La viuda valenciana - Lope de Vega - E-Book

La viuda valenciana E-Book

Лопе де Вега

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Beschreibung

"La viuda valenciana" es una de las comedias más conocidas de Lope de Vega, así como una de las que mejor ejemplifican las obras barrocas de "enredo" o "capa y espada". Repleta de humor, acción y audaces personajes, la obra nos presenta la historia de Leonarda, joven y hermosa viuda que, aun habiendo decidido no volver a casarse, se enamora perdidamente de Camilo, dando lugar, para deleite del espectador, a una serie de divertidas peripecias.

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Seitenzahl: 169

Veröffentlichungsjahr: 2024

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Καί νέους ϑάρσυνε· νίϰης δ᾽ ἐν ϑεοῐσι πείρατα.

ΑΡΧΙΛΟΧΟΣ

ΕΛΕΓΕΙΑ, ΤΕΤΡΑΜΕΤΡΑ (57 D)

Anima tú a los jóvenes: a los dioses les toca determinar el triunfo.

ARQUÍLOCO

Elegías, tetrámetros (57 D)

ÍNDICE

Introducción

Autor

Lope, vitalidad a tope

Escribir tanto como vivir

El teatro en la época de Lope: la creación del teatro nacional

La obra

La viuda valenciana, ejemplo de comedia pura barroca

Publicación, génesis, fuentes

Amor y honor, temas esenciales

Argumento y desarrollo de la obra

Personajes

Estilo y rasgos conforme al «Arte nuevo»

Una comedia espejo de su tiempo

Una comedia con mucho humor

Una comedia femenina y feminista

Esta edición

Bibliografía

La viuda valenciana

Dedicada a la señora Marcia Leonarda

Acto primero

Acto segundo

Acto tercero

Después de la lectura

Del Barroco a nuestros días: contrastes y huellas

Créditos

INTRODUCCIÓN

Autor

Leal, traidor, cobarde, animoso, alegre, triste, humilde, altivo, enojado, valiente, fugitivo, ofendido, receloso…

Toda esta serie de adjetivos con que Lope caracteriza, en uno de sus sonetos más populares, el estado contradictorio e intenso a que nos lleva el amor puede servirnos bien de introducción a su propia personalidad, con sus excesos y contradicciones, y destacar ya la fusión —y confusión— que se produce en este autor entre vida y literatura.

Alejado del «fingidor» que según Pessoa todo poeta lleva dentro, en él todo lo vivido se convierte en materia poética; su vida, en especial sus amores, llega en verso o en prosa a sus poemas, sus comedias, sus novelas o a las cartas que mantiene con las personas de su entorno. Al aproximarnos a ese «todo lo vivido» lo primero que surge es el asombro: ¿cómo se puede vivir con esa intensidad en lo personal y lo profesional?, ¿cómo se puede conjugar el escribir un número desmesurado de obras y tener una vida sentimental que desbordaría la imaginación de cualquier guionista de Netflix?

Es tópico recordar el calificativo que Cervantes le dio: «monstruo de naturaleza», «fénix de los ingenios». Espero que puedas ir intuyendo el sentido de estas expresiones según vayamos adentrándonos —aunque sea someramente— en su vida y obra.

Lope, vitalidad a tope

Lope nace en Madrid en 1562 en una familia humilde. Aunque esta circunstancia en la época dificultaba el acceso a los estudios, sabemos que asistió al colegio de los jesuitas de Madrid, que recibió clases de Vicente Espinel, y que llega a iniciar estudios universitarios en Alcalá de Henares: «Crióme don Jerónimo Manrique, estudié en Alcalá, bachilleréme /, y aun estuve de ser clérigo a pique». Quizá ese origen humilde determinara su necesidad de buscar mecenas y su obsesión por ascender socialmente. Lo vamos a ver al servicio de destacados personajes de la corte. Casi niño marcha a Sevilla con el inquisidor Miguel de Carpio, cuyo apellido adopta; tras la protección del obispo de Ávila, don Jerónimo Manrique, se suceden la secretaría al servicio de varios nobles, como el duque de Alba, el marqués de las Navas o el duque de Sessa, entre otros. La relación con este es muy especial: el duque, fascinado por su personalidad y su obra, guardó todo lo que escribía; incluso lo apremiaba para conocer con detalle las relaciones que mantenía con las mujeres a las que amó.

Y fueron muchas. Antes de su primer gran amor, Elena Osorio, vivió un idilio casi adolescente con María de Aragón, con quien tuvo una hija. A Elena la conoce al volver de una expedición militar a las Azores, cuando el joven y pletórico Lope empieza a ser conocido como poeta y comediógrafo. La profesión los une, Elena es actriz, hija del director teatral Jerónimo de Velázquez y esposa del actor Cristóbal Calderón, quien pasaba largas temporadas en América. Según Lope, lo suyo fue un flechazo: «No sé qué estrella tan propicia a los amantes reinaba entonces, que apenas nos vimos y hablamos cuando quedamos rendidos el uno al otro».Vivieron una pasión intensa, conocida por todo Madrid, un amor que recordaría siempre y cuyo final no supo aceptar el joven Lope que, llevado por el despecho y los celos, respondió de forma indigna e hizo correr por Madrid unos libelos difamatorios contra ella y su familia: «Una dama se vende a quien la quiera. / En almoneda está. ¿Quieren comprarla? / Su padre es quien la vende, que aunque calla, / su madre la sirvió de pregonera» [...].El ser «pródigo de lengua» le costó caro: la familia Velázquez lo llevó a juicio y, tras pasar por la cárcel, fue condenado al destierro durante dos años del reino de Castilla y cuatro de la villa de Madrid.

Antes de marcharse al exilio, Lope rapta a doña Isabel de Urbina, con quien se casa por poderes en 1588, y con la que se traslada a Valencia, tras participar en la expedición de la Armada Invencible, en la que se había alistado arrastrado por su espíritu aventurero. Los años de Valencia son decisivos para el afianzamiento de sus ideas sobre el teatro; allí vive hasta que el matrimonio se traslada a Alba de Tormes, donde cuatro años más tarde muere Isabel. En 1595 le llega el indulto y vuelve a Madrid.

Tres años después —y en el ínterin un proceso por amancebamiento con otra mujer, Antonia Trillo— contrae nuevo matrimonio con Juana de Guardo —seguramente por conveniencia—, con la que tiene tres hijos. A pesar de su intento de vida «convencional», el poeta se enamoró de la actriz Micaela Luján (Camila Lucinda), casada y hermosa, por la que, tras la pasión de los primeros años, sintió un afecto tranquilo y conyugal, muy alejado del amor tempestuoso inspirado por Elena. Durante unos ocho años, el poeta reparte tiempo y afecto entre las familias formadas con ambas. De los hijos tenidos con Micaela, solo Marcela y Lope llegarían a la edad adulta.

Tras algún nuevo «galanteo» —su fugaz relación con la actriz Jerónima de Burgos—, en 1610 vuelve a Madrid, famoso entre los famosos, por su vida y por sus obras. Es el tiempo de las polémicas literarias con sus coetáneos (amigo de Quevedo, desafecto de Cervantes, enemigo de Góngora) y de su dominio absoluto de la escena.

Pero la muerte de su hijo preferido, Carlos Félix —y después de su mujer—, lo llena de tristeza y sufre una crisis espiritual que lo lleva a ordenarse sacerdote a sus 52 años. Quizá el motivo no sea solo ese sino también el conseguir alguna renta fija, pues, a pesar de todo lo que escribía, su situación económica en pocos momentos fue holgada. Cabría pensar que refugiarse en la religiosidad lo alejaría de lo mundanal, pero no. Aún vuelve a enamorarse: es 1616 y su último gran amor se llama Marta de Nevares (Amarilis, Marcia Leonarda). La conoció en un encuentro literario, estaba casada y era treinta años más joven. Según Alborg, fue la pasión más arrebatadora experimentada por Lope. «Yo estoy perdido, si en mi vida lo estuve, por alma y cuerpo de mujer; ¡y Dios sabe con qué sentimiento mío, porque no sé cómo ha de ser ni durar esto, ni vivir sin gozarlo!»,confesaba al duque de Sessa. La pareja convivió durante dieciséis años, afrontando el escándalo inicial, los pleitos con el marido y la desventura que se inicia en 1622 cuando Marta empieza a enloquecer y queda ciega poco después. En poco tiempo, a esta desgracia se fueron sumando otras: de los hijos de ambos, solo había sobrevivido Clara Antonia, que se fugó con un joven apellidado Tenorio. Algo antes, su hija Marcela había ingresado en un convento y su hijo Lope Félix, muerto en un naufragio. La soledad y los infortunios precipitan su muerte en 1635. Su entierro fue multitudinario pues todo Madrid quiso despedirse del que consideraba «poeta del cielo y de la tierra», como rezaba el sacrílego «credo» con el que se le rendía admiración: «Creo en Lope de Vega, poeta del cielo y de la tierra…».

Considero oportunas aquí dos observaciones: normalmente, la crítica literaria desaconseja, al estudiar una obra, relacionar esta con la vida del autor, pero en el caso de Lope es ineludible hacerlo. Por otro lado, la sucinta relación biográfica que acabas de leer, centrada en lo sentimental, no pretende el amarillismo y mucho menos dar pie a juzgarlo frívolamente. Su figura es inapresable porque junto a esa faceta más exhibicionista y social, está el hombre familiar, atormentado por sus propias contradicciones, dado a la meditación, la introspección y los paseos en soledad: «A mis soledades voy, de mis soledades vengo, / porque para andar conmigo, / me bastan mis pensamientos». Un ser humano al que aceptar con su genial desmesura y sus errores.

Escribir tanto como vivir

Podemos decir que Lope escribió mucho porque vivió mucho. Escribir era para él una necesidad casi vital: «¿que no escriba decís, o que no viva? / Haced vos con mi amor que yo no sienta, / que yo haré con mi pluma que no escriba»,leemos al final de un soneto. Tan abrumadora por excesiva es su vida amorosa como su producción literaria. La magnitud de esta tiene que ver con su fecundidad y poder de improvisación, pero también con su tremenda capacidad de trabajo y su dedicación absoluta a su creación.

Cultivó la mayor parte de los géneros de su tiempo; y lo hizo sobre todo en verso, para el que tenía tal capacidad innata que se llegó a decir de él que pensaba versificando. Dado lo ingente de su obra, destacaremos solo algunos títulos significativos por género.

Su producción lírica se intercala a veces en obras de otros géneros y abarca tanto la poesía popular como la culta. En la primera predominan letras para cantar, seguidillas, villancicos y, sobre todo, romances; esta fue su estrofa preferida, especialmente para versificar sus vivencias amorosas y vitales (como en el conocido romance morisco Mira, Zaide, que te digo). En metro culto, es el soneto la composición dominante; escribió unos 3000, la mayoría publicados en sus diversas Rimas, con creaciones tan admirables como: «¿Qué tengo yo que mi amistad procuras?», «Resuelta en polvo ya, mas siempre hermosa», «Suelta mi manso, mayoral extraño» o el conocidísimo «Desmayarse, atreverse, estar furioso», del que hemos entresacado algunos adjetivos para iniciar esta introducción.

En prosa se inicia con La Arcadia, una novela pastoril, a la que siguen El Peregrino en su patria, novela morisca, y Novelas a Marcia Leonarda, relatos al estilo de las Novelas ejemplares de Cervantes. La que muchos consideran su obra maestra es La Dorotea, novela dialogada que escribe mientras cuida con esmero a Marta de Nevares y en la que sublima su pasión por sus dos grandes amores: la propia Marta y Elena Osorio.

Pero es en el teatro donde Lope alcanza su cima literaria. El mismo autor declaró haber escrito 1[cifra]500 piezas dramáticas; de ellas se conservan solo 42 autos sacramentales y 426 comedias, de las que 314 son de atribución segura. En ellas se aborda todo: el auto y la comedia, lo religioso y lo profano, las leyendas, los hechos históricos, los sucesos coetáneos…; y en todos los subgéneros: autos sacramentales, comedias y dramas. Entre estos últimos, un grupo muy importante tiene por tema el honor y el protagonista es el pueblo, que se alza con heroísmo contra el que hace un uso injusto de su poder. Tres son los títulos incuestionables: El mejor alcalde, el rey; Fuenteovejuna y Peribáñez y el comendador de Ocaña. Podríamos citar otros muchos: El castigo sin venganza, El verdadero amante—su primera obra conocida—, Las mocedades de Bernardo…, pero es obligado citar uno, El caballero de Olmedo, no solo por su calidad sino como ejemplo de su imaginación creadora: Lope parte de un cantarcillo popular para crear una maravillosa trama de misterio, amor y muerte: «Que de noche le mataron / al caballero, / la gala de Medina, / la flor de Olmedo».

Respecto a las comedias, predominan las de tema amoroso basadas en la intriga, es decir, las llamadas «de capa y espada»: La dama boba, Los locos de Valencia, La discreta enamorada, El acero de Madrid, Las bizarrías de Belisa, y la que nos ocupa, La viuda valenciana, son perfectos ejemplos; con parecidos rasgos, pero ambientadas en la corte y protagonizadas por aristócratas, están las llamadas comedias palatinas, como El perro del hortelano o El villano en su rincón.

El teatro en la época de Lope: la creación del teatro nacional

Si en el Renacimiento el teatro había sido un género de menor importancia, en el Barroco se convirtió en todo un fenómeno de masas. No es extraño que sea en este periodo donde el género teatral alcanza su máximo desarrollo ya que la cosmovisión que lo caracteriza implica el tópico del theatrum mundi, es decir, la consideración del mundo como una representación donde el ser humano vive en un sueño o transita por un laberinto repleto de apariencias y engaños.

Lope empieza a escribir en esos años de tránsito de la estética renacentista a la barroca, años en que surgen los «corrales de comedia» (conviene aclarar que por «comedia» se entendía cualquier representación teatral). Estos fueron impulsados sobre todo por las cofradías, instituciones religiosas que, con la finalidad de recaudar fondos para mantener hospitales, empezaron a alquilar patios interiores y a patrocinar las representaciones. Así fueron consolidándose espacios estables para el espectáculo: corral del Príncipe, corral de la Pacheca, corral de la Cruz… Las representaciones se hacían de día y podían durar varias horas; los hombres solían ocupar el patio central, los mosqueteros quedaban al fondo y aquí también, en un lugar elevado, se situaba la cazuela, reservada a las mujeres. Cada uno en su sitio, pero juntos, porque a los corrales acudían todas las clases sociales, igualadas por su avidez de espectáculo.

La estancia de Lope en Valencia le había servido para ir perfilando su ideal teatral; allí percibe la eficacia de la polimetría y la división en tres actos —innovación que reconoce al valenciano Cristóbal de Virués— y la importancia de la figura cómica, que él convertirá en personaje esencial en sus obras: el «gracioso». Comedia tras comedia va comprobando qué recursos —técnicas, tramas, tipos de personajes…— gustan más al público; incluso intuye la función educativa que va adquiriendo el género. Así que, cuando presenta a la Academia su Arte nuevo de hacer comedias, lo hace desde la autoridad y el prestigio de llevar treinta años de experiencia y aplausos. En esta obra, considerada el primer manifiesto del teatro moderno, defiende con seguridad los rasgos de su dramaturgia, que son los que acaban imponiéndose y caracterizando todo el teatro de su época.

La obra

La viuda valenciana, ejemplo de comedia pura barroca

La viuda valenciana se nos presenta como ejemplo perfecto de comedia del Barroco.

En primer lugar, en cuanto al género, en el sentido de ser una comedia pura, es decir, de las llamadas «de capa y espada» o «de enredo»; en ellas —en palabras de Teresa Ferrer—, «el enredo, la intriga, fundada en la ocultación o confusión de identidades, se convierte en elemento capital de una acción que gira alrededor de los problemas de jóvenes ansiosos de cumplir sus deseos amorosos». Este tipo de comedia se caracteriza también por la cercanía al espectador: los personajes son coetáneos, visten con la indumentaria propia de la época (capa y espada para los caballeros), llevan nombres usuales según el rango social y viven en ciudades españolas.

Pero a la vez que pueden reflejar aspectos de época, los papeles se invierten y en la escena se concreta el tópico del «mundo al revés»: la mujer, en la realidad de su tiempo, reducida a sujeto pasivo sometido a las decisiones del hombre, es quien toma la iniciativa y controla la situación. Suele ser valiente, inteligente, pero dado el código social en que vive, tiene que actuar valiéndose de artimañas y engaños; su conducta puede suponer una transgresión del orden, pero al final retorna a los cauces de lo convencional.

En segundo lugar, esta comedia da buena muestra de uno de los rasgos más definitorios de la cosmovisión barroca: la obsesión por la apariencia, el tópico del «ser/parecer ser». Leonarda, la protagonista, simula ser una viuda recatada en público; en privado reconoce su deseo. Consciente de que no puede entregarse abiertamente a Camilo, idea hacerlo en secreto. Y lo hace a través de un juego teatral donde oscuridad, máscaras y capirotes serán el atrezo que le permita satisfacer su deseo y preservar su fama. Como ella, el resto de los personajes también participa en la fiesta del aparentar: los pretendientes se disfrazan de vendedores; Urbán finge ser recaudador de cofradía y criado de la prima; Camilo debe amar con capirote y enmascarado; la nocturnidad vela los encuentros amorosos; el carnaval, con su enmascaramiento y transgresión, domina la ciudad…

Publicación, génesis, fuentes

Esta obra fue publicada en 1620, en la parte XIV de sus Comedias. Su título ya figura en la lista de obras que el mismo autor recoge en la primera edición de El peregrino en su patria. Pero su fecha de composición es unos veinte años antes, hacia 1599.

Se podría pensar que las dos décadas que median entre composición y publicación responden a algo fortuito, pero tienen que ver con circunstancias personales muy concretas, que quedan bastante explícitas en la dedicatoria que le añade: «Dedicada a la señora Marcia Leonarda». Todo Madrid sabía que ese era el nombre literario con que Lope se refería a su amante, Marta de Nevares, que acababa de enviudar para regocijo del poeta. En ella le aconseja que tome ejemplo de la protagonista de la obra, que ha sabido encontrar «remedio para su soledad sin empeñar su honor»y que ha conseguido hacer su voluntad —disfrutar de un hombre— sin ensuciar su fama. Abiertamente, Lope sugiere a Marta que haga como Leonarda, que ha sabido sortear los convencionalismos sociales y morales guardando las apariencias; se trata de «nadar y guardar la ropa».

Al margen de esta vinculación de la obra a la biografía de Lope, la crítica tiene bien estudiadas sus fuentes y nos señala que está directamente inspirada, por el tipo de enredo, en una novela del italiano Mateo Bandello y, por el motivo de «amar a ciegas», recuerda la leyenda de Psique y Cupido (a la que, por cierto, remite el mismo Camilo en el verso 1830).

Inspiración, en este caso vivencial, es la que lo lleva a situar la obra en Valencia, ciudad a la que conocía bien por los casi dos años que vivió en ella durante su destierro y a la que volvió, por fechas cercanas a la composición de la obra, con motivo de las bodas reales. La ciudad del Turia era por entonces —y ahora— una urbe alegre y festiva, y más en tiempos de carnaval; además destacaba por su mundillo cultural y la efervescencia de su teatro, que contaba ya con locales fijos —en la actual calle Comedias— donde dramaturgos como Gaspar Aguilar, Guillén de Castro y otros autores de la Academia de los Nocturnos, empezaban a renovar la escena de su tiempo.

Amor y honor, temas esenciales

Los temas que vertebran la obra son los más característicos de la dramaturgia lopesca: el amor y el honor. Su presencia responde tanto a la propia personalidad del autor como al conocimiento que tiene de que son los predilectos del público.

Respecto al amor, su concepción presenta una serie de tópicos y rasgos comunes, algunos heredados del petrarquismo, que se repiten con funciones similares en las obras. Suele empezar con un «flechazo» (como le ocurre a Leonarda, que, a pesar de su propósito de alejarse de los hombres, se ha quedado prendada de uno tan solo con verlo) y se presenta como un sentimiento arrebatador, que anula las voluntades y el juicio: «Estoy sin entendimiento del mal de la voluntad». A su poder se rinde el individuo y a quien cautiva no le cabe más que aceptarlo, porque lo domina por completo «¡amor esto podéis vos!», exclama la joven. Por él se puede hacer todo porque todo lo justifica. Por otro lado, conforme a los tópicos de la época, es un fuego interior que hace gozar y sufrir a un tiempo, una «llama cruel» que se opone al «hielo» con que se metaforiza el desdén o la negación: «Efetos son de un niño poderoso / haber mi hielo con su amor vencido».

Además, hablar de amor es, también, hablar de erotismo y sensualidad. En general se trata de, como apunta J. Oleza, un erotismo más implícito que verbalizado y que se apoya en la imaginación o la adivinación. Pensemos en las evocaciones que de sus citas hacen los personajes; o en la escena del encuentro de los amantes, los abrazos y caricias que intuimos se dan en la oscuridad; o la apelación a todos los sentidos —no solo la vista— para el surgimiento del deseo y el disfrute del placer: «Como el hombre que está a oscuras, / y para encenderla toca, / fue en mi alma vuestra boca, / que ha dado centellas puras. / Yesca ha sido el corazón, /que era materia dispuesta, / y el golpe fue la respuesta, / y la lengua el eslabón».