La viuda valenciana - Lope de Vega - E-Book

La viuda valenciana E-Book

Лопе де Вега

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Beschreibung

La viuda valenciana (1604) es una de las comedias más ingeniosas de Lope de Vega, ambientada en la vibrante Valencia del Siglo de Oro. Leonarda, una joven viuda rica y hermosa, ha decidido no volver a casarse para conservar su libertad. Sin embargo, la llegada del galante Camilo despierta en ella una pasión inesperada. Decidida a vivir su amor sin poner en riesgo su honor, Leonarda elabora un plan secreto que la llevará a burlar las normas sociales de su tiempo. Entre disfraces, intrigas y encuentros furtivos, Lope de Vega teje una trama deliciosa sobre el deseo, la astucia femenina y el juego de las apariencias, demostrando que, incluso en una época regida por el honor, el corazón encuentra sus propios caminos.

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Seitenzahl: 89

Veröffentlichungsjahr: 2025

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Esta colección atesora las obras más importantes de la literatura universal, cada una en su idioma original.

En la Serie Letras Castellanas destacan: El Lazarillo de Tormes, Anónimo; El coloquio de los perros, de Miguel de Cervantes; Rimas y Leyendas, de Gustavo Adolfo Bécquer; Bodas de Sangre, de Federico García Lorca; Cañas y Barro, Blasco Ibáñez; Ismaelillo, de José Martí; Azul, de Rubén Darío; Cuentos de la Selva, de Horacio Quiroga, entre otros...

LOPE DE VEGA

LA VIUDAVALENCIANA

© Ed. Perelló, SL, 2025

Carrer de les Amèriques, 27

46420 - Sueca, Valencia

Tlf. (+34) 644 79 79 83

[email protected]

http://edperello.es

I.S.B.N.: 979-13-70191-78-8

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Dedicada a la señora Marcia Leonarda

Después que supe que vuesa merced había enviudado en tan pocos años que, aunque las partes y gracias de su marido le obligaran a sentimiento, la poca edad la escusara, pues es aforismo en los discretos mirar por lo que falta, y no por lo que dejan, me determiné a dirigirle esta comedia, cuyo título es La viuda valenciana; no maliciosamente, que fuera grave culpa dar a vuesa merced tan indigno ejemplo. Discreta fue Leonarda (así lo es vuesa merced y así se llama) en hallar remedio para su soledad, sin empeñar su honor; que como la gala del nadar es saber guardar la ropa, así también lo parece acudir a la voluntad sin faltar a la opinión. Lo más seguro es no rendirla. Pero si pocos años, mucha hermosura, bizarro brío y ejercitado entendimiento, dieren tal vez oído a la lisonja de algún ocioso, no le estará mal al peligro haber leído esta fábula; que esgrimiendo no se llama herida la que recibe otra, ni el músico merece este nombre si arrastrando los dedos por las cuerdas no tañe limpio. Muchos se han de oponer a tan linda cátedra. Perdonen los críticos esta vez linda, que Fernando de Herrera, honor de la lengua castellana y su Colón primero, no la despreció jamás ni dejó de alabarla, como se ve en sus Comentos. Pero pues a vuesa merced no se le ha de dar nada de él, ni de sus prólogos, ni de mí, ni de esta comedia, volvamos al consejo, que de los maduros le han de tomar los agraces, o no llegarán jamás a darle a otros. Opuestos, pues, los altos para secretos gustos, los iguales para bendiciones públicas, será fuerza que vuesa merced confusa consulte sus íntimas privanzas, si no lo fueren más sus privaciones. Aquí es donde entra La viuda valenciana, espejo en que vuesa merced se tocará mejor que en los cristales de Venecia, y se acordará de mí, que se la dedico. No fue todo mentira, que si no pasó a la letra, a lo más sustancial no hice más de darle lo verisímil, a imitación de las mujeres que se afeitan.

Estoy escribiendo a vuesa merced y pensando en lo que piensa de sí con ojos verdes, cejas y pestañas negras, y en cantidad, cabellos rizos y copiosos, boca que pone en cuidado los que la miran cuando se ríe, manos blancas, gentileza de cuerpo y libertad de conciencia en materia de sujeción, pues la señora Muerte, en figura de redentor de la Merced, la sacó de Costantinopla y de los baños de un hombre que comenzaba a barbar por los ojos y acababa en los dedos de los pies. Oí decir que su madre del tal difunto era de Osuna, o que al hacerse preñada pensó en un cofre. La imaginación hace caso. No nos metamos con los filósofos, que creen más a las acciones del espíritu que a la naturaleza de la común herencia. Él tenía estas gracias, y por añadidura el más grosero entendimiento que ha tenido celoso después que se usa estorbar mucho y regalar poco. Suelen decir por encarecimiento de desdichados: «Fulano tiene mala sombra». No la tuvo mujer tan mala desde que hay sol; y siéndolo vuesa merced de hermosura, se espantaban muchos de verla con tan mala sombra. ¡Bien haya la muerte! No sé quién está mal con ella, pues lo que no pudiera remediar física humana, acabó ella en cinco días con una purga sin tiempo, dos sangrías anticipadas, y tener el médico más afición a su libertad de vuesa merced que a la vida de su marido. Puedo asegurarle que se vengó de todos con sola la duda en que nos tenía si se había de morir o quedarse; tanto era el deseo de que se fuese; no porque él faltase, pues siempre faltó, sino porque habiendo imaginado que nos dejaba, fuera desesperación el volver a verle. Bien creerá vuesa merced cuán lejos estaré yo de su oposición, y así, debe creerme el deseo de su bien, libre de interés humano. Porque, ¿quién no amará tantas gracias, tanta hermosura y celestial ingenio? Si vuesa merced hace versos, se rinden Laura Terracina, Ana Bins, alemana, Sapho, griega, Valeria, latina, y Argentaria, española. Si toma en las manos un instrumento, a su divina voz e incomparable destreza, el padre de esta música, Vicente Espinel, se suspendiera atónito; si escribe un papel, la lengua castellana compite con la mejor, la pureza del hablar cortesano cobra arrogancia, el donaire iguala a la gravedad y lo grave a la dulzura; si danza, parece que con el aire se lleva tras si los ojos, con la disposición las almas, y que con los chapines pisa los deseos. Mas ¿cómo soy yo tan atrevido, que donde todo es milagro ponga lunares con mi rudeza y, como mal pintor, desacredite el original con la imperfeción de mi retrato? Vuesa merced repare en mis deseos, de quien sacará mejor lo que no acierto a decir que lo que puede preguntar al espejo, perdonará a mi pluma, y en el del alma retratará más vivo su entendimiento. Dios guarde a vuesa merced.

Su capellán, y aficionado servidor,

Lope de Vega Carpio.

Figuras de la comedia

Lucencio, viejo

Leonarda, viuda moza

Julia, criada suya

Urbán, escudero suyo mozo

Camilo, galán

Floro, criado suyo

Celia, dama

Otón, Galán

Valerio, galán

Lisandro, galán

Rosano, cortesano

Un escribano

Un alguacil

Criados

Acto I

Sale LEONARDA viuda, con un libro, y JULIA, su criada.

Leonarda

¡Celia! ¡Julia! ¿No me oís?

Julia

Señora...

Leonarda

Loca, ¿en qué andas?

Julia

Ya vengo a ver lo que mandas.

Leonarda

Guárdame ese fray Luis.

Julia

Viéndote en esos traspasos,

no será mucha lisonja

apostar que de ser monja

no has estado dos mil pasos;

aunque, como me nombrabas

a fray Luis cuando salí,

en verdad que colegí

que todo un fraile me dabas.

Leonarda

No son para tu rudeza,

necia, razones tan altas.

Julia

¡Qué mal encubrí las faltas

que me dio naturaleza!,

que, al no tener hermosura,

no añado la discreción.

Leonarda

Basta una buena razón

y una honrada compostura,

Julia, en cualquiera mujer;

que si de aguda se precia,

está muy cerca de necia

y aun de venirse a perder.

Yo, después que me faltó

mi Camilo, que Dios tiene,

que [a] hacer el oficio viene

del alma que me llevó,

como he dado en no casarme,

leo por entretenerme,

no por bachillera hacerme,

y de aguda graduarme;

que a quien su buena opinión

encierra en silencio tal,

no halla en los libros mal.

Gustosa conversación

es cualquier libro discreto,

que si cansa, de hablar deja;

es amigo que aconseja

y reprehende en secreto.

Al fin, después que los leo

y trato de devoción,

de alguna imaginación

voy castigando el deseo.

Julia

Y ¿en qué materia leías?

Leonarda

De oración.

Julia

¿Quién no se goza

de ver que, tan bella moza,

tan santas costumbres crías;

ver hablar en la ciudad

de tu mucho encerramiento,

cordura y entendimiento,

fama, honor y honestidad?

Dicen que el Siglo Dorado

nuevo estado ahora toma;

que has hecho a Valencia Roma,

y presente lo pasado;

que en ti se encierra y anida

todo el bien que tiene el suelo,

y que eres ángel del cielo

en hermosura y en vida.

Los mozos están de forma,

que nadie a verte se atreve,

porque no hay quien no se eleve

si de tu vida se informa.

Leonarda

De todo, Julia querida,

se sirva Dios; que esa fama

es de estopa fácil llama:

antes muerta que encendida.

No procuro ser nombrada,

ni comer, como Artemisa,

las cenizas que ya pisa

la muerte con planta helada;

ni ser la que el nombre

toma de que de antojo murió,

porque a ver no se asomó

el monstruo que entró por Roma;

ni la que con el carbón

pintó la sombra al marido,

que tuvo, en siendo partido,

en igual veneración.

Quiero ser una mujer

que, como es razón, acuda

al título de viuda,

pues a nadie he menester.

Julia

¿Que, en fin, no te casarás?

Leonarda

¡Jesús, Julia, no lo nombres!

Asco me ponen los hombres;

no me los nombres jamás.

Tráeme la imagen acá

que compré de aquel pintor.

Julia

¿Pedirle quieres favor?

Tentaciones te dan ya.

Leonarda

Calla, necia; que la quiero

solamente para vella.

Julia

¿Y cómo diste por ella

tanta suma de dinero?

Leonarda

Por el pincel que le dan;

que el dueño me satisfizo

que allá en la corte la hizo

un famoso catalán.

Julia

Voy.

[Vase.]

Leonarda

No hay ya de qué tratar

que servir a Dios no sea.

Bien aquí la vida emplea

quien ve lo que ha de durar.

Terror es que, perseguida,

en esta edad guarde un muerto,

fe tan cierta, amor tan cierto,

verdad viva y casta vida.

Pero en la dificultad

escriben que está la gloria,

y eso se llama vitoria,

resistir la voluntad.

Dejadme aquí, pensamientos;

no hay más, no me he de casar.

(Sale JULIA.)

Julia

Aún no le acertaba [a] hallar.

Leonarda

[Aparte.]

(Resistid, castos intentos.)

Julia

Vesle aquí.

Leonarda

Cubra mi olvido

las vanidades que dejo.

(Dale un espejo.)

¿Qué es esto, necia? ¡El espejo

por la imagen me has traído!

Toma.

Julia

Acábate de ver,

verás lo que has de llorar,

no lo pudiendo cobrar,

si aquí lo dejas perder.

Leonarda

Toma allá.

(Sale LUCENCIO, tío de LEONARDA.)

Lucencio

No se le des,

pues quiso Dios que viniese

a tiempo que verte viese,

tú, que a ti ni a nadie ves.

¿Qué milagro, di, sobrina,

es éste de hallarte así?

Leonarda

[Aparte.]

(Si hoy no me vengo de ti...

Julia

Pues ¿vile yo entrar?)

Leonarda

Camina.

[Vase JULIA.]

Lucencio

Bien tendrán canas de un viejo

con tu edad autoridad.

Leonarda

Juzgarás a liviandad

hallarme con el espejo;

que suele ser conocida

la mucha de una mujer

en irse y venirse a ver,

después de una vez vestida.

Y yo, conforme a mi estado,

Hago en eso más delito.

Lucencio

A enojo siempre me incito

con tu melindre estremado.

¿Es mucho que una mujer

que ha de estar un día compuesta,

vaya a ver si está bien puesta

la tocao el alfiler?