Los libros de los otros - Italo Calvino - E-Book

Los libros de los otros E-Book

Italo Calvino

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Beschreibung

«... soy todavía de los que creen, con Croce, que de un autor solo cuentan las obras.» De la carta a Germana Pescio Bottino, Génova, 9 de junio de 1964 Durante los casi cuarenta años que Italo Calvino colaboró con la prestigiosa editorial Einaudi leyó centenares, tal vez miles, de manuscritos de autores tanto desconocidos como consagrados, a quienes dio a conocer o cuyas carreras consolidó, pero también rechazó (a veces con gran dureza), a sabiendas de que como editor literario debía seguir siempre la corriente de afinidad o simpatía que los libros despertaban en él, aun a riesgo de equivocarse o pecar de arbitrario. Los libros de los otros se enmarca en esa faceta de Calvino comoeditor y recopila 269 cartas que Calvino dirigió tanto a los autores de las obras leídas como a colaboradores, amigos y escritores de la casa, muchos de ellos personalidades de la época como Primo Levi, Leonardo Sciascia, Umberto Eco, Hans Magnus Enzensberger o Natalia Ginzburg, y en las que desvela sus amores (y odios) literarios. Los libros de los otros nos ofrece una perspectiva excepcional de la historia de la literatura y del pensamiento de la época (1947-1981), y servirá al lector interesado como guía de lecturas y complemento a Por qué leer los clásicos.

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Créditos

Edición en formato digital: septiembre de 2014

Título original: I libri degli altri. Lettere 1947-1981

En cubierta: fotografía de Italo Calvino

© 2002 by The Estate of Italo Calvino

All rights reserved

© De la traducción, Aurora Bernárdez, 2014

© Ediciones Siruela, S. A., 2014

c/ Almagro 25, ppal. dcha.

28010 Madrid

Diseño de cubierta: Ediciones Siruela

Todos los derechos reservados. Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley. Diríjase a CEDRO (Centro Español de Derechos Reprográficos, www.cedro.org) si necesita fotocopiar o escanear algún fragmento de esta obra.

ISBN: 978-84-16208-90-6

Conversión a formato digital: www.elpoetaediciondigital.com

www.siruela.com

Índice

Nota

Carlo Fruttero

Nota a la edición italiana original

Giovanni Tesio

Los libros de los otros

Índice de cartas

Nota

En buena hora vengo a darme cuenta de que, en la práctica, de Calvino editor, como lo llamaríamos hoy para disgusto suyo, no recuerdo nada: ni un juicio, ni una divergencia, ni una condena inapelable, ni una sola propuesta. Así que yo también leeré este libro para enterarme. Pero entre 1953 y 1961 puedo decir que lo vi todos los días, durante un par de años compartí con él uno de los despachos de la editorial Einaudi en Via Biancamano en Turín, y de aquella convivencia me quedaron algunas impresiones, más afectuosas que importantes.

Teníamos historias diferentes, la mía más digna de omisión que otra cosa; yo no había sido partisano, no estaba inscrito en el Partido Comunista Italiano, nunca había conocido a Pavese, el Politecnico me había importado poco, trataba de «usted» a Giulio Einaudi a quien veía como a un «patrón» que estaba lejos de ser instantáneamente simpático pero que era bastante tolerante con los horarios de trabajo.

Sombra rubiogrís en el corredor, saludaba mediante una módica dislocación del hombro, ruborizándose. Calvino, que también lo llamaba «el patrón», era uno de sus íntimos, lo frecuentaba fuera de la oficina, con él viajaba y discutía los destinos de la editorial. De aquellos conciliábulos me contaba muy poco, fuera del preocupado estribillo: «Estamos con el agua al cuello. No tenemos un céntimo».

A los céntimos personales ninguno de nosotros les atribuía mucha importancia. Se daba por descontado que el nuestro no podía ser un oficio rentable y más aún, parecía milagroso poder ganarse la vida trabajando en algo tan precario como la literatura. Calvino ganaba más que yo y una vez, inesperadamente, me ofreció dinero para ir a Londres a ver no recuerdo qué espectáculo beckettiano que me interesaba. «Guay con no darse esos gustos», proclamó con severo hedonismo.

No lo aproveché, pero aquel gesto de concreta camaradería me pareció más notable que cualquier consonancia o divergencia relativa a György Lukács. Lo interpreté como una invitación a llamar a su puerta en caso de necesidad, y al fin y al cabo no veo un modo más simple de definir la amistad.

Todos sabíamos cómo era Calvino: totalmente negado para la conversación, si con esta palabra se entiende la capacidad de hablar con desenvoltura de la lluvia y el buen tiempo. Del siglo XVIII y de su prosa, que admiraba, no había asimilado ninguna de las elegancias mundanas. Desmañado, tímido por no decir torpe, a veces casi tartamudo (aunque, muy en el fondo, fuese puro teatro) inspiraba en los circunstantes un fuerte sentimiento de protección, de ilimitada indulgencia. Las relaciones con los autores italianos publicados por la editorial le tocaban en gran parte a él, que se ocupaba además de la oficina de prensa, y de vez en cuando recurría a mi consabida frivolidad para que lo ayudara en un almuerzo o una cena. «Ven tú también, a este no tengo nada que decirle.» Y en el restaurante se quedaba en silencio durante dos horas, haciendo su papel con algún vago gorgoteo, un «ya, ya» bien dispuesto pero siempre a destiempo.

Ello le ganó fama de personaje altanero, despectivo, o bien huraño, cerrado. Pero en el hábitat de la editorial su comportamiento era diferente. Hubiera sido un verdadero caso de esquizofrenia a la Jekyll y Hyde si la vivacidad, el talento, el genio cómico tan presentes en el escritor, hubiesen estado totalmente ausentes del hombre. Calvino era un colega muy ingenioso, muy divertido, pronto a partir de un elemento cualquiera para bordar alrededor fantasiosas extrapolaciones, juegos de palabras, paradojas. Tampoco desdeñaba las salidas oficinescas: «Aquí están nuestras laboriosas abejas», decía desde la puerta a las secretarias. Que gañían felices en sus delantales multicolores y aceptaban después sus rudas impaciencias y sus violentas broncas sin creerle del todo.

De su labor en la editorial recuerdo bien el tono. Terminaba de leer una serie de pruebas, de escribir una solapa, una carta, y las cejas se le aflojaban. Se soltaban en un suspirante parpadeo: «¡Uf, otra cosa que me he quitado de encima!». Un redactor diligente. Y también un decidido opositor a ciertos libros, a ciertos nombres, en las reuniones de los miércoles. Le salía una voz primero tajante, después cada vez más perentoria y colérica, hasta ahogarse de indignación. Como partidario convencido era en cambio moderado, seco, apenas abierto a la discusión. Escondía la indiferencia por algunas disciplinas y empresas tras un respeto boquiabierto por los expertos que se ocupaban de ellas: «¡Ah, ah, de veras, diablos!», y cándidamente se retraía. Del compañero y compinche de la «célula» de la editorial nunca supe nada, salvo cuando intentó, en verdad blandamente, meterme en el Partido, rindiéndose en seguida ante mis fatuas objeciones (yo no me veía desfilando en el carro alegórico el 1 de mayo).

Calvino se adhería a este papel de trabajador con indefensa seriedad, con pleno entusiasmo, pero encontrando siempre la manera de dejar tras de sí una estela de imperceptibles desmentidos. Bastaba una pausa, un mínimo retraso en volver a la discusión, una excesiva ostentación de celo, una carrera hasta el teléfono, y volvía la duda. En el fondo era teatro, ¿o no?

Yo diría que ese margen de irónica ambigüedad es el que bordea todas sus páginas y que en aquellos tiempos algunos desaprobaban por travieso, irresponsable. Pero a mí me parece que tanto empeño en el trabajo editorial hubiese tenido menos valor si no se supiera y sintiera que Calvino no estaba «del todo presente» como nunca está «del todo presente» cuando, más o menos cerrado con Joseph Conrad el horizonte plausible de la pasión y la aventura, a Calvino escritor no le queda sino lanzar su apasionada carga inventiva por vectores indirectos, entre espejos, alusiones, simulaciones, rebotes parabólicos. Había visto en seguida (no por nada se es inteligente) que solo detrás de la pantalla semitransparente de la ironía era posible actuar, vivir.

El día que se compró el Giulietta Sprint fuimos todos a la ventana para verlo arrancar. Debajo de los castaños del Corso Umberto I aún había bancos y el coche oblongo estaba aparcado en un cómodo espacio, rozando el bordillo. Italo alzó los ojos a nuestros gritos, nos hizo una sonrisita entre orgulloso, falso ingenuo y resignado, subió contrito, anduvo manoseando el encendido y partió con un estruendo petulante, nunca se supo si deliberado o debido a simple impericia.

Carlo Fruttero

Nota a la edición italiana original1*

Las cartas de Italo Calvino incluidas en este epistolario son 308 [en nuestra edición 270]: una selección considerable y desde luego significativa de las cinco mil que componen el corpus, procedentes de los archivos de la editorial Einaudi, en Turín en su mayor parte, y en Roma en medida bastante más modesta. Estas cartas reflejan un trabajo intenso y una relación que duró treinta y seis años, desde 1947 hasta 1983 (hasta 1981 en el presente volumen).

La relación de Calvino con la editorial Einaudi es al principio irregular y claudica un poco en el 48-49, cuando el escritor, que acaba de publicar El sendero de los nidos de araña, asume las tareas de redactor de la página cultural en la edición turinesa del diario comunista L’Unità. Pero el vínculo se vuelve orgánico a partir del 10 de enero de 1950, fecha en que se convierte en empleado de la editorial, y varía en escasos momentos cruciales: la asunción de un cargo directivo a partir del 10 de enero de 1955 y las dimisiones del 30 de junio de 1961, sustituidas puntualmente por una relación de trabajo que sigue manteniendo el ritmo de una colaboración bastante estrecha.

Pero, poco a poco y cada vez más, la colaboración se va reduciendo sobre todo en función del trabajo y de las orientaciones que alejan al escritor de su habitual residencia de Turín: primero se traslada a París, en julio de 1967, y después a Roma, donde reside desde octubre de 1980 hasta su muerte en Siena, el 19 de septiembre de 1985. De modo que la última empresa einaudiana a la que vinculó orgánicamente su nombre fue la colección «Centopagine» nacida en el 71 con la novela de I. U. Tarcheti, Fosca, y terminada en 1983 con una Una vita londinense de Henry James.

Calvino escribía a mano el borrador de sus cartas y hacía infinidad de correcciones, cambios, tachaduras, al menos por lo que se puede deducir de los pocos autógrafos que han quedado en las carpetas y sobre todo a través de la memoria de los testigos. Después confiaba la carta a las secretarias para que la dactilografiaran, y por fin la volvía para que la firmase e hiciese alguna corrección o añadido que juzgara necesario. Está de más decir que siempre que ha sido posible, gracias al material disponible y a la atención de los destinatarios o de sus herederos, se ha utilizado el original, pero que las más de las veces nos hemos visto forzados a recurrir al duplicado conservado en los archivos.

Merece la pena señalar que en los casos en que se halló el original –y por tanto fue posible cotejarlo con la copia de archivo– nunca aparecieron discrepancias notables y solo a veces pequeñas correcciones o mínimos añadidos entre líneas, garantizando así su fiabilidad.

No se ha introducido en las cartas ninguna modificación apreciable y se han respetado los hábitos especiales que han de interpretarse como verdaderas características estilísticas, enteramente conformes al tono de una lengua que se atiene a registros expresamente antirretóricos y coloquiales.

Es finalidad de las notas aclarar, toda vez que ha sido posible, las referencias a la carta o a las cartas de los destinatarios; estas reproducen con bastante frecuencia trozos o fragmentos útiles para una mejor comprensión del texto, y en todos los casos sirven para recrear un contexto de réplicas e intercambio. En cuanto al resto, se trata de remisiones bibliográficas esenciales y de sobrias indicaciones a hechos y personas.

Si la tarea, que no era fácil, en cierto modo se ha logrado, mucho se debe a los propios destinatarios de las cartas y a la solicitud de los amigos, ante todo Guido Davico Bonino, que siguió el trabajo con puntuales consejos.

Giovanni Tesio

LOS LIBROS DE LOS OTROS

... la mayor parte del tiempo de mi vida la he dedicado a los libros de los otros. Y me alegro de ello ...

(De una entrevista concedida a Marco d’Eramo,

Mondoperaio, n.° 32, junio de 1979)

1947

A FRANCO VENTURI – ROMA

26 de noviembre de 1947

Querido Venturi:

Me remuerde un poco la conciencia no haberte escrito nunca, pero a través de amigos comunes he tenido siempre noticias tuyas.

Aquí se vive en una atmósfera más tensa, pero con cierta euforia: se incendian sedes qualunquistas2 y neofascistas, Scelba se apoya abiertamente en los fascistas, hay grandes asambleas de los consejos de administración, la moral de la clase obrera es más alta, las clases medias pasan por un momento de gran incertidumbre, se habla muchísimo de guerra pero en el fondo nadie la cree inminente.

El viejo Einaudi3 trata de rebajar los precios pero no lo consigue: nuestro Einaudi4 saca libros a todo trapo, Pavese escribe una novela, Natalia5, también, Chichino6 corrige extasiado las pruebas del nuevo Gramsci y yo también he venido a integrar la gran familia, cumpliendo tareas publicitarias y de redacción7.

Quisiera saber muchas cosas de ti: cómo estás y cómo te encuentras, en primer lugar, y todo lo que quieras escribirme, tus impresiones y previsiones. Concretamente, quisiera pedirte esto: me dijo Ugolini8 que en la URSS existen varias corrientes literarias y artísticas y que hay vivas polémicas entre ellas. No supo decirme nada más: me habló vagamente de una escuela poética simbolista. ¿Podrías mandarme material sobre esta cuestión? Creo que interesaría mucho aquí, donde se piensa que en Rusia hay solo una estética de Estado, o mejor: solo se conocen las polémicas del «realismo socialista» contra otras corrientes, que por lo tanto se supone que existen pero nadie sabe nada de ellas.

A través de la Asociación Cultural Italo-Rusa estamos en relación con la Unión de Escritores Soviéticos, que ha pedido todas las últimas cosas italianas.

Escríbeme para todo lo que te parezca que pueda serte útil.

Te saludo con gran afecto. Tuyo.

A ELIO VITTORINI – MILÁN

12 de diciembre de 1947

Querido Vittorini:

Te mando una nota mía sobre Hemingway donde creo que se dice algo que no se había dicho hasta ahora. Cosas que habría que tratar con menos superficialidad, lo sé; hace mucho que quisiera escribir un largo ensayo que partiría del punto central de estas notas, donde se habla de Hemingway, Malraux y Koestler: pero sería más vasto, abarcaría también a Sartre, y quizá también a ti, remontaría más atrás, desde el momento en que empieza a plantearse el problema de la responsabilidad del hombre frente a la Historia, problema que es hoy realmente el nuestro. Y aclarar por este camino los términos «crisis», «decadencia» y «revolución» y llegar a enunciar una moral del compromiso, una libertad en la responsabilidad que me parecen la única moral, la única libertad posibles.

Pero son cosas que tengo que seguir masticando quién sabe cuánto tiempo más. Así como todavía necesito masticar mucho lo que quisiera decir si interviniese en tu Gran Polémica: definir bien todos estos términos: «decadencia», «vanguardia». Pero creo también que terminaría por estar más cerca de Balbo que de ti. Todos tenemos un móvil común, pero no nos rompamos los brazos y las piernas al saltar, consigamos piernas y brazos nuevos. El problema es hacer que nos crezcan otros nuevos, tal vez renunciando a los viejos, transformándolos. Pero tú quizá creas que puedes saltar con los viejos.

Has de tener varios cuentos míos. Trata de decirme lo que piensas aunque los hayas arrojado a la papelera.

Te saludo con afecto.

1950

A ELIO VITTORINI – MILÁN

2 de febrero de 1950

Querido Elio:

He leído a Pirelli. El primer cuento está bien y, sin más, a partir de él se puede decir que Pirelli tiene las cualidades para llegar a ser un escritor. A pesar de la inseguridad e inmadurez de lenguaje (que el autor puede remediar con un trabajo atento y sin prisas), a pesar de ciertos asomos marginales de trivialidad, es un cuento con una solidísima estructura fantástica. Me hubiera gustado encontrar por lo menos otro de su nivel, pero me parece que no lo hay. El tono kafkiano que en el primero no se percibía, en los otros es demasiado evidente. Además, por principio, los cuentos-sueño me parecen desechables. El único que podría salvarse es «Due tempi», pero a mi juicio no se salva ni ese. Sin embargo, si Pirelli sigue trabajando en la línea del primero, seguramente conseguirá algo que justifique el volumen. Por ahora me parece que lo único que se puede hacer es recomendar «L’altro elemento» a una revista.

Leeré a Sissa. Chao.

A ELIO VITTORINI – MILÁN

18 de febrero de 1950

Querido Vittorini:

Contesto a tu carta sobre Pirelli.

Supongo que habrás recibido el texto y el juicio de Natalia.

Mantengo mi opinión sobre los cuentos (cómo puede parecerte bueno «Assassinio nel palazzo di fronte» es algo que nunca entenderé) pero apruebo plenamente tu argumento sobre los pillos y sobre la narrativa alucinada. Tienes razón para enfadarte con mi condena de entrada de los cuentos-sueño, pero me pareció que hubiera sido muy largo ponerme a especificar: cuentos-sueño que no alcanzan una lógica de imágenes que haga las veces de etc. En cambio no estoy de acuerdo en la cuestión de la indulgencia. Tú reconoces que Pirelli no alcanza plenitud de invención (salvo en un cuento). Ahora bien, en una colección experimental habrá que ser todavía mucho más severo incluso con un realista, en cuanto a la invención poética. En una colección de lectura en general es diferente; un realista puede haber escrito un libro poéticamente débil pero buen documento periodístico, o un libro divertido o conmovedor, etc. En cambio en tu colección, si no es algo realizado notablemente como expresión, no funciona. Y lo mismo un surrealista. Si encuentras un libro surrealista más elaborado, del mismo Pirelli o de otros, aunque sea dificilísimo y soñadísimo, todos de acuerdo. Pero me gustaría que tuvieras con Pirelli la misma severidad que es justo que tengas con un realista.

Te he dado mi opinión y no sé qué más decirte. ¿Quieres mandar el manuscrito a Pavese? Leí tu carta al consejo editorial que si bien concuerda conmigo en los puntos esenciales, te da carta blanca porque cree que eres tú quien debe decidir.

Te saludo afectuosamente.

A GIOVANNI PIRELLI – MILÁN

6 de abril de 1950

Querido Pirelli:

Einaudi me ha pasado su carta. No sé qué le ha dicho Elio de nuestras opiniones. Es cierto que «L’altro elemento» es uno de los cuentos más bellos que he leído en los últimos años, y eso me basta para considerarlo un escritor, con un lugar preciso y de relieve en el cuadro de la última generación. Los otros cuentos no nos gustaron ni a Natalia Ginzburg ni a mí. Pero un cuento como «L’altro elemento» no se escribe por casualidad. Hemos discutido mucho con Elio, decididos a hacer de todo para que el libro pueda salir, aunque sea con dos cuentos solamente. A Elio le gusta mucho también «Assassinio nel palazzo di fronte», del que yo conservo un recuerdo confuso y no positivo. Después Elio me contó el de la máquina que mocha las manos, que me gustó muchísimo, y pensamos que si usted lo rehacía, el libro ya quedaba listo. Einaudi siguió la cosa con mucho interés y alentándonos a buscar la manera de que el libro apareciera. Le recomendamos a Vittorini que le dijese cuánto esperamos, y lo damos por seguro, algo muy bueno de usted. Vittorini nos había dicho que usted tiene la «fiebre de publicar» y temimos que se desalentara. Pero estábamos convencidos de que el libro, como quiera que fuese, terminaría por salir. Ahora recibimos su carta donde parece usted sobrentender una negativa. No es así. Yo pienso que el libro debe hacerse. Póngase de acuerdo con Elio. Escriba, pero déjese llevar. No se plantee problemas psicológicos, se lo ruego. Mire: yo, como autor-editor, soy poco mayor que usted y ya no me importa nada publicar o no. Quisiera llegar a escribir bien, expresándome hasta el fondo, eso sí. A eso deben apuntar nuestros esfuerzos. Y estoy seguro de leer dentro de poco algo suyo importantísimo.

Le saludo también de parte de Natalia Ginzburg con la mayor cordialidad.

El manuscrito está desde hace rato en manos de Elio.

A ROBERTO BATTAGLIA – ROMA

28 de abril de 1950

Querido Battaglia:

El Congreso de Venecia nos ha dado muchas ganas de continuar los trabajos editoriales sobre la Resistencia. En primer lugar, pensamos que sería indispensable una breve historia de la Resistencia que dé el máximo de información encuadrada en un rico panorama histórico, que sea de lectura fácil para el público más amplio, tanto para los intelectuales como para los trabajadores y para los jóvenes, y que pueda quizás entrar en las escuelas. Tú conoces nuestra «Piccola Biblioteca Scientifico-Letteraria» y habrás visto cómo en los pequeños volúmenes rojos tratamos de dar, sobre todas las cuestiones más importantes, síntesis escritas por estudiosos de prestigio, pequeños clásicos del género, desde el Cinéma de Sadoul hasta la Rivoluzione francesa de Mathiez. La «PBSL» podría dar a los autores italianos la oportunidad de trabajar sobre estos temas, y estamos ya negociando con Sereni para una historia de la agricultura italiana y de los campesinos, con Salvatore F. Romano para la «cuestión meridional», con Trevisani para un Garibaldi, con Spano para la revolución china. Como ves, una historia de la Resistencia sería realmente necesaria.

Y creo que tú serías el más indicado para escribir un libro como este, tanto por tu preparación histórica, como por tu sensibilidad a los aspectos humanos y morales de la Resistencia. Tu ponencia en el Congreso de Venecia, desarrollada en su parte de crónica y descripción, podría ser el núcleo del libro. ¿Qué te parece? ¿Cómo ves la cosa? Escríbenos.

En Venecia no tuve oportunidad de hablarte de tu Ariosto, que me interesó mucho. En especial todo lo que se refiere a los motivos de la selección de los mitos caballerescos por el Autor, a la racionalidad y al carácter popular de su invención, me ha aclarado varias cosas y suscitado varias ideas sobre la relación «realidad-fantasía», que como comprenderás, me interesa mucho.

A la espera de tu respuesta, te saludo con gran cordialidad.

Calvino

A MARCELLO VENTURI – MILÁN

3 de mayo de 1950

Querido Marcello:

El 3 de enero me mandaste el manuscrito9 y te contesto el 3 de mayo. Cuatro meses: estás furioso conmigo y tienes razón, pero el trabajo editorial se desarrolla en un mar de papeles en el que los más viejos van quedando día a día sumergidos bajo los más recientes y apremiantes. Te diré que empecé a leer la novela inmediatamente y vi que no podía aceptarla. Sin embargo para contestarte quería tener tiempo de llegar hasta el final porque me interesaba y porque tú me la habías recomendado. La novela no me gusta porque está la vieja historia del Sega (que ya no me gustaba en su primera redacción), porque hay esos destripaterrones sentenciosos y antipáticos, y sobre todo porque sacas a relucir de vez en cuando «montañas incendiadas por el ocaso», «aire resplandeciente de luz», «espeso templo de los pinos». ¿Quién te ha enseñado a escribir esas cosas?

¿Adónde ha ido a parar la bella lengua seca y limpia de tus cuentos? ¿Cuáles son tus lecturas? El libro tiene muchos méritos, momentos en los que me parece que alcanza cierta intensidad, y además está construido con cierta solidez. ¿Pero qué vale todo eso cuando etc.?

Que no se te contagie la manía de publicar; una vez que hayas publicado, ¿qué habrás conseguido? Te limitarás a ser un pobre desgraciado como yo o tendrás que volver a empezar desde el principio, o dejar ahí mismo de escribir; espera diez, quince años para publicar, y entre tanto haz lecturas ordenadas, estudia un poco, trata de saber qué quieres hacer. Y no vuelvas a empezar con esta novela que, es inútil que nos vengas con el cuento, ya ni tú mismo la soportas. Dale con todo que te espero siempre y confío en leer pronto algo tuyo muy bueno.

Chao.

Calvino

A ELIO VITTORINI – MILÁN

11 de mayo de 1950

Querido Elio:

Te mando el manuscrito de la novela Tiro al piccione de Giose Rimanelli, que nos envió y encomió Muscetta.

La novela, semiautobiográfica, trata de un joven que para huir del tedio de una aldea meridional, se marcha con los alemanes en la retirada del 8 de septiembre, y en el norte termina por enrolarse en las brigadas negras cuyas batallas y matanzas sigue hasta el fin de la guerra, la cárcel y la fuga a su casa. La historia de su «conversión» (si así puede llamarse, porque no se trata de un verdadero fascista sino de uno de los muchos jóvenes que seguían con indiferencia los acontecimientos, y porque no se convence sino del horror y de la inutilidad de tantas matanzas) está presentada casi totalmente con hechos, sin demasiadas divagaciones o comentarios.

Pavese y yo la hemos leído. Rimanelli es muy, muy inmaduro en cuanto a escritura, en cuanto a humanidad, en cuanto a gusto. Pero su libro es una crónica muy viva que te atrapa y alcanza su efecto de horror y de asco como pocos. Es una carnicería tremenda, llena de cosas truculentas y de obscenidad. No sabemos qué hacer.

Si se acepta, va en tu colección. Nos remitimos a tu juicio. Chao.

A GIOSE RIMANELLI – ROMA

17 de mayo de 1950

Querido Rimanelli:

Leí Tiro al piccione de un tirón, con un interés que no vacilaría en calificar de «morboso». Porque estoy metido en el sabor y la obsesión de esos veinte meses terribles de tu libro. Tanto que no podría darte un verdadero juicio de valor: es sin duda una de las crónicas más vivas que de aquellos tiempos se hayan escrito, con toda su inmadurez (y que reconozco bien porque es una «inmadurez» por la que también yo he pasado, y probablemente todavía estoy pasando) en el lenguaje y en la toma de contacto con la realidad. Queda esa sensación de carnicería despiadada y obscena y de asco, y este es un resultado obtenido a través de medios narrativos, es un resultado poético. Yo mismo he escrito en este sentido a Vittorini, presentándole el libro. Las opiniones de Vittorini son siempre totalmente imprevisibles y desconcertantes; por eso no puedo decirte nada.

Veo que relacionas tus difíciles condiciones económicas con la publicación del libro. Te aconsejo que te acostumbres a no vincular nunca y de ninguna manera estas dos preocupaciones. Si piensas ganar algo escribiendo, en tristísima situación te pones y te pondrás toda la vida. El problema de ganarse la vida es algo completamente distinto, y te aconsejo que lo enfrentes con un orden de ideas muy diferente, olvidándote completamente de la literatura, etc.

Chao.

A SILVIO MICHELI – VIAREGGIO

14 de julio de 1950

Querido Micheli:

Leí Tutta la verità y di mi opinión en la reunión del consejo editorial. Me parece probable que el libro sea aceptado en la PBSL. Creo que dentro de unos diez días podremos decirte algo. Mientras tanto te digo lo que pienso y que he dicho a mis colegas.

Empiezo por la parte negativa: no es un libro de lectura fácil, ni (por lo menos en la primera mitad) que te «agarre», que te atraiga a su círculo mágico, como pasa con los libros logrados. Uno avanza con cierto esfuerzo, el ritmo humano (que es el de miseria y soledad de Pane duro) está expresado no con lirismo, sino con el entramado un poco frío de la lucha obrera en la fábrica, por razones que no se entienden del todo; el lenguaje es mucho más sobrio que en los otros libros en la elección de sus características dialectales y germanescas, pero por la cantidad de términos técnicos de que está atestado parece escrito con otro cuerpo tipográfico, es decir, no escrito, y esas máquinas en las cuales tú insistes minuciosamente no se ven nunca, no consiguen interesarte ni a ti ni a nosotros. Pero después, con la historia de la cooperativa se termina por alcanzar un calor, un ritmo, un interés y la historia funciona, los personajes también, todo es más libre y al mismo tiempo más obligado, el personaje de Oreste es muy bueno, el final cae justo. Me parece que esta vez cuentas algo que conoces bien en todos sus detalles, la vida de fábrica, y este es un hecho muy positivo; pero, en realidad, de esta fábrica «poéticamente» no te importaba nada, no la «veías», por eso te has dejado acaparar «en frío» por los detalles, y en cambio te refugias en tus sueños de falansterio, en tu clima preferido de paisajes tristes y de solidaridad humana, consigues de nuevo decir algo y entonces también las máquinas, a fuerza de insistir, empiezan a tener un significado.

Pero, a mi entender, la razón por la cual este libro merece cierta atención es esta: es una de las primeras tentativas de situar el trabajo en el centro de una obra narrativa, de hacer una «novela de fábrica» a la manera soviética. Creo que la tentativa no está lograda, pero por otra parte no conozco nada de este tipo que lo esté enteramente y no sé si es posible conseguirlo: mis ideas sobre la cuestión son más bien vagas. En todo caso es un esfuerzo nuevo y hay que tenerlo en cuenta. Que el principal interés de estos hombres sea el trabajo que hacen y el modo de hacerlo mejor es importante. Pero como el interés del libro es en realidad de carácter principalmente político, hay que ver si es políticamente correcto. Y me parece que has superado bastante bien no solo los muchos peligros del tema (el cooperativismo como vía de solución, etc.), sino también las tentaciones del socialismo simplista (los ricos y los pobres, el sistema) que siempre te amenazan.

Justamente haremos leer el libro a un compañero de la editorial que es bastante entendido en dirección de empresas y en cuestiones sindicales y de consejos de administración, que nos dirá si el libro se sostiene desde ese punto de vista. Y nos dirá también si desde el punto de vista del «lector» hay alguna parte un poco aburrida, como me ha parecido.

Si decidimos publicarlo, creo que habrá que revisarlo un poco, disolver ciertos grumos de lenguaje y agilizar algunas partes.

Quería hablarte también de Nápoles, esa Nápoles invernal y gris que nunca se ve como Nápoles, o como cualquier ciudad existente, pero es un hecho interesante y curioso llamar Nápoles a esa ciudad laboriosa y obstinada, tan absolutamente no napolitana.

Pronto volveré a escribirte. Chao.

A ELIO VITTORINI – PARÍS

22 de julio de 1950

Querido Elio:

Hacía tiempo que no leía un libro tan bueno como Un dique contra el Pacífico10. Lo leí hace unos días y no hablo de otra cosa, pero como no sé sino lanzar exclamaciones de entusiasmo, nadie me cree. Se lo he mandado a Natalia, que está en la montaña. Di algo tú también, por favor, yo estaría por un «Corallo» con gran lanzamiento, porque es un libro divertido, de lectura fácil, como pocos. Pero en Francia ¿qué dicen? Todavía no he leído nada en los periódicos franceses. La primera parte me parece algo purísimo y nuevo. En la segunda quizá la mano sea más pesada. Pero no me esperaba que un libro así saliera de la literatura francesa de hoy. Dile a la Duras que la quiero muchísimo. ¡Esa vieja! ¡Ese paisaje! ¡El automóvil! ¡Esa muchacha! ¡Esos diálogos! ¡Él, el joven! ¡Y el tipo del diamante! ¡Los indígenas! Es un libro bellísimo, sin duda.

A LIANO FANTI – MILÁN

28 de julio de 1950

Querido Fanti:

Antes de marcharse a Francia de vacaciones, Vittorini me dio tu manuscrito, La rotonda. Pienso que es el mismo del que me habías hablado junto con Calamandrei11, una vez que nos vimos en Milán. Lo leí con gusto y de un tirón, y me gustó. A Vittorini también le gustó pero no sabía si publicarlo. ¿Qué quieres que te diga? Yo tampoco lo sé. Y estoy de acuerdo con el juicio de Vittorini, que te transcribo: «Tiene una frescura (incluso definible: rapidez visual) que me gusta, a pesar de la exigüidad del hilo de interés que se enrosca alrededor de la memoria autobiográfica». Justamente esto es lo que me hace dudar: «la exigüidad del hilo de interés». Me parece que este libro es una magnífica prueba, con un lenguaje en el que nunca, y es preciso decirlo, hay rebabas, con un modo de mirar las cosas seco, neto, sin falsas posiciones morales, y me parece que has hecho muy bien en escribirlo, en «empezar» a escribir así (aunque –no sé– quizás hayas escrito otra cosa), a la manera autobiográfica que ya es tradicional y utilísima cuando se escriben las cosas que uno vio y para decir cómo salió de ellas (la moral que se extrajo), sin la preocupación de «hacer un libro». Y encima no es que «el libro» no exista: todo lo contrario, ya que en él se siente el hilo de la «novela de una educación», y se siente que es sobre todo (y consigues ser al mismo tiempo fuerte y discretísimo) una educación política. Pero hoy, después de todo lo que llevamos leído, ¿se puede publicar de nuevo un libro que es «solo» la historia de una infancia, de un «descubrimiento» del mundo?

No sé, pienso que las cosas que el libro dice son –no digo vagas y confusas– sino modestas. No sé. Creo que veré a Vittorini, después de las vacaciones, y hablaremos. Entre tanto daré a leer La rotonda a alguien más. Sin duda hay un paisaje y un ambiente familiar muy buenos. Y sobre todo esa idea del fascismo, de la escuela fascista vista por chicos, que es la primera vez, creo, que se describe y me parece que no se puede hacer mejor. ¿Haces otras cosas? Las vería con mucho gusto. Yo estoy en panne desde hace tiempo.

Chao.

A BEPPE FENOGLIO – ALBA

2 de noviembre de 1950

Querido Fenoglio:

He terminado La paga del sabato. Solo ahora lo he podido leer porque no he tenido, en estos meses, un momento de respiro. Pero tu relato me atrapó desde las primeras páginas y tuve que llegar hasta el final.

Te digo en seguida lo que pienso: me parece que tienes cualidades muy notables; y también muchos defectos, a menudo te dejas llevar por el lenguaje, habría que corregir muchas cosas pequeñas, muchas cosas que ofenden el gusto –sobre todo en las escenas amorosas–, y no todos los capítulos están igualmente logrados.

Pero sabes centrar situaciones psicológicas particularísimas con una seguridad que me parece de veras rara. Las relaciones de Ettore con su madre y su padre, esas peleas, esas comidas en familia, y también las relaciones con Vanda, y todo el personaje de Ettore; y ciertas cosas de la rivalidad Ettore-Palmo: allí no yerras nunca el tiro, tienes coraje, tienes ideas claras sobre lo que hace y piensa la gente, y lo dices. Ideas demasiado claras: evidentemente tienes el orgullo de decirlo todo y no la modestia de quien se limita a echar miradas de espanto en las siempre misteriosas vidas ajenas. Esto es lo que te fuerza a menudo la mano y te hace escribir páginas que me parecen un poco irritantes, especialmente –como te decía– en la historia de Vanda. Entendámonos: todo es verdadero, tampoco en ese caso yerras un tiro, y no hay nunca, o casi nunca, palabras falsas ni complacencia (por eso te salvas de la pornografía), pero eres, me parece, de una ambición juvenil excesiva en las cosas que cuentas. Las historias de bandidos no son lo mejor del relato: hay ya mucho escrito sobre el tema, mucho cine; el personaje de Palmo tiene todo un árbol genealógico de gángsters cretinos que le han enseñado a hablar y a moverse. Lo mejor es Ettore en su casa, Ettore dando vueltas por la ciudad, Ettore mirándose al espejo, etc. Pero hay muchas cosas buenas en tu relato y estoy muy contento de haberlo leído. No es el menor de sus méritos el ser un documento de la historia de una generación: el hablar por primera vez con rigurosa claridad del problema moral de tantos jóvenes expartisanos. Tú no das juicios explícitos, sino que, como debe ser, la moral está toda implícita en el relato, y es lo que creo que debe hacer el escritor. Por el momento no puedo decir nada sobre su posible publicación o lo que sea. Estarás ansioso, lo comprendo, pero debes seguir teniendo paciencia. Lo leerán otras personas. Yo te he dicho lo que pienso personalmente.

Pronto te daré noticias. Ánimo y adelante.

Saludos afectuosos.

A ELIO VITTORINI – MILÁN

8 de noviembre de 1950

Querido Elio:

Te mando el manuscrito de La paga del sabato, de un tal Beppe Fenoglio, de Alba. Natalia y yo lo hemos leído con mucho gusto. Es un libro que tiene muchos defectos de lengua y de gusto (en ciertos puntos roza la pornografía), pero son todos defectos de detalle, eliminables con pocas correcciones. Y lo que revela es un robusto narrador, ajeno a toda complacencia literaria, con un montón de cosas que decir. Hay ciertas peleas con la madre, ciertas comidas en familia, muchas cosas de las relaciones familiares, amorosas o humanas que me parece realmente muy bien.

El argumento era muy difícil de tratar: expartisanos que se convierten en bandidos; y lo explica todo con hechos, con una moral completamente implícita: cuando no trata una situación psicológica, hace cine, pero cine del bueno, creo que el que tú calificas de «seco».

En una palabra, espero que te guste y que vaya bien en tu colección porque –aunque se le pueda considerar un «neorrealista» de estricta observancia– no remeda a nadie y dice cosas nuevas.

Saludos afectuosos.

1951

A LIBERO BIGIARETTI – ROMA

23 de febrero de 1951

Querido Bigiaretti:

Estoy leyendo con gran gusto Carlone, que es realmente un libro feliz, todo hecho de figuras y lenguaje llenos de agudeza y en que las páginas pasan una tras otra como si hubieran sido escritas de un tirón. Este es el libro tuyo que hubiéramos querido publicar nosotros, y no te perdonamos que se lo hayas dado a otro editor.

La domenica es completamente distinto (aun prescindiendo del hecho de que son cuentos, lo cual, en un juicio editorial, también tiene su peso). Es un libro unitario, de acuerdo, pero la unidad está dada por un tono común de los cuentos, por una actitud moral en cierto modo paralela. Pero justamente en este tono está la limitación del libro, porque en los puntos donde no te auxilia tu calidad estilística, el cuento se estanca y solo queda sabor de remordimiento, de grisalla, de sequedad. Que, contado así a media voz, no es un tema poético que de algún modo se imponga. Se diría que al contar estas historias de fracaso, tuviste la tentación de dar también por «fracasados» los cuentos: es típico el caso de «Signora anonima» en el que todo el interés por el tema que consigues sostener, en cierto momento queda anulado por tu confesión de compromiso periodístico. Pero el defecto no es tal vez tanto de realización; creo que tu inclinación a la modestia, a la humildad es lo que debes combatir como un peligroso vicio moral. ¿De qué tienes que disculparte? No se vuelve atrás; uno solo puede mejorarse a sí mismo desarrollando lo que es ya suyo, bueno o malo. O si no, hay que llegar a una humildad que dé miedo, a una modestia que haga temblar las paredes. Pero esto ya lo han hecho más que nadie los grandes rusos y es difícil compararse con ellos. En cambio tus personajes parecen sentir la modestia de ser modestos y no desprenderse nunca de ella.

Estas son observaciones personales de hombre a hombre y tómalas por lo que valen. Pero me parece que pueden enlazarse con el núcleo de nuestro juicio editorial que es: un buen libro con pasajes y páginas bastante buenos, un poco demasiado gris y no «un libro terriblemente gris», simplemente «un poco gris». En fin, la primera vez que publiquemos a Bigiaretti tiene que ser un libro mayor, en todos los sentidos, no un libro menor. Por lo tanto te devolvemos el manuscrito a la espera de un volumen que podamos lanzar a lo grande y asegurar un gran éxito.

También Natalia, que está indispuesta, ha leído el manuscrito y te escribirá.

Afectuosos saludos.

A MARCELLO VENTURI – MILÁN

16 de marzo de 1951

Querido Venturi:

He leído tu manuscrito. Todavía no funciona. El segundo de los dos cuentos es un paso adelante. Pero realmente no funciona. Estás lleno de literatura, tú no te das cuenta pero en cada frase sale a relucir la literatura; haces un esfuerzo terrible por decir algo realmente sentido y sincero fuera de esa cadencia a veces sentimental, a veces violenta que te gusta demasiado, pero que es gastada y postiza.

En mi opinión deberías cambiar de método. Escribe una frase, reléela y si sientes que tiene algo ya oído, algo que cosquillea tu gusto, bórrala y rehazla, hasta sentirla perfectamente normal, sin ninguna complacencia, pero que describa las cosas como son. Y sigue así. No escribas cosas demasiado fantasiosas y movidas: describe lo que haces desde la mañana cuando te levantas, hasta la noche cuando te vas a dormir. Al cabo de poco descubrirás un montón de cosas y te darás cuenta de que tocas la realidad con tus manos. Toma a Svevo como modelo, por ejemplo, que el pobrecito peor no podía escribir, pero miraba las cosas con sus ojos.

Y tendrías que evitar en lo posible correr detrás de motivos poéticos, todo lo antiguos y eternos que quieras, pero que han tenido una expresión acabada en escritores recientes y con los que la comparación salta en seguida a la vista. La nostalgia del propio pueblo y de las serenatas con los amigos, habría que ser Pavese para no convertirlos en un motivo trivial y tú, como unas pascuas, lo sigues. La presencia de los muertos en la plaza la describió Vittorini en Uomini e no; o tienes la seguridad de estar absolutamente libre de su influencia, o no te metas (y lo mejor, al jefe de las brigadas negras lo llamas Cagnone; ¡parece que lo hicieras a propósito para recordar tus referencias literarias!). Esto en cuanto a los temas poéticos generales, que son de todos y de nadie; pero las pequeñas triquiñuelas del relato, basta con que se hayan escrito una vez; la historia del partisano tirador infalible que sigue con el fusil a un cuervo que vuela por el cielo podrás escribirla diez mil veces mejor que yo, pero tengo aquí el código penal de mi parte y puedo hacerte un juicio en los tribunales, ¡seguro de ganarlo!

Tienes la suerte de tener un gran candor. Gran don si logra hacerse poesía (es decir, en cierto modo, volverse consciente). Pero a ti el candor te asoma en cosas exteriores, en errores de desatención (el coronel que sale de la Farnesina –¡diablos, qué carrera! La Famesina habrá sido fundada cuando mucho diez años antes de la guerra–; a las bombas Sipe, las llamas Stipel –o sea, con el nombre de la telefónica– y así sucesivamente).

Te devuelvo el manuscrito. No lo tomes a mal. Te suelto este sermón y, en realidad, ando en las mismas que tú y no sé cómo salir del paso. Yo también estoy escribiendo una novela, y quiero terminarla aunque sea casi seguro que se quedará también en el cajón.

Chao.

A ANTONIO GUERRA – SANT’ARCANGELO DI ROMAGNA

15 de mayo de 1951

Querido Guerra:

Me han entregado tu manuscrito Luciano in Calabria con una nota de Treccani donde me pedía que te escribiera qué pienso de tu libro.

Ante todo te agradezco tu interés por mi juicio. He leído el manuscrito con gusto: es sin duda un libro que se sostiene, de una calidad discreta y seria y que se sigue con interés desde el principio hasta el final. Tengo que decirte, sin embargo, que no hay nada que haga exclamar: «¡oh, formidable!», que te lleve a descubrimientos insospechados; es un honesto librito de una experiencia social y de viaje, como sería de desear que se escribieran muchos.

Cierto que yo no soy el lector ideal, porque estoy animado de viejas hostilidades preconcebidas, ya sea hacia las novelas en forma de diario, ya hacia el Bildungsroman, y también hacia todas las obras (novelas, comedias, películas) en las que figuran artistas, escritores, actores, etc., y sus problemas (sigo pensando que para estas cosas está el ensayo teórico y lo más riguroso posible). Tu libro es estas tres cosas juntas, y sin embargo lo he leído con gusto, y este es un buen signo.

Para el narrador que escribe un diario lo más difícil es entresacar de los millones de hechos y noticias de la propia vida los pocos que son necesarios y estén relacionados de manera que «hagan un cuento». Me parece que todavía sientes la tentación de decir demasiadas cosas, algunas de ellas superfluas.

En las «novelas de formación» siempre me aburre que el protagonista esté ahí con un embudo en la cabeza esperando que los otros y la vida le viertan dentro experiencia y sabiduría. Encuentro que esto no es dialéctico. Un hombre es modificado y al mismo tiempo modifica el ambiente, aprende y enseña al mismo tiempo, si no, no es un hombre. Y una novela en la que no ocurre esto no es una novela, aunque se hayan escrito miles así.

He oído hablar de ti por otros escritos que han despertado mucho interés y también me gustaría leerlos. Entre tanto, te devuelvo este.

Afectuosos saludos.

A GENO PAMPALONI – IVREA

22 de junio de 1951

Querido Pampaloni:

Hace tiempo que quería escribirte una carta entusiasta por tu excelente ensayo sobre Vittorini12; pero luego, después de haber leído el ensayo sobre Orwell, era un poco menos entusiasta; ahora que leo tu texto polémico sobre Pavese, y empiezo a ordenar mis ideas, creo poder escribirte una carta bastante orgánica.

Empiezo en seguida por decirte que respecto del libro de Pavese no has acertado una. Einaudi no ha cometido una mala acción con Pavese publicando sus versos; sin la menor duda, ha interpretado su deseo. Conociendo a Pavese y sabiendo cuánto le importaban esos versos mientras los escribía y habiendo encontrado el manuscrito perfectamente ordenado en la mesa de su despacho, como listo para ir a la imprenta, con el título Verrà la morte e avrà i tuoi occhi escrito de su puño y letra en el frontispicio (¡y no elegido por nosotros!), no podíamos tener dudas: era el deseo de Pavese que ese fuera su primer libro póstumo.

Desde luego, antes de publicarlo pensamos: «¿No será demasiado pronto, después del chismorreo periodístico, para dar al público estos versos tan cercanos a su última crisis de desesperación?». Pero no quisimos esperar porque sabíamos que respetábamos su intención tácita, porque los consideramos muy bellos (como descubrirás al leerlos con más calma), porque están muy lejos de ofrecer pasto a cualquier bordado periodístico, porque para educar al público literario hay que demostrarle confianza, para que aprenda que en la vida privada de los escritores no se va a curiosear o a fruncir la nariz, sino a estudiar y respetar un testimonio de vida que debe servir a todos, porque el escritor es un hombre que se desgarra para liberar a su prójimo.

Hemos de decir que la mayoría se ha mostrado a la altura de la prueba: ha sabido leer a Pavese como a un clásico. Pero la reacción de otros nos ha turbado y nos lleva a preguntarnos si, para publicar el diario, no tendremos que esperar todavía unos años. Algunos, por su inmadurez de lectores, han encontrado el libro demasiado candente. Y ahora llega, azar insospechado, tu estallido, el de un lector preparado y agudo si los hay.

Lo más inexplicable es que después de sentirte turbado por la publicación de estos versos, pidas la publicación del diario y recomiendes que no se hagan cortes. Evidentemente no imaginas que el diario puede tratar de manera mucho más íntima e intensa las cuestiones más estrictamente privadas, entre muchas reflexiones sobre poética. Creo entender que te esperas, en contraposición al cancionero amoroso, un diario político; pues bien, me duele decirte que hay en el diario solo algunas alusiones a la política –y no en los últimos meses–, que nos guardaremos mucho de suprimir. Pavese quería darnos con su diario un testimonio del antiguo lado trágico de la vida humana al cual nadie escapa. Nadie más lejos que él para teorizar sobre crisis contemporáneas. Si el libro se publica pronto –aunque no antes del año próximo– habrá que hacer algunos cortes por consideración a algunas personas que han tenido que ver con su vida íntima, y en algún pasaje donde grita su dolor con palabras que pueden ofender su propia memoria, nada más, si no se quiere desfigurar la estructura y el sentido del diario. Pero si hay quien protesta por la publicación de los versos, ¿qué sucederá cuando el diario se publique? Tal vez sea mejor esperar unos diez años.

Pero el problema que me interesaba resolver es otro. ¿Cómo es posible que tú, que eres indudablemente uno de los mejores críticos, que unes un habitus filológico riguroso a una sensibilidad bastante viva, que has dado pruebas ejemplares de «cómo se lee» un autor, tengas vuelcos tan repentinos, exaltes a un libelista de segundo orden después de la lectura ocasional de una traducción, lances una polémica armada en el aire sobre un autor acerca del cual has tenido la posibilidad de informarte y documentarte?

Me parece que la respuesta puede ser esta: no has tomado bastantes precauciones contra la infección de uno de los males más tristes y comunes de nuestra época: el anticomunismo. Probablemente esta tendencia ha nacido en ti como defensa contra cierto número de cosas que no te caían bien, pero no ha tardado en volverse agresiva y enardecida. Mientras analizas textos y cuestiones que no se prestan a la polémica, eres todo precisión, perspicacia y gusto; pero si, directa o indirectamente, se entra en el terreno del comunismo-anticomunismo, te alteras, olvidas el habitus crítico y acumulas los errores.

Me parece que por ahora solo corres este peligro, y por eso me permito advertírtelo, porque tienes fuerzas suficientes para resistir a un mal tan dañino y vulgar.

Saludos afectuosos.

A CARLO CASSOLA – GROSSETO

12 de julio de 1951

Estimado Cassola:

Su novela está en este momento en manos de Vittorini (Via Canova 42, Milán) que creo le escribirá dentro de poco.

He leído Anna e i comunisti con gran interés. Me parece un libro bastante serio y nada fácil: para entenderlo hay que entrar plenamente en el modo esquivo que tiene usted de narrar. También he leído de usted «Taglio del bosco» que, creo, da la mejor medida de su propósito y la clave de su estilo. En «Taglio del bosco» un sentimiento de dolor está en el fondo de todo un paisaje, del transcurso de las horas, de la descripción minuciosamente técnica, lúcida hasta la desesperación, de las jornadas de la tala. Es un procedimiento expresivo que se puede vincular a los que la crítica anglosajona califica como understatement o, mejor dicho, como indirection. «Taglio del bosco» me sirvió mucho como clave para la lectura de Anna e i comunisti.

Hay también en la novela páginas de «Taglio del bosco», es decir, de indirection contemplativa, hecha de paisaje y de reposo (especialmente en la segunda parte y en la tercera; y cuando Miro está cazando, que es un momento muy bueno). Pero estos son episodios aislados; la novela apunta a un procedimiento diferente y bastante difícil. Me parece entender que su tema general es la expresión de un sentimiento (único o en continuo desarrollo, como el color de una vida, el desgaste de los años) a través, primero, de una crónica de costumbres de provincia, anotadas con despiadada meticulosidad fotográfica; después, de una serie de intentos de fuga, de vías de salida [que] apenas abiertas, se revelan en seguida mínimas, mezquinas, sofocadas siempre por ese peso de trivialidad que persigue a los personajes, hagan o digan lo que fuere, hasta la Resistencia, donde el contraste entre la cruda y maciza importancia de los hechos y la incapacidad para entender al protagonista se vuelve más visible. Me parece que el libro roza y evita la tentación del Bildungsroman, en el que se sigue el camino de un protagonista que no aprende nada de la vida y en el cual cada etapa de evolución intelectual se transforma en dato gris de costumbres; incluso la posición de llegada, la religión, sigue siendo un límite, una negativa a experimentarse, pasando a través de las cosas que la contradicen, a un cristianismo sin obras, que huye de la historia.

En cuanto a la realización de la novela, me parece que hay que basar el juicio en la relación entre esa obstinación documental y su sobrentendido moral: es decir, si este está realmente expresado o si queda sumergido por aquella. El libro podría leerse como un Bouvard y Pécuchet de nuestra generación (aunque sea en clave triste más que satírica), tanta es la meticulosidad con que se registran las idées reçues, los modos de conversación, los hábitos tanto de la pequeña burguesía provinciana, como de la juventud intelectual, o de la subversión comunista-anarquista de ciertas regiones italianas, e incluso las frases de los periódicos humorísticos, los chistes groseros, los libros leídos en los diversos ambientes... ¡Una ganga para los futuros historiadores de las costumbres! ¿Pero qué nos importan los historiadores? Nosotros vivimos y ellos se las arreglarán para encontrar los documentos de nuestra vida; no tenemos que darles la papilla masticada. Por lo tanto mi problema mientras leía la novela era entender hasta qué punto la «incomodidad» de ver extraídos de su ambiente, frases, días, movimientos de ánimo tan cercanos todavía en mis recuerdos (porque la biografía de Fausto –por lo menos en los datos exteriores– es tal vez la de toda nuestra generación: sin duda la historia de todos los jóvenes provincianos bajo el último fascismo) era una incomodidad poética, catártica, y hasta qué punto no era en cambio la desazón que produce una vieja fotografía. Yo diría que los peligros del libro (o los defectos, cuando rayas en ellos) pueden ser dos: el abandonarse a la sobreabundancia de una crónica de costumbres a la cual la entonación de indulgencia y simpatía quita esa parte de distancia necesaria para mirarla desde fuera (esto especialmente en la primera parte); y el abstenerse de juzgar los pensamientos y los actos del protagonista, que a veces induce a sospechar que se quieren presentar como normativas, incluso cuando son más candorosamente escolares (¡«el respetado uniforme» de los ingleses!), con el riesgo de que el libro sea tomado, en ciertos puntos, por una especie de Giannettino en clave melancólica.

Estas son, sumariamente, mis primeras impresiones sobre la importancia del libro y sus lados a mi juicio menos resueltos. Impresiones de lectura que no quieren ser todavía una opinión editorial.

Pensaré en el asunto y lo discutiré tanto con Muscetta como con Vittorini.

Lo saludo con viva cordialidad.

A MANLIO DAZZI – VENECIA

18 de julio de 1951

Estimado Dazzi:

He leído con interés su novela.

Mi primera impresión, debo decirlo, es un poco de aturdimiento, como frente a una empresa dificilísima, a una tarea de virtuoso. Usted se ha propuesto el objetivo de guiar la narración al mismo tiempo en varias direcciones, todas muy precisas y muy distantes la una de la otra. En primer lugar la de la primera persona (diferente también tipográficamente): introspectiva, lírica, dolorosa, agrumada. Después (pero apenas al principio, porque luego se pierde), el tono de causerie intelectual, conceptuosa, de ensayo, de intelligenzenroman: el profesor. Más tarde (y es tal vez el tema principal del libro) el allegro de las travesuras de chicos y de pícaros, esa Resistencia totalmente inventada, convertida en juego de niños y de pillos, en un fuego cerrado de hallazgos. Acompaña a este allegro el contracanto oscuro de la crónica de la opresión con su secuela de episodios crueles.

Por lo tanto el problema es la orquestación: unir en un todo unitario materiales poéticos tan heterogéneos y, sin embargo, cada uno tan vistoso y calificado como para dominar a los otros. Más que un juego de modulaciones, hacía falta un motivo general, un color, un sentimiento que pasara sin solución de continuidad a través de los diversos momentos. Y eso está en su novela: es el resentimiento humano, el rencor contra la ofensa padecida por todos los hombres, el impulso tenaz y secreto de la rebelión: es un sentimiento que impregna cada página del libro.

¿Basta eso para darle unidad? Yo diría que el libro sigue siendo un compuesto heteróclito. Sé lo que significa estar encima de una novela meses y meses: poco a poco nos identificamos tanto con ella que todo parece concatenado y necesario. Pero lo importante es que sea el lector quien entre en el libro y lo acepte todo. Como le he dicho, la primera impresión del lector es la de quedarse como atónito, y eso lo mantiene fuera, en el exterior de la novela, en vez de arrojarlo dentro como debería ser para poder seguir la historia participando plenamente en ella. Es poco, pero basta para que, por ejemplo, esa Resistencia, de tan inverosímil que quiere ser, se vuelva increíble, es decir, que uno puede mirar fríamente, como extraño, sin entrar en el juego. Es cierto que después insistiendo, releyendo, el lector logrará hallar la clave, pero en una novela el primer encuentro con el lector, la comunicación inmediata cuenta mucho.

Estas son mis primeras notas sobre los méritos y los peligros del libro. No quiere ser una opinión editorial: aquí el razonamiento es completamente distinto: tiene que ver con la colección, con el momento editorial. Tenemos los «Coralli» que no andan bien, la «PBSL» narrativa, tampoco; los «Super-Coralli» marchan, pero solo recogen obras de bulto y de público; los recién nacidos «Gettoni» de Vittorini están reservados a first-novelists o casi, y a extranjeros nunca traducidos. Y no me queda sino devolverle el manuscrito confiando en que vendrán tiempos mejores.

Con los saludos más cordiales.

1952

A GIUSEPPE DE ROBERTIS – FLORENCIA

3 de abril de 1952

Querido De Robertis:

He leído su reseña de El vizconde demediado y le agradezco la atención que siempre dedica a mis obras.

Pero debo decirle una cosa: que el texto de la solapa no es mío (¡sería una buena prueba de inmodestia!), sino de Vittorini, como siempre en los volúmenes de su colección.

De Il bianco veliero que usted tiene la amabilidad de recordar, debo decirle que no se moverá del cajón donde está desde hace cuatro años, aunque ya me haya arrepentido un poco de no haberlo publicado en su momento. Y creo que se quedará también en el cajón I giovani del Po, una novela en la que trabajé dos años. El Vizconde fue unas vacaciones que me tomé apenas hube terminado I giovani del Po, para volver a mi vena más fácil después de intentar una narración muy razonada, sin exuberancias fantásticas.

En fin, oigo a menudo hablar del «virtuosismo» y de sus peligros, pero comprendo cada vez más que tengo que trabajar y equivocarme mucho antes de poder expresarme acabadamente.

Muchos saludos afectuosos.

A RAUL LUNARDI – SASSOFERRATO

7 de julio de 1952

Querido Lunardi:

Me alegro de que el volumen te haya gustado13. Ahora esperemos que tenga éxito. La presentación de la solapa es de Vittorini (modificada ligeramente por nosotros). La del Notiziario, que no te gusta, la escribí yo. Quería diferenciarte un poco de los dos volúmenes «descamisados» que aparecieron al mismo tiempo que el tuyo; quizá te presento como demasiado «literato», discúlpame; espero que no te perjudique y tomo nota de tus precisiones.

Hemos mandado tu volumen al Premio Viareggio «Opera prima».