La Red - Martín German - E-Book

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Martín German

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Beschreibung

Durante 82 días, Martín, internado en un centro psiquiátrico, escribe su diario. Entre la lucidez y la alucinación, reflexiona sobre su pasado, su presente caótico y su futuro incierto. Enfrenta el peso de la soledad, los traumas, los medicamentos, los vínculos rotos y la marginalidad. Sin filtros ni censura, el protagonista nos abre la puerta a su mente atormentada, su búsqueda de sentido y su lucha constante por sobrevivir en un mundo que parece haberlo olvidado. Un testimonio descarnado, humano y profundamente conmovedor.

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EPUB
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Seitenzahl: 414

Veröffentlichungsjahr: 2025

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MARTÍN GERMAN

La Red

German, MartínLa red / Martín German. - 1a ed. - Ciudad Autónoma de Buenos Aires : Autores de Argentina, 2025.

Libro digital, EPUB

Archivo Digital: descarga y online

ISBN 978-987-87-6559-4

1. Narrativa. I. Título.CDD A860

EDITORIAL AUTORES DE [email protected]

Índice

Día 1

Día 2

Día 3

Día 4

Día 5

Día 6

Día 7

Día 8

Día 9

Día 10

Día 11

Día 12

Día 13

Día 14

Día 15

Día 16

Día 17

Día 18

Día 19

Día 20

Día 21

Día 22

Día 23

Día 24

Día 25

Día 26

Día 27

Día 28

Día 29

Día 30

Día 31

Día 32

Día 33

Día 34

Día 35

Día 36

Día 37

Día 38

Día 39

Día 40

Día 41

Día 42

Día 43

Día 44

Día 45

Día 46

Día 47

Día 48

Día 49

Día 50

Día 51

Día 52

Día 53

Día 54

Día 55

Día 56

Día 57

Día 58

Día 58

Día 59

Día 60

Día 61

Día 62

Día 63

Día 64

Día 65

Día 66

Día 67

Día 68

Día 69

Día 70

Día 71

Día 72

Día 73

Día 74

Día 75

Día 76

Día 77

Día 78

Día 79

Día 80

Día 81

Día 82

Día 1

Las imágenes en mi mente estaban desbastándome.

Me levanté de la cama. Estaba aterrado de mí mismo y de los demás. Aunque sabía por qué me temía a mí, pero era un misterio del estilo de un rompecabezas de 10.000.000 de piezas lo que me tenía asustado de los otros.

No sabía qué era la normalidad de ciertas personas, afianzadas sobre todo en sus pensamientos, que levantaban cada uno de los ladrillos de sus casas y sus mentes.

Mi cabeza funcionaba como una ventana abierta constantemente por la cual desfilaba lo más absurdo, lo más inteligente y lo más terrorífico que quizá solo Lovecraft se hubiera imaginado.

Tal vez Dios se estuviera riendo de mí, o tal vez trataba de ayudarme, más el diablo metía la cola cada vez que tenía la oportunidad. Y yo era un títere con buenísimas y malísimas intenciones.

Una vez me dijeron que el arte sublimaba. Pero yo escribía solo porque tenía miedo de lo monstruoso que podía ser.

El mate, compañero eterno junto al maldito cigarrillo. Y el papel en blanco mirándome, diciéndome: ¿Vas a poder escribir algo que valga la pena o no? Entonces empezaba a usar la birome pero nunca sabía si salía algo bueno o malo.

Escribía desde hacía 20 años. Y el recuerdo casi fantasmal me decía que también lo había hecho por miedo, aunque seguramente las circunstancias fueran otras.

Es diferente el miedo de un niño que el de un adulto, aunque hay líneas encontradas.

Buscaba en pastillas recetadas y no tanto el alivio, pero este se hacía desear, como una mujer histérica.

Me sentía triste, triste por lo que era, por lo que poco a poco me había ido convirtiendo. Sentía la fuerza de una estúpida pero poderosa corrupción recorriendo mis venas y llegando a mi corazón, literal y metafóricamente.

Trataba de buscar la vuelta para no sentirme así, pero había corrido mucha agua bajo el puente y, aunque tenía esperanzas de volver atrás y ser como antes, alguien mucho menos torturado, percibía muy difícil esta retro reconstrucción.

Desde antes de todo este maldito infierno en el que me hallaba ahora, y tal vez por lo cual ahora me hostigaba, había descubierto que mi entupida vida no era como la de cualquier hijo de vecino. Demasiadas, demasiadas cosas habían pasado antes que el veneno fuera entrando en mi cuerpo.

Los recuerdos totalmente nítidos se amontonaban en mi mente y querían reconstruir una verdad absurda y psicótica, pero verdad con cada una de sus letras marcadas a fuego.

Esta certeza de lo que pasaba a mi alrededor, poco a poco y después de un tiempo de extremada euforia, me había hecho caer en desgracia. El paso por diferentes hospitales psiquiátricos, las charlas con médicos y psicólogos que, aun de saber que no mentía, hacían todo lo posible con palabras y pastillas para que creyera que algo tan tangible como la birome entre mis dedos se convirtiera en una enfermedad con nombre y apellido: esquizofrenia paranoide.

Durante un buen tiempo, y sin nunca bajar los brazos en cuanto a mis vivencias totalmente reales, hablé con ellos, como se diría a calzón quitado, contando absolutamente todo lo que me ocurría.

En algún momento descubrí la intimidad de mi sinceridad y, con respecto a mi infierno particular y al mundo perfectamente armado que me acompañaba en casas, hospitales, calles y demás, comencé a mentir indiscriminadamente a mis terapeutas. Todo estaba bien de mi boca para afuera cuando con ellos conversaba.

La gente ya no me conocía por la calle. La casualidad regía mi vida. Las imágenes monstruosas habían abandonado mi mente.

Un psicólogo que por entonces me atendía me dijo una tarde, sonriendo ante mis mentiras: “¡Ya estás curado! Ahora siempre mirar hacia adelante y nunca más estar internado, ¡es una nueva vida!”.

“¡Sí, sí!”, dije yo sonriéndole, como emocionado y sintiéndome con ganas de vomitar en las puertas del cielo.

Aunque sabía que el mentiroso no era precisamente yo.

Los psicólogos son los policías de la mente, y ese en particular era un comisario.

Creo que los que estudian psicología no pueden soportar su propio morbo y deciden escuchar el de los pacientes para hacer catarsis.

Yo soy violento, y las películas violentas, luego de verlas, me ayudan a sentirme más tranquilo, cuasi reflexivo.

Las vueltas de un destino totalmente armado y sin lugar para el azar me hicieron noviar, hace buen tiempo, más de dos años, con una psicóloga. Fue, en general, una de las mujeres más malas que conocí.

Cuando cuento a algún otro “loco” que salí con una terapeuta, parecen sorprendidos y admirados; y yo me siento el tipo más desdichado, usado y cornudo del mundo.

No es que mis otras mujeres fueran desdichadas sin virtudes, pero ella se llevó todos los malos premios.

Tuve un sueño terrorífico y totalmente vivido en el que la mataba, no solo a ella, sino también al tipo que sospechaba, casi con certeza, que era su amante continuo. Tal vez hubo alguno que otro más esporádico.

Al fin, un día la dejé. Todo me había superado y no vivía más que para sufrir por nuestra relación.

Después de ella tuve muchas mujeres, algunas bastante tiempo y otras solo una noche.

Pero yo había cambiado. En cuanto sentía algún cosquilleo romántico, las dejaba. Y cuando no había ni un poco de romanticismo y solo diversión, cuando se aburrían, ellas me dejaban a mí.

Ahora estaba solo.

Me sentía alejado de las mujeres, de poder tener aunque sea un flirt, ni que hablar de una relación estable.

La soledad era mi única compañía y consejera.

Solo mi mente dictándome a diario los pasos de mi vida, erróneos casi siempre.

Día 2

Desde que tenía recuerdos, y a pesar de tener una buena relación –aunque no siempre– con el resto de los mortales, una especie de, como diría Henry Miller, solicitud, una soledad buscada, me acompañaba.

A los 5 años, a los 10, a los 20 y ahora a los 34, seguía igual. Según los hindúes, sería mi karma. Y como me dijo hace mucho un amigo: siempre estamos solos.

En los momentos de más dolor o alegría, llega algo de nuestros sentimientos a los demás, pero lo intrínseco, la soledad del todo, queda dentro nuestro.

Hace poco volví a ver Taxi Driver. Es el documento fílmico que creo mejor muestra la soledad. Aturde, enloquece, y a veces los finales son trágicos.

Mientras escribo, la televisión encendida vomita las noticias: las quejas de los tripulantes del trasatlántico Queen Mary, las bandas de rock que pasaron por el festival Gessell Rock, el escape de los ladrones del robo de un banco en Acassuso, la muerte de un joven argentino golpeado en playas brasileñas.

Nada me interesa. Nunca me interesaron las noticias. Me entretengo más sacándome los mocos.

Con estos párrafos no voy a escribir el libro más groso del planeta, pero al menos lleno un cuaderno, que en blanco no diría nada –aunque muchos pueden decir que ahora tampoco dice nada–.

Pero la verdad: ¿no es un placer sacarse los mocos?

Quien diga que no, es un mentiroso profesional. Hurgar con el dedo pulgar y el índice, sacando las costras de los mocos secos que muchas veces vienen acompañados de otros pegajosos y largos. Y al sacarlos, mirarlos –más bien admirarlos– para luego dejarlos pegados debajo de la mesa o la silla de turno. Y muchas veces sacudir las manos frenéticamente porque se nos quedan pegados y parecieran haberse encariñado con nosotros. Bueno, al fin son parte nuestra como los pelos, las uñas o las heces.

Y cuando uno se desprende de una cantidad considerable de algo, se asombra y se contenta:

¡Cómo cagué!

¡Cómo acabé!

¡Qué moco!

¡Me corté todo ese pelo!

¡Qué largas tenía las uñas!

Vemos todo lo que se nos va yendo: en el espejo, la juventud, que también nos asombra, pero no alegra, salvo cuando uno es joven y, en vez de vejez, ve crecimiento.

Como diría Albert Einstein: “todo es relativo”.

Día 3

Hace unos días leía Playboy una antigua entrevista a Mohamed Alí, el tipo escribía bastante bien y pegaba mucho mejor. Pero lo interesante es la visión de cómo el mundo islámico y la misma naturaleza se iban a “enojar” con Estados Unidos. Tan clara visión como el blanco que eran las mandíbulas de sus contrincantes para sus puños.

Era un grande. Y después de leer la entrevista lo creo aún más. De adolescente quise ser boxeador. Pero no tuve las pelotas suficientes para convencer a mis padres.

“Los boxeadores terminan todos mal” decía mi vieja y tengo que reconocerle un gran margen de verdad.

Pero yo terminé mal sin ser boxeador, así que mejor no imaginar si lo hubiera sido.

Era un día extraño, caluroso, y lluvioso y todo pasaba en una lenta fluidez por mi cerebro.

Desfilaban tantas cosas que no sabía en qué pensar.

Fumaba de a ratos sin demasiadas ganas. Tenía apetito pero no sentía fuerza ni para acercarme a la heladera. La televisión encendida despedía estupidez y alienación. La radio tontas canciones de amor. Qué hacer con el tiempo. Qué hacer por la vida.

Escribir es una buena opción pero el sacrificio es muy grande y muy pocos llegan, pero el gusto vale la pena.

Día 4

Hace unos días que estoy engripado. No hago más que dormir, fumar, comer, cagar.

Ya fui dos veces a consultar con la clínica médica del maldito hospital.

En la primera ocasión la doctora me trató bastante bien. Me recetó no fumar, tomar bebidas calientes y reposar durante 48 horas. Me dijo que “Una gripe dura una semana con médicos y una semana sin ellos”. Pasados los dos días la regencia del híbrido entre hospital y hogar en el que resido me mandaron de vuelta al médico.

Esta vez la doctora no me trató bastante bien, sino bastante mal.

—Te dije que una gripe dura una semana. ¿Para qué viniste?

—Bueno, me mandaron.

—Yo ya te veo bien.

—Pero es que me siento agotado, todo lo que hago me cuesta el triple.

Me miró y no dijo nada. Agarró una hoja y comenzó a escribir. Pude leer mientras lo hacía.

“Tomar bebidas tibias, mate, café, té. No fumar por una semana”.

Después colocó la hoja dentro de mi historia clínica.

—Bueno, ya está.

—Doctora, necesito una nota para el trabajo.

Me observó, en sus ojos pude ver un nubarrón de odio.

—A mí me operaron del hombro y ya estoy trabajando, vos ya podés trabajar.

Igualmente tomó una hoja del recetario y escribió. “Reposo 48 horas”, y firmó. La bronca movía la birome mientras lo hacía.

Luego me fui.

Mientras regresaba al híbrido encendí un cigarrillo. El resto del día paso sin demasiadas penas ni glorias.

Por la mañana siguiente tuve que ir a extraerme sangre para una serie de análisis clínicos.

Me levanté a las 07:30, fumé, tomé agua casi congelada por la heladera y después arranqué.

Al llegar al laboratorio solo había un paciente antes que yo hablando con dos mujeres que estaban del otro lado del mostrador.

Una era bastante vieja con rulos y cara arrugada y cansada de lo que debía hacer. La otra tendría unos 40 y tantos años, era morocha de tez, el pelo caoba, anteojos y se le notaba cierta calidez difícil de encontrar entre los empleados públicos.

Después de que el otro paciente se retirara, me dirigí directamente a la mujer cálida, pasándole la receta con la orden del análisis. Me hizo pasar por una puerta lateral y sentarme en una silla con un apoyabrazos. Mientras me hablaba dulcemente, ató a la altura de mi bíceps derecho una manguera de goma fina.

Me contó que quería hacer una biblioteca en su casa; y que no encontraba ningún lugar que le pueda vender la madera adecuada.

Yo le sugerí que preguntara en alguna carpintería de barrio, donde los trabajos son más personalizados. Le di en señas generales de una que quedaba a una cuadra de mi casa en Chacarita. Pero ella vivía en Avellaneda.

Me preguntó si trabajaba y le conté un poco sobre los talleres de rehabilitación psiquiátrica a los cuales asistía.

Después clavó la aguja en mi vena y un poco de mi sangre llenó la jeringa.

Al irme, me saludó con un agradable “Chau, cielo”.

La verdad es que no era mi tipo de mujer, pero mientras volvía al híbrido me sentía mejor.

Día 5

En estos extraños días, en tan singular lugar, me siento entre alineado y sabio.

Trato de no llegar a lo más profundo de mis pensamientos porque tengo miedo, cuando me acerco a esas profundidades, veo una gran oscuridad.

Hago ejercicios diariamente, una hora cada vez. Peso 90 kilos y debería tener 65 nunca estuve tan excedido.

Las pastillas, la comida en abundancia y la desidia del hospital contribuyeron a que las grasas invadieran mi cuerpo.

A veces por las noches siento ahogarme y tengo miedo de dormirme. Me despierto sobresaltado unas cuantas veces hasta que las pastillas me vencen y me duermo. Aunque no tengo demasiados deseos de vivir, tengo miedo a la muerte.

El maldito mundo sin azar que me acompaña desde que tengo memoria me sigue golpeando con sus nada coincidentes coincidencias a diario.

No sé cómo manejarme con todo esto y estoy volviéndome cada vez más loco.

Tengo ganas de escribir un guion cinematográfico. El pasado domingo después de haber dormido solo 4 horas por la noche, me recosté en la cama deshecha por la tarde intentando una suerte de siesta, que se convirtió en una sucesión de imágenes y pensamientos fílmicos casi oníricos. Hasta cumplir un cuaderno nuevo para comenzar a escribirlo, pero aún no pude plasmar en un papel ni una sola palabra.

No puedo salir del maldito agujero en el que estoy metido. No sé cómo hacerlo, no tengo ni una pizca de idea.

En la televisión pasan “Harley Davidson y Marlboro Man”, yo tomo café y fumo cigarrillos las ilusiones de una vida mejor se desvanecen un poco más.

Día 6

Hace casi dos años que estoy medicado con una cantidad infernal de pastillas psiquiátricas. Me mantuvieron dormido, gordo, igual de mal que al principio.

Hace unos días tuve un episodio muy extraño, donde al menos creo que casi caigo en coma. Me quitaron casi toda la medicación de un día para el otro. Ahora hace una semana que estoy nervioso, ansioso, olvidadizo, fumo como una locomotora y tengo miedo.

Me cuesta dormirme. Cuando comienzo a entrar en sueño, siento sensaciones extrañas. Hoy se me parece que el corazón va a detenerse, y aunque no tengo demasiadas ganas de vivir –ya sea porque viví demasiado, demasiado mal, y muchas veces me siento el idiota más grande de la historia del universo–, tengo miedo de morir.

Todo me resulta extraño, y aunque al lector le parezca repetitivo, no concibo la casualidad ni el azar.

Quizá mi “enfermedad” no tenga cura, y uno de mis pensamientos más oscuros y terroríficos me tiene internado de por vida en un neuropsiquiátrico hasta que se me caigan todos los dientes, no pueda ni caminar y ande en silla de ruedas como algunos pobres viejos que veo en las salas de crónicos, o mangueando algún cigarrillo en los pasillos del hospital.

Mi búsqueda es la de la verdad. Ya quise saber qué me trajo aquí y a tantos otros psiquiátricos, cuando cada una de esas cosas no fueron ni voces escuchadas ni problemas “psiquiátricos”, sino una red que, aunque me vaya y me desgañite el cerebro intentando armar las piezas de cómo era el putísimo seguimiento que hacían con mi vida, nunca pude descubrir.

Recuerdo una vez el grito de un vecino diciendo: “Te vas a volver loco tratando de averiguarlo”, y lamentablemente sus palabras son mi “salud” desde hace dos años.

Tuve y tengo gente a mi lado que, en chispazos, me confirman mi verdad. Hasta psiquiatras y psicólogos. Pero siempre estoy dudando.

Imagínense que la certeza de uno está confirmada y desconfirmada con cada una de las personas con las que uno habla de ello. Enloquece. Aunque en lo más intrínseco de su ser, uno sabe la verdad. Y esa verdad es más loca que la esquizofrenia, la psicología y las neurosis obsesivas.

No estoy escribiendo para contar la historia de todo lo que pasó y pasa, sino del sentimiento que deja en mí todo eso, de que a veces me siento un hijo de puta y a veces un tipo bastante bueno. Y como digo antes, eso me convierte en un idiota. Uno que fluctúa todo el tiempo entre mil personalidades distintas que lo convierten en nada.

Sin ser melancólico sino totalmente sincero, siento eso: nada.

No hay llegada sin lucha, y aunque no sé si he de llegar, y ni siquiera sé cuál es la meta, no voy a bajar los brazos. Lo cual no quiere decir que tenga ni una pizca de pasión en lo que hago. Total, es la nada.

El universo no es nada más que la ilusión de los hombres para poder seguir adelante.

Todo es fútil, y no pelo de punk ni nitzschieano, pelo de humano y perdedor.

Veo en cada acto inutilidad. Todo es una farsa. Estamos todos muertos en vida, y Dios, en el que creo –tal vez por miedo o por ósmosis materna–, nos abandonó a todos a una suerte más perra que la que tuvo su hijo en la cruz.

Todos estamos crucificados, y los que no lo están son los que martillan los clavos en nuestras manos y pies.

Quizá mis depresivas alusiones escritas se deban a que hace demasiado tiempo que no vivo bien. Pero ¿quién lo hace?

Cito una canción de Érica García: “Está todo bien, o está todo para el orto”.

Un empresario, un asesino, una cruz, un indigente, un empleado, un loco. Todos estamos condenados.

Querer vivir para siempre es ilusorio y falaz. Sabemos que la muerte nos condena, y quien quiere vivir la vida más de mil veces parece la misma parca, acercándonos de a poco a cada pizca de ilusión.

Todo nos traiciona.

Ni la democracia, ni el capitalismo, ni el comunismo, ni el fascismo, ni la anarquía. Todo falla, falló y fallará.

El ser humano falló. El mundo falló. El sol, la luna y las estrellas fallaron.

Echar un polvo con una mujer que nos excite ayuda, pero termina como termina una buena película, y solo queda el recuerdo y la alegría de pensar en lo que ocurrió.

Quizá lo más alegre sean los recuerdos; hasta los malos son los que nos conectan con aquellos hechos o sentimientos de lo que fuimos, y por ellos somos.

Como dije antes, en mi humilde opinión de internado psiquiátrico: “los recuerdos son todo, y todos no somos nada”.

Día a día vamos perdiendo la cordura. Poco a poco, los rótulos psiquiátricos no son absolutamente nada; se va yendo en alineación laboral, en parejas, en colectivos repletos, en falta de dinero y en la puta futilidad del sinsentido de todo.

Desde que tengo recuerdos, nada me sale, ni sale bien. Estamos perdidos, agotados y limitados.

Un jefe es presionado por accionistas, el gerente por el jefe, el encargado de empleados por el jefe, y los empleados por el jefe. Todos jodidos. Y la saña que va de arriba hacia abajo, ve de abajo hacia arriba.

El día que nunca llegará, en que las masas se levanten, será tan inútil como el funcionamiento actual. Y al fin los desposeídos estarán en presión de arriba hacia abajo, tan jodidos como los mismos accionistas.

Día 7

Ayer por la noche fui a acostarme a las 21 h cuando todavía eran las 2 de la mañana seguía despierto y casi a esa altura puede coincidir el sueño. Me desperté a las 5:30 antes de que sonara el despertador puesto para las 6. Durante mi insomnio los mosquitos me volvieron si se quiere todavía más loco y enfermo de lo que estaba, me puse repelente, tiré flit y no, no había caso.

En un momento mientras estaba acostado boca arriba uno se posó en mi oreja mientras zumbaba, después pasó a mi mejilla y tratando de aguantarlo, porque estaba más cansado de espantarlo que de las picaduras y los ruidos, lo dejé estar, entonces fue hasta mi ojo derecho y el muy hijo de puta me picó allí. No sé si lo maté o no pero casi me dejó el ojo negro del golpe.

Con esas pequeñas 3 horas de sueño fui a trabajar a los talleres protegidos, uno allí va rotando por diferentes oficios. Es un lugar para internados o exinternados donde se intenta una rehabilitación psiquiátrica y reinserción laboral.

Yo estoy en cerrajería y le tome bastante el gusto al asunto, allí no hay que pensar más que en las cerraduras y cómo repararlas, no deja tiempo para que la mente divague y cuando mi lo empieza a hacer, lo de divagar digo, puede llegar a estados tan catastróficos para mi jodida alma que es mejor ni empezar a pensar.

Bueno volviendo al día laboral más dormido que despierto sin casi herramientas de cerrajería, con una llave de otra cerradura y limando afanosamente pieza por pieza, 10 minutos antes de terminar la jornada de trabajo pude correr la primera vuelta del pestillo. Me sentí como Superman y después lo que relato en días anteriores y mi sentimiento interior desde hace más de dos años. Me levantó una pizca el espíritu.

Por supuesto volver después al hogar híbrido sin ganas de hablar con nadie de la jefatura, ni de comer, ni de hacer una mierda y sabiendo que no quedaba otra tiró de nuevo hacia bajo mi fucking estado de ánimo.

Dormí, cuando se fueron cerca de las tres de la tarde, medía hora o 45 minutos y me desperté escuchando el despertador y teniendo un flash tras otro de imágenes que ni recuerdo no sé si en mi ojos o en mi mente.

Tengo proyectos de vida, creo que hasta el borracho tirado en la esquina los tiene aunque más que no sea pedir unas monedas para otro vino, pero veo todo tan fútil y sin sentido que interiormente estoy coartado y asustado; y no solo interiormente. El mundo solo nos pone trabas para cada grande o pequeño proyecto que tengamos y sobre todo a aquellos a los que en la vida no se nos ha regalado más que miserias.

Recuerdo hace unos años viviendo en mi casa paterna con mi viejo, estábamos sin un peso, literalmente sin un peso. Cocinábamos algunos alimentos que nos regalaban los vecinos o los pibes de la hinchada de Atlanta, en una vieja parrilla a la que dábamos fuego con pedazos de cajones de madera que buscábamos por la calle.

No hay momento de más unión entre dos seres que cuando realmente la están pasando mal. Amo a mi viejo y daría la vida por él y sé que de su parte es igual para conmigo.

Y esto me hace recordar cuando era chico o adolescente y adicto a las drogas y al alcohol, todo lo que quería de mi padre era el dinero que podía darme. Creo que hasta los 20 o 21 años cuando después de trabajar 11 horas por día y dormir tres, tomando y fumando cuanta droga pudiera lo cual me hizo terminar hablando con psicólogos y psiquiatras por primera vez, nunca había ido a tomar un café y charlar con mi viejo. A partir de entonces nuestra relación se afianzó como dos eslabones de una cadena de acero. “En la cancha se ven los pingos”, dicen.

Día 8

El día en que fui a hacer la entrevista laboral en los talleres protegidos, tuve que esperar a la licenciada con la que ibas a charlar sobre mi reinserción laboral en un pequeño pasillo con cuatro sillas y un cenicero, pegado a la puerta del despacho, entonces por la escalera que esta aun costado y que día a día nuestros pies cansados hacer subir a fichar, ya que allí están las tarjetas con nuestros nombres, aparecieron dos chicas en una ni me fijé, pero la otra era casi hermosa, su cara era perfecta delineada con unos ojos verdes algo opacos, lindas tetas, y un culo y unas piernas algo gorditas, pero no mucho. Cuando la vi, la saludé y ella devolvió mi saludo con una enorme y bella sonrisa y un “Hola, ¿qué tal?”, algo ronco y sensual. Entraron las dos a la oficina y yo esperé allí sentado. Al cabo de un rato salieron y me miró con todo el odio que me pudo demostrar, ya van dos meses que lleva allí trabajando y cada vez que la cruzó y unas cuantas veces sonriendo un poco sesgadamente la saludo, me saluda con una cara tan grande como su orto. Pero eso no es todo dos veces más parecido a tratarme como un objeto de seducción y después de nuevo al carajo. Nunca cruce más palabras de las que cuento aquí con ella.

Hoy al salir iba caminando por una larga calle detrás de ella y otra piba, iban tomando un agua. Apuré un poco el paso me puse a su par y sonriendo le dije: “Hola”, solo levantó los ojos de nuevo furiosos en una especie de contestación de desprecio, seguí mi camino y llegué a la parada de colectivo que tenía que tomar. Ellas esperaron. Las miré y dije para que si la justicia interviene lo haya escuchado, “si te agarro te cojo, te rompo el orto y te dejo llorando”.

Después me quedé allí tranquilo esperando el bondi, enseguida llegó y lo tomé, tenía que viajar hasta Venezuela y Pichincha y desde allí caminar 13 cuadras hasta mi destino, un centro principal donde dan cursos entre otros de cerrajería.

Comencé a poner un pie delante del otro a bastante velocidad pero los kilos de más no me ayudan demasiado.

En el camino pasé por una pequeña cerrajería de barrio, con rejas y un tipo joven sentado adentro mirando la nada. Me acerqué y muy educado y cordialmente le pregunté, si habría alguna posibilidad de que me tomara como aprendiz un par de horas por día sin pagarme nada. Su desidia, su falta de trabajo y un pequeño toque de desconfianza me dijeron que “por ahora no te podría necesitar”. Seguí mi camino. Me faltaban 8 o 9 cuadras todavía y transpiraba como un beduino en el Sahara, además mi vejiga estaba por explotar, sin ningún puto bar a la vista. Al fin, casi llegando a mi meta, pedí pasar al baño en una pequeña pizzería y despedí mi líquida peste amarilla en el inodoro un buen rato. Después a caminar de nuevo. Al fin llegué al lugar y me atendió un tipo joven que me informó sobre los cursos.

Son de 18:30 a 21:30 en días hábiles y ¡gratuitos! pero seguramente los jefes del híbrido hogar psiquiátrico no me dejen ir, ya que en esos horarios se reúnen con los lobos disfrazados de ovejas que pretendemos ser para darnos más fuerza y no chocar con la ley. Para hacer talleres de muy poca o casi ninguna utilidad. Pero todo aquí es tan injusto y equivocado que nada me sorprende.

Después de averiguar sobre el curso, caminé otras 13 cuadras hasta la parada del colectivo. El calor me agobió. Y las mujeres hermosas que veía me daban la esperanza de a corto o largo plazo volver a coger tupido y salvaje y por favor a todos los dioses del universo, no escuchen lo del largo plazo.

Tomé el transporte y volví a Barracas.

Bajé en Caseros y Ramón Carrillo y me dirigía a un taller de cerrajería y electricidad de automóvil, entre y dos tipos mayores con caras duras y un pibe joven comían unos sándwiches. Les hice la misma pregunta que al cerrajero que encontré en el camino a los cursos. Me mandaron al negocio de al lado, una mediana empresa con puertas de vidrio, una pequeña escalera, una caja de cobranzas y un mostrador con 4 o 5 chicas jóvenes y muy bonitas. Me acerqué a ellas y les comenté mis inquietudes, entonces una subió una escalera y fue a buscar a la jefa.

La mujer bajó y me recibió muy cordialmente, volví a contar todo de nuevo, entonces para mi sorpresa me dijo que cabía la posibilidad de tomarme como aprendiz, pero con un ¡sueldo! Nos acercamos a la ventanilla y una de las chicas la más bonita y simpática me hizo llenar una solicitud de empleo.

Al retirarme la saludé con una sonrisa de oreja a oreja.

Arranqué con mis cansadísimos pies por Ramón Carrillo y llegué a Brandsen, de allí hasta Montes de Oca, a ver otra cerrajería en la cual pregunto y ofrezco lo mismo y un empleado contestó que volviera en marzo y viera al señor Tony, el dueño.

Después volví al híbrido.

Llegué empapado y cansado y la doctora psiquiátrica, que vale decir que es la única que vale la pena no solo como profesional sino como persona, me preguntó del tema de la medicación. Le conté que ayer casi no pude dormir de nuevo e hizo unos pequeños ajustes.

Después me duché con agua fría y me tiré a dormir un pequeño rato.

Día 9

Por la mañana me desperté 1 hora más tarde de que sonara el maldito despertador, tuve tiempo para un corto café antes de salir a trabajar. Allí hice poco y nada, no solo tenía sueño y agobiante calor, sino una especie de depresión–preocupación, que me mantuvo casi todo el tiempo en la mesa de desayuno tomando agua y fumando.

Tengo miedo, como le contaba a un amigo y compañero hoy, de no poder jamás hacer una vida normal, llámese esposa, hijos, familia, trabajo digno y estudio. Desde joven deseché de toda organización y la familia es la primera, pero como siente Axel el de la “Naranja mecánica” en la segunda edición con un nuevo final del libro, al ver el cambio de sus amigos y haber crecido su último pensamiento es el de sentar la cabeza.

Fui a buscar trabajo de nuevo. Al salir de los talleres, tomé el colectivo 67 en la terminal y me esperó un larguísimo viaje. Iba sentado en el último asiento de dos; unas paradas después que yo subió un flaco que no me cayó nada bien. Quizá fue un poco el reflejo de lo fui antes y no soy ahora. Lucía canchero, bastante pintón, iba de pantalones cortos y llevaba una mochila. Escupía por la ventana a cada rato pero había poca mina. Cada vez que lo miraba más, más lo detestaba. Las personas del resto del colectivo y él muchas veces parecían hacerse señas con respecto a lo que me iba ocurriendo. De eso hablo cuando digo de la falta de libre albedrío en mi vida, todo parecería estar armado todo. Todo.

Subió una chica con el padre y me miró con asco, ya no soy aquel que caminaba por la calle y ganaba mujeres, cuánto he cambiado por dios.

Volviendo al flaco sentado delante mío, en un momento sonó su celular, me miró de soslayo y después lo puso delante de él leyendo el mensaje de texto que le habían mandado. Miré entonces yo el celular, para ver si se trataba de algo referido a mí, uno de los tantos seguimientos de los que fui y soy víctima, entonces pareció verme y escondió el celular. Después me miró un poquito y escupe por la ventana, mi espalda se empezó a envarar como los pecos de los perros en la nuca, y también mis brazos. Entonces se dio vuelta y me intentó mirar mal de lleno a mis ojos. Lo miré fijo y creo que se dio cuenta de que iba a llevar las de perder porque bajó los ojos dio vuelta su cara y no me miró más. Al rato bajó.

La verdad es que a mí no me importaba perder o ganar si nos hubiéramos cagado a trompadas. Solo tenía bronca. Bronca por todo. Y que ese estúpido y creído me mirara un poco mal incentivó mi furia.

Una furia que manejo bastante bien.

Soy un tipo que se banca mucho, tengo la espalda ancha, digamos, de soportar cosas que me han perjudicado o maltratado, hasta el día en que explotó. Espero que esa explosión no sea nunca nuclear, porque temo por terceros y por mí.

Muchas veces, en la impotencia de no poder resolver el rompecabezas que es mi vida, me he golpeado con puñetazos en la cara y cabezazos contra paredes. Un par de veces lo hice delante de mi querido viejo, cuánto tuvo que soportar de mí. Sé que me quiere hasta la médula, pero muchas veces pienso si seré un estorbo.

Noches en las que, a las 3 o 4 de la madrugada, lo despertaba porque no podía dormir, y alguna extraña idea que me rondaba por la mente salía de mis labios ante su presencia, mientras tomábamos unos mates, él dormido y escuchándome, y yo completamente majareta.

Con respecto a las entrevistas de trabajo, solo pude hablar en una, donde un señor mayor muy considerado me dio el teléfono para llamarlo porque me dijo que lo tenía que consultar con su socio.

Lo llamé más tarde, al llegar al híbrido, pero su compañero no llegaba aún, y quedé en volver a telefonear mañana.

Se acordó enseguida cuando contestó el teléfono, y eso me dio buen augurio.

Después de la entrevista allí, caminé unas cuantas cuadras hasta otra cerrajería, pero estaba cerrada y parecía en refacciones, así que anoté los celulares pintados en el vidrio y fui hasta Santa Fe, a decidir qué colectivo tomar para volver a Barracas.

Al final elegí el 12, que venía bastante vacío.

Me senté en un asiento de dos, junto a la ventanilla, y durante casi todo el viaje anduve con la pija parada. Veía a las mujeres por la calle y en el colectivo, y el jodido amigo se encabritaba aún más.

En dos ocasiones vi cerrajerías mirando por la ventanilla y, con una gran velocidad, saqué el cuaderno y birome de la mochila y anoté direcciones y teléfonos para futuras visitas.

Día 10

Ayer me dormí tarde, alrededor de la 01:30 de la mañana. El despertador a las 6:15 y el grito de un compañero avisándome me hicieron levantar de la cama con un sueño de muerte.

En los talleres protegidos no daba pie con bola. Arreglé los zapatos con los tacos salidos de un compañero, clavando unos pequeños clavos entre las hormas y la suela. Me costó un huevo y la mitad del otro, y aunque quedaron firmes, los clavos estaban bastante torcidos.

Después me dediqué a tomar agua y fumar, soportando el calor agobiante y el sueño enloquecedor y depresivo. Charlé un rato con un compañero y una compañera, contándoles un poco sobre mis estudios de cine, lo cual me dio un poco de firmeza y el espíritu se levantó un poquito.

Después del desayuno fui a hablar con una licenciada que me iba a dar información sobre cómo sacar un pase libre de transporte por discapacidad. Me suministró los datos con un dejo de frialdad, cara de pocos amigos, y hasta me dijo que me alejara cuando me acerqué a la mesa donde estaba escribiendo el mísero papel que me pasó. En el camino de vuelta al taller, desde las oficinas psicopedagógicas, me crucé con la licenciada Petruzzi, una mujer cincuentona, con bellas tetas y hermosos ojos verdes. Mientras me rescataba una posible beca para estudiar cerrajería en el sindicato de porteros, y mi ida mañana mismo al taller 14 de carpintería –que se ubica en otro edificio, a la vuelta del de la calle Suárez–, la miré todo el tiempo a esos brillantes ojos, y alguna que otra vez los míos –también verdes– destellaron un poco de lujuria. Creo que ella lo notó, pero seguimos hablando como si no hubiese ocurrido.

Al rato me fui de los talleres. Antes me despedí de mis compañeros y del jefe Marcelo, que siempre se portó correctamente conmigo. En algún momento perdí el encendedor.

Después regresé al híbrido, donde charlé un rato con algunos compañeros, y fui acompañado de otro a la cocina del hospital a buscar los alimentos que nosotros mismos cocinamos.

Hoy hubo taller prelaboral, una cosa bastante pedorra, donde más que nada nos pinchan para reinsertarse laboralmente. Aunque tengo ganas de progresar, no sé si todavía estoy preparado para un laburo en jornada completa. Prefiero ir aprendiendo de a poco o hacer uno de los cursos de cerrajería.

Al mediodía llamó mi viejo. Me asusté un poco porque últimamente anda un poco mal de la pierna, una arteria tapada, que espero que todos los dioses y almas buenas del universo lo hagan recuperar.

Me contó que los inquilinos de mi casa llegaron de vacaciones y ni siquiera lo saludaron, y que mientras tomaba un café en la estación de servicio decidió telefonear. Malditos inquilinos, que fueron el detonante de mis tres últimas internaciones psiquiátricas malditas.

Me siento un poco culpable. No, un poco no, muy culpable de no poder aún volver a mi casa y estar con mi viejo. Me lo imagino todo el tiempo solo, pensando y pensando en todas partes. Trabaja de 18 h a 8 de la mañana en el desarmadero de la vuelta de casa, de sereno, y el tiempo no se le debe pasar más. Lo extraño a madres. Pero tengo terror de volver a mi casa.

Y estoy aquí, pero estoy allá. Y la contradicción de querer irme pero no poder hacerlo, más miles de presiones, a veces me enloquecen. Tengo miedo.

Pienso que “mi destino es incierto”, como Delia Morrison en Red House Blues, pero ya no tengo 20 años y prefiero una vida tranquila a algo incierto y alocado.

Me levanto de la mesa donde escribo para atender el teléfono. Es mi viejo de nuevo. Me cuenta que caminó mucho para mejorar su pierna. Estoy por ponerme a llorar de la emoción por su lucha y su amor por mí. También me comenta que tal vez le otorguen un subsidio de $350. No quiero ser reiterativo, pero recuerdo la indigencia por la que pasamos y la lucha diaria, juntos y ahora separados –aunque también unidos–, por la cual nos merecemos eso y mucho más.

Estoy tan emocionado y las lágrimas no pueden salir del todo. Esto no es una casa, es un híbrido, y no puedo soltarme a llorar, aunque todos duermen la siesta.

Día 11

Hoy por la mañana comencé en el nuevo taller. Es enorme. Solo somos cuatro compañeros y un jefe, pero hoy solo éramos tres, sin contar al capo.

Como es viernes, nos dijo que hoy es día de limpieza.

Tuvimos que barrer cuatro enormes salones y después pasarles el trapo. Quedé extenuado cuando solo eran las 09:00 a. m., hora del desayuno en una cocina muy pequeña donde una mujer mayor y muy amable, que me trataba de “corazón”, nos preparó té con leche y pan con dulce.

El jefe también parece un buen tipo –aunque aún no puedo hablar para no pecar de apurado–.

Después del desayuno fui a fumar un cigarrillo a un salón que es el único donde se puede hacerlo.

Pensaba allí, echando humo: ¿qué pasará conmigo?

—El mejor compañero de la escuela primaria.

—El abanderado en séptimo grado.

—El as con las compañeritas.

—Becado hasta tercer año del secundario por el Rotary Club de la Paternal.

—Y después... en caída libre hasta lo más profundo de las drogas, los excesos, la locura y la alienación.

Parece la historia del coronel Kurtz. Uno al fin se da cuenta de que todo es una farsa, y la lucha que nos dicta la sociedad queda por muchos abandonada. Pero al fin nos abandona a la nada. Y aunque sin demasiados ideales, pero con ciertos gustos por hacer estallar lo establecido, pienso volver a reintegrarme a la sociedad.

Mas lo único que no van a cambiar nunca son mis pensamientos y todo lo que pueda hacer con el arte.

Día 12

Me desperté con una erección descomunal y unas ganas de orinar increíbles. Eran las 5:30 de la madrugada de un sábado que espero me deje descansar. Ahora son las 6 y ya estoy escribiendo. Ayer por la noche tuvimos el taller de gimnasia y yoga en Flores. Nos fuimos a las 19 h, siete locos en un colectivo que nos hizo esperar y llegó atestado de gente. Me quedé parado con mi mochila llena de platos y cubiertos, ya que en el otro híbrido de más categoría a donde nos dirigimos dicen que “los cubiertos no alcanzan para todos”. Hablé un rato con un compañero que consiguió un asiento y al cual le pasé mi mochila, y después me quedé ahí parado, mirando por la ventana y sumido en mis pensamientos. Subían al colectivo una mujer más linda que otra: culos, tetas y rostros que iban calentándome el lingam.

En algún tramo del trayecto me empujaron hacia adelante, y cuando me di vuelta para putear, una cuarentona con un físico espectacular y una buena cara de puta me tocó la espalda y me dijo:

—Disculpame.

Fue un poco más al fondo y se quedó parada del mismo lado de las ventanillas que estaba yo. Cabeceé un par de veces mirándole el orto. Vi entonces un tipo sentado que también la miraba, directamente a la cara. Entonces la miré yo también, esta vez a los ojos. Ella aguantó un poco mi mirada y después bajó los ojos. Yo sabía todo el tiempo que lo que ocurría no pertenecía al azar para con mi persona.

Celulares encendidos, donde mientras se pasan mensajes de texto me observan constantemente de pe a pa.

No faltaba demasiado para llegar, cuando una chica rubia de ojos azules, tez tostada, espigada y algo más alta que yo se para a mi lado, muy junto a mí. La miré un poco de soslayo al principio, entonces ella se arregló un poco el pelo y rozó mi brazo que me sostenía del pasamanos. La miré de nuevo más directamente a los ojos y parecía no querer devolverme la mirada, aunque me pareció que le gustaría. Le hice una repasada visual a su cuerpo. Sobre el pantalón de tiro bajo podía verse el dejo de una bombachita negra. Empecé a calentarme un poco. Entonces se acercó con el cuerpo de costado al mío y comenzamos a rozarnos un poco, y después algo más. Allí mi verga se endureció y empecé a estar como en un trance del cual no quería salir nunca. ¿Una mujer hermosa dándole un poco de alegría a un ser atormentado, loco, intoxicado de pastillas y gordo como yo? El azar no era, lo sabía. ¿Pero tal vez era una puta? No le creía: a una puta tan bella no le haría falta andar buscando a un chabón que se lo nota sin dinero en el colectivo.

Y seguía el roce, avanzaba un poco yo y un poco ella, y entonces vi por la ventanilla que faltaban tres cuadras para bajar. Puteé entre dientes. Y seguí con el trance hipnótico. Me despertó un compañero diciendo:

—Hay que bajar.

—Ahora, ahora –le contesté. Lo hubiera matado, lo hubiera hecho con cualquier interferencia que me alejara de esa mujer. Pero no me quedaba otra que bajar: los talleres son obligatorios y te puede traer un quilombo con los “profesionales” el faltar, y además era el único que había llevado llaves y no tenía tiempo de pedir la mochila, sacar las llaves, dárselas y explicarles que me iba a un “buen incierto destino”.

Le pedí la mochila al compañero que estaba sentado y la llevaba, y comenzamos a ir por atrás del bondi. Dejé pasar a todos ellos adelante y, extrañamente, la chica de mis sueños ahora se había cambiado al otro lado del pasillo, de espalda a mí. Cuando pasé, le dije “sos hermosa” en la nuca y seguí mi camino siguiendo a los demás.

Después llegamos al híbrido de categoría donde nos recibieron mal, como siempre. Pasamos la clase de gimnasia entre guiños y complicidad mientras mirábamos el terrible cuerpazo que tiene la profesora.

Después vino la parte de yoga y relajación, donde tuve que hacer un esfuerzo para no dormirme varias veces. Estaba muy cansado.

Entonces todo terminó y la profesora se retiró a que algún suertudo se la clave.

Uno de los que viven allí, un tano con una nariz enorme y ortiva y mierdoso como pocos, me dijo entonces:

—Che, poné el agua.

Hace rato que quiero cagar a trompadas y hundir esa nariz hasta la nuca, pero cualquier exabrupto y menos de esa índole es estar de patitas en la calle de un día para el otro. Así que solo miré su nuca con odio mientras se alejaba y traté de calmarme.

El agua a la que se refería era para los fideos que nosotros llevamos para allá, y siempre tienen pretensiones los que quieren cenar, quejas por lo que llevamos.

Una vez a la semana cenan con nosotros, en el híbrido menor, y como corresponde cocinamos nosotros.

Al fin, los putos fideos los cocinamos un compañero y yo.

Estoy cada vez más cansado de aguantar y aguantar, y tengo temor de un día explotar y empezar a romper cabezas. Pero confío en mis espaldas fuertes, que aún saben soportar a la espera de tiempos mejores.

Dormí un rato de 08:30 a 09:00 y me desperté a base del sonido enloquecedor del reloj. Al rato se despertaron mis compañeros, más vale decir, los desperté yo a ellos. Función que cumplo casi siempre, como muchas otras de las cuales ya estoy harto.

Al poco tiempo cayeron mi psicólogo y cuatro estudiantes de la Universidad de Palermo. Tomé mate y fumé con dos de los muchachos hasta que se fueron. Nos presentó ante ellos antes y les mostró la “casa”. Antes de irse, nos sugirió, o más bien ordenó, ir a ver a Mercedes Sosa gratis en Palermo. Dijimos que sí, sí, sí, pero ninguno tenía ganas de ir.

Yo cocinaba unos sándwiches tostados mientras se iba y no me di cuenta de que chequeara el teléfono de su office, que ya quedó descolgado varias veces, incomunicando nuestro teléfono. Y así fue. A los 10 minutos de haberse ido, chequeé nuestro aparato y estaba sin línea. Incomunicados todo el fin de semana. Siempre espero el llamado de mi viejo, y hoy se va a llevar un chasco el pobre, y yo nervioso de saber cómo estaba.

Mañana quedamos en encontrarnos a las 10 en el bar de la esquina del híbrido. Espero que esté bien y que venga. Si no, no me quedará otra que ir hasta mi casa, lo cual me da terror. Pero debo hacerlo: mi viejo vale más que todos mis terrores, traumas, fobias y broncas.

A las 2 me tomé un cuarto de clonazepam y me acosté a dormir un par de horas. Un compañero me dijo que lo despierte cuando me levantara. Así lo hice, pero me dijo que quería seguir durmiendo, y como lo hace, y con la depresión que tiene, no creo que se levante hasta mañana.

Otro se despertó a las puteadas con el sonido de mi despertador y después tomó una pastilla que lo duerme dos días seguidos. Yo tomaba seis de esas por día y, como conté, casi termino muerto... o eso creo.

Bueno, al fin, semidormido y solo, fui hasta la mesa y tomé dos vasos de agua seguidos. Entonces tuve ganas de llorar, mear, acabar o expulsar algo, y sentí náuseas. Entre arcadas por el pasillo llegué al inodoro, donde vomité como cuatro veces, la mayoría líquidos, algo de comida y toda la bronca, la frustración y el asco que tengo.

Me mojé la cabeza luego y decidí ir al cine. Hasta me fijé en el diario qué horarios tenía Soldado anónimo, de la cual había leído la nota en Clarín esta misma mañana.

Tenía poco dinero y estoy haciendo economía de guerra. Así que salí a la calle y caminé hasta un café heladería de la avenida Montes de Oca, al cual fui unas cuantas veces hace algún tiempo.