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"La sinergia de los locos bajitos" da cuenta de la construcción de una mirada educativa que pretende romper con el aburrimiento y el tedio de una rutina sin sentido que, en ocasiones, se vivencia en el aula. Dicho enfoque procura despertar el deseo de los alumnos por ser y aprender. "Lo que no existe se inventa", era el lema que movilizaba a mis alumnos de siete a diez años de edad para poder montar una sala de cine y proyectar películas que ellos mismos habían producido. Se reconocieron capaces de lograr todo aquello que se propusieran, a tal punto de inventar un proyecto productivo para su localidad; presentado a las autoridades de los gobiernos local y provincial y a la comunidad, para intentar paliar los niveles de desocupación que tenía la ciudad. Compartíamos espacios de debate, donde proponían ideas para atravesar los conflictos y, ante una necesidad, construir una oportunidad para crear. El libro está atravesado por anécdotas de estos "locos bajitos", que son tan aleccionadoras como para invitarnos a reflexionar acerca de las contradicciones de nosotros los adultos.
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Seitenzahl: 207
Veröffentlichungsjahr: 2015
la sinergia de los locos bajitos
Graciela CarottiCoautores Marcos Exequiel Angeloni María Julia Ferrero
Editorial Autores de Argentina
Carotti, Graciela
La sinergia de los locos bajitos. - 1a ed. - Ciudad Autónoma de Buenos Aires : Autores de Argentina, 2015.
E-Book.
ISBN 978-987-711-285-6
1. Educación. 2. Investigación. I. Título
CDD 370.7
Editorial Autores de Argentina
www.autoresdeargentina.com
Mail:[email protected]
Diseño de portada: Justo Echeverría
Diseño de maquetado: Maximiliano Nuttini
Portada e ilustraciones: María Julia Ferrero
A Hernán Strada, mi compañero de vida.
A mis hijos Matías, Javier, Virginia y Celeste.
Ellos fueron mi inspiración para tratar de ser mejor
y trabajar por mis convicciones.
A mi madre y a mis nietos,
que llenaron mi existencia de amor.
CONTENIDO
PRIMERA PARTE
CAPÍTULO 1
1. Explotar de lo lindo y la vocación: Dos caras de una misma moneda
CAPÍTULO 2
2. La inevitable impronta de la sinergia
CAPÍTULO 3
3. Construcción de un nuevo paradigma posible
3.1 Desafiando/derribando prejuicios; 3.2 Una mirada en perspectiva
CAPÍTULO 4
4. Proyectos realizados por los alumnos
4.1 “Jugando sucio” (1994)
4.2 Biblioteca ambulante “Walt Disney” (1994)
4.3 “Disparachicos ¿Disparagrandes?” (1995)
4.4 “Nosotros abuelos” (1995)
4.5 “Una historia Minichiquigrande” (1996)
4.6 “Tablero de sueños” (1997)
4.7 Encuentro con escritores. La visita de “Quino” (1997)
4.8 La dinámica de una realidad en radio, medio gráfico y televisión (desde 1989)
4.9 “Te comieron la lengua los ratones” (1999)
4.10 “Coopaditos” (2000)
4.11 Proyecto en red: “Conectemos el teléfono nacional” (2001)
4.12 El teatro, una experiencia multisensorial
4.13 “Los Clásicos vienen marchando” y una posible industria en San Justo (2004)
4.14 Visita del presidente del puerto de Santa Fe (2005)
4.15 “Libro Blanco hijo sobre la Argentina” (2006)
4.16 Una mapoteca renovada y funcional (2006)
4.17 “Por un nuevo Santa Fe” (2007)
4.18 “Muuu!!” Todo por culpa de la vaca... (2008)
4.19 “¿Y, qué te dije…?” (2009); 4.20 “Reverencia Nacional” (2010)
SEGUNDA PARTE
CAPÍTULO 1
1. “Los Clásicos vienen marchando”. Inteligencia cinestésica
1.1 La sintonía del movimiento en las tablas
1.1.1 Percepción
1.1.2 Atención
1.1.3 Memoria
1.1.4 Autoestima
1.2 La singularidad y la diversidad marcan el camino
1.3 El lugar se reinventa
1.4 Lo que conocemos y hacemos se funden en una meta
1.5 El deseo de ser y aprender
CAPÍTULO 2
2. Pensando una fuente de trabajo para nuestra ciudad
2.1 Los chicos de la aceitera (2004)
2.2 Hacia la elaboración del proyecto productivo
CAPÍTULO 3
3. Fortaleciendo el tejido social
3.1 Al encuentro de una conducta prosocial
CAPÍTULO 4
4. Hacia la construcción de una nueva mirada
4.1 Aprender es saber hacer preguntas
4.2 Repensar la comunicación
4.3 Manejar presiones: Un gran desafío
Algunas consideraciones del decálogo; Agradecimientos
Introducción
Mi recorrido como docente constituyó un aspecto muy importante en mi vida. Desde el ejercicio de mi profesión tuve el privilegio de conectarme con lo más genuino del ser humano: la niñez. La impronta y la belleza de esta etapa colaboraron para construir sinergia y alcanzar, desde el deseo y junto a mis alumnos, metas extraordinarias. Siempre me acompañó la intuición de que debía crear un camino nuevo y ellos, con sus respuestas, supieron guiar mi trabajo.
Pienso que la mejor manera de definir la educación es relacionarla con su etimología y me inclino por seleccionar la palabra latina <exducere>, que significa “sacar hacia afuera”. Para ello es necesario despertar el deseo, que es lo que nos permite salirnos de nosotros mismos, para recrear la realidad. La educación es descubrir nuestros talentos y ponerlos en juego; es la transformación interna que cada uno hace a partir de las condiciones que estén dadas en la interacción interpersonal y con el contexto. En este proceso están implícitos la enseñanza y el aprendizaje recíproco.
Para construir estos conceptos debo decir que en mi trayectoria tuve avances y retrocesos, certezas e incertidumbres y preguntas aún sin respuestas. Sin embargo, mi intuición siempre me indicaba que tenía que terminar con el aburrimiento y el tedio de una rutina aplastante que se respiraba en la escuela. Ahora bien: ¿Cómo hacerlo? Luego de varios años de carrera docente, entendí que uno de los caminos, quizás el más importante, es reconocer al alumno como protagonista activo de su propio aprendizaje. En ocasiones se piensa que recorrer ese camino lleva a no exigir o hacer solamente lo que al niño le gusta. Por el contrario: cuando el alumno identifica sus propios talentos en el trabajo en el aula, realiza grandes esfuerzos para cumplir con los objetivos y así el aprendizaje se transforma en una necesidad vital. La motivación de los alumnos es lo que les permite sobreponerse y, desde la voluntad y el compromiso, renovar el esfuerzo y percibir el regocijo.
Cierto día, mientras me encontraba repasando este camino recorrido, un fuerte impulso interior me ubicó frente a un teclado y así comencé a reconstruir mis vivencias, que estaban sustentadas por convicciones muy firmes, que me indicaban que tenía una deuda con mis exalumnos; esos locos bajitos que demostraban con tanta claridad la urgencia de un cambio en el sistema educativo. Ellos me enseñaron la contundencia que puede tener un equipo a la hora de poner en juego los talentos y las potencialidades de cada uno.
Esa enseñanza replicó, casualmente, un tiempo después. Una tarde fui a visitar a mi exalumna María Julia y le comenté que estaba trabajando en el libro. Dado que ella es artista plástica, le propuse que lo ilustre, y aceptó. Como yo no estaba conforme con algunos aspectos de los capítulos, comenzamos a discutir nociones teóricas y a rememorar experiencias del aula.
María Julia tiene la lucidez de los que son capaces de abrir puentes y crear. Fue así que me llevó a Marcos, un joven licenciado en Comunicación Social que tiene la inteligencia y ductilidad de los que saben que las palabras nos construyen y que la comunicación se asemeja a una ingeniería a la hora de ir al encuentro con el otro.
Durante varios encuentros, debatimos y reflexionamos sobre la práctica y la teoría ensamblando una mirada en perspectiva. Es así que, si bien los tres trabajamos en la redacción del libro optamos, como equipo editor, que en las siguientes páginas el sujeto de la enunciación esté mencionado en primera persona del singular.
Considero que el ser docente es un camino cuyo punto de llegada siempre se corre hacia una nueva posibilidad de repensar la propia práctica y es eso lo que la convierte en una actividad dinámica y creativa.
Si bien “La sinergia de los locos bajitos” aborda teorías pedagógicas concretas, no intenta ser un libro académico. La idea es demostrar que los alumnos, desde la acción y el protagonismo, pueden tomar la posta de su propio aprendizaje.
Gran parte de mi actividad docente la desempeñé junto a alumnos del Nivel Primario cuyas edades oscilaban entre siete y diez años. Las metas que se proponían se corrían hasta lo impensado porque el desarrollo de la creatividad y el pensamiento estratégico daban sustento a sus propios proyectos. Ellos tenían la certeza que lo que no existe se inventa y a partir de allí se atrevieron a crear y proyectar.
Inventaron un cine en el que estrenaron dos películas que ellos mismos produjeron; editaron libros, revistas y periódicos. Organizaron galas de teatro con la puesta en escena de obras como Romeo y Julieta, El Principito, Rosita la soltera, El Quijote, M’ hijo el dotor, entre otras. Pusieron en el aire ciclos de radio y televisión, se atrevieron a abordar temas como la deuda externa, la independencia de los poderes del Estado, los sobornos en el Senado, incautación de los fondos de los ahorristas, problemáticas del campo, entre muchos más.
También realizaron un documental y un noticiero. Trabajamos la alfabetización de los medios de comunicación; es decir, analizamos la construcción de la noticia, lo connotado y lo denotado, observamos los distintos enfoques editoriales, entre otros temas. Con el debate de ideas, el consenso y el disenso construyeron una mirada crítica de la actualidad.
Diseñaron una propuesta productiva para intentar paliar la desocupación y homenajearon a la Patria, en su bicentenario, con la producción de su propia película: “Reverencia Nacional”. A través de la ejecución y la autogestión de cada proyecto desarrollaron contenidos curriculares interviniendo en un contexto situacional determinado.
Para finalizar, quisiera abrir un interrogante para pensar juntos. Suelo quedarme un largo tiempo observando a mi nieto mientras juega y me pregunto: ¿dónde queda esa creatividad a flor de piel que traen los niños? Ellos tienen esa capacidad de transformar permanentemente un juguete en un elemento tan multifacético como innovador, demostrando así que nunca está dicha la última palabra.
Estimo que recuperar esa marca creativa y emprendedora que traen los niños es una materia pendiente dentro de nuestro sistema educativo. Quizás así podamos recobrar el deseo de ser y aprender. Posiblemente allí está la clave para que nuestras escuelas recuperen la alegría y los alumnos reconquisten esas ganas por irrumpir en este mundo, colmado de oportunidades, donde cada uno de nosotros tiene un lugar intransferible. A veces, en la ansiedad y el afán de tener resultados inmediatos, no podemos ver que cada minuto dedicado a la educación tiene el valor de un proceso a largo plazo que es el que le da un sustento de calidad. Trataremos juntos de descifrar una nueva mirada educativa que tiene la frescura y la marca registrada de esos locos bajitos que indicaron el horizonte y marcaron el rumbo. Los invito a confiar en ellos y disfrutar de este recorrido aleccionador.
PRIMERA PARTE
CAPÍTULO 1
“Cuando tomamos decisiones importantes para nuestra vida
no suena ninguna trompeta. El destino se hace conocer silenciosamente”
Agnes De Mille
1. Explotar de lo lindo y la vocación: Dos caras de una misma moneda
Frente a la imposibilidad de cumplir con mi deseo de estudiar Psicología, comencé a recorrer el camino docente, que se hizo al principio cuesta arriba. Una pendiente llena de incertidumbres y una cotidianeidad vacía, tanto personal como sistemática. A medida que avanzaba, tenía que luchar permanentemente contra la rutina sin sentido. Observaba cómo los rituales escolares eran actividades absolutamente previsibles, todo estaba dicho de antemano. Clases que, para mí, eran carentes de desafíos y de potencialidades. Este panorama me llevaba a pensar que para los alumnos pasar por una escuela era cuestión de transcurrir y soportar el tedio de una rutina aplastante. Idea que no me permití aceptar sin poner resistencia.
En el año 2010, durante una reunión con los integrantes del Consejo de Niños1 en la ciudad de San Justo (Santa Fe), decidimos realizar un sondeo de opinión a fin de identificar las actividades que provocan felicidad en la gente, para luego llevarlas a cabo en los espacios públicos de nuestra localidad. En el debate estos bajitos coincidían en definir a la felicidad como “eso que te haceexplotar de lo lindo”. Así, resolvimos salir a la calle para preguntar a las personas qué les hacía “explotar de lo lindo” y luego de que contestaran, los niños les regalaban un globo. La respuesta generalizada fue “compartir momentos en familia”.
Pusimos en marcha la jornada “Que explote de lo lindo”, que fue pensada en tres ámbitos: las estaciones de la risa, de la emoción y del baile.
En la estación de la risa levantaron un cartel que decía “Reírse sin motivo”, mientras una nena contagiaba con su risa graciosa a los presentes. Propusieron a los adultos disfrazarse y compartir trabalenguas, adivinanzas y chistes. La actividad terminó con la estridencia de una risa generalizada.
La estación de la emoción, estuvo colmada de abrazos y escritos en los que, tanto los niños como los padres, expresaban la emoción del encuentro y la necesidad de contar unos con otros en la cotidianeidad de sus vidas.
En la estación del baile coordinaron los bailes del tiburón, del cuadrado y de la escoba.
Siempre me pregunté si la vocación es una búsqueda, una construcción o un llamado celestial. La definición de estos bajitos respecto a la felicidad me hizo reflexionar. Creo que la vocación y el explotar de lo lindo conforman las dos caras de una misma moneda, desde una realidad que adquiere así una nueva dimensión.
Empecé a escuchar a mis alumnos y me di cuenta que los únicos que tenían la punta del iceberg eran ellos. Necesitaba verlos y que me vieran. Tenía algunas certezas que me indicaban que el sistema educativo positivista2 obstaculizaba la construcción participativa de aprendizajes colectivos.
En el inicio de este camino, como toda principiante, me aferré a las reglas establecidas que prometían el éxito rotundo de los aprendizajes. En aquel contexto, la alfabetización era entendida como la capacidad de los individuos para codificar y decodificar textos escritos. El lector era considerado un mero receptor de la información.
Para lograr la alfabetización de los alumnos se utilizaba el método de la palabra generadora, que consistía en presentar una ilustración de determinado vocablo que el docente leía en voz alta para que los alumnos pudieran repetir su lectura. La palabra luego se dividía en sílabas, que a su vez se utilizarían para construir nuevas palabras.
Siempre busqué entre mis talentos el dibujo, y no lo encontré. Esta era una cualidad imprescindible para ser docente en mis comienzos. Cada vez que me veía obligada a dibujar en el pizarrón, pedía auxilio a los chicos, ya que mis dibujos eran el desencadenante de sus risas porque no podían descifrar de qué se trataban. Mi esposo, en cambio, tiene estas aptitudes. Por esto recurrí a él, como lo haría repetidas veces, para que confeccionara una lámina con el dibujo de una mula. Mi satisfacción era enorme porque tenía la certeza de que por fin mis alumnos descifrarían con claridad de qué se trataba. ¡La mula estaba para un sobresaliente! Casi desafiante, desplegué la lámina sobre el pizarrón con la seguridad que tenía todo muy claro. “Chiquiiiiitooos…Vamos a leer tooodos juntos ¿Qué dice acá?” Les pedí estridentemente mientras señalaba la palabra <mula>. Ellos, con la seguridad y el alivio de saber de qué se trataba esta vez, respondieron con entusiasmo y a coro: “¡Burro!” ¡Fue tan grande mi desilusión! Tuve la sensación que todos mis esfuerzos eran en vano para lograr que mis alumnos pudieran interpretar lo que leían. Sentía cómo mi ánimo se desparramaba en el piso, y no sería simple restituirlo.
En realidad no entendía demasiado lo que pasaba. Más adelante, cuando profundicé y amplié mis conocimientos, advertí que lo que hacían era anticipación de texto. Ellos veían un burro porque era lo que conocían, nunca habían visto una mula.
A la incoherencia metodológica se le sumaba la conceptual cuando analizábamos frases alfabetizadoras fuera de contexto. Les proponía leer “La mula se asoma en la loma”. Mi inquietud era desafiar qué grado de realismo tenían ésta y otras frases como “Mi mamá me mima”; “Mi mamá me ama”; “Susi amasa la masa”; entre otras. Preocupada por el contenido y la comprensión de esos textos alfabetizadores, me preguntaba el porqué los chicos no los interpretaban. ¿Acaso no hubiera sido catastrófico que pensaran en mulas jugando a las escondidas detrás de las lomas o que todas las Susi habían nacido para ser cocineras?
En otra oportunidad tenía que abordar la vida de San Martín. Empecé la clase mostrándoles una foto del prócer y les pregunté si sabían quién era y uno de ellos, con mucha seguridad, me respondió: “Sí, el padre Tibaldo” (refiriéndose al párroco de nuestra ciudad en aquel entonces). Nuevamente los chicos me demostraron que no era la forma de encarar una clase y que si San Martín se enteraba no me lo iba a perdonar. Ya a esta altura el que celebraba misa había cruzado los Andes, era imposible comprender tanta confusión.
Para sumar más anécdotas a un buen ejemplo de todo lo que “no se debe” hacer, les inculcaba, en mis inicios como docente, que la asistencia a los actos públicos determinaba su patriotismo. Me impulsaba una falsa esperanza de que por el solo hecho de decirlo, lo incorporarían como aprendizaje y tendrían mi “sello”. Afortunadamente tenían sus propios mecanismos de defensa. Así, uno de ellos afirmó que iría si no le cobraban entrada. En realidad me estaba diciendo que mi propuesta no valía ni un centavo. Si bien los actos cívicos pueden ser un puente para lograr cierta cohesión como nación y tienen un valor en sí mismos, no los podemos simplificar pensando que el patriotismo se define con la asistencia a ellos.
Se pensaba (y aún hoy se piensa) que los valores son aprendidos por repetición, sin entender que esto más que aprendizaje es adoctrinamiento. Es una tendencia que ha marcado a nuestro sistema educativo; la cual tiende a homogeneizar el pensamiento y automatizar las acciones.
En el afán por motivar a los alumnos, comencé una nueva etapa en la que utilicé artilugios que me prometían clases más llevaderas pero que terminaban siendo “espejitos de colores”. La docencia se había transformado en un desafío tan importante en mi vida que era tema de conversación en las charlas con mis amigos. ¡Todos trataban de solidarizarse con mi causa de intentar ser docente! Y fue así que el novio de una amiga se ofreció para disfrazarse de cartero y contribuir de esta manera a mi propósito de enseñar el tema de los servidores públicos. Él golpeó la puerta del aula y lo atendí simulando que se trataba de una visita inesperada. Me entregó una carta y mantuvimos un diálogo donde yo ponía cara de sorpresa.
Toda mi familia trabajaba para suplir mis falencias. Mi esposo hacía diapositivas de Cristóbal Colón, láminas y todo lo que requiriese dibujar. Mi madre contribuía con la vajilla y otros elementos de la casa que pudieran ser útiles para la motivación de mis clases. Mis amigos cortaban cañas de tacuara en el campo para hacer bogueros y forraban cajas con papel celeste para simular el agua de un estanque. Dentro de ellas (¡y ya enganchados a las cañas!) había pescaditos de cartón. Cada uno estaba rotulado con una palabra, aguardando a que los alumnos designados los pescaran para luego así leer entre todos. Era muy gracioso verme llegar a la escuela con tanto equipaje… ¡más que a dar clases, parecía que iba a acampar!
En vano intentaba autoconvencerme que la motivación era directamente proporcional al éxito de las clases. El impacto en los alumnos duraba el tiempo en el que presentaba la actividad del día, ya sea con puestas en escena, con elementos y/o juegos que yo estimaba que eran atractivos. No les estaba ofreciendo razones para entusiasmarse y aprender. En realidad, tenía una concepción errónea de lo que es la motivación; la pensaba como algo dado solamente desde afuera y esto sólo era encantar, deslumbrar. En todo caso, era necesario articular la motivación intrínseca y la extrínseca (ya hablaremos de ellas) pero en un contexto real. Para esto era necesario posicionar a los alumnos como protagonistas y no como simples espectadores de una escena tan absurda. La motivación y la emoción contribuyen a dar dirección a la conducta. Los motivos son necesidades o deseos internos específicos que activan a un organismo y dirigen su comportamiento hacia una meta.
Cuando la intención se reduce solamente a lograr que un conocimiento sea más atractivo, la motivación se agota en sí misma porque se la aborda como un fin y no como un medio para lograr objetivos. En cambio, ésta se logra desde el hacer y dando la posta a los alumnos ya que en las dramatizaciones, como la del cartero, la única protagonista era yo y los dejaba afuera... ¡Y yo que pensaba que estaba logrando una verdadera motivación!
No conseguía generar aprendizajes genuinos, razón por la cual empecé a capacitarme e investigar por mi cuenta. Observaba que los teóricos ponían sobre blanco y negro lo que mis alumnos, con sus comentarios, me enseñaban todos los días. Así, entre el estudio, la participación y asistencia a congresos, talleres, conferencias, cursos y un postítulo surgió un gran desafío: conceptualizar la teoría en la práctica. La idea era demostrar que los pedagogos marcaban el camino y que debíamos, como docentes, tener el valor de confiar en nuestros alumnos y ponerlos en escena.
El punto de inflexión entre mis diversas miradas acerca del aprendizaje fue la edición y presentación de un diario que los niños llamaron “El mosquito”. Les comenté efusivamente acerca de mi asistencia a un congreso nacional, en el que instituciones educativas habían presentado proyectos sobre medios de comunicación en la escuela. Dichas propuestas, aceptadas con entusiasmo por parte de mis alumnos, sirvieron de inspiración para reinventar y repensar nuestra relación y modos de trabajo en el aula.
El entusiasmo era inmenso, había encontrado el mapa del camino: despertar el deseo de ser y aprender. El esfuerzo y el apasionamiento surgían naturalmente en un clima casi mágico que superaba el tedio de una rutina aplastante y sin sentido. Varios autores han teorizado acerca de la complejidad del proceso de aprendizaje. En “Inteligencia atrapada” (1987), Alicia Fernández afirma que para que haya aprendizaje tiene que haber una articulación entre los niveles de inteligencia, el deseo, el organismo y el cuerpo. El organismo es como un aparato programado; en cambio el cuerpo se podría asimilar a un instrumento de música, en el que se dan coordinaciones entre diversas pulsaciones, pero creando algo nuevo. En la medida que el objeto de conocimiento se aprehende surgen nuevas preguntas, continuando así la búsqueda de nuevos conocimientos. Ambos circuitos, el del deseo y el de la inteligencia, se enfrentan con la carencia, y así se articulan. Y como dijera Eric Hoffer3: “El deseo intenso crea no sólo sus propias oportunidades sino además sus propios talentos”.
A partir de allí, desarrollamos una sucesión de proyectos que comenzaban a concebirse espontáneamente; ya sea a partir de comentar una anécdota o una noticia, de identificar necesidades o problemáticas del grupo y de la sociedad, lo cual generaba una retroalimentación constante entre todos.
Había entendido y aceptado que si era capaz de cederles el protagonismo, ellos podían lograr experiencias extraordinarias. En “La escuela inteligente” (1995) David Perkins lo llama el “efecto oportunista”. En la medida en que los alumnos aprovechan las oportunidades que les damos, el cambio se producirá naturalmente.
Nadie que se sienta parte de un proceso puede negarse a la tentación de proyectar lo mejor de sí. El trabajo comprometido y en equipo es, en definitiva, la consecuencia lógica de la motivación. Al realizarlo de este modo se despierta el interés de los alumnos por crear y aprender.
Este redireccionamiento me dio la posibilidad de saber que había nacido, entre otras razones, para ser docente. Generó en mí la plenitud y la felicidad que necesitaba para reconocer que la vocación había llegado y me había tomado por sorpresa.
1 - El Consejo de Niños (2009-2011) tuvo por objetivo incluir la mirada de alumnos de entre 8 y 10 años de edad de todas las escuelas en la proyección de las ciudades. Fue un espacio que permitió recuperar ideas y sugerencias desde los niños para todos. El mismo nació por iniciativa de la Subsecretaría de Cultura y Educación de la Municipalidad de San Justo, que decidió adherir a la propuesta del Ministerio de Innovación y Cultura de la Provincia de Santa Fe de trabajar con el proyecto “La ciudad de los niños”, del pedagogo Francesco Tonucci. El Consejo estuvo bajo la coordinación de la profesora Evangelina Vignatti y la colaboración de Lorena Aquino y Graciela Carotti.
2 - En la teoría del conocimiento positivista, el conocimiento ya está dado, elaborado y terminado, por ello no tiene cabida la intervención del sujeto en su construcción. El sujeto que “aprende” se mantiene pasivo y se “aprende” acumulando memorísticamente datos. La educación con base positivista persigue conseguir un individuo inflexible, de mentalidad cerrada, individualista y acrítico.
3 - Escritor y filósofo estadounidense (1902-1983). Fue uno de los primeros en reconocer la importancia de la autoestima para el bienestar psicológico.
CAPÍTULO 2
“El encuentro de dos personalidades es como el contacto entre dos sustancias químicas: si existe una reacción se transforma”
Carl Gustav Jung
2. La inevitable impronta de la sinergia
La Real Academia Española define la palabra <sinergia> como la “acción de dos o más causas cuyo efecto es superior a la suma de los efectos individuales”. La intención de este libro no es analizar su significado, sino comprenderla e implementarla como un recurso. Por tanto, permitámonos la licencia de repensar dicho término en el contexto educativo:
La sinergia es la fuerza de los diferentes talentos que, cuando se ponen en acción y se complementan, proyectan una fuerza casi mágica donde los límites de lo posible se corren hasta lo impensado.
