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Es un análisis, desde el punto de vista sociocultural, acerca de la mujer indígena, la doble discriminación de que ha sido objeto –por ser mujer e india–, en la visión occidental de la conquista de América. Destaca las formas extremas de violencia física y cultural a que fue sometida la mujer india a lo largo del encuentro entre dos culturas. Se centra en un aspecto: las relaciones eróticas de la mujer indígena con el conquistador.
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Seitenzahl: 117
Veröffentlichungsjahr: 2025
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Edición: Enid Vian
Diseño interior, cubierta y realización de imágenes: Yisell Llanes Cuellar
Emplane digitalizado: Madeline Martí del Sol
© Carmen Bohórquez, 2023
© Sobre la presente edición:
Editorial de Ciencias Sociales, 2024
ISBN 9789590626067
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INSTITUTO CUBANO DEL LIBRO
Grupo Editorial Nuevo Milenio
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www.nuevomilenio.cult.cu
La relación con el Otro solo nos autoriza a comprenderlo, pues el solo hecho de que sea otro, ya nos impide el pensar o el querer en su lugar.
Claude Lévi-Strauss
Las otras sociedades no son tal vez mejores que las nuestras; pero
aunque lo creamos así, no tenemos a nuestra disposición ninguna manera de probarlo.
Claude Lévi-Strauss
Aunque este ensayo fue publicado hace varios años en la revista Estudios. Filosofía Práctica e Historia de las Ideas, 2(2), diciembre, 2001, en Mendoza, Argentina; el hecho de que no haya sido conocido en Venezuela y otros países del norte de nuestro continente; aunado a la actual campaña llevada a cabo por la derecha española, en la que se pretende resucitar la leyenda dorada de la conquista y colonización española sobre Nuestra América, nos ha exigido revisarlo y ponerlo nuevamente en discusión como respuesta a tal pretensión. En esta oportunidad, hemos agregado imágenes que ilustran y subrayan lo afirmado.
Como es sabido, la pretendida legitimación de esa leyenda dorada de la conquista y colonización española de lo que terminará llamándose América, se sustenta sobre la negación total de la existencia de los grandes valores civilizatorios que portaban los pueblos y culturas habitantes de este continente desde miles de años antes de la invasión; para así convertirnos en eternos y agradecidos deudores de una gesta que si llegó a imponer una lengua, una cultura y una religión, como tanto lo pregonan, lo hizo sobre la sangre, el sometimiento y la negación física y espiritual de millones de seres humanos que ya tenían una lengua, una cultura y una religión. Pueblos, que, de otra manera, hubiesen podido compartir y hasta superar con sus conocimientos, saberes, religiones y lenguas a los pueblos más desarrollados de la Europa de entonces.
Ante tal insostenible y éticamente condenable pretensión, se hace necesario que todos nos aboquemos no solamente a mostrar la falsedad de dicho empeño sino a esclarecer de una vez por todas, la verdad histórica de lo ocurrido en esos tres siglos de injuria y opresión. Con ello, habremos de callar por siempre las voces distorsionantes de nuestra historia y dejaremos constancia ante el mundo de las infinitas posibilidades culturales que los pueblos de Nuestra América encerraban. Pueblos que, tal como ocurre con cualquier otro pueblo avasallado en el mundo, la humanidad deja de conocer y de aprender de ellos, cuando la ambición imperial hace creer que hay ciertos seres “superiores” o “escogidos” para imponer a sangre y fuego su modelo; y luego, cínicamente, pretenden esconder su crimen bajo mantos “bienhechores”; lo que, en nuestro caso, se tradujo en el más grande genocidio y etnocidio cometido en la historia de este planeta.
La Autora
Hombres, mujeres y niños arrojados por los conquistadores a un foso con estacas.
Escribir una historia de la mujer indígena en Nuestra América supone el análisis y reconstrucción de situaciones que se manifiestan no solo en múltiples ejes espacio-temporales, sino, además, en múltiples y a veces contradictorios planos socioculturales. Doblemente marginada, como mujer y como india, solo en contadas ocasiones la mujer indígena ha sido considerada por la tradición histórica occidental como objeto valioso de estudio. Y en los casos en que lo ha sido, resulta casi imposible poder precisar su imagen real a partir de descripciones históricas a menudo distorsionadas por una visión occidentalizadora, cristiana y machista. Si a esto agregamos la distorsión que subyace en el presupuesto mismo con el cual Occidente ha construido la historia de Nuestra América, es decir, a partir de la dicotomía civilización-barbarie, y no como producto del enfrentamiento de culturas diferentes pero igualmente válidas; no resulta entonces extraño que la imagen de la mujer indígena termine diluyéndose y confundiéndose con la de un ser abyecto y demonizado.
Por otra parte, la tradición histórica occidental ha privilegiado las acciones heroicas de individuos en detrimento de las acciones anónimas de colectividades de individuos; llámense estas pueblo, comunidades, masas o grupos marginales. Soloen los casos en que la acción de estas colectividades ha provocado cambios verdaderamente radicales en el curso de los acontecimientos, ellas han merecido lugar destacado en la historia. Sirvan de ejemplos la Revolución francesa y la Revolución bolchevique. En el resto de los casos, estos grupos de individuos, pueblos y hasta culturas enteras han venido conformando en la historia una especie de público de galería, arrastrado emocionalmente por la acción dramática que contempla.
Solo en tiempos recientes los historiadores han comenzado a preocuparse por esas masas “anónimas”, o por esos grupos marginados e indiferenciados. Como resultado, contamos hoy con varios estudios serios que intentan reconstruir, si no su pensamiento, por lo menos las condiciones concretas de su existencia. De esta manera, las excavaciones arqueológicas, junto con los archivos parroquiales, los registros públicos, los expedientes tribunalicios, se han convertido en fuentes privilegiadas para el estudio de la vida cotidiana y del sistema de valores adoptados por estos sectores olvidados de la historia. Algunos de estos estudios están dedicados a la mujer; y de entre ellos, muy pocos, a la mujer indígena.1
1Pilar Alberti Manzanares encontró que de 808 artículos publicados en laRevista de Indias, desde su aparición hasta 1988, solo 100 trataban el tema de “lo indígena” y, de estos, solo 7 se referían específicamente a la mujer indígena.Cf. Pilar Alberti Manzanares: “La mujer indígena americana enRevista de Indias”, enRevista de Indias,187: 683-690, 1989.
Al porcentaje aún precario de estas recientes investigaciones —en relación con universo hacia el cual se proyectan— se unen los condicionamientos ideológicos adicionales que en la cultura occidental acompañan al ejercicio de una condición catalogada aún de inferior: el ser mujer. Ejercida esta condición, además, dentro de una circunstancia histórico-cultural igualmente considerada como inferior: el ser indio. La conjugación de ambas condiciones se constituye en dificultad de no poca monta en el intento de construir una historia del ser femenino indígena.
Dejaremos de lado, en el presente caso, el problema de las categorías de “indio” o de “indígena”; no porque nos parezca de poca importancia, pues las consideramos estigmáticas, sino por conveniencias metodológicas y de concesión a la bibliografía manejada y a los usos y costumbres del contexto en el cual se inscribe este tipo de trabajo.
Este ser femenino indígena se sitúa, además, en las coordenadas de un continente que, como es sabido, fue sometido a un proceso de conquista y colonización caracterizado por formas extremas de violencia física y cultural; y cuyas circunstancias de realización se revelan mucho más en sus consecuencias, que en los textos de quienes testificaron su ejecución. Tal es la maraña de intereses, valores, creencias, representaciones, ambiciones y otras motivaciones inconfesadas que determinaron, ocultaron, exageraron, deformaron y hasta inventaron “hechos”, que luego fueron constituidos en historia.
En esta historia de la América Latina construida por Occidente, dos tesis ampliamente difundidas y relacionadas entre sí, tienen que ver específicamente con la mujer indígena. La primera, un tanto metafísica, refiere al fundamento mismo del ser latinoamericano actual: el mestizaje. La segunda, toca el aspecto más profundo de la subjetividad: la erótica. La relación entre ambas tesis se expresa en la sugerida proposición de que el mestizaje —y con él, la construcción de la nueva cultura— fue posible gracias a la disposición, “incitadoramente” voluntaria, de la mujer indígena, para el abrazo amoroso con el conquistador.
A todas luces, esta proposición, implícita en la mayor parte de los cronistas y en no pocos historiadores contemporáneos, tiene como propósito inicial el de exculpar al macho conquistador de los actos de violación, individual o colectiva, perpetrados contra la mujer indígena. En segundo lugar, esta proposición agrega una justificación a posteriori del hecho general de la conquista y colonización de América por parte de Europa, y de España en particular. Sostendremos, en consecuencia, que la revalorización positiva que se pretende hacer hoy del mestizaje como hecho histórico-cultural, constituye una legitimación anacrónica2 de la violencia ejercida contra las diversas culturas que poblaban el continente americano. Violencia que provocó en estos pueblos una ruptura radical de su proyecto histórico y la pérdida definitiva de su autonomía y libertad.
2La revalorización actual del mestizaje (acentuada durante la celebración del V Centenario), no solo encubre la violencia de su origen, esto es, la utilización de la mujer indígena como objeto sexual, sino que obvia el hecho histórico que refuta su valorización. En efecto, poco se dice con respecto a las normas de segregación racial que estuvieron vigentes durante toda la colonia, y aun después de la independencia. La curiosa tabla de clasificación de las mezclas raciales que nos ofrece Ángel Rosenblat en su libroLa población indígena y el mestizaje en América(Editorial Nova, Buenos Aires, 1954), constituye un claro ejemplo.
Asimismo, intentaremos demostrar que la consensualidad y participación incitadora que se le atribuye a la mujer indígena en la constitución biológica del mestizaje, constituye un intento de ocultar o minimizar la violencia sexual ejercida contra ella; violencia que, con toda probabilidad, se dio desde el mismo primer momento en que su desnudez quedó expuesta a la mirada cargada de tabúes del macho cristiano.3
3No es muy diferente esta actitud de la que actualmente debe enfrentar una mujer cuando resulta víctima de una violación. Si logra llevar a su agresor ante la justicia, la carga de la prueba le corresponderá a ella. El mínimo indicio de supuesta incitación, podría dejar libre a su agresor.
Es evidente que para que la revalorización del mestizaje como hecho histórico-cultural cumpla su función legitimadora, se hace necesario despojar primero al hecho biológico de cualquier referencia a la violencia con la cual fue cometido. Para ello, nada puede ser más conveniente que construir una erótica en la cual no solo la iniciativa sexual parta de la mujer, sino que esta iniciativa se presente acompañada de todos los “vicios” que una mujer pueda ser capaz de albergar. De esta manera, ninguna norma social, ningún principio cristiano, ningún código moral se verá afectado y la bondad del macho ejecutor permanecerá inmaculada. Es de nuevo el mito de Adán y Eva; solo que esta Eva, por no ser blanca y no reconocer la existencia del verdadero Dios, resulta mucho más perversa y degenerada que su homóloga en cuanto a los instrumentos y fines de la tentación.
Así, es dable decir que como hecho histórico-cultural, el mestizaje se constituyó en América Latina entre el amor y la muerte. En tanto que su legitimación fue proveída por los textos de cronistas y viajeros de Indias, y contó con la bendición de la Santa Iglesia Católica.
Ahora bien, para la fundamentación y contrastación de las hipótesis señaladas, hemos tratado de utilizar la mayor diversidad de textos y documentos primarios a nuestro alcance. Una investigación posterior más amplia será evidentemente necesaria para afinar conceptos y cubrir el mayor universo posible. Hemos tratado de complementar la información aportada por las fuentes primarias, con estudios contemporáneos sobre el papel de la mujer indígena en el proceso de conquista y colonización de América por parte de España.4 Creemos, sin embargo, que las dificultades metodológicas de una historia de la mujer indígena trascienden la propia disponibilidad de fuentes, por muy abundantes y variadas que puedan ser. De ello escribiré más adelante.
4Se hará después necesario realizar un estudio comparativo del papeldesempeñadopor la mujer indígena en los procesos colonizadores de otras potencias europeas, distintas a España, en América.
Asimismo, hacemos la salvedad de que lo que intentamos realizar aquí corresponde a una aproximación interdisciplinaria sobre el tema; es decir, que conjugamos el análisis histórico con interpretaciones antropológicas, económicas y filosóficas.
Finalmente, se hace necesario advertir que este trabajo adolece de una deficiencia metodológica seria, pero inevitable por el momento: el problema de la generalización del tema tratado. Nos excusamos valiéndonos del mismo pecado cometido en las propias fuentes, desde Colón en adelante. No olvidemos que la aplicación del término ‘indio’ totalizó de un solo plumazo la gran diversidad de culturas que poblaban el territorio americano desde miles de años antes de la llegada de los europeos; y que la aplicación genérica y homogeneizante de leyes, cédulas u ordenanzas, pero sobre todo de la moral cristiana, terminó por disolver en el “ser de la nueva Totalidad”, la individualidad y aún la diversidad lingüística y cultural de los pueblos conquistados.5
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