Las vi reír - Lorena Katic - E-Book

Las vi reír E-Book

Lorena Katic

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Las protagonistas de estas historias no se conocen, tal vez solo se han cruzado al pasar, pero todas comparten un mismo dolor: su autoestima está en el subsuelo, frágil, a veces, hasta imperceptible. El libro nos invita, de un modo invisible, a compartir el sofá en el que cada semana se sientan Sofía, Alba, Renata y otras tantas mujeres; a conocer sus emociones, encrucijadas, matices y, quizás, a mirar hacia adentro, a través de sus ojos. ¿Serán ellas capaces de conquistar su amor propio y volver a reír? Desde un lugar que entrelaza intimidad y delicadeza, Lorena Katic narra quince de sus sesiones con ellas, y nos transporta, con referencias exquisitas y sutiles a Buenos Aires, Comodoro Rivadavia y Madrid, trazando la huella de su propio camino que se cruza con el de sus consultantes. Con la humanidad de quien ya ha sentido el mismo dolor, nos regala una prosa simple y poética, aunque también punzante y dispuesta a interpelar. Conversa con el lector y lo involucra en la profunda experiencia de construcción de la autoestima en la mujer. Las vi reír es una oda al amor propio que nos recuerda que del barro pueden surgir esculturas.

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Seitenzahl: 142

Veröffentlichungsjahr: 2024

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Katic, Lorena

Las vi reír / Lorena Katic. - 1a ed. - Ciudad Autónoma de Buenos Aires : El Guardián Literario, 2024.

(Biblioteca de autor)

Libro digital, EPUB

Archivo Digital: descarga y online

ISBN 978-987-8346-81-6

1. Superación Personal. I. Título.

CDD 158.1

© 2024, Lorena Katic

Diseño de cubierta e interior: Departamento de arte de Editorial Bärenhaus S.R.L.

Ilustración de cubierta: Fiorella Bazán Testino

El guardián literario es un sello de Editorial Bärenhaus

Todos los derechos reservados

© 2024, Editorial Bärenhaus S.R.L.

Publicado bajo el sello El guardián literario

Quevedo 4014 (C1419BZL) C.A.B.A.

www.editorialbarenhaus.com

ISBN 978-987-8346-81-6

1º edición: abril de 2024

1º edición digital: marzo de 2024

Conversión a formato digital: Numerikes

No se permite la reproducción parcial o total, el almacenamiento, el alquiler, la transmisión o la transformación de este libro, en cualquier forma o por cualquier medio, sea electrónico o mecánico, mediante fotocopias, digitalización u otros métodos, sin el permiso previo y escrito del editor. Su infracción está penada por las leyes 11.723 y 25.446 de la República Argentina.

Sobre este libro

Las protagonistas de estas historias no se conocen, tal vez sólo se han cruzado al pasar, pero todas comparten un mismo dolor: su autoestima está en el subsuelo, frágil, a veces, hasta imperceptible. El libro nos invita, de un modo invisible, a compartir el sofá en el que cada semana se sientan Sofía, Alba, Renata y otras tantas mujeres; a conocer sus emociones, encrucijadas, matices y, quizás, a mirar hacia adentro, a través de sus ojos. ¿Serán ellas capaces de conquistar su amor propio y volver a reír?

Desde un lugar que entrelaza intimidad y delicadeza, Lorena Katic narra quince de sus sesiones con ellas, y nos transporta, con referencias exquisitas y sutiles a Buenos Aires, Comodoro Rivadavia y Madrid, trazando la huella de su propio camino que se cruza con el de sus consultantes. Con la humanidad de quien ya ha sentido el mismo dolor, nos regala una prosa simple y poética, aunque también punzante y dispuesta a interpelar.

Conversa con el lector y lo involucra en la profunda experiencia de construcción de la autoestima en la mujer.

Las vi reír es una oda al amor propio que nos recuerda que del barro pueden surgir esculturas.

Sobre Lorena Katic

Nació en Comodoro Rivadavia, Argentina y reside en Madrid. Cree que la vida es disfrutable con todos sus matices y por eso, desde Blanc —The Coaching Studio— acompaña a sus consultantes a construir una experiencia vital auténtica y feliz.

Es creadora de The Coaching Box, una herramienta para analizar los dilemas en la propia vida desde la perspectiva de un coach.

Las vi reír es su primer libro. Una obra que testifica que una vida feliz no cae del cielo. Se construye a base de introspección, aprendizaje, buenas decisiones y, por qué no, un guiño de ojo de parte de la vida misma.

IG: @blanc.coaching

Índice

CubiertaPortadaCréditosSobre este libroSobre Lorena KaticEpígrafeDedicatoriaPrólogoBuenos Aires. ArgentinaFaustina: Tus notas de salida, tus notas de corazón y tus notas de fondoSofía: Algo de vos llega hasta míCeleste: El botón verde de salidaRenata: Por delanteCamila: La honestidad es más que no mentirComodoro Rivadavia. ArgentinaGuadalupe: Configuración irrepetibleLucía: Pueblo chico, infierno grandeCatalina: Buena estrellaLucrecia: Pasitos de bebéAbril: Césped mojado y panqueque de manzanaMadrid. EspañaOlivia: Vidas deshabitadasMichelle: Relaciones hologramaAlba: Coraje y feCarmela: Yo antes de tiTais: El funeral del desamorYoCarlos: El día que decidí distintoMarco: Te entrego mi cualidadLorena: El significado

Nunca agaches la cabeza.

Siempre tenla bien alta.

Mira al mundo directamente a los ojos.

HELEN ADAMS KELLER (1880-1968),

ESCRITORA, ORADORA Y ACTIVISTA POLÍTICA

SORDOCIEGA ESTADOUNIDENSE

A Marco, quien cada día me expresa

a su modo: “es un placer conocerte”.

 

A Carlos que, con sus ojos apreciativos,

su corazón suave y su templanza infinita,

elige mis grietas y puede ver en ellas

destellos de belleza.

 

A Eleonora, por ser mi ejemplo, mi norte y

mi refugio. Te extraño cada día de mi vida.

Prólogo

El día que vi a Lorena Katic por primera vez, el Gran Buenos Aires nos regalaba una de sus mañanas magnéticas, con un cielo azul profundo, calles enmarcadas por arboledas de un verde intenso y una energía inexplicable en su atmósfera. Como acariciada por los rayos del sol, ella atravesó la puerta sin pasar inadvertida. Oriunda de Comodoro Rivadavia, alta, sin dudas bella, de sonrisa amplia y mirada curiosa, no pude más que decirme que hacía tiempo que no veía a una mujer tan bien vestida, tan femenina, con tanto allure. Ella toda irradiaba elegancia sin estridencias ni formalidades. En aquel primer encuentro de mi taller de reflexión y escritura, su voz también emergió muy propia, pausada y dulce, a través de un texto llamado “quién soy”.

Y así, en una melodía cuidada como ella toda, poco a poco los velos comenzaron a caer. Es que allí, tras la imagen de la perfección, se escondía un corazón atrapado por el autocontrol, por el miedo a develar las oscuridades escondidas bajo una armonía que parecía no tener grietas.

En ella, igual que en mí y en tantas otras mujeres, habitaba un pequeño infierno atravesado por mandatos, trampas, cuentos incompletos acerca del amor, el éxito, la realización personal y el sentido de la vida. Y atrapada en aquellos mitos, los demonios surgieron en su vida para arrastrarla al inframundo en forma de amores tóxicos, caminos erráticos y decisiones con sabor a traición propia.

A través de sus escritos, pude ver los daños provocados al pelear batallas contra molinos de viento. A medida que los encuentros se sucedían, los conflictos aparecían ante mí cada vez más evidentes: un norte extraviado, una identidad desdibujada, pero, ante todo, un amor propio sangrante. Y ahí, dentro de la marea conflictiva, la autoestima se reveló central en la pluma de Lorena.

¿Cómo podía una mujer tan atractiva tener una lucha interna tan huracanada en relación a su autoestima? En el fondo, yo conocía la respuesta. La autoestima no suele ser aquello que vemos brillar en la superficie; para construirla firme y capaz de atravesar tormentas, debemos ser capaces de descender a las profundidades del ser, mirar a los ojos a nuestros ángeles y demonios, abrazar la luz y el lado oscuro de la luna.

Como todos los ciclos en la vida, el taller concluyó. Por aquel entonces, ya conocía un poco más acerca de sus luchas, sus sueños y su maravillosa capacidad para transmitir ideas, emociones y vivencias a través de las palabras, en un lenguaje exquisito, cálido y llano, aunque profundo, muy profundo. La despedí convencida de que en ella habitaba una escritora, con la esperanza de volverla a ver. Estaba segura de que, en la magia de las letras, habitaban las respuestas que ella estaba buscando.

Por ello, el día que regresó a mi vida también lo recuerdo con nitidez, pero, ante todo, con alegría. Sucedió en otro día azul bonaerense, bella e impecable como siempre, pero más vulnerable, lista para purgar las oscuridades y colmar todo su ser del poder sublime que significa ingresar en un proceso creativo: Lorena estaba lista para gestar un cambio en su vida en todos los sentidos posibles, y para ello, era tiempo de darle vida a este, su primer libro, una travesía acerca de su experiencia como coach, en la que narra historias de sus consultantes, todas mujeres en busca de su amor propio y en donde ella, de alguna forma u otra, se vio reflejada.

La historia de Lorena atraviesa toda la obra. Por ello, al igual que las mujeres que abrieron su corazón durante sus sesiones, ella también halló la llave hacia una autoestima poderosa, con consecuencias maravillosas, casi increíbles.

Hoy, con el libro concluido y listo para acariciar otras almas, la mirada de Lorena lejos está de aquella que me encontró en Buenos Aires. Desde Madrid, sus ojos me observan más calmos y sabios, ella sabe que los conflictos son parte de la vida, así como las oscuridades. Ella ya no tiene miedo, ella ama, se frustra, se enoja y vuelve a amar y amarse. Ella ya no teme mostrar sus grietas, las conoce, las abraza y de ellas saca su mayor poder.

Y así, yo sentada en Buenos Aires y ella en Madrid, la vi reír como nunca antes. Y me vi reír. Es lo que todas merecemos.

Carina Durn

Periodista y escritora

Buenos Aires Argentina

Faustina: Tus notas de salida, tus notas de corazón y tus notas de fondo

“Thought of you as my mountain top

Thought of you as my peak

Thought of you as everything

I’ve had but couldn’t keep…

 

Linger on

Your pale blue eyes…”

Pale Blue Eyes – The Velvet Underground12

 

 

Llegó al consultorio una mañana de septiembre. La recuerdo bien porque, cuando bajé a abrir, mi angosta calle Jorge Newbery olía a gardenias. Ese aroma que siempre me recuerda que todo estará bien de alguna forma. Había algo transparente en ella y ese “algo” se confirmaba en sus ojos grises y su piel fina, con venas translúcidas.

—Hola, soy Faustina —me dijo. Al oírlo, pronunciado por ella misma, supe que el suyo no es un nombre que pueda llevar cualquiera.

—Qué tal, encantada.

En el ascensor al piso 8, sólo hablamos de lo envolvente del aroma a gardenia.

Ella tenía 31 años en ese momento. Era perfumista, había estudiado en Grasse y estaba lanzando Fausta, su marca de perfumes de nicho. Todo en ella era sutil, delicado y sensible.

Le dije, luego de que me contara un poco sobre ella: —Dado que sos perfumista me gustaría que me cuentes cuáles son tus notas de salida, tus notas de corazón y tus notas de fondo.

Supe enseguida que Faustina sería hábil en captar metáforas.

Sonrió, miró hacia afuera con sus ojos grises que el reflejo de la luz de media mañana iluminaba y convertía en azules, y me respondió: —Mis notas de salida… la primera impresión que doy es que tengo la vida perfecta. Amo mi profesión, tuve la oportunidad de vivir en el exterior, trabajé con perfumistas de renombre y tengo una familia que me apoya y acompaña. Todo, básicamente. Ahora… si voy a mis notas de corazón… y me da mucha vergüenza decirlo… está casado.

Lo etéreo de su relato se cortó en esas seis letras. El peso que cayó sobre el suelo de mi estudio, al pronunciarla, nos dejó a ambas con el corazón roto antes de empezar. Hay palabras que nos rompen. «Casado» parecía ser la palabra que la rompía.

—Ayudame a salir, por favor —dijo. Miré el reloj, habían pasado tan sólo veinte minutos y tenía a una joven mujer enfrente suplicando ayuda. ¿De dónde tendría que ayudarla a salir en realidad?

Dejé mis pensamientos volar crudos y libres. Me hice preguntas que nunca me había hecho: ¿es un anillo en el dedo anular el símbolo de la prohibición a seguir sintiendo, a enamorarse nuevamente? ¿Ser infiel es lo mismo que ser desleal?

¿Puedo dejar lo que construí con tanto esfuerzo —porque un matrimonio necesariamente conlleva mucho esfuerzo— a ciegas, sin antes conocer y experimentar lo distinto? Mi mente vagaba, yendo y viniendo, desordenada entre el deber ser y la humanidad.

No tengo las respuestas, pero hacérmelas humanizó mi mirada y recordé que alguien casado no deja de ser humano y no deja de sentir. Decidí que «Nicolás es un [complete con el adjetivo negativo que le plazca]» no entraría en mi abordaje de coaching. No trabajo con juicios morales, sino con personas que transitan la vida haciendo lo mejor que pueden, como pueden.

Quizá muchos de ustedes, con los ojos en estas letras, se espanten. Lo que les pido es que antes de espantarse se hagan esas mismas tres preguntas. Probablemente allí, en ese lugar, el espanto se transforme en comprensión.

Un día le hice una pregunta muy simple: —Faustina, ¿cómo ama Nicolás?

Me miró con esos ojos transparentes que, por momentos, me hacían pensar que no eran dignos de este mundo.

—Nicolás no ama, Lore. Está tan parado en sí mismo que es como si se le hubiese esfumado esa capacidad —dijo.

Caminando juntas, sesión a sesión, Faustina y Lorena, fuimos descubriendo que el problema real no era la situación sino la persona. Ser casado, claro, era un problema para el amor en libertad, pero el problema era anterior. Era la ausencia de amor. Ausencia. Vacío. Incapacidad. Tres palabras que, subrayadas, rompen cualquier corazón. El de Faustina, el mío y, posiblemente, también el tuyo.

Las estructuras se resuelven cuando lo verdadero se antepone. Cuando el compromiso esencial se antepone al compromiso instaurado. Cuando lo que es entre dos seres humanos no puede no ser. Pero aquí lo único esencial y verdadero era un ego carente de empatía.

—Ayer vino a casa. Hicimos el amor. Aunque en realidad, ahora que lo pienso, sería desamor la palabra. Hacer el desamor. Estaba sobre mí y se movía con una voracidad tremenda, tan animal, sin darse cuenta de que me aplastaba. Estaba teniendo sexo con él mismo, Lore, no conmigo.

Estalló en llanto. Las venas de su rostro, tan propias, se pusieron más azules que nunca y sus labios adquirieron la misma tonalidad morada que la de los niños que tienen frío cuando salen del mar. Faustina tenía frío en el corazón. Instintivamente, su cuerpo la llevó a cruzar sus brazos y a acariciar con un movimiento tímido sus propios antebrazos. «Supervivencia», pensé. Ese cuerpo lloraba al haber sido aplastado una vez más. Pude ponerles nombre: las lágrimas del descuido.

Faustina lloraba el descuido ajeno, pero antes lloraba el propio, el que no se estaba dando. El que se quitaba cada día, vinculándose con alguien que no le pertenecía y a quien ella no pertenecía. No hablo de derecho ni de posesión. Hablo de resonar, de amar, de conectar.

Él no era culpable por haberse casado y haber comenzado a sentir en otro lado en algún punto del camino. Pero sí era el responsable de lo que hacía con eso. Su estado civil era tan sólo la excusa de una ausencia de registro anterior. Y eso era él, todo él, independientemente de su condición.

Faustina se sentía «la destructora» y yo, que la conocí, que vi sus lágrimas, que cuidé de su fragilidad, puedo dar fe de que ese lugar común nada tenía que ver con ella. O sí, en algún punto lo era. Estaba destruyéndose a sí misma y haciéndose cargo de una destrucción ajena.

—¿Y cuáles son tus notas de fondo? —pregunté, queriendo saber desde dónde ella elegía lo que elegía.

—La verdad es que, en el fondo, creo que no me atrevo a la pareja. Me vulnera esa idea. Le tengo miedo y me aterra.

Me hubiese gustado en ese momento decirle: «a mí también me aterra». Porque estar en pareja implica aceptar que hay otro ser humano, desquiciado por ahí, dispuesto a amarte en las partes que no te gustan de vos misma. Porque implica soltar todo control, mostrarte y sentir sin medida, rogando a todos los santos habidos y por haber, no terminar estrellada contra el pavimento. Implica entregarse a una posibilidad no certera.

Faustina y Nicolás compartían algo. Sus propias disfuncionalidades les eran funcionales. Su estado civil era la certeza de ambos. A ella, que él estuviera casado le ponía el límite externo a la posibilidad de pareja. A él, estarlo le servía para reforzar y excusar su falta de registro y empatía.

Trabajamos mucho juntas, mucho y profundo. Confieso que por momentos odié a Nicolás. Hubiese ido hasta la casa a bajarlo del pedestal y ubicarle el ego en medio segundo. Me violentaba. Pero lo que más me violentaba era tener enfrente a un sol que no se percibía sol. Soy consciente de que no todo el mundo es sol, pero Faustina lo era. Los perfumes no surgen de la oscuridad, sino de la belleza.

Su última sesión no fue una sesión. Fue su boda. Sí, su boda. Vestida con un mono blanco, como si mi consultorio se hubiese convertido en un registro civil real, y tomada en lágrimas, esta vez lágrimas de cuidado, se colocó un anillo. Dijo: —Yo, Faustina, te tomo a ti. Prometo serte fiel en lo próspero y en lo adverso, en la salud y en la enfermedad. Amarte y respetarte todos los días de mi vida.

Yo la contemplaba, atónita y orgullosa. Como si hubiese sido mi hermana, una amiga o yo misma. Fue un honor y un privilegio presenciar ese momento.

En ese casamiento con ella misma ambas pudimos aprender que hay una sola persona en el mundo a quien podemos garantizar votos eternos y esa persona es uno mismo. Todo lo demás, depende. El tema es cómo actúo cuando ya no puedo honrar mis votos hacia otro. Cómo actúo con lo que me pasa dado que lo que me pasa siempre es válido. Allí está mi grandeza, en ese cómo. Faustina descubrió que lo que le faltaba a Nicolás era grandeza.