Lo bueno llega de Nazaret - Flannery O'Connor - E-Book

Lo bueno llega de Nazaret E-Book

Flannery O'Connor

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Beschreibung

Este volumen recoge por primera vez en castellano la esperada colección de muchas de las cartas inéditas de Flannery O'Connor, junto con las de grandes de la literatura como Walker Percy, Caroline Gordon, Katherine Anne Porter, Robert Giroux y el crítico de cine Stanley Kauffmann. Las cartas exploran temas como la creatividad, la fe, el sufrimiento y la escritura. Reunidas formas un fascinante retrato literario de estos amigos y de sus tribulaciones. Todos luchan contra la duda y la enfermedad mientras defienden sus creencias y se enfrentan al racismo latente en la sociedad estadounidense de su época.

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Benjamin B. Alexander

LO BUENO LLEGA DE NAZARET

Colección inédita de la correspondencia de Flannery O’Connor y sus amigos, recogida por Benjamin B. Alexander

EDICIONES RIALP

MADRID

Título original: Good things out of Nazareth

© 2019 by Convergent Books, un sello de Random House, una división de Penguin Random House LLC

© 2021 de la edición española traducida por AURORA RICE

byEdiciones Rialp, S. A.,

Manuel Uribe 13-15, 28033 Madrid

(www.rialp.com)

Realización ePub: produccioneditorial.com

ISBN (versión impresa): 978-84-321-5338-9

ISBN (versión digital): 978-84-321-5339-6

No está permitida la reproducción total o parcial de este libro, ni su tratamiento informático, ni la transmisión de ninguna forma o por cualquier medio, ya sea electrónico, mecánico, por fotocopia, por registro u otros métodos, sin el permiso previo y por escrito de los titulares del copyright. Diríjase a CEDRO (Centro Español de Derechos Reprográficos, www.cedro.org) si necesita reproducir, fotocopiar o escanear algún fragmento de esta obra.

In memoriam

Louise Boatwright Alexander (1920-2010)

ÍNDICE

PORTADA

PORTADA INTERIOR

CRÉDITOS

DEDICATORIA

PRÓLOGO

1. LO BUENO LLEGA DE NAZARET

2. «EL PRIMER CURA QUE ME DIJO PERRO PERDIGUERO»

3. «LA LITERATURA QUE A ELLA LE GUSTA: LUGARES Y GENTES»

4. «QUÉ PRONTO SE VAN LAS ALMAS SELECTAS»

AGRADECIMIENTOS

AUTOR

PRÓLOGO

FLANNERY O’CONNORES MAESTRA del relato americano; desde su muerte prematura en 1964 figura en el canon literario junto con Hawthorne, Poe, Hemingway o Faulkner. Hoy está presente en todo libro de texto y en toda antología. Siempre mantuvo una poderosa visión ética enraizada en su fe, callada y devota. Esa fe informa todo lo que escribió y todo lo que hizo.

Flannery nació en 1925 en Savannah, en el estado de Georgia, pero vivió la mayor parte de su vida en una granja lechera en Milledgeville, donde se dedicaba a la cría del pavo real. Se entregaba a su arte en una estancia modesta, que daba a un amplio porche donde recibía a muchos visitantes. Utilizaba una vieja máquina de escribir, y tenía a mano su biblioteca de narrativa moderna, filosofía y teología, única entre los escritores americanos. Las novelas de William Faulkner, el Virgilio americano, junto a las ricas obras teológicas de santo Tomás, el Doctor Angélico, dan fe de la amplitud de sus estudios. Las novelas rusas ocupaban un estante, junto con tomos del sereno teólogo alemán Romano Guardini. Tenía su espacio la obra ingente del que puede considerarse el teórico político más perspicaz del siglo veinte, Eric Voegelin. La biblioteca de Flannery O’Connor me ha proporcionado una variada lista de lecturas que he procurado seguir. La primera vez que vi la composición de la habitación de Flannery, me conmovió su austeridad. En el rincón estaba la estrecha cama de hierro, donde pasó horas infinitas soportando con coraje el lupus que acabó con su vida a la temprana edad de treinta y nueve años.

O’Connor dejó un corpus de narrativa que presenta una combinación de violencia y verdades sacramentales que aún hoy impacta al lector. Su sensacionalismo, a punta de pistola o al final de una soga, nos recuerda lo que vemos en televisión. Flannery fue una atenta observadora de los primeros tiempos del medio. Unas historias enrarecidas, a cámara lenta, habrían divertido a los lectores de otros tiempos, pero no a los de la época del cine, como enseña el escritor Walker Percy, compatriota de Flannery. Ella reconoce que sus lectores están cada vez más condicionados por la televisión y el cine, y que por eso llena sus historias de acción dramática. Comenta en cierta ocasión: «A los sordos se les grita, y a los ciegos se les dibujan imágenes grandes y sorprendentes».

La estrategia de O’Connor sigue espabilando a los somnolientos estudiantes de lengua y literatura inglesa. Es capaz de romper una clase monótona con una historia en que un vendedor de biblias le roba la pata de palo a un filósofo ateo (La buena gente del campo), u otra en que, en una sala de espera donde los negros no se sientan con los blancos, una adolescente le arroja un libro a una anciana racista, llamándola «facóquero del infierno» (Revelación).

Siempre recordaré que oí esa frase de O’Connor a finales de los años sesenta, en la universidad. En aquellos días el radicalismo universitario y la oposición a la guerra de Vietnam imbuían a muchos estudiantes de un aborrecimiento de su país que aún pervive en algunos campus. Fue impactante la masacre de la universidad de Kent, en Ohio, que recuerda la matanza de inocentes en un cuento de O’Connor. En 1969 me matriculé en un curso de Andrew Lytle, que había sido profesor de O’Connor en el taller de escritores de la Universidad de Iowa, donde la escuchó leer Sangre sabia ante la clase. Lytle, novelista y crítico de talento, dramatizaba las historias de O’Connor en el aula: inolvidable su Inadaptado de acento sureño, nasal y cansino. A los estudiantes distraídos como yo, Lytle nos descubrió el dialecto y la fuerza de O’Connor. Nos despertó. Enseguida quise entenderla mejor y enseñar sus cuentos desde la tarima.

La vocación académica ha resultado a veces abrumadora, pero mis alumnos, no todos sureños, han respondido mejor a las obras de O’Connor que a las de otros grandes como Faulkner o Hemingway. Ha sido más fácil enseñar su obra a partir de 1979, cuando se publicaron sus cartas en El hábito de ser. Los lectores nuevos, entre ellos mi madre, leían y releían esas cartas, deleitándose en su humor contagioso y su sabiduría sucinta. En esas cartas hablaba una voz menos alarmante que la de los cuentos. Hacían más comprensible la narrativa de Flannery. Además, descubrían a la autora como apologista de la fe y directora espiritual de algunos amigos inquietos. O’Connor apaciguó mi propia sed espiritual en los años setenta; me había quedado huérfano cuando la Iglesia episcopal[1] implosionó al desechar inexplicablemente el histórico devocionario isabelino. Me hacía gracia su sentido del humor sin igual, pero además me instruía su valiente catequesis.

Habiendo anotado hasta el límite tres ejemplares de El hábito de ser, me enteré en congresos académicos de que existían cartas inéditas de Flannery. Se escribió mucho con un jesuita, el padre James H. McCown, que sale poco en El hábito de ser y la visitó muchas veces en la granja en Georgia. Esta amistad vital e inexplorada contribuyó al personaje de Ignatius Vogle, S. J., en El escalofrío interminable. El padre McCown le presentó a Thomas y Louise Gossett, intelectuales de prestigio los dos. A partir de 1956 y hasta la muerte de O’Connor en 1964 y más allá, Thomas Gossett fue buscando la correspondencia de Flannery y el padre McCown, que murió en 1991. En 1972, Gossett, pionero en estudios afroamericanos (faceta admirada por O’Connor), compartió las cartas con Robert Giroux, editor y amigo de Flannery, que lo animó a publicarlas. Gossett escribió en 1974 su primer artículo[2] sobre los tesoros contenidos en las cartas de Flannery, y esperaba ser el primero en publicarlas. El hábito de ser se le adelantó. Desde entonces, los lectores esperan impacientes más correspondencia.

Cuatro décadas después, Lo bueno llega de Nazaret trae las cartas que Gossett recogió en su día, muchas de las cuales no aparecen en El hábito de ser. Además tiene anotaciones (idea de un sabio editor) que son en parte autobiografía espiritual, y en parte historia literaria. La voz serena de O’Connor en Diario de oración (2013), escritos suyos de sus tiempos de posgrado, se yuxtapone con sus comentarios más pedestres sacados de cartas más tardías. Aparecen nuevas percepciones.

Muchas cartas tienen que ver con la amistad entre el padre McCown y Flannery y el animado vínculo de esta con los Gossett. Nos muestran el apoyo que ofrece O’Connor a estos amigos implicados en la defensa de los derechos civiles, y también por qué ella no se implicó. El padre McCown era un incansable guerrero por la justicia social en un tiempo en que, como descubrió también Martin Luther King, la Iglesia católica se resistía al cambio. El trabajo de Thomas Gossett en la universidad estuvo a punto de irse a pique en 1958, por su apoyo a la integración racial en Georgia. O’Connor coincidía con la observación de Gossett de que los Snopes de Faulkner, una red familiar de «basura blanca», se habían instalado en la intelectualidad académica. Eran «fenómenos vestidos de franela gris», según O’Connor. Hay otras cartas que dan respuesta a las indecorosas especulaciones de los estudiosos en cuanto al hecho de que O’Connor no se casara. Por último, varias cartas recogidas en Lo bueno llega de Nazaret silencian la cruel imagen que se había extendido de Regina, la madre de Flannery, como «simple» mujer rural e ignorante. La señora O’Connor fue una mujer muy especial, astuta en los negocios, la lechería o el protocolo; pero sobre todo fue una cariñosa cuidadora de su hija a medida que avanzó la enfermedad. Es verdad que en cierta ocasión preguntó a «Mary Flannery» por esa historia de un hombre que se convierte en cucaracha. Es posible que Regina viese su relación con las extrañas escenas que escribía su hija.

Cierto memorable día caluroso de junio de hace unos años, me deleité en la lectura de estos animados diálogos en las cartas que Thomas Gossett había recogido y donado a los archivos de la Universidad de Duke. Aquella misma tarde de intenso calor me dirigí a Chapel Hill para descubrir otro tesoro entre los papeles de Walker Percy. Allí estaban las cartas de Caroline Gordon, novelista olvidada y de fuertes convicciones, excelente y precisa maestra de la narrativa. Escribió a Percy siendo este un aprendiz, antes de publicarse El cinéfilo, por el que ganó el Premio Nacional del Libro de Ficción en 1962. El aspirante a novelista, que firmaba sus poco leídas reseñas literarias «Walker Percy, doctor en medicina», poco sabía entonces de narrativa:

Tras doce años de formación científica, me sentía un poco como el filósofo danés Søren Kierkegaard cuando terminó de leer a Hegel. Hegel, dice Kierkegaard, explica todo lo que existe bajo el sol, excepto un pequeño detalle: lo que significa ser un hombre que vive en el mundo y que ha de morir. Empecé a interesarme menos por las ciencias físicas y más por la filosofía y la novela[3].

Percy envió el manuscrito de La cartuja a Caroline Gordon, que recibió también por entonces Sangre sabia, que estudiaría línea a línea, y que en sendas cartas reconoció proféticamente el talento de los dos escritores. A otro novelista prometedor, Brainard Cheney, le escribe con convicción en diciembre de 1951 que O’Connor y Percy representan

… lo que será la siguiente etapa de la novela (según mi opinión). Y será algo nuevo. Al menos, algo que no ha habido antes. Novelas escritas por personas conscientemente arraigadas y fundamentadas en la fe… personas que no tienen que gastar el tiempo en intentar averiguar cuál es el orden moral que prevalece en el universo, y por eso tienen más energía para la creación espontánea. No es casualidad, de ello estoy segura, que en los últimos dos meses las dos mejores primeras novelas que he leído en mi vida hayan sido de autores católicos… en Harcourt Brace dicen que [Sangre sabia] es el libro más impactante que han visto jamás, pero ya han quedado en publicarlo… He reflexionado mucho sobre ello desde que llegaron estas dos novelas a mis manos, y he llegado a la conclusión de que, en efecto, marcan un antes y un después[4].

Gordon escribe a Walker Percy en 1951: «Pues es el tiempo en que lo bueno llega de Nazaret», aludiendo al pueblecito (atrasado según algunos) donde vivió Jesús con sus padres[5]. Es decir, que salía algo importante de un lugar ignorado por muchos.

Gordon anima a Percy a visitar a O’Connor, sabiendo que para ambos escritores la fe imbuye toda su obra. Para Gordon, O’Connor y Percy encarnan lo contrario de la «generación perdida» de Gertrude Stein. En América y Europa, Hemingway, Fitzgerald y todos sus hermanos desilusionados se movían a tientas por la primera posguerra en estado de shock espiritual. O’Connor y Percy encontraron la fe que perdió en las terroríficas trincheras de la Gran Guerra aquella generación perdida; en la estela de otro conflicto global y en mitad del siglo, eran algo nuevo y original en la literatura americana: dos católicos del sur, ella creyente desde la cuna, él converso a una fe amada por ambos.

Hace unos años se me ocurrió la posibilidad de publicar una colección de las cartas inéditas de O’Connor y sus amigos. Empecé a valorar el interés y el público que podrían tener. Se las enseñé a M.L. Jackson, querido amigo escritor nacido en Georgia y que vivía en Virginia, y que entonces y durante años defendió el interés de su publicación. También me llamó Robert Giroux animándome a publicarlas y contándome que «los conocía a casi todos». Poco después, el amable gerente de una caja de ahorros en tierra de hillbillies respondió con entusiasmo a la expresión «lo bueno de Nazaret». Salí del valle del río Ohio donde entonces enseñaba (cuna de Dean Martin, del entrenador Lou Holtz y de James Wright, ganador del Pulitzer), para dar conferencias en distintas «Nazaret» de Irlanda y Dinamarca; incluso hablé en un congreso dedicado a O’Connor en Roma, cerca del Vaticano, donde defendí que se considerase la beatificación de Flannery, igual que la de Dorothy Day.

En un festival literario cerca de Dublín, dedicado a Gerard Manley Hopkins, impartí fragmentos de lo que O’Connor llamaba «una desagradable dosis de ortodoxia» a estudiosos venidos de Europa y los Estados Unidos. O’Connor le robó a Hopkins todo el protagonismo: incluso les dije que O’Connor (y Percy) iban a forzar una reevaluación del puesto que ocupaba Hopkins en el canon. Como había predicho Caroline Gordon, las cosas estaban cambiando. Los asistentes escuchaban entre el asombro y el impacto. O’Connor era una apologista, divertida pero seria, de la fe histórica aborrecida por ese irlandés desarraigado que fue James Joyce. O’Connor había aprendido de Caroline Gordon a valorar el arte exquisito y minucioso del Retrato del artista adolescente y de los relatos recogidos en Dublineses: Gordon insistía en que la narrativa de Joyce no debía juzgarse desde la doctrina ni la piedad. La enseñanza arraigó. Gordon escribió en mayo de 1951 a Robert Fitzgerald, amigo y mentor de Flannery O’Connor: «Esta muchacha es una auténtica novelista… Ya es un extraño fenómeno: novelista católica con verdadero sentido del drama, que depende más de su técnica que de su devoción».

Este comentario es la base de Lo bueno llega de Nazaret. El énfasis que pone Gordon en la «técnica» por encima de la «devoción» es un principio vital que se ha abandonado en la pedagogía de muchos cursos de escritura creativa actuales, incluso en instituciones católicas. El dominio de la técnica exige disciplina, práctica y repetición, cosas que aún se observan en la formación musical y deportiva. La formación desaconseja lo que santo Tomás llama la «religiosidad» que conduce a las condenas literarias basadas en la piedad. El maestro que practica su arte por encima de la religiosidad tiene su origen en la época medieval y en otro «Nazaret», Florencia, y su hijo más famoso, Dante. Patriota exiliado y creyente, es recordado por su «sentido del drama» en los horrores sensacionales del Infierno y la belleza del Purgatorio y el Paraíso. La fe de Dante está implícita, pero es convincente, porque primero es narrador. Su presentación del Purgatorio, por ejemplo, no es un tratado sino la narración de la subida a una montaña. El Purgatorio no es sólo ecuménico sino interreligioso en su atracción: es decir, católico. He visto a estudiantes de distintas creencias, o ninguna, absortos en la narrativa de Dante, y a estudiantes musulmanes, y a un amigo profesor. Es posible que Dante sea el más grande de los escritores teológicos precisamente debido a que la narración supera la devoción.

El arraigamiento de O’Connor en Dante recorre las cartas contenidas en Lo bueno llega de Nazaret. En una carta explica que concibe las historias de Un hombre bueno es difícil de encontrar como presentación de los siete pecados capitales, modelada en el Purgatorio. La secuenciación de las historias es esencial. Al igual que otros, el famoso relato que da título a la colección se ha estudiado durante muchos años aparte del ciclo, llevando a alguna confusión. Un sacerdote se me quedó mirando incrédulo cuando le dije que no se trata de la historia de un asesino en serie que mata a una familia. Las cartas nos descubren la intención de O’Connor: una revelación contextual más amplia, enraizada en un orden específico de lectura. Los cuentos de O’Connor componen ciclos: como los cantos de Dante, han de leerse en orden. Lo bueno llega de Nazaret descubre este principio vital, por el que los lectores entenderán mejor la narrativa de O’Connor.

Poniendo el énfasis tanto en la «técnica» como en la «devoción», Gordon y O’Connor intercambian cartas donde hablan también de su apreciación de la obra de otros «malos» católicos como Hemingway y Graham Greene. Defienden que sus obras han de ser rescatadas de los críticos pietistas poco caritativos. Gordon enseña a O’Connor, y a Percy, a sumergirse en los maestros del realismo literario; O’Connor, a su vez, pasa la enseñanza a sus corresponsales. Ella y Gordon reaccionan ante los lectores, laicos y religiosos, distraídos por los excesos de la personalidad y la fe imperfecta de Hemingway.

Percy incluso lamenta que los lectores religiosos mal formados censuren la narrativa de primorosa composición:

Sólo quisiera llamar la atención sobre una confusión crónica de la que parece que caen víctimas muchos lectores, sobre todo católicos. Tienden a sucumbir a un puritanismo muy poco católico, y a confundir lo vulgar con lo malo y lo amable con lo bueno… En ciertos círculos católicos americanos, parece que existe la impresión de que las novelas católicas han de ser escritas por un santo o sobre un santo[6].

O’Connor está de acuerdo. En 1952 escribe a Gordon: «Si las novelas católicas son malas, la crítica católica actual es una pura porquería, o bien está metida en algún convento donde nadie puede ponerle las manos encima»[7]. Asiste fielmente a la parroquia en Milledge­ville, y reseña libros para el periódico diocesano. En una carta defiende El americano impasible de Graham Greene, criticado como pernicioso en una revista católica. El crítico esencialmente obvia el aviso de Greene en cuanto al error de la resistencia francesa al comunismo en Vietnam, trágicamente repetido en la debacle de los Estados Unidos en el mismo país.

En otras reseñas O’Connor es más directa, quejándose ante un docto jesuita de una novela que ella llama Cómo matar un ruiseñor. En el capítulo 3, «La literatura que a ella le gusta: lugares y gentes», aparecen más comentarios como estos. Estas cartas reflejan la honda amistad entre O’Connor y alguien a quien sólo identifica como «A» en El hábito de ser. Hace unos años, en un congreso en Dinamarca, conocí a William A. Sessions, antiguo compañero de O’Connor y albacea literario de A. Me dijo que pronto revelaría su identidad y, efectivamente, en 2007, anunció que se trataba de Elizabeth (Betty) Hester, de Atlanta. Sessions facilitó la disponibilidad de más cartas que escribió O’Connor a Hester. Su correspondencia se suma a la lista de llamativas alianzas personales entre escritores: Adams y Jefferson, Melville y Hawthorne o C.S. Lewis y Tolkien. O’Connor y Hester en su extraordinaria correspondencia se merecen contarse entre ellos.

Lo bueno llega de Nazaret contiene también la correspondencia de otra importante amistad. Caroline Gordon aprecia a Dorothy Day, y asiste a un retiro en una residencia del Movimiento del Trabajador Católico. Gordon cree que fue santa. O’Connor y Percy no se muestran muy convencidos. No están de acuerdo con la crítica que hace Day del capitalismo, enraizada en el marxismo al que estuvo adherida antes de convertirse. La visión económica de O’Connor y Percy es especialmente vital ante el resurgir de candidatos políticos socialistas y su habitual crítica del capitalismo. En contraste, tanto O’Connor como Percy conocen y admiran a emprendedores pertenecientes a sus familias y a la sociedad en general. Las cartas de O’Connor presentan verdades económicas e históricas, afirmando que el capitalismo americano no es la historia de codicia y explotación que los periodistas suelen pintar. En un tiempo en que los viejos políticos quieren hacer creer que la redistribución gubernamental de la riqueza es algo nuevo, O’Connor aporta ideas importantísimas.

O’Connor fue ciudadana y creyente ejemplar hasta el final, aguantando con optimismo el agotamiento, la enfermedad y sus repetidos ingresos hospitalarios. A menudo suplicaba a sus amigos que rezaran por ella. En sus últimos meses siguió leyendo a santo Tomás durante veinte minutos cada noche, pero sus corresponsales devotos la animaban a leer también a C. S. Lewis. Las cartas del último capítulo, «Qué pronto se van las almas selectas», nos muestran que a O’Connor le encantaba Lewis. La modesta casita de campo inglesa donde Lewis compuso Milagros, obra que inspiró a O’Connor, fue otro «Nazaret». Lewis le toca la fibra a O’Connor en cuanto a su propia narrativa. Su ortodoxia apocalíptica y dinámica, enraizada en el Doctor Angélico y en el incomparable Dante, comprende lo que llama Lewis el «mero cristianismo». Las cartas de O’Connor son destellos de ingenio, y muestran su dedicación a su vocación ante el sufrimiento prolongado. Un amigo escribió algo referido a las cartas contenidas en El hábito de ser, que también resume las de Lo bueno llega de Nazaret: «Al leerlas repetía una y otra vez, ¡qué maravilloso regalo ha sido Flannery para este país, para la Iglesia y para el espíritu humano!»[8].

Benjamin B. Alexander

Pawleys Island, Carolina del Sur

Abril de 2019

[1] Rama estadounidense de la comunión anglicana.

[2] Thomas Gossett: «Flannery O’Connor’s Opinions of Other Writers: Some Unpublished Comments», Southern Literary Journal, Spring, 1974, 70–82.

[3] Walker Percy, «Confessions of a Late Blooming Miseducated First Novelist», Walker Percy Papers, Southern Historical Collection, Louis Round Wilson Library, University of North Carolina, Chapel Hill.

[4] Caroline Gordon a Brainard (Lon) Cheney, diciembre de 1951.

[5] Walker Percy Papers, Southern Historical Collection, Louis Round Wilson Library, University of North Carolina, Chapel Hill. Gordon se apropia aparentemente de la frase de Orestes Brownson, crítico popular de mediados del diecinueve que luego ha caído en el olvido. La obra de Ralph Waldo Emerson ha hipnotizado a generaciones de estudiosos, pero Brownson dudaba, observando que Emerson, en sus especulaciones vagamente gnósticas, había vuelto la espalda a «lo bueno llegado de Nazaret».

[6] Walker Percy: «Sex and Violence in the American Novel», Walker Percy Papers, Southern Historical Collection, Louis Round Wilson Library, University of North Carolina, Chapel Hill.

[7] Flannery O’Connor a Caroline Gordon, 12 de mayo de 1952.

[8] Robert McCown, S. J., a Sally Fitzgerald, 20 de noviembre de 1981.

1.

LO BUENO LLEGA DE NAZARET

EN 1949, FLANNERY O’CONNOR, escritora prometedora, originaria de Georgia y que vivía en una pequeña habitación en Nueva York, aceptó la invitación de Robert y Sally Fitzgerald a irse a vivir con ellos al campo en Connecticut, para terminar Sangre sabia. Había escrito la novela en el Taller de Escritores de Iowa, con la esperanza de que se publicara durante su estancia en la colonia de artistas de Yaddo en Saratoga Springs, Nueva York. Fitzgerald recuerda que O’Connor dedicaba las mañanas a Sangre sabia, y luego «salía al mediodía con su jersey, sus vaqueros y sus mocasines, delgada y altísima, para dar su paseo diario, cuesta abajo hasta el buzón y vuelta, poco menos de un kilómetro»[1]. Al atardecer «preparábamos una jarrita de martinis y llamábamos a la inquilina. Nuestras charlas, entonces y en la cena, eran largas y alegres; eran nuestro cine, nuestros conciertos y nuestro teatro»[2]. En 1951, Robert Fitzgerald, profesor de retórica y oratoria en Harvard, envió el manuscrito de Sangre sabia a Caroline Gordon.

En aquel momento, Caroline Gordon estaba casada con Allen Tate, firmante del manifiesto agrario del sur de 1930, Defenderé lo mío, y autor de la Oda a los muertos de la Confederación (incluida en muchas antologías). Gordon por su parte era una meticulosa novelista. Durante años sacrificó su propio trabajo al interés de Tate. Ford Madox Ford y otros críticos opinaban que la novela de Gordon ambientada en la Guerra de Secesión, Nadie mirará atrás, publicada en 1937, era superior a otras novelas bélicas consagradas como Lo que el viento se llevó o El rojo emblema del valor.

Cuando Gordon recibió la obra de O’Connor, ya había tomado bajo su tutela el médico Walker Percy, novelista en ciernes. Pronto llegó a la conclusión de que tanto O’Connor como Percy prometían; fue una de las pocas personas que ya a comienzos de los años cincuenta intuyeron su potencial. Cuando Gordon los conoció, los dos escritores trabajaban en remotos lugares del sur (Milledgeville, Georgia y Covington, Luisiana, respectivamente), muy apartados de las industrias editoriales y los centros literarios. Durante sus primeros esfuerzos en narrativa, antes de que alcanzaran la fama, Gordon escribió a Percy en 1951: «Pues es el tiempo en que lo bueno llega de Nazaret»[3].

La promesa tanto de Percy como de O’Connor era frágil. O’Connor padecía lupus, mientras que Percy había salido de una tuberculosis contraída durante su residencia médica en Nueva York. Durante su convalecencia, empezó a reinventarse como novelista y, a fuerza de lecturas, pasó del agnosticismo a la conversión católica. Por la mísera cantidad de cien dólares, Gordon emprendió una crítica tediosa, a veces línea a línea, de la primera novela de Percy, La cartuja. En 1952 Gordon envió a Percy Sangre sabia, como ejemplo de lo que ella consideraba la debilidad contraria a las tendencias abstractas de la narrativa de Percy.

Gordon era dogmática, testaruda y ajena a la fama popular. Podía con cualquiera, incluidas las luminarias como Faulkner o Hemingway. Escribió a otro aspirante a novelista, Brainard Cheney, que William Faulkner no era un escritor como Dostoievski. El ruso «descansa firmemente en el mito cristiano, cuya responsabilidad descansa en Dios. No tuvo que crear un nuevo cielo y tierra, como parece que algunos autores laicos se creen llamados a hacer»[4]. Gordon aplica también esta percepción teológica tanto a O’Connor como a Percy, que siguen, según observa, la tradición de Dostoievski[5].

La primera carta presenta a Flannery O’Connor cuando aparece por primera vez en el Taller de Escritores de Iowa en el otoño de 1945. Poco después empezaría a componer Sangre sabia, publicada en 1952.

PAUL ENGLE A ROBERT GIROUX

Paul Engle escribe a Robert Giroux, amigo y editor de Flannery O’Connor, sus recuerdos de cuando esta estudiaba en el Taller de Escritores de la Universidad de Iowa, entre 1945 y 1947. Engle era director del taller, y fue importantísimo en el establecimiento del currículum del que beberían otros centros para sus propios programas. Los recuerdos de Engle figuran en la Introducción de Giroux a Flannery O’Connor: los relatos completos, que ganaría el Premio Nacional del Libro en 1971[6].

Universidad de Iowa

Iowa city, Iowa 52240

Programa internacional de escritura

Escuela de letras

13 de julio de 1971

Robert Giroux

Farrar, Straus & Giroux

19 Union Square West

New York, NY10003

Estimado Sr. Giroux:

Le ruego que disculpe mi tardanza en responder a su carta del 26 de abril. Después de esa fecha he escrito centenares de cartas en respuesta a la inmensa correspondencia exigida por este programa. Pero no quería enviarle una simple nota rápida. Como suele ocurrir, el tema realmente importante, que es Flannery por supuesto, quedó aplazado hasta el momento mágico en que pudiera escribir una respuesta mínimamente digna de ella (aunque creo que no es posible escribir nada digno de ella).

Hace demasiados años, siendo yo director del programa de escritura creativa en los primeros años de su implantación, llegó Flannery a la Universidad de Iowa, aunque yo no la conocía. Creo que era estudiante de posgrado de periodismo. Cierto día me encontraba en mi despacho cuando un golpecito tímido en la puerta precedió a una persona tímida que se quedó ante mi mesa en silencio. No sabía si me miraba a mí, o si contemplaba el río Iowa por la ventana. Le ofrecí una silla. Había una hermosa dignidad en la manera distante en que compartía conmigo aquel espacio.

Por fin habló, emitiendo sonidos que debían de pertenecer a una lengua secreta. Le pedí que repitiera. Seguía sin entender. Otra vez. Sin comunicación. Aquello resultaba embarazoso. Suspicaz, le pedí que escribiera en un cuaderno lo que había dicho. Escribió: «Me llamo Flannery O’Connor. No soy periodista. ¿Puedo asistir al taller de escritores?»

Me había hablado en su lengua nativa de Georgia, que luego desaparecería en su mayor parte. De las muchas lenguas difíciles del mundo, esta tiene que ser una de las más impenetrables. Le dije que trajese muestras de sus escritos y la tomaríamos en consideración, pese a lo tardío de la fecha. Al día siguiente llegaron los relatos. Los leí atónito. Como Keats, que hablaba cockney, pero escribió los sonidos más puros de la lengua inglesa, Flannery hablaba un dialecto más allá de lo comprensible, pero en la página escrita su prosa era imaginativa, dura, viva: como ella misma.

Durante unas semanas tuvimos una relación extraña pero confiada. Pronto llegué a entender esa pronunciación propia de Georgia. Las historias eran calladas, llenas de perspicacia, conocedoras de la debilidad humana, duras y compasivas. Serían luego la base de Sangre sabia. Le daba vergüenza que las leyeran, y cuando le tocaba presentar un relato en el taller lo leía yo en voz alta, anónimamente. Robert Penn Warren estuvo un semestre enseñando en la Universidad de Iowa durante la estancia de Flannery; había una escena de un hombre negro y otro blanco, que a Warren le parecía «irreal». Flannery la cambió. Siempre tuvo una visión flexible y objetiva de su propia obra, y la revisaba constantemente, siempre para mejor. La voluntad de ser escritora era perentoria; nada podía resistirse a ella, ni siquiera su propia sensibilidad en cuanto a su propio trabajo. Cortar, cambiar, intentarlo de nuevo.

Un día, Flannery trajo un cuento que contenía una escena entre una pareja joven a punto de hacer el amor. Empecé a dar mi opinión, sobre todo porque me parecía que le faltaba intensidad, convicción. Me paró diciendo: «Aquí no». Nos encontrábamos en el pasillo. Miró a nuestro alrededor y añadió: «Gente. ¿Podemos ir a un lugar más seguro?» Con el manuscrito, salimos del edificio y cruzamos a un aparcamiento y allí, en mi coche, con las ventanillas subidas, hablamos de las frases apropiadas para la escena de amor. Estaba incómoda, pero el deseo de acertar pudo más. Era evidente que improvisaba desde la inocencia.

Sentada al fondo del aula, en silencio, Flannery estaba más presente que los habladores exuberantes que suelen amenizar con sus gritos la clase de escritura creativa. El único gesto comunicativo que solía hacer era alguna que otra sonrisa divertida y tímida ante algún absurdo. La vulgar silla que ocupaba resplandecía. Tengo una foto ampliada, tomada en una fiesta en una casa de campo donde viví, con los participantes de un taller de escritura. La gente está bebiendo, riendo, poniendo caras, enseñándonos a sus niños. Es muy típico de Flannery que se ve sólo una parte de ella, su rodilla derecha, tapada por una gruesa falda a cuadros blancos y negros que solía ponerse. Hay un espíritu en torno a esa rodilla…

Esto lo escribo en una casita en la playa en California, sin papel carbón. ¿Sería tan amable de enviarme una fotocopia a Iowa City? Se lo agradecería.

Paul Engle

Director

FLANNERY O’CONNERA BETTY BOYD

O’Connor, firme pero callada anticomunista, había abandonado abruptamente en 1949 la colonia de artistas de Yaddo en Saratoga Springs. Su amigo Robert Lowell, poeta ganador del Pulitzer, había destapado una investigación del FBI en torno a la directora de Yaddo, Elizabeth Ames, por colusión con la agente soviética, Agnes Smedley. La revelación de Lowell tiene su importancia histórica porque tanto él como O’Connor conocían la diferencia crucial entre los «comunistas soviéticos» y los «rusos» que aparecen en la narrativa de los grandes escritores de aquel país. El Premio Nobel Aleksandr Solzhenitsyn, por ejemplo, es un escritor ruso que escribe del sufrimiento de sus compatriotas por las crueldades y depredaciones del gobierno comunista. El desenmascaramiento por parte de Lowell de una americana en colusión con una comunista soviética es políticamente exacto. No estaba alimentando la paranoia por la colusión con los rusos en general, una formulación políticamente inexacta y peligrosamente fácil. Lowell y O’Connor se oponían a la colusión entre la directora de Yaddo y una conocida comunista entregada a la ideología marxista. O’Connor y dos más apoyaron a Lowell en la exigencia de que Ames fuese despedida, porque su asociación con Agnes Smedley comprometía la integridad artística de Yaddo. O’Connor y Lowell acabaron dejando la comunidad; O’Connor se fue a la ciudad de Nueva York.

A diferencia de la mayoría de los escritores americanos, incluso el teológicamente astuto Martin Luther King, Flannery, como tomista que era, entendía coherentemente la naturaleza herética del marxismo en términos teológicos. En el último párrafo de la carta, habla de los orígenes diabólicos de la ideología y su naturaleza familiar. De manera parecida a C. S. Lewis en Cartas del diablo a su sobrino, presenta la idea que ofrece en el Infierno el maestro de las conspiraciones demoníacas y familiares, Dante, de un vasto reino vertiginoso del mal que describe en presente: el infierno es un estado eterno del ser. O’Connor ofrece también otra formulación dantesca que aparece en el Diario de oración: «Nadie cree más fervientemente en Dios que el diablo».

255 W 108

NYC

8/6/49

Querida Betty:

Tu carta me resultó de lo más interesante en cuanto a las preguntas del FBI con respecto de tu mención de Yaddo y Elizabeth Ames. Como te habrá dicho el doctor B., yo y 3 huéspedes más, todos los que había en ese momento, abandonamos Yaddo tras pedir al consejo que despidiera a la señora Ames. Nos parecía, aunque no podíamos demostrarlo, que había habido en algún momento alguna medida de colusión entre ella y huéspedes comunistas que estuvieron allí alguna vez, en especial una tal Agnes Smedley que estuvo cinco años y cuyos actos fueron notablemente sospechosos y que todo el mundo sabe que es comunista activa. Nuestra acción atrajo mucha publicidad (no por nosotros) y se nos ha atacado como a personas que quieren destruir libertades civiles etc, etc. La señora Ames sigue en su puesto.

Supimos que el FBI llevaba años vigilando Yaddo. Las preguntas que te hicieron por tu mención del lugar pueden explicarse de una de dos maneras: o bien tomaban nota de todo el correo saliente de Yaddo (no quiero decir que lo abrieran, sino que miraban el destinatario y tomaban nota), y como te escribí dos o tres veces desde Yaddo, sabían de tu conocimiento del lugar; o bien que Yaddo ha representado un papel lo suficientemente prominente en la actividad de espionaje para que sea una pregunta más o menos rutinaria. Después de lo que he experimentado últimamente, ninguna de las dos me parece demasiado fantasiosa, aunque me inclino por la primera.

Si te enteras de más preguntas acerca de Yaddo o la señora Ames, sería interesante saberlo. Después de mi experiencia allí, mi admiración por el FBI ha crecido mucho, y mi opinión de los sociólogos, que jamás fue buena desde que me libré de la sombra de GSCW, ha bajado cada vez + hasta la muerte.

En cuanto al demonio, no sólo creo que exista sino que creo que tiene familia, que en el alcance y extensión de sus actividades es un poder nada despreciable, más fuerte que todos los muertos y no nacidos juntos. Además creo que nadie cree más fervientemente en Dios que el demonio, motivos tiene, y que al final, siendo lo que somos, es su testimonio el que tomaremos. Yaddo ha confirmado esto en mí.

Me gustaría que tu amigo literario me llamara, aunque no me siento literaria. Espero noticias tuyas.

Un abrazo

FOC

FLANNERY O’CONNORA CAROLINE GORDON

O’Connor recuerda las dificultades de escribir Sangre sabia mientras estudiaba en el Taller de Escritores de Iowa, y que pidió consejo a un jesuita. Su Diario de oración revela que aceptó la autoridad de la Iglesia, aunque se sintiera decepcionada por los conocimientos literarios de los sacerdotes. Su rechazo de las escuelas parroquiales para niñas está presente en estas cartas. Gordon enseñaba en la escuela de St. Catherine en Minnesota, y había escrito hablando favorablemente de sus experiencias.

[Noviembre de 1951]

Muchísimas gracias por tu carta y por querer ayudar[7]. Me temo que toda ayuda será poca. Por suerte, nunca he tenido expectativas de ganarle dinero, pero una cosa que me preocupa es que pueda ser reconocido por los católicos como afán adecuado para una católica; aunque no espero que lo lean muchos aparte de mi familia —la lectura no es necesaria para la salvación, por eso tal vez no lean— pero ya tengo bastante con mi familia para saber qué esperar. Imposible callarles la boca antes de que salga lo que sea, pero seguro que hay un largo silencio mortificado después. Antes me inquietaba eso de escribir una novela «católica» pero ahora me parece que me preocupaba de problemas extravagantes. Si eres católico sabes tan perfectamente lo que crees, que puedes olvidarlo y ocuparte de que funcione la novela. Esto es más difícil de hacer, saber lo que crees, pero los autores católicos deberían estar más libres que nadie para concentrarse en escribir bien. No lo están, y no sabría por qué. Al principio de empezar mi libro, era muy joven e ignorante y creía que lo que hacía tenía muchísima fuerza (ni siquiera era inteligible en aquel momento) y que podía corromper a quien lo leyera y a mí también así que visité a un cura en Iowa City y le expliqué el problema con mucho cuidado. Me dio uno de esos panfletos de diez centavos que nunca les faltan y dijo que no tenía que escribir para niñas de quince años. El panfleto era de un jesuita que se dedicaba a reseñar. Por lo visto le parecía que Un árbol crece en Brooklyn es lo mejor que hay. Alguien debería desengañarlo.

Desde tu carta a Robert [Fitzgerald] de este verano, he hecho examen de conciencia por eso de escribir sobre gente rara. De entrada mi intención no era esa, ni ninguna, pero resultó que no era capaz de sostener un personaje entero. Andrew Lytle [profesor del Taller de Escritores de Iowa] vio algunos capítulos desechados del principio y me dijo que no entrara en la mente de ese chico, que acabaría mal yo. Me pareció un buen consejo, pero entonces la única manera que podía dejar claro lo que pensaba Haze era que hiciera cosas extremas. Supongo que lo que necesitaba hacer entonces era dejar claro que era un raro de orden filosófico, no de los que hay que encerrar en un hospital, y no sé si lo conseguí o no. Esto se me ocurre ahora; mientras lo hacía no se me ocurría nada.

Fui al colegio de las Hermanas de San José de Carondelet en Savannah y me gustaban pero no me haría gracia estar rodeadas de ellas en un curso; no obstante, creo que a ellas no les vendría mal estar allí. Siempre me han horrorizado las escuelas católicas para chicas. Me parece que tienen una combinación peculiar de dinero y piedad y formas cerradas; todo esto es puro prejuicio, no he asistido a ninguna, y puede que los tiempos hayan cambiado. Tenemos aquí a tres de esas hermanas, que quieren fundar una escuela para los niños. Dos de ellas fueron antes baptistas.

Todos estos comentarios sobre la escritura y mi escritura han contribuido considerablemente a mi formación y te estoy muy agradecida. Por aquí no hay nadie que sepa nada en absoluto de narrativa (todas los relatos son «tu artículo» o «tu pieza adorable») ni casi nada de ningún tipo de escritura. Sidney Lanier y Daniel Whitehead Hickey son los Poetas y Margaret Mitchell es la Escritora. Amén. Así que estos comentarios significan mucho para mí.

Ya me parecía que el título no estaba bien anclado en la historia pero no sabía anclarlo. En ello estoy. No será un ancla fuerte pero será algo.

También me parecía que en algunos momentos iba demasiado deprisa. La causa es la pereza. En realidad no me gusta escribir pero no hay nada que me guste hacer más; pero es más fácil reescribir que escribir y tengo intención de ampliar esas partes que mencionas. He estado leyendo a Conrad porque va despacio y me pareció que leerlo me ayudaría en ese defecto. No hay mucho peligro de que lo imite.

Eso de hacer la ambientación más lírica para contrastar con los estados de ánimo me resultará más difícil. Siempre me ha dado miedo probar a ser lírica por temor a resultar graciosa sin saberlo. Supongo que sería un temor sano si tuviera tendencia a pasarme en ese sentido. Esta vez, trabajando tanto tiempo en el libro, puede que haya cultivado lo feo hasta que se ha convertido en costumbre. Me preocupé este verano después de tu carta a Robt. [Fitzgerald] de sacar del libro todo lo que pudiera sonar a Truman Capote. No admiro su forma de escribir. Me recuerda a Yaddo. La señora Ames pensaba que había alcanzado la perfección en forma de relato. Leí en el Commonweal que su último libro era mejor que el primero. El crítico citaba con mucha admiración algo de que los mundos privados nunca son vulgares. A mí se me ocurren bastantes mundos privados vulgares.

O’Connor menciona a un amigo, Robie Macauley, novelista, profesor, editor y crítico, que enseñaba en el Taller de Escritores de Iowa y también admiró Sangre sabia. Espera además volver a Connecticut, a casa de sus amigos Sally y Robert Fitzgerald.

Milledgeville

Georgia

2 de mayo de 1952

Siento que no vayas a poder reseñar el libro pero me alegro de que el comentario aparezca en la cubierta, donde dará que pensar. Me pareció que te interesaría el comentario de Waugh: «Quieres una opinión favorable para citarla. Lo mejor que se me ocurre es: “Si esto es la obra de una joven sin ayuda de nadie, es un producto notable”. Fin de la cita. No es del tipo de libro que me gusta demasiado, pero es bueno en su clase. Es vivaz y más imaginativo que la mayoría de los libros modernos. ¿Por qué hay tantos personajes subhumanos en la narrativa americana reciente? Un saludo cordial». Bueno, estoy decidida a que no haya simios en la próxima.

He tenido noticias de Robie Macauley, a quien le gustó. Dice que su novela ha sido aceptada por Random House y se publicará en noviembre. Me alegro mucho porque me gusta él y lo que escribe. Hoy he tenido carta de Cal [Robert Lowell]. Están en Salzburgo y él enseña allí en la escuela americana. La carta es muy amable y muy como él pero me entristece pensar en el pobre viejo.

No he llegado aún a La copa dorada, pero acabo de terminar Retrato de una dama[8]. El convento que figura en esta es el más horrible del que jamás haya leído. Es peor que el seminario de Julien Sorel[9]. Cuando dice la madre superiora que le parece que la niña ya ha estado allí el tiempo suficiente creí que me iba a tirar por la ventana. Este invierno leí ese libro de Max Picard, La huida de Dios. Me dejó noqueada.

Espero de verdad veros a todos este verano. Espero llegar a Ridgefield [Connecticut] tomándomelo con calma. Tengo como noventa y dos años en lo que a energía se refiere y tendré que viajar con esterilizador y jeringa y todo el lío pero tengo ganas.

O’Connor aborda un tema inusual para el relato moderno. Habla también de las diferencias entre las oraciones de los creyentes.

12/5/52

Me gustó poder leer esta pieza sobre James y la he leído un par de veces ya y con asombro cada vez. Como mi formación crítica, hasta donde llega, se produjo toda de golpe en Iowa, siempre me ha parecido que sería horriblemente torpe expresar mis percepciones sobre una novela o poema que llegasen por mi convicción católica. Al mismo tiempo he pensado que si una cosa es artística, tiene que absorber lo suficiente para ser católica (en el sentido de universal) y que si es así, es penetrable según parámetros católicos. Pero en estética pierdo pie. No conozco bien el léxico. Sea como sea, al leerlo sentí que esta era la reacción normal y natural a Henry James; me refiero a la reacción prevista por Dios y por Henry.

Estoy harta de leer cosas sobre su «accidente». Estoy segura de que tu intención es la de olvidarlo de una vez por todas cuando dices: «De haber sido congénitamente incapaz de la relación marital habría escrito libros distintos de los que escribió», pero esta afirmación me confunde. No soy muy sutil; para mí, pones el énfasis donde querías quitarlo. Creo que pudo ser físicamente incapaz de la relación marital y escribir aun así los libros que escribió porque no creo que eso tuviera nada que ver con su talento o con la Gracia que se le concedió para escribirlos. Supongo que quieres decir que de haber sido moral o emocionalmente incapaz para la relación marital habría escrito libros diferentes, eso lo entiendo perfectamente. Es posible que me haya ahogado en un vaso de agua pero me gustaría que me ilustraras. Llego a la conclusión evidente sólo después de largas investigaciones.

La mayoría de los relatos que citas no los había leído pero sí que encontré un ejemplar de El mejor de los lugares[10] y lo leí ayer. Me pareció que la visión era más Purgatorio que Paraíso. Para un católico de todas formas no sería muy paradisíaco. Aunque él no sufre allí el joven que ocupa su lugar es una figura sufriente y ¿no había entre ellos una especie de ambiente de comunión de los santos? Además, aunque el Hermano lo llamaba la Gran Necesidad, sólo era una gran necesidad de contemplación y recuperación de uno mismo; no era la gran necesidad que pensaríamos que se satisfaga en el Cielo. La presencia de Dios está en el lugar pero se experimenta de forma vaga, no se ve. ¿No fue santa Catalina de Siena recompensada con conocimiento propio en sus visiones del Purgatorio, o mejor dicho cuando sentía que se encontraba realmente allí? No quiero decir que James pensara en el mejor de los lugares como un purgatorio, sino que Dane no había llegado tan lejos en la subida como pensaba, o como pensaba James.

Desde luego que rezaré por el señor Tate en el aire pero mi opinión es contraria a la suya. Siempre he pensado que las oraciones de los conversos tienen más fuerza o no estarían donde están y que los católicos natos nacen católicos porque de otra manera serían demasiado perezosos para salvarse. Pero puede que esto sólo se aplique a los irlandeses.

Estoy muy en deuda contigo por dejarme ver esta pieza y creo que debería publicarse como libro.

Si las novelas católicas son malas, la crítica católica actual es una pura porquería, o si no está escondida en algún convento donde nadie puede ponerle las manos encima. La hermana Mariella Gable debería disfrazarse de Freudina Potts y sabotear el Partisan Review desde dentro. Podría mandarlo entero al diablo.

O’Connor menciona que trabaja en una historia sobre la piromanía rural y el terrorismo de los que queman cruces. Posiblemente reformase la escena para construir un relato posterior, Un círculo en el fuego, y el final de Los violentos lo arrebatan.

Milledgeville

2/6/52

Todo esto me resulta muy útil y tengo intención de estudiar Madame Bovary con detenimiento. Leo periódicamente El arte de la narrativa [Percy Lubbock] pero todavía estoy en la etapa de tener que preocuparme más de que algo vaya a ser que de cómo. Observo que dice Lubbock que Flaubert nunca tuvo que aguantar el tema con una mano mientras lo escribía con la otra. Yo tampoco. Tengo que salir en su busca. No sé si le saco sangre al rábano, o si le saco rábanos a mi sangre. La novela que escribo ahora me resulta muy emocionante pero no paro de equivocarme, avanzo como el topo. Los protagonistas son tres muchachos, todos muy culpables y agudos. Queman una cruz en el césped del padre de uno de ellos y la cruz es algo diferente para cada uno de ellos y otra cosa distinta para el padre etc etc. Va a ser un poco imposible de hacer pero creo que debe de ser la imposibilidad lo que crea la tensión.

Mi método se puede ver afectado más por la mujer del lechero de mi madre que por Henry James. Está por aquí continuamente y todas sus frases empiezan: «Yo sé que una vez mi marido vio…». Funciona como dices tú. Él lo ve todo y ella ve dos veces más pero jamás ha mirado a otra cosa que a él. Los dos leyeron mi libro y dijeron: «Para que veas lo que harían algunos».

No te rías de mi expresión de agradecimiento. Es drástico y la cosa es que algunas personas me han pedido consejo sobre sus manuscritos pero siempre son un desastre, y tienen una misión, o son una locura. Una señora me dijo: «Usas los párrafos en bloque, ¿verdad?» Otro es discípulo de Henry Miller. El otro es empleado de banca y cuando trae un escrito se sienta en el brazo del sillón fumando continuamente mientras lo leo y de vez en cuando su dedo se abalanza sobre una palabra y dice: «¿Ves? Ahí es donde uso mucha ironía». Me da muchísimo miedo pensar lo bueno que es el Señor que nos da un talento y nos permite poder usarlo. Vuelvo a tomar la determinación de ser responsable, y a Madame Bovary me voy.

Rezo por ti, sí, pero se me ocurre que debería estar rezando por los positivistas lógicos. Un asunto desagradable.

Con afecto

O’Connor menciona una visita a sus amigos los Fitzgerald y que han perdido un hijo. Además castiga a su hijo Benedict, que años después sería guionista de talento y escribiría con Mel Gibson el guion de La pasión de Cristo (2004); colaboró también en el guion de Sangre sabia (1979), dirigida por John Huston.

Milledgeville

11/9/52

Anoche me encontré esta foto de tu amigo de aquí. Como le había enviado dos pavos en memoria de Mark Twain (antes de preguntarte por él), creo que al menos he pagado la licencia. Se conserva muy bien.

Ya estoy levantada, esperando una etapa recesiva en mi enfermedad de altibajos. Qué bien volver a trabajar. Estoy escribiendo un relato a ver si soy capaz de evitar a los raros por un tiempo.

Este verano en casa de los Fitzgerald leí Los niños extraños [Caroline Gordon]. Me pareció un libro hermoso, probablemente la primera etapa del desarrollo de la Gracia en estas personas. De los personajes observé que el católico, Reardon, era el menos sólido. ¿Tal vez porque, si no, se habría adueñado de la historia? Claro que la historia no es suya pero cuesta meter a un católico en una novela.

Acabo de leer Victoria. Cada cosa de Conrad que leo me gusta más que la anterior. También acabo de leer Otra vuelta de la tuerca [Henry James] de nuevo y a mí me dice a gritos que trata de una expiación.

¿Has visto a los Fitzgerald? Parece que Sally lo sigue pasando mal. Tuve que marcharme deprisa por la fiebre unos días antes de que perdiera el bebé. Benedict ha pasado la varicela pero dicen que le ha dado más energía, cosa que no le hacía ninguna falta. El día antes de que me marchara se metió en el coche, lo condujo cuatro metros apisonando una silla y chocando con un montón de piedras, salió por la ventanilla, el vivo retrato de Charles Lindburg, y recibió de mí un azote (Sally estaba en cama) como si fuese un gran honor.

Sospecho que te preparas para Minnesota.

O’Connor está contenta de que a Gordon le guste El río. Además trabaja en un relato que se convertiría en novela unos años después, Los violentos lo arrebatan. Alaba uno de los cuentos más famosos de Gordon, El viejo Rojo, del que aprende mucho del arte de la narrativa[11].

[Septiembre 1953]

Estoy muy contenta de que te gustara el relato El río. Llevaba mucho tiempo pensando en una mujer que bautiza a un niño sin saber de qué va y por fin después de tanto pensar lo escribí. ¡La ceremonia del bautismo de la Iglesia es tan elaborada! No paro de pensar cómo expresar esa riqueza en contraste con la pobreza de lo demás pero mi pensamiento no es nada productivo. La Iglesia se ocupa de todo y siempre me impresiona nuevamente el día de san Blas cuando nos bendicen la garganta. ¡La Iglesia, una, santa, católica y apostólica, tomándose el tiempo de bendecirme la garganta! Y esta gente de por aquí tiene que sacar su religión de debajo de las piedras.

Lo cual me lleva a lo que me gustaría que hicieras en Roma: ver a esos baptistas de Texas que van para convertir a los italianos. Me parece la historia del siglo y si supiera algo de Roma me ocuparía yo, pero probablemente nunca llegaré a ir. Vi en Time una foto de uno de ellos, parecía un león pelado con migraña, un poco como Cal pero en tonto. ¡Lo que sacarías de esa historia!

Ni te imaginas lo que hice este verano. Pasé un fin de semana en Nashville con los Cheney [Lon y Fanny]. Invitaron también a Ashley Brown [profesor de la Universidad de Carolina del Sur] y lo pasamos estupendamente, sobre todo escuchando a Lon que dice Fanny que habla sin parar. Una noche invitaron a gente y me dejaron leer El río. Leer me gusta una vez que arranco y dejo de pensarlo. Tenían un dibujo tuyo de un pavo real y más pájaros y animales que me cautivó. Es la primera vez que veo un pavo real con cara de mandril. Mis pavos reales parece que se me mueren por despecho. Me quedan un macho y dos hembras. Este verano nació una cría y creció lo justo para que se lo comiera una comadreja antes de acostarse. El año que viene en cuanto nazcan me los traigo a la casa y los meto en un cajón de la cómoda.

Los Cheney han estado en Ripton, Vermont, y pensaban pasarse a ver a los Fitzgerald de camino a casa. Yo también fui a ver a los Fitzgerald. Por ahí tú eres el Oráculo. Cada vez que los niños hacen algo malo que no es nada infrecuente dicen la tía Caroline me dejaba etc etc. Benedict se da mucha importancia porque estuvo en tu casa. La cosa se igualó cuando dejaron que Hugh fuese a casa de los Maxwell. Ahora cuando Benedict dice tía Caroline tenía una barca, Hugh dice los Maxwell tenía una piel de oso que era un oso de verdad. Cuando me fui todavía no habían podido alquilar la casa y su viaje a Europa estaba en el aire pero espero que la hayan alquilado ya.

Verás enseguida que te mando dos cosas. La primera se llama A quien llama la plaga y es el primer capítulo de mi novela y ya está. Ya no hay más y no sé de dónde va a venir la siguiente palabra. Para cuando lo termine puede que ya hayamos muerto las dos y estemos en la gloria eterna. Mi intención es llevar a Tarwater a sus tíos, el burro del pueblo, perseguido siempre por la cruz que no erigió, y que por fin coloca en el jardín de su tío con las consecuencias esperadas. Está lleno de cosas pero todavía me queda mucha tela que cortar. Lo otro es un relato largo (largo para mí) que no sé si funciona o no pero agradecería tu opinión. He mandado las dos cosas al Sr. Ransom [John Crowe, del Kenyon Review] y le he pedido que me devuelva la que no quiera. ¡Qué osadía! Quisiera mandar algo a Bottegha Osura pero también quiero pintar la fachada así que se lo mandaré a Madam McIntosh para que lo entierre en alguna revista de moda y me pague. Me publicaron una cosa en el Harper’s Bazaar de septiembre, incrustada entre los esqueletos con sombreritos de casquete. Me pone mala verlo.

Como voy a estar tanto tiempo con la novela he convencido a Giroux para que me publiquen un libro de relatos en el otoño del 54, titulado Un hombre bueno es difícil de encontrar. No están muy convencidos, claro, y yo tampoco, aunque haya sido idea mía. La verdad es que no estoy segura de los cuentos. Habría que incluir tres que escribí hace tiempo y no soporto la idea de volver a leerlos. Si te parece, me gustaría mandártelos para que tú digas si crees que hay que incluirlos. ¿Viste ese cuento mío en el Kenyon [Review] de primavera, titulado La vida que salve puede ser la suya?

Una de estas historias, la primera que publiqué, la escribí después de leer El viejo Rojo, que sin duda conoces. Soy escritora de relatos gracias a El viejo Rojo. Creo que ahí aprendí lo que se puede hacer con un símbolo una vez que lo encuentras. Antes ni sabía que eso existiera.

Me alegré mucho de tener noticias tuyas. Vivo en un santuario de aves pero los pájaros no bastan.

O’Connor escribe a Gordon, que está viviendo en Roma con su esposo. Gordon le comenta los relatos que compondrían la colección Un hombre bueno es difícil de encontrar y otros relatos (1955). También le ha escrito de sus visitas a distintos lugares. Invocando la alegoría de su propia narrativa, O’Connor aplica la técnica a las experiencias de Gordon.

Milledgeville

2 de octubre del 53

Pensarás que siempre aparezco desquiciada. No sé si escribo estas historias por no escribir la novela o no pero sospecho de mí misma. Tarwater es un compañero bastante plomizo. Pero me sube la moral que a ti te parezca digno. Me fastidia que los perros no desentierren cosas pero aquí es que no sabemos nada de perros. Mi madre no permite su presencia porque las señoras vacas son todas unas neuróticas. La vaca contenta no existe. Si una de las de mi madre ve un tábano especialmente agresivo, baja la producción de leche. Tampoco permite que haya cerdos. Es que no le gusta verlos. Supongo que lo cambiaré a cerdos y entonces tendré que meter un par de cerdos en el entorno. Soy chica de ciudad. En cierta ocasión el señor Ransom [John Crowe] tuvo que decirme que las perdices no se cazan con rifle.

He estado rebuscando en el Libro de Daniel un título mejor para el cuento pero todo lo que encuentro es demasiado emocionante. Lo que hizo el ángel fue crear viento en el centro del horno, como el viento que trae el rocío. Necesito algo que no distraiga del tema pero tal vez se me ocurra antes de que salga el libro.

Te mandaré los cuentos antiguos por correo más lento. Acabo de terminar este y como de costumbre estoy muy contenta con él. Siempre lo estoy durante veinticuatro horas. Eres muy amable al leer estas cosas y significa mucho para mí.

Los Fitzgerald han encontrado inquilino y el 12 de octubre salen para Milán. Para las aerolíneas italianas será una experiencia.

Lo único que sé de los tejanos estos es que son baptistas. Últimamente no he leído nada del tema pero el año pasado protestaban muchísimo de que los persiguieran en Roma. Tal vez ya los haya emparedado la Guardia Suiza en alguna catacumba sin usar o se hayan ido a ver si pueden hacer algo por España. Creo que yo podría con la historia, pero de lo que no tengo ni idea es de Roma. Debes de sentirte como viviendo en varios niveles de realidad, o tal vez quiera decir que ves claramente que lo estás: saliendo de las catacumbas a subirte a un tranvía, o lo que sea. Los Fitzgerald me enviaron un recorte de la Nueva Jerusalén que va a construir Eddie Dowling en Pinellas, Florida. Un proyecto de 4.5 millones de dólares, una réplica exacta, con olor a camellos, olivos traídos de Getsemaní, etc etc. Decía Dowling: «Una vez decidido el emplazamiento, podemos traer al guardián del Huerto de Getsemaní. A partir de ese momento está abierta la atracción». Todo esto a las puertas de Palm Beach. No sectario. Grandes estrellas en los papeles principales (Jesús, Gregory Peck; María Magdalena, Rita Hayworth). Turistas del mundo entero. Veo a Haze y Enoch [personajes de Sangre sabia] husmeando por ahí, oliendo los camellos.

Lo que te mando es del pavo real. Recuerdos suyos, y mi afecto.

FLANNERY O’CONNORA BEVERLY BRUNSON

O’Connor responde a uno de los pocos vecinos que ha leído Sangre sabia.

Milledgeville

Georgia

9 de diciembre 53

Estimada señorita Brunson:

Me complace que haya sido capaz de leer mi novela dos veces. Hace unos meses conocí a una señora que me dijo: «Oh, no he leído tu novela. No puedo leer mucho, por la vista, así que sólo leo libros edificantes». Hay mucho que edificar pensé yo. Tener una novela detrás es como llevar de la mano a un niño tonto. La gente se siente obligada a hacer algún comentario discreto.