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La Maleta Roja es un poderoso testimonio de Luisa, una mujer que ha vivido al límite del sufrimiento y la desesperanza, atrapada en un ciclo de violencia doméstica. Sin embargo, a pesar de los golpes físicos y emocionales, Luisa no renuncia a la vida ni a sus sueños. A través de sus vivencias, cargadas en una simbólica maleta roja, Luisa busca crear un futuro mejor para sus hijas y encontrar la paz que tanto anhela. Este conmovedor relato habla sobre la resiliencia, la búsqueda de la dignidad y la fuerza interior para seguir adelante.
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Seitenzahl: 61
Veröffentlichungsjahr: 2024
ROSARIO DE PERLAS
Rosario de Perlas La maleta roja / Rosario de Perlas. - 1a ed - Ciudad Autónoma de Buenos Aires : Autores de Argentina, 2024.
Libro digital, EPUB
Archivo Digital: descarga y online
ISBN 978-987-87-5657-8
1. Narrativa Argentina. I. Título.
EDITORIAL AUTORES DE [email protected]
Prólogo
I – La historia de muchas mujeres
II – El origen
III – Llegando desde los confines del universo
IV – Nómada por naturaleza
V – El inicio del viaje al infierno
VI – El regreso a casa
VII – El inicio de la vida adulta
VIII – Retorno a la oscuridad
IX – Escapar para sobrevivir
X – El angelito que siempre me apoya
XI – Playa, brisa y mar
XII – Una puñalada al corazón
Grita mujer tus silencios.
Si han sembrado espinas en tu huerto, si han destruido tus mejores frutos, si tus aportes se encuentran relegados, si impotente has optado por el sí y por el silencio, toma conciencia. Ha llegado tu hora, rebélate revelando, aunque como la Ibárruri, lo hagas con sonrisa de madre complaciente, pero imponiendo tu fuerza.
Grita mujer tus silencios de caminos empedrados con rabias acalladas. Seca una a una las raíces del árbol que te crece dentro. Nómbralas para que cicatricen y no quiebre tus ramas al viento. Viaja a la isla de los gritos, revela tus espantos.
Dibuja a voces ese monstruo violento. Así podrás volar libre pese a contrarios vientos, vivir, reverdecer y ser tú siempre.
Amelia Restrepo Hincapié
Escritora y poeta pereirana
Mi nombre es Luisa, soy nómada y esta es mi historia.
Hoy desperté con los recuerdos a flor de piel. Tengo cincuenta y cinco años, y de estos, más de la mitad de mi vida la he vivido de porfiada, sin dinero. Nací para errar, ir de un lugar a otro, sin un fin, un motivo, ni un destino determinado. Mi búsqueda en la vida se enfocó en cualquier lugar donde pudiera estar a salvo, sentirme segura y darles seguridad a mis hijas.
Fui golpeada, humillada, violada y maltratada física, mental, emocional y económicamente. Hoy en día, no entiendo cómo pude vivir una vida tan violenta, y, a pesar de todo, seguir sonriendo y esperando lo mejor, porque se me debe, se me debe mucho: mucha felicidad, mucho amor, mucha comprensión y muchos momentos gratos.
Soy una sobreviviente de la violencia doméstica, esa que se esconde detrás de puertas cerradas, esa que no se cuenta por vergüenza. Mis hijas también son sobrevivientes de la saña y el terror, pero también de mí misma, de decisiones tomadas con la mejor de las intenciones, pero que terminaron por hundirme en un pozo profundo y un espiral de destrucción del que recién estoy empezando a salir.
Hombres y mujeres hemos vivido esta experiencia desoladora, porque los hombres también sufren y lloran por la violencia doméstica. No hay sexo, condición o estrato social que se libre de este flagelo que nos consume, y muchos, por amor, lo soportan. Perder la dignidad de ser humano es lo más difícil de recuperar.
No es fácil enfrentarse a uno mismo, aceptar que ocurrió y que lo enmascaré por muchos años con falsa alegría, esperando que todo cambiara por arte de magia. Pensaba que al ser valiente lo superaría sola, sin exponer mi debilidad, sin aceptar que estoy cansada y que no puedo más con este pasado cruel que me persigue incluso hoy.
Cometí muchos errores en este camino, pero, sin un sentimiento que no fuera noble, ángeles llegaron a ayudarme, a acompañarme y a decirme que todo estaría bien. Y sí, soy una persona optimista por naturaleza; mi madre me enseñó que “mañana será otro día”, y que al despertar vería las cosas desde otra perspectiva, y no desde esa nube oscura y gris con la que a veces miramos la vida. Una frase pequeña, pero que encierra el secreto de todo: “el tiempo es nuestro mejor amigo y aliado”. Esas palabras son las que quiero que mis hijas incorporen a su vida, la esperanza de un futuro feliz, aunque el presente sea caótico, un futuro donde día a día se construya con alegría, optimismo y sin perder la fe.
Cuando caminamos por la vida, nos damos cuenta de que el secreto del éxito no es amasar fortunas, sino ser feliz. El estado de felicidad significa que, aunque la vida nos ponga pruebas, algunas veces muy duras, sabemos que podemos seguir adelante gracias a esa fuerza interior alimentada por la esperanza, el optimismo y la buena onda.
El secreto de la vida está en la verraquera del ser humano, en la resiliencia, en no tirar la toalla, porque, como yo, hombres y mujeres luchan día a día, caminando por el mundo entregando lo mejor de su corazón, con la esperanza de que “mañana será otro día” y llevando nuestros sueños en la “maleta roja”.
Soy una vieja hippie en busca del calor del sol para encender mis sueños, porque todavía tengo sueños que quiero cumplir. Me sorprendo y me emociono.
Mi madre, Josefina, nació en una familia tradicional antioqueña. Mi abuelo trabajaba como capataz en una finca y mi abuela se encargaba de alimentar a los trabajadores y de educar a sus siete hijos.
Para calmar la inquietud infantil, en la mitad del patio de una casona vieja, ella mezclaba siete granos diferentes: frijoles, lentejas, maíz, garbanzos, cebada, arvejas y habas, y a cada uno de sus hijos le tocaba separar su grano asignado durante horas. Así se entretenían y no peleaban.
Una mañana, como era de costumbre, mi abuelo montó en su caballo y cabalgó al pueblo más cercano a comprar los víveres del mes para alimentar al batallón que tenía por familia. Siempre, al terminar la jornada, compraba su billete de lotería y jugaba al chance, apostando en esos juegos de azar en los que los parroquianos ven su oportunidad de ganar varios premios y de salir de la pobreza por obra divina, por obra del sagrado rostro, del Divino Niño Jesús o de la Virgen del Carmen, que reciben los pedidos ensordecedores de toda la humanidad. Pues dio resultado, ese mismo día se ganó la lotería y el chance, y acompañado de su familia planeó lo que sería el nuevo rumbo de sus vidas.
Envío a sus tres hijos mayores, Martín, Ramón y mi madre, a estudiar a Medellín con las hermanas de mi abuela Lola, que los esperaban amorosamente con las tías Ninina, Rosita y Graciela. Los varones ingresaron al Colegio La Salle y mi madre a La Enseñanza, un colegio de monjas.
Sin pensarlo dos veces, mi abuelo buscó radicarse en Pereira. Con mi abuela y sus cuatro hijos menores, tomó rumbo hacia donde vivían sus hermanos para emprender un nuevo negocio: una droguería que se mantuvo abierta durante muchísimos años en Pereira, además de una finca a treinta kilómetros de la ciudad y una tienda en la Plaza de Ferias, donde de día se compraba leche y huevos y de noche se vendía aguardiente. Desde ese momento, para todos cambió el rumbo de sus vidas.
Los hijos mayores que estaban en Medellín terminaron el bachillerato y regresaron a Pereira. Mi madre, con diecisiete años, empezó a trabajar en una empresa de telecomunicaciones como operadora y supervisora. Lo hizo durante veinticinco años hasta que se jubiló.