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Hugo Wong ha reconstruido la historia de su familia siguiendo los pasos de dos de sus antepasados que hace 150 años abandonaron China huyendo de la pobreza, y aterrizaron en el Estados Unidos del siglo XIX, tierra de oportunidades pero que terminó expulsándolos y los empujó a México, donde ambos consiguieron amasar fortunas considerables siguiendo caminos muy diferentes. Este libro narra la turbulenta historia de los chinos en América del Norte y abarca un siglo, de 1860 a 1960, marcado por convulsiones políticas y sociales sin precedentes, revoluciones, guerras civiles y pandemias mundiales. Las relaciones entre China y Occidente han estado dominadas por malentendidos políticos, desconfianza e ignorancia durante cientos de años. Sin embargo, existe una historia paralela de individuos, tanto en China como en Occidente, cuyas vidas se narran en este libro, que han ido contra corriente al tratar de comprender y demostrar las similares aspiraciones de estos dos pueblos.
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Seitenzahl: 576
Veröffentlichungsjahr: 2025
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LOS CHINOS PERDIDOS DE AMÉRICA
ASCENSO Y CAÍDA DEL SUEÑODE UN MIGRANTE
HUGO WONG
Título original: America´s loss chinese.
The rise and fall of an immigrant dream (2023)
Edición en castellano: Los chinos perdidos de América.
Ascenso y caída del sueño de un migrante
Primera edición: Marzo 2025
© 2025 Editorial Kolima, Madrid
www.editorialkolima.com
Autor: Hugo Wong
Dirección editorial: Marta Prieto Asirón
Maquetación de cubierta: David Visea
Maquetación: Carolina Mosquera
Foto de cubierta: Arturo J. González
ISBN: 978-84-10209-58-9
Producción del ePub: booqlab
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Con afecto, a mi familia de la diáspora, a los que sefueron, a los presentes y a los que vendrán.
Título
Créditos
Índice
Prólogo
Introducción
Primera Parte: Una Colonia China en América
1. Un hijo valiente
2. La única salida
3. Un mundo boca abajo
4. El desvanecimiento de un sueño
5. Plata, seda y especias
6. El Dorado chino
7. Burgués y mexicano
8. La tierra de las canoas
9. Un reformador en exilio
10. Un filántropo letrado
Segunda Parte: Un Mundo Trastornado
11. La masacre de Torreón
12. Bajo la protección del Dragón de Oro
13. Una mariposa en América
14. El gran saqueo
15. Un legado confuciano y americano
16. Locos años 30 en Shanghái
17. Entre oriente y occidente
18. Olvidados por la historia
Epílogo
Agradecimientos
Anexo Mensaje de Los Chinos Representativos de América (1876)
Bibliografía
Notas
Cover
Índice
Start
Crecí entre París y Ciudad de México, de padre francés y madre china-mexicana. A pesar de sus rasgos orientales, mi madre no habla una palabra de chino, ni tiene mucho conocimiento de su cultura o de su país natal dado que en 1938, con apenas 3 años cumplidos, tuvo que huir de la Concesión Internacional de Shanghái ante el invasor japones, refugiándose en México. Los únicos lazos que la conectaban con China y su pasado estaban escondidos en un antiguo baúl de madera que contenía fotos y documentos de familia, amarillentos por la edad, muchos de los cuales se remontaban a finales del siglo XIX, cuando sus antepasados salieron de China rumbo a Estados Unidos y luego México. Estos viejos cuentos de familia habían sido olvidados por largo tiempo, pues la memoria es selectiva y nadie de mi familia quería recordar masacres y humillaciones pasadas.
Casi cien años después, en busca de mis raíces, me sumergí en el contenido de ese baúl. De él cobró vida la curiosa historia de mi familia, que comienza en la provincia china de Kwangtung (Guangdong en mandarín) a mediados del siglo XIX y continúa del otro lado del Pacífico. A pesar de la distancia, mis ancestros migrantes lograron mantener fuertes vínculos con sus clanes familiares y su país de origen, recordando siempre su lugar en sus árboles genealógicos. Este libro rastrea las vidas de dos de mis antepasados, Wong Foon Chuck (hermano mayor de mi bisabuelo, Wong Yun Wu) y Leung Hing, mi otro bisabuelo (más tarde conocido como Jorge Hing Leon). En 1875, a la tierna edad de 12 años, Foon Chuck huyó de desastres naturales, hambrunas y violencia en Kwangtung, en el sur de China, para buscar fortuna en California. Cinco años más tarde, a los 14 años, Hing lo siguió. Este libro, sin embargo, es más que una biografía familiar. Narra la turbulenta historia de los chinos en América del Norte, utilizando las vidas de mis dos antepasados como ejemplo. Emergiendo de innumerables relatos olvidados de migrantes es una historia contada desde una perspectiva personal y familiar, y hecha posible gracias a los documentos de archivo inéditos que mis antepasados dejaron.
En el siglo XIX, los chinos que llegaron a América surfieron un choque cultural y un sentimiento de desarraigo único en la historia. Foon Chuck y Hing se instalaron inicialmente en San Francisco, que fue el primer barrio chino de Estados Unidos, un gueto donde predominaba la cultura china. Mientras estudiaba en una escuela de misioneros, Foon Chuck fue testigo del disturbio anti chino de 1877, lo que más tarde le hizo buscar fortuna en el salvaje Oeste. Como parte de la primera ola de inmigrantes, ambos terminaron siendo expulsados de Estados Unidos por la violencia contra los chinos y sus leyes de exclusión, algunas de las cuales permanecieron en vigor hasta 1968. En 1880 comenzaron sus carreras como sirvientes, camareros, cocineros, vendedores ambulantes, lavanderos y trabajadores ferroviarios, antes de ser de los primeros chinos en buscar refugio y establecerse en México. Los dos consiguieron amasar fortunas considerables, pero siguiendo caminos muy diferentes. Foon Chuck se quedó en el norte de México, el «salvaje Oeste mexicano», donde construyó un imperio empresarial gracias a sus múltiples relaciones políticas y transnacionales, convirtiéndose en un líder de fama mundial y uno de los primeros millonarios chinos de América. Hing, por su lado, se estableció en Ciudad de México y se convirtió en el principal vendedor de artesanía fina china, introduciendo el arte oriental en la burguesía mexicana de todo el país.
La historia de estos dos migrantes es única. Estuvieron inmersos en uno de los únicos intentos en Norteamérica de establecer una colonia china organizada, con ranchos inmensos, un banco internacional, la refinería de azúcar más grande y moderna del país, una escuela para hijos de inmigrantes chinos, un grupo que cotizaba en Bolsa, una cadena de hoteles y restaurantes, una red de distribución, un periódico, e incluso una empresa de tranvías. La mayoría de estos negocios atendían a la población mexicana, así como a los inmigrantes chinos. Los chinos nunca habían logrado ejercer tanta influencia económica sobre un territorio occidental, y hubo que esperar más de cien años para que un fenómeno así volviera a suceder. Todo esto fue posible porque el Gobierno de México de entonces promovía la inversión y la inmigración china. Esta colonia fue también construida bajo la égida de Kang Youwei, reformador, político y filósofo chino, en el marco de su movimiento político. Consejero del emperador Guangxu, fue condenado al exilio por la emperatriz Cixi por su intento de introducir reformas en China. Temiendo que China desapareciera por culpa de la decadente dinastía Qing y se convirtiera en una colonia occidental, Kang buscó unificar la diáspora china, liderando un movimiento político transnacional y convirtiéndose en socio de Foon Chuck en México.
La colonia china de Kang no sobrevivió mucho tiempo, pues fue sacrificada a la Revolución mexicana, que duró de 1910 a 1920 y mató a casi uno de cada 10 mexicanos. Durante un período de 30 años, la diáspora china en México sufrió una violencia sin igual en la historia de América, causando casi su completa extinción. Esa barbarie comenzó con la masacre de Torreón de 1911, uno de los mayores pogromos anti chinos de la historia de América, y fue seguido por muchos otros durante la década siguiente en todo el país. A partir de 1923, los chinos estuvieron sujetos a leyes raciales muy duras, peores que las que encontraron en Estados Unidos, lo que ilustra la propagación del fascismo en América. Al final los chinos sufrieron confiscaciones y expulsiones en masa en el país. Estos hechos, que hicieron perder a mi familia la mayor parte de su fortuna, son hoy en día inimaginables en un país como México y han sido en gran parte olvidados.
En 1929, mis abuelos unieron con su matrimonio las familias de Foon Chuck y de Hing, tomando de nuevo el camino del exilio, pero en sentido contrario al de sus padres. Huyendo de la violencia y de las leyes de exclusión del Nuevo Mundo se refugiaron en Shanghái. Esto les causó otro choque cultural, ya que la ciudad era entonces símbolo de modernidad y futuro de China, un país que hasta entonces había mirado exclusivamente hacia el pasado. Tras haber vivido durante 25 años ignorante de China y avergonzada de sus orígenes, mi abuela, una de las primeras mujeres euroasiáticas de América, finalmente encontró su lugar y pudo desenvolverse en ese «París del Oriente». Era una ciudad de migrantes por excelencia, un lugar de fusión cultural, donde mis abuelos llevaron al menos una existencia feliz durante pocos años. Irónicamente, aun allí fueron víctimas del racismo, encontrándose como extranjeros en su propio país, lo que muestra lo absurdo de una época a punto de lanzarse a las llamas del nacionalismo y la guerra en todos los continentes, lo que obligó a mi familia a tomar de nuevo el camino del exilio, pero esta vez habiendo perdido su fortuna.
Este libro abarca un siglo, de 1860 a 1960, un período marcado por convulsiones políticas y sociales sin precedentes en China, Estados Unidos y México, revoluciones, guerras civiles, pandemias mundiales y desastres naturales. La vida de la gente se transformó con el uso generalizado de la máquina de vapor, que hizo posibles grandes migraciones a través de todos los océanos y continentes habitables del mundo. Esta nueva geografía mundial, en la que el tiempo y la distancia se habían reducido, constituyó una fuente de intercambio sin precedentes entre culturas, pero también se correspondió con el auge del nacionalismo, el militarismo y el imperialismo en todos los rincones del mundo. Al igual que muchos de los migrantes de hoy, Foon Chuck y Hing se veían nadando entre dos aguas, considerados forasteros o peor, tanto por su país de nacimiento como por su país adoptivo, siendo siempre cuestionada su lealtad por ambos y sus vidas en Occidente afectadas por los acontecimientos del lejano Oriente. Por esa razón, a pesar de sus muchos logros, vivieron al margen de tres naciones y sus historias cayeron en el olvido.
El tema principal de este libro versa sobre cómo los migrantes respondieron y se adaptaron a su entorno, y los intercambios entre dos mundos diferentes, el chino y el norteamericano. Confrontados a una cultura ajena y a veces hostil, los primeros migrantes chinos se preguntaron por primera vez qué significaba ser chino, tratando de entender en qué eran diferentes de las poblaciones que encontraron en Estados Unidos y México. En nuestro mundo, más interconectado, este tema sigue siendo relevante y forma un hilo invisible a lo largo de la narración. El descubrimiento cultural fue mutuo, ya que también era la primera vez que los norteamericanos veían a chinos. Como potencia emergente, China es ampliamente cuestionada hoy en Occidente, aunque principalmente a nivel económico y político, y menos a escala humana y cultural. Este testimonio histórico, en una época en la cual el retorno a China era menos posible para los migrantes, constituye esencialmente una narración humana. Debería ayudar a comprender y poner en perspectiva este primer modelo de emigración chino basado en la familia y la diáspora, así como destacar varios rasgos culturales que aún dan forma a la sociedad china actual.
La historia de las relaciones entre China y Occidente ha estado marcada por malentendidos políticos, desconfianza e ignorancia durante cientos de años. Sin embargo, existe una historia paralela de una minoría de individuos, tanto en China como en Occidente, cuyas vidas se narran en este libro, que han ido contra corriente al tratar de comprender y demostrar las similares aspiraciones de los dos pueblos. El historiador John K. Fairbank (1907-1991), reconocido por haber creado la disciplina de estudios chinos en Estados Unidos, se culpó a sí mismo y a sus colegas por «uno de los mayores fracasos de la historia» al no haber podido anticipar y comprender la victoria comunista de 1949 en China, lo que preparó el escenario para el aislamiento completo del gran país asiático de Occidente durante las siguientes tres décadas. Escribió: «No teníamos conocimiento [...] y no había forma de obtener ningún conocimiento sobre la vida de los chinos ordinarios [...]. Nuestros informes eran muy superficiales. No pudimos educar, iluminar o informar al liderazgo estadounidense de manera tal que hubiésemos podido modificar el resultado1». Si los expatriados occidentales en China, que en su mayoría vivían en puertos regidos por tratados internacionales como Shanghái, ignoraban la realidad de un país tan vasto, lo mismo podía decirse de muchos de los emigrantes chinos que vivían en Occidente, con políticas de inmigración anti chinas desde 1880. Estas, aunque permitieron la entrada de unos pocos estudiantes, dificultaron enormemente el que los inmigrantes chinos se establecieran y prosperaran, siendo mis antepasados dos excepciones notables. Esto inhibió el desarrollo de un diálogo pluralista con China, allanando el camino para futuros conflictos. Uno de los propósitos de este libro, escrito en un momento de gran tensión geopolítica entre China y Occidente, es proporcionar un ejemplo de diálogo intercultural del pasado y promover conversaciones para el futuro.
El libro incluye una selección de fotografías antiguas de mis álbumes de familia, algunas del siglo XIX. Son una representación viva de las historias que cuento y van de la mano con ellas. La fotografía de la portada, particularmente original y distintiva de la diversidad cultural, fue tomada en México en 1909. Muestra a Hing con traje occidental, su esposa mexicana con vestido chino, y sus hijos, unos con uniformes oscuros, otras con faldas blancas, y una iglesia en el fondo, haciendo imposible adivinar el origen de esa extraña familia. Mi abuela es la niña de 3 años con lazo blanco que mira a cámara atentamente desde la esquina inferior izquierda. La fotografía muestra a una familia inmigrante alegre y confiada, ignorante de que solo un año después una violenta revolución destrozaría su mundo y pondría en cuestión su permanencia en México.
Muchos lectores podrán quizás reconocerse a sí mismos o a sus seres queridos en estos viajes a siglos pasados a través de varias culturas y continentes. Mientras escribía el libro desde mi casa me sentí ciertamente transportado a otros lugares y épocas. Deseo sinceramente que muchos lectores sientan lo mismo y que esta obra les genere un anhelo de viajes lejanos. Más allá de mi familia de la diáspora, el libro está dedicado a todos los lectores que, ya sea ellos mismos o a través de sus antepasados, han experimentado el desarraigo. Está escrito con un sentido de propósito, así como de deber hacia la memoria de todos los personajes cuyas vidas se mencionan. Aunque no sea historiador de profesión, en mi vida familiar y profesional he experimentado e investigado las sociedades chinas y mexicanas durante más de 20 años. Los retratos de Foon Chuck y Hing se basan principalmente en documentos, entrevistas y recuerdos familiares, así como en el trabajo de historiadores y sinólogos. Me he permitido cierta licencia artística para imaginar sus estados de ánimo y algunos de los detalles de sus vidas, aunque siempre manteniéndome fiel a mis fuentes y al trabajo de historiadores y comentaristas sociales de la época. Por precisión histórica, para algunos nombres y lugares chinos comunes, en lugar del mandarín moderno he usado la transliteración cantonesa o inglesa en uso a principios del siglo XX. Me he esforzado en presentar un relato equilibrado y vívido, poniendo en perspectiva el entorno social y político que pudo haber explicado en cierta medida los acontecimientos mencionados. Asumo la total responsabilidad de todas las opiniones que se expresan en este libro y pido disculpas de antemano por cualquier posible error u omisión. DOS HIJOS EN MÉXICO
Árbol genealógico de la familia Wong León.
Mapa del sur de la provincia de Cantón.
Mapa del norte de México.
China es un país con una historia de migraciones de varios siglos, no solo fuera de sus fronteras, sino también entre sus numerosas provincias, que continúa hasta hoy. En 2019 había alrededor de 11 millones de personas nacidas en China viviendo en el extranjero, 2,7 millones en Estados Unidos2; 50 millones de personas de ascendencia china fuera de China3, la famosa diáspora china, dos tercios de las cuales vivían en otros países asiáticos, y 290 millones de trabajadores migrantes en la propia China4. Esto significa que casi 1 de cada 4 personas en China es migrante interno y una de cada 130 personas fuera de China es de origen chino. El papel distintivo de la migración en China sigue siendo una importante fuente de dinamismo para su sociedad y su estudio constituye por tanto un ángulo interesante a través del cual tratar de comprender y analizar el mundo chino.
Esto no significa que la emigración sea deseada o bien vista dentro de la sociedad china, ni por los migrantes mismos ni por sus gobernantes. Por sus creencias espirituales, muchos chinos de ultramar permanecen profundamente apegados tanto a sus costumbres como a la tierra de sus ancestros, lo que representa que emigrar significa a menudo una experiencia traumática, solo justificada por consideraciones económicas o políticas. Históricamente, los emperadores chinos favorecieron siempre a los agricultores, que permanecían en sus tierras y pagaban impuestos estables, a diferencia de los comerciantes, asociados con el movimiento humano y representando una base impositiva menos fiable. Además, migración también significaba pobreza e inestabilidad, ya que la gente solía emigrar solo cuando tenía hambre. Era entonces vista como un signo posible de futuras rebeliones contra el Imperio. Finalmente, Confucio también escribió que mientras los padres están vivos es mejor que los hijos no viajen demasiado lejos5. No es sorprendente el que uno de los poemas chinos más famosos, Pensamientos de una noche tranquila, de Li Bai (701-762 CE), conocido de memoria por muchos chinos, trate sobre el anhelo del hogar:
Ante mi cama, la luz de la luna es brillante.Me imagino escarcha en el suelo.Mirando hacia arriba, miro la luna.Inclinando la cabeza, pienso en miciudad natal.
床前明月光疑是地上霜举头望明月低头思故乡
En los siglos XVIII y XIX se produjeron grandes movimientos de población en China, tanto hacia la mayoría de regiones periféricas (norte, suroeste y sur), como a las provincias de Kwangtung y Fukien. Mientras tanto, desde esas regiones del sur rodeadas de montañas, los emigrantes tendían a tomar la dirección del mar, principalmente al sureste asiático, y más tarde, a medida que el uso de barcos de vapor se generalizó, hacia América. La mayor ola de emigración china comenzó así a mediados del siglo XIX, impulsada por una enorme explosión demográfica. Entre 1650 y 1851, la población de China se triplicó, de aproximadamente 130 a 410 millones de personas, mientras que la del resto del mundo solo se duplicó. Resultado de un largo período de paz, una mejor higiene y atención médica, así como de una economía fuerte, esta explosión demográfica no fue acompañada de un aumento paralelo de la productividad ni de los recursos agrícolas, ya que la corrupta dinastía Qing no implementó reforma alguna. La gran burocracia Qing tampoco había crecido al compás de la población, por lo que no había funcionarios suficientes para proporcionar los servicios más básicos, como la gestión del agua o el mantenimiento de las rutas. Los funcionarios públicos eran constantemente solicitados por la población creciente, lo que resultó en una corrupción endémica, agravada por los bajos salarios que recibían y la venta de empleos gubernamentales. Si bien la población se triplicó durante ese período de 200 años, la superficie ocupada por tierras cultivadas solo se duplicó, creando un problema de escasez de tierras. Peor aún fue que, a medida que las técnicas agrícolas se hicieron más eficientes, hubo escasez de empleo, provocando una disminución de los salarios.
En el sur de China la pobreza se exacerbaba porque allí más del 90 % de los campesinos eran arrendatarios o trabajadores, mientras que en el norte la mayoría eran dueños de sus tierras6. Solo entre el 3 y el 5 % de la población en la provincia de Kwangtung poseía el 50-60 % de la tierra7. Para los arrendatarios, la escasez de tierras cultivables se trasformó en un aumento de los alquileres. En la sobrepoblada provincia de Kwangtung, donde la población casi se duplicó de 16 a 28 millones entre 1787 y 18508, el suelo apenas podía producir lo suficiente para alimentar a un tercio de su población9. Agobiados por los impuestos y las rentas, muchos agricultores se endeudaban, sin más remedio que empeñar o vender todas sus pertenencias, e incluso a sus descendientes (generalmente sus hijas pequeñas), ya fuera para adopción, esclavitud o prostitución. Durante el final de la dinastía Qing, esa práctica se extendió tanto que varias ciudades organizaban periódicamente un mercado abierto con ese propósito. El tráfico de niños no fue prohibido por la ley hasta 1935, pero se practicó hasta la Revolución comunista de 194910. Los campesinos incapaces de saldar sus deudas podían ser arrestados, golpeados y encarcelados por los funcionarios locales, y a menudo morían en la cárcel antes de que sus casos llegaran a juicio. El reclutamiento de trabajadores forzados para grandes proyectos públicos, una forma común de impuestos durante toda la historia china, generaba aún más resentimiento en una población agobiada11. Una canción popular de la época habla de las dos espadas que pesan sobre los hombros del campesino, altas rentas y tasas de interés, y de los tres caminos abiertos para él: escape, prisión o suicidio12.
Tales miserables condiciones eran a menudo fuente de rebeliones, violentamente reprimidas por funcionarios ineptos y corruptos. La Rebelión Taiping (1850-64) causó más de 20 millones de muertes, mientras que la Rebelión del Turbante Rojo de 1854-56, generó un millón de víctimas solo en la provincia de Kwangtung. El impacto de las inundaciones y sequías estacionales se vio exacerbado por estas luchas incesantes, con poblaciones locales incapaces de mantener la infraestructura de presas y canales. Un misionero estadounidense observó que la propiedad pública rara vez era atendida por la población local y a menudo era robada para uso privado. Una broma común era que «nadie en China es tan impuesto y engañado como el emperador13». Para hacer frente a la sobrepoblación, la escasez de tierras y el desempleo, muchas familias recurrían al envío de sus hijos varones a otras partes de China o al extranjero, manteniendo la base en su aldea natal. Para conseguir un salario, estos emigrantes podían vender productos en postas, administrar pequeñas tiendas, fabricar artesanía o trabajar en grandes proyectos de infraestructuras del Gobierno.
Desde el siglo XV, los emperadores chinos habían mantenido las puertas del Imperio completamente cerradas, tanto a posibles emigrantes como a los extranjeros que intentaban entrar en el país, cuya influencia se estimaba peligrosa. Sin embargo, después de la Primera Guerra del Opio (1839-42), los llamados Tratados Desiguales impuestos a China consiguieron la apertura de puertos controlados por naciones extranjeras, como Cantón (Guangzhou), Shanghái y Hong Kong. Esos tratados incrementaron el desempleo en la provincia de Kwangtung. Miles de comerciantes de telas se quedaron sin negocio como consecuencia de importaciones occidentales más baratas y 100.000 barqueros y empleados portuarios perdieron el trabajo tras la apertura de puertos del tratado más al norte14. Después de muchos siglos, Occidente, y Gran Bretaña en particular, finalmente había encontrado algo que vender a los chinos en grandes cantidades, el opio, y al hacerlo revertir su déficit comercial con China y pagar así sus otras guerras coloniales. Sobre la Guerra del Opio, el joven político conservador británico William Gladstone dijo: «Más injusta en sus orígenes, una guerra mejor diseñada para cubrir este país de permanente desgracia no sé si hay otra15». Por otra parte, mientras los nuevos puertos proporcionaban a los occidentales acceso al mercado chino, incluso para el opio, también daban a los emigrantes chinos los barcos que necesitaban para buscar fortuna en el extranjero.
Como resultado, entre 1848 y 1888, más de 2 millones de chinos emigraron al sureste asiático, América y Australia16. A principios del siglo, más de 5 millones se habían ido, y en la década de 1920 el número de chinos en el extranjero ya era de 8 millones. Casi uno de cada 50 chinos había emigrado17, cerca de uno de cada 10 de la provincia de Kwangtung. Un dicho chino común afirma que «dondequiera que haya mar, encontrarás chinos». De los primeros emigrantes chinos, más del 95 % se establecieron en Asia, principalmente en Formosa (Taiwán), Java (Indonesia) y Siam (Tailandia18), y solo una pequeña minoría buscó fortuna más lejos, incluyendo 135.000 en América del Sur y, más tarde, 87.000 en América del Norte19. Si hubo una emigración masiva se produjo principalmente dentro de Asia, ya que la mayoría de países occidentales comenzaron a restringir la inmigración china, y los migrantes naturalmente preferían destinos más cercanos y menos costosos, donde la asimilación étnica resultara más fácil. Mis antepasados, al elegir emigrar a América del Norte y no a Asia, fueron por tan-to una excepción, siendo de los últimos que lograron entrar en Estados Unidos antes de que el país cerrara sus puertas. Emprender un viaje tan largo y peligroso requería de audacia: uno tenía que ser rico e independiente, o simplemente estar más desesperado que la mayoría por ganar dinero.
Al partir de la provincia de Kwangtung rumbo a Estados Unidos en la década de 1870, mi tío bisabuelo Foon Chuck y mi bisabuelo Hing provenían de familias de orígenes distintos. La familia de Foon Chuck era nativa de la provincia de Kwangtung y ya había enviado con éxito parientes al extranjero desde mediados de siglo. La familia de Hing se había establecido en Kwangtung más recientemente desde provincias más al norte y se aventuraba por primera vez fuera de China. Mientras que la primera buscaba fructificar su capital humano, la segunda, siendo más pobre, simplemente intentaba sobrevivir.
Estas dos familias, que huían de los desastres naturales, la pobreza y la inestabilidad política, representaban situaciones típicas de la época. La región de Kwangtung es la provincia costera más meridional de China, históricamente la más abierta al mundo exterior, con el puerto de Macao, la ciudad de Cantón, y luego Hong Kong siendo durante siglos el principal, si no el único lugar del Imperio chino accesible a los extranjeros. Por su ubicación remota, lejos de la capital del norte, y sus movimientos de población, la región era asolada desde hacía mucho tiempo por calamidades provocadas por el hombre, como el bandidaje, la violencia entre clanes y feudal, y la corrupción a gran escala, a las cuales se sumaban las muchas inundaciones y epidemias que devastaban regularmente la provincia. En el dicho popular chino «el cielo es alto y el emperador está lejos20», uno encuentra un reflejo de esta provincia remota que sigue siendo válido hoy. Sin embargo, Kwangtung seguía siendo una de las provincias más prósperas de China. Los comerciantes cantoneses eran conocidos por ser astutos, independientes y trabajadores. El escritor Lin Yutang (1895-1976) describe a estos sureños como «progresistas y de mal genio», en contraste con los norteños, que eran calificados como «de pensamiento simple y vida dura», mientras que los chinos de las llanuras centrales, cuna de la civilización china, estaban «acostumbrados a la facilidad, la cultura y la sofisticación, y eran mentalmente desarrollados, pero físicamente retrógrados, amantes de su poesía [...] y cobardes en la guerra21».
Wong Foon Chuck22, hermano mayor de mi bisabuelo, nació en 1863, segundo año del reinado del emperador Tongzhi, en el pueblo de Chaitong23, a orillas del río Taam24, en la parte sur de la provincia de Kwangtung. A los niños del clan Wong se les recordaba que compartían apellido con el emperador antiguo más venerado, Wong Dai25 (2697-2595 a. C.), conocido como «emperador amarillo». Cuando nació, un astrólogo predijo que Foon Chuck tendría una vida excepcional pero tumultuosa, que reflejaba ese año de 1863, marcado por el final de una era. Correspondió con el fin de la Rebelión Taiping y también con el cambio de ciclo sexagenario del calendario chino (en el cual los nombres de los años se repiten cada 60 años). Al terminar su primera luna, un mes después de su nacimiento, se invitó a los familiares a celebrarlo, y ellos llevaron ropa y manitas de cerdo para felicitar a la familia, recibiendo a cambio lonchas de cerdo asado, el plato festivo de la provincia. Como todos los bebés chinos, Foon Chuck recibió primero un nombre de leche, que generalmente era el nombre de un animal, para desviar de él la atención de los espíritus malignos. Cuando comenzó la escuela se le dio su nombre oficial, compuesto por dos ideogramas, Foon y Chuck, que significan ancho y brillante. Este nombre fue elegido tras consultar con un astrólogo y un numerólogo, ya que se cree que el nombre influye en el destino de uno.
Chaitong significa «estanques juntos» en chino. El paisaje de alrededor es el de una tierra bendecida por el agua que fluye de innumerables estanques, canales y arroyos, alimentando los numerosos campos de arroz y la exuberante vegetación. Los agricultores usaban ruedas hidráulicas hechas de bambú al lado del río y norias, llamadas «espaldas de dragón», para regar la tierra. El arroz se producía en dos cultivos anuales utilizando métodos antiguos. Los búfalos se usaban para arar y los tallos se trasplantaban a mano. Hombres y mujeres vadeaban sumergidos hasta las rodillas en los campos, con una canasta en un brazo, plantando tallos y estiércol a intervalos iguales. Antes de cada temporada de cosecha, los arrozales se vuelven de color verde brillante, casi fluorescente, y de color amarillo dorado cuando el arroz está maduro, mostrando la riqueza de la tierra. Si bien mantiene su belleza, la mayor parte del paisaje natural de esta región densamente poblada ya muestra signos de la transformación humana, con los bosques semitropicales del pasado sacrificados al consumo humano desde mucho tiempo atrás. En primavera y la temporada de monzones que sigue, la bendición del agua a menudo se convierte en maldición, cuando las inundaciones y los tifones se llevan todo y a todos a su paso. Esto ha sucedido desde la antigüedad. China es como una meseta gigante inclinada de oeste a este, desde sus inmensas montañas hasta el mar. Foon Chuck, como todos los jóvenes chinos, conocía la leyenda del emperador Yu «El grande», que excavó la tierra, domó los ríos, le dio a la gente tierra firme y salvó a la humanidad de las inundaciones26.
A pesar de las inundaciones y hambrunas, Chaitong era un pueblo agrícola relativamente próspero, gracias en gran medida a su cercanía al río y a sus emigrantes, que comenzaban a traer dinero. Los chinos estaban orgullosos de sus ríos, fuente de fertilidad y alimento, así como importantes ejes de comunicación e intercambio. El río Taam era el hogar de muchas especies de peces, que los aldeanos atraían con luces por la noche y luego capturaban con cormoranes. La región de alrededor de Chaitong también era conocida por sus muchas aves, como los cuervos y las grullas, mientras que todavía se veían gatos salvajes en las colinas vecinas. El abuelo de Foon Chuck contaba historias de tigres asustando a los aldeanos en tiempos lejanos cuando Chaitong estaba rodeada de bosques.
En años de buena cosecha, la riqueza de Chaitong se exhibía durante el Festival de la Primavera, cuando se congregaba todo el pueblo, con el centro animado por actuaciones diarias de tropas de aldeanos bailando al ritmo de los tambores, los gongs y los petardos. Las casas eran decoradas con brillantes linternas y coloridas pancartas. Los petardos y los gongs servían para asustar a los espíritus comadreja, las hadas zorras, los pequeños demonios y los fantasmas hambrientos, que acechaban y esperaban en oscuros rincones para poseer a los aldeanos en el Año Nuevo. En el Festival de la Primavera los aldeanos limpiaban sus casas, compraban ropa nueva y honraban las tablillas de sus antepasados (losas con nombres de parientes muertos grabados en sus caras). La tablilla simboliza el asiento siempre presente del antepasado en el hogar y encierra su espíritu tras su muerte.
En China no había un día semanal para la iglesia y el descanso. Los agricultores, y más tarde los trabajadores, solo descansaban y se reunían durante los pocos festivales anuales, que marcaban el ritmo de las estaciones. Para la mayoría de chinos pobres del siglo XIX, la idea más alta y única de felicidad era que en esas raras ocasiones pudieran tener un pequeño trozo de carne para comer con arroz y verduras27.
Cada mes de mayo, a Foon Chuck le gustaba ver las carreras de barcos en el río durante el Festival del Bote Dragón, también llamado el Festival de los Niños, para celebrar la primera siembra de arroz y al poderoso rey dragón. Se pensaba que el rey dragón vivía en cuevas de montaña y lagos de agua clara que no se secaban ni en las sequías más duras, siendo por tanto el dios de los ríos y del clima. El festival duraba 3 días, durante los cuales largos botes de 40 a 50 hombres, con las proas adornadas con cabezas de dragón talladas, competían en parejas río arriba y río abajo, mientras en las orillas se disparaban petardos y los participantes, alegremente vestidos y ruidosos, remaban, agitaban banderas o tocaban tambores para ahuyentar a los monstruos del río.
Toda la vida Foon Chuck recordaría su primera infancia, cuando jugaba con sus amigos y parientes en los campos de arroz, persiguiendo ranas, pescando en el río y capturando grillos con canastitas de bambú. Sus recuerdos favoritos eran los que pasó con su padre, montando a los poderosos búfalos de agua o haciendo volar cometas hechas de bambú y papel de arroz en forma de animales y dragones. Los niños de la aldea, como los de toda China, también jugaban a los nudillos, cazaban al tigre (escondite), lanzaban monedas y pateaban el volante, hecho con plumas unidas por una cuerda de cuero. Sin embargo, una vez alcanzaban la «edad del juicio» (6 años), algunos empezaban a trabajar en los arrozales y a todos se les enseñaba a obedecer a sus mayo-res, perdiendo así la libertad. Todos en China estaban sujetos a alguien más: hijos a padres, esposas a esposos, padres a ancianos del clan, ancianos del clan a magistrados y magistrados al emperador. En consecuencia, del niño chino se requería obediencia en lugar de afecto, y su vida podía vol-verse limitada y aburrida a medida que crecía, gobernada por ideales de respeto hacia los superiores, dignidad frente a los subordinados y supresión de cualquier emoción28. Foon Chuck nunca llamaba a sus padres, tíos o hermanos mayores por sus nombres de pila. Tenía que levantarse de su asiento cuando se acercaban, usaba ambas manos para pasarles objetos y nunca podía contradecirlos o tratar de explicarse. Los niños de los hogares prósperos estaban sujetos a una disciplina aún más estricta. Foon Chuck recordaba cómo su padre se volvió más exigente con él cuando comenzó a ir a la escuela. Su familia no era rica, pero era de las más acomodadas del distrito gracias al dinero enviado por sus parientes de ultramar.
Veinte kilómetros río abajo de Chaitong se encuentra la próspera ciudad de Hoiping29, famosa por ser el centro del distrito donde comenzó la emigración china a Estados Unidos en la segunda mitad del siglo XIX. Sigue siendo hoy una ciudad arquetípica de migrantes. Hoiping es conocida por sus más de 3.000 torres fortificadas de varios pisos30, construidas por el campo de sus alrededores con el dinero de los migrantes. Estas torres se utilizaban para vigilar y protegerse de las inundaciones y, aún más importante, contra los muchos bandidos que regularmente saqueaban, secuestraban y mataban a los agricultores y sus familias. Esa arquitectura de piedra característica de la región es hermosa, y a menudo refleja la influencia occidental. Estas torres, ahora Patrimonio Mundial de la UNESCO, sirven como homenaje a estos migrantes, dando testimonio de sus sacrificios en el extranjero y de las riquezas que trajeron con ellos.
Lejanía de la capital no significaba educación deficiente, ya que, según un académico, la provincia de Kwangtung era una de las regiones académicamente más prestigiosas del país, y el Gobierno Qing había creado cuotas académicas especiales para la provincia31. Como todos sus familiares, Foon Chuck comenzó a ir a la escuela cuando cumplió 6 años. Era una escuela de pueblo típica con alrededor de 20 estudiantes de diferentes grupos de edad que aprendían juntos. Cada padre contribuía con dinero para libros, mobiliario escolar y el salario del maestro, titular de grado inferior del examen imperial (ver capítulo 9). La enseñanza se llevaba a cabo en el templo ancestral, el lugar más sagrado del pueblo, un edificio de una habitación que albergaba dos altares con varitas de incienso ardiendo frente a cada uno; uno con las tablillas de Confucio y el otro con una pequeña estatua de Wendi32, el dios de la literatura. Cada mañana los alumnos se arrodillaban frente a las tablillas y luego se inclinaban ante su maestro y entre sí por turnos. El estudio comenzaba al amanecer y continuaba hasta las 5 de la tarde, a menos que los niños fueran solicitados para ayudar a sus padres en el campo.
Torres de Kaiping a principios del siglo XX.
El primer libro de texto de Foon Chuck fue el Clásico de los mil ideogramas, un manual de la escuela primaria del siglo VI que consistía en un poema de 250 líneas de cuatro ideogramas cada una, que enseñaba preceptos morales, valores tradicionales y fenómenos naturales, a menudo cantados para ser memorizados mejor33. Mientras balanceaban sus cuerpos, los niños gritaban después de su maestro los ideogramas a memorizar con sus voces más fuertes. Por lo general se requerían cientos de repeticiones antes de que pudieran leerse correctamente. Al basarse en la memorización, el éxito de un niño en los estudios dependía menos de talento que de un trabajo duro, fuerza mental y conciencia34. El maestro de escuela los golpeaba con una regla de madera o un palo largo de ratán por cada error que cometían, ya que «educar sin severidad muestra la pereza del maestro»35. Teniendo en sus manos el destino de los herederos de la familia, el poder de los profesores en China era absoluto. Los maestros de las aldeas podían ser reconocidos de lejos con sus miradas severas, largas túnicas de erudito, jorobas y gruesas gafas. A los niños de la familia Wong se les recordaba que asistían a las lecciones para honrar a su familia y se los exhortaba a respetar a sus maestros y amigos, a ser rectos, caritativos y de buen carácter, a mantener buenas relaciones con sus vecinos y a mejorarse a sí mismos. La educación confuciana era tanto un medio para el ascenso social como una forma de adoctrinamiento moral36. La biblioteca de la escuela contenía solo una docena de libros, que eran tratados con el mayor cuidado y respeto, requiriendo protección regular contra los insectos y la humedad, dos calamidades típicas de esa región subtropical.
Foon Chuck era un niño precoz, muy querido por su maestro37. Era observador y fue estudioso desde temprana edad. Rápidamente aprendió a leer y escribir miles de ideogramas, además de desarrollar un interés por la poesía y la caligrafía que lo acompañaría toda la vida. Aprendió que una caligrafía experta tiene que ver tanto con la colocación de los trazos como con la fuerza utilizada para pintar cada uno de ellos, lo que se convierte en el alma única de cada ideograma. Más importante aún era que tenía el don de comunicarse con los adultos y congraciarse con ellos.
Hacia el final del verano de 1874, cuando acababa de cumplir 11 años, intensas lluvias y nevadas en las lejanas montañas del oeste hicieron que los diques del río, mal mantenidos, se rompieran. Durante varias semanas los niveles de agua subieron a lo largo del río, lo que obligó a la familia de Foon Chuck a buscar refugio en las casas de parientes que vivían en terrenos más altos. El pueblo acabó completamente cubierto por más de un pie de agua, como un lago perezoso, reflejando las nubes, la luna y los bambús. Pero lo peor estaba por llegar. En la noche del 22 de septiembre, fuertes vientos y lluvias azotaron la costa: un tifón38, más fuerte que cualquier otro al que sus padres se hubieran enfrentado antes, había llegado. Incluso en la cercana ciudad de Hoiping los techos de baldosas fueron arrastrados por el viento y cientos de personas murieron. El número de muertos en la provincia fue devastador. Según algunas fuentes, más de 100.000 personas perecieron, 7.000 víctimas solo en los puertos de Hong Kong y Macao, casi una de cada 10 personas39. Cuando el agua retrocedió y la familia Wong pudo regresar a Chaitong encontraría solo unas pocas paredes aún en pie. Todo lo demás en la aldea había regresado al agua y la tierra. Años más tarde, Foon Chuck seguía atormentado por visiones de cadáveres flotando en el río, incluidos muchos niños ahogados. El duelo por los muertos duró varios días. Foon Chuck y sus hermanos se preguntaban qué habían hecho los aldeanos para merecer tal ira de los Cielos. Todos los cultivos de verano se perdieron y algunos de los campos quedaron cubiertos de arena. Sus padres, al igual que sus ancestros antes que ellos, no tuvieron más remedio que empezar de nuevo, sabiendo que del agua y de la tierra pronto volverían a brotar los benditos tallos de arroz.
Afortunadamente, la familia Wong había almacenado algo de grano en Hoiping y los cultivos habían sido abundantes en los últimos años. Sus parientes en el extranjero también se apresuraron a ayudar, enviándoles preciosas monedas de plata para reconstruir sus hogares. A diferencia de muchas familias menos afortunadas, gracias a esto Foon Chuck y sus parientes no murieron de hambre. Fue un evento traumático para Foon Chuck, quien toda su vida en el extranjero establecería a su familia cerca de ríos poderosos y fértiles sin olvidar nunca su fuerza destructiva. Según el Tao Te Ching40, «no hay nada más sutil y débil en el mundo que el agua; sin embargo, al atacar lo que es duro y fuerte, nada puede superarla41».
Bahía de Hong Kong después del tifón de 1874.Fotografía de Lai Afong.
Al año siguiente, los padres de Foon Chuck decidieron enviar a su segundo hijo, de 12 años, a la «Vieja Montaña de Oro42», como todavía se conoce hoy a San Francisco en chino. Bien sabían que Foon Chuck no encontraría oro, como habían creído falsamente sus predecesores cuando emigraron a Estados Unidos a mediados de siglo, sino solo trabajo duro. Estaban preocupados por cuándo llegaría a Chaitong el siguiente tifón o ataque de bandidos y no podían imaginar que la vida de Foon Chuck en Estados Unidos pudiera ser más difícil que la suya. Por el contrario, tenían grandes expectativas y esperaban que Foon Chuck honrara su apellido convirtiéndose en un rico comerciante. Ya durante dos décadas la familia Wong se había visto obligada, por las inundaciones y la pobreza, a emigrar al extranjero, centrándose en el comercio y diversificando, lejos de una agricultura que ya no los alimentaba. Los padres de Foon Chuck estaban preocupados, por supuesto, como todos los padres, pues temían que los fan-kwei43 (demonios extranjeros) dañasen a su precioso hijo, o peor aún, que los dioses se lo llevaran con ellos.
Foon Chuck no tenía miedo; muchos de sus parientes ya habían emprendido el viaje de 2 meses antes que él. Sabía que valía al menos tanto como ellos y soñaba con honrar a sus antepasados44. Característica esencial de la civilización china, los títulos y honores que una persona gana por propios méritos a lo largo de su vida no son heredados por sus descendientes, sino por sus antepasados. Para los chinos no hay peor estigma que ser acusado de falta de amor filial45. El parricidio se consideraba equivalente al crimen de lesa majestad y se castigaba con la sentencia más dura: el lingchi o despellejamiento lento. Desde la antigüedad, la vida de un padre anciano era considerada más importante que la de una esposa o un hijo; innumerables cuentos antiguos dan ejemplos de tales sacrificios. A Foon Chuck se le enseñó en la escuela que «la piedad filial es la raíz de todas las virtudes, la fuente de todas las enseñanzas y la virtud gemela de la lealtad46». El ideograma chino para piedad filial (孝), Xiào, está formado por los símbolos que significan viejo o grupo, apoyado por el que significa niño o hijo. La piedad filial siempre fue vinculada con el Estado y el mantenimiento del orden social, siendo el emperador para el Estado lo que un padre era para su familia, un mismo sistema social gobernando tanto a la familia como al imperio. Los chinos miraban a su soberano como lo harían a un padre, con la mayor lealtad, pero también esperando que tratara a sus súbditos con bondad y justicia. Dado que solo los lazos de sangre eran vinculantes, este sistema podía tener efectos perversos. Por ejemplo, los tribunales a menudo dejaban de lado los derechos de las personas, castigando a familias enteras por el crimen de un pariente, mientras que el robo o incluso el asesinato de un foráneo alejado se consideraba un delito menor comparado con cualquier acto de violencia dentro del propio clan.
Emigrar de China no significaba salir de la familia. Los herederos que vivían lejos heredaban a la muerte de su padre. Estando lejos conservaban la obligación moral de contribuir con parte de sus ganancias al clan, y más en tiempos de desastres naturales, pero a cambio tenían la seguridad de que su participación en la herencia no se vería disminuida por el tiempo o la distancia47. Las nociones de deber filial y herencia estaban arraigadas en el concepto chino de familia. Por lo tanto, el enorme fenómeno migratorio no socavó los pilares de la civilización china, construida desde la antigüedad en torno a la tradición, los valores familiares y el culto a los antepasados. En contraste con el Oeste, el 85 % de la población china comparte los apellidos más comunes48. En 2010, el apellido Wong (o Huang en mandarín) era el séptimo apellido chino más común. Era compartido por 42 millones de personas en China (una cuarta parte en la provincia de Kwangtung) y por más de 70 millones en todo el mundo, siendo el apellido chino más usado en Estados Unidos49. La civilización china es como una colección de linajes familiares que empezaron hace miles de años. Un diplomático británico en China recordaba con cierta exageración que «el chino más común puede rastrear su descendencia de memoria de 200 a 500 años, o incluso más, refiriéndose a su árbol genealógico en casa50».
Con los habitantes de una aldea compartiendo el mismo apellido, las sociedades rurales chinas en el siglo XIX estaban organizadas de acuerdo a diferentes clanes. Estos poseían colectivamente tierras, templos ancestrales y a menudo escuelas, y gozaban de un fuerte grado de solidaridad entre sus miembros. Con sus antepasados habiendo ocupado sus tierras durante cientos de años antes que ellos, los jefes naturales de esos clanes tenían un poder casi ilimitado en sus distritos, a veces dificultando incluso a los magistrados imperiales el cumplimiento de sus deberes51. Esto se veía exacerbado por leyes que prohibían a los magistrados trabajar en las provincias de donde eran nativos y demasiados años, y casarse con mujeres locales o poseer tierras de la zona, reglas que continúan hasta el día de hoy en la China socialista para evitar la corrupción. Los ancianos del clan a menudo actuaban como jueces en disputas locales, ya que los aldeanos desconfiaban de los abogados modernos, que eran vistos como forasteros que intentaban decirles que lo correcto es incorrecto y lo incorrecto correcto52.
Esta forma de sociedad prevalecía en toda China, pero más en las provincias del sureste como Kwangtung y Fukien, debido a la organización comunitaria requerida para el cultivo del arroz y porque la capital del norte estaba más alejada. Esta forma de organizar la sociedad se replicaba en la diáspora china, y los clanes constituían redes transnacionales de ayuda mutua para los migrantes. Esta es la razón por la cual los inmigrantes de una misma provincia tendían a agruparse y monopolizar la migración en ciertas regiones del mundo, como los cantoneses en América del Norte, los fukieneses en Malasia, los hakka en Borneo y, un siglo más tarde, los habitantes de Wenzhou en España o Francia. Durante mi propia carrera en China conocí a varias personas con mi apellido, que, por esta razón, me ayudaron y desempeñaron un papel importante en mi vida. Todo esto significaba que se esperaba de los migrantes que partían que regresasen algún día a su tierra ancestral. Las comunidades, asociaciones y gremios chinos en el extranjero se consideraban parte integral y una extensión importante de sus clanes familiares en China.
Los padres de Foon Chuck estaban tristes al ver a su segundo hijo irse, pero se consolaron al recordar que sus dos hermanos permanecerían en Chaitong por el momento. En San Francisco sabían que su hijo iba a estudiar en una escuela dirigida por occidentales y ser recibido por uno de sus tíos, con el cual continuaría aprendiendo chino. Sentían alivio al pensar que Foon Chuck proseguiría su educación en Estados Unidos, aunque se sorprendieron al enterarse de que los demonios extranjeros tenían escuelas y se preguntaban qué podría estudiar su hijo que no fueran los clásicos confucianos.
Como todos los chinos educados, Foon Chuck había estado aprendiendo esos clásicos de memoria, incluso sin entender aún su significado completo53. Hasta la reforma de la escritura a principios del siglo XX, todos los escritos estaban en chino clásico, muy diferente del hablado. Solo tras años de aprendizaje memorístico, los maestros revelaban a los estudiantes el significado de los caracteres que habían memorizado. Los chinos a menudo podían leer un ideograma o una frase sin conocer su significado. Desde la antigüedad, los idiomas chinos hablado y escrito habían operado en diferentes esferas. La gran mayoría de los chinos solo era competente en chino hablado y, por lo tanto, estaba excluida del conocimiento que se encontraba en los libros, así como de cualquier forma de poder político, religioso y administrativo. En pocas civilizaciones un lenguaje escrito ha desempeñado un papel tan esencial en la vida social, política y religiosa. Esto permitió a China la federación de un imperio tan grande a pesar de sus innumerables dialectos. Los ideogramas tienen el mismo significado en toda China, pero se pronuncian de manera diferente en cada región. Antes de partir hacia América, en sus 6 años de escolarización, Foon Chuck ya había memorizado el Clásico de la piedad filial, las Analectas de Confucio, y había comenzado a leer algunos otros libros propios de la educación confuciana. Sus estudios no consistían solo en aprender de memoria; su maestro también describía eventos y personas para ilustrar el comportamiento correcto de un caballero según la educación confuciana. Esta educación había tenido durante siglos una función política y gubernamental, dando forma a la civilización china y manteniendo la cohesión del imperio. La creencia común de entonces era que en la antigüedad los hombres habían sido mejores, más sabios y más honestos54. A los estudiantes se les enseñaba que memorizar un libro podía y debía alterar el comportamiento de una persona en su vida cotidiana: las lecturas y las acciones debían ser coherentes55. Foon Chuck siempre recordaría los textos aprendidos en la escuela, por lo que la educación confuciana de sus primeros años tuvo un impacto definitivo en su vida de adulto.
En China, desde hacía siglos se pensaba que las plagas, las hambrunas y otros desastres naturales anunciaban cambios en el mandato del Cielo, porque el emperador, o hijo del Cielo, era considerado responsable de tales desastres por negligencia en el cumplimiento de su deber. Por lo tanto, en 1875, los cantoneses no se sorprendieron al enterarse de la muerte del emperador Tongzhi. La gente se preguntaba, sin embargo, quién gobernaría, ya que el emperador Guangxu tenía solo 4 años. Pero nadie parecía particularmente ansioso, ya que, como describió un misionario, a los chinos se les enseñaba a no preocuparse ni entrometerse en el funcionamiento del Estado, dejando esas cuestiones a los magistrados pagados para dichas funciones.
Fotografía de R Van Bergen, The Story of China, 1902-1922.
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Los costos del viaje transpacífico y de la educación de Foon Chuck en Estados Unidos serían importantes, pero su familia sabía que tendría una boca menos que alimentar. Anticipaban que invertir en un niño tan ingenioso algún día valdría la pena, como había sucedido antes con otros parientes enviados al extranjero. Antes de su partida, Foon Chuck se inclinó ante el altar de su familia, sobre el cual se colocaban las preciosas tabillas de los antepasados, quemando incienso para solicitar sus bendiciones. Al ser un objeto sólido que se convierte en humo y perfume y, por lo tanto, un símbolo de la vida después de la muerte, se sabe que el incienso abre el camino entre los mundos visible e invisible. Foon Chuck temía que sus espíritus no lo acompañasen a América ni lo protegieran tan lejos, y les prometió regresar algún día. Se preguntaba cómo se sentiría en Estados Unidos, una tierra en donde se decía que la gente vivía sin fantasmas ancestrales. Él, como sus contemporáneos, creía que un hombre tiene tres espíritus, uno de los cuales después de la muerte reside en casa en sus tablillas, el otro en su tumba y el tercero en los Cielos, este último reapareciendo más tarde en un nuevo estado de existencia. Por lo tanto, los chinos más ricos siempre se aseguran de que sus tumbas ocupen los sitios más espléndidos, con las mejores vistas y sigan el dictado del Fengshui56, según el arte del maestro del viento y del agua, o geomancia china. En general, cuanto más educada es una persona, mayor es su creencia y su temor por el Fengshui57. Se tiene más cuidado incluso con el Fengshui de la tumba que con el del hogar.
Durante dos días, Foon Chuck viajó en un sampán desde Chaitong hasta el puerto inglés de Hong Kong, que significa «puerto fragante» en chino. Viajando por mar vio poco de la colonia británica y de sus amos blancos, aparte de unas cuantas mansiones blancas a la distancia posadas sobre lo que es ahora Victoria Peak. Quedó intrigado por las ruidosas máquinas de vapor de los barcos, pues nunca había estado tan cerca de una de ellas en su vida. Pensó que esas maquinarias estaban seguro detrás del poder de los diablos extranjeros. Su hedor, combinado con el olor a pescado podrido, le provocó náuseas, y se preguntó cómo ese puerto podía ser llamado fragante por los lugareños. Los barcos de vapor contrastaban fuertemente con los muchos buques que había a lo largo del río cerca de su pueblo, remolcados o tirados manualmente por 20 o 30 hombres agotados. A pesar de la tensión de sus cuerpos desnudos, todavía funcionaban, contra viento y marea, por menos dinero de lo que costaría el carbón si el transporte se hiciera con máquinas de vapor58. Durante el siglo XIX, esta mano de obra barata y abundante podría explicar la falta de interés de China por la tecnología occidental y la ausencia de una revolución industrial en el país.
Al abordar, Foon Chuck recibió una pequeña cubeta que guardó durante su travesía. Se llenaba una vez al día para que bebiera y se lavara. Las filas de literas de madera bajo la cubierta estaban tan abarrotadas que había apenas 40 centímetros entre ellas. Al darse cuenta de que era uno de los más jóvenes entre sus más de 400 compañeros de viaje, Foon Chuck se sintió solidario con ellos; presumiblemente todos huían del tifón asesino del año anterior y de las hambrunas resultantes, y por eso hacían ahora ese viaje incómodo y peligroso. También se sintió privilegiado, ya que los demás, en su mayoría analfabetos, habían contraído deudas importantes para pagar sus pasajes, teniendo que trabajar como jornaleros al llegar a América. En contraste, su familia lo apoyaba con sus gastos y educación, y tenía parientes en Estados Unidos para darle la bienvenida. Al ver su barco alejarse de la costa, Foon Chuck encontró consuelo en el viejo dicho: «Leer 10.000 libros no vale viajar 10.000 leguas59».
Mi bisabuelo Leung Hing60 nació en 1866, el quinto año del reinado del emperador Tongzhi, en el pueblo de Leunggang61, condado de Hoksaan62, que significa «la colina de las grullas», en la provincia de Kwangtung. Su apellido se relaciona con el monte Leung en la provincia de Shaanxi, que fue dado como recompensa por el emperador Xuan Wang (reinó 827-782 a. C.) a los fundadores de la familia por haber derrotado a las tribus bárbaras occidentales. Los padres de Hing estaban contentos, ya que Hing no solo era su primer hijo, sino que también había nacido en el año del tigre, un excelente presagio. Para proteger su futuro de influencias malignas viajaron a un templo cercano para orar al dios de la longevidad y colocaron alrededor de su cuello una cadena de amuletos bendecida por unos monjes. Al nacer fue llama-do pequeño tigre por sus padres y más tarde Goh Goh,63 que significa hermano mayor. En su adolescencia se le dio como nombre el ideograma Hing, que significa «ocasión para celebrar».
Leunggang se encuentra en una región de pequeñas colinas, a 20 kilómetros al oeste de Kongmoon64, otra importante urbe de emigrantes, y a 60 kilómetros al noreste de Chaitong, el pueblo de la familia Wong. Tanto Leunggang como Chaitong pertenecían a la región de Sze Yap65, que significa «cuatro distritos». A pesar de estar cerca de la capital provincial de Cantón, los habitantes de esta región hablan el Sze Yap, un dialecto muy distinto del cantonés. El con-dado de Hoksaan no posee la elaborada y antigua arquitectura de piedra de Hoiping ni las grandes casas de Chaitong. Leunggang era entonces una pequeña y empobrecida aldea agrícola posada sobre una colina con unas 20 familias. Estaba alejada del río más cercano y aún más de la costa. Un grupo de árboles por un lado y un pequeño estanque por el otro protegían el pueblo de los vientos malignos, ya que se sabía que los espíritus solo avanzan en línea recta, sin poder dar vuelta. Los chinos creían entonces que el agua más saludable provenía de manantiales de montaña, seguida por la de los ríos, siendo la peor la de los pozos o los estanques.