Madame de Pompadour - Gema Moraleda Díaz - E-Book

Madame de Pompadour E-Book

Gema Moraleda Díaz

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Beschreibung

DIRIGIÓ LA POLÍTICA, REINÓ SIN CORONA.  Jeanne-Antoinette Poisson, madame d'Étiolles y marquesa de Pompadour, ha pasado a la historia como la amante sensual y manipuladora que condujo a la ruina política a Luis XV de Francia, un rey débil, caprichoso y poco interesado por los asuntos políticos y por su pueblo. Como sucede con tantas otras mujeres que han estado cerca de los círculos de poder a lo largo de los siglos, la historia oficial ha ofrecido durante muchos años una imagen distorsionada y negativa de madame de Pompadour, convirtiéndola en una odalisca caprichosa, calculadora y egoísta que se enriqueció a costa de su país sin importarle lo más mínimo las consecuencias. Este retrato incompleto del personaje se debe, en parte, al carácter reservado, casi hermético, de Jeanne-Antoinette, cuya correspondencia privada fue en gran parte destruida y manipulada durante su vida y también después de su prematura muerte, con solo cuarenta y dos años. Así, el relato de su existencia nos ha llegado sobre todo a través de los textos y las opiniones de sus detractores y enemigos en la corte, todos ellos influidos por las luchas de poder, el sexismo y los intereses personales de los implicados. Jeanne-Antoinette Poisson demostró desde su adolescencia una gran inteligencia y un amor profundo por la filosofía y las artes. Recibió una educación refinada, que hizo de ella una joven intelectualmente brillante que deslumbró en los salones literarios a los que acudía en compañía de su madre. Podría haber sido una reputada artista, pero optó por intentar trascender sus orígenes y desafiar al sistema convirtiéndose en favorita del rey Luis XV, algo impensable para una plebeya. En su caso, ser la amante oficial del rey le permitiría acceder a la corte y a los más elevados círculos tanto políticos como culturales. Jeanne-Antoinette siempre creyó que había nacido para dejar huella en la historia y buscó la mejor forma de lograrlo.

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Seitenzahl: 195

Veröffentlichungsjahr: 2025

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Índice

DIRIGIÓ LA POLÍTICA, REINÓ SIN CORONA

I. UNA BURGUESA EN LA CORTE

II. ROMPIENDO LAS REGLAS

III. UNA MENTE BRILLANTE

IV LA ALIADA VITAL

V. EL PODER EN SUS MANOS

VISIONES DE MADAME DE POMPADOUR

LA VISIÓN DE LA HISTORIA

NUESTRA VISIÓN

CRONOLOGÍA

© Gema Moraleda Díaz por el texto

© Cristina Serrat por la ilustración de cubierta

© 2020, RBA Coleccionables, S.A.U.

Diseño cubierta y portadillas de volumen: Luz de la Mora

Diseño interior: tactilestudio

Realización: EDITEC

Asesoría narrativa: Ariadna Castellarnau Arfelis

Asesoría histórica: María de los Ángeles Pérez Samper

Equipo de coloristas: Elisa Ancori y Albert Vila

Fotografías: Wikimedia Commons: 159, 161.

© de esta edición: RBA Libros y Publicaciones, S. L. U., 2025

Avda. Diagonal, 189 - 08018 Barcelona.

www.rbalibros.com

Primera edición en libro electrónico: septiembre de 2025

REF.: OBDO862

ISBN: 978-84-1098-754-8

Composición digital: www.acatia.es

Queda rigurosamente prohibida sin autorización por escrito del editor cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra, que será sometida a las sanciones establecidas por la ley. Pueden dirigirse a Cedro (Centro Español de Derechos Reprográficos, www.cedro.org) si necesitan fotocopiar o escanear algún fragmento de esta obra (www.conlicencia.com; 91 702 19 70 / 93 272 04 47). Todos los derechos reservados.

DIRIGIÓ LA POLÍTICA, REINÓ SIN CORONA

Jeanne-Antoinette Poisson, madame d’Étiolles y marquesa de Pompadour, ha pasado a la historia como la amante sensual y manipuladora que condujo a la ruina política a Luis XV de Francia, un rey débil, caprichoso y poco interesado por los asuntos políticos y por su pueblo.

Como sucede con tantas otras mujeres que han estado cerca de los círculos de poder a lo largo de los siglos, la historia oficial ha ofrecido durante muchos años una imagen distorsionada y negativa de madame de Pompadour, convirtiéndola en una odalisca caprichosa, calculadora y egoísta que se enriqueció a costa de su país sin importarle lo más mínimo las consecuencias. Este retrato incompleto del personaje se debe, en parte, al carácter reservado, casi hermético, de Jeanne-Antoinette, cuya correspondencia privada fue en gran parte destruida y manipulada durante su vida y también después de su prematura muerte, con solo cuarenta y dos años. Así, el relato de su existencia nos ha llegado sobre todo a través de los textos y las opiniones de sus detractores y enemigos en la corte, todos ellos influidos por las luchas de poder, el sexismo y los intereses personales de los implicados.

Todas estas circunstancias hacen complicado reconstruir fielmente la historia de esta mujer fascinante y enigmática, que desafió las convenciones de la sociedad francesa de mediados del siglo xviii, pues su origen burgués debería haberle impedido el acceso a la corte real, y que, sin embargo, no solo logró afianzar su posición de favorita durante más de veinte años, sino también ostentar el poder equivalente al de un primer ministro, cargo inexistente en el Gobierno de Luis XV.

Jeanne-Antoinette Poisson demostró desde su adolescencia una gran inteligencia y un amor profundo por la filosofía y las artes. Recibió una educación refinada, que hizo de ella una joven intelectualmente brillante que deslumbró en los salones literarios a los que acudía en compañía de su madre. Podría haber sido una reputada artista, pero optó por intentar trascender sus orígenes y desafiar al sistema convirtiéndose en favorita del rey Luis XV, algo impensable para una plebeya. En su caso, ser la amante oficial del rey le permitiría acceder a la corte y a los más elevados círculos tanto políticos como culturales. Jeanne-Antoinette siempre creyó que había nacido para dejar huella en la historia y buscó la mejor forma de lograrlo.

Por otro lado, su amor y lealtad a Luis XV fueron absolutos desde su primer encuentro en 1745, cuando ella contaba veinticuatro años. La compenetración de la pareja fue total y sobrevivió incluso más allá de su relación carnal, que duró apenas cuatro años. En contra de la creencia generalizada, madame de Pompadour no era solo la compañera de cama del rey, era su amiga, confidente y principal apoyo. Hombre con tendencias depresivas, que se acentuaban peligrosamente ante las enfermedades y fallecimientos de sus allegados, Luis XV caía en ocasiones en estados de profunda tristeza que lo llevaban a aislarse del mundo y desatender todas sus obligaciones. La única persona capaz de rescatarlo de estos episodios era JeanneAntoinette, y esta capacidad fue una de sus mejores bazas para defender su posición en la corte a lo largo de los años.

Así, todos los actos y decisiones llevados a cabo por madame de Pompadour deben leerse en el contexto de su amor profundo por Luis XV y su deseo de consolidar el poder de la monarquía como una institución absoluta, por encima de la Iglesia y el Parlamento. Esta convicción y el hecho de que Luis XV no sintiera una inclinación natural por los temas de Estado la condujeron de manera lógica a interesarse por la política nacional e internacional de su época. Aprovechando su posición privilegiada en la corte y la confianza del rey, madame de Pompadour no dudó en ponerse en contacto con los responsables políticos y militares franceses hasta convertirse, de facto, en el primer ministro del país, la única persona que estaba al día de todo lo que sucedía y la responsable de informar y asesorar al rey sobre todas las decisiones. La época que le tocó vivir fue convulsa y complicada, con conflictos bélicos tanto en Europa como en las colonias americanas y enfrentamientos políticos internos en el seno de las instituciones francesas. Y no todas sus decisiones y consejos fueron acertados. Madame de Pompadour tenía un carácter orgulloso y, en ocasiones, vengativo. No toleraba bien la disidencia ni la desobediencia, y no dudaba en apartar de su cargo a cualquiera que osara cuestionarla. En su afán por proteger al monarca, solía anteponer los intereses personales de este a los del país. Su desconexión y desinterés de todo lo que sucedía fuera de los muros de Versalles acabó provocando el malestar del pueblo francés, que en numerosas ocasiones manifestó con vehemencia su descontento con el rey y con su favorita, a quienes culpaban, a menudo sin argumentos, de todos los males del país.

La Iglesia, sumida a su vez en sus propias luchas de poder con el monarca, tuvo también un papel fundamental en la desacreditación de madame de Pompadour, un personaje que les resultaba incómodo por sus ideas alejadas de la religión y mucho más próximas al pensamiento ilustrado. Más interesada por la filosofía y las artes que por los asuntos divinos, JeanneAntoinette desarrolló durante toda su vida una faceta de mecenas que hizo florecer en todos los sentidos la producción artística del país. Impulsora de la Enciclopedia de Diderot, de las obras pictóricas de Boucher o de monumentos como la plaza de la Concordia de París, Jeanne-Antoinette contribuyó al esplendor artístico de la Francia del siglo xviii.

La frágil salud de Jeanne-Antoinette marcó toda su vida. Aquejada de problemas pulmonares, fuertes migrañas y otras dolencias invalidantes, la certeza de que su paso por este mundo sería breve la motivó en su empeño de dejar huella en la historia. Madre de una niña, Alexandrine, que tuvo con su esposo, Charles-Guillaume Le Normant d’Étiolles, siguió el ejemplo de su propia madre y pensó en forjar un destino promisorio a su pequeña y a ella misma mediante una buena alianza matrimonial. Pero tras la muerte de la niña con solo diez años, JeanneAntoinette tuvo que asumir que su único legado sería su relación con el rey, y en ella volcó todas sus fuerzas y recursos. Así, aunque el retrato oficial de madame de Pompadour sea el de una mujer fría y calculadora, obsesionada por la riqueza, los bienes materiales y el poder, cuando se observa de cerca aparece una mujer profundamente enamorada de un hombre complicado, que hace todo lo posible para librarlo del dolor y las preocupaciones, aunque no siempre tome las mejores decisiones.

Desgraciadamente, el reinado de Luis XV plantó la semilla de todo lo que vendría después. La Revolución francesa y el fin de la monarquía no se entienden al margen del legado de este monarca, y es precisamente así como nace la leyenda negra de madame de Pompadour, convertida en cabeza de turco y chivo expiatorio de los errores de los auténticos responsables. ¿Se habría juzgado con la misma dureza a madame de Pompadour si, en lugar de ser la favorita del rey, hubiera sido un simple primer ministro? No lo podemos saber. Lo que sí es seguro es que su vida personal no habría sido cuestionada ni utilizada en su contra, ni su nombre vilipendiado de tal modo. Agotada tras veinte años de vida en la corte, Jeanne-Antoinette murió el 15 de abril de 1764, aquejada de tuberculosis, y afrontó su última agonía con la misma fuerza y dignidad que la caracterizaron en vida. La vida de una mujer extraordinaria que, como tantas otras, ha sido injustamente tratada por la historia.

I

UNA BURGUESA

EN LA CORTE

Sabía cuál era su valor y confiaba

en sus capacidades. No pensaba

darse por vencida.

Asus diecisiete años, Jeanne-Antoinette tenía la sensación de que llevaba toda la vida luchando contra algo que ni siquiera era culpa suya. Sin embargo, aquel día de primavera de 1738 parecía que su suerte, por fin, había empezado a cambiar. La invitación al salón de madame de Tencin que ella y su madre habían recibido la semana anterior era la prueba palpable de ello. JeanneAntoinette leyó por enésima vez la alambicada caligrafía de la tarjeta, regodeándose en las curvas de su nombre.Tenía la intuición de que a madame de Tencin debía de haberle costado escribir su apellido, «Poisson», en una de sus exclusivas invitaciones. La imaginaba mojando la pluma a disgusto, frunciendo el ceño y esforzándose mucho por que la tarjeta quedara impecable y así mostrar en cada detalle su superioridad social con respecto a su invitada. De hecho, Jeanne-Antoinette estaba convencida de que el único motivo por el que aquel sobre había llegado a sus manos había sido que a madame de Tencin no le había quedado más remedio.

La joven Poisson, como la conocían muchos, empezaba a ser una muchacha apreciada en los círculos de la alta sociedad parisina. Su belleza y su porte, pero también, sobre todo, su educación, su cultura y sus habilidades artísticas la habían convertido en una presencia deseable y deseada en los salones de París a pesar de sus orígenes burgueses y poco sofisticados. Jeanne-Antoinette sabía que en aquel salón se lo jugaba todo, que su llegada debía ser memorable y discreta al mismo tiempo; su conversación, agradable y modesta. Debía medir meticulosamente cada detalle, desde su vestido hasta su postura, pasando por el maquillaje, el tono de voz y, por supuesto, cada una de las palabras que salieran por su boca. Mostrar su inteligencia sin resultar pedante, hacer gala de su cultura sin aburrir a sus interlocutores, pero Jeanne-Antoinette no estaba en absoluto preocupada: llevaba media vida preparándose para ese momento.

Al llegar al salón de madame de Tencin, madre e hija, con sus vestidos elegantes y a la moda, pero sin rastro de ostentación, eligieron unas sillas bien situadas en el centro de la sala para que todo el mundo pudiera verlas. La habitación estaba completamente llena de gente, que disfrutaba de un ligero refrigerio antes de que empezara la velada. Jeanne-Antoinette observó al resto de los invitados intentando identificar a todos los presentes. Enseguida se percató de que allí había caras muy conocidas con las que le convenía intimar después de la charla sobre filosofía que habían ido a escuchar. La conferencia se desarrolló según lo previsto y, a continuación, los invitados empezaron a comentarla en pequeños grupos. Jeanne-Antoinette se sentía increíblemente cómoda en aquel ambiente. Disfrutaba intercambiando opiniones, conociendo a gente diversa y escuchando puntos de vista distintos. De hecho, uno de sus sueños era organizar ese tipo de reuniones en su casa y llegar a tener un salón tanto o más prestigioso que el de madame de Tencin, uno al que la gente se peleara por asistir y que se convirtiera en referente del mundo cultural parisino.

Sin embargo, Jeanne-Antoinette no era ninguna ingenua y sabía bien que sus orígenes burgueses no se lo iban a poner fácil. Si quería tener su propio salón, antes tendría que demostrar que era tan buena como todos aquellos nobles con apellidos sonoros que se remontaban siglos en la historia del país. Era eso o convertirse en una de ellos. Algo que solo podría lograr mediante un matrimonio con alguien de la más alta nobleza, un objetivo más difícil de conseguir que tener su propio salón, ya que los nobles solo se casaban con burguesas por motivos económicos y ella no era lo bastante rica. Quizá lo mejor sería convertirse en la amante del rey. Jeanne-Antoinette sonrió ante su propia ocurrencia. Su madre siempre le decía que podía aspirar a lo que quisiera, que ella era un «bocado real», pero JeanneAntoinette sabía que aquella empresa era terriblemente complicada. Y, sin embargo, algo en su interior le decía que era factible, que si seguía esforzándose encontraría la manera de abrirse paso en esa sociedad que daba más valor al linaje que a los méritos o talentos personales. Solo era cuestión de tiempo.

Jeanne-Antoinette Poisson nació en París el 29 de diciembre de 1721. Sus padres, François Poisson y Louise-Madeleine de la Motte pertenecían al escalafón más bajo de la burguesía, el de los recién llegados, que sufría un doble menosprecio: la nobleza los desdeñaba por sus orígenes y su propia clase los consideraba poco más que unos intrusos. François Poisson había nacido en Langres, un pueblecito al este de Francia, en una familia muy humilde. De padre tejedor, Poisson tuvo claro desde muy joven que él no seguiría en el negocio familiar, por eso, en cuanto pudo, se trasladó a la capital, donde entabló relación con los hermanos Pâris, una de las familias burguesas más influyentes del país. Financieros de profesión, los Pâris tenían estrechos vínculos con la Corona como proveedores de víveres para el ejército, entre otros negocios.

Esta relación permitió a Poisson escalar social y económicamente en una Francia, la del Antiguo Régimen, férreamente estratificada en tres estamentos: la nobleza, el clero y el llamado Tercer Estado. Los dos primeros eran grupos privilegiados, mientras que el tercero aglutinaba al resto de la población: campesinos, comerciantes, artesanos y una nueva clase social, la burguesía, en rápida expansión gracias a su creciente pujanza económica, que empezaba a cuestionar un sistema en el que eran los apellidos, y no los méritos, lo que determinaba el destino de los individuos.

Y entre todos los miembros de la burguesía, eran los financieros los que ocupaban los escalafones más elevados. El florecimiento de este nuevo oficio estuvo muy relacionado con la política, ya que eran sus inversiones y su dinero los que sufragaban las guerras y garantizaban la prosperidad en tiempos de paz. Con una nobleza que vivía de rentas pero no generaba riqueza, eran los financieros quienes, mediante la especulación y la compraventa, obtenían el dinero que precisaba la Corona para llevar adelante sus proyectos y también quienes prestaban el dinero que mantenía el tren de vida de los aristócratas. Así, a pesar de las reticencias de la nobleza, que despreciaba a aquellos advenedizos sin títulos ni apellidos de rancio abolengo, los financieros habían irrumpido con fuerza en la alta sociedad y habían empezado, incluso, a emparentarse con el estamento superior mediante matrimonios.

No fue el caso de François Poisson, aunque tampoco puede decirse que su boda con Louise-Madeleine fuera fruto del amor. Tras enviudar muy joven de su primera esposa, los hermanos Pâris habían propuesto a su socio que considerara casarse con la joven hija del proveedor de alimentos de Los Inválidos, el complejo real destinado a hospedar a los veteranos inválidos sin techo del ejército francés. De origen plebeyo como Poisson, Louise-Madeleine de La Motte, una bella muchacha de diecinueve años, era conocida y muy deseada en los entornos aristocráticos. Sin embargo, su condición de recién llegada a la burguesía le impedía soñar con un matrimonio con alguien de la nobleza y ni siquiera podía aspirar a convertirse en amante de un aristócrata en su condición de mujer soltera. En la sociedad francesa de la época los nobles preferían a las amantes casadas, algo que se consideraba menos escandaloso y arriesgado. Así, los Pâris habían considerado que un marido consentidor y complaciente era la solución ideal para introducir a Louise-Madeleine en los círculos de la alta sociedad y convencieron a Poisson de que aquel enlace beneficiaría a largo plazo a todos los implicados.

El contrato matrimonial entre François y Louise-Madeleine se firmó el 6 de octubre de 1718 y, a partir de ese momento, Poisson se convirtió definitivamente en el hombre de confianza de los hermanos Pâris. Sus nuevas responsabilidades lo obligaban a ausentarse a menudo de casa, lo que concedía una gran libertad a su esposa, quien, a menudo sola en París, emprendió una lucrativa carrera como amante de hombres influyentes.

Esta circunstancia, unida al hecho de que François Poisson quedó retenido por una epidemia de peste en Marsella durante unas cuantas semanas coincidiendo con las fechas en las que su esposa se quedó embarazada, hizo que la mayoría de sus contemporáneos, y también de los historiadores, dudaran de la paternidad de Poisson con respecto a su hija Jeanne-Antoinette. De hecho, las malas lenguas sostenían que ni siquiera la madre de la criatura era capaz de atribuir con certeza la paternidad de su primogénita, aunque las opciones quedaban restringidas a dos nombres: Jean Pâris de Montmartel, uno de los hermanos Pâris, que fue padrino de su bautismo, y Charles François Paul Le Normant de Tournehem, fermier général, cargo real otorgado a los recaudadores de impuestos para la Corona, que siempre tuvo un trato muy estrecho y cariñoso con ella. Sea como fuere, lo que es seguro es que ambos hombres desempeñaron un papel importante en la vida de Jeanne-Antoinette.

La colaboración entre François Poisson y los hermanos Pâris convirtió al primero en un hombre rico y, en los años posteriores al nacimiento de Jeanne-Antoinette, la familia se mudó a uno de los barrios más lujosos de París, donde vivían los financieros más prósperos del reino. Sin embargo, en 1727, François Poisson se vio obligado a huir a Alemania como chivo expiatorio de un conflicto político entre el rey y los hermanos Pâris.

Ante aquel contratiempo, Louise-Madeleine tomó rápidamente las riendas de la situación. El 12 de agosto de 1727 obtuvo la separación legal de Poisson, lo que le permitió contar con recursos económicos propios, se mudó con sus dos hijos pequeños a una vivienda en un barrio más modesto y pidió protección a su amante Le Normant de Tournehem, que no dudó en velar por sus necesidades y se convirtió, además, en tutor legal de Jeanne-Antoinette.

Aquel cambio brusco de vida marcó a la pequeña Reinette, el profético apodo con el que la llamaban cariñosamente en casa, quien, con solo cinco años, pasó de vivir rodeada de lujos a tener que adaptarse a un entorno más modesto, a pesar de que su madre, siempre preocupada por sus hijos, hiciera todo lo posible para que no les faltara de nada.

A principios de 1729, con siete años, Jeanne-Antoinette ingresó en el convento de las Ursulinas de Poissy, situado a apenas treinta kilómetros de París. Separada de repente de todo entorno y rostro conocidos, Jeanne-Antoinette llegó a aquel sobrio edificio de gruesos muros para recibir la misma educación que todas las hijas de buena familia de la época. En los conventos, las monjas cuidaban y protegían la virginidad de las niñas hasta que estas cumplían la edad de contraer matrimonio y, mientras tanto, les enseñaban a leer, a escribir y, sobre todo, a ser buenas esposas cristianas, discretas y abnegadas. Los primeros tiempos de Jeanne-Antoinette en el convento fueron complicados. No solo tuvo que habituarse a los estrictos horarios y las ceremonias religiosas, sino que, a las pocas semanas, contrajo un sarampión que la obligó a aislarse en su habitación y guardar cama durante semanas. Afortunadamente, los buenos cuidados de las monjas lograron que Jeanne-Antoinette se recuperara y pudiera, por fin, integrarse en la rutina conventual, a la que no tardó en adaptarse hasta convertirse en una de las alumnas más populares y brillantes. Simpática, risueña, amable, inteligente y muy sociable, Jeanne-Antoinette hizo buenas amigas en Poissy. Solo había una cosa que la entristecía: echaba mucho de menos a su madre, a la que no había visto desde que la había dejado en el convento. Su padre, en cambio, al que hacía años que no veía y cuyo rostro había empezado a olvidar, le mandaba cartas todas las semanas para preguntarle cómo estaba y contarle historias. La pequeña Jeanne-Antoinette no entendía por qué de repente su padre se preocupaba tanto por ella y, en cambio, parecía que su madre, con la que había vivido siempre, había dejado de hacerlo.

Aunque ella no pudiera saberlo, aquella situación no era más que el reflejo de un enfrentamiento entre sus padres, que no se ponían de acuerdo sobre la mejor manera de educarla. Lo más probable es que François Poisson decidiera unilateralmente internar a Jeanne-Antoinette y hacerse cargo de todos los gastos como forma de estar presente en la vida de su hija desde la distancia, circunstancia que molestaba a su mujer, que había salido adelante perfectamente por su cuenta hasta entonces y que no albergaba ningún deseo de separarse de su hija.

Al llegar el otoño, Jeanne-Antoinette volvió a enfermar, esta vez de tosferina. Conscientes de la frágil salud de la niña, las monjas se desvivieron por cuidarla. Encerrada de nuevo en su habitación, Jeanne-Antoinette disfrutó de todo tipo de atenciones: la chimenea siempre encendida, platos de carne, pescado y huevos y total libertad para jugar y entretenerse. Pero nada parecía funcionar. En enero de 1730, seguía sin recuperarse. En vista de ello, su madre decidió ir a buscarla y sacarla definitivamente del convento. Era la excusa que había estado esperando para recuperar a su hija.

La vida de Jeanne-Antoinette cambió radicalmente a su regreso a París. Después de un año viviendo en el convento, donde la oración, la moral cristiana y los ejercicios espirituales habían constituido el grueso de las actividades diarias, la pequeña pasó a recibir una formación muy distinta por deseo expreso del amante de su madre, Le Normant de Tournehem, que sentía por ella un profundo amor paternal. Así, por su casa pasaban cada semana los dramaturgos La Noue y Crébillon, ambos de gran prestigio en la época, quienes le enseñaban interpretación y declamación, y Jélyotte, uno de los cantantes más famosos de la Ópera de París, quien le daba clases de canto. Jeanne-Antoinette, fascinada por aquel mundo nuevo, del que disfrutaba enormemente, resultó ser una alumna extraordinaria, y sus maestros no tardaron en sorprenderse de sus dotes artísticas. De hecho, si Le Normant de Tournehem no hubiera tenido otros planes para su protegida, JeanneAntoinette podría haberse convertido en una artista conocida y reputada, quizá una de las mejores actrices de su tiempo, y es probable que a ella le hubiera gustado ese tipo de vida.

Sin embargo, los talentos de Jeanne-Antoinette no estaban limitados al ámbito de las artes escénicas. La hija de François Poisson había heredado de este una gran curiosidad e inteligencia, que alimentaba mediante todo tipo de lecturas. A Jeanne-Antoinette le interesaba el arte, pero también la filosofía: comprender los entresijos de las relaciones humanas y responder a las grandes preguntas. Con el paso de los años, y gracias a su tenacidad, Jeanne-Antoinette se convirtió en una joven bella, con un cuerpo esbelto y bien formado como consecuencia de la práctica del ballet, pero también en una gran conversadora, amable, culta, curiosa, prudente, inteligente y reservada cuando había que serlo. Su encanto y carisma eran indiscutibles, y su presencia encandilaba a cuantos se cruzaban con ella, que se preguntaban cómo era posible que la hija de dos burgueses recién llegados a la capital fuera tan sofisticada y capaz de encontrar siempre la palabra justa en cualquier conversación.