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Este libro audaz y apasionado, escrito con la fuerza que solo tienen la autenticidad y el compromiso con la historia y la humanidad de su heroína, registra la vida y la obra una de las personalidades más singulares de la Revolución Cubana, Celia Sánchez Manduley. Historia, crónica, testimonio, confesión, retrato, prefiguración del noble e intenso destino de una mujer revolucionaria que simboliza lo más noble y auténtico de la nación cubana. Quien lea este libro toca, conoce a una mujer paradigmática de los valores más altos de nuestro tiempo.
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Seitenzahl: 538
Veröffentlichungsjahr: 2023
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ediciónauspiciada por
el festival internacional de poesía de la habana
y el movimiento poético mundial
Diseño de cubierta: Elisa Vera
Diseño interior y diagramación: Ismel Pérez Silva
Coordinación editorial: Yanixa Díaz / Katy D’Alfonso / Marlene Alfonso
© Soledad Cruz Guerra, 2021
© Colección Sureditores, 2022
ISBN: 9789593023085
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Centro Cultural CubaPoesía
Casa del Alba Cultural
Línea No. 556 esq. a D
El Vedado, 10400 La Habana, Cuba
colección sur
dirigida por alex pausides
http//www.cubapoesia.cult.cu
http//www.palabradelmundo.cult.cu
http//www.festivaldepoesiadelahabana.com
para José Alberto Naranjo Morales, que tanto quiso a Celia y para María Isadora, hija y compañera de travesías.
Quien quiera convertirse en biógrafo se
compromete con la mentira, el disimulo,
la hipocresía y aún el
disimulo de su incomprensión,
porque la verdad biográfica
no es accesible, y aunque lo fuera uno
no podría servirse de ella.
Segismundo Freud
Hay muchos papeles sin importancia hoy
pero que para un futuro y para la historia
serán de gran valor. Mi interés en esto
ha sido que cuando se escriba esa historia
sea lo que realmente es y no dejen estos
papeles escribir historietas, nada prueba más
que los documentos, por lo que todo
importa después.
Celia Sánchez Manduley
...Sería imposible escribir la historia de Fidel Castro,
sin reflejar a la vez la vida revolucionaria de Celia
Sánchez Manduley (...) Desde los meses anteriores
al desembarco del Granma no
ha habido episodio de la lucha revolucionaria dirigida
por Fidel en el que Celia no haya estado en la primerísima
línea de combate. Desde el momento mismo del
desembarco en Las coloradas hasta el instante de su muerte
su trabajo permanente junto a Fidel, es uno de los hechos
más tiernos, hermosos, humanos y revolucionarios de toda la
Historia de Cuba.
Armando Hart,
Despedida de duelo el l2 de enero de 1980.
A galope vienen los recuerdos, como aquellas carreras por la finca San Miguel del Chino o los aguaceros interminables que hacían crecer el Río Vicana en Media Luna, o las tempestades en el mar Caribe avistadas desde el litoral, o como latía su corazón acelerado por las furias o las penas. Todo lo ve pasar ella en cada gotita del suero que corre lentamente para entrar a sus venas cuando sabe que el tiempo se le está achicando y pronto estará a las puertas del misterio insondable que su padre intentó explicar aquel día en Manzanillo.
Ha llegado de Santiago de Cuba agotada después del esfuerzo supremo por mantenerse en pie y sonreír a los viejos compañeros que ha condecorado este 30 de noviembre de 1979. Antes, en octubre, ha acompañado a Fidel a la Asamblea General de Naciones Unidas en Nueva York. Al verla nadie puede imaginar que la amante e indispensable Celia de Fidel Castro están viviendo sus últimos días. Ya no puede ni disfrutar el placer de una taza de café y un cigarro, los presuntos culpables de su deterioro, aunque sonríe cuando se le aparece la niña que fue, organizándole una huelga a la maestra Cucha Cossío en Media Luna. Y aquella vez que pintaron de verde al caballo del jefe de la policía.
En realidad, su añoranza anda por Media Luna donde en el mismo año del nacimiento de su padre en Manzanillo, en l886, los hermanos Tomás, Ricardo, Arturo y Alfredo Beattie Brooks han fundado el Central Isabel a donde irá su progenitor a trabajar como médico en l913, luego de casarse con Acacia Manduley Alsina, a quien conoció en el parque de Manzanillo en una de sus vacaciones de estudiante.
A Media Luna la han nombrado así porque el Río Vicana que atravesaba entonces ese barrio rural del término municipal de Manzanillo, le da esa forma. La casa que el Doctor Sánchez le compra a Modesta Llopis fue construida en 1908 y resultará pequeña para la familia que se agrandaba año tras año con un nuevo nacimiento y será ampliada para acomodar a la prole, la consulta médica y el gabinete dental. Son ocho hermanos: Silvia, Graciela, Manuel Enríquez, Celia, Flavia, Griselda, Orlando y Acacia. Una familia para apoyarse.
Pero piensa en Fidel, ella siempre piensa en él, aunque ande por sus días de infancia de Media Luna en este recuento definitivo. Él viene a su memoria con sus grandes dotes de seductor, su remota timidez que al violentarse puede derivar en arranques de ira incontrolada o susceptibilidad casi infantil cuando los otros no actúan con la lealtad que espera. Celia cree que él se impone ser de un modo para llegar a conseguir lo que quiere, que ha trabajado duro sobre su naturaleza para poder realizar la tremenda empresa en que se ha empeñado. Y lo justifica aunque en ocasiones se sienta incómoda, porque él, tan adusto, tan centrado en sus afanes, no comparta sus bromas, esa necesidad de jugar que ella tiene, ese desenfado que algunos consideran inmadurez y que no es más que expresión de su espíritu silvestre, de su necesidad de gozar la existencia desde los detalles más ínfimos, un vestido bonito, la plenitud de un naranjo en plena floración, una fiesta, una broma.
Desde los días fundacionales de la ortodoxia ella tiene noticias de su quehacer al lado de Eduardo Chibás. Varias veces lo busca sin encontrarlo. Pero se le volvió admirable, como persona que hace lo que dice, por el coraje de atacar el Cuartel Moncada y la expedición del Granma. Luego, se produjo una comunicación inmediata entre ellos desde el primer encuentro en la Sierra Maestra. Él, tan desconfiado y receloso después de las decepciones primeras en su vida personal, sus ideales patrióticos y cívicos, descubre en la mirada franca y admirativa de ella que puede confiar en esa mujer madura a pesar de la aparente fragilidad física de sus 36 años. En la cercanía ella se percata de muchos elementos de la personalidad de Fidel cercanos a los de un niño voluntarioso que se contraría profundamente cuando los hechos no son inclinados según sus aspiraciones pero que se impone un optimismo que transforma en energía para hacer de lo imposible una certidumbre. Ella es siete años mayor que él y quizás por eso, a pesar de la fascinación que ejerce sobre ella desde el primer momento, se permite mirarlo desde la altura de su experiencia. En sus sentimientos hacia él hay desvelo y responsabilidad maternal, el sentido de posesión y el celo con que se cuida lo que es muy preciado.
Ella lo ve crecer de líder juvenil, con apenas 30 años cuando el desembarco del Granma, a Comandante en jefe de las fuerzas revolucionarias después de no pocos desacuerdos y luego a estadista con 33 años. Ella conoce de cerca sus iras y sus decepciones, sus esfuerzos en distintos momentos por conciliar disímiles contradicciones, sus dolores humanos, desde los físicos a los espirituales, será posiblemente quien mejor sepa de cómo funciona el alma de este muchacho que guarda celosamente sus sentimientos más íntimos para que ellos no interfieran la tarea que se ha propuesto y que tiene el ímpetu divino de los predestinados a cambiar los caminos de la historia. Ese proceso lo intuyó desde el momento en que lo encontró entre los bosques umbríos de la Sierra Maestra y se lo sintetizó a su hermana Chela al regreso a Manzanillo diciéndole: ese sí es el hombre para liberar a Cuba. Y lo expresaba como quien ha hecho al fin el gran hallazgo de la persona que estaba esperando para darle verdadero sentido a su vida.
Melba le ha contado en la Sierra Maestra de la obsesión de Fidel por la lucha, de cuando incluso salían a pasear en México, a un cabaret con muchachas y él solo hablaba de Revolución, a pesar de las recriminaciones de Raúl que trataba de entretenerlo, de producirle alguna disipación para que no se angustiara tanto. Una vez lograron convencerlo de que fuera a un cabaret con Melba y ChuchoMontanè y dos muchachas mexicanas. Raúl le dijo: Mira, viejo, vamos a distraernos un rato, vamos con dos muchachas, no te pongas a hablar de política, de Revolución, ni de nada, ellas no van a entender de eso. Bueno, pues tan pronto llegaron al salón de fiesta, Fidel empieza a explicarle a su acompañante sobre sus ideas y Raúl dándole con el pie por debajo de la mesa y él seguía en lo suyo. Vamos a bailar, dice Raúl y él sigue con sus explicaciones y así toda la noche.
Al regreso, Raúl lo increpó por su conducta y él se enfureció y dijo que estaban en México para hacer la Revolución y no para ir a cabaret, ni paseos ni para divertirse y nunca más hubo un momento de expansión. A ella no le ha sido fácil seguirlo y complacerlo, aunque desde que le vio sintió que estaba frente a un ser extraordinario y ¡tan hermoso! Quizás, como criatura acostumbrada a la grandeza del agreste paisaje, como alpinista vocacional e intuitiva sabía cuan laboriosos esfuerzos requiere la ascensión a las cumbres. Ella ha puesto en práctica con él la didáctica del cariño que aprendió en su casa, con su padre, su abuela, sus tías y tíos y sus hermanos desde los años inaugurales en Media Luna.
Sabe que en una familia, por unida que sea, cada miembro tiene sus propias características y muchas veces estas entran en contradicción. ¿Acaso entre sus propios hermanos no hay diferencias notables? Sobre hombres excepciónales tiene la experiencia con su padre. Un ser afable, pero no alegre como su madre o ella. Muy metido en sus reflexiones, en su aprendizaje constante hasta el punto de ser distraído como suelen ser los sabios y con una profunda tristeza que soslaya en sus búsquedas constantes por descifrar los misterios de la existencia. Cuando conoce a Fidel, sabe que las personas que se salen de lo común viven en otra dimensión y que su grandeza, para bien o para mal, rige todos los actos, aciertos y desaciertos. Y ella disfrutará de servir a esos dos hombres, su padre y Fidel con la certidumbre de su privilegio al lado de ellos en momentos y circunstancias bien diferentes.
Han nacido y se han criado en la misma zona geográfica del país, el oriente cubano de bosques y montañas, rebeliones inaugurales y grandes fincas dedicadas al cultivo de caña, café, la explotación de maderas y la ganadería, en esa parte de la cabeza del cocodrilo que representa a Cuba, que entra en el Océano Atlántico, y se aproxima a las otras islas de las llamadas Antillas Mayores con las cuales la comunicación marina es frecuente y establece lazos culturales diferentes al occidente, más cercano a la gran nación del norte. Hay más olores y sabores del Caribe en la región oriental, que se expresan en la sensualidad de las canciones trovadorescas y en la cadencia del son, un ritmo que es el crisol de muchos que se escuchan por la región diversa, de Santo Domingo y Haití, a Jamaica y Puerto Rico.
Pero la educación que han recibido estos dos orientales, Celia y Fidel, es completamente diferente. Aunque ambos se relacionan en la infancia con las plenitudes de la vida en los campos, él nace en un hogar que es un típico feudo rural y ella en una casa pueblerina signada por la liberalidad en las costumbres y las creencias. Desde edad temprana él sale de la casa para estudiar y la familia que lo acoge no se caracteriza por la afectividad en el trato que le dispensa. Públicamente hará después ese reproche no en términos emocionales, como seguramente le afectó, sino en términos de equidad y justicia que es su prisma para evaluar. Después vendrán los colegios religiosos y el rigor de los jesuitas a completar su formación. Desde muy joven aparecen los signos del liderazgo, gratificados por la mentalidad machista del entorno. Él tiene todos los atributos del gran varón. Grande, fuerte, blanco, apolíneo, audaz, competitivo, aunque no el espíritu festivo de la región, se parece más a Alejandro Magno, el guerrero que admira, que al Caribe de bachatas y boleros.
Ella crece bajo la tutela de su padre como un árbol sin los riesgos quirúrgicos de la poda. Pero frágil, menuda, con la tez bronceada por el sol y algún antepasado no blanco puro, quizás. Ha sido golpeada por grandes dolores desde la infancia que él no conocerá hasta la adultez. Dolores que la doblan en ocasiones, sobre los que tendrá que imponer su voluntad hasta desarrollar sus cualidades de arresto y valor que se van mostrando en sus capacidades organizativas y en cierta vocación por quebrar lo establecido que es causa de más de un comentario suspicaz sobre su feminidad, porque no se mide a una mujer por los mismos códigos que a un hombre. Es de carácter fuerte, lo cual contraría la imagen tradicional de lo femenino, pero tiene la capacidad de asumir todas las funciones que la historia de la humanidad ha conferido a las mujeres, pero que a ella no le impiden comportarse como una criatura fuera de esos limites. Él ha nacido predispuesto para las grandes epopeyas que lo seducen y ella para desentrañar el misterio de la lírica cotidiana, como una florecilla silvestre en el corazón de las montañas. Apegada a esa naturaleza fecunda y luminosa de su región que pondrá brisas caribeñas en los lazos de sus vestidos de niña y vuelos de sus anchas sayas estampadas. La pasión que depositan en lo que se proponen los emparenta, pero no la forma de manifestarla. Por ahí debían andar algunas de las diferencias en sus caracteres, cree ella cuando los recuerdos la van conduciendo al terruño natal, aunque no deje de pensar en él y en su padre, los dos seres que han compartido su más grande amor.
La casa de Media Luna era acogedora y el patio, un verdadero paraíso oloroso con su bohío para jugar a ser la mamá que luego fue en la casa amarilla de Pilón con sus pisos rojos teñidos con mangle y aquel jardín que era su obra y su orgullo. Desde el profundo cansancio de estos días finales de 1979 la luminosidad de aquellos lejanos despeja las congojas de esa partida involuntaria que ha comenzado y que, de alguna manera, la sobrecoge porque es un momento particularmente complicado, que llaman proceso de institucionalización del país y esa palabreja a ella le da el pálpito de que será pérdida de frescura. Por eso vuelve, arrastrada por los paisajes más vitales de su interior a sus hogares de Media Luna y Pilón.
Esas dos casas son un tesoro en su memoria, un trasiego constante de afecto, gentes que entran y salen; la de Media Luna está marcada por la risa de Acacia, su madre, por su parloteo vivaracho con los vecinos, las recomendaciones de remedios para todos los males que competían con las recetas del esposo médico, luego por su ausencia que la abuela Irene consuela con cariño y comprensión y aquellos cuentos sobre la guerra de independencia de la que fuera testigo, de cuyos protagonistas fundamentales hablara y escribirá su padre.
Ha nacido y crecido mimada por el amor de los suyos y señalada por dos elementos que serán premonitorios: su padre la ha nombrado Celia Esther de los Desamparados y Celia significa en latín la caída del cielo, alguien designado para ser una persona noble, justa, amante de la naturaleza, con gran fe en la vida y en Dios, cuya llegada al mundo es motivo de gran felicidad para los suyos. Así será con esa familia extendida por toda la comarca. Las viejas Sánchez, como las llamaban, en la finca San Miguel del Chino, abuela y tías paternas que acogían en las vacaciones de caballos y ríos. Buena parte de la parentela Manduley en Manzanillo, para la adolescencia de escuelas y fiestas.
Y el mar siempre merodeándola con las olas del Golfo de Guacanayabo. Tranquilo a veces, tormentoso otras, amenazando el barco en el que iba a las clases de piano con Flavia, o las ciudades cercanas, fascinada siempre por su inmensidad aún cuando truenos y relámpagos asustaban a los otros pasajeros. Desde pequeña esa será una característica notable. No tener miedo, lo que la llevará a atreverse, desafiar riesgos, a protagonizar acciones que los conservadores llaman locuras y que para ella son el disfrute, la posibilidad de transgredir moldes a los que no se ajusta porque le cercenan la libertad que necesita. Tal vez por eso le cuesta trabajo adaptarse a los esquemas de las escuelas primero y a los requerimientos formales de la vida pública cuando forma parte del gobierno.
Muchos años después, cuando ya había sucedido lo irremediable, la Doctora Cossío, una de sus maestras, volvería sobre los años de Media Luna para afirmar: Yo no creo que la gente surge con la calidad de Celia Sánchez Manduley como sale la verdolaga. Pero para hablar de ella, hay que, primero, detenerse a analizar a la familia. Este era un hogar extraordinariamente amoroso, de seres muy unidos y bien llevados. Los padres se adoraban. La mamá estaba enamoradísima de su marido. Mujer sensible y muy humanitaria, se compadecía de todos los necesitados. Como su esposo era médico de la localidad, ella se enteraba de cuál vecino estaba grave. Entones se desesperaba como sí el enfermo fuera de la familia. Era muy sentimental y cariñosa. El Doctor Sánchez era un hombre cultísimo, amante de los libros. Él mismo recibía a sus hijos al nacer, los bañaba y los vestía. Esas cosas los unieron como un haz. Poco tiempo después del último parto Acacia murió a consecuencias del paludismo. Fue algo terrible.
Es hija, como sus hermanos de ese amor profundo entre sus padres, que tratará de reproducir sin conseguirlo en las relaciones de pareja. Desde la más temprana infancia el dolor y la alegría son dos ingredientes contrastantes de su personalidad. Era increíble que aquella familia dichosa fuera estremecida por una pérdida como la de Acacia Manduley, la madre de la que ha heredado ese aire de dulzura, esa capacidad de relacionarse con sus semejantes y quizás también esa tendencia a la jovialidad que en su vertiente más fuerte la llevara a organizar bromas terribles, a las que no renunció cuando ya era una mujer de gobierno y por las que Fidel, en más de una ocasión, mostró su desacuerdo como ocurrió con la falsa comparecencia televisada de Chucho, Jesús Montané Oropesa, cuando se preparaba la gran cena popular en la Plaza de la Revolución.
La alegría fue la huella que dejó Acacia Manduley en el recuerdo de quienes la conocieron. Era particularmente jovial, bromista, romántica, solidaria con las jóvenes parejas de enamorados, servicial, amiga de todo el mundo. Cuando se sentaba en el portal de la casa de Media Luna enseguida venía el gran desfile de vecinos a saludarla, a consultarle sobre los remedios caseros, a comentarle los más disímiles sucesos, escena que se reproduciría protagonizada por Celia en el portal de la casa amarilla de Pilón y luego en la cuadra donde se cruzan las calles 11 y 12 del Vedado.
Después de un parto, que sería el último, el paludismo la atacó con fuerzas. Era un mal frecuente en la zona, al cual el doctor Sánchez dedicó horas de estudio. Se trataba únicamente con quinina, pero a una mujer recién parida la quinina le provocaba hemorragias. Todo Manzanillo acudió a ayudar cuando se supon que eran necesarias transfusiones de sangre. Pero, a pesar de los desvelos del doctor Sánchez junto a otros médicos de la zona, Acacia murió el 19 de diciembre de 1926.
Mamá murió en pleno conocimiento —recordaría, mucho tiempo después Griselda— y encargándole a Papá que no nos separara nunca. Hay que imaginar lo duro que fue que mi madre se nos muriera tan joven. La historia de cómo fueron ocurriendo las cosas para mí se fue hilvanando con el correr de los años, porque cuando mamá muere yo era muy pequeñita. Pero es indudable que para la familia fue un golpe muy fuerte.
A mi me parece —señalaría el hermano Miguel Enrique, mayor que Celia— que la muerte de mi madre afectó muchísimo a Celia, más que a ninguno de nosotros. Ella tenía seis años y realmente se vio muy mal después de la muerte de mamá. Se quedo más tranquila. No era de las que corrían, brincaba o hacía las cosas propias de nosotros. Fue una etapa mala para ella. En los momentos de gravedad de mamá, cuando ya se veía que iba a morir, a Celia, Flavia y a mí nos mandaron para la casa de enfrente, donde vivía un tío mío, Pepe Manduley, hermano de mi mamá. Ya en los momentos finales Papá nos mandó a buscar para que la viéramos. Y cuando fallece es que pasamos todos a estar con ella allí y junto a Papá. La impresión para mí fue terrible porque yo no esperaba aquello. Además yo había visto siempre a Papá muy ecuánime y lo vi desesperado. Y recuerdo que fui a darle un beso a mamá y él me gritó ¡Miguel Enrique! Y yo nunca lo había oído gritar en ese tono de desesperación, y me quedé pensando que si lo hacía recriminándome y me asustó, pero luego dijo: ¡Bésala, hijo mío! Aquello fue muy duro.
Aunque Manuel estaba transido por el dolor por la muerte de su amada Acacia, a quien nunca dejó de añorar, desafío las costumbres de la época y no hubo casa cerrada, ni variaron las costumbres, ni los ocho huérfanos vistieron de negro. Desde entonces, los Sánchez Manduley se distinguieron en el vecindario por una manera particular de vivir que no tenía en cuenta muchos de los prejuicios y costumbres de la época, lo cual no dejaría de despertar suspicacias en algunos, aunque la bondad y el respeto ganado por el Doctor Sánchez los atenuaría. A pesar del esfuerzo porque la vida continuara de la manera más grata posible para los huérfanos, se sentía el vacío de la risa de Acacia, su parloteo con vecinos y empleados de la casa, aunque la abuela Doña Irene Alsina vino a ocuparse de los nietos y la tía Gloria Manduley rompió su compromiso de casamiento para ayudar a criar a los hijos de su hermana muerta.
La niña Celia siguió buscando a su madre, no entendía por que no podía encontrarla. Soñaba con ella y cuando despertaba encontraba la ausencia. Creía verla en la cocina y corría a abrazarla y solo encontraba vacío. Era imposible entender esa dialéctica extraña que intentaba mostrarle su padre entre poético y científico. Las nubes, las flores, los pájaros aparecían y luego no estaban y para que hubiese nuevas nubes, nuevos pájaros y nuevas flores tenía que ser así. No podía entenderlo, como no pudo cuando sorpresivamente Sadurni emprendió el mismo camino que ella siente esté próxima a tomar en este diciembre de 1979.
No fueron suficientes las explicaciones del padre sobre la muerte como un suceso que es parte de la vida. Ni el consuelo de la devota abuela Irene: la madre estaría en el cielo acunada por los Ángeles, en estado de absoluto bienestar porque había sido buena en la tierra. Ni el apoyo de la tía Gloria y la compañía de sus hermanos. La niña Celia se retrajo por un tiempo y fue necesario un tratamiento médico para sacarla de la depresión en que se sumió. Tardó años en dejar emerger a la díscola y bromista que sería después. Entonces comenzó su afición por el dibujo y diseños que luego aplicaría a su ropa y que más tarde la inclinaría por la cerámica. Dibujar fue un consuelo para el primer gran dolor de la vida. Luego vendrían otros.
Flavia había sido la hermana más próxima en los días de infancia y adolescencia, hasta que se fue a la capital a estudiar odontología mientras a causa de una ofuscación Celia volvía a la casa paterna sin terminar el bachillerato.
Yo tenía cinco años cuando Mamá murió. Pero recuerdo que en los años posteriores a ese triste suceso Celia siguió retraída, no era tan bullanguera como nosotros. Realmente empezó a salir de aquella situación cuando ya estaba próxima a la adolescencia. Celia y yo teníamos el mismo cuarto —cuenta Flavia— el mismo escaparate, la misma cama, una gaveta para cada una, las zapateras. Ella era ordenada desde chiquita. Cuando salía ella se hacia responsable de mí, de Griselda y Acacia, de todos nosotros los más pequeños. Jugábamos mucho a los yaquis y al pon. Pero nuestro juego preferido era jugar en una casíta de guano que Papá había mandado a hacer en el patio de la casa. Era una casíta de yagua y guano, pero muy bien hecha, muy bonita. Esa casíta nos servia también para jugar al circo. Poníamos una sábana blanca y formábamos el circo. Nos gustaba venir a pie de la escuela y ver el río y bañarnos en él. Deambular con nuestras sombrillas con las que intentábamos coger los peces de una fuente publica. Después, cogíamos la bicicleta y con un amiguito de mi hermano Orlando, nos llegábamos hasta la marina, distante unos dos kilómetros.
Desde este diciembre último de su vida Celia puede sentir el aire del mar y el olor a sal mientras pedaleaba la bicicleta hasta La Marina. Esos dos kilómetros entre su casa y el azul inmenso tenían un carácter de escapada libertaria, como las carreras a caballo en la finca San Miguel del Chino, aunque la pasaba igual de bien en el bohío del patio jugando a las casitas y asando boniato para luego comerlo con mantequilla. El Doctor Sánchez le daba mucha libertad pero tomaba precauciones.
Ese paseo hasta La Marina, es muy lejos. Tienen que hacer cuidados.
Pero parecía injustificado cualquier temor ante la apariencia de tranquilidad entre el Río Vicana, el olor dulce de la caña de azúcar que el aire traía desde el central, las azuladas montañas y el mar indescifrable. Había mucho azul en el entorno y verde lujurioso de plenitud. Hasta la casa era verde claro en contraste con las tejas rojas como los atardeceres que anunciaban la hora de las sombras, los fantasmas y locos. Flavia sentía miedo pero Celia no, a lo sumo hablaba con una amiga imaginaria o dormía tranquilamente como haría luego en la Sierra Maestra, incluso bajo un bombardeo. Lo único que podía alterar su serenidad era la aparición de un ratoncito, era el único ser viviente que podía aterrarla.
A esa hora, la de las primeras sombras, el viejo Dionisio empezaba su guardia frente a la casa y contestaba airado con su cuchillo amenazador a las burlas de los chiquillos. Dionisio era misterioso como la muerte o la misma vida. No se sabía de donde había venido. Que si polizonte en un barco desde las Islas de Trinidad, prófugo de la justicia, abandonado de la campaña política del candidato presidencial y luego presidente José Miguel Gómez.
El Doctor Sánchez le construyó un cuarto en el patio de la casa. Dionisio empezó ocupándose del pozo, de cargar el agua con la bomba y llenar el tanque. Se ocupaba del patio, del jardín y las plantas y peleaba mucho por proteger la mata de mango amenazada por el horno de los boniatos.
—Van a secar la mata con tanto calor, usted verá que un día la mata se pone brava y no da más mango y se muere, se muere y ya.
Con Dionisio e Ignacio Brook, otro empleado de la casa, aprendió Celia las primeras artes de jardinería. De verlo hacer. Y tal vez de aquel espacio ordenado que era el patio, o de ver la imagen de la cordillera a contraluz empezó a hacer siluetas para los juegos de sombras chinescas y luego comenzó a dibujar. Cuando el programa de CMQ radio “La abuelita zapatona” convocó el concurso, se sintió tentada y envió un dibujo.
Siguió las clases con la maestra Beatriz Pernia, las escapadas en bicicleta hasta La marina, las caminatas exploratorias con Flavia y los amiguitos por el pueblo, las vueltas en el parque, como olvidada de aquel dibujo, pero anhelante por los resultados. Y un día llegó el cartero con un paquete. Una caja de lápices de colores y un libro para colorear constituían el premio a su primer triunfo.
Fue muy feliz nuestra infancia, a pesar de la pérdida de mamá y de lo mucho que siempre trabajó Papá, relata Flavia. La consulta la daba Papá por las mañanas y aquello se llenaba, y cuando terminaba y le quedaban casos les decía que fueran con él para el ingenio y allí estaba a la una de la tarde. Después regresaba a la casa, almorzaba y se acostaba un rato para luego volver a consultar. Ya como a las cuatro de la tarde salía a visitar a los enfermos y nos montaba en el automóvil con él, porque siempre nos mostró cómo era la realidad de la vida, cómo había gentes pobres y necesitadas y nos acostumbró a ayudarlos.
Tenía vocación de pedagogo, asegura Flavia, porque, desde chiquitos los cuentos que nos hacía, las tertulias que teníamos todas las noches, siempre las utilizaba para enseñarnos. Papá era un ejemplo de hombre estudioso e interesado en las más diversas cosas del saber. Sostenía correspondencia con personas muy importantes, historiadores, geógrafos, científicos. Nosotros crecimos mientras él hacia estudios sobre el paludismo, excavaciones en los sitios donde estaban establecidos los originales habitantes de Cuba y si se leen sus artículos, discursos, ensayos, se puede verificar y si se mira su correspondencia se puede comprobar como era apreciado por sus estudios y descubrimientos.
OBSERVACIONES SOBRE EL PUEBLO INDIO DE LA PROVINCIA DE MACACA
En la actualidad, no cabe duda alguna sobre la situación exacta del pueblo indio de Macaca o principal núcleo de población en la provincia, punto de residencia del cacique. La tradición ha conservado con el nombre de pueblo viejo de los indios un punto en la pequeña sabana de Macaca, como también el cementerio junto al mismo. Esta sabaneta es alta y seca, de terreno arcilloso con muchas piedras pequeñas y sueltas, es llana con ligero declive al río vecino y rodeada de feracísimas tierras. Ningún lugar más apropiado para la situación de un pueblo indio. A seis kilómetros de la costa a orillas de un delicioso río con profundidad suficiente para sus canoas incurrir al mar; un lugar alto y seco, una explanada de cuatro caballerías sin arboledas, rodeadas de bosques umbrosos, que le libraban de los vientos y de ser vistos por enemigos de la mar. Un suelo prodigioso por su exuberancia, pues esta tierra de Macaca es tan rica y primorosa, que ha resistido la explotación de los siglos pasados; innúmeras estancias con plantíos a gran escala de plátanos y otras frutas que eran llevadas a Manzanillo. Pasada la guerra del 95 se hicieron grandes colonias de caña para el central Isabel y por más de 20 años se conservan estas cañas siendo siempre las mejores, sin necesitar del cultivo, del arado; la civilización no ha tenido que tocar esa tierra de promisión, esa tierra indígena, que hace concebir, a través de las centurias pasadas cuán felices y dichosos no serían los indios de Macaca, hasta que la civilización vino a amargar con su brutalidad imperialista aquella vida paradisíaca.
Casualmente esta prodigiosa tierra pertenece hoy al Doctor Carlos Manuel de Céspedes, y digo casualmente, porque no podían estar en manos más cubanísimas, y ya que fueron perdidas por sus aborígenes poseedores, es suerte que vengan a tales manos, por la familia Céspedes acreedora a tal herencia, por sus sacrificios de sangre y fortuna en aras de la libertad, que fue el ideal por el cual también sucumbieron los indios.
Hatuey, padre libertario de la raza indígena, Carlos Manuel de Céspedes, Padre libertario del nuevo pueblo. Ambos grandes cayeron por el mismo ideal de Patria y Libertad, el uno inmolado en Yara, el otro crucificado en San Lorenzo, ambos de cara al enemigo común bajo el mismo panorama grandioso, teniendo por testigos mudos los picos de la Maestra como grandes e imperecederos son los nombres de aquellos héroes. También el Maestro, el Apóstol Martí participa de la gloria y dirige su postrer mirada a la cumbre donde cayó Céspedes, forma la tercera columna del triángulo simbólico, son las tres cimas que sirven de apoyo al edificio de nuestra libertad, ellos son nuestra apoteosis.
Volviendo a nuestro pueblo indígena, he observado, profanando lo que quizás para ellos sería lo más sagrado, los montículos donde depositaban sus caros muertos, he encontrado esqueletos casi hecho polvo por los siglos. Más de seis fosas han sido cavadas y disecados los huesos en la tierra. He llegado a comprobar la situación en que colocaban a sus muertos. La cabeza hacia el naciente y los pies hacia el poniente. Este aserto lo ha podido comprobar el Doctor Carlos Manuel de Céspedes en su actual visita a sus propiedades, pues constituidos con varios amigos en el cementerio indígena, el Doctor Delio Núñez Mesa, Administrador del central, descubrió con gran paciencia, un esqueleto en posición supina y orientado en la forma ya indicada. Además, he observado y también dan fe todos los que han hecho descubrimientos de huesos en el cementerio, que todos los esqueletos, presentan el cráneo con una olla hecha de barro. No ha sido posible conservar ninguna entera pues por lo superficial que se halla el cementerio, no quedan más que fragmentos. Hay vecinos que cuentan haber encontrado ollas enteras con una cabeza dentro, no habiéndolas conservado.
El cementerio debe su destrucción a los lavados periódicos de las aguas fluviales que corren con bastante declive sobre ese suelo. En donde estaba el pueblo de indios se hallan hachitas y restos de ellas, como en todo el trayecto hasta el mar. En este camino, en algunos sitios hay montículos de caracoles, que no han sido aún removidos y donde se han encontrado hachas y piedras talladas. Yo conservo un pilón de maíz hecho de piedra viva, encontrado en una de estas elevaciones con caracoles. En otros lugares hay círculos hechos con caracoles que parecen o dan idea como si fueran los cimientos de viviendas indias pues fuera y dentro de la circunferencia no hay caracoles y estos llegan a gran profundidad. Grandes excavaciones darían luz sobre estos particulares. (1925)
La zona de Macaca estaba considerada por el doctor Manuel Sánchez como un sitio sagrado al que se sentía ligado no solo por sus valores históricos, sino sentimentales. A la familia Céspedes le unía admiración y afecto profundo. La finca Macaca, de Randolfo Cossio de Céspedes, nieto del patriota Pedro de Céspedes, fue lugar de encuentro y excursiones con su Acacia en los tiempos del noviazgo y luego con sus hijos, a quienes trataba de trasmitirles sus inquietudes y saberes sin presiones, dejando que en cada cual apareciera la personalidad propia.
Celia reedita de manos de la memoria aquellas excursiones iniciales con su padre, que aprovechaba esos ratos de esparcimiento para contar todo lo que le pareciera memorable de cada sitio, indicar los valores curativos de las plantas y enseñarlos a moverse con naturalidad por los montes mientras explicaba la utilidad del paseo, recordando a Martí subir montañas hermana hombres. Ese será el primer entrenamiento para sus años de guerrillera, cuando, para asombro de todos, sus pasitos pueden igualarse a las grandes zancadas de Fidel y a la movilidad de la tropa. Y podía, como su madre Acacia, recomendar remedios para todos los males. Hojas de caisimón para las inflamaciones, hierbabuena y mejorana para los disturbios estomacales, romerillo para la garganta, flores de majagua para los ahogos, cáscaras de piñón contra los resfríos, caña santa para los malestares gripales junto con yagruma y cordován, albahaca y verbena para las erupciones en la piel.
Así iban transcurriendo los días de la vida, entre enseñanzas, paseos y visitas que se anticipaban con la presencia del cartero. Era muy importante la correspondencia que llegaba frecuente a la casíta verde de Media Luna y luego a la amarilla de Pilón. Entonces era un medio fundamental de comunicarse y ella le tomó el gusto a escribir cartas, al punto de que forma parte de la antaña costumbre de los escribanos, la de prestar el servicio de hacer una carta a aquellos que no sabían leer y escribir o los que querían mensajes especiales para temas complejos o declaraciones amorosas.
Habana, 24 de mayo de l925.
Sr. Dr. Manuel Sánchez Silveira.
Medialuna, Oriente.
Muy Señor mío:
Tengo el honor de referirme a su atenta de fecha 12 del corriente, contestación a mi anterior del 12 de abril.
Confirmo cuanto en aquella le dije, y tengo el gusto de anexarle un ejemplar de los Estatutos y del Reglamento de esta sociedad y una solicitud de ingreso para Socio Corresponsal, que le ruego se sirva llenar, dejando en blanco el espacio destinado a las dos firmas de dos Socios de Número, que será debidamente llenado por dos compañeros. Le acompaño también el último de los folletos publicados por esta sociedad.
Siendo sus trabajos de tanto interés para nuestras aficiones, y, habiendo hablado de ellos con el Dr. Carlos de la Torre, le estimaríamos que nos enviase de vez en cuando comunicaciones sobre los resultados de sus pesquisas, y más todavía, que pudiera UD. mismo venir a leerlas ante la Sociedad.
Espero su respuesta y la devolución de la solicitud de ingreso, y me repito su atento S. S.
Fdo Juan Manuel Planas
Secretario General de la Sociedad Geográfica de Cuba.
El doctor Sánchez Silveira era un ser de profunda sensibilidad patriótica al punto de declarar que los más importante que tiene un ser humano en su existencia es la patria. Durante toda su vida se empeñó en no dejar perder en el olvido a los fundadores de la nación cubana. Ese interés a la larga calará hondo en Celia hasta convertirla también en guardiana de la memoria de la gesta que vivió como protagonista. Inconscientemente fue guardando cada carta, papelito, documento de la epopeya. Cuando no tenía a mano la máquina de escribir hacía los duplicados a mano con la misma devoción que su padre rendía homenaje a los hacedores de la patria cubana. Su homenaje a Moralitos, uno de los jóvenes de la guerra de los diez años, alabado, a causa de su martirologio, por José Martí, es uno de los tantos documentos que demuestran la altura moral del doctor Sánchez y explica de donde venía la sabia de su formación patriótica.
Homenaje de Manuel Sánchez Silbeira a Moralitos
En el 55 aniversario de su muerte. (Folleto editado en la Imprenta y Casa Editorial El Arte, Manzanillo, 1927] (Fragmento)
Se editan estas pequeñas paginas para conmemorar el 55 aniversario de la Muerte de Rafael Morales y González, patriota de fino corte espartano, que, estoicamente, murió de hambre en el fondo de una selva, sin exhalar una queja y pensando solo en su Cuba.
Que los nobles hechos aquí relatados hallen eco simpático en el corazón del magisterio cubano y en los gloriosos supervivientes de nuestras Epopeyas Revolucionarias. Que sean ellos los que inicien la santa obra de recoger esos venerados huesos, que siguen reposando en el olvido, en un rincón de la Maestra. Que el duro mármol o el rudo bronce inmortalicen la efigie de Moralitos, como la esculpió el verbo de nuestro divino Maestro en esta lapidaria frase:
De viril etiqueta, empinado y vivaz, verboso de pensamiento y todo acero y fulgor, como tallado en una espada.
RAFAEL MORALES Y GONZÁLEZ
Su tumba no se ha perdido.
Allá por el año mil novecientos, siendo el honorable patricio Don Manuel Sanguily, director del Instituto de Segunda Enseñanza de La Habana, me cupo el honor de haber sido alumno en aquel plantel, del venerable anciano Don Manuel Villanova, de ilustre memoria para el pueblo cubano, no solo como patriota sino como esclarecido talento.
En su cátedra de gramática todos los días nos hablaba de patria. Allí nos enseñó a conocer a La Avellaneda, a Heredia, Luaces, Plácido, etc.; a venerar a Don Pepe de la Luz, a admirar a Saco y a Merchán. Vibraba de juvenil entusiasmo cuando relataba los hechos históricos de nuestras guerras. El formó nuestros corazones para venerar lo más grande que tiene el hombre: la patria.
Una tarde hablábamos de la epopeya del 68, dio la casualidad que llegara a clase el Director. Nuestro viejo amado, con su acento cariñoso, se dirige a Sanguily, diciéndole: Me ha cogido usted in fraganti delito; en lugar de cumplir con mí deber de explicar gramática, materia tan árida para los muchachos, les hablaba de historia patria. Estábamos recordando la gran guerra donde usted fue héroe y se cubrió de glorias nuestro llorado Moralitos.
Don Manuel Sanguily, conmovido, abrazó al anciano patriota y nos dio a conocer con su palabra dulce y persuasiva, a veces vibrante y enérgica, quién era para la patria y lo que valía para los cubanos aquel venerable anciano, que era el primero en respetar; que no olvidáramos sus enseñanzas porque hombres como Don Manuel Villanova nos quedaban muy pocos. Él acabó de darnos a conocer quién fue en la guerra, Rafael Morales y González.
Desde entonces quedó grabada en mi pecho la figura simpática de aquel adolescente, que acabé de conocer en la historia. He tenido la suerte de hallar su desconocida tumba, que nos decía Sanguily, su entrañable amigo, que quedaba perdida en lo más abrupto de la Sierra Maestra. (Manuel Sánchez Silveira)
Mientras la figura del padre emerge luminosa de ese paseo último que ha emprendido sobre su vida, Celia lamenta no haber recopilado su obra. Fueron notables sus análisis sobre las causas de los males de la republica, el uso de las efemérides históricas para llamar la atención sobre los compromisos con ese pasado heroico y sus denuncias arriesgadas a la injusticia reinante que consideraba factor fundamental para la falta de desarrollo. A él se deben los primeros bustos de Martí y Céspedes en Media Luna, el instalar la replica del Martí del Turquino en Pilón, el promover tarjas conmemorativas no solo en su comarca, sino hasta en Pinar del Río, donde visitó Mantua, sitio hasta donde llego la invasión de Antonio Maceo. Las andanzas del Doctor Sánchez por la Sierra Maestra hicieron época y propiciaron aportes fundamentales a la Historia de Cuba, como el descubrimiento del lugar exacto de la caída de Carlos Manuel de Céspedes, el gran adelantado de la rebelión contra España.
La Habana, 5 de junio de 1930.
Sr. Dr. Manuel Sánchez Silveira
Medialuna
Oriente.
Mí querido amigo:
Tengo el gusto de presentarle al portador de esta carta, a quien sin duda usted conoce ya por sus numerosos e importantes trabajos históricos.
Él se propone hacer una excursión a San Lorenzo y yo le he ofrecido esta carta, no solo para que al pasar por Media Luna tuviera el gusto de conocerlo a usted, sino porque sabía que usted podría suministrarle los más prácticos informes sobre la mejor manera de efectuar el viaje.
Le recomiendo pues sus atenciones siempre amables y con recuerdos de Laura y míos para usted y toda la familia, quedo de usted con la simpatía de siempre, afectísimo y S. S.
Fdo Carlos Manuel de Céspedes. (Hijo)
Vida Literaria
Un libro sobre Céspedes.
Ha venido de La Habana para hacer una visita a San Lorenzo, el lugar donde cayera el Padre de la Patria, Carlos Manuel de Céspedes –sacado del olvido por una excursión que hiciera hasta allí para colocar una tarja de bronce, el Dr. Manuel Sánchez Silveira, a quien acompañara nuestro querido compañero y codirector Nemesio Lavié– con el objeto de adquirir datos para escribir una obra biográfica, el señor Gerardo Castellanos y Castellón, persona cultivada en las labores editoriales y rama de un valiente libertador cubano.
Logrado el propósito de la visita a San Lorenzo, la cual se llevó a efecto con la intervención del Dr. Sánchez Silveira, ha retornado a La Habana el señor Castellanos, prometiéndonos editar su obra en los talleres de nuestra Biblioteca Martí.
Al despedir Orto al señor Castellanos, hace patente de su reconocimiento por el amor y la dedicación que ofrece a la historia del gran caudillo de la Damajagua.
Revista ORTO, Manzanillo, junio 1930.
Cuando publicó En busca de San Lorenzo el historiador Gerardo Castellanos reconoció la ayuda indispensable del Dr. Sánchez para localizar el lugar exacto de la caída del Padre de la Patria y trazó una significativa semblanza del padre de Celia.
En cuanto a Sánchez, nadie me habló de sus recetas o curaciones. Destacase por su actividad viajera y conocimientos geográficos e históricos de la comarca. Anda por los campos más satisfecho y orondo que por su gabinete. Pude luego comprobar que tiene mejor tino para guiar por un trillo oculto de la serranía, que en localizar en su gabinete biblioteca museo un maxilar de indio extraído del cementerio de Macaca que me tiene ofrecido.
Es un hombre muy trigueño, completamente rasurado a estilo yanqui. Enjuto, de cara huesosa. Tiene parecido con el Faraón Seti I. Pulcro en el vestir. Nervioso. De marcada seriedad. Afable, aunque no festivo.
Sobre investigaciones geográficas e históricas puede monologar horas sin darse cuenta del desconcierto que produce en sus oyentes. Es popular y querido en la comarca. Me fijé en que sus clientes y convecinos exclusivamente le hablan de huesos de indios, vasijas fósiles, flechas, armas de insurrectos y de excursiones por la Sierra.
Muchos años después Castellanos hacía constar en una carta su pena por no haber visto al viejo amigo en una visita que le hiciera. Da una imagen también de la familia Sánchez Manduley.
Noviembre 5 de 1945
Querido y bien recordado amigo
Dr. Manuel Sánchez Silveira:
Estábamos fuera, de paseo por La Habana, mi esposa, mi hija Esperanza y yo, porque es el día preferido para rumbear nosotros. Pero al llegar a casa con mucho encanto y a la vez pena, supimos de su grata y gentil visita a nuestro bohío; sentimos no estar presente para saludarlo con cariño. Aunque era tarde cuando regresamos de las andanzas por la capital, a esa hora nos pusimos a recordar las horas de alegría y placer que pasamos en su hogar de Media Luna hace algunos años… Sus buenos hijos, ya crecidos y quizás algunos casados; su noble y cariñosa suegra, delicia de aquel lugar, su buena cuñada, la sabrosa mesa, y todas las cortesías a nosotros dispensadas por ustedes. Su hogar y ustedes, y Media Luna, viven siempre en nosotros.
Después…ha habido un eclipse, sin que por nuestra parte dejemos de pensar en aquel ayer.
Vi en Santiago en una fiesta en Bacardi, a su cuñado Arturo y anduve algunos días con Lavié. Por ellos me enteré de que usted estaba radicado en el apartado Pilón, que yo conozco. Se ha ido usted muy lejos.
He venido a su hotel a saludarlo, abrazarlo y dejarle unas páginas que le sirvan de beleno y a la par de señal de estimación mía.
De mi Maria para usted y todos los suyos, cariños.
Yo también los saludo y los quiero.
Su,
Gerardo Castellanos G.
Celia creció admirando a aquel padre que desde tan lejos de la capital, a casi mil kilómetros, en el recóndito Oriente, por empuje propio, logró llamar la atención sobre los sucesos regionales más significativos de personalidades tan destacadas en la cultura nacional como el sabio Don Fernando Ortiz.
Habana, julio 9 de 1934
Dr. Manuel Sánchez Silvera
Médico cirujano
Media Luna Oriente.
Distinguido compatriota:
Tengo su carta del día 26 de junio, la cual le agradezco mucho.
Cuando vaya a Santiago examinaré con mucho gusto los objetos de su colección. Permítame ahora algunas preguntas.
¿Si se encargara al señor Boffil, director del Museo Bacardi, una fotografía del cemí que usted envío al Museo, sabría él de que cemí se trata?
No he recibido con su carta la postal con fotografía de una cazuela india, que Ud. me anuncia. ¿Se le olvidaría a usted? Le agradezco mucho ese envío.
Recojo todos los datos que usted tiene la bondad de enviarme acerca del paradero de la Ensenada de Belic. Los aprovecharé para mi libro. ¿Sería fácil hacer una excursión arqueológica por ese paradero indio a que usted se refiere?
¿Conoce Ud. personalmente al Dr. Bernardo Uset, médico de Manzanillo, y a quien usted se refiere? ¿Podría usted recomendarme para poder merecer de él un ejemplar de las fotografías a que ud. alude?
En el diario Ahora, de la Habana, de ayer 8 de junio publiqué una conferencia con algunos datos sueltos sobre los indios cubanos. El próximo domingo publicaré otra conferencia, dando una interpretación científica de la llamada holgazanería de los indios. Si usted no tiene a mano ese diario, ruégole que me lo avise para tener el gusto de mandarle unas copias.
Le quedo muy agradecido por su fina atención.
Muy devotamente.
Fernando Ortiz
Papá nos hacía partícipe de alguna manera de su constante actividad y como en Media Luna no había un sitio para ir a conversar y divertirnos, en la medida que fuimos creciendo, aquellas tertulias de Papá servían también para entretenernos, recuerda Flavia. A Celia y a mí nos encantaba la música y hasta estuvimos estudiando piano, aunque sin éxito. La primera vez que vimos un aparato de música fue en casa de un vecino y nos obsesionamos con el aparato y todos los días pasábamos por aquella casa para escuchar el prodigio de un disco en un equipo que funcionaba dándole cuerda. Después Papá trajo una vitrola y luego de comer nos sentábamos todos a escuchar música. Era una ortofónica y se podían grabar los discos y Papá aprovechó para grabarnos regaños por algún mal comportamiento. Fue estremecedor alguna vez escuchar la voz de Papá, como cuando pintamos el cabello del jefe de la policía de verde, y él informaba que la policía estaba haciendo una investigación y serían condenados los responsables.
En realidad las bromas de la pandilla Sánchez Manduley estremecían de vez en cuando la tranquilidad de Media Luna. Flavia no ha podido olvidar aquella vez que fueron a visitar la última novedad del pueblo: un estudio fonográfico. Mientras el fotógrafo hacía su trabajo, Celia se apropió de algunas fotos de vecinos y luego se entretuvo con Flavia en enviarlas con el propósito de mortificar a los destinatarios. Les pusieron dedicatorias comprometedoras y más de una bronca conyugal se produjo a causa de la ocurrencia. Otra vez a Celia se le ocurrió pintar de verde el caballo blanco del jefe de la policía. Pintarrajearon al animal, le pusieron letreros: se vende, cómprame. Y el pobre animal torturado salió hecho una exhalación y no paró hasta el hotel del pueblo.
Cualquiera podía ser blanco de las bromas del clan Sánchez Manduley. A un visitante se le perdía una maleta. Un primo tuvo que irse después de una fiesta con un solo zapato y hasta los espíritus fueron molestados alguna vez. Fue uno de esos domingos que se dedicaban a las cabalgatas. Cogían al caballo Candela en la caballeriza, pedían otros prestados al administrador del central Isabel, venían otros amigos con los suyos y a corretear por todos los alrededores de Media Luna, hasta internarse en lo profundo de la floresta donde existían muchos centros espiritistas, pues el espiritismo era fuerte creencia en la zona. Ese día se unieron a una caballería que andaba por el camino y llegaron al Centro Monte Oscuro, rememora Flavia. Al llegar fueron sacudidos con hojas pero se les ocurrió que Orlando, el más díscolo de los hermanos, se metiera en el cordón e hiciera todo lo que viera hacer. Pero le tocó una persona coja delante y Orlando repetía todo lo que le veía hacer al pobre señor con sus limitaciones y el dueño del centro creyó que era una burla. Se armó el escándalo y fueron botados estrepitosamente del lugar y luego el dueño, que conocía al doctor Sánchez, fue a darle las quejas. Era a Celia a quien siempre se le ocurrían cosas como esas, la que lideraba a la pandilla familiar primero y a los compañeros de la escuela mas tarde.
Después de aquel período de timidez y pena profunda producida por la muerte de la madre, los hermanos de más edad parten de la casa a estudiar. Silvia y Chela para Santiago de Cuba. Miguel Enrique para el Cristo. Celia se convierte entonces en la mayor y responsable de los que le siguen: Flavia, Griselda, Orlando y Acacia. Los hermanos recordarán con cuanta seriedad Celia se tomaba el cuidado de todos ellos cuando iban a pasear al parque, tenían un día de playa y cuando comenzaba la zafra con su trajín constante de camiones de caña que pasaban cerca de la casa y que todos se asomaban para mirar, aunque podía ocurrir que fascinada por la caída de un aguacero, en vez de correr a guarecerse, se incorporara con ellos al disfrute de sentir que se empapaba de frescura, que podía escapar de aquel calor sofocante que caracteriza la región oriental. La lluvia, el río, el mar, el agua que corre, se mueve, inunda, refresca, será siempre para ella un goce particular.
Por eso se convierte en una nadadora experta aunque inició su relación profunda con las aguas en aquellos chapoleteos en cada charco de la calle camino de la escuela. Entre la casa, en el barrio del Carmen, frente al parque y las primeras clases había que atravesar el pueblo, pasar ante la fuente llena de peces que sabían de la llegada de Celia y Flavia porque siempre los inquietaban con aquellas sombrillitas que convertían en red para hacerles pasar el susto de sacarlos al aire y luego devolverlos al agua, para angustia del guardián que corría tras ellas intentando evitar la ceremonia de la pesca con la sombrilla.
Las sesiones escolares alternaban con las clases de piano con la profesora Nena Rodet. Pero los exámenes de música había que hacerlos en Manzanillo, los sábados por la mañana. Los malestares que la postran en este diciembre último son sustituidos por la excitación de aquellas travesías sabatinas. El barco salía de Niquero. Atracaba en Media Luna, Ceiba Hueca, San Ramón y Campechuela y recogía pasaje en todos esos sitios hasta llegar a Manzanillo, bordeando el litoral del Golfo de Guacanayabo. El padre las llevaba hasta el muelle y las encomendaba a Pepe Rosabal, el sobrecargo.
Por la tarde regresábamos, precisa Flavia. Y muchas veces nos sorprendían tormentas. Yo me asustaba. Lloraba. Y Celia serena, como si disfrutara del espectáculo, me consolaba y me daba valor. El mismo coraje tenía después para manejar el carro de Papá. Y aprendió sola, tomándolo y probando hasta convertirse en una consumada chofer. Ya en Pilón ella llamaba la atención por eso. Andaba por aquellos caminos como si fuera dueña de ellos, no importaban los precipicios, las lluvias, los lodazales, ella dominaba aquella cuña verde, descapotable en los descensos resbaladizos.
Le encantaba manejar, sentir el auto atravesando el aire con la fuerza de las altas velocidades, el caracoleo obligado entre las lomas, la sensación profunda en el estomago en las bajadas agudas. Por eso, llegar en hora y media a Playa Girón cuando el ataque mercenario no le parecía nada excepcional. Ni los tiros de los milicianos, que sorprendidos por aquella exhalación violeta orquídea que era su carro no podían imaginar que aquella premura por llegar al lugar del combate era protagonizada por la ya mítica Celia Sánchez Manduley.
Pero eso seria mucho después. La memoria la arrastra a los bailes que empezó a organizar en su casa primero y luego en el club de Media Luna y en la Colonia Española. Así comenzó su oficio de sacerdotisa de la alegría. Ese gusto de rodearse de gentes para procurarles bienestar, y tal vez quizás, para exorcizar sus secretas angustias, liberarse del peso de penas inconfesables. Entonces ella también bailaba, afirma Flavia. Siempre le gustó divertirse, reír.
Y resultaban significativas para el padre, la abuela, la maestra, las características de Celia niña. Por un lado tan ordenada y responsable con sus hermanos menores y por otro siempre inventando alguna pillería. A la vez, amante del juego a las casitas, de la ternura maternal con las muñecas y de una energía que la llevaba a encaramarse en los árboles, en el techo de la casa, a corretear a caballo. Por momentos absorta en quién sabe qué pensamientos o sueños y luego, inquieta y díscola.
La doctora Cucha Cossío, una de sus maestras en la escuela primaria, rememoró algunos de los contrastes de la personalidad de la Celia que ella conoció.
Mi padre y el de Celia eran amigos de la juventud. Era una amistad de familia. Aunque ninguno de los dos era religioso, se bautizaba a los hijos. Surgía la relación de compadrazgo, clásico en el campesinado. Mis padres eran los padrinos de Flavia. El Papá de Celia era padrino de mi hermano y así todos nos íbamos emparentando. Por último, varios hermanos Sánchez Manduley fueron mis alumnos.
Celia fue una niña muy linda. Su cara semejaba los cuadros de las virgencitas italianas. Yo tenía delirio con ella. Quise mucho a todos sus hermanos, pero había algo en esa chiquilla de ojos inmensos y dulce sonrisa que me robaba. Al principio era muy calladita, muy tranquilita. Jamás levantaba la mano para intervenir. Si alguien me hubiera preguntado de estas criaturas, ¿Quién tú crees que puede llegar a ser una revolucionaria? Nunca hubiera escogido a Celia. Parecía tan tímida, tan frágil.
Pero cuando tenia diez años descubrí que también era un poco zorrita. Un día advertí en el aula que estudiaran porque al otro día daría repaso. Al otro día comienzo a preguntar y nadie sabía nada. No habían estudiado. Olvidaron totalmente el repaso. Yo era recién graduada, muy joven todavía y con poca experiencia en la profesión. Me molestó muchísimo la falta de atención y se los recriminé para sensibilizarlos. Para rematar, les dije: lo que deben hacer es no venir más a clase, si total, no estudian.
Al otro día era sábado, y como de costumbre fui a casa de Celia, a visitar a Doña Irene. Esta abuela era un personaje. Se interesaba por las cosas de la juventud, de los enamorados, de los bailes. Yo disfrutaba muchísimo con ella. En medio de la conversación Doña Irene llama a Celia y le dice: Oye, cuéntale a Cucha en lo que tú andas. Celia bajó los ojos y se quedó tiesa. Imagínate, dijo Doña Irene, fue de casa en casa recordándoles a los muchachos que no fueran el lunes a la escuela, que tú lo dijiste bien claro.
Aquello me dio un sentimiento tan grande que se me llenaron los ojos de lagrimas y empecé a llorar sin consuelo. Celia no sabía donde meterse. Finalmente desapareció de la cocina. Doña Irene se reía de las dos a más no poder. Al poco rato me fui pero estuve todo el fin de semana preocupada. Llegó el lunes y no faltó ningún alumno. Celia había vuelto otra vez de casa en casa, retirando la consigna.
Después nos reíamos recordando nuestra vida en Media Luna y yo le decía. En mis cincuenta años de magisterio tú fuiste la única discípula que intentó hacerme una huelga. ¡Qué zorrita resultaste! y le agregué: Ya a los diez años eras rebelde y audaz.
Rebeldía y audacia, esas dos condicionantes esenciales para el camino revolucionario en cualquier plano de la vida se irán haciendo ostensible con el decursar del tiempo en la medida que la timidez se va disolviendo en actitudes de más arrojo que comienzan con las tretas infantiles y la relación plena con la naturaleza exuberante que la rodea, a la par de la educación casera que privilegia los más edificantes sentimientos humanos canalizados en el mejor cristianismo, el de: con los pobres de la tierra quiero yo mi suerte echar consagrado poéticamente en versos y obra por José Martí, el venerado héroe del padre de Celia.
Los días de infancia revolotean como las mariposas que en la primavera poblaban el patio, aquel patio de Media Luna hasta donde llegaba la crecida del río Vicana en la temporada de lluvia, siempre perfumado por el ilangilang y risueño por la algarabía de los juegos que en ocasiones se convertían en escapadas hacia el mar. Y por la noche las narraciones del padre sobre mujeres y hombres que desearon cambiar el mundo y lucharon para darle un destino diferente a las tierras americanas. De las primeras mujeres que escuchó hablar como heroínas fue de las abanderadas en la contienda inaugurada por Carlos Manuel de Céspedes, en l868. Temprano supo de Mariana Grajales, madre de los Maceo, los más valerosos guerreros independentistas cubanos. También su padre habla de los independentistas consagrados del continente americano y de los poetas. Sucre, San Martín, Bolívar son nombres que la acompañan desde el comienzo de su tiempo. Pero, a pesar de su mentalidad abierta, su padre no habla de Manuelita Sáez, la amante osada y valerosa de Simón Bolívar, seleccionaba a otro tipo de heroínas.
LA PRIMERA BANDERA CUBANA SE ENARBOLÓ EN LA CARIDAD DE MACACA
Provincia India de Macaca –feudo de los Céspedes. Este feudo comprendía, casi de la mitad del término de Niquero. Del Cabo Cruz por la costa de Guacanayabo hasta la desembocadura del río Vicana. Por el sur la Sierra Maestra, aguas al norte y por el este con el río Vicana; comprende a Niquero, cabeza del término y los barios de Belice, barrio N. Y S. de Niquero, Jagua-Gorito, Media Luna y parte de Vicana.
(Adolfina Cossio Esturovis.)