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Las cartas de Lope de Vega escritas para el duque de Sessa cubren gran parte del arco de la vida del autor. Su valor como testamento biográfico e histórico, y como documento literario, es innegable. Lope escribe de todo y lo hace a golpe de consejas y consejos, de comentarios y opiniones, de referencias cultas y de anécdotas picantes. Lope describe, realza y comenta la inmediatez familiar de quien las redacta: gastos domésticos, vestimenta, paseos nocturnos, espacios urbanos, diversiones, vida cotidiana, auto de fe, amoríos, anatomía sexual, erotismo. Las hay que comentan las idas y venidas de actores y de actrices; las que ruegan y piden: un paño o una tela, un beneficio eclesiástico, una carta de recomendación. Y las que describen anécdotas salaces. Los dardos también se dirigen contra el tabaco, los que se tiñen el pelo o los frailes amigos de visitas.
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Seitenzahl: 1372
Veröffentlichungsjahr: 2018
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Lope de Vega
Cartas
(1604-1633)
Edición de Antonio Carreño
INTRODUCCIÓN
Las cartas de Lope de Vega
Al servicio de muchos amos
La carta familiar
Las picardías del secretario
Medianías efímeras
Los archivos de la memoria
ESTA EDICIÓN
BIBLIOGRAFÍA
CARTAS (1604-1633)
CRÉDITOS
Para A. Christian Carreñoen el ahora ya presente
que los hombres cuerdos más miran lo que escriben que lo que hablan, porque lo que escriben queda firme, y lo que hablan se lleva el viento (Epistolario, núm. 348).
Las cartas de Lope de Vega escritas para el duque de Sessa se inician en 1606 y dan fin el 4 de septiembre de 1633. Cubren gran parte del arco de su vida (1562-1635). Su valor como testamento biográfico e histórico, y como documento literario, es innegable. Lope escribe de todo y lo hace a golpe de consejas y consejos, de comentarios y opiniones, de referencias cultas y de anécdotas picantes. De sus cartas se han valido las mejores biografías sobre el Fénix; las rigurosamente históricas y las novelescas. Lope describe, realza y comenta la inmediatez familiar de quien las redacta: gastos domésticos, vestimenta, paseos nocturnos, espacios urbanos (calles, iglesias, conventos, mentideros), diversiones, vida doméstica, auto de fe, amoríos, anatomía sexual, erotismo. Son su salsa verde. Sin descontar el frecuente voyeurismo gráfico y visual: alargarse en saber o ver lo que hacen los otros a través de la palabra escrita y leída en secreto. Y de estar pendiente de la intendencia doméstica: aceite para las velas, reposteros, carruajes prestados, envío de anguilas, pagos atrasados, asistencia a bautizos. Sin descontar sus múltiples compromisos profesionales. Resaltan las cartas comentando las idas y venidas de actores y de actrices; las que ruegan y piden: un paño o una tela, un beneficio eclesiástico, una carta de recomendación. Y las que describen anécdotas salaces y picantes: la exhibición de las vergüenzas de un caballero debajo de la ventana de una dama; sobre la cortesana portuguesa que hace favores sin pagar. Los dardos también se dirigen contra el uso del tabaco, contra los que se tiñen el pelo, contra los frailes amigos de visitas, los aficionados al coche, a su uso como medio de exhibir capital económico, y de poder y como espacio apto para el juego de manos en la intimidad de la carroza. Al capital social (don de gentes) se añade el erótico. Únicas y hasta excepcionales en las letras del Siglo de Oro, las cartas de Lope son también un medio íntimo de seducción. Escribe de mañana (núm. 209), y de tarde, salidas al campo, visitas a conocidos y amigos cercanos. Uno de ellos, fray Luis de Aliaga, director espiritual de Felipe III; otro Juan de Piña y Juan Pérez de Montalbán, su primer biógrafo.
En los años previos a Lope se destaca el epistolario de santa Teresa, con su gran matiz ascético, cercano a las quinientas cartas, que van de 1546 a 1582. En tiempos de Lope, el de Luis de Góngora sube del centenar (124), y el de Francisco de Quevedo, cercano a las doscientas. Pero el epistolario de Góngora, a excepción de las tres primeras cartas, tan solo cubre los diez últimos años de su estancia en la Corte. Más extenso y variado el de Francisco de Quevedo. Abarca un lapso de cuarenta y un años, aunque con notables saltos cronológicos. Y si bien tiene como foco de atención las cartas dirigidas a Justo Lipsio, al duque de Osuna, al de Lerma y al de Medinaceli, cuenta entre sus receptores con una gran variedad de personas distingidas. Son también de destacar las cartas familiares de Antonio de Guevara, las de Antonio Pérez, secretario de Estado de Felipe II, las de sor María de Ágreda a Felipe IV, las de Felipe III a su hija Ana, reina de Francia. Y cabe considerar las cartas didácticas (más bien epístolas) cuyo fin es adoctrinar con profusión de citas y sentencias, las cartas a modo de sermones o pláticas (las del maestro Ávila), las escritas en forma de disertación y de breve ensayo (las de fray Francisco Ortiz)1.
Las cartas de Lope son más complejas y personales: un testamento, como ya indicamos, del quehacer literario, social, familiar y amoroso no solo de dos personas, Lope y duque de Sessa; pero también de su entorno. Destacan las críticas dirigidas a la Corte, excesos de gastos, crisis económica, devaluación de la moneda, referencia a oficiales de la justicia y a frailes. Gaceta que reúne chismes, referencias orales, chascarrillos sobre las andanzas nocturnas de Sessa; peleas y duelos, epidemias de tercianas, castigos públicos, escándalos de sodomía y hasta una muerte repentina por envenenamiento. Tal el caso de doña Jusepa, una de las amantes del duque que muere posiblemente envenenada, en 1627, al indicar en carta que «una bebida le quitó la habla, y a pocas horas, la vida» (núm. 305)2.
Destacan las relaciones familiares del Fénix: su segunda esposa, doña Juana de Guardo y su hijo Carlos Félix; su hija Marcela y, sobre todo, las confusas relaciones adúlteras con Marta de Nevares, su último gran amor. Y también toda una cartografía de las andanzas literarias: representación de comedias, escándalos, alusión a ilustres escritores y a un gran número de amigos. Sin descontar lo más selecto de la aristocracia. Y no menos la aptitud ufana, vana y egoísta de su amo, el duque de Sessa, pareja y en contraste con la conducta servil de su secretario, arriesgando su reputación al elogiar a su señor: «ese divino y rato entendimiento, acompañado de tan excelentes calidades cuales no se han visto en príncipe» (núm. 160) y hasta el hecho de «no me cansaré eternamente de adorar a vuestra excelencia por mi dueño solo, por mi señor y mi amparo, a quien debo la vida [...]» (núm. 216). Todo un formulario de pleitesía y sumisión a la par con saltadas referencias a estados depresivos, melancólicos, causados por enfermedades y enfrentamientos, en contrapunto a su desgarrada vida doméstica: muerte de dos esposas (Isabel de Urbina, Juana de Guardo), muerte de varios hijos (Carlos Félix y Lope Félix). Y la penosa enfermedad de Marta de Nevares. Le refiere Lope en una ocasión a Sessa: «me ha consolado el decirme que no sabe de qué causa procedan estas tristezas, porque la diferencia dellas a la melancolía es que las unas nacen de los sucesos, y las otras de la falta de salud y de la influencia del cielo» (núm. 151). Estas cartas vienen a ser también un exquisito muestrario de las pequeñas menudencias caseras en que fijaba la atención Lope. Unidas con los numerosos chismes que le pasa al duque, fueron para este un mórbido folletín de comentarios amorosos y de consejas que recibía por entregas, y que cuidadosamente retenía. En una de ellas le anuncia, por ejemplo, la llegada de la «Vaca» («Josefa Vaca»), quien viene «de dos crías y más amarilla de comer barro que Isabelilla de beber con tocino. No veo quién la apetezca» (núm. 32).
En torno a Lope se mueve una gran maquinaria textual. Asiste a academias literarias, visita y frecuenta piadosos Oratorios, escribe autos sacramentales y redacta comedia tras comedia. Envía epístolas a amigos y combina poemas breves con extensos. Lope encarna aptitudes contradictorias: atención paternal y olvido con frecuencia de sus obligaciones familiares; lealtad que raya en lo servil como secretario del duque de Sessa y marcado desdén hacia sus rivales; gozo en el vivir y temor en la propia condenación. Sus desplazamientos son frecuentes (Sevilla, Granada, Valencia, Toledo), y el trajín en que mueve su hogar es casi incontrolable. Sus rivales, movidos según Lope por la envidia, son numerosos. Su propia inseguridad es parte del sentimiento (histórico y social) presente a lo largo del período. Consagra la imagen del hombre como viator (peregrino), y contempla parte de sus relaciones sociales sub specie amoris et aeternitatis. Los extremos son continuos tanto en la literatura como en su vivencia personal: de la obra ingente, erudita, culta, al poema sentencioso y epigramático y a la canción breve; del pecador al arrepentido. Su fe religiosa corre paralela con la adhesión al orden estamental, monárquico y religioso establecidos. De hecho, tanto Pastores de Belén como las Rimas sacras (1614) vienen a ser palinodias de textos previos: de su novela pastoril Arcadia y de las Rimas que el mismo Lope calificará de humanas. La reescritura de un texto que, a modo de contrafactum, se desvía radicalmente del previo, si bien manteniendo la estructura narrativa o lírica del género, viene encauzada por el nuevo pensamiento neoestoico y contrarreformista.
En el mes de abril de 1610, Lope deja firmados tres manuscritos autógrafos de comedias cuyos títulos son significativos: La hermosa Ester, La buena guarda (La encomienda bien guardada) y El caballero del Sacramento, incluidas posteriormente en la Parte XV de sus comedias3. Y al filo de la redacción de los Pastores de Belén, va terminando Lope otras comedias de carácter bíblico: Barlaán y Josafat (Los dos soldados de Cristo), cuyo autógrafo firma el primero de febrero de 1611; La historia de Tobías y La madre dela mejor cuya composición se establece como terminus ad quem entre 1610-1612. La última comedia está dedicada a Santa Ana y al nacimiento de María. Por estas fechas da fin a La discordia en los casados, y en agosto de 1611 había concluido los Soliloquios amorosos de un alma a Dios (son cuatro), que se completan en 1625 con tres más. En carta al duque de Sessa, de finales de octubre de 1611, escribe Lope aludiendo a sus Soliloquios y Romances, aún inéditos. Los primeros salen, como los Pastores de Belén, en 1612. En cuanto al segundo grupo es posible que aluda a los dedicados a la Pasión, que se incluyen en las Rimas sacras. Salen posteriormente agrupados, y en colección ajena a Lope, bajo el título de Romancero espiritual (Pamplona, 1617)4. Es probable, pues, que los Pastores se escribiesen simultáneamente con los Soliloquios amorosos. La amada pasa a ser divina, marcando este libro una ruptura con las Rimas cuyo centro fue la adorada Lucinda. El paralelo de la Arcadia (amores profanos) frente a Pastores (amores divinos) se repite y se complementa.
El cultivo de temas religiosos, documentan los biógrafos de Lope, coincide con su ingreso en varias asociaciones del mismo tipo. En 1609, se hace miembro, por ejemplo, de la Congregación de Esclavos del Santísimo Sacramento y del Oratorio fundado por el Caballero de Gracia, Jacobo de Grattis (núm. 51). Al siguiente año (1610), forma parte del Oratorio situado en la calle del Olivar que contó, entre sus primeros miembros, con Cervantes, Salas Barbadillo, Vicente Espinel y Francisco de Quevedo. Años después engrosan sus filas Calderón y el gran admirador y primer biógrafo de Lope, Juan Pérez de Montalbán (Fama póstuma, 1636). La decisión final de Lope de ordenarse de sacerdote, hacia 1613, y llevada a cabo en 1614, marca sorprendentemente el punto final, y no el comienzo de esta etapa de relativo sosiego doméstico. La delicada salud de doña Juana, y las continuas fiebres, con esporádicos mejoramientos de Carlos Félix, que dan en frecuentes recaídas, son vistas por Lope como avisos providenciales. Tienen como resultado una actividad catártica y ascética en un afán de conciliar un agudo sentimiento de culpa que da en esporádicos retours sur soi frente a sus irreprimibles apetencias sexuales. En 1611 escribe, en carta al duque de Sessa, sobre la enfermedad de doña Juana; sobre las calenturas de su hijo Carlos; su mejora y final recuperación. El 17 de junio, como si cobijara un fatal presentimiento sobre el destino del pequeño, le indica al duque: «Así Dios guarde a este niño, que si él faltara de mis ojos no estuviera con mayor pena» (núm. 24).
Pero sigamos de cerca el epistolario de Lope de Vega con el duque de Sessa en el año en que está componiendo los Pastoresde Belén. Por ejemplo, a principios de septiembre de 1611, Lope le remite una copia (que indica haber pedido prestada) de sus Soliloquios amorosos de una alma a Dios (núm. 31).Y este mismo año lo encontramos convertido en Terciario Franciscano, congregación asociada con la penitencia y con las prácticas ascéticas. A fines del año participa con algunas canciones en la academia del conde de Saldaña, de breve existencia, de la cual es nombrado secretario. A mediados de octubre ya están los Pastores de Belén terminados. En carta escrita por la misma fecha (comienzos de noviembre), le indica Lope al duque de Sessa:
Y sepa vuestra excelencia, señor, que estos días he escrito un libro que llamo Pastores de Belén, prosas y versos divinos a la traza de la Arcadia. Dicen mis amigos (lisonja aparte) que es lo más acertado de mis inorancias, con cuyo ánimo le he presentado al Consejo y le imprimiré con toda brevedad; que ha sido devoción mía y, aunque de materia sagrada, tan copioso de historia humana y divina, que pienso será recibido igualmente (núm. 45).
El breve párrafo no tiene desperdicio. Establece de nuevo, como vimos anteriormente, un texto previo como referente («prosas y versos divinos a la traza de la Arcadia»); alude a su circulación en forma manuscrita entre «amigos» (primeros lectores); adelanta un juicio crítico («es lo más acertado de mis inorancias»), y augura un buen círculo de futuros lectores al observar: «pienso será bien recibido igualmente». Años más tarde, en carta escrita a modo de epístola (que tal vez el impresor tituló «égloga»), dirigida a su amigo Claudio Conde, incide en cómo
Así pude volver con otras cuerdas
las pajas de Belén en líneas de oro,
y del arco sonoro
bañé las juntas cerdas
en lágrimas de mirra, y sus Pastores
entre la nieve coroné de flores
(Poesía, VI, vv. 288-293).
Sobresale también este epistolario por el número de cartas (suben de quinientas, sin contar los billetes, las minutas y los barradores), por los años que abarca, por las múltiples vicisitudes que comenta y por tener un receptor y un motivo constante: el duque de Sessa y sus devaneos amorosos. Y como texto —y contexto— también por el relato minucioso de reyertas literarias, amistades y enemistades, intrigas cortesanas, conciertos políticos y diplomáticos, y frecuentes viajes. Lope escribe las cartas en nombre de Sessa, y este las copia, firma y les da nueva voz al ser leídas por sus receptoras. Por parte de Lope, nombres y sobrenombres: Micaela de Luján es la Lucinda de los primeros años; Marta de Nevares, la Amarilis durante los años del Lope sacerdote; Lucía de Salcedo «la Loca»; Jerónima de Burgos «en la época de los odios» será doña Pangorda; su última hija, Antonia Clara, es Clarilis. Los sobrenombres también están presentes en las referencias a las amadas del duque. «Flor» es una doña Francisca; es «culebra engañosa», una «Circe». Jusepa una dama desconocida, Jacinta una Jerónima de Burgos y también una «doña Jerónima». Y la enigmática doña «Arellano», sin identificar. Los amores del duque con otra mujer llamada Jacinta, joven, esposa de un caballero amigo de Sessa, se mencionan con frecuencia. Se extienden entre 1612 y 1619.
Al mediar la distancia, el duque desterrado en Valladolid o en sus propiedades de Baena, Lope en Madrid o en Toledo, redacta los borradores previamente acordados por el duque. Eran devueltos a Valladolid para ser copiados y firmados antes de ser enviados a su destinatario. Estando en Toledo Lope, el duque le enviaba desde Madrid las cartas que debían ser contestadas, siendo devueltas para su firma. Quien redacta y escribe se oculta enmascarado bajo la firma del duque. En el cruce de voces se ventila un juego formal entre la voz que redacta y la persona que firma, bien asentado —el juego de dobles— en la biografía literaria de Lope. Las cartas escritas para Sessa carecen de una respuesta que nunca se recibe o se constata pero que, en algunos casos, se puede conjeturar.
A la descripción le sigue la advertencia, el consejo o el simple y llano parecer. A veces la estrechez económica es el motivo de la misiva; otras la advertencia o el aviso sobre un hecho luctuoso o a punto de suceder. El chisme, la noticia falseada, la indignada crítica, el regodeo erótico sobre la amiga «fácil», «peligrosa o astuta», conceden un jugoso encanto, con frecuencia morboso, a un buen número de estas cartas. Y está siempre el dato personal y el giro coloquial que describe una conducta, una reacción o una opinión. En procesión de sí mismo, el Fénix se acopla fácilmente con su mensajero: amante, soldado, clérigo, miembro de la familia, mecenas. En dicho registro caben los más variados sentimientos: desde los celos, el desdén, el enojo y la conformidad, a la ternura, gratitud, servilismo y ciega lealtad. El epistolario configura a la vez un gran retrato personal, a veces hiperbólico y exagerado, de quien vive a expensas de lo que escribe y del mecenas de quien depende. No es de extrañar, pues, que fuese durante el período romántico cuando se descubre, se copie y se diese pábulo al trazado de una biografía amorosa, alternando el aspecto sublime con el profano. Como en toda biografía, las escritas sobre Lope son reducciones metonímicas de una multiplicidad de aspectos que, subjetivamente, se seleccionan unos y se reducen y silencian otros.
sabrá vuestra excelencia que yo soy mal correo de nuevas dudosas (Cartas, núm. 39).
La carta, epístola, billete de amor o mensaje breve formaron parte de un gran corpus de paratextos que circularon, bien independientemente, bien incrustados en un variado arco de géneros literarios, especialmente en prosa y en teatro. La carta que se escribe al amigo, al mecenas o al confesor, es moneda común entre los más insignes escritores del Siglo de Oro. Lope de Vega como sujeto social, literario y escénico, se codeó con una variedad de personajes, procedentes de diversos substratos sociales: nobles, clérigos, personajes de la farándula, letrados, criados. Destacan sus amadas (Elena Osorio, Micaela de Luján, Lucía Salcedo, Jerónima de Burgos y Marta de Nevares), las amadas de Sessa (Francisca y Jacinta) y los numerosos amigos del Fénix. Lope escribe a diario sobre lo que lee, vive y le rodea. Y vive de lo que escribe. Lo hace ad panem lucrando, observa. Le mueve una imperiosa necesidad de verse presente y de estarlo como persona y como texto, obsesivo grafómano. De ahí sus numerosas dedicatorias, prólogos, aprobaciones, preliminares en libros propios y en ajenos, sin descontar sus numerosas epístolas escritas en diferentes versos (tercetos endecasílabos sobre todo) que surgen al calor de un hecho luctuoso (elegías), de una amistad sumamente estimada (a Juan de Piña) o de una querella literaria (la nueva poesía).
En el trasfondo cultural de las cartas, a parte de la intriga amorosa, está también la reyerta literaria en torno a Góngora y sus imitadores, y el enfrentamiento que surge, entre 1617 y 1618, con los preceptistas aristotélicos a partir de la publicación de la Spongia. El gran corpus de cartas lo va hilando un cruce múltiple de referencias de variados géneros, sonetos, romances, comedias, con ecos en las Rimas (1602) y en las Rimas sacras (1614); de amigos íntimos o cercanos, unos conocidos otros leídos, la mayoría presentes más tarde en el Laurel de Apolo (1630). Y no menos la referencia genealógica que incluye a la nobleza y la alcurnia eclesiástica. Un caso ejemplar, el conde de Lemos y el duque de Lerma y toda su parentela. Sin olvidar, como anota Marín, «los borradores que fue pergeñando para Sessa, y otros nobles como fiel medianero». Explica su ansiedad de estar presente en prólogos, dedicatorias, aprobaciones, censuras, epístolas, églogas. Buen dramaturgo de sí mismo, Lope asume la máscara de Sessa, y va leyendo de este modo las urgencias emotivas del otro, asumiendo una miríada de sentimientos: celos, ansiedad, lascivia, lealtad, desconfianza y, en las últimas misivas, desengaño y soledad. Al pelo el famoso proverbio de Terencio: Homo sum, humaninihila mealienum puto (Heautontimorumenos).
Ya en sus primeros años, Lope sirvió como secretario al servicio de varios nobles. Gozó de la protección del obispo don Jerónimo Manrique bajo cuya advocación, ya muerto, se le concede una capellanía en la iglesia de San Segundo de Ávila de donde don Jerónimo era obispo (núm. 134)5.Sirvió al marqués de las Navas, don Pedro Dávila, entre 1583 y 1587 y a la vuelta de su destierro de Valencia (1589) entra al servicio, por breve tiempo, de don Francisco de Rivera, marqués de Malpica. En 1591 pasa al servicio de don Antonio de Toledo, duque de Alba, en su residencia ducal de Alba de Tormes. Fallecida su primera esposa, Isabel de Urbina (Belisa en los textos líricos), Lope regresa a Madrid en 1595. Envuelto en amores con doña Antonia Trillo (la Celia en sus versos), más tarde con la atractiva Micaela de Luján (Filis, Camila Lucinda), entra al servicio como secretario de don Pedro Fernández de Córdoba, marqués de Sarria y futuro conde de Lemos6. Le acompaña a Valencia para asistir a las fiestas que la ciudad organiza con la ocasión de las bodas reales de Felipe III y la de su hermana, la infanta Isabel Clara. La otra pareja: la archiduquesa de Austria doña Margarita, acompañada de su hermano el archiduque Alberto. El doble matrimonio regio, celebrado por poderes en Roma ante el papa Clemente VIII, se consagra el 18 de abril de 1599.
Lo más distinguido de la nobleza española se desplazó a Valencia para recibir a los futuros cónyuges y celebrar las bodas reales. Lope describe y celebra estos festejos en el breve texto narrativo de Fiestas de Denia, que sale de las prensas de Diego de Torres, en dos cantos, en 1599. Dada la ausencia de doña Catalina Zúñiga, condesa de Lemos, a estas fiestas, Lope se las describe para que de este modo se pueda «excusar al Marqués mi Señor de lo que él supiera tan bien hacer en prosa o verso», observa en la dedicatoria. Doña Catalina era la madre del marqués de Sarria, hija de doña Catalina de la Cerda y de don Pedro Fernández de Castro, y hermana del marqués de Denia. Cohetes, relucientes luminarias, salvas, cajas, voces, trompetas y clarines formaron la gran barahúnda cortesana. La bienvenida es social, cósmica y mítica. Las ninfas del mar «sacan las cabezas coronadas / de verdes ovas, descubriendo estrellas» para ver tantas bellas damas. El relato es dinámico, gráfico y visual. Ya había pasado Lope por Valencia unos diez años antes de la celebración de estas fiestas. Y a ella volverá al encuentro de Lucía Salcedo años después y, como veremos, con la excusa de visitar a uno de sus hijos convertido en fraile franciscano. Su movilidad y numerosos desplazamientos se van marcando a lo largo de sus cartas: de Madrid a Toledo, a Sevilla y Granada; de Madrid a Ávila, con paso por Segovia de vuelta a Madrid, salto a Lerma, ya al servicio de su último señor, el duque de Sessa. Este le fuerza a adoptar como secretario una conducta diferente, distante de las funciones previas con los otros mecenas. El servilismo y la autohumillación, a la par con el tono familiar, a veces jocoso y obsceno, se acompasa con la amargura, la decepción y el desencanto al no lograr Lope ser parte de la servidumbre fija de Sessa, y menos lograr el puesto de Cronista Real en el gobierno del Estado.
Lope conoció por primera vez a don Fernández de Córdoba, Cardona y Aragón, sexto duque de Sessa, en 1605, en un viaje de este a Madrid, desde Valladolid. Figuraba como conde de Cabra ya que aún vivía su padre. Era veinte años más joven que Lope. Se había casado con doña Mariana de Rojas, hija del marqués de Poza. Le movió el traslado a la ciudad castellana los encantos de una culta dama que residía en Valladolid, de nombre Francisca. Y desde Toledo Lope le escribe cartas dirigidas a una tal Flora. Con la vuelta de la Corte a Madrid, regresa también el duque de Sessa, marqués consorte de la condesa de Poza. Cinco años después, en 1610, se confirma la activa labor de Lope como secretario de Sessa. Aparecen las primeras referencias a los borradores de las Cartas y su función como secretario, aunque nunca logró ser considerado como tal. Y menos residir en las depedencias del duque o incluso despachar los asuntos de sus estados, ni desempeñar los encargos asignados por los previos señores a quienes Lope sirvió.
En la nueva dedicatoria de la edición de El castigo sin venganza, que sale suelta, en Barcelona (Pedro de Lacavallería, 1634)7, a un año de la muerte del Fénix, y que dedica al «Excelentísimo señor don Luis Fernández de Córdoba», duque de Sessa, declara que tales gestos en los «amigos, los presentes son amor; en los amantes, cuidado; en los pretendientes, cohecho; en los obligados, agradecimiento; en los señores favor, en los criados, servicio»8. Reconoce así sus obligaciones, «de tantas como he recibido de sus liberales manos en tantos años que ha que vivo escrito en el número de los criados de su casa»9. Cassiano dal Pozzo, que formaba parte del séquito que, en 1626 acompañaba al cardenal Barberino a su llegada a Madrid, describe a Sessa como un noble de unos cincuenta y seis años de edad (en realidad tenía tan solo cuarenta y cuatro, ya que había nacido en sus posesiones de Baena, en 1582), «de rostro redondo, piel morena, barba casi rasa y tiene en el rostro no sé qué cicatrices. Mantiene en su indumentaria cierta singularidad, ateniéndose a la moda antigua y usando particularmente una gola desmesurada»10.
El mismo Pinelo da la noticia de su muerte: «Viernes 14 de Noviembre murió el Duque de Sessa Soma i Baena don Luis Fernández de Córdova i Aragón, a los sesenta i tres años de edad». Pese a su caudal político, descendiente del conocido como el Gran Capitán, que logró grandes éxitos militares por tierras de Italia, se granjeó la fama de un gran derrochador, liberal y manirroto. Lo muestra su viaje en otoño de 1615, acompañado de Lope, con el fin de ser testigo de la entrega de la princesa española Ana María, casada por poder días antes en Burgos con Luis XIII (núm. 120). La suma gastada fue cercana a unos 300.000 ducados, en un afán de obtener valimiento y confianza ante el rey. Equivalía a la renta anual de la casa ducal de Sessa. Observa al respecto el abad de Rute: «De su liberalidad fue testigo la jornada de Francia, acompañando a su serenísima Reina cuando fue a casarse» (Historia de la casa de Córdoba, 217)11.
El duque de Lerma apadrinó al hijo de Sessa, conde de Cabra, y mantuvo una relación cercana, si bien un tanto reticente ante las pretensiones de Sessa que deseaba el valimiento del monarca. El abuelo de su hijo ocupó el cargo, entre otros, de mayordomo de la reina Margarita, pero a su muerte fue nombrado Juan de Borja, tío del duque de Lerma. Este intervino en la elección de la novia del conde de Cabra, doña Teresa Pimentel, hija del de Luna y nieta del conde de Benavente. Agradecido Sessa, fue leal y fiel a Lerma. Sin embargo, se quejó en varias ocasiones (al conde de Olivares, a Lerma y al hijo de este, el conde de Uceda e incluso a la infanta Margarita) de sentirse marginado al no recibir atenciones ni previlegios. Por ejemplo, una encomienda, o el cargo de mayordomo o el de cámara, o incluso la grandeza como marqués consorte de Poza.
Sufrió en varias ocasiones el destierro. Los dos más largos, alejado de la Corte, en Valladolid. El último, ya entrado en años, en Baena, entre septiembre de 1627 y finales del año siguiente. La causa: pretender a una casada, que también deseaba un rival de más alto rango12. Y un nuevo escándalo en 1634: una noche es herido por un desconocido en la plaza de Barrionuevo donde cortejaba a la esposa de su pariente, Rodrigo de Pimentel, siendo de nuevo desterrado. Tiempos difíciles tanto para Lope como para Sessa durante la tercera década del siglo XVII: muerte de la mujer de Sessa (1630), separación de la casa del marquesado de Poza, numerosas deudas que había heredado de su padre, y distanciamiento en las relaciones entre Sessa y su secretario. A este también le caen graves infortunios: muerte de su hijo Lope Félix, de su Marta de Nevares, rapto de su hija Antonia Clara, y desplazamiento progresivo como autor de comedias por los llamados «pájaros nuevos», ya dentro del calificado por Juan Manuel Rozas como el ciclo de senectute13.
El duque de Sessa se salvó ante la posteridad el ser un diligente coleccionista de las cartas de su secretario y de un buen número de comedias, como prueba la carta del 9 de octubre de 1611. Valiosa intuición. La palabra escrita de Lope en estas cartas, a modo de un gran río de confidencias no habladas, remediaron las obsesiones eróticas de su mecenas y, en palabras de Marín, «la impotencia expresiva y creadora del duque» (1985, 27). La voz a él prestada, pero no debida, se documenta en carta de 1619 (Epistolario IV, 709):
y no pudiendo labrarlos tan fuerte archivo, y siendo ellos más dignos que los papeles reales del de Simancas, los remito a vuestra señoría porque ni me atrevo a romperlos, ni lo merecen razones tan altamente escritas, pues claro está que no había de darlos al fuego, si ya no fuera por quitar a Nerón la fama.
La función de secretario era la ocupación más digna de la que dependía un gran número de ingenios de la época. Vélez de Guevara, a quien Lope menciona varias veces en sus Cartas y en el Laurel de Apolo (silva II, vv. 591-599), estuvo vinculado con la nobleza. Sirvió a don Rodrigo de Castro, cardenal de Sevilla, y al conde de Saldaña. Antonio de Solís estuvo al servicio del conde de Oropesa y Pedro de Espinosa, el compilador de la Primera parte delas Flores de poetasilustres de España (1605), sirvió al duque de Medina Sidonia en su palacio de Sanlúcar de Barrameda. A este mecenas le dedicó su importante poesía panegírica incluida en su mayor parte en el «Elogio al retrato del Excelentísimo señor don Manuel Alonso Pérez de Guzmán». Gabriel Bocángel y Unzueta fue el bibliotecario del Cardenal Infante don Fernando de Austria (Laurel de Apolo, silva VIII, vv. 129-136). En 1638 logró ser nombrado Cronista del Rey. Y al conde-duque de Olivares debe Francisco de Rioja el nombramiento de cronista de su Majestad. Fue su bibliotecario real de quien obtuvo diversos beneficios. Mantuvo una buena amistad con Lope. Este también lo menciona elogiosamente en su Laurel de Apolo (silva II, vv. 393-398). En cuanto a los Argensolas, su buena relación con la aristocracia de su tiempo se hizo proverbial. Lupercio Leonardo sirvió como secretario a don Fernando de Aragón, duque de Villahermosa. Años más tarde, en 1610, acompañó al conde de Lemos a Nápoles en calidad de secretario. Durante la estancia de este noble como Virrey de Nápoles, Lupercio Leonardo organizó una corte literaria en la que participaron Mira de Amescua, Gaspar de Barrionuevo y otros poetas. Al mismo señor sirve su hermano Bartolomé Leonardo como capellán14.
Y el buen amigo de Lope, Liñán de Riaza, desempeñó el oficio de secretario al servicio de Francisco López de Zárate, marqués de Camarasa. Y Castillo Solórzano estuvo al servicio del marqués del Villar y del marqués de los Vélez. Y Vicente Espinel, amigo también de Lope y elogiado en el Laurel de Apolo (silva I, vv. 696-730), pudo estar al servicio del conde de Lemos durante su estancia de cuatro años en Valladolid. En 1581 viajó a Milán en el séquito del duque de Medina Sidonia. Lope llevó a las tablas del corral el oficio de secretario en varias de sus comedias. Describe incluso sus cualidades: ha de ser discreto, declara en la comedia Querer la propia dicha (Ac. N., XIII, 450). Con más detalle las especifica en Servir a señor discreto: debe saber cinco lenguas, ser culto, grave en el hablar y debe imitar a su señor «divinamente», tanto en el hablar como en el escribir. El ser reservado y capaz y, sobre todo, el poder mantener secretos, se aconseja al buen secretario en la «Empresa LVI» (Empresas morales) de Saavedra Fajardo15. Y como en el Epistolario, en la comedia La fuerza lastimosa se realza la función del secretario: ser buen consejero. Sobre todos ellos destaca la figura de Teodoro al servicio de la condesa de Belflor (Diana) en El perro del hortelano. Se ha querido ver, detrás de la máscara de Teodoro, la figura de Lope. Teodoro desarrolla el doble papel del secretario servil y el no menos ambicioso de galán cortesano en busca de ascenso social16.
Hablo y escribo pensando cuando escribo que hablo, y cuando hablo que escribo (Cartas, núm. 192).
Ya Erasmo definía la carta como «Est enim [...] epistola absentium amicorum quasi mutuo sermo». Lope, dirigiéndose al duque de Sessa, le explica «... no sé quien decía que las cartas eran una oración mental a los ausentes» (núm. 51) y aconseja «que no en todas se puede levantar el estilo, y esta es máxima dignísima de advertimiento en los secretarios» (Epistolario, núm. 287). La distinguen dos modalidades: la privada, la «carta familiar» en boca de Lope, y la pública, sin dejar de tener en cuenta la carta privada hecha pública. Pedro Salinas, citando a Lope en su «Defensa de la carta misiva y de la correspondencia epistolar», confundía la carta con la epístola a la que se refiere al citar al Fénix: «Las cartas ya sabéis que son centones, / capítulos de cosas diferentes, / donde apenas se engarzan las razones» (La Filomena, epístola nona, vv. 253-255)17. Pero tanto la epístola como la carta y el billete, si bien tienen en común su carácter de misiva o de mensaje, motivados por la urgencia o por el interés entre quien escribe y quien lee, guardan marcadas diferencias. Se excluyen las de carácter erudito y las dedicatorias de comedias. Las cartas se diferencian por ser correspondencia familiar y amistosa; y por su gran carga de intimidad y secreto. Es el epistolario más importante y copioso de la literatura española, comenta Amezúa (III: xlv). La carta manuscrita, una hoja o uno, dos o tres plieguecillos, es el documento más propenso al extravío y a la destrucción.
La epístola viene consagrada por su gran abolengo literario y clásico: de Cicerón, Horacio y Lutero a Garcilaso en la epístola dirigida a Boscán18. Admite variedad de temas (morales, satíricos, didácticos), de formas (prosa, verso) y de objetivos, con frecuencia doctrinales y pedagógicos. Se escribe para ser leída, pensada, bien suelta o formando parte, intercalada entre otros textos, en prosa o en verso. Son señaladas las epístolas que incluye Lope en La Circe y en La Filomena; las que salen sueltas a modo de currículo («Égloga a Claudio»), o se escriben por encargo con el fin de adoctrinar, de definir un nuevo género (El arte nuevo de hacer comedias), o presentar el estado de la cuestión en cuanto a un nuevo estilo o una nueva poesía: Lope y Colmenares, Lope y Liñán de Riaza, Lope y Góngora19. Bajo tal rótulo se relata una vida heroica, un hecho trascendente (las Cartas de Colón), una conquista y unos méritos (las Cartas de relación de Hernán Cortés).
Distingue a la carta su forma esquemática y breve, escrita generalmente en prosa; tono coloquial, improvisado, mediatizado por una circunstancia personal, social, familiar y amorosa. Envía un mensaje; sirve de respuesta y de comentario abreviado. Sus modalidades son, en este sentido, múltiples: carta introductoria, de recomendación, informativa, de agasajo, de gratitud, de enhorabuena, de afecto, de intriga, de enredo, de reflexión, de pésame, de amoríos. Al igual que en el relato autobiográfíco, quien narra se diferencia de quien escribe. Este viene a ser una creación del primero. Lo diferencian unas marcas: nombre del destinatario, lugar desde donde se escribe, fecha, saludo inicial, mensaje, fórmula del cierre, firma.
El duque de Sessa es el único destinatario, en contraste con las cartas de Luis de Góngora y Francisco de Quevedo, más variadas y diversas. En palabras de Amezúa, las de Lope son «breviario de amor, gaceta de sucesos, diario íntimo y cátedra de prudentes advertimientos que el experto secretario susurró al oído del magnate [...]»20. Quevedo es más variado; epístolas a Lipsio, al marqués de Velada o «Lucilio», duque de Osuna y Medinaceli y sus amigos don Sancho de Sandoval y don Francisco de Oviedo: literatura, política, asuntos de estado, amistad, vida íntima. En los tres los asuntos más llamativos de su época: el duque de Lerma, el proceso y muerte de don Rodrigo Calderón, el asesinato de Villamediana, el duque de Osuna. Si bien más monocorde Lope (el único receptor de sus cartas es el duque de Sessa), en ellas hay toda una variopinta gaceta de vida propia, familiar, enfermedades, sacerdocio, nuevos amores, chismes, y suma complacencia para con el asombro y desencanto, sumisa y hasta servil. Una excepción son las dos cartas dirigidas a don Luis de Góngora.
La carta invita al destinatario a una respuesta e identifica con su firma al emisor. Es a modo de una conversación en privado, escrita; un diálogo mantenido entre ausentes. Debe responder al famoso dicho de Juan de Valdés en Diálogo de la lengua, «escribo como hablo». Y dada su espontaneidad y efímera inmediatez, los epistolarios no han formado parte del canon literario. Escrita a prisa, la carta se redacta desnuda de artificios retóricos, como las del Brocense, las de fray Luis de León, las de Felipe II a sus hijas y las de Santa Teresa de Jesús a sus monjas. Casa dentro del sermo humilis, tal como la describe Antonio Pérez en sus Obras y relaciones:
Adviértale V. Majestad que no se escandalicen sus oídos de leer algunas cartas de chufas y donaires, al parecer indignos de mi profesión y edad y contrarios al humor de mi fortuna, sino que considere que son cartas familiares, que es como decir conversación privada, en que aún entre personas grandes y personajes graves y de mayores grados, y aun en los muy compuestos en lo exterior por la obligación del lugar y dignidad suele admitirse tal familiaridad gratamente21.
La respuesta a la carta invierte el papel de los sujetos y asume un tiempo transcurrido. En el caso de las cartas de Lope, los textos conservados se limitan en su mayoría a las cartas dirigidas al duque de Sessa. Si bien la respuesta se puede asumir por el contenido de la carta escrita, es el lector quien imaginativamente la asume. Dada la inmediatez que pesa sobre las cartas, una vez extraídas de su origen, de sueltas a coleccionadas, quedan sujetas a la manipulación de quien las copia, las edita y, en su proceso, censura, tacha o borra los fragmentos escabrosos. Tal fue la labor, aunque mínima, de Agustín G. de Amezúa en cuanto al Epistolario de Lope de Vega. Movido por un criterio moral y patriótico, y no menos puritano, suprimió frases indignas a su parecer, como veremos más adelante, de la señera figura del Fénix; además de las cartas arrancadas de uno de los códices, a mediados del siglo XIX, en actos de pillaje. Ya el mismo Lope, consciente de su estado sacerdotal y de las relaciones escandalosas que mantenía con Marta de Nevares, se oculta y enmascara por medio de circunloquios, de elisiones o de alusiones vagas («aquella persona»), y bajo seudónimos, letras crípticas (la «F» por Flora) y anagramas. Estos encubren también a las amantes de Sessa y del propio Lope. La carta a veces llega abierta y se teme que el mensaje haya sido leído por alguien interesado en su contenido y previamente difundido. En otras ocasiones se cierra con la frase lapidaria «sed de hoc, satis». A veces se pide al mecenas sea cauto ante posibles comentarios que sean comprometidos o nefastos ante los miembros del Poder.
Toda carta implica una relación preexistente que, en el proceso de ser escrita, queda latente, oblicua, a modo de sub-texto que asume quien la escribe y quien la lee. Lo mismo sucede con su datación, que obedece a criterios diversos. Las cartas escritas desde la distancia, por ejemplo durante el destierro del duque de Sessa en Valladolid y en sus tierras de Baena, son más prolijas, detalladas y extensas22. Algunas son a modo de breves gacetas de noticias. Las fechas aseguran la datación de su escritura y, sobre todo, su coherencia discursiva. Las misivas escritas residiendo Lope y Sessa en Madrid, casi puerta con puerta y viéndose día a día, carecen con frecuencia de fecha. Son más breves y precisas. En este sentido, un buen número de cartas son a modo de una biografía à clef. El lector asume una imagen de quien escribe por encargo (Lope), de quien firma la copia (Sessa), y de quien lee lo escrito. Temeroso de que se desvele la confidencialidad, Lope le indica al duque: «con todo esto me dijeron tuviese vuestra excelencia cuenta con lo que escribe, y aunque yo respondí que no tenía por qué estar cuidadoso» (núm. 28). Y en otra ocasión:
La carta me aseguran que en casa del mismo correo debió de abrirse. Esto parece imposible, y como también vuestra excelencia me asegura de que allá lo es mayor, vuelvome loco porque la cubierta bien claro muestra el determinado ánimo del que la abrió, pues cuidó tan poco de que se entendiese con volverla a cerrar tan groseramente (núm. 57).
Los mismos juicios se extienden al juzgar ante lo inapropiado de un símil: «¡qué cruel comparación! Pero señor excelentísimo los términos más significativos, esos son los que tienen mejor lugar en las epístolas familiares» (núm. 11).
A partir de 1612, Lope notó que el duque de Sessa coleccionaba sus cartas. Sin embargo, pese a ser consciente de su posteridad, el estilo es fluido, sin apenas tachaduras. Asume que las cartas son a modo de un relato mental con la amada ausente, «porque mientras se escribe se piensa en el sujeto a quien se escribe, se habla con él en el entendimiento en quien se representa al vivo su imagen» (núm. 57). El diálogo es imaginario y, como en las Novelas a Marcia Leonarda cuyo interlocutor es Marta de Nevares (Amarilis), se asume en el proceso de escribir la reacción de quien lee: «Dirá vuestra merced: “mucho debe de hablar en esto Lope”, pues aun a mí me lo cuenta. Prometo a vuestra merced como hidalgo que no me han oído una palabra fuera de mi casa» (núm. 302). La carta dialoga con quien escribe y con su interlocutor cuya presencia evoca. El diálogo mental logra que el ausente se torne en vívida presencia. Economía, parquedad, variedad de estilo son para Lope las notas más llamativas del género. El símil erótico fija la materialidad del proceso: «que como todo se remite a la pluma, no puede la tinta tanto; que se han a ella y el papel como la hembra y el varón. El papel se tiende y la pluma lo trabaja como la forma y la materia, que todo es uno» (núm. 207). La extensión temporal de las cartas con el duque de Sessa (1605-1631) viene marcada por una compleja gramática de acercamientos, distancias, rupturas, disculpas, perdones y nuevas confidencias, hasta la final ruptura, donde queda rota la correspondencia. En la primera década las relaciones son más intensas; las cartas más abundantes y continuas; más esporádicas en los últimos años.
El duque de Sessa es asumido, en el texto de quien escribe en su nombre (Lope), en variedad de circunstancias. Lope incorpora la máscara del otro, imaginándolo como interlocutor pero a la vez como sustituto. En una ocasión le recomienda: «y a vuestra merced le conviene copiar ese papel sin quitar ni añadir nada, que él va considerado y no peligroso [...]»23. Las dos cartas dirigidas a Felipe III (núms. 108, 165) requieren un cuidado especial en cuanto al protocolo ceremonial y formulario. Lo muestran el encabezamiento y la firma. Denotan lo vigilante y puntilloso de la burocracia barroca: «Este orden siga vuestra merced en el despacho destas cartas, y mire no yerre las firmas, que son allá muy puntuales los secretarios [...]»24. En otra ocasión le recuerda: «No olvide vuestra merced, Señor, de ponerle aquellas cortesías al principio y al fin» (Epistolario, núm. 216). Es decir, la carta debe agasajar y, sobre todo, seducir. Se aconseja la sencillez, evitar la palabrería («la bachillería») y dejar que hable el «afecto». Seducida la dama por el don de una lúcida retórica afectiva, observa quien tanta experiencia tenía en estos menesteres: «Yo respondo así, blandamente, porque no se reciben bachillerías en tratos que ya dejan la teoría de amor y se reducen a la plática de las manos» (Epistolario, núm. 113).
Pero la carta está también mediatizada por el tiempo que transcurre entre quien la escribe y quien la recibe, entre quien la lee y quien asume el mensaje y silencia la respuesta. Depende de quien la transporta (mensajero, correo ordinario) ante la sospecha de que se pueda abrir y leer. La mediatiza también su contenido cuya fragilidad depende en que los motivos que le dio origen se hayan alterado; también el papel, la tinta, la caligrafía, la firma, el enunciado y las fórmulas de cortesía. De ahí su frágil duración, su volatilidad e incluso su fragmentación enunciativa. Esta se fija en un hic etnunc. Alude a un pasado que describe el emisor, y que apunta como respuesta a un futuro. «El ahora del acto de escribir acentúa», en palabras de Levisi, «la transitoriedad del momento, ante la experiencia del entonces y la incertidumbre del mañana que depende precisamente de ese ahora tan efímero»25. Al respecto añade Altman: «This sense of inmediacy, of a present that is precarious, can only exist in a world where the future is unknown. The present of epistolary discourse is vibrant with future-orientation»26.
Se podrían definir las Cartas de Lope como una autobiografía a retazos. El «yo» de quien escribe es doble del otro ya lejano: «Yo, cuando en mis tiempos trataba en esta mercadería de la voluntad, me rendía tanto que, como yo no pensaba en otra cosa, así no quería que lo que yo amaba pensase, viese, hablase con otro que conmigo»27. El yo que escribe está muy presente en los billetes (notas mínimas) que acompañan a los borradores que el Fénix escribe para su mecenas. Y en las cartas personales, los gestos de afecto, de servilismo y de gratitud, a veces exagerados e hiperbólicos, revelan la dependencia de quien escribe (inferior) frente a quien lee y reescribe (superior) la versión del lacayo. Las peticiones del secretario —ropa, coches, recomendación para amigos, dinero, aceite para las lámparas, colgaduras para su casa con motivo de una procesión, candelabros, reposteros— revelan, como ya hemos indicado, la atención doméstica por los detalles.
Abundan las expresiones de afecto que calcan, dentro del discurso de la seducción, las dirigidas a una dama, si bien Lope es consciente de tal transgresión al observar: «Esto es tierno y más de dama que de criado, pero pase» (núm. 36). Contemplando en una ocasión el dosel, la cruz y los candeleros verdes que la casa del duque de Sessa le había prestado —ausente este en uno de sus destierros—, con motivo de una procesión, y a la vista de los reyes, Lope observa: «y me parecía que no me faltaba algo de vuestra excelencia, y como dama ausente contemplaba sus prendas» (núm. 23). La frase, con tintes garcilasistas, ya previamente en Petrarca, es expresión lexicalizada, y usada en múltiples ocasiones por Lope. El amor y afecto del secretario hacia Sessa es consecuencia de una ritual dependencia, servil y a veces humillante, pero que le facilita el codearse con la nobleza y la posibilidad de adquirir un estado social al que siempre aspiró.
Lope logró varios reconocimientos con cierta distinción: Familiar del Santo Oficio, sacerdote beneficiado de Alcoba, Procurador fiscal de la Cámara Apostólica, capellán de San Segundo de Ávila, doctor en Teología y caballero de San Juan. Sin embargo nunca logró el de Cronista del Reino pese a intentarlo en tres ocasiones (1611, 1620, 1629)28 y a pesar de la petición directa que, en abril de 1629, Sessa dirige al Poder: «porque este hombre es a quien más debe nuestra nación, y que más la honra y sirve, y con más limpias entrañas»29. En la misma línea observa amargado Lope ante la última petición denegada: «de que vine triste pensando cual es mi dicha, que en Palacio no se acuerdan de lo que he servido en tantas ocasiones para remediar mis necesidades, y para calumniar mis costumbres esté tan en la memoria, siendo átomo de la Corte y del Sol de aquella grandeza» (núm. 275).
La dependencia entre siervo y señor era mutua: por un lado, de ayuda, protección e influencia ante los privilegiados del Poder (duques de Lerma, de Feria, del Infantado, de Uceda; condes de Lemos, de Cabra, marquesa de Zahara); por otro, la imagen y hábil estilo que ofrece el mecenas en su correspondencia, pese a que no le pertenece.
Se ha especulado, en este sentido, sobre las relaciones personales entre Lope y el duque de Sessa, calificadas de turbias, escandalosas, intensamente serviles, rayando en el homo-erotismo, dada la total subordinación del secretario con su señor. Tales juicios, a veces traídos por los pelos, son meramente especulativos, sin testimonios textuales, directos u oblicuos, que los sustenten. Entre quien escribe y lee lo escrito, como en las Novelas a Marcia Leonarda, la dependencia y servidumbre se expresa a través de un discurso seductivo que infiere lealtad, gratitud, admiración, confianza y dependencia. Lo expresa Lope al iniciar esta correspondencia:
y estar cierto que, cuando veo un príncipe que trata de honrar las letras, le hago un altar en el alma y lo adorno por cosa celestial y divina [...]. Advierto a vuestra excelencia que tengo de escribir. Por eso no se canse de leer, que cuando quiero soy importuno, y quiero mucho a vuestra excelencia (núm. 2).
Y quien escribe muestra llanamente la intrigante historia de unas relaciones adúlteras donde el chisme, el abuso y la intriga forman parte de una comedia sin escribir. Lope es el gran comediógrafo de su propia biografía y de la de otros.
La imagen que Lope deja en sus lectores del duque de Sessa, caprichoso, pendenciero, tacaño, infiel, dado al juego de naipes, es turbia y crítica. Sus pendencias le costaron, como vimos, dos largos destierros de la Corte. Sessa es producto de la elocuencia con que Lope la va configurando en las cartas que le escribe para su consumo. A veces le aconseja que reflexione antes de contestar una misiva; le pide que pase algún tiempo para que, quien la reciba, imagine a quien la escribe:
La carta de Arellano yo la tengo; que por ocasión de estas fiestas de Corpus la suspendí, pareciéndome no importaba. La carta de Córdoba irá otro ordinario, porque es justo que vuestra excelencia responda como quien ha visto el libro; y ni ha ser tan presto que él lo dude, ni con tan poco acuerdo que no crea que se entiende (Epistolario, núm. 198).
En este sentido es significativo el cierre y la fórmula de despedida. La más frecuente, «guarde Dios a vuestra excelencia infinitos años». Se presenta con otras variaciones, al igual que las variantes «Esclavo de vuestra excelencia» y «Capellán de vuestra excelencia». O se abrevia con una simple inicial «L» (Lope), con el nombre completo o, asume la voz del difunto secretario del primer duque de Sessa, Juan Latino. Al final (1633), la distancia en el trato, lo esporádico de la correspondencia, el silencio, la ingratitud por parte de Sessa apagó la relación epistolar. A Sessa le interesaban los papeles y los servicios de Lope, no Lope. El pedigüeño secretario nunca vio cumplidas las promesas de Sessa de asignarle unos emolumentos fijos y un cargo oficial como secretario de su ducado. No le permitió vivir en su casa, ni le dejó conocer a su Jacinta.Tal vez no se lo permitía su precariedad económica. Sessa le escribe al duque de Uceda en 1621:
Yo solo pobre; yo despreciado; mis hermanos, vertiendo sangre en la guerra, como venas de mis brazos; todos mal despachados; todos quejosos. ¿Qué prudencia, qué cordura no sale de sí misma a esta defensa, por ley divina y humana? Tenga vuestra excelencia, señor, siquiera la forma, ya que no pueda mi desdicha obligarle al remedio [...] (Epistolario IV,núm. 783).
que no me escriba estas cosas, que me desatinan (Epistolario, núm. 59).
mas de esto no más, que aún es feo por escrito (Cartas, núm. 53).
Yo nací en dos estremos, que son amar y aborrecer; no he tenido medio jamás» (Cartas, núm. 189).
Varios son los destellos más significativos de la biografía de Lope presentes en estas cartas. Casado con Juana de Guardo, su segunda esposa, el 25 de abril de 1598, Lope se halla enzarzado en amores públicos con Micaela de Luján, manteniendo en Toledo un hogar para la esposa, otro en Madrid para la concubina y teniendo hijos con ambas. En concreto, con Micaela tuvo cuatro: Juan, Carlos Félix, Lope Félix, que nace el 28 de enero de 1607 y Marcela. Tan solo los dos últimos llegaron a la edad adulta. Entre 1604 y 1611, pasó temporadas en Sevilla, con visitas a Granada y a Toledo. Sus amoríos y hazañas bélicas de juventud: expedición a la isla Terceira, mínima intervención en la Armada Invencible, su frecuente presencia en los corrales de comedias, numerosas y continuas publicaciones, tanto en verso como en prosa, y la propia y sutil propaganda que hace de sí mismo, lo convierten en gran figura popular, fácilmente reconocible y aclamada. Revoluciona el arte dramático de su tiempo proponiendo, en el Arte nuevo de hacer comedias, escrito para la Academia de Madrid, toda una preceptiva que asienta los cánones de la comedia nueva. Prosas, versos y comedias se suceden con ágil pulso en las primeras décadas del siglo XVII.
La muerte de Carlos Félix y la de Juana de Guardo, entre finales de 1612 y mediados de 1613, le causan a Lope un gran revés personal. Ingresa en varias congregaciones religiosas; vierte sus textos profanos a lo divino (Soliloquios, Pastores de Belén); se ordena de sacerdote y hace una meditada pausa ante la muerte del hijo y de la esposa, creando con la publicación de las Rimas sacras la imagen del hombre nuevo, arrepentido. Busca quietud y apartamiento en medio de sus propios conflictos contrariados. Así se lo manifiesta a su amigo sevillano don Diego Quijada y Riquelme:
Señor don Diego, yo estoy desengañado, viejo, aunque brioso, que es lo que todos los que lo son dicen. No pretendo, ni amo, ni aborrezco, ni se me da que lleve la cátedra Guzmán, Mendoza, Toledo o el Sofí. Diez libros, dos flores, tres imágenes, los muchachos, de mis casamientos, reliquias inexcusables, son mi vida (núm. 278).
Y en otra carta:
Yo haré lo que vuestra excelencia me manda y proseguiré este libro hasta que se le dé el fin que vuestra excelencia desea, pues bien estoy cierto que le hubiera tenido si estas viles ocupaciones no se llevaran tras sí la mejor parte de mi vida, que [para] los hombres de algún estudio son las mañanas, de las cuales suelo quedar las tardes tan inútil, que me llego al campo, los más días solo a desapasionarme de mí mismo (Epistolario, núm. 322).
La casa de Lope es un trajín de presencias (actores, actrices, oficiales, amigos, poetas admiradores, hijos y familiares), la mañanas encerrado con su pluma y sus pliegos, las tardes y noches de visitas, entrando y saliendo, caminando por el campo, viendo y siendo visto. Y aclamado. Tres mujeres se destacan por estas fechas en la vida de Lope: Jerónima de Burgos, Lucía de Salcedo y Marta de Nevares. Con Jerónima de Burgos, casada con Pedro de Valdés, a quien Lope proveía de comedias, mantuvo relaciones íntimas, como refiere en su epistolario, a punto incluso de ordenarse de sacerdote. Le dedica La dama boba y en 1614 la acompaña en un viaje a Segovia, Lerma y Toledo. Poco después se enfrían estas relaciones ante la presencia de Lucía de Salcedo. Conocida como «La Loca», forma parte como actriz de la compañía de Hernán Sánchez de Vargas. Es la causa de las iras de Jerónima y de su despecho ante la presencia de Lucía, anota Marín30. En 1616, Lucía abandona la Corte en gira con la compañía de Sánchez y Lope empieza a entregar sus comedias a Alonso de Riquelme. La presencia ya definitiva de Marta de Nevares Santoyo (Amarilis), tendrá un largo recorrido, como veremos, en la vida del Fénix. Al alimón combina versos a lo divino con las tercerías amorosas con el duque de Sessa, y con las compañías teatrales. Y a la vez organiza y participa en las fiestas que celebran la beatificación y canonización de San Isidro, entre otras.
Jacinta, la amante elusiva del duque de Sessa es, con Marta de Nevares, la figura más destacada en estas Cartas. Las confidencias sobre ambas rayan a veces entre lo jocoso y obsceno. Veamos, como botón de muestra, la observación que Lope le hace a Sessa sobre las partes pudendas de Jacinta: «no desconfíe vuestra excelencia entre tantas ocasiones como aquí ofrecen cabellos de los que caen entre los muslos» (núm. 152). Y en carta previa observa sin remilgos «que no importa nada que sea puerta ni puerto el padre de lo que tiene entre las piernas Jacinta, pues vuestra excelencia no lo quiere más de para encajar en el quicio de esa puerta su excelentísimo carabajal» (núm. 143). Las imágenes eróticas se extienden a la sexualidad («el pistolete») de los frailes, a los hijos que engendran y que otros crían, a la masturbación, a la fiesta nocturna que dura hasta las tres de la mañana, al que nadie se imagine el ir a folgar a Navarra, al uso excesivo de afeites, aguas, rizos, moldes y labores para el cabello de los hombres, al teñirse las canas. Resalta el griterío que forma un cornudo, celoso de un canónigo que lo sustituye en la cama, y la fila de amantes que tiene a la espera, entrada la noche, una conocida ramera (núm. 132). Sin descontar el «Dícenme que es caballero de grandes partes. No le estarán mal a la novia, que las italianas son anchas... de conciencia» (Epistolario, núm. 491). Sin olvidar la pícara información que le pasa Lope a las lavanderas a orillas del río Manzanares.
Perdone lo descalzo, pero yo sé que un letrado portugués probó en una información que se había de mudar una casa de bonetes del sitio en que estaba, porque [a] un río venía a dar adonde se cogía agua para beber el pueblo, y decía que como se lavaba en el colegio la ropa de los tales padres, no se qué manchas de las camisas se deshacían en el agua, y de aquella andaban preñadas todas las mujeres que la bebían (núm. 229).
Y no menos salaz el cuentecillo picante relativo a la época deiuventute de Lope:
y mi amor no es de los que se pagan, para confirmación de lo cual quiero contar a vuestra excelencia un cuento, que es que llegando yo mozuelo a Lisboa, cuando la jornada de Ingalaterra, se apasionó una cortesana de mis partes, y yo la visité lo menos honestamente que pude. Dábale unos escudillos, reliquias tristes de los que había sacado de Madrid a una vieja madre que tenía, la cual, con un melindre entre puto y grave, me dijo así: «No me pago cuando me güelgo» (núm. 44).
La referencia privada salta a la luz al aludir a las piernas bien hechas de Amarilis; a la doble acepción de «partir». Le confía a Sessa: «Partiré con Amarilis, aunque en materia de piernas nunca hubo entre los dos cosa partida» (núm. 249). Califica al pretendiente de la Armengola el ser «flojo de piernas para mujer que ha tripulado tan valientes hombres» (núm. 268). Asombró a Amezúa el siguiente fragmento que censura en su edición: «porque dicen las mujeres que los ponen debajo [los dineros de los frailes]. Debe ser más firme el eje, que hay mujer que trae las nalgas como ronda de torno, por quien decía Cicerón “ábreme, que me torno”» (núm. 229), que remata con el picante dicho satírico de Quevedo: «Las, Dios nos libre, faldas levantadas»31. La expresión coloquial aun vigente «meterle mano» tiene su paráfrasis en la siguiente observación: «porque los maridos se han con las mujeres como con las faltriqueras, que a cualquier hora pueden meter mano» (núm. 204).
Los mismos instrumentos de la escritura (pluma, papel, tinta) adquieren connotaciones sexuales. El símil erótico describe la materialidad del proceso asociado con el tópico aristotélico: «que como todo se remite a la pluma, no puede la tinta tanto que se echan ella y el papel como la hembra y el varón. El papel se tiende y la pluma lo trabaja como la forma y la materia» (núm. 207). La analogía es clara. Más salaz es la referencia al desaire sexual de Jacinta, la amada de Sessa: «que Jacinta ayuna esta Cuaresma a todo el mundo, y solo come la carne del Almirante de Nápoles con la bula de Amor» (núm. 145). En otra ocasión observa: «Perdone vuestra excelencia que en el trato de los brazos más corren las puterías que los conceptos» (núm. 187). Flora es la mujer en común. Tuvo una gran influencia en la vida de Lope. Oculta su nombre en varias cartas bajo la grafía «F»; así «mi señora doña F»32. Es, de acuerdo con La Barrera, una tal doña Francisca. Fue la primera mujer amada por el duque a orillas del Pisuerga; un amor a distancia para Lope que la relaciona con Valladolid; Jacinta es un amor de cama para Sessa durante sus estancias en Madrid.
Es destacable la información que Lope pasa sobre la vida teatral. Registra la presencia de señalados actores y autores (así se conocían los empresarios de estos eventos), tales como Jerónimo López, Hernán Sánchez de Vargas, la Baltasara (o Papirulico). Pasa noticia sobre el cierre de los corrales debido al fallecimiento de la reina Margarita; sobre el pregón que anuncia la prohibición de que las mujeres asistan a la representación de comedias, sin faltar la detallada crónica de los amores de Lope y del duque. Destaca en varias cartas (un total de veinte) la obsesión erótica sentida hacia Lucía de Salcedo («la Loca»). McGrady estudia la relación de Lope, primero con Jerónima de Burgos, y después con Lucía Salcedo, entre 1615 y 1616. Asume que Jacinta se llama Gerarda —se alude a «la señora Gerarda»— o también Jerónima. Indica que bajo el nombre de Gerarda se oculta simultáneamente el nombre de la actriz y el de la amante de Sessa. Tiene este nombre relación con la Gerarda de La Dorotea. Una contemporánea de la otra. La máscara oculta y también revela; establece a la vez un juego de doble identidad y de obvia caracterización paródica: Jerónima de Burgos, pasada la edad es «doña Pandorga»; bajo «Flora» se esconde una doña Francisca; Jusepa es la desconocida, una y otra; en posible alusión a doña Jerónima; Jerónima de Burgos es también la dama «del buen nombre»; y «la Arellano» nombrada de pasada, posiblemente una mujer de la calle (Cartas, núm. 203).
