimatarse poco a poco en su rumbo y en su concepto actuales. Si meditamos unos instantes y dejamos que estas significaciones —aunque sean tan rápidamente evocadas— se revuelvan en nuestro espíritu y busquen su acomodo, veremos lentamente aparecer la imagen en la placa sensible: la ordenación de nociones, el Cosmos griego. La teoría de aquella cultura, escogiendo cuidadosamente los casos, podría construirse sobre los testimonios léxicos, así como suele construírsela por los solos testimonios plásticos. El resultado sería mucho menos incompleto que para otros pueblos, en quienes el ejercicio verbal parece una actividad accesoria y no llegó nunca a alcanzar igual comando sobre las cosas.

3. Nada, pues, más expresivo sobre la figura de la mente griega que el observar cómo la palabra se enfrenta con la palabra y le pide cuentas y la juzga; cómo, en suma, se enfrenta la crítica con las manifestaciones literarias. Tal es la justificación del ensayo que ahora emprendemos.

4. Pero ¿qué es la crítica? Esta bifurcación entre la literatura y su contraste parece consecuencia de cierta esencial duplicidad del espíritu, al que todo se le representa como un tránsito entre dos extremos, como un trasladarse de un lado a otro. Los sofistas averiguarán que todo tiene su contrario. El justo medio de Aristóteles adquiere así un sentido dinámico. El maniqueísmo es la herejía climática de la mente; y la misma palabra “herejía” comporta la bifurcación. La herejía de la literatura es la crítica: la crítica —Grecia creó el término para transmitirlo a los latinos y de allí al mundo—, reacción, más o menos fundada en nuestras impresiones o en nuestros principios, ante la obra misma.

5. Conviene distinguir conceptos afines. Cuando, en materia literaria, la crítica se limita a registrar los hechos, se queda en historia de la literatura. Cuando define, por esquema y espectro, el fenómeno literario, es teoría de la literatura. Cuando pretende dictar reglas a la creación, autorizándose ya en la experiencia o ya en la doctrina —sea ésta filosófica, estética, ética o hasta meramente política—, se desvirtúa en preceptiva. En los dos polos del eje crítico encontramos el impresionismo y el juicio. Aquél es la crítica artística, creación provocada por la creación; no parásita como injustamente se dice, sino inquilina, y subordinada a la creación ajena sólo en concepto, no en calidad, puesto que puede ser superior al estímulo que la desata. Y éste, el juicio, corona del criterio, es aquella alta dirección del espíritu que integra otra vez la obra considerada dentro de la compleja unidad de las culturas. Y hacia el centro del eje crítico encontramos aquel tipo de exégesis que admite la aplicación de métodos específicos (ya históricos, ya psicológicos, ya formales), que hoy se ha convenido en llamar la ciencia de la literatura.

6. Esta ciencia es resultado, por una parte, de la acumulación de obras y críticas en el curso del tiempo, acumulación que facilita generalizaciones y enseñanzas; y, por otra parte, es resultado de la inserción del espíritu científico, tan desarrollado en el último par de siglos, sobre el cuerpo de los estudios literarios. Esta ciencia cuenta con la historia literaria, que da por conocida o ayuda de paso a seguir labrando; recela de la teoría literaria o modifica singularmente sus intenciones tradicionales; prescinde de la preceptiva, por cuanto ésta se entromete a gobernar la creación.

7. Todos entendemos hoy por crítica el examen, fundado en sensibilidad y conocimiento, que procura enriquecer el disfrute y la estimación de la obra literaria, explicando y poniendo de relieve sus valores o justificando en su caso la censura. Pero la crítica apareció frecuentemente confundida con otros propósitos; y así sucede, por regla general, en la época que estudiaremos, por lo cual debemos adoptar un criterio de tolerancia. Denniston, en su breve antología de la crítica griega (Greek Literary Criticism, 1924) describe en unos cuantos rasgos los desvíos de la crítica hacia otras disciplinas que con ella se relacionan: la filosofía estética, que investiga la naturaleza esencial de la belleza en abstracto; la filosofía moral o política, que interroga el efecto de la belleza sobre el individuo y sobre el gusto; la erudición textual, que procura restaurar en su integridad la materia verbal de la obra, ayudándose de la lingüística y de la bibliografía manuscrita o impresa; el comentario gramatical y lingüístico, que a su vez debe tomar en cuenta los problemas textuales y las orientaciones de la estética; la enseñanza técnica, para la cual las obras literarias son meros modelos y bases de ejercicios.

8. Denniston, con muy buen acuerdo, presenta ejemplos de la crítica griega en los principales campos donde ella se manifestó: la comedia, la teoría estética, la técnica retórica y, finalmente, la crítica libre. Comienza con Aristófanes y acaba con Luciano. El criterio —inmejorable para una antología, donde no cabe recoger atisbos y fragmentos dispersos, suturándolos con conjeturas— no podría convenir a nuestro ensayo. Aquí quisiéramos ver nacer y evolucionar el fenómeno. “Los impuestos en Roma comenzaron por no existir”, decía el manualito de Derecho Romano. Hacemos nuestra la ridícula proposición y deseamos observar la crítica desde antes que sea la crítica. Si, como Denniston lo hace, partimos de Aristófanes, no entenderemos lo que significa Aristófanes. Por otra parte, nos hemos marcado un límite que corresponde a una etapa real. Entre Aristóteles y Dionisio de Halicarnaso, capítulos sucesivos en la recopilación de Denniston, media un abismo. Al llegar a él nos detenemos. Nuestra exposición se abre con los vagos latidos de la estimación literaria, en tiempo de las recopilaciones homéricas, y se cierra con la escuela de Aristóteles. Pero hay que declarar desde ahora que la época a que estas lecciones se contraen no nos mostrará precisamente la crítica en el sentido puro, en el sentido deseable. Por eso, en busca de la crítica, tendremos irremediablemente que cruzar jurisdicciones ajenas, sin tampoco pretender cubrirlas del todo en su cabal extensión. Nuestro ensayo es la exploración de una veta oblicua, donde para más dificultad, el metal aparece escondido entre minerales extraños.

2. Etapas

9. Viaja la cultura, no se está quieta. Por tres siglos funda sus cuarteles en Atenas; por otros tres siglos, en Alejandría. Como el néctar de nueve cónsules que dice Sainte-Beuve en sus Pensares de agosto, madura por otros cinco en Roma; ocho reposa en Constantinopla. Y al cabo se difunde por el Occidente europeo, para después cruzar los mares en espera de “la hora de América”, hoy más apremiante que nunca. Conviene a los fines de nuestro examen el tener presente este cuadro:

La Edad Ateniense: 600 a 300 a. C.La Edad Alejandrina: 300 a. C. a los comienzos del cristianismo.La Edad Romana del humanismo latino: 168 a. C. a 530 J. C.La Edad Romana del humanismo griego: comienzos del cristianismo a 530 J. C.La Edad Bizantina o Edad Media Oriental: 530 a 1350 J. C.La Edad Media Occidental: 530 a 1350 J. C.“Incipit Vita Nova”.

10. Aquí sólo trataremos de la Edad Ateniense, considerándola en las principales manifestaciones de la crítica. Durante los tres siglos que comprende esta edad —la cual comienza simbólicamente con la conquista de Salamina en 604 a. C. bajo Solón—, Atenas pasa por la tiranía de los Pisístratos; y entre las guerras médicas, ve progresar su democracia bajo Pericles y afirma su hegemonía sobre una constante fermentación de alzamientos entre sus aliados. Sobrevienen las guerras del Peloponeso que determinan la hegemonía de Esparta y la instauración en Atenas de los Treinta Tiranos, pronto derrocados. Muere Sócrates. Se suceden los conflictos y las falsas treguas, ora con Esparta, ora con el persa. A la transitoria predominancia de Tebas sucede otra vez una equívoca predominancia de Atenas. El Imperio macedonio avanza con Filipo, cuyas intervenciones son favorecidas por las guerras sagradas. Atenas se le rinde. A Filipo sucede Alejandro, quien reafirma las anteriores conquistas y las extiende al Asia. Y la edad se cierra, en los últimos años del siglo IV a. C., con la partición de la herencia de Alejandro. Atenas se agitará penosamente bajo el yugo macedónico, mientras poco a poco se dibuja la amenaza de Roma.

11. La ingente aparición de “aquel déspota de la ciencia humana”, como le llama Menéndez y Pelayo, divide la historia de la crítica griega en tres grandes periodos: antes, en y después de Aristóteles. Pero todavía antes de éste, Sócrates determina otro centro de gravedad, y es inexplicable que lo omita —sin siquiera darnos disculpas— un tratadista como Saintsbury. Es verdad que este autor elude todo lo que halla conjetural, y Sócrates lo es, a quien sólo descubrimos tras el velo de sus discípulos. Es verdad que por eso mismo desaira Saintsbury los empeños de Egger —cuya consulta es todavía indispensable— por restaurar los borrosos orígenes del sentimiento crítico, en sus manifestaciones populares y no escritas; y que, por igual razón, pasa como sobre ascuas el vado de los presocráticos, y sólo se siente tranquilo en la época documentada, y con el Platón del siglo IV. Pero aquí, recortados convenientemente los límites de nuestro asunto, tenemos que ir más despacio. Por un lado, concederemos a la noción de la crítica un sentido más generoso, pues el excesivo purismo nos llevaría a mutilaciones lamentables. Por otro lado ¿cómo vamos a cerrar la puerta a las conjeturas en materia que se reconstruye por una tradición de fragmentos? Cuando contamos con una obra completa, tengamos por seguro que su pleno sentido sólo se explica por referencia a otra que nos falta. Cuando sólo contamos con trozos, ni qué decir lo que acontece. Y nadie se atreverá a sostener que la conservación casual de los vestigios corresponde al criterio de su importancia intrínseca. O nos reducimos, pues, al triste papel de juntar despojos y enumerarlos, o si queremos usar un poco de la mente, no queda más remedio que generalizar echando puentes de conjeturas. No vayamos, pues, muy de prisa. En el nuevo Viaje de Anacarsis por Grecia, pensamos deleitarnos.

3. Bases de la crítica naciente

12. Condicionado el ser de la crítica por la literatura existente, es indispensable recordar el cuadro de la producción en la edad dorada de Grecia. A tal fin, proponemos el índice que presenta John Edwin Sandys a los comienzos de su minuciosa historia del humanismo clásico (A History of Classical Scholarship, 3 vols., 1908), con algunos leves retoques (pp. 23-24).

13. El instinto estético poco a poco desprende de sí la facultad crítica. Ésta se presiente desde el instante en que la poesía se emancipa de los servicios de la tribu —mágicos, religiosos, políticos— y se ofrece a la mente como un objeto de estimación por sí misma, por su sola belleza. El grado de estimación se aprecia por el gusto de escuchar la poesía y por el empeño en conservar y transmitir a las futuras generaciones el acervo de emoción y experiencia que ella contiene. A una parte, pues, tenemos las recitaciones públicas y concursos de los poemas; a otra, la escuela, cuyo primer método pedagógico —que sigue siendo fundamental— es la memoria.

14. La recitación y el concurso demuestran la apreciación que a la poesía se concede, pero no están llamados a desarrollarse hasta la verdadera construcción crítica. La escuela, en cambio, conducirá poco a poco a la Filología en los dos sentidos que explica Gudemann: el estricto, que comprende la Paleografía, la Crítica textual, la Hermenéutica, la Gramática, la Retórica, la Crítica estética y la literaria; y el sentido general, que comprende, además de la Retórica, la Historia de las lenguas y la Lingüística, la Métrica, la Teoría literaria, la Historia, la Mitología, la Teología, la Historia de la cultura, las Instituciones privadas, públicas y militares, la Geografía, la Cronología, la Metrología, la Numismática, la Epigrafía, la Historia artística, la Arqueología. Estas denominaciones corresponden a disciplinas que se entremezclan, que a veces nacen juntas y que, desde luego, no se diferencian en los orígenes, y algunas ni siquiera se definen en los siglos que nos ocupan. Aunque todas, más o menos directamente, van surgiendo del estudio de la poesía, abandonan el estímulo inicial y constituyen sus fines propios cuando así lo exige su naturaleza. Aunque todas nacen del trabajo didáctico, la primitiva escuela griega no las contiene. Pronto su desborde llevará a los sofistas a emprender cursos independientes de los gimnasios; y luego vendrán la Academia de Platón y el Liceo de Aristóteles, especies de universidades. En cuanto a Sócrates, como moralista, prefiere al hombre en plena acción, prefiere la calle.

OBSERVACIONES

La tabla anterior procede, con algunas modificaciones, de J. E. Sandys, A History of Classical Scholarship, 2ª ed., Cambridge, University Press, 1906, I, p. 18. No es completa: se limita a los datos principales.En la columna: Oradores etc., constan, además de los oradores, los sofistas, retóricos y gramáticos.La fecha que precede al nombre indica la plenitud del autor, que los antiguos situaban hacia los 40 años de adad, único dato cronológico que se conoce en algunos casos. Las dos fechas separadas por guión que aparecen debajo del nombre corresponden al nacimiento y muerte, con la aproximación posible.Las abreviaturas: fl.: floruit: florece en tal fecha.—ca.: circa: fecha aproximada.—(e): elegíaco.—(i): yámbico.—(c): poeta cómico.

15. Las primeras bases de la crítica balbuciente las proporcionan Homero y Hesíodo, la épica heroica y la didáctica. Sabemos, por el testimonio de la Odisea, que antes de Homero los aedos cantaban en los banquetes, al son de la cítara, los fastos y hazañas de los héroes; y sabemos que existía una lírica de himnos, himeneos y peanes. Homero y Hesíodo son también la materia prima de las enseñanzas escolares. Si el poema homérico precede en la fecha, en cambio el hesiódico recoge inspiraciones más antiguas del pensamiento ctónico de Grecia, anterior al puramente olímpico que el otro refleja. Tal vez haya que buscar antes de Homero ciertas enumeraciones de barcos en los poemas cípricos, ciertas letanías de denuestos contra los dioses en una Heracleida perdida, así como la treta de Hera cuando manda adormecer a Zeus, y otras probables influencias de Tebaidas, Corintíacas y Traciadas desaparecidas. Pero, prácticamente, Homero oscurece todas sus fuentes.

16. En la materia homérica, entendida como oráculo de todas las ciencias y las artes, buscaban los hombres todo género de enseñanzas; lo que ha dado origen a una exegética tan abundante, y aun tan estrafalaria a veces, como ha sucedido para el Quijote. En el tratado Sobre la poesía de Homero atribuido a Plutarco, apreciamos la proliferación de estos sueños: Filosofía, Historia, Retórica, Jurisprudencia, Política, Religión, Moral familiar y patria, Funeraria, Arte militar, Medicina y Cirugía, Adivinación, Dramaturgia, Arte epigramática, Pintura; de todo se ha buscado en Homero, y todo se ha creído encontrar. Lo curioso es que, si el gramático Telefo, de Pérgamo, escribe una Retórica según Homero, a ninguno se le haya ocurrido desentrañar el puro sentido estético de aquellos poetas escribiendo una Poética según Homero.

17. La consideración de Homero ha pasado por varias etapas que Bérard resume así: 1º Para diez o doce generaciones jónicas o eolias, de 800 a 500 a. C., es un autor escénico destinado a la declamación de aedos y luego de rapsodas; 2º para doce o quince generaciones atenienses y alejandrinas, de 500 a 50 a. C., un manual de ciencia y educación, objeto de estudio y comentario; 3º para las posteriores generaciones romanas, bizantinas y modernas, una obra clásica de lectura. La primera etapa corresponde al poema representado; la segunda, al poema editado y al esfuerzo de fijación textual; la tercera, al poema trasmitido.

18. Algo semejante pudiera decirse respecto a Hesíodo, con la diferencia de que las enseñanzas extraliterarias que en éste se buscaban pueden reducirse a la mitológica de la Teogonía, y a la sabiduría popular y arte agrícola contenidas en las máximas de Los trabajos y los días. Seguir separadamente las dos vetas críticas, la homérica y la hesiódica, desde su nacimiento hasta el término de la Edad Ateniense, desarticularía sin provecho nuestro cuadro cronológico, haciéndonos perder la caracterización de las etapas. Baste recordar que el ciclo épico es la primera incitación que se ofrece a la mente crítica.

4. Gérmenes de la crítica: recitación, escuela recopilación y certamen

19. La declamación pública de aedos (poetas) y rapsodas (poetas que luego degeneran en meros recitadores) indica que la poesía alcanza ya un valor autonómico, aun cuando la apreciación todavía se abstenga del juicio y se limite al candoroso disfrute. Verdad o no verdad que fue Licurgo, el legislador espartano, quien importó de Creta la poesía homérica en el siglo VIII. Más tarde, Solón ateniense obliga a respetar cierta secuencia en la declamación de los fragmentos. Los Pisistrátidas (Hiparco sobre todo) ordenan que aquella obra sea recopilada metódicamente, operación que requiere ciertas reglas. Es indudable que ya existen nociones de crítica y textología. Entre los recopiladores o diaskevastas se cita a Onomácrito, Zopiro de Heraclea, Orfeo de Crotona y Conquilo, y aun se añade a los poetas Anacreonte y Simónides. Se pretende que los diaskevastas cedieron alguna vez a intereses políticos, deslizando una que otra interpolación intencionada: ya un verso en honor de Teseo, genio epónimo de Atenas, ya algunas frases que respaldan las ambiciones imperiales de Atenas sobre Salamina; y se asegura que Hiparco desterró a Onomácrito por haberlo sorprendido falseando el texto homérico para dar cabida a cierto oráculo de Museo. Se sabe que, a su tiempo, Hesíodo será objeto de cuidados semejantes para que no se pierda su obra, cuidados que más tarde Ferécides de Atenas consagrará a los poetas órficos. Hay noticia de recitaciones en las festividades oficiales de Quíos y Delos, de Chipre y Siracusa, de Sición y de Ática.

20. Pronto se habla ya de certámenes, de premios y coronas de laurel, lo que supone una manifestación crítica. Se compara a Homero con Hesíodo. Se da un paso más con los concursos para escoger las obras dramáticas que han de presentarse en las grandes celebraciones, costumbre arrolladora que afortunadamente se impone a pesar de la censura de Solón contra el teatro y del respeto que inspiraban sus leyes.

21. Tenemos, pues, en grados teóricamente, discernibles: 1º la estimación de la poesía en el pueblo y en la escuela; 2º la recopilación más o menos crítica; y 3º la calificación en competencia. Esto, sin contar con el indicio que resulta de que algunas obras teatrales se conserven en varias versiones, lo que indica una corrección, una autocrítica, a veces espontánea, a veces provocada por la derrota en el concurso; y sin contar con ciertos tratados preceptivos de Laso, de Prátinas, de Sófocles, de que sólo queda la mención (§ 185).

22. Con respecto al primer punto, a la estimación revelada en el hecho de que la poesía se considere esencial en los programas públicos y escolares, conviene tener en cuenta que ello correspondía a la campaña política de Atenas para establecer su prestigio entre los habitantes de las varias regiones griegas que acudían cada cuatro años a las grandes Panateneas, y para sembrar en la juventud el sentimiento de la supremacía ateniense. La Ilíada, y aun la Odisea, al mostrar el espectáculo de los pueblos congregados contra el Asia, fomentaban el fervor nacional, sugerían la unidad cultural, fundamento de la doctrina que oiremos después sustentar a Isócrates y que podemos considerar como la ortodoxia helénica.

23. Con respecto al segundo punto, o la recopilación, conviene tener en cuenta que la obra homérica hoy conocida es el resultado de sucesivas y largas transformaciones. El primer texto, el de las Panatenaicas tal vez, se fija en Atenas; pero el nombre de Homero cubre un material épico vasto y flotante. Ya en el año 450 a. C., Homero comienza a significar sobre todo la Ilíada y la Odisea; pero todavía los incidentes del relato no han llegado a la determinación actual, que se logrará unos cincuenta años más tarde. Finalmente el texto verbal sólo puede decirse que se encuentra suficientemente establecido hacia el año 150 a. C.

24. Con respecto al tercer punto, o las competencias y los premios, recordemos que, por lo que al teatro se refiere, el sistema de selección pasa por tres etapas: en un principio, la autoridad política, el arconte, procede a la eliminación previa, en la cual sin duda las razones de orden público pesaban tanto como las literarias; después, el pueblo entero, que en masa se trasladaba al teatro, decidía el triunfo por aclamación entre los concursantes; más tarde, por regla general, la decisión fue confiada a cinco jueces elegidos por suerte, los cuales daban su sentencia, algo improvisada entre el clamor de los tumultuosos auditorios. El derrotado conservaba siempre cierto derecho de apelación y reprise de la obra convenientemente corregida, o bien se entregaba al juicio de los lectores, mediante la publicación o edición manuscrita en las librerías.

5. Limitaciones y conquistas de la crítica griega

25. Las limitaciones y conquistas de la crítica griega pueden resumirse en breves trazos. Grecia no nos dio siempre la crítica que hoy necesitamos, que hoy entendemos, resultado de una experiencia más vasta, de un material más abundante, del mayor trasiego entre pueblos y lenguas, el cual nos ha conducido a la preciosa concepción de la literatura comparada. Sea esto dicho sin incurrir otra vez en la querella de Perrault y Boileau sobre los antiguos y los modernos. De todas suertes, la crítica nos vino de Grecia.

26. Por otra parte, la crítica está determinada por la masa de las creaciones existentes. En este orden, rasgo característico, Grecia, en cuyo seno nació la crítica, sólo especuló dentro de las marcas de la lengua griega, aun en los días en que tuvo ya a la vista las creaciones latinas. Pudo admitir inspiraciones del bárbaro o del egipcio (y a veces llamó egipcio a todo lo que llegaba de lejos) en lo histórico, en lo científico, hasta en lo político; nunca en lo literario, donde aparece siempre aferrada a sus moldes verbales. Lo pasmoso es que sacara tanto partido de un registro relativamente escaso (§ 32 y ss.).

27. El crecimiento desigual de los géneros determina un desarrollo imperfecto de la crítica. Y sucede que entre los griegos se impuso una sola forma triunfante de la tragedia, llevándose en el seno a la épica. La licenciosa y regocijada comedia es relegada a la penumbra como cosa poco respetable. La función por excelencia, la lírica, queda confundida con la música y con la danza. La retórica que, junto a la poética, pudo ser la teoría y arte de la prosa, resultó avasallada por el predominio de la oratoria jurídica, a que empujan las revoluciones sociales (§ 81, 83 y 343). El género de más porvenir, la novela, es de nacimiento tardío y, por decirlo así, se fue sin crítica. La historia misma aparece en cierto modo acarreada como un apéndice de la oratoria. Y singularmente en la época que estudiamos, la teoría y la preceptiva tienden a asfixiar las manifestaciones de la crítica independiente.

28. De aquí que los historiadores de la moderna ciencia literaria descarten, en bloque, la época clásica, así como olvidan negligentemente la selva intrincada de la Edad Media; así como saltan sobre el Renacimiento que exacerbó los extremos teóricos y preceptivos de la Antigüedad, así como desdeñan en conjunto los desvíos didácticos y eruditos de la crítica dieciochesca. En su prisa por inaugurar la era científica, prefieren partir del siglo XIX.

29. Por lo que a la Antigüedad se refiere, ello obedece al prestigio mismo de los cuerpos sistemáticos, al mucho bulto que hacen las estéticas y poéticas entonces edificadas: Platón y su gloriosa familia, Aristóteles y su ilustre descendencia.

30. Pero en Grecia hubo también otra crítica que el historiador de la ciencia literaria no debiera pasar por alto. Ahí están Aristófanes, el sumo letrado y aguerrido polemista; Dionisio de Halicarnaso que, menos profundo que Aristóteles y sin el genio de Longino, es magistral en el análisis concreto y es capaz ya de percibir el deleite cómico; Dión Crisóstomo, el más literario de los retóricos y, si se quiere, más ameno que inteligente; el plácido ensayista Luciano, humanista con afortunadas incursiones en el dictamen; Hermógenes, otro retórico que se salva por su teoría de la frigidez, como se salva el dudoso Demetrio por su teoría de la interpretación; y Longino sobre todo, el admirable Longino, o quien haya sido el ministro de la reina Zenobia que trató de la sublimidad, cuya captación de la cosa literaria, antes de los tiempos modernos, sólo encuentra equivalencia en Dante. Ahí está, finalmente, la crítica textual iniciada por las escuelas de Alejandría y de Pérgamo, y continuada después por los bizantinos, antecedente directo, aunque sólo represente una disciplina auxiliar, para las actuales técnicas de la ciencia literaria. Y si no hemos recogido a Plutarco en esta rápida enumeración, es porque lo dejamos a solas, esculpiendo sus estatuas morales.

31. Los resultados de la crítica griega pueden reducirse a seis conceptos: 1º fundamentos de la gramática; 2º fundamentos de la crítica textual; 3º fundamentos de la métrica; 4º investigación de una forma trágica; 5º investigación de una forma épica; 6º cánones de la oratoria y atisbos del arte de la prosa. Esto último, con sorprendente atención para su ritmo y su número; asunto tan descuidado después, que pasma averiguar que fray Luis de León contaba sus sílabas y sus letras, y hay que llegar hasta cierto libro de Lanson y hasta la estilística de hoy en día para que de nuevo se le otorgue la atención que merece.

6. Confinamiento de la crítica griega

32. Antes de continuar, insistamos en el confinamiento de la crítica griega dentro de las fronteras de su habla y su literatura (§ 26). —Una vaga tradición nos presenta a Sócrates conversando con unos letrados de la India. De este diálogo, que por lo demás no se refiere a la literatura, sino a la filosofía, sólo resulta la mutua incomprensión. Entre los presocráticos hubo grandes viajeros, pero andaban preocupados con su representación del cosmos, no directamente con la crítica literaria. Otro tanto puede decirse, en su línea, de los primeros historiadores. De Sócrates ni siquiera hemos podido apurar que viajara tanto como algunos de sus predecesores. Se admite que, antes de cumplir los treinta, visitó a Samos y, llegado a la edad madura, sólo salió de Atenas en cierta peregrinación a Delfos, o llamado por el servicio militar. Y, en aquellos días, viajar era el medio por excelencia para conocer el pensamiento extranjero (§ 155).

33. A Platón llega la doctrina de la transmigración de las almas, a la que impropiamente se aplica el término posterior e inadecuado de metempsícosis. Pero no está demostrado que la reciba de la India, ni siquiera a través de Egipto, sino más bien de Pitágoras, quien a su vez pudo heredarla de aquellos misterios septentrionales, fuente común de griegos o indos anterior a la dispersión aria. En todo caso, se trata aquí de filosofía. En el orden literario, Platón sólo recibe del extranjero —y todavía por herencia de su propia familia— aquella narración de origen saíta con la que construye su estupenda novela política de la Atlántida. Por supuesto, no consideró tal narración con mente crítica, no como expresión literaria pasible del juicio, sino como pedazo de realidad o como material para su propia obra. No se le ocurre, como a un moderno, preguntarse sobre la inclinación de los egipcios a alejar fabulosamente la época de sus relatos, mezclando la mitología con la historia.

34. En cuanto a Aristóteles, sólo practicaba la lengua griega. Es dudoso que Alejandro le haya comunicado documentos de Persia o de la India; y si fue verdad, ya se ve que no les hizo caso. Conocía las observaciones de los astrónomos caldeos, tuvo a la vista muestras exóticas de historia natural que le prestaron grandes servicios; pero si hubiera tenido noticia de las colosales epopeyas de Oriente, su teoría poética por cierto lo hubiera resentido (§ 335).

35. Ni Alejandro ni Seleuco Nicátor —a pesar de que éste creó una manera de alianza entre Siria y Pataliputra, de largo rastro en las relaciones comerciales— abrieron corrientes de espíritu que pudieran aprovechar a Grecia. O los documentos de esta incubación se han perdido, o más bien fue ella tardía y trascendió a otra cultura filial. Pues es innegable que, aunque los historiadores se sientan más atraídos por la montaña documental del Imperio tolemaico, la verdadera “cámara nupcial de la civilización siriaca y la helénica” —como dice Toynbee— se encuentra en la monarquía seléucida. Pero este fenómeno, de trascendencia ulterior, no interesa a la historia de la crítica literaria. También es posterior a la Grecia clásica el establecimiento de los bactrianos en el Punjab, o la famosa escuela de Gándara donde se supone que nació la actual imagen canónica del Buda; y, además, todo ello más bien representa un derrame del helenismo hacia Oriente, que no el movimiento inverso. Rawlinson acumula testimonios sobre el legado de la India para la literatura y el pensamiento europeos: ninguna de sus conclusiones modifica nuestro punto de vista.

36. Oigo ya venir una objeción especiosa. Los pueblos nunca han estado separados por muros. Seguramente que en la literatura helénica pueden descubrirse influencias exóticas. Tenemos, por ejemplo, el resabio de los periplos fenicios en la elaboración de la Odisea, rastreado cuidadosamente por Bérard. En esta historia del Simbad de Occidente, como en el mismo mar que visita, las corrientes orientales se mezclan con las occidentales, cierto. Negar los efectos de la bienhadada relación entre fenicios y helenos sería un error y aun sería una ingratitud. Ella —como dice Gomperz— proporcionó a la Grecia primitiva los adelantos de las viejas civilizaciones babilónica y egipcia, sin hacérselos pagar al precio del vasallaje político, según lo hubiera hecho un pueblo menos mercader que militar, como lo hizo Roma para los celtas y los germanos, como lo hace para sus imperios la moderna Europa. Pero esta fertilización de la literatura griega por abonos extraños no significa en modo alguno que la crítica griega se haya interesado por estudiar, conocer y valorar aquellas fuentes extrañas. Cuando tal fertilización se produce, la crítica griega no se había desprendido ni poco ni mucho del protoplasma original para dar señales de vida. La investigación de estos estímulos corresponderá más bien a la crítica moderna. Aunque Homero es la primera materia de la antigua crítica, en muchos respectos los antiguos trabajaron sobre él a ciegas. De él sabemos hoy más de lo que ellos sabían. Su estudio de Homero, como vamos a verlo, iba por otro rumbo. Ni siquiera les aconteció poner en duda la existencia del poeta individual como después se ha hecho. Ésta que después se ha llamado “la cuestión homérica” nunca inquietó a los antiguos. La duda sobre la unidad de autor comienza a despuntar en el siglo XVII, cuando Perrault entabla la querella de los modernos contra los antiguos; se insinúa a comienzos del XVIII en las Conjeturas académicas de D’Aubignac; a fines del propio siglo, la resucitan los Prolegomena de Wolf; cubre la crítica del XIX y llega por fin hasta nuestros días. Los griegos, a lo sumo, presintieron la posibilidad de dos autores distintos, uno para la Ilíada y otro para la Odisea, y ésta fue la escuela de los “corizontes” o separatistas, los que parten a Homero en dos; escuela, por lo demás, de tardío florecimiento y que por eso no importa a nuestro examen.

37. Tampoco nos corresponde exponer la crítica textual de los alejandrinos (Zenodoto, Aristarco), que en su esfuerzo por expurgar la épica y aislar químicamente al Homero legítimo, parece haber perdido la noción de que aquellos viejos poemas eran obras tradicionales, cuyo mismo desarrollo se funda en la interpolación.

7. La crítica, negligente con la lírica

38. Hemos dicho que, en toda la Edad Ateniense, la lírica nunca mereció la atención crítica que para ella hubiéramos deseado (§ 27). Pero como concedemos por lo menos el valor de indicio sobre la estimación literaria —primer paso de la crítica— a la recitación y a la escuela, bien podemos recordar lo que la lírica significó a este respecto. En esta manera de poesía, relacionada con el canto y la música y, a veces, con la danza, se distinguen tres géneros: el mélico, el elegíaco y el yámbico, caracterizados más bien por sus metros que por sus asuntos, en los que se nota cierta elasticidad. El mélico se acompañaba con la cítara o lira de diversas formas; y los otros dos, con la flauta. En la mélica suelen distinguirse las odas y los cantos corales. La métrica de la lírica se traslada más tarde, como el peso mismo de la poesía, al drama: la yámbica aparece en los diálogos; la mélica, en los coros; y como ejemplo de la elegía en el teatro sólo conservamos la lamentación de la Andrómaca, de Eurípides. El cuadro que presentamos hace ver que la lírica comienza con el elegiaco Calino, hacia 690 a. C., y acaba con Baquílides y Píndaro a mediados del siglo V a. C. Tal es el “canon de la lírica griega”. Sin embargo, la poesía elegiaca perdura, entre vicisitudes, por dieciséis siglos, para rematar hacia el año 920 de nuestra era en la Antología de Constantino Cefalas.

39. La lírica acompañaba fielmente la vida privada, los banquetes y la educación escolar. El famoso vaso de Duris —siglo V a. C.— nos presenta escenas del gimnasio en que varios maestros instruyen a los jóvenes, bajo la inspección de los pedagogos, en la recitación de himnos, la composición, la música de flauta y lira; escenas a que pueden servir de comentario ciertos pasajes de Platón en el Protágoras y en las Leyes, y algunos otros del inevitable Aristófanes, cuyas comedias naturalmente se prestan para la pintura de las costumbres. De Teognis sabemos que era bastante practicado en la escuela, gracias a cierta frase que pasó en proverbio popular: “Eso lo sé yo desde antes que naciera Teognis”. Pero tanto en Aristófanes o en Platón, como en Aristóteles o en Isócrates, la alusión a la lírica se reduce a su valor educativo o político. Platón admira sin analizar: habla del “divino Píndaro”, del “divino Tirteo”, del “sabio y nobilísimo Solón”, que fue poeta yámbico. Aristóteles ejemplifica el uso de los epítetos con un pasaje de Simónides de Ceos, en que éste acierta a ennoblecer la descripción de las carreras de mulos (§ 336 y 369). Los filósofos presocráticos, en general, no mientan a los líricos; y cuando Heráclito recuerda a Arquíloco es, según veremos adelante, para desearle una paliza (§ 74). De los nueve principales poetas mélicos, Alcmán y Baquílides ni siquiera aparecen citados en la Edad Ateniense, como tampoco los yámbicos Semónides de Amorgos e Hiponax de Éfeso. ¡Qué más, si hasta los olvida Aristófanes, cuya memoria era verdaderamente “la madre de las Musas”!

40. Como de todo esto sería absurdo inferir que la lírica no fue apreciada, el punto se reduce a reconocer que la crítica hizo poco caso de la lírica. Claro que aún cabe la suposición de que Aristóteles la haya tomado en cuenta en algún capítulo perdido de su Poética, pero ningún indicio autoriza esta sospecha. Y el silencio de la crítica es demasiado general para dejarlo inadvertido. Los tratadistas se limitan a reconocerlo, y se creen dispensados de toda interpretación sobre su posible significado. Difícilmente podríamos conformarnos con esta aceptación pasiva. Y más cuando Platón, en el Ion, el Fedro y la República, demuestra tan honda comprensión del misterio lírico.

41. Puede explicar en parte esta anomalía el hecho de que la crítica tomó por dos rumbos principales: uno, el filosófico, en el sentido más general de la palabra, ya en apoyo de la ética, la política o la religión, y entonces se desentendió de la forma; otro, el retórico que, aunque tomaba en cuenta los caracteres formales, sólo se preocupa del discurso en prosa.

42. En parte también puede servirnos de explicación el que la lírica haya sido atraída en el estudio de la música y la danza, donde dominaba naturalmente el ritmo o la coreografía sobre el elemento puramente verbal. A tal punto se consideraba como un todo la combinación de la música y la palabra, que aunque aquélla se emancipa de la declamación en los juegos píticos —el flautista Sácadas, el citarista Aristónico— Platón condena este arte puramente instrumental, “porque evoca sensaciones vagas, y ni elogia héroes, ni dioses, ni enseña a ser sabio, y sólo excita sentimientos semejantes al calor de la orgía”.

43. En cuanto a la métrica, ella se ajusta al estudio acústico y se deja fuera el significado poético.

44. Pero todo esto, más que explicar, es describir. ¿Hay elementos para una explicación verdadera? Veamos. El carácter individual de la lírica, su tono de voz privada, pudiera justificar la negligencia de la crítica. Ésta, desde el primer instante, aspiró a conceder máxima importancia a aquellos tipos de arte que representan intereses generales, y a fundar sobre ellos sistemas coherentes con la ética y la política. La crítica de la Edad Ateniense revela una ambición institucional. Ahora bien, los poemas líricos son frecuentemente versos de ocasión. Más breves por eso que las epopeyas y los dramas, se prenden a las vibraciones del sentimiento personal. Éste sólo alcanza valor objetivo cuando se expande y crece, desde la interjección o exclamación en que se funda la lírica, hasta la fábula o el episodio. Los críticos de entonces, más educadores y filósofos que verdaderos críticos, viven empeñados, como todo el pensamiento griego de la época, en construir y salvaguardar la Polis. Estamos, no hay que olvidarlo, ante un pueblo revuelto entre inmigrantes septentrionales, acampado entre una masa informe de naciones decaídas y más o menos avasalladas. La lírica no parece ofrecer aliciente cívico.

45. Para mejor entender semejante preocupación cívica hay que hacer un largo rodeo histórico. Las viejas civilizaciones prehelénicas destellan como fuegos lejanos y luego desaparecen en una oscuridad misteriosa de varios siglos. A Creta, a Micenas, a Troya (no la de la Ilíada, que sólo viene a ser la sexta de siete ciudades encimadas, sino la Troya primitiva) podemos imaginarlas como inmensas fortalezas que viven de cobrar peaje en el cruce de los caminos comerciales. Luego vienen las edades oscuras, el gran mutismo de la historia. Y, de pronto, otra vez se anuncia una vaga luz, que poco a poco crecerá en viva lumbrarada con los derrames de los pueblos del Norte: tal es la edad heroica, a la que corresponde la guerra de Troya, entablada ya entre pueblos igualmente invasores, cuyos dioses tutelares, por eso mismo, se ven repartidos y enfrentados en la disputa de sus antiguas tribus. La guerra de Troya es un fracaso. Ni siquiera se puede saber si acabó en una victoria definida, y la estratagema del caballo parece un correctivo posterior que la poesía impone a la realidad para enderezar su sentido. Sólo sabemos que los héroes griegos emprenden un regreso lamentable, una odisea trabajosa, para encontrar sus hogares deshechos y sus tierras anarquizadas. Sobre estas ruinas se levanta esa paulatina reconstrucción que llamamos la verdadera Grecia, cuyas proporciones monumentales superarán con mucho cuanto se conocía hasta entonces. La reconstrucción va animada, pues, de una conciencia de progreso. Para gente desintegrada en sus cultos y hábitos por las emigraciones y guerras, el progreso consiste en hacer más quieta y posible la convivencia entre los hombres; es decir, aumentar la confianza en los pactos sociales y asegurar su continuidad. El Estado es un producto artificial y no un presente de la naturaleza. Hay que ayudarlo a nacer con un propósito consciente y de caso pensado. La crítica, como las demás actividades del espíritu, se someterá a esta consigna, que es un anhelo general. La filosofía presocrática se encara más libremente con la realidad, es cierto, y revela todo el denuedo de aquellos creadores de la ciencia. Pero la crítica es ya algo posterior; aparece cuando la consigna se ha impuesto con mayor imperio y, puede decirse, cuando el mismo sentido moral de la filosofía, decididamente afirmado por Sócrates, no le da ya tiempo de emanciparse. Si la crítica ha de insistir en estos propósitos, morderá sobre todo en aquella parte de la literatura que se ofrece como más accesible a la sola inteligencia, la que más se presta a la moraleja política. De las tres funciones literarias —épica, dramática y lírica— las dos primeras, pegadas al episodio o relato, satisfacen esta exigencia más plenamente que la última, la cual pertenece a un orden en que predomina la emoción o, si se prefiere, el desinterés por las realidades prácticas. La creación episódica siempre lleva consigo alguna sustancia de realidad. La lírica es una creación neumática. No que la lírica griega equivalga a lo que hoy se llama la “poesía pura”. Pero aun así, entre exclamar y cantar con motivo de las realidades, como ella lo hace, o describir y motivar estas realidades, como lo hace la creación episódica, hay una apreciable diferencia.

46. Según Murray, que se inspira en Protágoras, dos resortes emocionales han de gobernar todo el mecanismo de la Polis o nueva sociedad policiada: Aidós y Némesis: sentimiento de la propia dignidad ante nuestros actos, aunque nadie los vea ni califique, y sentimiento de ira justa ante los desmanes ajenos, aunque no nos afecten (§ 2). Pues bien: la Aidós y la Némesis, que parecen gobernar del todo la conducta en la poesía primitiva, van desapareciendo en la literatura ulterior, conforme la inteligencia construye y asegura mejor el edificio de la Polis. Los resortes emocionales ceden su oficio a los resortes de la inteligencia o, como entonces se decía, de la razón. Así se aprecia comparando la representación del mundo en la edad heroica con la representación del mundo en Platón y en Aristóteles. La misma moral de Sócrates se funda ya en el conocimiento. Y puesto que la crítica no amanece tanto como la creación, cuando la crítica entra en combate ya la consigna cívica ha madurado, y ya no se dispone de otras armas que las armas de la especulación racional. De donde resulta que a la lírica, hija de la pura emoción, se la aplaude mucho más que se la investiga.

47. Claro que esto no lo explica todo. ¿Cómo negar cierto valor institucional a las “embaterías” o anapestos de Tirteo que, en el siglo VII a. C., los lacedemonios cantaban al tiempo de cargar sobre el enemigo? ¿Cómo negarlo a todo el lirismo coral, sean peanes en honor de Apolo, hipoquermos religiosos, parteneas de vírgenes, ditirambos dionisiacos, himnos de los dioses o de los héroes, encomios en honor del huésped, trenos fúnebres o epinicios de la victoria? ¿Cómo negarlo a toda la poesía de Píndaro, que se entonaba en los cortejos o a la puerta de los vencedores atléticos y que viene a ser una glosa de la epopeya? ¿Cómo negarlo a los poemas que —con excepciones explicables como la de Anacreonte— servían para la educación escolar? Hay todo un género de lirismo que puede llamarse didáctico-moral, otro militar, otro religioso. Se ha dicho con razón que Mimnermo, enamorado profesional, hace de sus historias privadas una diversión común, una cosa cívica que huele al ágora. Aun el poema íntimo admite la aplicación universal; y hoy tendemos a reconocerle este valor, por lo mismo que se funda en motivos humanos mucho más estables y arraigados que todas las instituciones del mundo.

48. No queda resuelto el extremo. La solución corresponde a los especialistas. A nosotros nos basta con señalar esta singularidad desconcertante y no tolerarla sin protesta. Si pertenecemos a la casta de los que se resignan a no entender, será mejor que no tratemos de Grecia. Porque Grecia nunca puso en duda el alcance de los instrumentos humanos para todo aquello que nació con el hombre.

II. La era presocrática o la exploración hacia la crítica

1. El cuadro, la era, la tradición

49. Las referencias biográficas de la Antigüedad, más que en las fechas de nacimiento, insisten en la plenitud o Acmé, la cual se sitúa generalmente hacia los cuarenta años (§ 52). La unidad de asunto nos llevará a incluir en la era presocrática algunos hombres que de hecho se cruzaron con Sócrates por las calles de Atenas, pero que no derivan de él, u otros que nacieron más tarde. Algo anteriores son Pródico e Hipias, algo posterior es Tucídides. Todos, en su acmé, corresponden a los mismos tiempos. Esta época es el resultado de varias ondas del espíritu crítico. En la era presocrática no sólo cuentan los filósofos, sino también los retóricos y los gramáticos, los historiadores y hasta los médicos. Nuestra investigación los presenta bajo un ángulo limitado, y a veces sólo los toca de pasada. Para los filósofos, por ejemplo, tenemos que dar por conocido el sistema central, a riesgo de invadir un terreno extraño. Algo semejante acontece con los historiadores. Y si prescindimos de los médicos —aunque en el tratado Del Arte, del arte médica, hay preceptos de aplicación general a toda operación del criterio— es porque el famoso Juramento de Hipócrates les manda abstenerse de todo efectismo literario y olvidar las citas de los poetas.

50. Comprendemos, pues, en nuestro cuadro:

1º Los filósofos presocráticos de las distintas escuelas: la jónica de Tales, Anaximadro, Anaxímenes, Heráclito; la itálica de Pitágoras, relacionada con los órficos o extravagantes; la eléata de Jenófanes, Parménides y Zenón; la atomística de Leucipo y Demócrito; la ecléctica de Empédocles y Anaxágoras quienes, con Meliso, establecen hacia mediados del siglo v la solidaridad, o al menos la relación regular entre las lejanas escuelas.

2º Los sofistas Gorgias y Protágoras, en quienes se aprecia también esta fusión de influencias, y de quienes derivan gramáticos y retóricos como Pródico, Hipias, Polo.

3º Los historiadores: Hecateo, Heródoto, Tucídides, que no sólo se unen al cortejo por aquel desvío de la retórica de que ya hemos tratado, y que vino a envolverlos como un orden más de la elocuencia, sino por otras razones más sustanciales que luego explicaremos (§ 27 y 119 y ss.).

51. Estas ondas del pensamiento crítico se extienden sobre una anchura aproximada que ocupa el tercio central del Mediterráneo. Van desde los litorales del Asia Menor —Mileto, Magnesia, Éfeso, Colofón, Clazómene, Focea—, cruzan las islas de Samos y de Quíos, luego la Grecia continental, llegan hasta Sicilia y suben por el occidente de Italia. El movimiento parte de los núcleos jónicos, una faja no mayor de unos cien kilómetros, hacia el siglo VI a. C. Por 546, el avance del Imperio persa, que medio siglo más tarde ha de provocar la ruina de la ilustre Mileto, cuna de la filosofía, hace que las legiones de maestros itinerantes se recojan hacia el sur de la Magna Grecia. Entre las guerras pérsicas y las guerras del Peloponeso, la Atenas de Pericles les ofrece un refugio. Si la ruina de Mileto, primer emporio intelectual, permite el auge de Atenas, el nuevo Imperio ateniense permite la integración de las filosofías nacidas fuera de Atenas, al Oriente y al Occidente. Al fin aparecen las primeras filosofías atenienses: Arquelao, Sócrates y Platón. En este ir y venir, se mantiene hasta cierto punto el sabor jónico de los orígenes. Los emigrados van suscitando a su paso nuevos brotes, nuevas tendencias. El vaivén mezcla las corrientes. En ellas encontramos las primeras exploraciones hacia la crítica.

52. La crítica, en efecto, antes de especializarse, comienza por ser patrimonio indeciso de los filósofos, en las cualidades y maneras que vamos a referir. La era de los presocráticos es todavía una era conjetural. Su conocimiento nos llega en pedacería y desperdicios; sólo lo alcanzamos mediante la tradición indirecta. Ella asume cuatro formas:

1º Las referencias de los filósofos. En Platón y en Aristóteles, por ejemplo, encontramos noticias sobre la antigua filosofía. Platón revela aquí un sentido histórico raro en la Antigüedad. Aristóteles violenta un poco las perspectivas en vista de su propio sistema; suele tomar al pie de la letra algunas humoradas de Platón, y es, en general, deficiente en sus referencias a la matemática. Entre los estoicos, Crisipo; entre los escépticos, Sexto Empírico; entre los neoplatónicos, Simplicio, se ocuparán de los viejos sistemas filosóficos. A manera de tabla mnemónica, se recomiendan al estudiante ciertos versos del último gran poeta latino, Claudiano, dirigidos al cónsul Flavio Manlio Teodoro, allá por fines del siglo IV de nuestra era.

2º La doxografía. O exposición de opiniones y doctrinas, de que es ejemplo cierto tratado de Teofrasto sobre las teorías físicas, fuente de muchos resúmenes posteriores (seudo-Plutarco, Estobeo, Ecio, Cicerón).

3º La biografía. O vidas de filósofos, género representado por Diógenes Laercio: anecdotario de escasa penetración y por eso mismo, según el punto de vista, tan indispensable como inútil (§ 502). Se trata en verdad de una obra colectiva, hecha con extractos de diversas fuentes, y sólo por comodidad de expresión la consideramos como obra individual.

4º La cronología. Eratóstenes de Cirene, Apolodoro, etcétera. Los hitos cronológicos se establecen por la culminación o acmé del filósofo, que arbitrariamente se fija en sus cuarenta años, o por sucesos históricos importantes: el eclipse anunciado por Tales, la toma de Sardis, la fundación de una ciudad, el acceso de un gobernante ilustre, etcétera (§ 49).

Entre los tipos anteriores, hay tipos intermedios, como los doxógrafos biógrafos: Hipólito, Eusebio, etcétera.

53. Grave error sería el prescindir de una materia histórica cuya única constancia es la tradición indirecta, y muy singularmente tratando de filosofía antigua. Pues véase cómo ha llegado ella al conocimiento de los modernos, muchas veces por vestigios desordenados. El socratismo tiene que reconstruirse sobre recuerdos. Poseemos prácticamente la mitad de la obra de Platón, sus diálogos públicos y no sus lecciones académicas; la mitad inversa de Aristóteles, la parte escolar o esotérica mucho más que la popular o exotérica (§ 255 y 327); fragmentos de Epicuro; las Enéadas de Plotino. Quedan las ruinas de la nueva Academia, del neopitagorismo, del antiguo y del medio Pórtico, y aun de la escuela epicúrea; aunque las cenizas de Herculano conservan abundantes fragmentos, y aunque Lucrecio se ha salvado por excepción. Mejor suerte cupo al estoicismo con Séneca, Epicteto y Marco Aurelio. Tampoco quedan mal los escépticos, gracias a Sexto Empírico; ni, gracias a Filón, los alejandrinos. En todo caso, no sería posible, por ascetismo testimonial, borrar la tradición indirecta. En cuanto a los filósofos presocráticos, se los recompone por reflejos y por miembros desarticulados. Aun puede decirse que la libertad de interpretación tolerada por este juego de rompecabezas ha multiplicado paradójicamente la influencia de tales filósofos.

54. Diógenes Laercio, en una de sus contadas ocurrencias, dice que el progreso de la filosofía es comparable al de la tragedia, la cual ha pasado gradualmente de uno a dos y a tres personajes. Que asimismo la filosofía se ocupó al principio exclusivamente de la física; Zenón de Elea la ensanchó a la dialéctica en sus inolvidables “aporias” (o “aporeos”, como quiere Picatoste en su Tecnicismo matemático, 1873); y Sócrates finalmente la condujo hasta la moral. El esquema es algo sumario, y el desarrollo de la filosofía no ha sido una suma de asuntos, sino un crecimiento o transformación. Pero la ocurrencia de Laercio puede provisionalmente aceptarse, aunque sea para manchar la tabla.

2. Físicos y sofistas: semánticos y estilísticos