Lente con pólvora. Asignaciones en territorios hostiles - Eduardo de la Torre Rodríguez - E-Book

Lente con pólvora. Asignaciones en territorios hostiles E-Book

Eduardo de la Torre Rodríguez

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Beschreibung

No lea este libro si padece de síndromes ansiosos, afecciones psíquicas, tendencia continuada al estrés, o si ha sido reprobado en algún examen físico o mental, porque, aunque lo desee, no podrá realizar este oficio que casi siempre se desarrolla en un entorno que puede ser tan atractivo como hostil. Aun al individuo entrenado para situaciones extremas, exposición repetida al trauma, a la violencia, a ser capturado y mantenido prisionero e incluso ser muerto, le puede producir un estrés postraumático, como el que sufren policías, bomberos o veteranos de guerra. Para aquellos que pueden enfrentar esta labor, que como todo lo enigmático genera leyenda, el autor recomienda algunos métodos de trabajo -llamémosle de supervivencia- que les permita obtener buenos resultados en asignaciones de improbable final feliz, pues lo único previsible en un conflicto bélico es lo imprevisto. Esta es una de las razones para que exista este libro.

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Seitenzahl: 675

Veröffentlichungsjahr: 2025

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Edición:

Luisa Herrera Martínez

Corrección:

Luisa Herrera Martínez

Diseño interior, diagramación y cubierta:

Eduardo Alfredo González Carmona

Ilustraciones y fotos:

Eduardo de la Torre

Composición para eBooks:

Ana Irma Gómez Ferral y Valentín Frómeta de la Rosa

© Sobre la presente edición:

© Eduardo de la Torre, 2018

© Editorial enVivo, 2024

ISBN:

9789597276920

Instituto Cubano de Radio y Televisión

Ediciones enVivo

Calle 23 No. 258, entre L y M,

Vedado. Plaza de la Revolución, La Habana, Cuba

CP 10400

Teléfono: +53 7 838 4070

[email protected]

www.envivo.icrt.cu

www.tvcubana.icrt.cu

Índice de contenido
Portada
Portadilla
Créditos
Dedicatoria
Pensamientos
JUSTIFICACIÓN
PRÓLOGO
CRÓNICA PARA UN PRÓLOGO CONVERTIDO EN EPÍLOGO
CAPÍTULO I
ADVERTENCIA ECONÓMICA
EL CORRESPONSAL DE GUERRA
UN POCO DE HISTORIA
LA GUERRA Y LOS MEDIOS DE COMUNICACIÓN
CRONISTAS DE LA GUERRA
NO ES UNA PROFESIÓN ESPECIAL
CAPÍTULO II
NOS PREPARAMOS PARA UNA COBERTURA
¿ESTAMOS LISTOS?
NOS VAMOS PARA LA ASIGNACIÓN
CÓMO VIAJAR CÓMODOS
CAPÍTULO III
LLEGAMOS A NUESTRO DESTINO
EL GUÍA
EL VEHÍCULO
VIAJANDO EN CARAVANAS
LLEGAMOS A UNA POBLACIÓN
CAPITULO IV
Y NOS VAMOS PARA EL FRENTE
CONOCER LOS MAPAS
LA ENTREVISTA
LA LIBRETA DE NOTAS
VOLVAMOS A LA ENTREVISTA
CAPITULO V
LA EMBOSCADA
LAS COMPAÑERAS
SEGUIMOS EN CARAVANA
OCUPAMOS POSICIONES
CAPITULO VI
LA OBSERVACIÓN
EDUCAR SUS SENTIDOS
LA VISIÓN
LA AUDICIÓN
LOS EJERCICIOS
CAPITULO VII
VOLVAMOS A FILMAR-GRABAR
SÍMBOLOS Y METÁFORAS
CAPITULO VIII
QUÉ HACER DURANTE LA ESPERA
USE TODOS LOS MEDIOS
ENMASCARARSE
CONTINUAMOS AVANZANDO
SEGUIMOS A PIE
CAPITULO IX
REALIZANDO UN REPORTAJE
LA NOTICIA
CAPITULO X
EFECTOS DEL FRÍO
ASIGNACIONES EN CLIMAS FRÍOS
COBERTURA EN ZONAS MONTAÑOSAS
CORRIENTES DE AGUA
LA JUNGLA
CAPITULO XI
GRABAR EN HELICÓPTEROS Y AVIONES
FOTOGRAFÍA AÉREA
AVIONES A REACCIÓN
ELEMENTOS DE MEDICINA AERONÁUTICA
FOTOGRAFIAR AVIÓN-AVIÓN
DESPUÉS DE CAER EN TIERRA O EN EL MAR
FILMAR EN NAVES O BUQUES DE LA MARINA DE GUERRA REVOLUCIONARIA
CAPITULOXII
LOS ANIMALES
PARA PODER COMÉRSELOS
EN EL VIVAQUE
LAS AMISTADES Y LAS MASCOTAS
LA VIDA DE CAMPAMENTO
CAPITULO XIII
PELIGRO BALÍSTICO
TRASLADARSE A OTRO FRENTE
CAPITULO XIV
MÁS TRATAMIENTO DEL GUION
EL DOCUMENTAL
UN VIAJE DOCUMENTAL
EQUIPOS DE PROTECCIÓN
DISTURBIOS CIVILES
ESTRÉS POSTRAUMÁTICO
CAPITULO XV
SECUESTRADOS O PRISIONEROS
EL INTERROGATORIO
EL VIAJE CONTINÚA
CAMPOS MINADOS
CAPITULO XVI
APRENDIENDO A NADAR
EL MUNDO DEL SILENCIO
CAPITULO XVII
SEGUIMOS LA MARCHA
QUÉ MÁS DICEN LOS MANUALES
CUANDO SE QUEDE SOLO
SOBREVIVIR EN GRUPOS
CAPITULO XVIII
ATAQUE NUCLEAR
ATAQUE BIOLÓGICO
ATAQUE QUÍMICO
EN EL BOMBARDEO
GASES TÓXICOS
AUXILIO PRIMARIO
INCENDIOS
CAPITULO XIX
EL PELIGRO DE ESTE OFICIO
CAMINO DEL RESCATE
EL RESCATE
EL COMIENZO DE OTRA GUERRA
CODIGO DE CONDUCTA
BIBLIOGRAFIA
SOBRE EL AUTOR

A los que ya no están para contar su historia…

Tiene tanto el periodista de soldado…

José Martí

En este libro, soy solo un esmerado y fiel copista.

Alejandro Bek

Toda la guerra se ha hecho para que el cine dé cuenta de ella.

Pablo de la Torriente Brau

JUSTIFICACIÓN

Si esta recopilación de experiencias —mía y de otros colegas— leídas, copiadas a veces a la letra, fuese, como quisiera, una herramienta imprescindible para mis alumnos, periodistas o video-cineastas sobre la materia que versa y de la cual hay muy poco publicado o de forma dispersa, no me envanecería ya que no he hecho sino sumar a mis experiencias y conocimientos lo más importante de múltiples manuales, artículos y tratados, que considero lo mejor que hasta ahora se haya escrito. Quien encuentre útil este libro, piense en esos autores y no en mí, pues hay mucho de esos textos y los he enriquecido o actualizado con mis observaciones, mucho más insignificantes que aquellas a las que modestamente, acompañan. Están recogidas según las recordé sin mucha paciencia para organizarlas. Este pudiera ser un texto más técnico, que profundizara más en las causas y consecuencias de los fenómenos naturales; en la fauna y la flora de las diversas regiones; pudo también haber sido más especializado pero tal vez hubiese resultado un libro pesadísimo, “indigerible”, de esos que abusan de los lectores quienes sucumben ante tanta sabiduría. No pretendo sea ese el resultado de mi trabajo.

Estas líneas tienen cierto rigor porque las experiencias aquí vertidas las hemos sufrido los que en ellas hablamos, pero no quisiera que el rigor que tengan sea el rigor mortis.

El lector podrá sacar sus propias conclusiones porque hay suficientes referencias continuas a la realidad que describen y a la práctica concreta sobre el terreno. Sin embargo, en un conflicto bélico lo único previsible es lo imprevisto; esa es una de las razones para que exista este libro: tratar de que el periodista, en situación límite, tenga algunas herramientas que, quizás, le salven la vida. Me he permitido recomendar ciertos métodos de trabajo –llamémosle de supervivencia– que le permita subsistir en situaciones de un improbable final feliz.

Los modernos medios tecnológicos han puesto a nuestro alcance numerosas regiones y parajes del planeta que, hasta hace menos de un siglo, solo estaban reservados a los verdaderos aventureros, a aquellos que fueran capaces de intentar y afrontar largas travesías en naves, extensas incursiones por selvas intrincadas, gélidos paisajes montañosos, zonas árticas o abrasantes desiertos, territorios hostiles, coberturas en zonas de riesgo o lugares de conflictos bélicos, siempre en situaciones límites.

Sin embargo, en la actualidad, en una potente camioneta con tracción en las cuatro ruedas o en un moderno vehículo todoterre-no, se puede atravesar el desierto más temible sin resentirse por el calor, transitar por buena parte de las junglas o por praderas salvajes sin temor a los ataques de fieras o a las inclemencias de las regiones inhóspitas; gozar de un maravilloso viaje en un yate equipado con los medios más modernos de navegación o de investigación submarina y además, disfrutar de un lujoso hotel de cuatro estrellas en medio de la selva. Podrá disponer de todas esas comodidades pero en algún momento tendrá que salir del recinto protector del hotel para experimentar la naturaleza y poder filmar-grabar-fotografiar y escribir sobre el entorno que le rodea y así informar a los futuros espectadores y lectores, que se encuentran muy lejos del lugar donde se desarrollan dichos conflictos.

En estas circunstancias suelen surgir los accidentes: el vehículo puede estropearse, el conductor equivocar el camino, el yate sufrir una avería o perder el rumbo en el inmenso océano. Pueden ser sorprendidos por terribles tormentas en el mar, en medio del desierto, en regiones árticas o por cualquier otra situación como puede ser un conflicto bélico, donde usted tenga que abandonar su transporte, se extravíe o quede aislado. Entonces, ¿qué hacer?

Prevenir es lo más importante. Habrá que calcular los riesgos antes y ser objetivo y realista con respecto a sus propias posibilidades. No debe iniciar una de estas expediciones o coberturas periodísticas pensando que puede ocurrir una desgracia, pero sí puede prever los riesgos que la favorecen.

Todos los que han pasado por situaciones límites coinciden en afirmar que siempre sintieron merecía la pena conservar la vida.

Usted no debe morirse antes de tiempo. Las investigaciones sobre la supervivencia dicen que mueren más personas en casos de emergencias por no ser capaces de controlar sus pensamientos o reacciones que por causas físicas. El cuerpo humano guiado por una mente bien entrenada, posee una increíble capacidad de resistencia, pero hay que ayudarla en casos extremos y prepararse bien.

Es necesario familiarizarse con las técnicas de supervivencia y sobre todo, conocer las propias limitaciones y lo que debe vencer en caso de aislamiento, naufragio o pérdida en zonas de guerra.

Dos tipos de factores predominan en estas situaciones: emocionales (miedo, desesperación, tedio) y físicos (dolor, fatiga, hambre, sed). Cuando se presentan hay que aprender a pensar de forma positiva.

En cualquier viaje que emprenda para realizar un documental sobre la naturaleza de su país o en otra región del mundo, ya sea en una asignación periodística en algún conflicto bélico o una excursión donde pueda correr el más mínimo riesgo de perderse o quedar aislado, prepare un equipo de subsistencia y llévelo en su vehículo, y si va a transitar por lugares poco concurridos coloque en su equipaje un ejemplar de un buen manual de supervivencia.

Uno de los peores enemigos sobre todo para los profesionales que realizamos esta labor, es la inactividad cotidiana que afecta nuestros músculos y disminuye su resistencia. Es necesario moverse, realizar marchas, hacer ejercicios que prevengan dolencias que aparecen con la edad y que nos permiten fortalecer las extremidades inferiores y los sistemas óseo, muscular y cardiovascular. La práctica de estos ejercicios le ayudará a controlar el peso, eliminar grasa y mantenerse en una buena forma física.

Hay que evitar, en lo posible, llevar una vida sedentaria. Rehúya el uso de ascensores: baje y suba escaleras; parquee su automóvil y camine a buen paso, los tramos cortos. Todo eso ayudará a mantener un buen estado físico que le permitirá llevar a cabo mejor nuestra profesión.

Espero que estos consejos le sirvan para futuras asignaciones o coberturas en entornos hostiles, aunque le deseo que no sea en una guerra. Sígame, todavía hay mucho que ver y aprender.

El autor

PRÓLOGO

CRÓNICA PARA UN PRÓLOGO CONVERTIDO EN EPÍLOGO

Jugaste tantas veces con la muerte, que hasta le hacías bromas y la tratabas de tú. Eso sí: jamás hablamos de ella, ni siquiera cuando ya los almanaques se empeñaron en ponernos viejos, con dolores en lugares del cuerpo que no sabíamos que existían.

Cuando me comentaste que te ibas a operar del corazón, te metí una descarga de las buenas, y te dije, casi te exigí, que siguieras viviendo como hasta ahora. Pero las muchachitas, ¡ay, nuestra debilidad eterna por las muchachitas!, te llevaron a tomar la decisión de que te abrieran el pecho de par en par, y trataran los médicos de resolverte la situación de tu cardiopatía, que ciertamente empeoraba día tras día. Te dije tantas cosas, que sabiamente no me llamaste para informarme que ya era inminente tu entrada al quirófano. Sé que esperabas darme la sorpresa después de operado, burlarte de mis miedos y temores, y expresarme: “mira, pendejón, aquí estoy, vivito y coleando, listo para atender a varias niñas de 20 a 25 añitos de edad, así que decídete tú y que los médicos se encarguen de mejorarte…”, pero ni una sola palabra pudiste decir después de salir del salón. Vinieron los fallos respiratorios, las complicaciones renales, hepáticas y cerebrovasculares. Y ocurrió lo que yo me temía, y tú también, pero una vez más te arriesgaste.

Recuerdo que te pronuncié aquel añejo refrán de que “hemos remado demasiado para venir a morirnos en la orilla, hermano”. Y en la orilla te ahogaste, sin poder salir a flote, aunque estoy absolutamente seguro de que aún con la anestesia general luchaste a vida con la muerte para seguir haciendo y deshaciendo, porque jamás fuiste de los que se amilanan, y mucho menos de los que se rinden.

Entonces, el jueves 19 de septiembre del 2013, cuando por la radio escuché la noticia, no pude menos que hacer un silencio grande, de esos silencios que pueden tocarse con las manos; no el silencio a veces hipócrita y protocolar del minuto que jamás llega a los sesenta segundos, sino este silencio tuyo y mío, nuestro; este silencio que hemos tenido que tragarnos con un nudo en la garganta, y por qué no, con lágrimas en los ojos, por algún compañero o hermano que ya no va a estar más y seguirá estando eternamente dentro de estos corazones ya rotos y maltrechos, pero que saben aquilatar al que vale y es de los imprescindibles, porque van en uno de los dos bandos enunciados por el Apóstol: el de los que aman y fundan, que ahí marchamos nosotros, amadores, enamorados y sobre todo fundadores de tiempos, y epopeyas, y leyendas, y de pueblos que ya jamás serán los mismos que antes, porque ayudamos, con el “concurso de nuestros modestos esfuerzos”, a cambiarlos mientras nosotros mismos cambiábamos y nos hacíamos mejores seres humanos, como nos quería y pedía y exigía Che.

¡Tantos proyectiles estallando a tu lado, en los cuatro puntos cardinales de este convulso Planeta que ya dudo que sea tan azul como lo describió Yuri Gagarin!

¡Tantas bombas y cohetes trazando sus estelas rojas de fuego y muerte en torno tuyo, lo mismo en suelos africanos que levantinos o nuestroamericanos!

¡Tantos peligros en los fondos marinos y allá, en las alturas, a casi mil kilómetros por hora, a bordo de un Mig-21 o de un Mig-23, porque tenías que sentir en tu piel, en tus huesos, en tus músculos, en tus venas y en tu pecho de valiente y audaz y temerario todo lo que un piloto siente cuando despega y vuela y aterriza, y solamente después llevarlo a la pantalla grande o chica, y a las letras de los libros y revistas!

¡Tantos combates, emboscadas, escaramuzas, maniobras militares, ofensivas, contraofensivas, despliegues de batallones de tanques en polígonos cubanos o en las Alturas del Golán sirio, aún ocupadas por los sionistas israelíes!

¡Tantas noches en vela para tratar de descubrir por dónde aparecerían los fantoches de la UNITA, o el FNLA, o los mismísimos sudafricanos que tantos kilómetros corrieron en desbandada delante de nuestras tropas en aquel 1976 inolvidable!

¡Tantos rostros serios durante el juicio de Luanda a los mercenarios blancos, reclutados por la CIA para evitar la independencia angolana, y tanto sol en la tarde del fusilamiento de cuatro de estos perros de la guerra, condenados a muerte por el Tribunal del Pueblo, de ese mismo pueblo sufrido y vejado y humillado durante más de 500 años, y que ahora, por vez primera en su Historia, respiraba algo de libertad!

¡Tantas veces el peligro de la muerte, y la muerte misma rondando como aura o buitre, en espera del despojo y la carroña, sin temor a que fuera a tocarnos a uno de nosotros!

Porque si de algo estábamos seguros era que la muerte podría picarnos cerca, darnos palmaditas en los hombros, hacernos señas o cosquillas, pero jamás llevarnos. No. La muerte era para otros y para nosotros la vida se imponía como la única alternativa. Nunca pensamos en la muerte, a pesar de que la teníamos ahí, mucho más cerca que el clásico doblar de la esquina.

Ya después, entrados en años, sí nos sentimos obligados a reconocer que no éramos dioses inmortales, sino gente común y corriente que algún día tendríamos que decirle adiós a todas las delicias y desgracias de esta sensación inenarrable que se ha dado en llamar vida. Y es que cuando nos encontrábamos y preguntábamos por alguno del piquete de la Vieja Guardia, la respuesta a veces nos tocaba hondo: “se murió… “, “se fue del aire…” “quedó al campo…”, “se partió…” o, “si lo ves, agáchate…”.

Che escribió en su carta de despedida a Fidel que cuando pasaron preguntando en México a quien avisar en caso de muerte, “la posibilidad real del hecho nos golpeó a todos. Después supimos que era cierta; que en una Revolución se triunfa o se muere, si es verdadera”. Y esta de nosotros jamás tuvo faceta alguna de mentira. Es de verdad. Y de esas verdades que nadie se atreve a desmentir.

Pero jamás nos hemos podido acostumbrar a la muerte de uno de nosotros. Podremos recorrer cien, mil veces el camino del cementerio o del crematorio, sepultar a alguien o esparcir sus cenizas a los cuatro vientos, y nunca, nunca, nunca, aceptaremos la realidad, aunque como en La canción del sainete póstumo, ese antológico poema de Rubén Martínez Villena, “presintamos nuestro turno más próximo después”.

Nos tocó vivir una vida de riesgos, y amenazas, y peligros, y de muertes, y sangre, y cuerpos desgarrados por la metralla, quemados por el fuego, acribillados por los proyectiles, destrozados por los cohetes o las bombas.

Tú, hermano Eduardo, naciste el lunes 2 de septiembre de 1940. Y lo mismo en tu natal barriada habanera de Boyeros como en toda la Capital o el resto de nuestra querida Patria, la situación era insoportable para los que jamás tuvimos nada más que hambres y miserias y enfermedades y desesperanzas.

Muy joven te sumaste a las filas de los que sabían que era posible un cambio de sistema, si no nos sentábamos a ver el fin de tantas desgracias, y por el contrario, luchábamos por erradicarlas de la faz de la Tierra.

Luchador clandestino, al triunfo de la Revolución no vacilaste en vestir el verde olivo del Ejército Rebelde, que no era más que el pueblo uniformado, al decir del Comandante Camilo Cienfuegos. Y de inmediato, pudiste aprovechar como nadie la oportunidad que se te dio de hacerte Corresponsal de Guerra, dificilísima profesión, solo realizada por los que no tememos a la muerte.

Baste decir que durante la II Guerra Mundial, los corresponsales de guerra fueron los que aportaron más muertos, en promedio comparativo con otras especialidades militares como los pilotos, tanquistas, marinos o infantes.

No pretendo recrear tu síntesis biográfica, que nada tiene de sintética, porque es bastante amplia por todo lo que hiciste en tus 73 septiembres de fructífera existencia, pero sí estoy en la obligación de reconocer que si alguien hizo millones de cosas, todas a riesgo de su propia vida, fuiste tú, hermano Eduardo de la Torre Rodríguez: volar en Migs, bucear en aguas infectadas de tiburones, lanzarte en paracaídas, descender en una balsa en medio de ríos crecidos por los huracanes, para filmar el rescate de un campesino. En esa ocasión, valga la anécdota, perdiste la película, pero salvaste a veinte seres humanos de perecer ahogados, a pesar de que tú mismo estuviste a merced de aquella furia de aguas durante más de treinta horas. El piloto del helicóptero que presenció tu hazaña, sencillamente comentó: “este fílmico está loco y es guapo como un carajo…”.

Por ello tantísimas distinciones, medallas, condecoraciones, órdenes y diplomas atesorabas en tu humilde vivienda pero ninguno de esos reconocimientos podrá reflejar, jamás, todas las ideas que generabas, unas tras otras, cuando estabas descansando o filmando o escribiendo o tomando fotografías.

Recuerdo que en la zafra azucarera de 1970 filmaste cientos de pies de películas de macheteros, alzadoras, combinadas, centrales, tractores, limas, cantimploras, sudores, machetes, mochas, ampollas y tizne. Pero aún no había cesado el último hilillo de humo de la chimenea de los centrales azucareros, ya estabas inventando un documental que reflejara la alegría del pueblo, tras una larga etapa de trabajo y de esfuerzos, sacrificios y privaciones.

Se prepararon los carnavales en pleno mes de julio, y a alguien se le ocurrió la idea de celebrar en ese veraniego mes las navidades postergadas del año anterior, debido a la zafra. Saliste a las avenidas de Prado y de Malecón y filmaste cientos y cientos de pies de película que habías ido guardando para este objetivo. Y te salió del alma aquel alegre, festivo, musical, bailable, cervecero, ronero y rumbero documental que titulaste “Cuando Pascuas no cayó en diciembre”, que en las unidades militares donde fue proyectado llenaba de optimismo y confianza a los oficiales, clases, soldados y trabajadores civiles que lo presenciaban y se sentían parte del esfuerzo y la alegría.

Y seguiste, hermano, plasmando en el celuloide o el video la Historia que tú sabías que tenías que contar para que las venideras generaciones supieran cómo se fue edificando esta Patria libre y soberana.

Filmaste a los asaltantes de los cuarteles Moncada y Carlos Manuel de Céspedes, cuyos recuerdos de cuando formaron parte de la Generación del Centenario, encabezados por Fidel, están ahí, como páginas de un libro abierto e imprescindible.

Lo mismo hiciste con aquellos que se aventuraron a la mar en la cáscara de nuez que fue el yate Granma, y atravesaron el Golfo de México en medio de una tormenta para al decir de Che, “naufragar” en el sur oriental para iniciar esta parte de la misma guerra iniciada por Carlos Manuel de Céspedes en La Demajagua, hace ya más de cien octubres. De aquellas lejanas epopeyas dejaste filmado tus recuentos sobre el generalísimo Máximo Gómez, el lugarteniente general Antonio Maceo y su heroica madre Mariana Grajales.

Filmaste la reconstrucción de épicos combates de la Sierra Maestra, del norte oriental, de la invasión de Che y Camilo hasta Las Villas, de la ofensiva del ejército batistiano contra el Ejército Rebelde y de la contraofensiva que culminó con la victoria popular del Primero de Enero de 1959.

Vendrían después las escaramuzas de la Lucha Contra Bandidos y Contra Piratas. Y las incontables misiones internacionalistas, cámara y AKM en mano.

Puedo afirmar, sin temor a exagerar ni a mentir, que fuiste uno de los cubanos que cumplió más misiones combativas en otras tierras del mundo.

Y ahora, de pronto, cuando todavía tenías sueños, y proyectos, y planes, la muerte te lleva. Y lo más doloroso es que lo hizo sin que mediara un solo disparo.

No es mi intención referirme a las páginas de este libro.

Prefiero que cada lector se acerque a ti mediante estas páginas impregnadas de pólvora y de ráfagas.

Estoy convencido de que todos, al final, aprenderán algo de ti, Señor Profesor Universitario, Corresponsal de Guerra, Militante del Partido Comunista de Cuba, miembro de la Unión de Periodistas de Cuba, de la Unión de Escritores y Artistas de Cuba, de la Asociación de Combatientes de la Revolución, excelente jodedor criollo, guapo a matarse, hermano eterno del alma, teniente coronel (R) de las FAR, Eduardo de la Torre Rodríguez.

De ti solo me queda expresar con el poeta:

¡Descansa en guerra…!

Héctor Arturo

La Habana, marzo 8 de 2014

CAPÍTULO I

ADVERTENCIA ECONÓMICA

El oficio o profesión del periodista, fotógrafo, camarógrafo o documentalista, no provocaba el entusiasmo de sus familiares cuando se anunciaba como objetivo inminente en las aspiraciones del joven de la casa; sobre todo, en las familias más humildes.

Desde los Estados Unidos a Grecia, desde Japón a la Argentina, decir que el muchacho había decidido dedicar su vida a hacer fotos o películas, no despertaba alegría en sus progenitores que preferían, mil veces, que John, Iván, Toshiro, Isaac o Pedro, aspiraran a ser arquitectos, ingenieros, médicos o economistas.

Lo experimenté personalmente cuando comencé el Curso de Corresponsales de Guerra del Ministerio de las Fuerzas Armadas Revolucionarias (Minfar). Un día mi padre me preguntó qué hacía y cuando le expliqué que estudiaba fotografía y cinematografía, me aconsejó: “¿Por qué no estudias un oficio?”. En ocasiones he oído alguno decir: “Sí, sí, ya sé que tiras fotos, pero, ¿en qué trabajas?”. Se menospreciaba porque tales prácticas no producían dividendos inmediatos, algo muy necesario en un núcleo familiar.

Ha de tenerse en cuenta que se habían hecho populares las camaritas de cajón o de foco fijo y muchas personas consideraban un hobby hacer fotografías por lo que no pensaban pudiera ser un oficio común.

En casi todos los barrios o pueblos había un estudio fotográfico que hacía negocios con ese “pasatiempo”, distracción que provocaba sonrisas compasivas hacia quien pretendía tildarlo de oficio. No creían pudiera constituir una vocación estable, una forma corriente de vivir. Una de las razones para subestimar al fotógrafo, periodista —incluso a pintores, poetas y escritores—, además de considerar que era “un medio de vivir que no daba para vivir”, radicaba en el hecho de que constituía una técnica que estaba al alcance de cualquiera.

Aunque muchos seamos incapaces de hacer un boceto, dibujar el perfil de un puente o de la fachada de una casa, de elaborar una fórmula para un preparado farmacéutico o químico, de desarmar un motor, aunque sea del auto que tan familiar resulta, todos, prácticamente todos, hemos redactado cartas a la novia o a nuestros empleadores, y en ocasiones, hemos usado una cámara fotográfica, de cine aficionado o de video tape. Por el afecto que nos tienen los receptores de estas misivas, fotos o videos son elogiados y los aprecian, razón por lo cual algunas personas llegan a creer que están dotadas para estos menesteres como cualquier profesional.

Puede suceder que un médico, un chofer o un actor crea que tiene un buen guion, pero no se decide a publicarlo o considera tener posibilidades de hacer arte con su camarita de fotos o tal vez confiese que ha tenido una gran idea sobre una historia que le alguien le contó, que pensaba escribirla un día de estos, pero, “al no tener tiempo…”. Muy pocos confiesan que además de no tener tiempo o deseos, carece de dotes artísticas, talento para realizar una buena imagen o para contar una historia, y se escudan en la excusa del tiempo.

Con el advenimiento de la Revolución Cubana y el acceso masivo a la instrucción y a la cultura, se incrementó el nivel educacional del pueblo. Fueron creadas escuelas de arte; se publicaron a precios irrisorios gran cantidad de libros de cine, teatro, televisión, video; se incluyó el Periodismo como carrera universitaria —en el capitalismo solo existía la escuela Márquez Sterling que en cinco años graduaba periodistas y en muchos casos buenos periodistas— y se estableció la especialidad de cine y televisión en dicha facultad. Posteriormente se instituye la Facultad de Medios Audiovisuales, Cine, Radio y Televisión y se inaugura la Escuela Internacional de Cine y Video en San Antonio de los Baños. La televisión en Cuba tiene programas que muestran los recursos utilizados para realizar los filmes, su significado, pormenores de los movimientos de cámara o efectos de sonido.

Observen este detalle. Cuando un médico dice que hay que operar todos respetan esa decisión; cuando un ingeniero decide que una pared de carga lleva cierta cantidad de cemento o de ladrillos, “boca abajo todo el mundo”, nadie discute, pero todos los cubanos saben de pelota y todos son especialistas de cine y televisión. En nuestro oficio todos saben, todos se sienten en capacidad de disentir, discrepar y dar opiniones.

EL CORRESPONSAL DE GUERRA

Todo enigma puede engendrar una leyenda, quizás por eso el solitario corresponsal de guerra desandando por los frentes de batalla para conseguir las imágenes y el texto que formarán el reportaje, ha dado tema para diversas novelas o filmes. El corresponsal tiene un estilo de vida bastante independiente en el combate; casi siempre obtiene el consentimiento de los jefes para “cazar por la libre” como el francotirador, y esa libertad debe tratar de ejercerla sin importar las condiciones y en cualquier circunstancia para obtener buenos resultados. Por ello, necesita poseer muchas habilidades y conocimientos militares además de los propios de su oficio. En las guerras las condiciones imperantes agudizan la percepción y obligan al organismo humano a funcionar en el límite de lo imposible y aun en ese estado debe pensar en su artículo, reportaje o noticia; tiene que conformarlo y enviarlo lo antes posible y con la calidad requerida. Esto, junto a otras cualidades personales de las que hablaremos después, irá conformando el prestigio del que gozan los corresponsales de guerra.

Pero no siempre ha sido así. Se han producido situaciones en las que ciertos periodistas han propiciado incidentes para poder vender un buen reportaje. Han azuzado a los bandos en litigio para promover una guerra y obtener ganancias, como ocurrió durante el conflicto argelino cuando un periodista de la revista Life logró, mediante no se sabe qué artimaña, que un soldado francés obligara a huir a un prisionero nativo, le disparara y lo hiriera mortalmente delante de la cámara. Esa foto, que apareció en la portada de dicha publicación, provocó la repulsa de todos los sectores de la prensa internacional.

Enrique Meneses (1929-), periodista español conocido en Cuba porque subió a la Sierra Maestra en 1957 en busca de Fidel Castro, dice en el libro Los ojos de la guerra:

Nuestra profesión fue de golfos y caraduras hasta bien entrado el siglo XX. Pero las cosas cambiaron y los periodistas tuvimos que acercarnos más y más a la noticia. Las cámaras ya no podían mentir impunemente, era preciso acercarse lo más posible a la realidad. Y así es como empezamos a vivir un periodismo menos divertido pero más auténtico […] y a pagar el tributo de la sangre.[1]

Manuel Leguineche también escribe en el libro citado:

Quitaos de mi camino, miserables borrachos. Esta era la frase con la que el general Horatio Herbert Kitchener (1850-1916) obsequiaba a los corresponsales de guerra, tal como recoge Philip Knightley en su libro The first casualty. Les odiaba desde la guerra del Sudán, desde la guerra Bóer en Sudáfrica. Como Ministro de Estado, se opuso a que los periodistas británicos cruzaran el Canal[2] para informar desde el teatro de operaciones europeo durante la Primera Guerra Mundial. (…) El odio de Kitchener hacia los periodistas no era algo nuevo bajo el sol. Desde que el corresponsal se independizó de las oficinas de relaciones públicas de los ejércitos para, como se dice en el argot, cubrir las guerras, los militares la tomaron con él. Estos eran según su criterio, no solo borrachos sino indisciplinados, bohemios y mentirosos, porque se negaban a aceptar —muchos de ellos— la versión oficial de los hechos”.[3]

Hay quienes hacen honor a ese vicio y lo peor, utilizan la bebida alcohólica como mecanismo para su labor. Dice Javier Nart Peñalver (1947-) en su libro ¡Sálvese quien pueda! , que en la barra del hotel Comodore de Beirut, durante la guerra de los barrios, conoció un corresponsal de prensa que le brindó cerveza helada a su regreso de las trincheras, sudoroso y agotado por el esfuerzo de salvar la vida. El hombre en cuestión le interrogó por la situación en la zona y Nart le contó de los francotiradores, de las posiciones de ambos bandos, etcétera. Al día siguiente, lo vio hablando con otro periodista que regresaba de los combates callejeros, a quien también invitó una copa; después otro y otro.

El hombre se pasaba el día en la barra y allí obtenía toda la información para sus envíos de una guerra, donde el único peligro era morir de cirrosis hepática por la cantidad de tragos que tenía que beber al día; o sea, corría el mismo riesgo de las prostitutas que tienen que beber con los clientes toda la noche.

Dice Meneses, ya citado, que cree que fue Tom Wolf, colega suyo, quien contaba la anécdota del periodista neoyorquino que se encuentra en Manhattan con un amigo de la infancia. Al despedirse le recomienda encarecidamente: “No le digas a mi madre que soy periodista… ¡ella cree que soy pianista en un burdel!”.[4]

Un corresponsal de guerra de fin de semana y de vacaciones, es el propio Javier Nart, abogado de oficio quien tomaba un avión el jueves, se iba al Líbano y del aeropuerto directo al frente que estaba en la propia ciudad. “Trabajaba” las siguientes cuarenta y ocho horas bajo el fuego y regresaba a España para, el lunes, estar dirimiendo casos en la corte. En ocasiones se cambiaba de traje en el parqueo de la audiencia. Como no quería perjudicar su principal oficio, también reportaba una guerra en Navidad, otra en Semana Santa y dos más en las vacaciones de verano. Como tenía buena salud —dice Nart— inventaba alguna enfermedad si acaso una de las guerras se ponía caliente, y se iba a reportarla; en su portafolio llevaba uno o dos expedientes judiciales para estudiar en el vuelo o en los aeropuertos. Como vemos hay quien ha usado la guerra como un oficio secundario, un pasatiempo dramático o un hobby peligroso.

Periodistas como William Howard Russell (1820-1907) considerado el primer corresponsal de guerra de la historia, desandaba los frentes de batalla en su vieja mula para por primera vez, reportar los conflictos bélicos in situ, desobedeciendo cualquier restricción de los militares. Stephen Crane (1881-1900) periodista norteamericano, desembarcaba en Cuba para asegurarle a William Thomas Sampson (1840-1902) almirante de la flota norteamericana, que los barcos del también almirante Pascual Cervera y Topete (1839-1909), estaban todos en la bahía de Santiago de Cuba. Por esos caminos de la guerra iba Boris Polevoi (1908-1981) o Román Karmen (1906-1978) como cientos de rusos que reportaron la Gran Guerra Patria. Ernest Hemingway (1899–1961) y Robert Capa[5] en la guerra de España o las arenas de Normandía, fueron a denunciar las guerras aun a riesgo de sus vidas. John Reed (1887-1920), seguía en México a Emiliano Zapata Salazar (1879-1919) en su revuelta y vivía después los “diez días que estremecieron al mundo”, junto a los proletarios de Lenin.

Son incontables los hombres y mujeres que en todas las guerras arriesgaron y perdieron su vida por informar, desde el frente de batalla, las crueles incidencias de los múltiples conflictos bélicos.

En Cuba la gran epopeya de la Revolución, hecho sin precedentes en América, hizo a sus hijos realizar verdaderas hazañas de todo tipo incluyendo, por supuesto, a nuestros periodistas, quienes estuvieron desde los primeros momentos de la lucha en la Sierra Maestra como corresponsales de guerra. Interminable sería la lista de aquellos compañeros que enaltecieron el periodismo cubano, colocándolo al mismo nivel de heroicidad de las grandes narraciones épicas de la historia de la humanidad. Mencionemos aquí solo los que ya no están físicamente: Santiago Álvarez Román (1919-1998), uno de los primeros documentalistas políticos de Cuba y del mundo, corresponsal de guerra en varios países donde realizó antológicos documentales de la lucha de esos pueblos; Tomás Gutiérrez Alea (1928-1996) uno de nuestros más completos realizadores, quien no dudó en incorporarse al triunfo de la Revolución, al Departamento de Instrucción Revolucionaria del Ejército Rebelde y que fuera luego cámara en ristre, junto con otros cineastas, a los combates de Playa Girón y realizara el documental de denuncia de esa agresión, titulado Muerte al invasor. El fotógrafo Sergio Canales Serpa (1938-1981), corresponsal de la revista Verde Olivo y combatiente de la Lucha Contra Bandidos, quien capta una de las famosas fotografías de Fidel cuando se lanzó de un tanque de guerra en las arenas de Girón; Marcos Martínez, Eduardo Boch y Antonio Lavín, mueren en el cumplimiento de su deber en la guerra de Angola y rubricaron con su sangre el espíritu internacionalista de la prensa, y con sus cámaras, grabadoras y plumas, como armas ideológicas, fueron a luchar a miles de kilómetros por la independencia de otros pueblos; Argelio Pérez Chávez, quien tuvo que matar al enemigo para salvar su vida y la de sus compañeros en una actitud de la cual no conocemos ningún caso en la historia de los corresponsales de guerra. Esta es la estirpe de nuestros periodistas y cineastas. Breve reseña histórica de los corresponsales de guerra cubanos y también de los extranjeros que reportaron la guerra de independencia y la de liberación cuando los periodistas se fueron a la manigua y a las montañas para dejar constancia de la historia de nuestros combatientes. Algún día se hará un recuento de los que participaron en todos estos años de lucha; podría escribirse un libro que, de seguro, sería apasionante.

Por ahora, baste esta referencia como ejemplo de la valentía de estos colegas, más adelante hablaremos de otros y los intercalaremos con algunos consejos prácticos, porque más que decirles lo que deben hacer, lo haremos de lo que no deben, para ayudarles en el desempeño del oficio que han escogido. Nadie puede enseñarles a convertir una idea en un buen documental, noticia o reportaje televisivo. Eso se lo dará el dios en el que usted crea si profesa una religión o si prefiere, obtener una explicación materialista.

Trataremos acerca de lo que los jóvenes video-cineastas deben evitar en sus primeros pasos en un mundo que puede ser tan atractivo como hostil para sus ambiciones. Espero que no se desanime el principiante que lea estas líneas porque existen muchas cosas que compensan haber escogido el camino de una minoría que consigue convencer, orientar, emocionar y hacer pensar a la gente. Esa posibilidad bastaría para justificar la elección de un oficio que después del infierno puede dar la gloria. Y no decimos el paraíso, sino las otras acepciones del diccionario como: fama, honor, placer o reconocimiento. Así que, bienvenidos a bordo en este viaje imaginario y emocionante, colegas corresponsales de guerra.

Cada vez que un corresponsal muere en combate o cuando asesinan un periodista, esta tragedia es un tremendo recordatorio sobre lo vulnerable que son esos profesionales en los conflictos bélicos. Tales hechos han provocado que los veteranos periodistas, incluso los más avezados corresponsales de guerra, sopesaran sus propios hábitos y posibilidades porque también pudiera sucederle a ellos. ¿Qué pueden hacer los reporteros y los medios de prensa para que la actividad que se realiza en las zonas de conflicto sea más segura? ¿Cómo responder ante una emergencia si ninguna guerra es igual a otra? Surgen siempre aspectos relacionados con la seguridad, que los periodistas y sus responsables deberían tener en cuenta.

Estas experiencias también han de ser leídas por los directores de órganos de prensa escrita o televisiva, pues son quienes les asignan las tareas y responden por la seguridad de los reporteros.

Ello significa no permitirles participar en lugares donde el riesgo esté injustificado ni tomar decisiones voluntarias de coberturas en zonas de guerra y asumir la responsabilidad de proveerles del equipo y del entrenamiento adecuado.

Por supuesto que ningún manual, compilación, curso intensivo o la práctica de terreno, garantizará la seguridad del periodista, pero sí ayudará. Sin duda, puede contribuir a minimizar los riesgos. Serán los propios periodistas los que tendrán que considerar constantemente los peligros y decidir cuándo detenerse y cuando sobrepase los límites del peligro, retirarse, abandonar la misión porque, recuerde siempre: no hay secuencia que valga la pena morir por ella.

Sin embargo, las estadísticas muestran que los peligros que enfrentan los corresponsales de guerra no se limitan solo a las coberturas de los combates; de hecho, por cada periodista que ha muerto en fuego cruzado, tres han sido blancos de asesinatos. Según una investigación realizada por el Comité para la Protección de los Periodistas —CPJ, por sus siglas en Inglés— titulada En cobertura: una guía para informar en situaciones de peligro, entre 1995 y 2004 un total de trescientos treinta y siete periodistas cayeron en cumplimiento de su labor informativa; de ellos, sesenta y siete, un veinte por ciento, murieron en combate, mientras que doscientos veinticuatro, el setenta y dos por ciento, lo hicieron en represalias por su trabajo o en violentas protestas callejeras. Muchos periodistas fallecieron por falta de cuidados médicos, enfermedades con resultados fatales o accidentes de tránsito.

Ahora bien, hay ciertas eventualidades que pueden ser previstas y resolverse anticipándoseles. Mantenga siempre el contacto con su redacción. Los redactores o directores de noticiarios de televisión conocerán, en detalle, el plan del corresponsal. Debe asegurarse que por lo menos una persona, preferentemente su editor, supervisor o director, sepa dónde se encuentra, con quién se va a reunir y cuándo regresa y por lo menos, alguien de confianza en la zona de conflictos sabrá el itinerario para permitir a sus colegas actuar con rapidez en caso que no regrese en el tiempo previsto o desaparezca. Si va a ausentarse varios días, llame a su jefe con regularidad, si es posible a diario. Cuide la forma en que habla por teléfono pues en algunos países hay gran actividad de la Inteligencia y hasta el sistema de correo electrónico puede no resultar seguro. Use cuentas confiables de correo, Hotmail o Yahoo, que son más difíciles de rastrear. Ni pensar utilizar Facebook, Twitter o blog. No obstante, evite escribir nombres propios en los mensajes o desarrolle un código previamente acordado que pueda utilizar para comunicar con voz o electrónicamente.

UN POCO DE HISTORIA

A todos nos gusta ver imágenes, incluso en la antigüedad, cuando los hombres concedían gran importancia al lenguaje hablado, comenzaron a escribir los jeroglíficos.

La pictografía devino en símbolos que suplantaron a las pinturas y que, además, podían ser hechos por todos; no era necesario ser un pintor o tallador para poder escribir con signos. Las herramientas para realizar la pintura cuneiforme eran todas iguales y solo dependía de la forma y el lugar, así como la cantidad de veces que se usaran las figuras para obtener determinada significación. El hombre realizaba movimientos con su cuerpo cuando narraba historias a la orilla de la hoguera, y remedaba las escenas de guerra o de cacería en las pinturas de las cavernas.

Algunos estudiosos pretenden ver un intento de dar movimiento a la imagen al observar un toro con ocho patas en las pinturas rupestres. Esta constante búsqueda de la representación en imágenes del ser humano, es quizás lo que le permitió a uno de esos hombres sabios, seguidores de Confucio, expresar que mil palabras no podían decir mucho o hablar tan elocuentemente como una imagen.

Con el advenimiento de la cámara oscura primero, a la que grandes hombres habían reconocido verdadera importancia para la creación artística, y el intento de atrapar una imagen en las pinturas después, el hombre volvió a pensar en reproducciones escénicas. La danza y luego el teatro, con su lenguaje corporal —más la primera que el segundo— trataban de comunicar una historia, un estado anímico a sus espectadores, con elementos visuales que acompañaban a la música o a las palabras. Algunos pensaron que se podía obtener una imagen fijada a un soporte determinado sin la utilización del lápiz o el pincel del artista.

Aristóteles 348-322 (a.n.e.) se refirió al “fenómeno” de la cámara oscura como elemento fundamental en la reproducción de imágenes a través de la brillantez de la luz que al pasar por un orificio, se reflejaba en un fondo oscuro. Roger Bacon (1214-1294) sabio inglés del siglo XIII, expresaba algunos efectos que se producían con el uso de lentes y espejos en la formación de imágenes.

Ya en 1500 Leonardo da Vinci (1452-1519) había hecho una gran descripción de la importancia de la cámara oscura, la cual utilizó en sus estudios. Luego vendría Giovanni Baptista della Porta (1535-1615) quien describe la propagación rectilínea de la luz y su efecto para la reproducción de imágenes en una cámara oscura. Sin embargo, el primero que habló sobre el uso de lentes para producir imágenes fue, en el año 1568, Daniello Barbaro (1513-1570). Por otra parte los alquimistas conocían que el cloruro de plata se oscurecía por la acción de la luz y es así que en 1727 el físico alemán, Juan Enrique Shulze descubrió, por causalidad, que una mezcla pastosa de tiza y solución de nitrato de plata, se oscurecía al exponerla a la luz solar; sin saberlo, Shulze había hecho un gran aporte a la futura fotografía.

En 1774, el químico sueco Guillermo Sheele (1742-1786) aísla el cloro del ácido clorhídrico por medio del bióxido de manganeso sobre dicho ácido y prepara, en 1777, un poco de cloruro de plata que coloca a la luz solar la cual se oscurece durante dos semanas. También expuso papeles cubiertos con cloruro de plata y descubrió la importancia de la luz sobre la solución.

La cámara oscura, utilizada durante mucho tiempo por artistas que se sirvieron de ella para sus bocetos, en 1803 sería utilizada para obtener y fijar imágenes por reacciones químicas. En este año Sir Humphry Davy (1778-1829) logró reproducir verdaderas imágenes fotográficas en hojas de papel blanco empapadas en una solución de nitrato de plata y copiaron en ellas perfiles de sombras. También se reprodujeron pinturas sobre vidrio con la misma solución, mas no sabían cómo fijarlas definitivamente y solo podían enseñarlas dentro de habitaciones, pues la luz solar las quemaba.

Fue finalmente el químico francés Joseph Nicéforo Niepce (1765-1833) bien nombrado “El padre de la fotografía”, quien en 1824 logró producir verdaderas fotos, a la que llamó heliografías. Se conserva copia de una de ellas pues el original se perdió hace tiempo. En 1826, con una cámara construida por un amigo, logra tomar una verdadera fotografía de seis horas de exposición, en la cual se ve que la luz del sol cambia según el recorrido del astro durante ese tiempo.

En 1839 varios inventores se encontraban enfrascados en experimentos fotográficos con bastante éxito. Jacques Daguerre (1787-1851) descuella con sus inventos y descubrimientos y perfecciona un método fotográfico que permite captar la imagen y fijarla sobre una placa de cobre plateado previamente sensibilizada con una solución de sal común y otra de nitrato de plata, la cual, después de ser impresionada se sometía a vapores de mercurio. Aunque Niepce es considerado “El padre de la fotografía”, Daguerre le sobrevivió y tuvo tiempo de corregir su invento y alcanzó la gloria pues se le dio en su honor, el nombre de “daguerrotipo”, que se hizo famoso en el mundo entero.

Después otro francés, Hipólito Bayard (1801-1887) y el inglés William Henry Fox Talbot (1800-1877), perfeccionan el proceso fotográfico. Un primo de Niepce, Abel Niepce de Saint-Victor (1805-1870) descubre que se podía suplir la placa de cobre y el negativo de papel de Fox Talbot por placas de cristal y mediante ellas se lograban varias copias. Luego, en 1864, B.J.Joyce y W.B.Botton revelan una emulsión de bromuro de plata y se introducen las planchas secas. En 1851 Frederich Scott Archer (1813-1857) descubre un proceso con colodión llamado de placas húmedas que se usó hasta hace poco en los talleres de grabados. Richard Leach Maddox (1816-1902) da a conocer el uso de la gelatina animal con bromuro y nitrato de plata con la cual se podía obtener más sensibilidad (Fig.1).

Entre 1890 y 1900 se logran avances que hacen a las placas fotográficas casi perfectas. La película se comienza a usar en 1884, pero se mantuvo la placa de cristal por mucho tiempo. El sistema de rollos de película lo inventó Williams H. Walker en aquel mismo año y en 1891 se hizo la película recargable a la luz del día. Walker inventa, además, la primera cámara de cajón llamada Kodak No. 1 que pesaba libra y media.

La Primera Guerra Mundial obligó a dar un gran salto con la cámara en miniatura: la Leica, que no se comercializó hasta 1925. A Oscar Barnack (1879-1936) se debió este maravilloso descubrimiento que abrió un nuevo mundo a los fotógrafos, revolucionó la técnica y el arte fotográficos, pues tuvieron en sus manos un instrumento manuable, con un sistema óptico casi perfecto.

Fig. 1

El color fue otro de los inventos en la fotografía en el siglo pasado, después vino el sistema Polaroid que se revelaba en la propia cámara y se obtenía una copia al momento. En la guerra árabe-israelí de 1973 se les daba a los exploradores una cámara Polaroid, fotografiaban el terreno, escribían los parámetros del enemigo y enviaban la foto hacia la retaguardia sin tener que explicar las características del lugar. Por último, ha surgido la fotografía digital, cuyo proceso es posible por los adelantos de la electrónica y es muy probable que nuestros nietos no lleguen a conocer la película de emulsión, con halógenos de plata yodada y en rollos.

No es este momento de desarrollo de la fotografía el que nos llama la atención, sino la época en que se comienza a utilizar la fotografía como grabado en la prensa. Ya la radio había tenido que recrear en la imaginación del público las imágenes que los escritores de este medio describían con lujo de detalles. A través del locutor de radio el auditorio imaginaba el paisaje, los rasgos físicos o el vestuario de los personajes. Con el advenimiento el cinematógrafo, que gracias a Auguste Lumiere (1862-1954) y su hermano Luis Jean (1864-1948) mostraron las fotografías en movimiento y más tarde la televisión, se hizo evidente lo que enunciamos al comienzo de nuestro estudio sobre las preferencias por las imágenes.

Estamos entrenados para pensar en forma de dibujos. No hay tiempo para traducir palabras a imágenes. Estudios realizados por la Universidad de Barcelona, demuestran que a los pocos segundos de ver diseños que impresionen los sentidos, el público olvida al mejor locutor o narrador y deja de interiorizar lo que dice porque las explicaciones del narrador tienen que, después de ser oídas, viajar a nuestro cerebro para pensarlas, traducirlas y convertirlas en emociones. Cuando vemos comprendemos mejor, por eso son utilizadas las fotos en las publicaciones de todo tipo y como imágenes en el cine y la televisión. A través de estos medios podemos ver, reaccionar, disfrutar e incluso identificar. Hemos sido entrenados para pensar en imágenes. Como podemos apreciar, pese a los adelantos mecánicos, científicos y electrónicos, los seres humanos no han cambiado mucho en algunos gustos y preferencias. El público es extremadamente curioso y piensa que la ciencia obra milagros, sueña con viajar a lugares extraños o exóticos; hacer cosas nuevas e interesantes, misteriosas e incluso, peligrosas, sobre todo si esta aventura la viven desde la comodidad de su mullida butaca frente al televisor en su protegida, tranquila y segura sala de estar.

Los sucesos más dramáticos que ocurren en la actualidad, junto con los desastres naturales y los accidentes catastróficos, son las guerras y por lo tanto ocupan buena parte de los noticiarios. Las familias más pacíficas del pueblecito más apartado y tranquilo, disfrutan con la mayor naturalidad en las pantallas de televisión de los dramas bélicos más sangrientos. Se exhiben, sin pudor, cadáveres, restos de aviones estrellados, terremotos, pobreza, guerras en los parajes más recónditos; restos humanos empapados de sangre, resultado de la explosión en un atentado terrorista o un prisionero degollado frente a cámara. La guerra ha llegado al mundo de la televisión para acomodarse en los mejores sillones del receptor. Ahora el televidente es todo suyo, arrellanado y extendido en su más gustada posición para disfrute de las acciones más sangrientas. Todo con la comodidad de las pantuflas, el baño cerca, la copa o la merienda al alcance de la mano; y si la tensión de la noticia descendía y llegaba el sopor, se hacía muy cómodo dormitar en su propia butaca o con el cómodo pijama en la cama de su casa.

En mi niñez, mientras se comía, no se hablaba en la mesa y mucho menos sobre algo repugnante. Era suficiente que cayera una mosca en la sopa para que todos se retorcieran de asco. Hoy, algunas familias sirven la cena, se come y se hace la sobremesa ante los restos informes de seres humanos, cadáveres sangrantes dentro del amasijo de un auto recién volado, todavía humeante y sin embargo, nadie pierde el apetito.

Con la llegada de la televisión a color, la pequeña pantalla, que ya le había hurtado una buena parte de la audiencia a los demás medios de comunicación, acaba por imponerse. Aunque no se podía, como con las revistas, manosearlas y releerlas muchas veces o como en el cine, disfrutar de los grandes espectáculos en cinemascope con las inmensas pantallas panorámicas, el televidente prefirió un espectáculo más pequeño, quizás, por la comodidad y seguridad del hogar. Ahora los hechos eran más brillantes, los eventos deportivos y los desfiles multicolores. Incluso, los desastres más dramáticos, las guerras, las explosiones, tenían su mortífero color; la sangre de las víctimas era, por fin, roja; y todo visto en primera fila. Los noticiarios dejaron de ser relleno y se colocaron en horarios estelares.

Originalmente el proceso de revelado, edición y exhibición de la película retrasaban la noticia con relación a la radio, pero llegaría el video portátil y el poderoso salto al satélite. ¿Cómo le iban a disputar ahora a la televisión el dominio total? La muerte de Abraham Lincoln (1809-1865) se conoció en Europa tres meses después de acaecida, sin embargo los televidentes pudieron ver en el piso al presidente John Fitzgerald Kennedy (1917-1963), todavía sangrante, después del atentado. A partir de esta fantástica posibilidad las noticias recorrían el mundo en cuestión de milisegundos; las audiencias del orbe vieron cómo se consumaban los más sorprendentes acontecimientos. Se atentaba contra el Papa; explotaba en el espacio una nave cargada de astronautas; se hacía volar un avión retenido por guerrilleros; ocurrían terremotos mientras la guerra del Golfo exhibía, al instante, los cohetes, su dirección e impacto.

Cuando la guerra de Vietnam, las familias estadounidenses pudieron ver en sus hogares los cadáveres, las heridas, las mutilaciones, el horror… .pero no en directo sino diferido. Se produjo el impacto y el espíritu patriótico se debilitó enormemente; la angustia de las familias se hizo colectiva; sus hijos eran torturados, sufrían y morían. Ningún analista duda que, además de la reacción popular de los jóvenes en los Estados Unidos ante la incomprensión de esa guerra tan alejada de sus fronteras, la televisión jugara un papel definitivo en la conciencia de la opinión pública.

La televisión por cable contribuiría, aún más, a la actualidad de la noticia. Se trasmitía simultáneamente por decenas de canales todas las noticias del orbe. Con el video portátil y las cadenas noticiosas por cable, el periodismo se convirtió en un testigo presente, constante, irrefutable, las veinticuatro horas del día. Un conflicto en el Medio Oriente puede ser visto varias horas antes por la mitad del Mundo. Este nivel de celeridad permitió a Robert Edward Turner III (1938-) al hablar del primer canal de noticias, titular su artículo La historia mientras ocurre. El mismo concepto de noticias ha cambiado, antes era lo que había sucedido, ahora es lo que está pasando, en el momento en que ocurre.

El 24 de noviembre de 1963, día en que Jack Leon Ruby (1911-1967) mató al presunto asesino de John F. Kennedy, el esposado y custodiado Lee Harvey Oswald (1939-1963), se produjo el fenómeno de la televisión convertida en documento irrefutable, en instrumento público. Ante una pléyade de periodistas y fotógrafos, Ruby avanzó hacia Oswald y le disparó delante de las cámaras de televisión. Parecía imposible de creer, pero el hecho que dejó consternados a millones de personas en el mundo, fue que lo mató en televisión.

Los seres humanos son impredecibles y a cada momento sorprenden con una idea. Los simples amateurs, armados con cámaras portátiles que garantizan el foco, un eterno problema de los aficionados, están jugando al periodismo. El caso de un ciudadano negro apaleado por la policía fue transmitido por los canales de todo el mundo tras ser grabado por un aficionado. Tal suceso en otra época, jamás hubiese sido del conocimiento público. También se registraron incendios provocados por la rebelión de Los Ángeles, como protesta por la liberación de los policías en el juicio celebrado por este hecho.

Muchos aficionados andan por las calles con cámaras del tamaño de sus manos y los canales de televisión recurren a ellos para adquirir las cintas documentales con una calidad de imagen que permite su transmisión sin inconvenientes y cuyas alteraciones, temblores e imperfecciones agregan dramatismo a la imagen. Igual ocurre en los actuales conflictos donde los periodistas que actúan como corresponsales de guerra se apoyan en los naturales de esos países, que conocen el lugar y están decididos a ganar algún dinero aun a riesgo de su vida para obtener la imagen que les proporcione dividendos. Esto se ha difundido mucho más con las nuevas cámaras de discos. Incluso, hasta se han obtenido secuencias de fotografías y videos del borde delantero en la última guerra en Iraq y los sucesos del golpe de estado en Honduras, con los teléfonos móviles que poseen cámaras acopladas y cuyas imágenes se pueden transmitir directamente al país del órgano de prensa del que se trate, a través del Grupo de Posición Satelital, conocido por sus siglas en inglés GPS.

Uno escribe estas líneas hablando de adelantos electrónicos pero cuando este libro llegue a manos del lector, seguramente estarán superados. Alguien me dijo un día que el último invento aún no está en el mercado, sino en los planos, en los laboratorios.

LA GUERRA Y LOS MEDIOS DE COMUNICACIÓN

Las guerras son tan antiguas como la civilización. Parece ser que ocurren desde que se encontraron los primeros grupos de homínidos y se disputaron el fuego, el agua, el coto de caza o una mejor y más amplia caverna que los cobijara de las inclemencias del tiempo. Desde entonces, los humanos comenzaron a luchar entre ellos, contra las fieras o los elementos.

Al finalizar el último gran conflicto mundial, el más devastador en los anales de la humanidad, se trató de lograr que de entre las cenizas humeantes brotara la paz. Pero el 16 de julio de 1945, un día antes de que los vencedores se reunieran en Postdam, Alemania, para alinear al mundo en este empeño, los Estados Unidos hicieron detonar la primera bomba atómica en el polígono de Álamo Gordo, estado de Nuevo México. Era un claro aviso de los términos en que se quedaría establecido el nuevo orden mundial. Este monopolio del arma nuclear otorgó a los norteamericanos el punto máximo de la hegemonía mundial: el imperio.

A medida que avanza la civilización, avanzan las guerras El salto cualitativo que se produjo en el desarrollo del armamento desde la piedra al metal, después al arco y la flecha, luego a la pólvora, más tarde la aviación, posteriormente al arma nuclear y, en los últimos años la “guerra tecnológica” en el ámbito del arma convencional, han sido jalones que han estado engarzados por el desarrollo acelerado del conocimiento y de su consecuente aplicación en los conflictos. En buena parte de la historia de la humanidad, que es también la historia de las guerras, el pensamiento racional y sus reflejos prácticos se dedicaron a aplicar en el combate los resultados de la investigación y los avances tecnológicos. Estos avances incluyen los medios de comunicación de los ejércitos y de los de la prensa que las reporta.

Dice Manuel Leguineche Bollar (1941-), periodista y escritor español que ha cubierto numerosas guerras y conflictos en diferentes países, en su libro Los ojos de la guerra: “ …para contar la evolución del periodismo de guerra a partir de la primera conflagración mundial. Es aún el tiempo de los periódicos de la Galaxia Gutenberg.[6] La Segunda Guerra Mundial traerá la hegemonía de la radio; Vietnam, de la televisión, y el Golfo o Kosovo, de la realidad virtual”.[7]

Retrocedamos en la historia para saber, brevemente, cómo se produjo este desarrollo de los medios de comunicación porque, al fin y al cabo, la imaginación es como el cine, nos permite mover las imágenes creadas por la imaginación hacia atrás o hacia el futuro, a nuestra voluntad.

Los egipcios usaban pregoneros para anunciar la llegada de los navíos a puerto y junto con las mercaderías que traían a bordo, llegaban las noticias de tierras lejanas, exóticas, inalcanzables para el ciudadano común. Así conocían las invasiones y las guerras que asolaban esas regiones. Los babilonios y otros pueblos contrataban jóvenes de voces sonoras para cantar las bondades de los productos que arribaban con las naves o las caravanas y junto con ellos, a veces llegaban las noticias de las conquistas. Se cuenta que Alejandro el Grande, enviaba emisarios que se adelantaban, para advertir a los moradores quién era él y lo que era capaz de hacer con las ciudades que no se les rindieran. El origen siempre fue anunciar, advertir, contar una verdad que se haría realidad en cortísimo tiempo. Se informaba lo nuevo, lo inesperado.

En la Roma imperial el anuncio de los acontecimientos estaba grabado en tablas que se fijaban en las columnas. Julio César (100-44 a.n.e.) hizo buen uso de las columnas y paredes para proclamar sus hazañas y conquistas. La vía pública apareció como pionera de la difusión de noticias. A su paso por Inglaterra, los romanos dejaron sus instrucciones en carteles; los carteles se iniciaban siempre con la frase: si quis… (si alguien).

La imprenta, que fue la Internet de su tiempo, y la pólvora, curiosamente guardan una relación muy íntima; ambas provienen del pensamiento científico hacia la técnica; ambas son grandes medios de la táctica a distancia larga.